• 10
  • COPIAR-MOVER-ELIMINAR POR SELECCIÓN

  • Copiar Mover Eliminar


    Elegir Bloque de Imágenes

    Desde Hasta
  • GUARDAR IMAGEN


  • Guardar por Imagen

    Guardar todas las Imágenes

    Guardar por Selección

    Fijar "Guardar Imágenes"


  • Banco 1
    Banco 2
    Banco 3
    Banco 4
    Banco 5
    Banco 6
    Banco 7
    Banco 8
    Banco 9
    Banco 10
    Banco 11
    Banco 12
    Banco 13
    Banco 14
    Banco 15
    Banco 16
    Banco 17
    Banco 18
    Banco 19
    Banco 20
    Banco 21
    Banco 22
    Banco 23
    Banco 24
    Banco 25
    Banco 26
    Banco 27
    Banco 28
    Banco 29
    Banco 30
    Banco 31
    Banco 32
    Banco 33
    Banco 34
    Banco 35
    Banco 36
    Banco 37
    Banco 38
    Banco 39
    Banco 40
    Banco 41
    Banco 42
    Banco 43
    Banco 44
    Banco 45
    Banco 46
    Banco 47
    Banco 48
    Banco 49
    Banco 50

  • COPIAR-MOVER IMAGEN

  • Copiar Mover

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1 seg)


    T 2 (3 seg)


    T 3 (5 seg)


    T 4 (s) (8 seg)


    T 5 (10 seg)


    T 6 (15 seg)


    T 7 (20 seg)


    T 8 (30 seg)


    T 9 (40 seg)


    T 10 (50 seg)

    ---------------------

    T 11 (1 min)


    T 12 (5 min)


    T 13 (10 min)


    T 14 (15 min)


    T 15 (20 min)


    T 16 (30 min)


    T 17 (45 min)

    ---------------------

    T 18 (1 hor)


  • Efecto de Cambio

  • SELECCIONADOS


    OPCIONES

    Todos los efectos


    Elegir Efectos


    Desactivar Elegir Efectos


    Borrar Selección


    EFECTOS

    Ninguno


    Bounce


    Bounce In


    Bounce In Left


    Bounce In Right


    Fade In (estándar)


    Fade In Down


    Fade In Up


    Fade In Left


    Fade In Right


    Flash


    Flip


    Flip In X


    Flip In Y


    Heart Beat


    Jack In The box


    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


    Wobble


    Zoom In


    Zoom In Down


    Zoom In Up


    Zoom In Left


    Zoom In Right


  • CAMBIAR TIEMPO DE LECTURA

  • Tiempo actual:
    m

    Ingresar Minutos

  • OTRAS OPCIONES
  • ▪ Eliminar Lecturas
  • ▪ Historial de Nvgc
  • ▪ Borrar Historial Nvgc
  • ▪ Ventana de Música
  • ▪ Zoom del Blog:
  • ▪ Última Lectura
  • ▪ Manual del Blog
  • ▪ Resolución:
  • ▪ Listas, actualizado en
  • ▪ Limpiar Variables
  • ▪ Imágenes por Categoría
  • PUNTO A GUARDAR



  • Tipea en el recuadro blanco alguna referencia, o, déjalo en blanco y da click en "Referencia"
  • CATEGORÍAS
  • ▪ Libros
  • ▪ Relatos
  • ▪ Arte-Gráficos
  • ▪ Bellezas del Cine y Televisión
  • ▪ Biografías
  • ▪ Chistes que Llegan a mi Email
  • ▪ Consejos Sanos Para el Alma
  • ▪ Cuidando y Encaminando a los Hijos
  • ▪ Datos Interesante. Vale la pena Saber
  • ▪ Fotos: Paisajes y Temas Varios
  • ▪ Historias de Miedo
  • ▪ La Relación de Pareja
  • ▪ La Tía Eulogia
  • ▪ La Vida se ha Convertido en un Lucro
  • ▪ Leyendas Urbanas
  • ▪ Mensajes Para Reflexionar
  • ▪ Personajes de Disney
  • ▪ Salud y Prevención
  • ▪ Sucesos y Proezas que Conmueven
  • ▪ Temas Varios
  • ▪ Tu Relación Contigo Mismo y el Mundo
  • ▪ Un Mundo Inseguro
  • REVISTAS DINERS
  • ▪ Diners-Agosto 1989
  • ▪ Diners-Mayo 1993
  • ▪ Diners-Septiembre 1993
  • ▪ Diners-Noviembre 1993
  • ▪ Diners-Diciembre 1993
  • ▪ Diners-Abril 1994
  • ▪ Diners-Mayo 1994
  • ▪ Diners-Junio 1994
  • ▪ Diners-Julio 1994
  • ▪ Diners-Octubre 1994
  • ▪ Diners-Enero 1995
  • ▪ Diners-Marzo 1995
  • ▪ Diners-Junio 1995
  • ▪ Diners-Septiembre 1995
  • ▪ Diners-Febrero 1996
  • ▪ Diners-Julio 1996
  • ▪ Diners-Septiembre 1996
  • ▪ Diners-Febrero 1998
  • ▪ Diners-Abril 1998
  • ▪ Diners-Mayo 1998
  • ▪ Diners-Octubre 1998
  • ▪ Diners-Temas Rescatados
  • REVISTAS SELECCIONES
  • ▪ Selecciones-Enero 1965
  • ▪ Selecciones-Agosto 1965
  • ▪ Selecciones-Julio 1968
  • ▪ Selecciones-Abril 1969
  • ▪ Selecciones-Febrero 1970
  • ▪ Selecciones-Marzo 1970
  • ▪ Selecciones-Mayo 1970
  • ▪ Selecciones-Marzo 1972
  • ▪ Selecciones-Mayo 1973
  • ▪ Selecciones-Junio 1973
  • ▪ Selecciones-Julio 1973
  • ▪ Selecciones-Diciembre 1973
  • ▪ Selecciones-Enero 1974
  • ▪ Selecciones-Marzo 1974
  • ▪ Selecciones-Mayo 1974
  • ▪ Selecciones-Julio 1974
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1974
  • ▪ Selecciones-Marzo 1975
  • ▪ Selecciones-Junio 1975
  • ▪ Selecciones-Noviembre 1975
  • ▪ Selecciones-Marzo 1976
  • ▪ Selecciones-Mayo 1976
  • ▪ Selecciones-Noviembre 1976
  • ▪ Selecciones-Enero 1977
  • ▪ Selecciones-Febrero 1977
  • ▪ Selecciones-Mayo 1977
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1977
  • ▪ Selecciones-Octubre 1977
  • ▪ Selecciones-Enero 1978
  • ▪ Selecciones-Octubre 1978
  • ▪ Selecciones-Diciembre 1978
  • ▪ Selecciones-Enero 1979
  • ▪ Selecciones-Marzo 1979
  • ▪ Selecciones-Julio 1979
  • ▪ Selecciones-Agosto 1979
  • ▪ Selecciones-Octubre 1979
  • ▪ Selecciones-Abril 1980
  • ▪ Selecciones-Agosto 1980
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1980
  • ▪ Selecciones-Diciembre 1980
  • ▪ Selecciones-Febrero 1981
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1981
  • ▪ Selecciones-Abril 1982
  • ▪ Selecciones-Mayo 1983
  • ▪ Selecciones-Julio 1984
  • ▪ Selecciones-Junio 1985
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1987
  • ▪ Selecciones-Abril 1988
  • ▪ Selecciones-Febrero 1989
  • ▪ Selecciones-Abril 1989
  • ▪ Selecciones-Marzo 1990
  • ▪ Selecciones-Abril 1991
  • ▪ Selecciones-Mayo 1991
  • ▪ Selecciones-Octubre 1991
  • ▪ Selecciones-Diciembre 1991
  • ▪ Selecciones-Febrero 1992
  • ▪ Selecciones-Junio 1992
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1992
  • ▪ Selecciones-Febrero 1994
  • ▪ Selecciones-Mayo 1994
  • ▪ Selecciones-Abril 1995
  • ▪ Selecciones-Mayo 1995
  • ▪ Selecciones-Septiembre 1995
  • ▪ Selecciones-Diciembre 1995
  • ▪ Selecciones-Junio 1996
  • ▪ Selecciones-Mayo 1997
  • ▪ Selecciones-Enero 1998
  • ▪ Selecciones-Febrero 1998
  • ▪ Selecciones-Julio 1999
  • ▪ Selecciones-Diciembre 1999
  • ▪ Selecciones-Febrero 2000
  • ▪ Selecciones-Diciembre 2001
  • ▪ Selecciones-Febrero 2002
  • ▪ Selecciones-Mayo 2005
  • CATEGORIAS
  • Arte-Gráficos
  • Bellezas
  • Biografías
  • Chistes que llegan a mi Email
  • Consejos Sanos para el Alma
  • Cuidando y Encaminando a los Hijos
  • Datos Interesantes
  • Fotos: Paisajes y Temas varios
  • Historias de Miedo
  • La Relación de Pareja
  • La Tía Eulogia
  • La Vida se ha convertido en un Lucro
  • Leyendas Urbanas
  • Mensajes para Reflexionar
  • Personajes Disney
  • Salud y Prevención
  • Sucesos y Proezas que conmueven
  • Temas Varios
  • Tu Relación Contigo mismo y el Mundo
  • Un Mundo Inseguro
  • TODAS LAS REVISTAS
  • Selecciones
  • Diners
  • REVISTAS DINERS
  • Diners-Agosto 1989
  • Diners-Mayo 1993
  • Diners-Septiembre 1993
  • Diners-Noviembre 1993
  • Diners-Diciembre 1993
  • Diners-Abril 1994
  • Diners-Mayo 1994
  • Diners-Junio 1994
  • Diners-Julio 1994
  • Diners-Octubre 1994
  • Diners-Enero 1995
  • Diners-Marzo 1995
  • Diners-Junio 1995
  • Diners-Septiembre 1995
  • Diners-Febrero 1996
  • Diners-Julio 1996
  • Diners-Septiembre 1996
  • Diners-Febrero 1998
  • Diners-Abril 1998
  • Diners-Mayo 1998
  • Diners-Octubre 1998
  • Diners-Temas Rescatados
  • REVISTAS SELECCIONES
  • Selecciones-Enero 1965
  • Selecciones-Agosto 1965
  • Selecciones-Julio 1968
  • Selecciones-Abril 1969
  • Selecciones-Febrero 1970
  • Selecciones-Marzo 1970
  • Selecciones-Mayo 1970
  • Selecciones-Marzo 1972
  • Selecciones-Mayo 1973
  • Selecciones-Junio 1973
  • Selecciones-Julio 1973
  • Selecciones-Diciembre 1973
  • Selecciones-Enero 1974
  • Selecciones-Marzo 1974
  • Selecciones-Mayo 1974
  • Selecciones-Julio 1974
  • Selecciones-Septiembre 1974
  • Selecciones-Marzo 1975
  • Selecciones-Junio 1975
  • Selecciones-Noviembre 1975
  • Selecciones-Marzo 1976
  • Selecciones-Mayo 1976
  • Selecciones-Noviembre 1976
  • Selecciones-Enero 1977
  • Selecciones-Febrero 1977
  • Selecciones-Mayo 1977
  • Selecciones-Octubre 1977
  • Selecciones-Septiembre 1977
  • Selecciones-Enero 1978
  • Selecciones-Octubre 1978
  • Selecciones-Diciembre 1978
  • Selecciones-Enero 1979
  • Selecciones-Marzo 1979
  • Selecciones-Julio 1979
  • Selecciones-Agosto 1979
  • Selecciones-Octubre 1979
  • Selecciones-Abril 1980
  • Selecciones-Agosto 1980
  • Selecciones-Septiembre 1980
  • Selecciones-Diciembre 1980
  • Selecciones-Febrero 1981
  • Selecciones-Septiembre 1981
  • Selecciones-Abril 1982
  • Selecciones-Mayo 1983
  • Selecciones-Julio 1984
  • Selecciones-Junio 1985
  • Selecciones-Septiembre 1987
  • Selecciones-Abril 1988
  • Selecciones-Febrero 1989
  • Selecciones-Abril 1989
  • Selecciones-Marzo 1990
  • Selecciones-Abril 1991
  • Selecciones-Mayo 1991
  • Selecciones-Octubre 1991
  • Selecciones-Diciembre 1991
  • Selecciones-Febrero 1992
  • Selecciones-Junio 1992
  • Selecciones-Septiembre 1992
  • Selecciones-Febrero 1994
  • Selecciones-Mayo 1994
  • Selecciones-Abril 1995
  • Selecciones-Mayo 1995
  • Selecciones-Septiembre 1995
  • Selecciones-Diciembre 1995
  • Selecciones-Junio 1996
  • Selecciones-Mayo 1997
  • Selecciones-Enero 1998
  • Selecciones-Febrero 1998
  • Selecciones-Julio 1999
  • Selecciones-Diciembre 1999
  • Selecciones-Febrero 2000
  • Selecciones-Diciembre 2001
  • Selecciones-Febrero 2002
  • Selecciones-Mayo 2005

  • SOMBRA DEL TEMA
  • ▪ Quitar
  • ▪ Normal
  • Publicaciones con Notas

    Notas de esta Página

    Todas las Notas

    Banco 1
    Banco 2
    Banco 3
    Banco 4
    Banco 5
    Banco 6
    Banco 7
    Banco 8
    Banco 9
    Banco 10
    Banco 11
    Banco 12
    Banco 13
    Banco 14
    Banco 15
    Banco 16
    Banco 17
    Banco 18
    Banco 19
    Banco 20
    Banco 21
    Banco 22
    Banco 23
    Banco 24
    Banco 25
    Banco 26
    Banco 27
    Banco 28
    Banco 29
    Banco 30
    Banco 31
    Banco 32
    Banco 33
    Banco 34
    Banco 35
    Banco 36
    Banco 37
    Banco 38
    Banco 39
    Banco 40
    Banco 41
    Banco 42
    Banco 43
    Banco 44
    Banco 45
    Banco 46
    Banco 47
    Banco 48
    Banco 49
    Banco 50
    Ingresar Clave



    ÍNDICE
  • FAVORITOS
  • Instrumental
  • 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • Bolereando - Quincas Moreira - 3:04
  • Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • España - Mantovani - 3:22
  • Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • Nostalgia - Del - 3:26
  • One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • Osaka Rain - Albis - 1:48
  • Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • Travel The World - Del - 3:56
  • Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • Afternoon Stream - 30:12
  • Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • Evening Thunder - 30:01
  • Exotische Reise - 30:30
  • Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • Morning Rain - 30:11
  • Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • Showers (Thundestorm) - 3:00
  • Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • Vertraumter Bach - 30:29
  • Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • Concerning Hobbits - 2:55
  • Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • Acecho - 4:34
  • Alone With The Darkness - 5:06
  • Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • Awoke - 0:54
  • Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • Cinematic Horror Climax - 0:59
  • Creepy Halloween Night - 1:54
  • Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • Dark Mountain Haze - 1:44
  • Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • Darkest Hour - 4:00
  • Dead Home - 0:36
  • Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:28
  • Everything You Know Is Wrong - 0:46
  • Geisterstimmen - 1:39
  • Halloween Background Music - 1:01
  • Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • Halloween Spooky Trap - 1:05
  • Halloween Time - 0:57
  • Horrible - 1:36
  • Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • Intense Horror Music - Pixabay - 1:37
  • Long Thriller Theme - 8:00
  • Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:42
  • Mix Halloween-1 - 33:58
  • Mix Halloween-2 - 33:34
  • Mix Halloween-3 - 58:53
  • Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • Movie Theme - Insidious - 3:31
  • Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • Movie Theme - Sinister - 6:56
  • Movie Theme - The Omen - 2:35
  • Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • Música - 8 Bit Halloween Story - 2:03
  • Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - 3:08
  • Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - Amanda Flores Todas Las Voces - 3:09
  • Música - For Halloween Witches Brew - 1:07
  • Música - Halloween Surfing With Spooks - 1:16
  • Música - Spooky Halloween Sounds - 1:23
  • Música - This Is Halloween - 2:14
  • Música - This Is Halloween - Animatic Creepypasta Remake - 3:16
  • Música - This Is Halloween Cover By Oliver Palotai Simone Simons - 3:10
  • Música - This Is Halloween - From Tim Burton's The Nightmare Before Christmas - 3:13
  • Música - This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • Música - Trick Or Treat - 1:08
  • Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • Mysterios Horror Intro - 0:39
  • Mysterious Celesta - 1:04
  • Nightmare - 2:32
  • Old Cosmic Entity - 2:15
  • One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • Pandoras Music Box - 3:07
  • Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:58
  • Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • Scary Forest - 2:37
  • Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • Slut - 0:48
  • Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:26
  • Sonidos - Creepy Ambience - 1:52
  • Sonidos - Creepy Atmosphere - 2:01
  • Sonidos - Creepy Cave - 0:06
  • Sonidos - Creepy Church Hell - 1:03
  • Sonidos - Creepy Horror Sound Ghostly - 0:16
  • Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • Sonidos - Creepy Ring Around The Rosie - 0:20
  • Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • Sonidos - Creepy Vocal Ambience - 1:12
  • Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • Sonidos - Eerie Horror Sound Evil Woman - 0:06
  • Sonidos - Eerie Horror Sound Ghostly 2 - 0:22
  • Sonidos - Efecto De Tormenta Y Música Siniestra - 2:00
  • Sonidos - Erie Ghost Sound Scary Sound Paranormal - 0:15
  • Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • Sonidos - Ghost Sound Ghostly - 0:12
  • Sonidos - Ghost Voice Halloween Moany Ghost - 0:14
  • Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:28
  • Sonidos - Halloween Horror Voice Hello - 0:05
  • Sonidos - Halloween Impact - 0:06
  • Sonidos - Halloween Intro 1 - 0:11
  • Sonidos - Halloween Intro 2 - 0:11
  • Sonidos - Halloween Sound Ghostly 2 - 0:20
  • Sonidos - Hechizo De Bruja - 0:11
  • Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:15
  • Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • Sonidos - Horror Sound Effect - 0:21
  • Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • Sonidos - Magia - 0:05
  • Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • Sonidos - Risa De Bruja 1 - 0:04
  • Sonidos - Risa De Bruja 2 - 0:09
  • Sonidos - Risa De Bruja 3 - 0:08
  • Sonidos - Risa De Bruja 4 - 0:06
  • Sonidos - Risa De Bruja 5 - 0:03
  • Sonidos - Risa De Bruja 6 - 0:03
  • Sonidos - Risa De Bruja 7 - 0:09
  • Sonidos - Risa De Bruja 8 - 0:11
  • Sonidos - Scary Ambience - 2:08
  • Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • Sonidos - Scary Horror Sound - 0:13
  • Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • Sonidos - Suspense Creepy Ominous Ambience - 3:23
  • Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • Suspense Dark Ambient - 2:34
  • Tense Cinematic - 3:14
  • Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:23
  • Trailer Agresivo - 0:49
  • Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • Zombie Party Time - 4:36
  • 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • Music Box We Wish You A Merry Christmas - 0:27
  • Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • Noche De Paz - 3:40
  • Rocking Around The Christmas Tree - Brenda Lee - 2:08
  • Rocking Around The Christmas Tree - Mel & Kim - 3:32
  • Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • Sonidos - Beads Christmas Bells Shake - 0:20
  • Sonidos - Campanas De Trineo - 0:07
  • Sonidos - Christmas Fireworks Impact - 1:16
  • Sonidos - Christmas Ident - 0:10
  • Sonidos - Christmas Logo - 0:09
  • Sonidos - Clinking Of Glasses - 0:02
  • Sonidos - Deck The Halls - 0:08
  • Sonidos - Fireplace Chimenea Fire Crackling Loop - 3:00
  • Sonidos - Fireplace Chimenea Loop Original Noise - 4:57
  • Sonidos - New Year Fireworks Sound 1 - 0:06
  • Sonidos - New Year Fireworks Sound 2 - 0:10
  • Sonidos - Papa Noel Creer En La Magia De La Navidad - 0:13
  • Sonidos - Papa Noel La Magia De La Navidad - 0:09
  • Sonidos - Risa Papa Noel - 0:03
  • Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 1 - 0:05
  • Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 2 - 0:05
  • Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 3 - 0:05
  • Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 4 - 0:05
  • Sonidos - Risa Papa Noel How How How - 0:09
  • Sonidos - Risa Papa Noel Merry Christmas - 0:04
  • Sonidos - Sleigh Bells - 0:04
  • Sonidos - Sleigh Bells Shaked - 0:31
  • Sonidos - Wind Chimes Bells - 1:30
  • Symphonion O Christmas Tree - 0:34
  • The First Noel - Am Classical - 2:18
  • Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
  • Código Hexadecimal


    Seleccionar Efectos (
    0
    )
    Normal
    Aleatorio
    Activar Desactivar Borrar
    Seleccionar Tipos de Letra (
    0
    )
    Normal
    Aleatorio
    Activar Desactivar Borrar
    Seleccionar Colores (
    0
    )
    Elegir Sección

    Bordes
    Fondo 1
    Fondo 2

    Fondo Hora
    Reloj-Fecha
    Normal
    Aleatorio
    Activar Desactivar Borrar
    Seleccionar Avatar (
    0
    )
    Normal
    Aleatorio
    Activar Desactivar Borrar
    Seleccionar Imágenes para efectos (
    0
    )
    Normal
    Aleatorio
    Activar Desactivar Borrar
    LETRA - TIPO

    ACTUAL

    Desactivado SM
    ▪ Abrir para Selección Múltiple

    ▪ Cerrar Selección Múltiple
    SECCIÓN

    ▪ Reloj y Fecha
    Saira Stencil One


    ▪ Reloj


    ▪ Fecha


    ▪ Hora


    ▪ Minutos


    ▪ Segundos


    ▪ Dos Puntos 1


    ▪ Dos Puntos 2

    ▪ Restaurar

    ▪ Original

    NORMAL

    ▪ ADLaM Display: H33-V66

    ▪ Akaya Kanadaka: H37-V67

    ▪ Audiowide: H23-V50

    ▪ Chewy: H35-V67

    ▪ Croissant One: H35-V67

    ▪ Delicious Handrawn: H55-V67

    ▪ Germania One: H43-V67

    ▪ Kavoon: H33-V67

    ▪ Limelight: H31-V67

    ▪ Marhey: H31-V67

    ▪ Orbitron: H25-V55

    ▪ Revalia: H23-V54

    ▪ Ribeye: H33-V67

    ▪ Saira Stencil One(s): H31-V67

    ▪ Source Code Pro: H31-V67

    ▪ Uncial Antiqua: H27-V58

    CON RELLENO

    ▪ Cabin Sketch: H31-V67

    ▪ Fredericka the Great: H37-V67

    ▪ Rubik Dirt: H29-V66

    ▪ Rubik Distressed: H29-V66

    ▪ Rubik Glitch Pop: H29-V66

    ▪ Rubik Maps: H29-V66

    ▪ Rubik Maze: H29-V66

    ▪ Rubik Moonrocks: H29-V66

    DE PUNTOS

    ▪ Codystar: H37-V68

    ▪ Handjet: H51-V67

    ▪ Raleway Dots: H35-V67

    DIFERENTE

    ▪ Barrio: H41-V67

    ▪ Caesar Dressing: H39-V66

    ▪ Diplomata SC: H19-V44

    ▪ Emilys Candy: H35-V67

    ▪ Faster One: H27-V58

    ▪ Henny Penny: H29-V64

    ▪ Jolly Lodger: H55-V67

    ▪ Kablammo: H33-V66

    ▪ Monofett: H33-V66

    ▪ Monoton: H25-V55

    ▪ Mystery Quest: H37-V67

    ▪ Nabla: H39-V64

    ▪ Reggae One: H29-V64

    ▪ Rye: H29-V65

    ▪ Silkscreen: H27-V62

    ▪ Sixtyfour: H19-V46

    ▪ Smokum: H53-V67

    ▪ UnifrakturCook: H41-V67

    ▪ Vast Shadow: H25-V56

    ▪ Wallpoet: H25-V54

    ▪ Workbench: H37-V65

    GRUESA

    ▪ Bagel Fat One: H32-V66

    ▪ Bungee Inline: H27-V64

    ▪ Chango: H23-V52

    ▪ Coiny: H31-V67

    ▪ Luckiest Guy : H33-V67

    ▪ Modak: H35-V67

    ▪ Oi: H21-V46

    ▪ Rubik Spray Paint: H29-V65

    ▪ Ultra: H27-V60

    HALLOWEEN

    ▪ Butcherman: H37-V67

    ▪ Creepster: H47-V67

    ▪ Eater: H35-V67

    ▪ Freckle Face: H39-V67

    ▪ Frijole: H27-V63

    ▪ Irish Grover: H37-V67

    ▪ Nosifer: H23-V50

    ▪ Piedra: H39-V67

    ▪ Rubik Beastly: H29-V62

    ▪ Rubik Glitch: H29-V65

    ▪ Rubik Marker Hatch: H29-V65

    ▪ Rubik Wet Paint: H29-V65

    LÍNEA FINA

    ▪ Almendra Display: H42-V67

    ▪ Cute Font: H49-V75

    ▪ Cutive Mono: H31-V67

    ▪ Hachi Maru Pop: H25-V58

    ▪ Life Savers: H37-V64

    ▪ Megrim: H37-V67

    ▪ Snowburst One: H33-V63

    MANUSCRITA

    ▪ Beau Rivage: H27-V55

    ▪ Butterfly Kids: H59-V71

    ▪ Explora: H47-V72

    ▪ Love Light: H35-V61

    ▪ Mea Culpa: H42-V67

    ▪ Neonderthaw: H37-V66

    ▪ Sonsie one: H21-V50

    ▪ Swanky and Moo Moo: H53-V68

    ▪ Waterfall: H43-V67

    NAVIDAD

    ▪ Mountains of Christmas: H51-V68

    SIN RELLENO

    ▪ Akronim: H51-V68

    ▪ Bungee Shade: H25-V56

    ▪ Londrina Outline: H41-V67

    ▪ Moirai One: H34-V64

    ▪ Rampart One: H31-V63

    ▪ Rubik Burned: H29-V64

    ▪ Rubik Doodle Shadow: H29-V65

    ▪ Rubik Iso: H29-V64

    ▪ Rubik Puddles: H29-V62

    ▪ Tourney: H37-V66

    ▪ Train One: H29-V64

    ▪ Ewert: H27-V62

    ▪ Londrina Shadow: H41-V67

    ▪ Londrina Sketch: H41-V67

    ▪ Miltonian: H31-V67

    ▪ Rubik Scribble: H29-V65

    ▪ Rubik Vinyl: H29-V64

    ▪ Tilt Prism: H33-V67
  • OPCIONES

  • Otras Opciones
    Relojes

    1
    2
    3
    4
    5
    6
    7
    8
    9
    10
    11
    12
    13
    14
    15
    16
    17
    18
    19
    20
    Dispo. Posic.
    H
    H
    V

    Estilos Predefinidos
    FECHA
    Fecha - Formato
    Horizontal-Vertical
    Fecha - Posición
    Fecha - Quitar
    RELOJ
    Reloj - Bordes Curvatura
    RELOJ - BORDES CURVATURA

    Reloj - Sombra
    RELOJ - SOMBRA

    Actual (
    1
    )


    Borde-Sombra

      B1 (s)  
      B2  
      B3  
      B4  
      B5  
    Sombra Iquierda Superior

      SIS1  
      SIS2  
      SIS3  
    Sombra Derecha Superior

      SDS1  
      SDS2  
      SDS3  
    Sombra Iquierda Inferior

      SII1  
      SII2  
      SII3  
    Sombra Derecha Inferior

      SDI1  
      SDI2  
      SDI3  
    Sombra Superior

      SS1  
      SS2  
      SS3  
    Sombra Inferior

      SI1  
      SI2  
      SI3  
    Reloj - Negrilla
    RELOJ - NEGRILLA

    Reloj-Fecha - Opacidad
    Reloj - Posición
    Reloj - Presentación
    Reloj-Fecha - Rotar
    Reloj - Vertical
    RELOJ - VERTICAL

    SEGUNDOS
    Segundos - Dos Puntos
    SEGUNDOS - DOS PUNTOS

    Segundos

    ▪ Quitar

    ▪ Mostrar (s)
    Dos Puntos Ocultar

    ▪ Ocultar

    ▪ Mostrar (s)
    Dos Puntos Quitar

    ▪ Quitar

    ▪ Mostrar (s)
    Segundos - Posición
    TAMAÑO
    Tamaño - Reloj
    TAMAÑO - RELOJ

    Tamaño - Fecha
    TAMAÑO - FECHA

    Tamaño - Hora
    TAMAÑO - HORA

    Tamaño - Minutos
    TAMAÑO - MINUTOS

    Tamaño - Segundos
    TAMAÑO - SEGUNDOS

    ANIMACIÓN
    Seleccionar Efecto para Animar
    Tiempo entre efectos
    TIEMPO ENTRE EFECTOS

    SECCIÓN

    Animación
    (
    seg)


    Avatar 1-2-3-4-5-6-7
    (Cambio automático)
    (
    seg)


    Color Borde
    (
    seg)


    Color Fondo 1
    (
    seg)


    Color Fondo 2
    (
    seg)


    Color Fondo cada uno
    (
    seg)


    Color Reloj
    (
    seg)


    Estilos Predefinidos
    (
    seg)


    Imágenes para efectos
    (
    seg)


    Movimiento Avatar 1
    (
    seg)

    Movimiento Avatar 2
    (
    seg)

    Movimiento Avatar 3
    (
    seg)

    Movimiento Fecha
    (
    seg)


    Movimiento Reloj
    (
    seg)


    Movimiento Segundos
    (
    seg)


    Ocultar R-F
    (
    seg)


    Ocultar R-2
    (
    seg)


    Tipos de Letra
    (
    seg)


    Todo
    SEGUNDOS A ELEGIR

      0  
      0.01  
      0.02  
      0.03  
      0.04  
      0.05  
      0.06  
      0.07  
      0.08  
      0.09  
      0.1  
      0.2  
      0.3  
      0.4  
      0.5  
      0.6  
      0.7  
      0.8  
      0.9  
      1  
      1.1  
      1.2  
      1.3  
      1.4  
      1.5  
      1.6  
      1.7  
      1.8  
      1.9  
      2  
      2.1  
      2.2  
      2.3  
      2.4  
      2.5  
      2.6  
      2.7  
      2.8  
      2.9  
      3(s) 
      3.1  
      3.2  
      3.3  
      3.4  
      3.5  
      3.6  
      3.7  
      3.8  
      3.9  
      4  
      5  
      6  
      7  
      8  
      9  
      10  
      15  
      20  
      25  
      30  
      35  
      40  
      45  
      50  
      55  
    Animar Reloj-Slide
    Cambio automático Avatar
    Cambio automático Color - Bordes
    Cambio automático Color - Fondo 1
    Cambio automático Color - Fondo 2
    Cambio automático Color - Fondo H-M-S-F
    Cambio automático Color - Reloj
    Cambio automático Estilos Predefinidos
    Cambio Automático Filtros
    CAMBIO A. FILTROS

    ELEMENTO

    Reloj
    50 msg
    0 seg

    Fecha
    50 msg
    0 seg

    Hora
    50 msg
    0 seg

    Minutos
    50 msg
    0 seg

    Segundos
    50 msg
    0 seg

    Dos Puntos
    50 msg
    0 seg
    Slide
    50 msg
    0 seg
    Avatar 1
    50 msg
    0 seg

    Avatar 2
    50 msg
    0 seg

    Avatar 3
    50 msg
    0 seg

    Avatar 4
    50 msg
    0 seg

    Avatar 5
    50 msg
    0 seg

    Avatar 6
    50 msg
    0 seg

    Avatar 7
    50 msg
    0 seg
    FILTRO

    Blur

    Contrast

    Hue-Rotate

    Sepia
    VELOCIDAD-TIEMPO

    Tiempo entre secuencia
    msg

    Tiempo entre Filtro
    seg
    TIEMPO

    ▪ Normal

    Cambio automático Imágenes para efectos
    Cambio automático Tipo de Letra
    Movimiento automático Avatar 1
    Movimiento automático Avatar 2
    Movimiento automático Avatar 3
    Movimiento automático Fecha
    Movimiento automático Reloj
    Movimiento automático Segundos
    Ocultar Reloj
    Ocultar Reloj - 2
    Rotación Automática - Espejo
    ROTACIÓN A. - ESPEJO

    ESPEJO

    Avatar 1

    Avatar 2

    Avatar 3

    Avatar 4

    Avatar 5

    Avatar 6

    Avatar 7
    ▪ Slide
    NO ESPEJO

    Avatar 1

    Avatar 2

    Avatar 3

    Avatar 4

    Avatar 5

    Avatar 6

    Avatar 7
    ▪ Slide
    ELEMENTO A ROTAR

    Reloj
    0 grados
    30 msg
    0 seg

    Hora
    0 grados
    30 msg
    0 seg

    Minutos
    0 grados
    30 msg
    0 seg

    Segundos
    0 grados
    30 msg
    0 seg

    Dos Puntos 1
    0 grados
    30 msg
    0 seg

    Dos Puntos 2
    0 grados
    30 msg
    0 seg

    Fecha
    0 grados
    30 msg
    0 seg

    Hora, Minutos y Segundos
    0 grados
    30 msg
    0 seg

    Hora y Minutos
    0 grados
    30 msg
    0 seg
    Slide
    0 grados
    30 msg
    0 seg
    Avatar 1
    0 grados
    30 msg
    0 seg

    Avatar 2
    0 grados
    30 msg
    0 seg

    Avatar 3
    0 grados
    30 msg
    0 seg

    Avatar 4
    0 grados
    30 msg
    0 seg

    Avatar 5
    0 grados
    30 msg
    0 seg

    Avatar 6
    0 grados
    30 msg
    0 seg

    Avatar 7
    0 grados
    30 msg
    0 seg
    VELOCIDAD-TIEMPO

    Tiempo Movimiento

    Tiempo entre Movimiento

    Rotar
    ROTAR-VELOCIDAD

      45     90  

      135     180  
    ROTAR-VELOCIDAD

    ▪ Parar

    ▪ Normal

    ▪ Restaurar Todo
    VARIOS
    Alarma 1
    ALARMA 1

    ACTIVADA
    SINCRONIZAR

    ▪ Si
    ▪ No


    Seleccionar Minutos

      1     2     3  

      4     5     6  

      7     8     9  

      0     X  




    REPETIR-APAGAR

    ▪ Repetir

    ▪ Apagar Sonido

    ▪ No Alarma


    REPETIR SONIDO
    1 vez

    ▪ 1 vez (s)

    ▪ 2 veces

    ▪ 3 veces

    ▪ 4 veces

    ▪ 5 veces

    ▪ Indefinido


    SONIDO

    Actual:
    1

    ▪ Ventana de Música

    ▪ 1-Alarma-01
    - 1

    ▪ 2-Alarma-02
    - 18

    ▪ 3-Alarma-03
    - 10

    ▪ 4-Alarma-04
    - 8

    ▪ 5-Alarma-05
    - 13

    ▪ 6-Alarma-06
    - 16

    ▪ 7-Alarma-08
    - 29

    ▪ 8-Alarma-Carro
    - 11

    ▪ 9-Alarma-Fuego-01
    - 15

    ▪ 10-Alarma-Fuego-02
    - 5

    ▪ 11-Alarma-Fuerte
    - 6

    ▪ 12-Alarma-Incansable
    - 30

    ▪ 13-Alarma-Mini Airplane
    - 36

    ▪ 14-Digital-01
    - 34

    ▪ 15-Digital-02
    - 4

    ▪ 16-Digital-03
    - 4

    ▪ 17-Digital-04
    - 1

    ▪ 18-Digital-05
    - 31

    ▪ 19-Digital-06
    - 1

    ▪ 20-Digital-07
    - 3

    ▪ 21-Gallo
    - 2

    ▪ 22-Melodia-01
    - 30

    ▪ 23-Melodia-02
    - 28

    ▪ 24-Melodia-Alerta
    - 14

    ▪ 25-Melodia-Bongo
    - 17

    ▪ 26-Melodia-Campanas Suaves
    - 20

    ▪ 27-Melodia-Elisa
    - 28

    ▪ 28-Melodia-Samsung-01
    - 10

    ▪ 29-Melodia-Samsung-02
    - 29

    ▪ 30-Melodia-Samsung-03
    - 5

    ▪ 31-Melodia-Sd_Alert_3
    - 4

    ▪ 32-Melodia-Vintage
    - 60

    ▪ 33-Melodia-Whistle
    - 15

    ▪ 34-Melodia-Xiaomi
    - 12

    ▪ 35-Voz Femenina
    - 4

    Alarma 2
    ALARMA 2

    ACTIVADA
    Avatar - Elegir
    AVATAR - ELEGIR

    Desactivado SM
    ▪ Abrir para Selección Múltiple

    ▪ Cerrar Selección Múltiple
    AVATAR 1-2-3

    Avatar 1

    Avatar 2

    Avatar 3
    AVATAR 4-5-6-7

    Avatar 4

    Avatar 5

    Avatar 6

    Avatar 7
    TOMAR DE BANCO

    # del Banco

    Aceptar
    AVATARES

    Animales


    Deporte


    Halloween


    Navidad


    Religioso


    San Valentín


    Varios
    ▪ Quitar
    Avatar - Opacidad
    Avatar - Posición
    Avatar Rotar-Espejo
    Avatar - Tamaño
    AVATAR - TAMAÑO

    AVATAR 1-2-3

    Avatar1

    Avatar 2

    Avatar 3
    AVATAR 4-5-6-7

    Avatar 4

    Avatar 5

    Avatar 6

    Avatar 7
    TAMAÑO

    Avatar 1(
    10%
    )


    Avatar 2(
    10%
    )


    Avatar 3(
    10%
    )


    Avatar 4(
    10%
    )


    Avatar 5(
    10%
    )


    Avatar 6(
    10%
    )


    Avatar 7(
    10%
    )

      20     40  

      60     80  

    100
    Más - Menos

    10-Normal
    ▪ Quitar
    Colores - Posición Paleta
    Elegir Color o Colores
    Filtros
    FILTROS

    ELEMENTO

    Reloj
    0 Blur
    100 Contrast
    0 Hue-Rotate
    0 Sepia

    Fecha
    0 Blur
    100 Contrast
    0 Hue-Rotate
    0 Sepia

    Hora
    0 Blur
    100 Contrast
    0 Hue-Rotate
    0 Sepia

    Minutos
    0 Blur
    100 Contrast
    0 Hue-Rotate
    0 Sepia

    Segundos
    0 Blur
    100 Contrast
    0 Hue-Rotate
    0 Sepia

    Dos Puntos
    0 Blur
    100 Contrast
    0 Hue-Rotate
    0 Sepia
    Slide
    0 Blur
    100 Contrast
    0 Hue-Rotate
    0 Sepia
    Avatar 1
    0 Blur
    100 Contrast
    0 Hue-Rotate
    0 Sepia

    Avatar 2
    0 Blur
    100 Contrast
    0 Hue-Rotate
    0 Sepia

    Avatar 3
    0 Blur
    100 Contrast
    0 Hue-Rotate
    0 Sepia

    Avatar 4
    0 Blur
    100 Contrast
    0 Hue-Rotate
    0 Sepia

    Avatar 5
    0 Blur
    100 Contrast
    0 Hue-Rotate
    0 Sepia

    Avatar 6
    0 Blur
    100 Contrast
    0 Hue-Rotate
    0 Sepia

    Avatar 7
    0 Blur
    100 Contrast
    0 Hue-Rotate
    0 Sepia
    FILTRO

    Blur
    (0 - 20)

    Contrast
    (1 - 1000)

    Hue-Rotate
    (0 - 358)

    Sepia
    (1 - 100)
    VALORES

    ▪ Normal

    Fondo - Opacidad
    Generalizar
    GENERALIZAR

    ACTIVAR

    DESACTIVAR

    ▪ Animar Reloj
    ▪ Avatares y Cambio Automático
    ▪ Bordes Color, Cambio automático y Sombra
    ▪ Filtros
    ▪ Filtros, Cambio automático
    ▪ Fonco 1 - Color y Cambio automático
    ▪ Fondo 2 - Color y Cambio automático
    ▪ Fondos Texto Color y Cambio automático
    ▪ Imágenes para Efectos y Cambio automático
    ▪ Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    ▪ Ocultar Reloj
    ▪ Ocultar Reloj - 2
    ▪ Reloj y Avatares 1-2-3 Movimiento Automático
    ▪ Rotar-Voltear-Rotación Automático
    ▪ Tamaño
    ▪ Texto - Color y Cambio automático
    ▪ Tiempo entre efectos
    ▪ Tipo de Letra y Cambio automático
    Imágenes para efectos
    Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    M-V-A-R IMAGEN DEL SLIDE

    VOLTEAR-ESPEJO

    ▪ Voltear

    ▪ Normal
    SUPERIOR-INFERIOR

    ▪ Arriba (s)

    ▪ Centrar

    ▪ Inferior
    MOVER

    Abajo - Arriba
    REDUCIR-AUMENTAR

    Aumentar

    Reducir

    Normal
    PORCENTAJE

    Más - Menos
    Pausar Reloj
    Videos
    Restablecer Reloj
    PROGRAMACIÓN

    Programar Reloj
    PROGRAMAR RELOJ

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    H= M= R=
    -------
    Prog.R.1

    H
    M

    Reloj #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días
    Prog.R.2

    H
    M

    Reloj #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días
    Prog.R.3

    H
    M

    Reloj #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días
    Prog.R.4

    H
    M

    Reloj #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días


    Programar Estilo
    PROGRAMAR ESTILO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desctivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    H= M= E=
    -------
    Prog.E.1

    H
    M

    Estilo #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días
    Prog.E.2

    H
    M

    Estilo #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días
    Prog.E.3

    H
    M

    Estilo #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días
    Prog.E.4

    H
    M

    Estilo #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
    D


    Borrar Días

    Programar RELOJES
    PROGRAMAR RELOJES


    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Guardar
    Almacenar

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Cargar

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    Borrar

    ▪1 ▪2 ▪3

    ▪4 ▪5 ▪6
    HORAS
    Cambiar cada

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS
    Cambiar cada

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    RELOJES #
    Relojes a cambiar

    1 2 3

    4 5 6

    7 8 9

    10 11 12

    13 14 15

    16 17 18

    19 20

    T X


    Programar ESTILOS
    PROGRAMAR ESTILOS


    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Guardar
    Almacenar

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Cargar

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Borrar

    ▪1 ▪2 ▪3

    ▪4 ▪5 ▪6
    HORAS
    Cambiar cada

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS
    Cambiar cada

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    ESTILOS #

    A B C D

    E F G H

    I J K L

    M N O P

    Q R S T

    U TODO X


    Programar lo Programado
    PROGRAMAR LO PROGRAMADO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar
    Programación 1

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 2

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 3

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Borrar Programación
    HORAS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X


    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
    3 2 1 E 1 2 3
    X
    Guardar - Eliminar
    Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    :     Guardar - Eliminar
    Para guardar, elige dónde, y seguido da click en la o las imágenes deseadas.
    Para dar Zoom o Fijar,
    selecciona la opción y luego la imagen.
    ---------------------------------------------------
    Slide 1     Slide 2     Slide 3




















    Header

    -------------------------------------------------
    Guardar todas las imágenes
    Fijar "Guardar Imágenes"
    Desactivar "Guardar Imágenes"
    Dar Zoom a la Imagen
    Fijar Imagen de Fondo
    No fijar Imagen de Fondo
    -------------------------------------------------
    Colocar imagen en Header
    No colocar imagen en Header
    Mover imagen del Header
    Ocultar Mover imagen del Header
    Ver Imágenes del Header


    Imágenes Guardadas y Personales
    Desactivar Slide Ocultar Todo
    P
    S1
    S2
    S3
    B1
    B2
    B3
    B4
    B5
    B6
    B7
    B8
    B9
    B10
    B11
    B12
    B13
    B14
    B15
    B16
    B17
    B18
    B19
    B20
    H

    OPCIONES GENERALES
    ● Activar Slide 1
    ● Activar Slide 2
    ● Activar Slide 3
    ● Desactivar Slide
    ● Desplazamiento Automático
    ● Ampliar o Reducir el Blog
  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
  • Ancho igual a 1360
  • Ancho igual a 1366
  • Ancho igual a 1440
  • Ancho igual a 1600
  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
  • ------------MANUAL-----------
  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)


    ---------- C A T E G O R I A S ----------

    ----------------- GENERAL -------------------


    ------------- POR CATEGORÍA ---------------




















    --------REVISTAS DINERS--------






















    --------REVISTAS SELECCIONES--------














































    IMAGEN PERSONAL



    En el recuadro ingresa la url de la imagen:









    Elige la sección de la página a cambiar imagen del fondo:

    BODY MAIN POST INFO

    SIDEBAR
    Widget 1 Widget 2 Widget 3
    Widget 4 Widget 5 Widget 6
    Widget 7














































































































    HELICONIA, PRIMAVERA (Brian W. Aldiss)

    Publicado en mayo 16, 2010
    Título original: Helliconia Spring

    ÍNDICE

    PRELUDIO

    YULI 9


    EMBRUDDOCK 115

    I Muerte de un abuelo 119

    II El pasado que era como un sueño 132

    III Un salto desde la torre 154

    IV Gradientes de temperatura favorables 168

    V Doble ocaso 184

    VI «Sintiéndome befuddock...» 211

    VII Una fría recepción para los phagors 237

    VIII En la obsidiana 259

    IX Dentro y fuera de una piel de miela 308

    X La proeza de Laintal Ay 353

    XI Cuando Shay Tal se fue 366

    XII Señor de la isla 396

    XIII Panorama desde el medio roon 416

    XIV Por el ojo de la aguja 449

    XV El hedor de las hogueras 482


    Mi querido Clive:
    En mi novela anterior, Life in the West, traté de describir el malestar que barre hoy el mundo, dentro de un panorama amplio pero en el que yo pudiera moverme con confianza.
    Mi éxito parcial me dejó insatisfecho. Decidí empezar otra vez. Todo arte es metáfora, pero algunas formas artísticas son más metafóricas que otras; quizás, pensé, una aproximación más oblicua sería preferible. De modo que desarrollé Heliconia; un sitio muy parecido a nuestro mundo con sólo un factor distinto: la duración del año. Heliconia sería un escenario para la clase de drama en la que hoy estamos embrollados.
    Con el propósito de alcanzar cierta verosimilitud, consulté expertos, quienes me convencieron de que mi pequeña Heliconia era mera fantasía. Necesitaba algo más sólido. La invención reemplazó a la alegoría. Con el estímulo de los hechos científicos, escenas completas de imágenes asociadas se acumularon en mi mente consciente. Las he desarrollado como mejor he podido. Cuando me encontraba ya muy alejado de mi concepción original —en el apastrón de mis primeras invenciones— descubrí que estaba expresando dualidades que eran tan relevantes para nuestro siglo como para Heliconia.
    No podía ser de otro modo. Pues las gentes de Heliconia, y la no-gente, las bestias, y otros personajes, nos interesan sólo como reflejos de nuestras preocupaciones y cuidados. Nadie quiere un pasaporte para una nación de babosas parlantes.
    De modo que te ofrezco este volumen para tu entretenimiento, esperando que encuentres más cosas con las que estar de acuerdo que en Life in the West, e incluso más cosas que te diviertan.

    Tu afectuoso padre

    BEGBROKE OXFORD


    ¿Por qué, de modo recurrente, tantos hechos heroicos caen en el olvido sin encontrar un altar en los monumentos perdurables de la fama? La respuesta, creo, es que este mundo es de reciente factura; su origen es un acontecimiento próximo, y no de remota antigüedad.
    Por esto aún ahora se están perfeccionando algunas artes: el proceso de desarrollo continúa. Sí; y no ha pasado mucho tiempo desde que se descubrió la verdad acerca de la naturaleza por primera vez; y yo mismo soy, aún ahora, el primero a quien le toca expresar esta revelación en nuestra lengua nativa...

    LUCRECIO, De Rerum Natura, 55 AC


    PRELUDIO
    Yuli


    Así fue como Yuli, hijo de Alehaw, llegó a un lugar denominado Oldorando, donde sus descendientes medrarían en los días mejores por venir.


    Yuli, virtualmente un adulto, tenía siete años cuando se agazapaba junto a su padre bajo una tienda de piel y miraba allá abajo la aridez de unas tierras conocidas ya entonces como Campannlat. Había despertado de un ligero sueño con el codo del padre en las costillas y la voz áspera diciendo: —Se acaba la tormenta.
    El vendaval había soplado desde el oeste durante tres días, trayendo nieve y partículas de hielo de las Barreras. Llenaba el mundo de aullante energía; lo transformaba en una oscuridad blanco-grisácea, como un vozarrón que ningún hombre podía resistir. El saliente en que habían instalado la tienda apenas la protegía contra lo peor de la tormenta; padre e hijo sólo podían quedarse donde estaban, bajo la piel, dormitando, masticando de vez en cuando un trozo de pescado ahumado, mientras la tormenta golpeaba alejándose por encima de ellos.
    Cuando el viento cesó, la nieve llegó en rachas, retorciéndose en torbellinos plumosos que se estremecían sobre el paisaje gris. Aunque Freyr estaba alto en el cielo —pues los cazadores se encontraban en el trópico— parecía colgar como un sol congelado. Arriba las luces ondulaban en sucesivos chales de oro cuyos flecos parecían tocar el suelo y cuyos pliegues se alzaban hasta desvanecerse en el cenit plomizo. Las luces eran débiles y no daban ningún calor.
    Tanto el padre como el hijo se irguieron instintivamente, se desperezaron y patearon el suelo con fuerza y agitaron violentamente los brazos contra los macizos toneles de los cuerpos. Ninguno habló. No había nada que decir. La tempestad había amainado. Aún tenían que esperar. Pronto, lo sabían, los yelks estarían allí. No tendrían que vigilar mucho tiempo.
    Aunque el suelo estaba roto, el hielo y la nieve cubrían todos los accidentes. Detrás de los dos hombres había terrenos más altos, también cubiertos por la alfombra blanca. Sólo en el norte había una fea oscuridad grisácea, allí donde el cielo bajaba como un brazo lastimado para encontrarse con el mar. Sin embargo, los ojos de los hombres estaban continuamente fijos en el este. Después de un rato de darse palmadas y golpear el suelo con los pies, cuando en el aire de alrededor flotó el nebuloso vapor del aliento de ambos, volvieron a esperar acomodándose bajo las pieles.
    Alehaw apoyó en la roca el codo velludo, y hundió el pulgar en el hueco de la mejilla izquierda, sosteniendo el peso del cráneo sobre el hueso zigomático y cubriéndose los ojos con cuatro dedos enguantados en pelo crespo.
    El hijo esperaba con menos paciencia. Se revolvía debajo de las pieles cosidas entre sí. Ni él ni su padre eran novatos en este tipo de cacería. Cazar osos en las Barreras era parte de la vida cotidiana, corno antes lo había sido para los padres de ellos. Pero el frío que venía de las huracanadas bocas de las Barreras los había empujado, juntamente con la enferma Onesa, hacia las temperaturas más suaves de las llanuras. Yuli se sentía, pues, inquieto y excitado.
    La madre enferma y la hermana, junto con la familia de la madre, se encontraban a algunas millas; los tíos se aventuraban esperanzados hasta el mar de hielo, llevando el trineo y las lanzas de marfil. Yuli se preguntaba cómo habrían capeado esa tempestad de días, si ahora estarían de banquete, cociendo pescado o trozos de carne de foca en la olla de bronce de la madre. Soñó el aroma de la carne en la boca, la áspera sensación mientras la grasa se le mezclaba con la saliva y él tragaba, el sabor... Algo le estalló en el vientre al pensarlo.
    —Allí, mira. —El codo del padre le golpeó el bíceps.
    Un alto frente nuboso, color de hierro, se elevó rápidamente en el cielo, oscureciendo a Freyr y derramando sombras sobre el paisaje. Todo era un borrón blanco e indefinido. Por debajo del farallón donde se encontraban, se extendía un gran río helado: el Vark, como había oído Yuli que lo llamaban. Estaba tan cubierto de nieve que nadie podía saber que era un río, si no caminaba sobre él. Hundidos hasta las rodillas en la escarcha, habían oído debajo un suave rumor. Alehaw se había detenido, introduciendo en el hielo el extremo afilado de la espada, y poniéndose el pomo en el oído, escuchando cómo el agua fluía oscura en algún lugar, más abajo. La costa opuesta del Vark estaba indicada vagamente por unos terraplenes, interrumpidos aquí y allá por marcas negras, con árboles caídos que la nieve cubría a medias. Más allá, sólo la tediosa llanura continuaba y continuaba, hasta una línea distinta de color castaño, bajo los hoscos chales del remoto cielo oriental.
    Entornando los ojos, Yuli miró y miró la línea. Por supuesto, su padre tenía razón. Su padre lo sabía todo. Sintió que el orgullo le henchía el corazón al pensar que era Yuli, el hijo de Alehaw. Los yelks se acercaban.
    Unos minutos más tarde aparecieron los animales de la primera línea, que avanzaban juntos en un frente amplio, precedidos por la ola que se levantaba cuando los cascos elegantes golpeaban la nieve. Avanzaban cabizbajos, y detrás venían más, y más, y más. A Yuli le pareció que los habían visto, a su padre y a él, y que se acercaban. Miró ansiosamente a Alehaw, que indicó cautela con un dedo.
    —Espera.
    Yuli tembló dentro de las pieles de oso. La comida se aproximaba, suficiente para alimentar a todas las criaturas y tribus a quienes Freyr y Batalix hubieran iluminado —o Wutra hubiera sonreído— alguna vez.
    Cuando los animales estuvieron más cerca, aproximándose firmemente a paso de hombre con prisa, trató de imaginar qué enorme era el rebaño. La mitad del paisaje estaba cubierta de animales en marcha, de pieles blancas y costadas, mientras las bestias continuaban asomando en el horizonte oriental. ¿Quién sabía qué había allí, qué misterios, qué terrores? Sin embargo, nada podía ser peor que el frío lacerante de las Barreras, y esa gran boca roja que Yuli había vislumbrado una vez entre las fugaces nubes desgarradas, eructando lava sobre la ladera humeante...
    Ahora era posible ver que aquella masa viviente de animales no era sólo un rebaño de yelks. En medio de ellos había unas bestias de mayor tamaño, que se erguían como rocas de cima redonda en una llanura móvil. El animal mayor parecía un yelk: el mismo cráneo largo con elegantes cuernos protectores, enroscados a cada lado, la misma greñuda crin sobre la piel gruesa y apelmazada, la misma giba en el lomo, cerca de la grupa. Pero se alzaban con una estatura una vez y media mayor que los yelks de alrededor. Eran los gigantescos biyelks, seres formidables capaces de llevar sobre el lomo a dos hombres a la vez, como le había dicho a Yuli uno de sus tíos.
    Un tercer animal los acompañaba. Eran los gunnadus; y Yuli les veía los cuellos que se alzaban en todas partes a los lados del rebaño. Mientras la masa de yelks se adelantaba con indiferencia, los gunnadus corrían excitados de aquí para allá, sacudiendo las pequeñas cabezas en el extremo de los largos cuellos. La característica más notable, un par de orejas enormes, se volvía hacia uno y otro lado, atendiendo a inesperadas alarmas. Era el primer animal bípedo que veía Yuli, dos enormes patas como pistones que impulsaban un cuerpo cubierto de pelo largo. El gunnadu era dos veces más rápido que el yelk o el biyelk; sin embargo, cada animal mantenía su puesto dentro del rebaño.
    Un trueno sordo, pesado y continuo señalaba la aproximación del rebaño. Desde donde estaban Yuli y el padre sólo era posible distinguir las tres especies si se sabía adonde mirar. Se fundían unas con otras bajo la melancólica luz veteada. El negro frente nuboso había avanzado más rápidamente que el rebaño, y ahora cubría por completo a Batalix: el bravo centinela no reaparecería durante varios días. Una arrugada alfombra de animales se extendía por el paisaje, y los movimientos de los individuos no eran más visibles que las distintas corrientes de un río turbulento.
    Una niebla cubría el rebaño, haciéndolo aún más indistinto. Era una niebla de calor, sudor, y pequeños insectos alados y voraces que sólo podían procrear al calor de los cuerpos de cascos nudosos.
    Respirando más rápido, Yuli miró de nuevo: Oh, las criaturas que iban delante estaban ya ante las costas del helado Vark. Se acercaban más y más; el mundo era un solo animal multitudinario e ineludible. Volvió la cabeza y echó a su padre una mirada inquisitiva. Alehaw advirtió el movimiento, pero continuó mirando al frente con los dientes apretados, entornando los ojos bajo las acusadas protuberancias de las cejas. —Silencio —ordenó.
    La marea viva alcanzó la ribera, fluyó por encima, se lanzó como una catarata al hielo escondido. Algunas criaturas, adultos torpes y pesados o jóvenes saltarines, tropezaron contra los troncos caídos, pateando furiosamente con las patas delgadas antes de ser atropellados por la presión del rebaño.
    Ahora se podían distinguir animales aislados. Tenían las cabezas gachas. Los ojos, orlados de blanco, miraban fijamente. Unos hilos de saliva verde y espesa colgaban de muchas bocas. El frío helaba el vapor de los ollares, esparciendo partículas de hielo sobre la piel del cráneo. La mayoría de las bestias se movía penosamente, con la piel cubierta de harto, sangre, excrementos, o colgando en tiras allí donde la habían desgarrado los cuernos de algún animal vecino.
    Los biyelks en particular, rodeados por las criaturas más pequeñas, alzando los enormes hombros de gruesa piel gris, caminaban con una especie de parsimoniosa incomodidad; revolvían los ojos cuando escuchaban los chillidos de los animales que caían, y comprendían que allá adelante los esperaba alguna especie de peligro amenazador, hacia el que era inevitable avanzar.
    La masa de animales cruzaba el río helado, salpicando nieve. El ruido llegaba claramente a los dos observadores; no sólo el rumor de los cascos sino también las respiraciones roncas, y el continuo coro de gruñidos y resoplidos, el roce de los cuernos contra los cuernos, y el chasquido de las orejas que se sacudían para ahuyentar las moscas persistentes.
    Tres biyelks pisaron a la vez el río helado. El hielo se rompió crujiendo como si chillara. Trozos de casi un metro de espesor afloraron a la superficie mientras los pesados animales caían hacia adelante. E1 pánico dominó a los yelks. Los que estaban sobre el hielo intentaron huir en todas direcciones. Muchos tropezaron y quedaron sepultados debajo de los demás. La grieta se alargó. E1 agua gris y embravecida se elevó en el aire. El río, rápido y frío, fluía, chocaba y se deshacía en espumas, como feliz de sentirse libre, y las bestias caían en él mugiendo, con las bocas abiertas.
    Nada podía detener a los animales. Eran una fuerza natural, como el río mismo. Continuaban avanzando, borrando del todo a los compañeros que caían, cerrando las filosas heridas abiertas en el Vark, tendiendo un puente de cuerpos amontonados, hasta alcanzar la orilla más próxima.
    Yuli se puso de rodillas y alzó la lanza de marfil, con los ojos brillantes. El padre lo retuvo tomándolo por el brazo.
    —Mira, tonto: phagors —dijo, echando a Yuli una mirada colérica y desdeñosa, mientras señalaba el peligro con la lanza.
    Yuli volvió a acomodarse en el suelo, agitado, tan asustado por la cólera del padre como por la idea de los phagors.
    El rebaño de yelks se apretujaba contra la saliente rocosa bramando a ambos lados. La nube de moscas y bichos, con aguijones que zumbaban encima de los animales, rodeaba ahora a Yuli y Alehaw. Y Yuli miró a través de este velo, intentando ver a los phagors. Al principio no vio a ninguno.
    Nada podía distinguirse sino la avalancha de seres vivos desgreñados, movidos por una compulsión que ningún hombre era capaz de comprender. Cubrían el río helado, las costas, el mundo gris hasta el remoto horizonte donde se ocultaba bajo las nubes pardas como una manta debajo de una almohada. Había cientos de miles de animales, y los mosquitos se cernían sobre ellos en una continua exhalación oscura.
    Alehaw retuvo a su hijo contra el suelo y le indicó con una ceja peluda un lugar a la izquierda. Ocultándose detrás de la piel que les servía de vivaque, Yuli miró. Dos gigantescos biyelks se movían hacia ellos. Los anchos hombros cubiertos de piel blanca estaban casi a la altura del saliente. Cuando Yuli apartó los mosquitos que tenía ante los ojos, la piel blanca se resolvió en phagors. Eran cuatro, dos en cada biyelk, aferrados a las crines de las monturas.
    Se preguntó cómo no los había visto antes. Aunque se confundían con las gigantescas monturas, mostraban la arrogancia de toda criatura que anda montada entre otras a pie. Se apretaban sobre los hombros de los biyelks, con las fantásticas cabezas vueltas hacia el terreno más alto, donde el rebaño se detendría a pastar. Los ojos les brillaban debajo de los cuernos curvados hacia arriba. De vez en cuando echaban un chorro de lecha blanca por la ranura de los poderosos ollares, para quitarse de encima los insectos molestos.
    Las cabezas torpes giraban sobre los cuerpos macizos, cubiertos de arriba abajo de largos pelos blancos. Las criaturas eran enteramente blancas, excepto los ojos, de un rosado rojizo. Montaban como si fueran parte de los biyelks. Detrás de ellos, un rústico bolso de piel, con palos y armas, se bamboleaba de un lado a otro. Ahora que Yuli había advertido la naturaleza del peligro, vio otros phagors. Sólo los privilegiados montaban. El individuo común iba a pie, a paso acompasado con el de los animales. Mientras miraba, tan tenso que ni siquiera se atrevía a apartar las moscas, Yuli vio un grupo de cuatro phagors que pasaban a pocos metros. No habría tenido dificultad en clavar la lanza entre los omóplatos del jefe, si Alehaw se lo hubiera ordenado.
    Yuli examinó con particular interés los cuernos. Aunque parecían lisos a la luz escasa, eran de bordes afilados, por dentro y por fuera, desde la base hasta la punta.
    Yuli deseaba tener uno de esos cuernos. Los cuernos de phagor eran utilizados como armas en las zonas más salvajes de las Barreras. Era por esos cuernos que los hombres educados de las ciudades distantes, al abrigo de la tempestad en sus guaridas, llamaban a los phagors la raza de dos filos.
    El primer ser de dos filos avanzaba intrépidamente. Le faltaba la articulación de la rodilla y caminaba de un modo poco natural, mecánicamente; y así venía recorriendo millas y millas. La distancia no era un obstáculo.
    El largo cráneo, profundamente enclavado entre los hombros, se inclinaba hacia adelante. En los brazos llevaba unas tiras de cuero que sostenían unos cuernos con puntas de metal, para alejar a los animales que se acercaran demasiado. No tenía encima más armas; pero en el bulto que transportaba un yelk próximo había lanzas y un arpón. Algunos animales también cargaban equipaje de los phagors del grupo.
    Detrás del jefe había otros dos machos —eso le pareció a Yuli— seguidos por una hembra phagor. Era de constitución más delicada y traía una especie de bolso sujeto a la cintura. Las ubres rosadas se balanceaban entre el largo pelaje blanco. Un niño phagor iba montado a hombros, incómodamente aferrado al cuello, y con la cabeza apoyada en la de la madre. Tenía los ojos cerrados. La hembra caminaba automáticamente, corno deslumbrada. No se podía saber cuántos días había estado andando con los demás, o desde qué distancia.
    Y había más phagors, en los flancos de la tropa. Los animales no reparaban en ellos: los aceptaban, como aceptaban a los insectos, porque no había alternativa.
    El tamborileo de los cascos era punteado por la respiración fatigosa, las toses, el viento. Otro sonido se elevó. La lengua del phagor que encabezaba el grupo vibró emitiendo una especie de zumbido o gruñido, un áspero ruido de tono variable, quizá destinado a alentar a los tres que lo seguían. El ruido aterrorizó a Yuli. Luego se desvaneció, como los phagors mismos. Pasaron más animales, y también otros phagors, sin que ningún obstáculo los detuviera. Yuli y su padre se quedaron donde estaban, escupiendo insectos de vez en cuando, esperando el momento de atacar y conseguir la carne que tanto necesitaban.
    Antes del ocaso, el viento se alzó otra vez, soplando como antes desde los helados picos de las Barreras, sobre los rostros del ejército migratorio. Los phagors avanzaban con las cabezas bajas, los ojos entornados. Unos largos hilos de saliva les brotaban de las comisuras de los labios y se les congelaban sobre los hombros como se congela la grasa arrojada al hielo.
    La atmósfera era de hierro. Wutra, el dios de los cielos, había retirado los chales de luz, envolviendo en nubes sus dominios. Quizás había perdido otra batalla.
    Por debajo de esta oscura cortina, Freyr alcanzó el horizonte y al fin se hizo visible. Las nubes se desgarraron y revelaron al centinela, que fulguró en un escenario de cenizas doradas. Brillaba animosamente sobre la desierta inmensidad, pequeño y ardiente, con un disco que era apenas la tercera parte del disco de la estrella compañera, Batalix. Sin embargo, Freyr daba más luz.
    Se hundió en el eddre del suelo y desapareció.
    Era el tiempo de la media luz, que predominaba en el verano y en el otoño, y quizás lo único que diferenciaba esas estaciones de otras aún más crueles. La media luz difundía una borrosa penumbra en el cielo nocturno. Sólo durante el Año Nuevo, Batalix y Freyr salían y se ponían juntos. Por el momento llevaban vidas solitarias, y se ocultaban frecuentemente detrás de las nubes, el humo fluctuante de las guerras de Wutra.
    Observando cómo el día se convertía en media luz, Yuli previo que pronto llegarían las fuertes neviscas. Recordó una canción en antiguo olonets, la lengua de la magia, las cosas pasadas y las ruinas rojas; la lengua de las catástrofes, las bellas mujeres, los gigantes y los manjares; la lengua del ayer inaccesible. La canción se cantaba ahora en las estrechas cavernas de las Barreras:

    Entristecido, Wutra echa a Freyr a rodar y a nosotros al mar,

    Como en respuesta al cambio de luz, un estremecimiento general sacudió la masa de los yelks, que se detuvieron. Gruñendo, se acomodaron sobre el suelo pisoteado, metiendo las patas debajo del cuerpo. Para los enormes biyelks esta maniobra era imposible. Se durmieron donde estaban, con las orejas volcadas sobre los ojos. Algunos phagors se agruparon, buscando compañía, y otros se echaron con indiferencia al suelo y durmieron donde caían, con la espalda apoyada en el flanco de los yelks.
    Todo dormía. Las dos figuras tendidas en el saliente de roca se echaron las pieles sobre las cabezas, y soñaron hambrientos, escondiendo el rostro entre los brazos replegados. Sólo velaba la neblina de insectos que picaban y chupaban.
    Los seres que eran capaces de soñar se debatían en los enmarañados espejismos de la media luz.
    En general, el panorama falto de sombras y de un nivel constante de sufrimiento, podía parecerle a cualquiera que lo observara por primera vez no tanto un mundo como un sitio que aún no había sido formalmente creado.
    En ese momento de quietud hubo en el cielo un movimiento apenas más enérgico que el despliegue de la aurora poco antes suspendida sobre la escena. Un childrim solitario vino desde el mar, atravesando el aire a pocos metros por encima de la masa postrada. Parecía ser sólo una gran ala, roja corno las brasas de un fuego agonizante, moviéndose con ritmo letárgico. Cuando pasó por encima de los yelks, las bestias se agitaron y jadearon. Sobrevoló la roca donde estaban los dos humanos, y Yuli y su padre se agitaron y jadearon, como los yelks, viendo extrañas visiones en sueños. Luego la aparición se desvaneció, volando hacia las montañas del sur, dejando una estela de chispas rojas que morían en la atmósfera como reflejos de ellas mismas.
    Un rato más tarde, los animales despertaron y se levantaron. Sacudiendo las orejas, que sangraban por las atenciones de los insectos, reiniciaron la marcha. Iban con ellos los biyelks y los gunnadus, dispersos aquí y allá. Y los phagors. Los dos humanos se incorporaron y vieron cómo se alejaban.
    El gran avance continuó todo el día siguiente. Unas ráfagas furiosas cubrían de nieve los animales. Hacia la noche, cuando el viento impulsaba las desgarradas nubes por el cielo y en el frío había un filo sibilante, Alehaw avistó la retaguardia del rebaño.
    No era tan compacta corno la vanguardia. Los animales rezagados se extendían a lo largo de varias millas; algunos cojeaban, otros tosían penosamente. A un lado se arrastraban unos largos seres peludos, con el vientre pegado al suelo, que esperaban la oportunidad de morder una pata y derribar una víctima.
    Los últimos phagors pasaron junto al saliente. Iban montados, ya fuera porque temían a los escurridizos carnívoros o porque la marcha era difícil sobre el suelo cubierto de desechos. Alehaw se levantó entonces, indicando a su hijo que lo imitara. Se pusieron de pie, echando mano a las armas, y se deslizaron hacia el nivel inferior.
    —Muy bien —dijo Alehaw.
    La nieve estaba sembrada de animales muertos, sobre todo junto a las costas del Vark. Unos cuerpos ahogados taponaban la grieta del hielo. Las criaturas que habían tenido que echarse allí se habían congelado mientras descansaban y eran el núcleo rojo e irreconocible de unos grandes trozos de hielo.
    Feliz de poder moverse, Yuli corrió, saltó y gritó. Lanzándose al río helado, se deslizó peligrosamente pisando el hielo roto, riendo y moviendo los brazos. El padre le ordenó vivamente que volviera.
    Alehaw señaló algo entre los trozos de hielo. Unas sombras negras se movían, borrosamente visibles, definidas en parte por estelas de burbujas. Se abrían paso a través de la capa de hielo hasta el festín preparado para ellas, enrojeciendo el líquido turbio en que nadaban.
    Otros depredadores venían por el aire: unas grandes aves se acercaban desde el este y el norte sombrío. Descendían aleteando pesadamente, y los ornados picos atravesaban el hielo hasta la carne sepultada. Mientras devoraban, clavaban en el cazador y en su hijo unos fríos ojos de ave.
    Alehaw no perdió tiempo con ellas. Ordenándole a Yuli que lo siguiese, fue hacia el punto donde el rebaño había tropezado con los árboles caídos, gritando y blandiendo la lanza para asustar a las aves de presa. Allí los animales muertos eran fácilmente accesibles. Aunque habían sido pisoteados, una parte de la anatomía —el cráneo— estaba intacta. Sólo de ella se ocupaba Alehaw. Abría las mandíbulas muertas con la hoja del cuchillo, y cortaba diestramente las lenguas gruesas. La sangre le fluía por las muñecas hasta la nieve.
    Mientras tanto, Yuli trepaba a los árboles y arrancaba las ramas rotas. Junto a un tronco caído limpió de nieve el suelo con los pies preparando un lugar protegido donde encender un pequeño fuego. Envolvió una rama aguzada en la cuerda del arco, y la hizo girar. La rama empezó a echar humo. Yuli sopló suavemente hasta que brotó una llamita como las que había visto muchas veces bajo el mágico aliento de Onesa. Cuando el fuego creció, puso encima la olla de bronce; la llenó de nieve y agregó sal de un bolso de cuero que traía entre las pieles. Todo estaba listo cuando apareció su padre con siete lenguas viscosas entre las manos y las dejó caer en la olla.
    Cuatro para Alehaw, tres para Yuli. Comieron con gruñidos de satisfacción. Yuli esperaba que su padre lo mirase para sonreírle y mostrarle qué contento estaba, pero Alehaw comía con el ceño fruncido y los ojos fijos en el suelo pisoteado.
    Aún había trabajo pendiente. Antes de terminar de comer, Alehaw se puso de pie y dispersó las brasas rojas a puntapiés. Las aves merodeadoras se elevaron un momento, y luego continuaron con su festín. Yuli vació la olla de bronce y la sujetó al cinturón.
    Subieron casi hasta el punto donde el gran rebaño migratorio había alcanzado el límite occidental. En las tierras altas, los animales buscarían los líquenes debajo de la nieve, y pastarían los musgos verdes y altos en los lindes del bosque de alerces. En una meseta baja algunos animales terminarían la gestación y procrearían.
    A la grisácea luz diurna, Alehaw y su hijo llegaron a una milla de esta meseta. Vieron a la distancia grupos de tres o más cazadores que se encaminaban hacia el mismo sitio; cada grupo ignoraba deliberadamente a los demás. Sólo ellos no eran más que dos, observó Yuli. Así pagaban la desgracia de no provenir de la llanura sino de las Barreras. Para ellos todo era más difícil.
    Caminaban, inclinados, cuesta arriba. El camino estaba sembrado de rocas, allí donde un antiguo mar se había retirado ante la invasión del frío; pero ellos nada sabían de ese asunto, ni les importaba. A Alehaw y a su hijo sólo les importaba el presente.
    Se quedaron al borde de la meseta, mirando hacia adelante, protegiéndose los ojos contra el aire helado. La mayor parte del rebaño había desaparecido. Los grupos aún en marcha sólo habían dejado atrás un olor acre, y a los animales que se reproducían.
    Entre estos predestinados individuos no sólo había yelks, sino delicados gunnadus y macizos biyelks. Tendidos en el suelo, cubrían una extensa zona, muertos o moribundos, a veces con los flancos estremecidos. Otro grupo de cazadores se acercaba entre los animales agonizantes. Gruñendo, Alehaw señaló a un lado, y marchó con su hijo hasta un monte de pinos, donde había unos pocos yelks. Yuli observó cómo Alehaw mataba a la bestia inerme, que ya se abría paso hacia el mundo gris de la eternidad.
    Como su monstruoso primo, el biyelk, y como el gunnadu, el yelk era un necrógeno, que sólo se reproducía al morir. Los animales eran hermafroditas, y a veces machos, y a veces hembras, demasiado toscos para contener los sistemas propios de los mamíferos, como el ovario o 1a matriz. Luego de la fecundación, el esperma se desarrollaba en el cálido interior en pequeñas formas larvales que crecían mientras devoraban el vientre materno.
    En cierto momento, las larvas yelk llegaban a una arteria mayor. Entonces se esparcían como semillas al viento, y el animal huésped no tardaba en morir. Esto ocurría invariablemente cuando los grandes rebaños llegaban a la meseta, el límite occidental de la tierra de los yelks. Así había ocurrido durante edades incontables.
    Mientras Alehaw y Yuli estaban junto a la bestia, el estómago se desinfló como un bolso viejo. El animal movió la cabeza y murió. Alehaw clavó la lanza al modo ceremonial. Los dos hombres se dejaron caer de rodillas en la nieve y abrieron con los cuchillos el vientre del yelk.
    Dentro estaban las larvas, no mayores que la uña de un dedo, a veces tan diminutas que era difícil verlas, pero de sabor delicioso, y además muy nutritivas. Ayudarían a que Onesa se recuperase. Morían en contacto con el aire helado. Libradas a sí mismas, las larvas se desarrollaban bajo la piel del animal huésped. Dentro de ese pequeño universo oscuro, no vacilaban en devorarse unas a otras, y eran muchos los combates que se libraban en la aorta y en las arterias del mesenterio. Las sobrevivientes pasaban por sucesivas metamorfosis, creciendo en tamaño y disminuyendo en número. Finalmente, dos, o quizá tres yelks de rápidos movimientos emergían por la garganta o el ano y se enfrentaban al famélico mundo exterior. Esto ocurría justo a tiempo de evitar que los rebaños los pisotearan hasta la muerte mientras se reunían en la meseta para la migración de regreso, hacia la lejana Chalce, en el noreste.
    Unos gruesos pilares de piedra salpicaban la meseta, entre los animales que morían y procreaban a la vez. Habían sido levantados por una raza anterior de hombres. En cada pilar había un sencillo dibujo labrado: un círculo, o una rueda, con un círculo menor en el centro. Desde el círculo menor partían hacia afuera dos radios curvos y opuestos. Ninguno de los presentes en aquella meseta labrada por el océano, cazador o animal, prestaba la menor atención a esos pilares decorados.
    Yuli estaba embelesado con la presa. Cortó tiras de piel y las entretejió haciendo un saco rústico en el que metió las larvas de yelk. Mientras tanto, el padre disecaba el cuerpo: todos los trozos eran útiles. Construiría un trineo con los huesos más largos, sujetándolos con tiras de cuero. Un par de cuernos haría las veces de patines y los ayudaría a empujar el pesado trineo de vuelta hasta la casa. Porque el pequeño vehículo iría cargado con apretados trozos de carne del lomo y las costillas de la bestia, cubierto todo con el resto de la piel.
    Ambos trabajaban juntos, gruñendo por el esfuerzo, con las manos rojas y el aliento elevándose sobre ellos en una nubecilla, donde se reunían los mosquitos.
    De repente, Alehaw lanzó un grito terrible, cayó hacia atrás e intentó echar a correr.
    Yuli miró en torno, aterrorizado. Tres grandes phagors blancos habían salido de entre los pinos y estaban sobre ellos. Dos atacaron a Alehaw mientras se incorporaba y lo derribaron a palos sobre la nieve. El otro se precipitó contra Yuli, que gritó y rodó a un lado, eludiendo el golpe.
    Habían olvidado por completo el riesgo de los phagors, y se habían descuidado. Mientras giraba, saltaba y evitaba el garrote, Yuli vio a los cazadores vecinos: se atareaban tranquilamente con un yelk moribundo, como él y su padre un momento antes. Tan decididos estaban en concluir su tarea, construir sus trineos y partir —tan próximos estaban a morir de inanición— que siguieron trabajando, de vez en cuando volviéndose apenas hacia la pelea. La historia habría sido distinta si hubieran sido parientes de Alehaw y Yuli. Pero eran hombres de la llanura, extraños y hostiles. Yuli les gritó pidiendo ayuda, sin resultado. Uno de ellos arrojó a los phagors un hueso sanguinolento. Eso fue todo.
    Esquivando los golpes, Yuli echó a correr, resbaló y cayó. El phagor aulló. Yuli quedó en una posición instintivamente defensiva, apoyado en una pierna. Cuando el phagor saltó sobre él, Yuli alzó el cuchillo por debajo del brazo y lo hundió en el ancho vientre del atacante. Vio con disgusto y asombro cómo el brazo desaparecía entre el duro pelaje hirsuto, que se cubría inmediatamente de sangre espesa y dorada. Luego el cuerpo cayó y Yuli rodó por el suelo; rodó alejándose del peligro, en busca de cualquier protección posible, hasta llegar jadeando al costillar del yelk muerto; desde allí miró el mundo que de pronto era un mundo inamistoso.
    El phagor había caído al suelo. Ahora se incorporaba, con las enormes manos córneas apretadas contra la mancha dorada del vientre, dando unos pasos vacilantes, gritando: —Aoh, aoh, aohhh, aohhh. — Cayó de cabeza y no volvió a moverse.
    Más allá, Alehaw yacía tendido en la nieve; pero los dos phagors lo recogieron y uno de ellos lo cargó sobre los hombros. La pareja miró alrededor; vieron al compañero caído, cambiaron una mirada, gruñeron, volvieron la espalda a Yuli, y empezaron a alejarse.
    Yuli se incorporó. Descubrió que las piernas le temblaban dentro de los pantalones de cuero. No sabía qué hacer. Aturdido, esquivó el cuerpo del phagor que él había matado —cómo se jactaría ante la madre y los tíos— y corrió hasta el lugar de la pelea. Recogió la lanza, titubeó, y recogió también la lanza de su padre. Luego se puso a seguir a los phagors.
    Avanzaban trabajosamente cuesta arriba, inclinados bajo la pesada carga. Pronto advirtieron que el muchacho los seguía, y se dieron vuelta una y otra vez, sin demasiado Interés, tratando de ahuyentarlo con amenazas y gestos. Era evidente que no les parecía digno de que gastaran en él una lanza.
    Cuando Alehaw recobró el sentido, los dos phagors se detuvieron, lo pusieron de pie y a golpes lo obligaron a caminar entre ellos. Emitiendo una serie de silbidos, Yuli hizo saber a su padre que estaba cerca; pero cada vez que el hombre más viejo intentaba mirar por encima del hombro, uno de los phagors le asestaba un golpe que lo hacía tambalear.
    Los phagors alcanzaron poco a poco a un grupo de su propia especie: una hembra y dos machos. Uno de los machos era viejo y caminaba con un palo tan alto como él, sobre el que se apoyaba pesadamente mientras ascendía. De vez en cuando, resbalaba en las pilas de excrementos de los yelks.
    Al fin los excrementos desaparecieron y también el hedor. El rebaño migratorio no había pasado por allí. El viento había amainado; en la ladera crecían abetos. Varios grupos de phagors subían trepando. Muchos se doblaban bajo los cuerpos muertos de los yelks. Y detrás de ellos, un ser humano de siete años, con el corazón amedrentado, trataba de no perder de vista a su padre.
    El aire se tornó pesado y denso, como por un hechizo. Los árboles se apretaban, el paso era más lento y los phagors se veían obligados a agruparse. Las lenguas córneas emitían un sonido áspero y el canto resonaba con fuerza; era un zumbido que en ocasiones ascendía en un ardiente crescendo y luego descendía. Yuli, aterrorizado, se retrasó un poco más, corriendo de un árbol a otro.
    No podía comprender por qué Alehaw no se libraba de sus captores y corría ladera abajo; entonces podría recuperar su lanza, y los dos juntos, espalda contra espalda, matarían a todos los phagors. Pero el padre seguía cautivo, y ahora era una figura delgada que se perdía entre las figuras apretadas en la penumbra, bajo los árboles.
    El canto zumbante se elevó ásperamente y murió. Una luz verdosa y ahumada brillaba enfrente, anunciando una nueva crisis. Yuli se deslizó agazapado hasta el próximo árbol. Delante había una construcción de algún tipo, con una puerta doble entreabierta. Se veía luz. Los phagors gritaban y la puerta se abrió más. Se vio que la luz venía de una antorcha que alguien sostenía.
    —¡Padre, padre! —gritó Yuli—. ¡Corre, padre! ¡Estoy aquí!
    No hubo respuesta. En la confusión acrecentada por la luz, era imposible ver si Alehaw había sido empujado puertas adentro. Uno o dos phagors se volvieron con indiferencia hacia Yuli y lo amenazaron sin animosidad.
    —Ve a gritar al viento —dijo uno en olonets. Sólo querían esclavos adultos.
    La última robusta figura entró en la vivienda. Con nuevos gritos, las puertas se cerraron. Yuli corrió hasta ellas y golpeó los burdos maderos, dando voces, hasta que oyó dentro un cerrojo que caía. Se quedó allí largo rato, con la frente apoyada en la puerta, incapaz de aceptar lo que había ocurrido.
    Las puertas estaban instaladas en una fortificación de grandes bloques de piedra sencillamente apilados unos sobre otros y cubiertos de largos colgajos de musgo. La construcción era sólo la entrada de una de las cavernas subterráneas donde, como Yuli sabía, habitaban los phagors. Eran criaturas indolentes, y preferían que los humanos trabajaran para ellos.
    Durante un rato merodeó ante las puertas y luego subió la empinada ladera hasta que encontró lo que esperaba encontrar. Era una chimenea, tres veces más alta que él, y de considerable circunferencia. Pudo trepar fácilmente pues la chimenea se iba adelgazando hacia la cima y entre los bloques de piedra, toscamente superpuestos, había huecos que permitían apoyar el pie. Las piedras no estaban tan frías como Yuli hubiera esperado, ni cubiertas de escarcha.
    En la parte superior se asomó imprudentemente al borde, y en el acto se echó atrás de modo que perdió pie y cayó. Aterrizó sobre el hombro izquierdo y rodó en la nieve.
    Había recibido una bocanada de aire caliente y fétido, mezclado con humo de leña y exhalaciones rancias. La chimenea era el tubo de ventilación de los cubiles de los phagors, debajo del suelo. No podía entrar por esa vía. Estaba encerrado fuera, y había perdido a su padre para siempre.
    Se sentó miserablemente en la nieve. Tenía los pies cubiertos de pieles atadas a lo largo de las piernas. Llevaba un par de pantalones y una túnica forrada de piel de oso, cosida por su madre. Y como abrigo adicional tenía una parka con capucha. Onesa, en un momento en que se sentía mejor, había decorado la parka con tres franjas de piel blanca, de conejo de las nieves, en cada hombro, y unas cuantas rojas y azules en el cuello. A pesar de esto, Yuli tenía un aspecto deplorable, con las ropas manchadas de grasa y barro, que olían fuertemente a Yuli. El rostro, de piel trigueña cuando estaba limpio, tenía marcas oscuras de suciedad, y el pelo le caía desgreñado sobre las sienes y el cuello. Tenía una nariz achatada, que empezó a frotar, y una boca ancha y sensual, que empezó a fruncir, revelando un diente delantero roto mientras se echaba a llorar y golpeaba la nieve.
    Un rato más tarde se puso de pie y caminó entre los solitarios alerces, arrastrando la lanza del padre. La alternativa era volver sobre sus pasos y tratar de regresar al lado de la madre enferma, si lograba encontrar el camino a través del desierto helado.
    Recordó además que estaba hambriento.
    Sintiéndose desesperadamente abandonado, hizo un gran alboroto ante las puertas cerradas. No hubo ninguna respuesta. Empezó a nevar, lenta pero incesantemente. Se quedó un instante con los puños alzados por encima de la cabeza. Escupió contra los maderos. Eso para su padre. Lo odiaba por ser tan débil. Recordó todos los golpes que había recibido de su mano. ¿Por qué no había golpeado a los phagors?
    Por último se volvió y echó a caminar entre la nieve que caía, cuesta abajo.
    Arrojó la lanza del padre contra un arbusto.
    Combatiendo contra la fatiga, el hambre lo llevó hasta el Vark. Las esperanzas se le disiparon en pocos segundos. No quedaba un yelk muerto sin devorar. Los depredadores habían venido de todas direcciones, y cada uno se había llevado su ración de carne. Sólo quedaban pieles y huesos desnudos junto al río. Aulló de furia y decepción.
    La superficie del río estaba escarchada, y había nieve sobre el hielo sólido. La apartó con el pie y miró hacia abajo. Los cuerpos de algunos animales estaban aún dentro del hielo. Vio una cabeza de yelk que se movía inerte en la oscura corriente inferior. Unos peces grandes le devoraban los ojos.
    Trabajando arduamente con la lanza y un cuerno afilado, Yuli perforó un agujero en el hielo, lo agrandó y aguardó, con la lanza preparada. Unas aletas resplandecieron en el agua. Arrojó el arma. Un pez brillante, con manchas azules, boqueaba sorprendido en la punta de la lanza. Era tan largo como las dos manos abiertas de Yuli, puestas pulgar contra pulgar. Lo asó sobre un fuego pequeño, y tenía buen sabor. Yuli eructó y durmió una hora, apoyado en un tronco. Luego inició el viaje al sur, por el sendero que la migración casi había borrado.
    Freyr y Batalix cambiaron de guardia en el cielo, como correspondía, y Yuli seguía caminando: única figura que se movía en el desierto.
    —Madre —gritó a su esposa el viejo Hasele, antes de llegar a la cabaña—. Mira, madre, lo que he encontrado en los Tres Arlequines.
    Su arrugada y vieja mujer, Lorel, coja de nacimiento, renqueó hasta la puerta, sacó la nariz al aire glacial y respondió: —No importa qué hayas encontrado. Hay gente de Pannoval que te espera para negociar.
    —¿Pannoval, eh? Aguarda a que vean lo que he encontrado en los Tres Arlequines. Necesito ayuda, madre. Ven, no hace demasiado frío. Malgastas tu vida, siempre metida en casa.
    La casa era sumamente rústica: pilas de rocas, algunas más altas que un hombre, entremezcladas con tablas y maderos, y techo de pieles sobre el que crecía la hierba. Los intersticios habían sido rellenados con líquenes y barro, para evitar que el viento se colara en el interior, y las paredes estaban apuntaladas en distintos lugares con palos y troncos, de modo que el conjunto se parecía mucho a un puercoespín muerto. A la estructura original se habían agregado habitaciones adicionales, con el mismo espíritu de improvisación. Unas chimeneas de bronce se erguían contra el cielo agrio, humeando suavemente. En algunas habitaciones se secaban las pieles y los cueros que en otras se vendían. Hasele era trampero y comerciante, y había logrado ganarse la vida con suficiente eficacia para tener ahora, en sus últimos años, una esposa y un trineo tirado por tres perros.
    La casa de Hasele estaba encaramada en una estribación baja que se curvaba hacia el este a lo largo de varias millas. En esa estribación había muchas rocas, algunas hendidas, otras apiladas, que daban abrigo a pequeños animales, y era por lo tanto un excelente terreno de caza para el viejo trampero, menos dispuesto que en su juventud a alejarse demasiado. Había puesto nombre a algunas de las acumulaciones de rocas más monumentales, como los Tres Arlequines. Allí excavaba en los depósitos de sal, extrayendo la que necesitaba para curar las pieles.
    Piedras menores cubrían la ladera, y sobre ellas, en el lado este, se alzaban unos conos de nieve, cuyo tamaño variaba según la naturaleza de las rocas, y que señalaban con precisión la dirección del viento, que venía de las lejanas Barreras en el oeste. Una vez, en días más favorables, allí se habían extendido unas playas desaparecidas mucho tiempo atrás, la costa norte del continente de Campannlat.
    Al este de los Tres Arlequines crecía un pequeño macizo de arbustos espinosos, que aprovechaban la protección del granito para echar de vez en cuando alguna hoja verde. El viejo Hasele apreciaba mucho estas hojas, que utilizaba en la olla, y había colocado trampas en torno de los arbustos, para alejar a los animales. Allí había encontrado al joven, inconsciente, enredado en las ramas espinosas, y a quien arrastraba ahora, con la ayuda de Lorel, al santuario ahumado de la cabaña.
    —No es ningún salvaje —comentó Lorel con admiración—. Mira esta parka, adornada con cuentas rojas y azules. Son bonitas, ¿verdad?
    —Eso no importa ahora. Haz que tome un poco de sopa, madre.
    Así lo hizo ella, dando golpecitos en la garganta del muchacho hasta que él tragó, tosió, se incorporó y pidió más, susurrando. Lorel siguió alimentándolo mientras le miraba compungida las mejillas, los ojos y oídos hinchados por incontables picaduras de insectos, y la sangre que había goteado y se había apelmazado en el cuello. El muchacho tomó más sopa, gimió y volvió a caer en la inconsciencia. Ella lo sostuvo, pasándole un brazo por debajo de la axila, meciéndolo y recordando una antigua felicidad a la que ya no podía dar nombre.
    Cuando buscó culpablemente a Hasele con la mirada, advirtió que él había salido de la habitación, a ocuparse de sus negocios con los hombres de Pannoval.
    Suspirando, soltó la cabeza oscura del muchacho y siguió a su marido. Estaba bebiendo licor con los dos comerciantes, hombres de gran talla. Las parkas humeaban en el calor. Lorel tiró de la manga de Hasele.
    —Quizá estos dos caballeros quieran llevar al joven enfermo que has encontrado hasta Pannoval. Nosotros no podemos darle de comer. Ya pasamos hambre solos. Pannoval es rica.
    —Déjanos, madre. Estamos haciendo negocios —dijo Hasele, en tono señorial.
    Lorel salió cojeando por la puerta trasera y miró cómo el phagor cautivo, arrastrando sus cadenas, metía a los perros en las perreras. Miró por encima de la espalda encorvada el pétreo paisaje gris que se extendía millas y millas y se confundía con el cielo desolado. El joven había venido desde algún punto de ese desierto. Quizá una o dos veces por año una o dos personas llegaban tambaleándose del desierto de hielo. Lorel jamás había tenido una impresión clara acerca del sitio de donde venían, ya que del otro lado del desierto había unas montañas aún más heladas. Uno de esos fugitivos había hablado balbuceando de un mar helado que era posible cruzar. Lorel trazó el círculo sagrado sobre sus pechos secos.
    En su juventud le había molestado no tener una imagen clara del mundo. En una ocasión se había abrigado y había salido a mirar hacia el norte desde lo alto de las colinas. Los childrims volaban sacudiendo las alas solitarias, y ella había caído de rodillas con la deslumbrante imagen de una sagrada multitud que remaba impulsando la gran rueda chata del mundo, hacia un sitio donde no siempre soplaba el viento ni siempre caía la nieve. Y luego había regresado a la casa llorando, con odio, por la esperanza que los childrims le habían traído.
    Aunque el viejo Hasele había alejado a su mujer con un ademán señorial, había tomado buena cuenta, como siempre, de lo que ella había dicho. Cuando el trato con los dos hombres de Pannoval se cerró al fin, y una pila de objetos preciosos —hierbas, especias, fibras de lana y harina— equilibró el peso de las pieles que los hombres cargarían en el trineo, Hasele preguntó si llevarían consigo al joven enfermo de vuelta a la civilización. Mencionó que tenía una buena parka con adornos, y que por tanto —sólo era una posibilidad— quizás fuera una persona de importancia, o por lo menos el hijo de alguien importante.
    Hasele se sorprendió cuando le respondieron que de buena gana llevarían al joven. Necesitarían una piel de yelk más, para cubrirlo y compensar los mayores gastos. Hasele murmuró un rato, y luego accedió satisfecho. No podría alimentarlo, si el joven vivía; y si moría... No le gustaba alimentar a los perros con restos humanos, ni la costumbre nativa de la momificación de los muertos en la intemperie helada.
    —Trato hecho —dijo, y fue en busca de la peor piel que pudiera encontrar.
    Ahora el joven estaba despierto. Había aceptado un poco más de sopa y una pata de conejo de las nieves. Cuando oyó entrar a los hombres, se echó atrás con los ojos cerrados y una mano oculta en la parka.
    Ellos lo miraron distraídamente, y se volvieron. Se proponían cargar el trineo con sus nuevas propiedades, hacerse atender unas horas por Hasele y la mujer, emborracharse, dormir la borrachera, y emprender el difícil viaje a Pannoval, en el sur.
    Así se hizo. El licor de Hasele se consumió ruidosamente. E incluso los ronquidos fueron ruidosos cuando los hombres se durmieron sobre un montón de pieles. Y Lorel atendió secretamente a Yuli, lo alimentó, le lavó la cara, le alisó los espesos cabellos, lo abrazó.
    Al comienzo de la media luz, cuando Batalix estaba en el horizonte, se llevaron a Yuli y él fingió que todavía estaba inconsciente mientras los hombres lo subían al trineo y hacían restallar los látigos, frunciendo el ceño para sacar fuerzas del frío atenazador, y partían de prisa.
    Esos dos hombres, que llevaban una vida dura, robaban a Hasele y a cualquier otro trampero que visitaran, tanto como los tramperos consentían en dejarse robar, sabiendo que a su vez serían robados y estafados cuando revendiesen las pieles. El engaño era sólo una técnica de supervivencia, como la de abrigarse con cuidado. El sencillo plan de estos hombres consistía en degollar al recién adquirido inválido apenas estuvieran fuera de la vista de la destartalada casa de Hasele, tirar el cuerpo al ventisquero más próximo, y ocuparse de que sólo la parka, tan bien adornada, y quizá la túnica y los pantalones, llegaran al mercado de Pannoval.
    Detuvieron los perros y frenaron el trineo. Uno de ellos preparó una brillante daga de metal y se volvió hacia la figura postrada.
    En ese momento, la figura postrada se levantó con un grito, arrojó sobre la cabeza del hombre la piel que lo cubría, le dio una feroz patada en el estómago y corrió furiosamente en zigzag para evitar una posible lanza.
    Cuando consideró que estaba suficientemente lejos, se volvió, al amparo de una roca gris, para ver si lo seguían. El trineo ya había desaparecido a la escasa luz. No había rastros de los hombres. No se oía ningún sonido, excepto el silbido del viento del oeste. Estaba solo en ese yermo glacial, unas horas antes de la salida de Freyr.
    El horror se apoderó de Yuli. Después de que los phagors llevaran a su padre a los cubiles subterráneos, había errado en el desierto durante días incontables, enceguecido por la falta de sueño y el frío, y hostigado por los insectos. Se había extraviado por completo, y sentía la muerte cerca cuando cayó entre los espinos.
    Un poco de comida y descanso le habían devuelto rápidamente la salud. Había permitido que los dos hombres lo cargaran en el trineo no tanto porque confiara en ellos —de ningún modo era así— sino porque ya no podía soportar a esa vieja que insistía en tocarlo de un modo que le disgustaba.
    Y ahora, después de ese breve interludio, estaba nuevamente en el desierto, con un viento bajo cero que le pellizcaba las orejas. Pensó una vez más en su madre, Onesa, y en lo enferma que estaba. Cuando la vio por última vez ella tosía, y tenía en los labios una espuma sanguinolenta. Le había echado una mirada espectral mientras él partía con Alehaw. Yuli sólo ahora comprendía qué significaba espectral: ella no esperaba volver a verlo. Y si era ya un cadáver, de nada valía que él intentase volver.
    Entonces, ¿qué?
    Sólo había una posibilidad de sobrevivir.
    Se puso de pie, y con un trote sostenido siguió las huellas del trineo.
    Siete grandes perros con cuernos de los llamados asokins tiraban del trineo. La perra que mandaba en el grupo se llamaba Garrona. Colectivamente se los conocía como «el tiro de Garrona». Descansaban diez minutos cada hora; cada dos períodos de descanso recibían el pescado seco y maloliente que se guardaba en un saco. Luego este saco era colocado junto al trineo, y los dos hombres se echaban en él.
    Yuli comprendió pronto esta rutina. Se mantuvo prudentemente alejado. Incluso cuando el trineo no estaba a la vista, si no había viento, alcanzaba a percibir el olor de los hombres y los perros. A veces se acercaba para ver cómo se hacían las cosas. Quería saber cómo manejar por sí mismo un tiro de perros.
    Después de tres días de marcha continua, en que se concedieron a los asokins descansos más largos, llegaron a casa de otro trampero: una pequeña fortificación de madera, decorada con cornamentas de animales salvajes. Había hileras de pieles secándose al aire. Los hombres permanecieron allí mientras Freyr se hundía en el cielo, y también el pálido Batalix, y el brillante centinela reaparecía en el horizonte. Los hombres gritaban, borrachos, con el trampero, o dormían. Yuli robó unas galletas del trineo y durmió cómodamente envuelto en pieles.
    Luego continuaron avanzando.
    Hubo otras dos paradas, y varios días de marcha. El tiro de Garrona se encaminaba aproximadamente hacia el sur. Los vientos eran menos fríos.
    Por fin fue evidente que se estaban acercando a Pannoval. Las nieblas que parecían alzarse adelante no eran tales, sino rocas macizas.
    De la llanura brotaron montañas, con los flancos cubiertos de nieve profunda. La llanura misma se elevó y pronto estuvieron entre las primeras sierras; los dos hombres tenían que caminar junto al trineo, o empujarlo. Y luego aparecieron unas torres de piedra, y unos centinelas, que los detuvieron. También detuvieron a Yuli.
    —Estoy siguiendo a mi padre y mi tío —dijo.
    —Te has quedado atrás. Te alcanzarán los childrims.
    —Lo sé, lo sé. Mi padre quiere reunirse de prisa con mi madre. También yo.
    Le indicaron que siguiese adelante, sonriendo porque era tan joven. Por fin, los hombres se detuvieron. Dieron pescado seco a los perros, y los ataron. Buscaron un hueco protegido en la ladera, se cubrieron de pieles, bebieron alcohol y se durmieron.
    Apenas oyó que roncaban, Yuli se acercó.
    Era necesario matar a los dos hombres casi a la vez. Cualquiera de ellos podía derrotarlo fácilmente en una lucha, de modo que tenía que sorprenderlos. Consideró la posibilidad de apuñalarlos, o romperles la cabeza con una piedra: los dos métodos era arriesgados.
    Miró alrededor para cerciorarse de que no lo veían. Sacó una correa del trineo, se acercó a los hombres y la ató al tobillo derecho de uno y al izquierdo del otro, de modo que trabara los movimientos de cualquiera que saltase primero. Los dos roncaban.
    Al buscar la correa había visto varias lanzas en el trineo. Quizá habían querido venderlas y no habían podido. No se sorprendió. Alzó una de ellas, la balanceó, y le pareció que no estaba bien equilibrada como arma arrojadiza. Pero tenía una punta bien afilada.
    Regresó junto a los hombres; empujó a uno con el pie hasta que se dio media vuelta, gruñendo, y quedó boca arriba. Blandiendo la lanza como para clavarla en un pez, Yuli le atravesó la parka, las costillas y el corazón. El hombre tuvo un terrible sobresalto convulsivo. Con una expresión espantosa, los ojos muy abiertos, se sentó, se apoyó en el asta de la lanza, se dobló sobre ella, y luego cayó hacia atrás con un largo suspiro que terminó en un estertor. Un vómito sanguinolento le brotó de la boca. El otro apenas se movió, murmurando.
    Yuli advirtió que había clavado la lanza con tanta fuerza que la punta estaba hundida en el suelo. Volvió al trineo en busca de una segunda lanza, y se deshizo también del otro hombre, de modo parecido. El trineo era suyo. Y los perros.
    Una vena le latió en la sien. Lamentaba que esos hombres no hubiesen sido phagors.
    Puso los arneses a los perros, que ladraron, y se alejó del lugar.
    Unas apagadas franjas luminosas irrumpieron en el cielo, y una montaña alta las eclipsó. Ahora había un sendero definido, que se ensanchaba a cada milla. Subió hasta alcanzar una elevada cresta rocosa. Llegó al otro lado de la cresta y vio una meseta alta y protegida, defendida por un formidable castillo.
    Ese castillo estaba en parte excavado en la roca, en parte construido de piedra. Los aleros eran anchos, para que la nieve cayera sobre el camino. Un grupo de cuatro hombres montaba guardia detrás de una barrera de maderos interpuesta en el paso.
    Yuli se detuvo cuando un guardia se acercó. Llevaba un traje de pieles adornado con piezas de bronce.
    —¿Quién eres, muchacho?
    —Estoy con mis dos amigos. Hemos salido a comprar pieles, como puedes ver. Vienen más atrás, con el otro trineo.
    —No los veo. —El acento del hombre era extraño. No hablaba el olonets que Yuli había oído en las Barreras.
    —Se habrán rezagado. ¿No conoces el tiro de Garrona? —Hizo restallar el látigo sobre los animales.
    —Así es. Por supuesto. Lo conozco bien. No son gente que uno olvide con facilidad. —Se hizo a un lado, alzando el fuerte brazo derecho. —Arriba —llamó. La barrera se elevó, el látigo cayó, Yuli gritó y pasó.
    Era la primera vez que veía Pannoval. Respiró profundamente.
    Tenía al frente un risco enorme, tan liso que la nieve no se le adhería. En la pared del risco habían labrado una gigantesca imagen de Akha el Grande. Akha estaba en cuclillas, en la actitud tradicional, con las rodillas cerca de los hombros y los brazos alrededor de las rodillas, las manos juntas con las palmas hacia arriba y la llama sagrada de la vida en las palmas. La gran cabeza culminaba en un nudo de pelo. La cara a medias humana era terrorífica. Incluso las mejillas dejaban sin aliento al espectador. Sin embargo, los ojos almendrados eran bondadosos, y en la boca y las cejas se leía serenidad tanto como ferocidad.
    Junto al pie izquierdo había una abertura en la roca, empequeñecida por la imagen. Cuando el trineo estuvo más cerca, Yuli comprobó que era también muy grande, posiblemente tres veces más alta que un hombre. En el interior vio luces, guardias con extrañas vestiduras y acentos, y pensamientos extraños en sus mentes.
    Cuadró los jóvenes hombros y se adelantó con paso firme.
    Así fue como Yuli llegó a Pannoval.
    Nunca olvidaría la entrada en Pannoval, ese momento en que abandonó el mundo bajo el cielo. Deslumbrado, condujo el trineo más allá de los guardias y de un bosquecillo de árboles escuálidos, y se detuvo bajo la bóveda donde tanta gente se pasaba la vida. Mas allá de la puerta la niebla se combinaba con la oscuridad y creaba todo un mundo de esbozos, de formas desdibujadas. Era de noche: las pocas personas que se veían estaban envueltas en gruesas vestiduras, envueltas a su vez en un halo de niebla, que flotaba sobre ellas y las seguía lentamente, como un manto deshilachado. En todas partes había piedras, muros de piedra, mojones, casas, corrales, establos y escaleras de piedra: porque esa gran caverna misteriosa penetraba en el interior de la montaña, y había sido cortada a lo largo de los siglos en cubos iguales, separados unos de otros por paredes y escalones.
    Con obligada economía, una sola antorcha fluctuaba en lo alto de cada escalinata, y la llama inclinada por la leve corriente de aire, iluminaba no sólo el entorno sino también la atmósfera brumosa que el humo hacía todavía más opaca.
    El incesante trabajo del agua, durante eones y eones, había abierto en la roca una serie de cavernas conectadas entre sí, de distintos tamaños y a distintos niveles. Algunas de estas cavernas estaban habitadas, y ya eran parte del orden humano. Tenían nombre y todo lo necesario para sostener una vida humana rudimentaria.
    El salvaje se detuvo; no podía seguir internándose en esa gran oscuridad mientras no encontrara un acompañante. Los pocos forasteros que, como Yuli, visitaban Pannoval, se reunían en una de las cavernas más grandes, que los habitantes conocían como Mercado. Allí se llevaban a cabo muchas de las tareas necesarias para la comunidad, pues se requería poca o ninguna iluminación artificial una vez que los ojos se acostumbraban a la penumbra. Durante el día resonaban allí las voces, y el golpeteo irregular de los martillos. En el Mercado, Yuli pudo cambiar los asokins y algunas mercancías del trineo por las cosas que necesitaba para su nueva vida. Tenía que quedarse allí. No había otro lugar adonde ir. Gradualmente se acostumbró a la oscuridad, al humo, a la mirada maliciosa y la tos de los pobladores. Los aceptó, junto con la segundad.
    Tuvo bastante suerte, pues encontró a un comerciante honesto y paternal llamado Kyale, que ayudado por su mujer atendía una tienda en una callejuela de Mercado. Kyale era un hombre triste, con la boca curvada hacia abajo y oculta en parte por un oscuro bigote. Lo trató amistosamente por motivos que Yuli no podía comprender, y lo protegió de los embaucadores. Y además se tomó el trabajo de introducir a Yuli en este nuevo mundo.
    Parte de los bulliciosos ecos del Mercado se podían atribuir a un río, el Vakk, que corría por una profunda garganta en la parte posterior. Era el primer río que Yuli veía fluir en libertad, y fue siempre para él una de las maravillas del sitio. Se quedaba arrobado escuchando el murmullo del agua; el alma animista de Yuli hacía del Vakk una cosa casi viviente.
    El Vakk tenía un puente que permitía el acceso al final del Mercado donde el creciente declive del suelo necesitaba de muchos escalones, que culminaban en un amplio balcón. Allí había una gran estatua de Akha labrada en la roca. La figura se podía ver, con los hombros alzándose en medio de la oscuridad, aun desde el extremo opuesto del Mercado. Akha sostenía en las manos abiertas un verdadero fuego, que un sacerdote alimentaba a intervalos regulares, saliendo de una puerta en el estómago de Akha. Los fieles se presentaban regularmente ante los pies de Akha y le traían toda clase de regalos que eran aceptados por los sacerdotes, vestidos a rayas blancas y negras. Los suplicantes se postraban y un novicio barría el suelo con un plumero antes de que se atrevieran a mirar con esperanza los negros ojos de piedra situados arriba, envueltos en tinieblas, y se retiraran luego a lugares más profanos.
    Estas ceremonias eran un misterio para Yuli. Le preguntó a Kyale. La respuesta fue una conferencia que lo dejó aún más confuso que antes. Ningún hombre puede explicarle su religión a un extranjero. Sin embargo, Yuli tuvo la clara impresión de que este antiguo ser, representado en la roca, luchaba contra las potencias desatadas en el mundo exterior, y particularmente contra Wutra, que gobernaba los cielos y todos los males relacionados con los cielos. A Akha no le interesaban mucho los humanos: eran demasiado pequeños para él. Lo que deseaba eran aquellas ofrendas regulares que lo mantenían fuerte y preparado para combatir a Wutra. Una poderosa corporación eclesiástica que velaba por que esos deseos se cumpliesen, y evitar así que el desastre cayera sobre la comunidad.
    Los sacerdotes, aliados con la milicia, gobernaban Pannoval. No había un jefe superior, a menos que se pensara en el mismo Akha, quien, según se suponía, merodeaba por las montañas con un garrote celestial, como un gusano al acecho de Wutra y sus terribles cómplices.
    Esto era sorprendente para Yuli. Conocía a Wutra. Wutra era el gran espíritu a quien sus padres, Alehaw y Onesa, ofrecían plegarias en momentos de peligro. Hablaban de Wutra como de un ser benévolo, que dispensaba la luz. Y por lo que recordaba, jamás habían mencionado a Akha.
    Varios corredores, tan laberínticos como las leyes creadas por los sacerdotes, conducían a diferentes cámaras, cerca del Mercado. Algunas eran accesibles; en otras estaba prohibida la entrada a las gentes comunes. Nadie parecía dispuesto a hablar de las zonas prohibidas. Pero Yuli observó pronto que los malhechores eran arrastrados hacia ellas, con las manos atadas a la espalda; desapareciendo escaleras arriba en las sombras, algunos destinados al Santuario, y otros a la granja de castigo detrás del Mercado, llamada Guiño.
    En cierta oportunidad, Yuli entró en un estrecho pasaje interrumpido por unas escaleras que llevaban a un gran salón regular llamado Reck. En Reck había también una enorme estatua de Akha, dedicada a los juegos, representado allí junto con un animal sujeto a una cadena que colgaba del cuello del dios; en Reck se celebraban falsas batallas, exhibiciones, competencias atléticas y combates de gladiadores. Las paredes estaban pintadas de rojo con dibujos abigarrados. Gran parte del tiempo no había casi nadie allí, y las voces resonaban en el espacio vacío. Los ciudadanos con una inclinación especial a la santidad iban entonces a gemir bajo la oscura bóveda. Pero en las ocasiones especiales en que había juegos, se oía música y las gentes se apretaban en el salón.
    Otras importantes cavernas se abrían al Mercado. En el lado este, una red de pequeñas plazas o grandes entresuelos, subía entre escaleras de pesadas balaustradas hacia una caverna residencial llamada Vakk, en honor del río que allí nacía, profundamente enclavado en una hondonada sonora. Sobre el gran arco cíe entrada había unas elaboradas esculturas de cuerpos globulares entrelazados con olas y estrellas, aunque muchas habían sido destruidas en algún olvidado derrumbamiento.
    Vakk era la caverna más antigua, con excepción del Mercado, y había en ella numerosas «viviendas», como se las llamaba, de muchos siglos de antigüedad. Para una persona que llegara al umbral de Vakk desde el mundo exterior, y contemplara —o mejor, imaginara— las terrazas escalonadas y borrosas que retrocedían en la oscuridad, Vakk tenía que parecer un sueño inquietante en el que no se podía distinguir la sustancia de la sombra. El hijo de las Barreras sintió que se le encogía el corazón. ¡Se necesitaba una fuerza como Akha para salvar al que anduviese por esa atestada necrópolis!
    Pero se adaptó con la flexibilidad de la juventud. Llegó a pensar que Vakk era un barrio muy interesante. Con los aprendices de las corporaciones, jóvenes como él, recorrió aquel laberinto de viviendas dispuestas en muchas plantas y con frecuencia comunicadas entre sí. En estos innumerables cubículos superpuestos el mobiliario era fijo, labrado en la roca, como los suelos y los muros. Los derechos de ocupación y uso de la vivienda, de difícil dilucidación, se derivaban del sistema de corporaciones de Vakk, y en caso de disputa había que recurrir al juicio de un sacerdote.
    Entre esas viviendas, Tusca, la bondadosa mujer de Kyale, encontró una habitación para Yuli, a sólo tres puertas de la casa de ellos. No tenía tejado, y las paredes eran curvas: Yuli se sentía como si lo hubieran puesto en una flor de piedra. Vakk tenía un pronunciado declive, y estaba apenas iluminada por la luz natural, aún menos que el Mercado. El hollín de las lámparas de aceite ensuciaba el aire pero como los sacerdotes cobraban un impuesto por las lámparas —cada una con un número en la base de arcilla— se usaban pocas veces. La misteriosa niebla que pesaba sobre el Mercado era menos densa que en Vakk.
    Desde allí, una galería conducía directamente a Reck. En la zona inferior había también unos arcos irregulares que daban acceso a una caverna de gran altura llamada Groyne, de aire limpio y sano, aunque los habitantes de Vakk consideraban bárbaros a los de Groyne, sobre todo porque eran miembros de las corporaciones menos caracterizadas, como las de matarifes, curtidores y mineros de arcilla y madera fósil.
    En la roca agujereada como un panal de abejas, entre Groyne y Reck, había otra caverna repleta de habitaciones y ganado. Era Prayn, y muchos la evitaban. La corporación de zapadores la estaba ampliando esforzadamente en la época en que llegó Yuli. Prayn recogía todos los desechos de los demás suburbios, que luego servían para alimentar en parte a los cerdos y en parte a noctíferos ávidos de calor. Algunos granjeros de Prayn criaban además una especie de pájaros llamada preet, con ojos luminosos y manchas luminiscentes en las alas. Los preets eran populares como pájaros enjaulados: añadían cierta luz a las viviendas de Vakk y Groyne, aunque también estaban sujetos a los impuestos de los sacerdotes de Akha.
    «Los de Groyne son gente irascible, los de Prayn son gente temible» decía un refrán local. Pero a Yuli le parecían gente poco animada salvo cuando se excitaban con los juegos. Las raras excepciones eran los escasos comerciantes y tramperos que vivían en Mercado, en las terrazas de las corporaciones, y a quienes de vez en cuando se les presentaba la ocasión de que Akha los bendijera y enviara al mundo exterior por negocios, como había ocurrido con los dos hombres que él había conocido.
    De todas las cavernas grandes, y de algunas pequeñas, salían túneles y corredores que se internaban en la roca, ascendiendo o descendiendo. En Pannoval abundaban las leyendas acerca de bestias mágicas que surgían de la oscuridad primordial de la roca, y de personas misteriosamente sacadas de sus viviendas y arrastradas a la montaña. Lo mejor era no moverse de Pannoval, donde Akha cuidaba a los suyos, vigilando con ojos ciegos. Mejor era Pannoval, y sus impuestos, que la fría claridad del exterior.
    Las leyendas se mantenían vivas merced a la corporación de los narradores, que aguardaban en las escalinatas o en las terrazas, dispuestos a tejer fantásticos relatos. En ese mundo oscuro y nebuloso, las palabras eran como luces.
    No le estaba permitido a Yuli entrar en otra parte de Pannoval —el Santuario— que aparecía frecuentemente en las conversaciones susurradas. Se podía llegar por las galerías y las escaleras desde el Mercado; pero había allí guardias de la milicia, y tenían mala reputación. Nadie se aventuraba voluntariamente por los recodos de ese camino. En el Santuario residían la milicia, que velaba día y noche por las leyes de Pannoval, y los sacerdotes, que velaban día y noche por las almas de los ciudadanos.
    Todas estas estructuras eran tan maravillosas para Yuli que no podía ver los defectos obvios.
    Le llevó poco tiempo, sin embargo, descubrir que la gente era vigilada muy de cerca. Nadie parecía sorprenderse ante ese sistema en que había nacido; pero Yuli, habituado a los espacios abiertos y a la ley de la supervivencia, tan fácil de comprender, se asombraba de que todo movimiento estuviese allí circunscrito. Sin embargo, los habitantes de Pannoval se consideraban sumamente privilegiados.
    Yuli planeaba abrir una tienda junto a la de Kyale, con su provisión de pieles legítimamente adquirida. Pero descubrió que muchas reglamentaciones prohibían algo tan simple. No podía comerciar sin poseer una tienda, a menos que contara con una licencia especial, y para eso era menester haber nacido miembro de la corporación de buhoneros. Necesitaba una corporación, un aprendizaje, y ciertas calificaciones —una especie de examen— que sólo los sacerdotes conferían. También era imprescindible tener un certificado de la milicia, con referencias. Y no podía trabajar si no tenía una vivienda. Ni ocupar la habitación que Tusca había alquilado para él mientras no estuviera acreditado ante la milicia. Carecía de las calificaciones más elementales: la creencia en Akha y la prueba de haber hecho sacrificios regulares al dios.
    —Es fácil. Como eres un salvaje, lo primero que has de hacer es visitar a un sacerdote. —Éste fue el dictamen del capitán de milicias, de expresión dura, a quien Yuli se presentó. Estaban en una pequeña habitación de piedra, con un balcón que se alzaba aproximadamente a un metro por encima de una terraza del Mercado, y desde donde se veía la animación del lugar.
    El capitán vestía un manto, largo hasta el suelo, blanco y negro, sobre las pieles habituales. En la cabeza llevaba un yelmo de bronce con el símbolo sagrado de Akha, una especie de rueda con dos radios. Las botas de cuero le llegaban a media pantorrilla. Detrás de él había un phagor con una cinta tejida, blanca y negra, atada a la velluda frente blanca.
    —No me escuchas —gruñó el capitán. Pero Yuli sólo tenía ojos para el silencioso phagor. No podía entender cómo estaba allí.
    La bestia ancipital tenía un aire sereno y taciturno. La fea cabeza estaba estirada hacia adelante. Los cuernos habían sido aserrados, y los filos limados. Yuli alcanzó a verle, a medias oculto por el pelaje blanco, un collar de cuero en la garganta, en señal de sumisión al dominio humano. Sin embargo, los phagors eran una amenaza para los ciudadanos de Pannoval. Los oficiales solían llevar consigo un phagor domesticado; pues estos animales tenían la capacidad de ver en la oscuridad de las cavernas. Las personas corrientes temían a esos seres de andar bamboleante que hablaban olonets básico. ¿Cómo era posible —se preguntaba Yuli— que los hombres se aliaran a las mismas bestias que habían apresado al padre de él, y que las gentes de las tierras salvajes odiaban desde el principio de los tiempos?
    La entrevista con el capitán fue desalentadora, y todavía no había comenzado lo peor. No podía vivir sin obedecer los reglamentos, que parecían interminables. Kyale lo había convencido de que sólo podía hacer una cosa: conformarse. Para ser un ciudadano de Pannoval había que pensar y sentir como ellos.
    Le indicaron que visitara al sacerdote de la calle donde estaba su habitación. Así se inició una larga serie de sesiones en que le enseñaron la historia sagrada de Pannoval, «nacida a la sombra del Gran Akha entre las nieves eternas», y numerosas escrituras que había que aprender de memoria. Tenía que hacer todo lo que Sataal, el sacerdote, le ordenaba; incluso muchos recados aburridos, porque Sataal era perezoso. Para Yuli no fue un consuelo enterarse de que los niños de Pannoval pasaban por esos mismos cursos de instrucción a edad temprana.
    Sataal era un hombre de constitución robusta, rostro pálido, orejas menudas, manos grandes. Llevaba la cabeza afeitada y la barba trenzada (como muchos sacerdotes de la orden), con lazos blancos en las trenzas. Vestía una túnica blanca y negra hasta las rodillas. Yuli tardó en comprender que, a pesar del pelo blanco, Sataal estaba aún en la mediana edad y aún no había cumplido veinte años. Sin embargo, caminaba de un modo que sugería a la vez vejez y piedad.
    Cuando se dirigía a Yuli, Sataal hablaba siempre con amabilidad y distancia, abriendo un abismo entre ellos. Esa actitud era tranquilizadora para Yuli, como si le dijera: "Éstas son nuestras tareas, la tuya y la mía; pero no complicaré las cosas tratando de conocer tus sentimientos íntimos. " Yuli callaba, y se aplicaba a aprender todos los versos fustianos necesarios.
    —Pero, ¿qué quieren decir? —preguntó, asombrado, en cierto momento. Sataal se levantó lentamente y se volvió en la pequeña habitación hasta que los hombros se le alzaron como una silueta negra en una lejana fuente luminosa, y el resto de él desapareció en la penumbra. Una luz le brilló en la coronilla cuando inclinó la cabeza y respondió, en tono admonitorio: —Primero aprender, joven; después interpretar. Cuando se sabe, la interpretación es lo más fácil. Aprende todo de memoria. No es verdaderamente necesario que comprendas. Akha no te exige comprensión: sólo obediencia.
    —Me has dicho que Akha no se preocupa por nadie en Pannoval.
    —Lo que importa, Yuli, es que Pannoval se preocupe por Akha. Ahora repite una vez más:
    El que lame la ponzoña de Freyr como un pez muerde el cebo maléfico: ah, cuando al fin haya crecido, quemará nuestros débiles huesos.
    —¿Pero qué quiere decir? —insistió Yuli—. ¿Cómo puedo aprender si no comprendo?
    —Repite, hijo —dijo severamente Sataal—: «El que lame la ponzoña... »
    Yuli vivía encerrado en la ciudad oscura. Aquellas redes de sombra parecían querer arrebatarle el alma, como las redes de los hombres que había visto en el mundo exterior y que capturaban peces bajo el hielo. La madre lo visitaba en sueños, con los labios cubiertos de sangre. Despertaba entonces, y tendido en el estrecho catre, miraba hacia arriba, muy arriba, más allá de la habitación en forma de flor, hacia la bóveda de Vakk. En ocasiones, cuando la atmósfera estaba clara, llegaba a distinguir detalles lejanos, murciélagos que pendían, estalactitas, rocas brillantes por el roce de líquidos que habían dejado de ser líquidos. Deseaba entonces escapar de la trampa en que se encontraba. Pero no había lugar adonde ir.
    Una vez, en la desesperación de la medianoche, se había arrastrado en busca de consuelo hasta la casa de. Kyale. A Kyale le molestó que lo despertara, y le dijo que se marchase; pero Tusca le habló con cariño, como si fuera su hijo. Le acarició el brazo y le tomó la mano.
    Después de un rato ella se echó a llorar suavemente, y le dijo que tenía un hijo, un joven de buen natural y de la edad de Yuli; se llamaba Usilk. La policía se había llevado a Usilk por un crimen que no había cometido, ella lo sabía. Todas las noches, acostada, despierta, pensaba en Usilk encerrado en las espantosas mazmorras del Santuario, custodiadas por phagors, y se preguntaba si volvería a verlo.
    —La milicia y los sacerdotes son aquí tan injustos —susurró Yuli—. Mi pueblo, en el desierto, apenas tiene con qué vivir. Pero todos, unos y otros, son iguales ante el frío.
    Después de una pausa, Tusca respondió: —Hay personas en Pannoval, hombres y mujeres, que no aprenden las escrituras y se proponen derribar a los gobernantes. Pero sin nuestros gobernantes seríamos destruidos por Akha.
    Yuli miró el contorno de la cara de ella en la oscuridad.
    —¿Y crees que se llevaron a Usilk... porque deseaba derribar a los gobernantes?
    Apretándole la mano, ella contestó en voz baja: —No preguntes esas cosas, o tendrás dificultades. Sí, Usilk fue siempre rebelde, o tal vez conoció a mala gente...
    —Deja de charlar —dijo Kyale—. Vuelve a la cama, mujer. Y tú a tu casa, Yuli.
    Yuli conservaba todo esto en la cabeza mientras proseguían las lecciones de Sataal. Exteriormente se mostraba dócil.
    —No eres un tonto, aunque sí un salvaje. Pero eso se puede cambiar —dijo Sataal—. Pronto llegarás a la próxima etapa. Porque Akha es el dios de la tierra y sus abismos, y sabrás algo más de cómo vive la tierra, y de cómo vivíamos nosotros en las venas de la tierra. Estas venas se llaman octavas de tierra, y ningún hombre puede ser feliz o estar sano si no vive en las octavas de tierra que le corresponden. Lentamente puedes alcanzar las revelaciones, Yuli. Quizás, si eres bueno, podrás convertirte tú mismo en sacerdote y servir mejor a Akha.
    Yuli mantuvo la boca cerrada. No podía decirle al sacerdote que no necesitaba la atención particular de Akha: todo aquel nuevo modo de vida era para él una verdadera revelación.
    Los días se sucedían pacíficamente. A Yuli le impresionaba la invariable paciencia de Sataal, y empezó a sentir menos disgusto por las lecciones. Incluso cuando no estaba con el sacerdote pensaba en sus enseñanzas. Todo era nuevo y curiosamente excitante. Sataal le había dicho que ciertos sacerdotes eran capaces de comunicarse con los muertos mientras ayunaban, y aun con ciertos personajes históricos. Yuli no había oído nunca nada parecido, pero no estaba seguro de que fuese un disparate.
    Se acostumbró a vagar a solas por los suburbios de la ciudad, hasta que las densas sombras tuvieron para él colores familiares. Escuchaba a la gente, que con frecuencia hablaba de religión, y a los narradores, que solían combinar la ficciones con la religión.
    La religión era la historia de las tinieblas, como el terror era la historia de las Barreras, donde los tambores tribales ahuyentaban a los demonios. Poco a poco, Yuli empezaba a vislumbrar en las charlas sobre religión un núcleo de verdad, y no un vacío: era necesario explicar cómo la gente vivía y moría. Sólo los salvajes podían prescindir de toda explicación. Haberse dado cuenta era para Yuli como haber encontrado la huella de un animal en la nieve.
    En una ocasión estuvo en una parte maloliente de Prayn, donde los desechos humanos eran arrojados a las largas zanjas en las que crecían los noctíferos.
    La gente parecía realmente temible, como decía el proverbio. Un hombre de pelo suelto y corto, que por lo tanto no era un sacerdote, corrió y saltó a una carretilla.
    —Amigos —dijo—, escuchad un momento, ¿queréis? Abandonad vuestras tareas y oíd lo que os diré. No hablo en mi nombre, sino en el de Akha; animado por el espíritu de Akha, he de hacerlo; aunque ponga así mi vida en peligro, ya que los sacerdotes deforman las palabras de Akha para sus propios fines.
    La gente se detuvo a escuchar. Dos intentaron burlarse del joven, pero los demás mostraron un sumiso interés, como el mismo Yuli.
    —Amigos: los sacerdotes dicen que basta hacer sacrificios para que Akha nos resguarde en el corazón de la montaña. Yo digo que esto es mentira. Los sacerdotes están satisfechos y no les preocupa el sufrimiento de la gente común como nosotros. Akha os dice por mi boca que deberíamos hacer más. Deberíamos ser mejores. Nuestras vidas son demasiado fáciles; cuando hemos hecho sacrificios y pagado los impuestos, ya no nos importa nada más. Sólo queremos divertirnos, o concurrir a los juegos. Nos repiten que Akha no se ocupa de nosotros, sino solamente de su combate con Wutra. Hemos de hacer que se ocupe, hemos de merecer que nos cuide. Tenemos que reformarnos. Sí, reformarnos. Y también han de reformarse los sacerdotes, que viven tan cómodamente.
    Alguien avisó que la milicia se acercaba.
    El joven hizo una pausa.
    —Mi nombre es Naab. Recordad lo que he dicho. También nosotros tenemos un papel en la gran lucha entre el cielo y la tierra. Volveré a hablar si puedo, a propagar mi mensaje por todo Pannoval. Reformaos, reformaos, antes de que sea demasiado tarde.
    Mientras bajaba de la carretilla, hubo un movimiento entre la muchedumbre que se había reunido. Un gran phagor sujeto a una correa saltó hacia adelante. Tras él venía un soldado. Las poderosas manos con cuernos del phagor aferraron el brazo de Naab. Naab lanzó un grito de dolor, pero un velludo brazo blanco le rodeó el cuello y fue arrastrado hacia Mercado y el Santuario.
    —No tendría que haber dicho esas cosas —murmuró un hombre gris, mientras la multitud se dispersaba.
    Yuli siguió rápidamente al hombre, y lo tomó por la manga.
    —Ese hombre, Naab, no ha dicho nada contra Akha. ¿Por qué se lo lleva la milicia?
    El hombre miró furtivamente alrededor.
    —Te reconozco. Eres un salvaje. De lo contrario no preguntarías algo tan estúpido.
    Como respuesta, Yuli alzó el puño.
    —No soy estúpido. Si lo fuera no te haría preguntas.
    —Entonces tendrás que callarte. ¿Quién crees que manda aquí? Los sacerdotes, por supuesto. Y si hablas contra ellos...
    —Es Akha quien manda...
    El hombre gris desapareció en la oscuridad. Y en esa oscuridad siempre vigilante se podía sentir la presencia de algo monstruoso. ¿Akha?
    Un día tenía que celebrarse en Reck una gran fiesta deportiva. En esa oportunidad, las emociones de Yuli, ya aclimatado en Pannoval, cristalizaron del todo. Fue a ver los juegos con Kyale y Tusca. Lámparas de aceite ardían en los nichos, iluminando el camino de Vakk a Reck, y la muchedumbre ascendía por los estrechos corredores de piedra y se apretaba en las gastadas escaleras, llamándose unos a otros mientras llegaban a la arena de juegos.
    Arrastrado por esa ola humana, Yuli se encontró de pronto ante la gran cámara de Reck, con luces que parpadeaban en las paredes curvas. Al principio sólo vio un sector de la cámara, atrapado entre los muros del corredor por donde la gente tenía que pasar. Cuando él se movió, Akha también se movió a lo lejos, muy alto, encima de las cabezas de la gente.
    Yuli dejó de escuchar lo que decía Kyale. Akha lo miraba; la monstruosa presencia de la oscuridad se había hecho realmente visible.
    En Reck sonaba la música, alta y estimulante. Música en honor de Akha. Y allí estaba Akha, de frente ancha y horrible, y enormes ojos pétreos y ciegos, pero que lo veían todo, iluminados desde abajo por las lámparas. De los labios dejaba caer una mueca de desdén.
    En el desierto no había nada comparable. A Yuli le temblaban las rodillas. Una poderosa voz, que apenas podía reconocer como la suya propia, exclamó dentro de él: —Oh, Akha, al fin creo en ti. Tuyo es el poder. Perdóname, y acéptame como siervo.
    Y junto a esa voz de alguien que deseaba esclavizarse, otra hablaba al mismo tiempo, más calculadora. —La gente de Pannoval ha de comprender una gran verdad —decía— y para alcanzarla convendría seguir a Akha.
    Le asombró su propia confusión, que no disminuyó mientras entraba en Reck y veía una parte mayor del dios de piedra. Naab había dicho que los humanos tenían reservado un papel en la batalla entre el cielo y la tierra. Yuli sentía esa lucha dentro de sí.
    Los juegos eran muy excitantes. A las carreras y el lanzamiento de jabalinas, siguieron las luchas entre humanos y phagors de cuernos aserrados. Luego vino el tiro al murciélago; Yuli emergió de su piadosa confusión y miró el excitado bullicio. Tenía miedo de los murciélagos. La bóveda de Reck estaba atestada de esas criaturas peludas, que colgaban allá arriba con alas membranosas. Los arqueros se adelantaban por turno y disparaban unas flechas que llevaban hebras de seda. Los murciélagos heridos caían revoloteando, y eran inmediatamente remitidos a la olla.
    La vencedora fue una muchacha de cabellos negros y largos. Llevaba un vestido rojo vivo ajustado al cuello y que le llegaba a los pies; tendía el arco y disparaba con más precisión que cualquier hombre. Se llamaba Iskador, y la multitud la aplaudió con entusiasmo, y nadie más que Yuli.
    Luego hubo combates de gladiadores, hombres contra hombres y hombres contra phagors, y la sangre y la muerte cubrieron la arena. Pero todo el tiempo, incluso cuando Iskador tendía el arco y el hermoso torso, Yuli sentía con gran alegría que había encontrado una fe sorprendente. Y pensaba que la confusión interior se le aclararía con un mayor conocimiento.
    Recordó las leyendas que había oído junto al fuego, al lado de su padre. Los mayores hablaban de los dos centinelas del cielo. Contaban que los hombres de la tierra habían ofendido en cierta ocasión al dios de los cielos, cuyo nombre era Wutra. Entonces Wutra había despojado a la tierra de su calor. Y ahora los centinelas esperaban la hora del retorno, cuando Wutra volvería a mirar con afecto a la tierra, y á ver si los hombres se conducían mejor. En ese caso, suprimiría el hielo.
    Yuli se veía obligado a reconocer que su pueblo era salvaje, como decía Sataal. De otro modo, ¿cómo habría permitido su padre que lo capturaran los phagors? Pero con todo, tenía que haber alguna verdad en esas leyendas. En Pannoval se conocía una versión más razonada de la misma historia. Según ella, Wutra era sólo una deidad menor; pero vengativa, y estaba perdida en el cielo. El peligro que los amenazaba procedía del cielo. Akha era el gran dios de la tierra: gobernaba las profundidades, donde se sentía seguro. Los dos centinelas no eran benignos; por encontrarse en el cielo, pertenecían a Wutra, y podían volverse contra la humanidad.
    Los versos que había aprendido de memoria empezaban a cobrar sentido. De ellos brotaba la luz, y Yuli murmuraba con placer lo aprendido con dolor, mirando al mismo tiempo el rostro de Akha:
    El cielo derrama excesos, el cielo no da esperanzas; la tierra de Akha protege contra estas asechanzas.
    Al día siguiente, se presentó humildemente ante Sataal y le dijo que se había convertido.
    El sacerdote lo miró con su cara grave y pálida, tamborileando con los dedos sobre las rodillas.

    —¿Cómo te has convertido? En estos días la mentira flota sobre las viviendas.
    —Miré el rostro de Akha. Por primera vez, vi claramente. Ahora mi corazón está abierto.
    —Hace unos días detuvieron a otro falso profeta.
    Yuli se golpeó el pecho.
    —Lo que siento dentro de mí no es falso, padre.
    —No es tan fácil —respondió el sacerdote.
    —Sí, es fácil, es fácil. Ahora todo será fácil. —Cayó a los pies del sacerdote, llorando de júbilo.
    —Nada es fácil.
    —Te debo todo, padre. Ayúdame. Quiero ser un sacerdote, como tú.
    Durante los días siguientes, recorrió las calles y las viviendas, observando cosas nuevas. Ya no se sentía incrustado en las tinieblas ni sepultado bajo tierra. Se encontraba en una región favorecida, y protegida de los crueles elementos que habían hecho de él un salvaje. Sabía qué beneficiosa era esa escasa luz.
    Veía ahora también qué hermosas eran las grutas de Pannoval. En el curso de los años, las cavernas habían sido decoradas por artistas. Había muros enteros cubiertos de pinturas y bajorrelieves, y muchos de ellos ilustraban la vida de Akha o las grandes batallas que había librado, así como las que libraría más tarde, cuando los humanos confiaran otra vez en él. Allí donde el tiempo había borrado las pinturas, se habían pintado otras nuevas. Y había siempre artistas en actividad, con frecuencia encaramados en andamios que se elevaban como esqueletos de animales míticos de largo cuello.
    —¿Qué te ocurre, Yuli? —preguntó Kyale—. Pareces distraído.
    —He tornado una decisión. Seré sacerdote.
    —No te lo permitirán. Has venido de fuera.
    —Mi sacerdote hablará con las autoridades.
    Kyale se pellizcó la melancólica nariz, y bajó lentamente la mano hasta que la operación se desplazó a un

    extremo del bigote, mientras miraba a Yuli. Los ojos de Yuli se habían habituado tanto a la oscuridad que alcanzaba a distinguir todos los cambios de expresión en el rostro de su amigo. Cuando Kyale se alejó sin decir palabra hasta el fondo de la tienda, Yuli lo siguió.
    Retorciéndose de nuevo el bigote, Kyale apoyó la otra mano en el hombro de Yuli.
    —Eres un buen muchacho. Me recuerdas a Usilk, pero no hablaremos de eso... Escúchame: Pannoval no es hoy como cuando yo era niño y corría descalzo por los bazares. No sé qué ha ocurrido, pero ya no hay paz. Todo esto que se dice acerca de cambios... es un disparate, a mi juicio. Los sacerdotes mismos hablan. Y hay exaltados que predican la reforma. Pienso que lo mejor es enemigo de lo bueno. ¿Sabes qué quiero decir?
    —Sí, sé qué quieres decir.
    —Está bien. Quizá creas que el sacerdocio es tarea sencilla. Puede ser. Pero en estos tiempos no me parece recomendable. No es tan... seguro como antes, si me crees. Están inquietos. He oído decir que han ejecutado a sacerdotes heréticos en el Santuario. Harías mejor en quedarte a mi lado, trabajando aquí. ¿Comprendes? Te lo digo por tu propio bien.
    Yuli miraba el suelo desgastado.
    —No puedo explicar cómo me siento, Kyale. Quizás esperanzado... Creo que las cosas tendrían que cambiar. Yo mismo querría cambiar, aunque no sé cómo.
    Suspirando, Kyale retiró la mano.
    —Si ésa es la decisión que quieres tomar, muchacho... No digas que no te he advertido.
    A pesar del carácter gruñón de Kyale, a Yuli le conmovía que se preocupara por él. Kyale habló con su mujer de las intenciones de Yuli. Cuando por la noche él volvió a su pequeña habitación circular, Tusca apareció en la puerta.
    —Los sacerdotes pueden ir adonde quieran. Si te conviertes en un iniciado, podrás entrar en el Santuario.
    —Supongo que sí.

    —Entonces podrás averiguar qué le ha ocurrido a Usilk. Hazlo por mí. Dile que sigo pensando en él. Y si tienes alguna noticia, ven a contármela.
    La mujer le puso la mano en el brazo. Yuli sonrió.
    —Eres buena, Tusca. ¿Los rebeldes que desean derribar al gobierno de Pannoval no tienen noticias de tu hijo?
    Tusca estaba asustada.
    —Yuli, cambiarás por completo cuando seas sacerdote. No diré más, para no atraer males al resto de mi familia.
    Yuli bajó la vista.
    —Que Akha me hiera si alguna vez te hago daño.
    Cuando volvió a ver al sacerdote, también estaba presente un soldado, de pie detrás de Sataal, junto a un phagor sujeto por una correa. El sacerdote preguntó a Yuli si lo daría todo por seguir el camino de Akha. Yuli respondió que sí.
    —Así será, entonces. —Sataal dio una palmada y el soldado se marchó. Yuli comprendió que había perdido lo poco que tenía; todo, menos las ropas que llevaba y el cuchillo que su madre le había dado, quedaría en manos de la milicia. Sin decir otra palabra, Sataal se volvió, le hizo una seña con un dedo, y echó a andar hacia la parte posterior del Mercado. Yuli no podía hacer otra cosa que seguirlo, con el corazón latiendo rápidamente.
    Cuando llegaron al puente de madera que atravesaba el abismo donde el Vakk corría y saltaba, Yuli miró hacia atrás, más allá de la atareada compra y venta, más allá del lejano arco de la entrada, y alcanzó a ver la nieve.
    Por alguna razón pensó en Iskador, la muchacha de largos cabellos negros. Luego apresuró el paso para alcanzar al sacerdote.
    Subieron a las terrazas de la zona reservada al culto, donde la gente pugnaba por depositar sus sacrificios a los pies de la imagen de Akha. Del otro lado había unas mamparas con intrincados dibujos. Sataal pasó más allá y lo condujo hacia un pasaje con escalones bajos. La luz empezó a disminuir así que dieron la vuelta en un

    recodo. Sonó una campanilla. Aturdido, Yuli trastabilló. Había llegado al Santuario antes de lo que pensaba.
    Por una vez, en la atestada Pannoval, no había nadie cerca. Los pasos de Yuli y el sacerdote resonaban en el pasaje. Yuli no veía nada: el sacerdote que lo precedía era una impresión, una sombra dentro de la sombra. No se atrevía a detenerse ni a llamar. Lo que se le pedía era obediencia ciega, y todo lo que ocurriese era una prueba por la que tenía que pasar. Si Akha amaba la oscuridad ctónica, él también debía amarla. Pero sin embargo se sentía atacado por la falta de todo, el vacío que sus sentidos registraban sólo como un susurro.
    Caminaron una eternidad penetrando en la tierra. Al menos, eso parecía.
    Suave y bruscamente, llegó la luz. Brotó como una columna que atravesaba un inerte lago de tinieblas, creando en la superficie un círculo brillante hacia el que avanzaban dos criaturas acuáticas. La pesada figura del sacerdote, con un hábito blanco y negro que se le arremolinaba alrededor, se recortó contra la luz. Yuli creyó saber entonces dónde estaba.
    No había paredes.
    Era más aterrador que la oscuridad total. Se había acostumbrado tanto a los límites de la ciudad, a estar siempre cerca de un muro de roca, un tabique, la espalda de un compañero, el hombro de una mujer, que de pronto tuvo un ataque de agorafobia. Cayó al pavimento, jadeando, y con los miembros extendidos.
    El sacerdote no se volvió. Llegó al punto iluminado sin detenerse. Yuli oyó el clac clac de las pisadas y vio que la figura se desvanecía detrás del nebuloso haz de luz.
    Angustiado por ese abandono, el joven se incorporó y corrió hacia adelante. Cuando se sumergió en la luz, alzó los ojos. Allá en lo alto había un agujero por donde entraba la luz del día. Allá en lo alto estaban las cosas que había conocido siempre, a las que renunciaba ahora por un dios de las tinieblas.
    Vio unas rocas ásperas. Comprendió que se encontraba

    en una caverna más grande y más alta que el resto de Pannoval. A una señal, quizá la campanilla que había oído, alguien había abierto en alguna parte una alta claraboya al mundo exterior. ¿Advertencia? ¿Tentación? ¿Sólo una broma dramática?
    Tal vez las tres cosas, pensó, puesto que son tanto más inteligentes que yo. Siguió de prisa tras la figura del sacerdote. Un instante más tarde, sintió, más que vio, que la luz de detrás se desvanecía. La claraboya se había cerrado. Estaba nuevamente en una completa oscuridad.
    Por fin llegaron al extremo opuesto de la grieta gigantesca, Yuli oyó que el sacerdote acortaba el paso. Sin vacilar, Sataal fue hacia una puerta y golpeó con los dedos. Luego de una pausa, la puerta se abrió. Una lámpara de aceite flotó en el aire, sobre la cabeza de una mujer anciana que olisqueaba constantemente. Los hizo pasar a un corredor de piedra antes de cerrar la puerta detrás de ellos.
    Había alfombras en el suelo, y varias puertas. En ambas paredes, a la altura de la cintura, se extendía una estrecha franja en bajorrelieve que Yuli hubiese querido mirar más de cerca. Pero no se atrevía. No había otra decoración. La mujer que olisqueaba golpeó una de las puertas. Cuando alguien respondió dentro, Sataal abrió y le indicó a Yuli que entrara. Inclinándose, Yuli pasó junto al brazo estirado de su mentor, y entró en la habitación. La puerta se cerró. Fue la última vez que vio a Sataal.
    La habitación estaba amueblada con piezas sueltas de piedra, cubiertas de tapices de colores, e iluminada por una lámpara doble de brazo de hierro. Había dos hombres sentados ante una mesa de piedra con unos documentos; sin sonreír, alzaron la vista. Uno era un capitán de milicias; tenía en la mesa el yelmo con la insignia de la rueda, junto al codo. El otro era un sacerdote ceniciento y delgado, de expresión más bien amistosa, que parpadeó como si la mera visión de Yuli lo sorprendiera.
    —¿Yuli del Exterior? Si has llegado hasta aquí, has dado un paso en el camino que lleva a ser sacerdote del Gran Akha —dijo el sacerdote en voz aflautada—. Soy el padre Sifans, y en primer término he de preguntarte si tienes algún pecado que perturbe la paz de tu mente y que desees confesar.
    A Yuli le había desconcertado que Sataal lo hubiese abandonado tan bruscamente, sin susurrar siquiera una despedida, aunque comprendía que debía olvidar ahora las cosas mundanas como el amor y la amistad.
    —Nada que confesar —respondió hoscamente, sin mirar al sacerdote delgado.
    —Mírame, joven. Soy el capitán Ebron, de la Guardia Norte. Tú has entrado en Pannoval con un trineo tirado por asokins. El tiro de asokins era el tiro de Garrona. Había sido robado a dos conocidos comerciantes de esta ciudad, llamados Atrimb y Prast, de Vakk. Los cuerpos se encontraron a pocas millas de aquí, atravesados por lanzas, como si les hubiesen dado muerte mientras dormían. ¿Qué dices de ese crimen?
    Yuli miró el suelo.
    —No sé nada.
    —Pensamos que lo sabes todo. Si el crimen se hubiese cometido dentro del territorio de Pannoval, la pena sería de muerte. ¿Qué dices?
    —No tengo nada que decir.
    —Está bien. No puedes ser sacerdote mientras tengas esa culpa en la conciencia. Has de confesar tu crimen. Te encerrarán hasta que hables.
    El capitán Ebron dio una palmada. Entraron dos soldados que se echaron encima de Yuli. Este se debatió un momento, probando fuerzas; le torcieron dolorosamente los brazos y salió sin resistirse más.
    El Santuario, pensó, repleto de soldados y de sacerdotes... Pues sí que estoy en apuros. Qué necio he sido. Una víctima. Oh, padre, me has abandonado...
    Jamás había sido capaz de olvidar a aquellos dos hombres. El doble asesinato le pesaba en el corazón, aunque siempre trataba de recordar que habían intentado matarlo. Muchas noches, acostado, en Vakk, miraba la bóveda distante y volvía a ver los ojos del hombre que se incorporaba e intentaba arrancarse la lanza.
    La celda era pequeña, húmeda y oscura.
    Cuando se recobró de la sorpresa de encontrarse solo, examinó cautelosamente el lugar. La prisión no tenía otras comodidades que un canalón maloliente y un banco largo y bajo para dormir. Yuli se sentó en él y hundió la cara en las manos.
    Tenía mucho tiempo para pensar. Los pensamientos, en la impenetrable oscuridad, parecían tener vida propia, como si fueran imágenes de un delirio. Imágenes de gente que había conocido, y de otros a quienes no había visto nunca, le iban y venían por la mente, ocupadas en misteriosas actividades.
    —Madre —exclamó. Allí estaba Onesa, como había sido antes de la enfermedad, delgada y activa, con una larga cara seria que delante de su hijo se transformaba a menudo en una sonrisa, aunque era una sonrisa contenida, con los labios apenas entreabiertos. Traía al hombro un montón de ramas secas, y una pequeña piara de cerdos negros corría delante. El cielo era de un azul refulgente. Batalix y Freyr estaban a la vista. Onesa y Yuli salían del bosque de alerces por el sendero y la luz los deslumbraba. Nunca había visto un azul semejante: parecía teñir la nieve e inundar el mundo.
    Al frente había un edificio ruinoso. Aunque sólidamente construido mucho antes, la intemperie lo había partido como si fuera un hongo seco. Tenía unos escalones bajos, en ruinas. Onesa dejó caer el hato y subió con tal rapidez los escalones que estuvo a punto de resbalar. Tenía las manos enguantadas, y tarareaba una canción en el aire vibrante.
    Yuli rara vez la había visto de tan buen humor. ¿Por qué estaba ahora así? ¿Por qué no se sentía tan bien con mayor frecuencia? No se atrevía a hacer directamente estas preguntas, pero deseaba una respuesta personal y preguntó: —¿Quién ha construido esto, madre?

    —No lo sé. Probablemente la familia de mi padre, hace mucho. Eran gente rica, con depósitos de grano.
    Conocía la leyenda de la rica familia de su madre y los depósitos de grano. Subió los escalones y empujó una puerta que no se quería abrir. Lo recibió un torbellino de nieve. Allí estaba el cereal dorado, en montones, suficiente para todos ellos. De pronto el cereal empezó a correr hacia él como un río, cayendo en cascada escaleras abajo. Y en el grano asomaron con dificultad dos cuerpos muertos como intentando emerger a la luz.
    Yuli se puso de pie con un grito, y fue hacia la puerta de la celda. No podía comprender de dónde venían esas alarmantes visiones; no parecían ser parte de él.
    Pensó para sus adentros: Los sueños no son cosa para ti; eres duro y sabes escabullirte. Recuerdas ahora a tu madre, pero nunca le demostrabas afecto. Temías demasiado el puño de tu padre... Creo realmente que odiaba a mi padre. Creo que me alegré cuando los phagors se lo llevaron. ¿No es así?
    No, no... Ha sido la experiencia lo que me ha endurecido... Eres duro y te escabulles; duro y cruel. Has matado a. esos dos hombres. ¿Qué quieres hacer de ti? Mejor será que confieses y veas lo que ocurre. Queredme, queredme...
    Sé tan poco. Es así. El mundo... Quieres saber la verdad. Akha tiene que saber. Esos ojos lo ven todo. Pero yo... Eres tan pequeño... La vida no es más que una de esas ideas raras que nacen cuando hay un childrim en lo alto.
    Se asombró de sus propios pensamientos. Por último llamó a los guardias, para que abrieran la puerta, y supo que había estado tres días en la celda.
    Durante un año y un día, Yuli sirvió en el Santuario como novicio. No se le permitía abandonar la zona. Vivía en un entorno monástico y nocturno, sin saber si Freyr y Batalix atravesaban el cielo solos o separados. El deseo de correr por el desierto blanco lo abandonó poco a poco, borrado por la majestuosa penumbra del Santuario.
    Había confesado el crimen a los dos hombres. No hubo castigo.

    r
    El sacerdote delgado y ceniciento, de ojos parpadeantes, el padre Sifans, estaba a cargo de Yuli y los demás novicios.
    Unió las manos y dijo: —El infortunado incidente del crimen está sellado ahora, detrás del muro del pasado. Pero no lo olvides nunca; no llegues a creer que nunca ha ocurrido. Como los suburbios de Pannoval, todas las cosas están entrelazadas. Tu pecado y tu deseo de servir a Akha son una misma cosa. ¿Creías que era la santidad lo que lleva a los hombres a servir a Akha? No es así. El pecado es un motor más poderoso. Abraza las tinieblas: a través del pecado comprenderás tus propios defectos.
    Pecado era una palabra que en esa época estaba con frecuencia en los labios del padre Sifans. Yuli lo miraba con el interés y la atención de un verdadero discípulo. A solas imitaba el movimiento de los labios de Sifans, repitiendo lo que tenía que aprender de memoria.
    El padre tenía su propio apartamento privado, adonde se retiraba después de la instrucción; pero Yuli dormía con otros novicios en un dormitorio que parecía un nido de oscuridad dentro de la oscuridad. No se les permitía ningún placer; tenían prohibidas las canciones, la bebida, las mujeres, las distracciones, y la comida era frugal, escogida entre las ofrendas que los suplicantes llevaban diariamente a Akha.
    —No me puedo concentrar. Tengo hambre —dijo un día a su instructor.
    —El hambre es universal. No podemos esperar que Akha nos lo dé todo. Nos ha defendido contra las hostiles fuerzas exteriores, generación tras generación.
    —¿Qué es más importante, el individuo o la supervivencia?
    —Un individuo es importante a sus propios ojos; pero las generaciones tienen prioridad.
    Yuli estaba aprendiendo a discutir como el sacerdote, paso a paso.
    —Pero las generaciones están hechas de individuos.
    —Las generaciones no son sólo la suma de los individuos. Tienen también aspiraciones, planes, historias, leyes propias. Y por encima de todo tienen una cierta continuidad. Encierran el pasado tanto como el futuro. Akha se niega a ocuparse de los individuos, de modo que éstos han de ser sometidos, y sofocados si es preciso.
    Astutamente, el padre enseñaba a Yuli a discutir. Por una parte, tener una fe ciega; por otra, no olvidar la razón. Para aquel largo viaje a través de los años, la comunidad sepultada necesitaba de todas las defensas, la plegaria y el raciocinio. Los versos sagrados afirmaban que en algún momento del futuro el combate solitario de Akha podía terminar en derrota. Entonces un fuego caería del cielo sobre el mundo. Era preciso ahogar al individuo para evitar esas llamas.
    Yuli recorría las bóvedas mientras se le ocurrían estas ideas. Habían trastocado la comprensión que él tenía del mundo; y por esto mismo le parecían tan atrayentes, puesto que cada nueva y revolucionaria perspectiva acentuaba aún más el anterior estado de ignorancia.
    Entre tantas privaciones, algunos deleites sensoriales conseguían sosegarlo. Los sacerdotes se orientaban en el oscuro laberinto leyendo las paredes, un misterio en el que Yuli fue iniciado pronto. Y había otra guía, destinada a dar placer. La música. Al principio, Yuli, en su inocencia, creyó que oía a los espíritus. No podía saber qué era esa tintineante melodía tañida en un vrach de una sola cuerda. Jamás había visto un vrach. Si no era un espíritu, ¿era acaso el gemido del viento en alguna fisura de la roca?
    Sentía una alegría tan secreta que a nadie hizo preguntas sobre ese sonido, ni siquiera a sus compañeros, hasta que un día, inesperadamente, Sifans lo llevó a un servicio religioso. Los coros eran imponentes, y también las monodias, en que una sola voz se levantaba contra los abismos de la oscuridad; pero lo que más gustaba a Yuli era la intervención de las voces inhumanas, los instrumentos de Pannoval.
    Jamás se había oído algo similar en las Barreras. La

    única música que las tribus conocían era un prolongado golpeteo en tambores de piel, el sonido de unos huesos de animales que se entrechocaban, y las palmadas de las manos humanas, acompañando a un canto monótono. La lujuriosa complejidad de la nueva música convenció a Yuli de que había despertado realmente a la vida espiritual. Había, en particular, una melodía que lo fascinaba irresistiblemente. Se llamaba «Oldorando» y tenía una parte instrumental que se elevaba sobre todas las demás, se hundía luego entre ellas, y por último se retiraba a un melódico refugio propio.
    La música se convirtió para Yuli casi en una alternativa de la luz. Cuando hablaba con los demás novicios descubría que apenas compartían esa exaltación. Sin embargo, llegó a pensar que ellos tenían con Akha un compromiso mucho mayor que el suyo. La mayoría de los novicios amaba u odiaba a Akha desde el nacimiento; Akha era para ellos más, real que para Yuli.
    Cuando debatía estas cuestiones durante las escasas horas dedicadas al sueño, Yuli se sentía culpable por no ser como los otros novicios. Amaba la música de Akha. Era un nuevo lenguaje. Pero, ¿no era acaso la música una creación del hombre y no de... ?
    Apenas sofocó esa duda, apareció otra. ¿Y el lenguaje de la religión? ¿No era también una invención de los hombres, y quizá de hombres agradables y poco prácticos, como el padre Sifans?
    «La fe no es paz sino tormento; sólo la Gran Guerra es paz. » Al menos, esa parte del credo era cierta.
    Yuli se atenía, sin embargo, a su propio criterio, y no buscaba la compañía de los otros novicios.
    Se reunían para las lecciones en un salón bajo, húmedo y neblinoso llamado Grieta, a veces en la oscuridad total, a veces a la luz de unas mechas que llevaban los padres. Cada lección terminaba con un rito peculiar, que hacía reír a los novicios más tarde en el dormitorio: el sacerdote apretaba la mano contra la frente de los novicios, y les señalaba el cerebro. Los dedos de los sacerdotes eran ásperos de tanto palpar las paredes mientras se movían rápidamente por los laberintos del Santuario, incluso en la más negra tiniebla.
    Cada novicio se sentaba en un curioso banco de ladrillos de arcilla, frente al instructor. Cada banco estaba decorado con un bajorrelieve distinto, para poder identificarlos en la oscuridad. El instructor se sentaba a horcajadas en una montura de arcilla, a mayor altura.
    Cuando sólo habían pasado unas semanas desde el comienzo de las clases, el padre Sifans anunció el tema de la herejía. Hablaba en voz baja, tosiendo. Peor que no creer era creer erróneamente. Yuli se inclinó hacia adelante. Ni él ni Sifans tenían luz; pero la llamita fluctuante del instructor de la clase próxima ponía un nimbo anaranjado en torno de la cabeza de Sifans y le echaba una sombra sobre la cara. La túnica blanca y negra le desintegraba por completo el contorno de la figura, y lo confundía con la oscuridad. La niebla giraba alrededor, y seguía a quienes caminaban con lentitud, practicando la lectura de paredes. Toses y murmullos llenaban la caverna. El agua goteaba incesantemente, como una campanilla.
    —Un sacrificio humano, padre, ¿has dicho un sacrificio humano?
    —El cuerpo es precioso, el espíritu prescindible. Este hombre ha hablado contra los sacerdotes, diciendo que tenían que ser más frugales... Ya habéis avanzado bastante en los estudios para asistir a la ejecución... Un ritual de tiempos bárbaros...
    Los ojos nerviosos, dos puntitos anaranjados, brillaron en la oscuridad como una señal lejana.
    Cuando llegó la hora, Yuli atravesó las lúgubres galerías tratando nerviosamente de leer las paredes con los dedos. Entraron en la caverna mayor, llamada Estado. Allí las luces estaban prohibidas. Se oyeron unos susurros mientras los sacerdotes se congregaban. Yuli se aferró subrepticiamente al ruedo de la túnica del padre Sifans, para no perderlo. Luego la voz de un sacerdote declamó la

    historia de la larga guerra entre Akha y Wutra. La noche era de Akha, y los sacerdotes protegían a la grey durante la batalla de la larga noche. Quienes se oponían a los guardianes, debían morir.
    —Traed al prisionero.
    Se hablaba mucho de prisioneros en el Santuario, pero éste era especial. Se oyó el ruido de las pesadas sandalias de la milicia, y de algo que era arrastrado por el suelo. Después, la luz.
    Una ardiente columna de luz. Los novicios quedaron boquiabiertos. Yuli reconoció la vasta sala por donde había pasado con Sataal, mucho antes. La fuente de la luz, como entonces, estaba muy alta. Era enceguecedora.
    En la base de la columna luminosa había una figura humana, atada a un marco de madera, con los brazos y las piernas abiertos. Estaba de pie, y desnuda.
    Cuando el prisionero gritó, Yuli reconoció esa cara apasionada, cuadrada, enmarcada en pelo corto. Era el joven a quien había oído hablar una vez en Prayn: Naab.
    También la voz y el mensaje eran reconocibles: —Sacerdotes, no soy vuestro enemigo, aunque me tratéis como tal, sino vuestro amigo. De generación en generación habéis caído poco a poco en la inercia. Sois menos, y Pannoval muere. No nos contentemos con adorar a Akha. ¡No! Tenemos que luchar a su lado. Tenemos que sufrir. Tenernos que desempeñar nuestro papel en la gran guerra entre el cielo y la tierra. Tenemos que reformarnos y purificarnos.
    Detrás de la figura atada había hombres de la milicia, con yelmos que resplandecían a la luz. Llegaron otros con teas humeantes, y acompañados por phagors. Se detuvieron. Alzaron las teas y el humo se elevó en serenas volutas. Un rígido cardenal se adelantó, vestido con la túnica blanca y negra y tocado con una mitra muy adornada. Golpeó tres veces el suelo con una vara dorada, chillando en olonets sacerdotal: —Que se cumpla, que se cumpla, que se cumpla... Oh, Gran Akha, dios guerrero, ¡ven! —sonó una campana.

    Una segunda columna de brillante luz blanca solidificó la noche circundante. Detrás del prisionero, los phagors y los soldados apareció Akha, subiendo junto con la luz. Akha. Un murmullo de expectación corrió por la muchedumbre. Era una escena espectral. La milicia y las grandes bestias blancas parecían casi transparentes; Akha marmóreo en el pilar de luz; todo como incrustado en obsidiana. En esa representación, la cabeza semihumana del dios estaba inclinada hacia adelante, la boca abierta, los ojos tan ciegos como siempre.
    —Toma esta vida insatisfactoria, oh gran Akha, y úsala para tu propia satisfacción.
    Los funcionarios se adelantaron. Uno hizo girar una manivela a un lado del marco que sostenía al prisionero. El marco crujió. El prisionero gimió una vez, mientras el cuerpo se le doblaba hacia atrás.
    Dos capitanes se acercaron, trayendo un phagor. Los grandes cuernos aserrados de la bestia estaban recubiertos de plata y se elevaban casi hasta las cejas de los hombres. El phagor se sostenía en la postura típica, habitual, con la cabeza echada hacia adelante; y el largo pelaje blanco se le estremecía en la corriente de aire que pasaba por el Estado.
    Nuevamente sonaron gongs, tambores y vrachs, ahogando la voz de Naab, y el prolongado canto de un cuerno se alzó sobre los demás instrumentos. Luego todo se interrumpió.
    El cuerpo estaba doblado, con los pies y las piernas ocultos, y la cabeza hacia atrás, exponiendo el cuello y el tórax, pálidos y brillantes al pie de la columna de luz.
    —Toma, oh gran Akha, toma lo que ya es tuyo. ¡Llévatelo!
    Al grito del sacerdote, el phagor dio un paso y se inclinó. Abrió la boca y puso los dientes a los lados de la garganta de Naab. Mordió. Se irguió sosteniendo en la boca un gran trozo de carne, y regresó a su puesto entre los dos soldados, masticando tranquilamente. El pelaje del pecho se le había manchado de rojo. La columna de

    luz se apagó. Akha desapareció y retornó a su nutritiva oscuridad. Muchos novicios se desvanecieron.
    Mientras salían del Estado, Yuli preguntó: —¿Por qué utilizan esos seres diabólicos? Los phagors son enemigos de los hombres. Habría que matarlos a todos.
    —Son criaturas de Wutra, como su color indica. Los mantenemos para no olvidar al enemigo —le replicó el sacerdote.
    —¿Y qué ocurrirá con el... el cuerpo de Naab?
    —Se aprovechará. Todas las partes son utilizables. Los huesos se usarán como combustible, quizá en los hornos de los alfareros. Realmente no lo sé. Prefiero mantenerme alejado de los aspectos administrativos.
    Yuli no se atrevió a decir nada más al padre Sifans, al advertir que el sacerdote hablaba con tono disgustado. Pero se dijo varias veces, para sus adentros: «Esas bestias malignas... Akha no tendría que utilizarlas. » Pero en el Santuario había phagors en todas partes: seguían pacientemente a la milicia, mirando aquí y allá con ojos que brillaban en la oscuridad debajo de la frente protuberante.
    Un día Yuli le contó a Sifans cómo su padre había muerto en las tierras salvajes a manos de los phagors.
    —Pero no sabes si lo han matado. Los phagors no siempre son completamente perversos. A veces Akha consigue dominarlos.
    —Estoy seguro de que ha muerto. Pero no hay modo de saberlo con certeza, ¿verdad?
    Yuli oyó que el padre Sifans se mordía los labios, titubeando. Luego el viejo sacerdote se acercó a Yuli en la oscuridad.
    —Hay una forma de saberlo, hijo mío.
    —Oh, sí: montar una gran expedición hacia el norte de Pannoval...
    —No, no. Hay modos diferentes... más sutiles. Un día comprenderás mejor las complejidades de Pannoval. O quizá no. Porque hay órdenes sacerdotales muy distintas, que no conoces, como los guerreros místicos. Quizá sea mejor que no continúe.

    Yuli insistió. La voz del sacerdote bajó todavía más, hasta casi perderse bajo el rumor del agua que goteaba cerca.
    —Sí, guerreros místicos, que abandonan los placeres de la carne y obtienen en cambio misteriosos poderes...
    —Eso es lo que pedía Naab, y por eso lo han matado.
    —Ejecutado después de juicio. Las órdenes superiores prefieren que nosotros, las órdenes administrativas, nos quedemos como estamos. Pero ellos... ellos se comunican con los muertos... Si fueras uno de ellos, podrías hablar con tu padre después de muerto.
    En la oscuridad, Yuli tartamudeó sorprendido.
    —Hay muchas capacidades humanas y divinas que se pueden aprender, hijo mío. Yo mismo, cuando mi padre murió, caí en el ayuno por la pena, y después de muchos días lo vi claramente, suspendido en la tierra de Akha como si fuera otro elemento, con las manos sobre los oídos, como si oyera un sonido que le disgustaba. La muerte no es un fin, sino nuestra extensión en Akha... Sin duda recuerdas la lección, hijo mío.
    —Todavía estoy enojado con mi padre. Quizá sea ésa la causa de mi dificultad. En definitiva, él fue débil. Yo deseo ser fuerte. ¿Qué son... esos guerreros místicos de que hablas, padre?
    —Si no crees en mis palabras, como parece, es inútil que te diga nada más. —En la voz había un tono de petulancia cuidadosamente calculado.
    —Lo siento, padre. Soy un salvaje, como tú dices... Tú crees que los sacerdotes deberían reformarse, como clamaba Naab, ¿no es cierto?
    —Yo sigo un camino del medio. —Sifans se inclinó hacia adelante, tenso, parpadeando como si hubiera algo que agregar, y Yuli oyó el movimiento de los párpados secos. — Muchos cismas dividen el Santuario, Yuli, como verás si te ordenas. Las cosas son más difíciles que cuando yo era niño. A veces pienso...
    Las gotas de agua seguían cayendo plaf-plaf-plaf y alguien tosió a la distancia.

    —¿Qué, padre?
    —Oh... Ya tienes suficientes ideas heréticas, sin que yo te instile otras nuevas. No sé por qué te he hablado. Por hoy hemos terminado las lecciones, hijo.
    Hablando no con Sifans, a quien le agradaba discurrir mediante equívocos, sino con los demás novicios, Yuli aprendió gradualmente algunas cosas acerca de las estructuras de poder que mantenían unida a la comunidad de Pannoval. La administración estaba en manos de los sacerdotes, que operaban junto con la milicia, reforzándose mutuamente. No había un juez definitivo, ni un jefe en el sentido de los jefes de las tribus del desierto. Detrás de cada orden había otra, y así hasta la oscuridad metafísica, en confusas jerarquías, sin que ninguna al fin tuviera poder sobre todas las demás.
    Algunas órdenes, decían los rumores, vivían en la cadena montañosa, pero en cavernas distantes. En el Santuario las costumbres eran relajadas. Los sacerdotes podían servir como soldados y viceversa. Las mujeres entraban y salían libremente entre ellos. Más allá de las plegarias y de las lecciones había confusión. Akha estaba en otra parte. En alguna otra parte había más fe.
    En algún punto de la larga cadena del poder, pensaba Yuli, moraba la orden de guerreros místicos que podían comunicarse con los muertos y llevar a cabo otras sorprendentes hazañas. Los rumores, casi tan imperceptibles como el sonido del agua que gotea por la superficie de un muro, hablaban de una orden que estaba en todas partes y por encima de los habitantes del Santuario, y cuyos miembros se llamaban —si se los mencionaba alguna vez— los Guardianes.
    Los Guardianes, según el rumor, eran una secta de hombres cuidadosamente elegidos. Combinaban las funciones de soldados y sacerdotes. Lo que guardaban era el conocimiento. Sabían cosas ignoradas incluso en el Santuario, y eso les daba poder. Al conservar el pasado, aspiraban a ser dueños del futuro.
    —¿Quiénes son los Guardianes? ¿Podemos verlos y tocarlos?—preguntó Yuli. El misterio lo excitaba, y apenas oyó hablar de ellos, deseó fervientemente pertenecer a aquella misteriosa secta.
    Estaba hablando con el padre Sifans, casi al término del curso. El paso del tiempo lo había madurado. Ya no lloraba la muerte de sus padres; el Santuario le mantenía la mente ocupada. Había descubierto recientemente en su maestro una profunda afición a la charla. Los ojos del padre Sifans parpadeaban más rápidamente, los labios le temblaban, las palabras le brotaban con facilidad. Todos los días, mientras trabajaban juntos, el padre Sifans se permitía administrarle una pequeña dosis de revelación.
    —Los Guardianes están entre nosotros. No sabemos quiénes son. Exteriormente no son diferentes. Yo podría ser un Guardián y tú no te darías cuenta.
    Al día siguiente, después de las plegarias, Sifans llamó a Yuli con su mano enguantada y le dijo: —Ven. Como tu noviciado casi está terminado, te mostraré una cosa. ¿Recuerdas de qué hablamos ayer?
    —Por supuesto.
    El padre Sifans frunció los labios, bizqueó, alzó la nariz fina como de hurón, y asintió varias veces. Luego echó a andar con un paso rígido y afectado, esperando que Yuli lo siguiera.
    Las luces eran raras en esa parte del Santuario, y en algunos sitios estaban totalmente prohibidas. Los dos hombres se movían con seguridad en las tinieblas. Yuli mantenía extendidos los dedos de la mano derecha, rozando la franja labrada en la pared del corredor. Estaban en Warrborw, y Yuli ya sabía leer los muros.
    Al frente había unos escalones. Dos preets de ojos luminosos, encerrados en jaulas de mimbre, indicaban el punto de unión del corredor principal con un pasadizo lateral y las escaleras. Yuli y el anciano maestro subieron a paso firme, clac, clac, y fueron por galerías de más escalones, evitando por la fuerza del hábito a los otros que también marchaban en la oscuridad.
    Estaban ahora en Espiga Salvaje. Eso decía el dibujo

    de la roca, bajo los dedos de Yuli. En un diseño que jamás se repetía, de ramas entrelazadas, se movían pequeños animales, invenciones, según Yuli, de algún artista muerto mucho antes: animales que saltaban, nadaban, trepaban y se revolvían. Por alguna razón, Yuli los imaginaba de colores vivos. La franja labrada se extendía en todas direcciones; nunca era mayor que el ancho de una mano. Éste era uno de los secretos del Santuario. Nadie podía perderse en esa oscuridad laberíntica si recordaba los diseños que identificaban cada sector y las señales que anunciaban un recodo, unos escalones, o una bifurcación.
    Entraron en una galería baja. La resonancia parecía indicar que no había nadie más. El relieve mostraba unos hombres extraños, entre cabañas de madera, con las manos abiertas. Tenían que vivir en alguna parte, en el exterior, pensó Yuli, disfrutando del paisaje que las manos le revelaban.
    Sifans se detuvo, y Yuli chocó contra él. Mientras se disculpaba, el anciano se apoyó contra el muro.
    —Calla, y permíteme el placer de un buen jadeo —le dijo.
    Un instante después, lamentando la severidad con que había hablado, agregó: —Me estoy volviendo viejo. Pronto cumpliré veinticinco años. Pero la muerte de un individuo no es nada para Akha.
    Yuli sintió temor por él.
    El sacerdote tocó la pared. El agua corría por la roca empapándolo todo.
    —Sí, es aquí.
    El maestro abrió un pequeño postigo, y la luz los inundó. Yuli tuvo que cubrirse los ojos un momento. Luego se acercó al padre Sifans y miró.
    Sofocó un grito, asombrado.
    Abajo se veía un pequeño pueblo construido sobre una colina. Tortuosas callejas iban de un lugar a otro; flanqueadas a veces por grandes casas, o atravesadas por senderos que delimitaban una tumultuosa edificación. A un lado, un río corría en una profunda hondonada. Algunas

    casas se alzaban peligrosamente sobre el abismo. Las personas, pequeñas como hormigas, se movían por las calles y en el interior de las habitaciones sin techo. El ruido llegaba levemente hasta el sitio desde donde miraban los dos hombres.
    —¿Dónde estamos?
    Sifans señaló con un ademán.
    —Eso es Vakk. Lo habías olvidado, ¿verdad?
    Observó con cierta diversión a Yuli que miraba boquiabierto.
    Qué tonto era, pensó. Tendría que haber reconocido Vakk sin preguntar como un salvaje. Podía ver a la distancia el arco que conducía a Reck, frágil como el hielo. Más cerca reconoció la calle donde había vivido, y el hogar de Kyale y Tusca. Los recordó, y también a la hermosa Iskador, de pelo negro, con nostalgia; pero de nada valía lamentar un mundo perdido. Kyale y Tusca lo habrían olvidado, como él a ellos. Lo que más le sorprendió fue ver qué brillante parecía Vakk, un lugar que él recordaba como profundamente sombrío y sin color. La diferencia mostraba cuánto habían mejorado sus ojos desde que estaba en el Santuario.
    —Me preguntabas quiénes eran los Guardianes, ¿recuerdas? —dijo el padre Sifans—. Preguntabas si los veíamos. He aquí mi respuesta. —Señaló el mundo, abajo. — La gente no nos ve. Aun mirando hacia arriba no pueden vemos. Somos superiores. Y así también son superiores los Guardianes a los sacerdotes corrientes. Dentro de nuestra fortaleza hay una fortaleza secreta.
    —Ayúdame, padre Sifans. Esa fortaleza secreta... ¿es amistosa? El secreto es a veces hostil.
    El padre Sifans parpadeó.
    —La pregunta correcta sería: «Esa fortaleza secreta, ¿es necesaria para nuestra supervivencia?» Y la respuesta es sí, por alto que sea el costo. Quizá te parezca raro que yo lo diga. Yo sigo en todo, menos en esto, el camino del medio. Pero se necesitan extremos para afrontar los riesgos extremos de la vida, contra los que Akha intenta ampararnos.
    "Los Guardianes guardan la Verdad. Según las escrituras, nuestro mundo ha sido liberado del fuego de Wutra. Hace muchas generaciones, los habitantes de Pannoval osaron desafiar al gran Akha y se marcharon a vivir fuera de la montaña sagrada. Las ciudades como esa que ves abajo eran construidas bajo el cielo desnudo. Y entonces el fuego derramado por Wutra y sus cohortes cayó sobre nosotros, castigándonos. Unos pocos sobrevivientes lograron regresar aquí, a nuestro hogar natural.
    "No son meras escrituras, Yuli. Olvida la blasfemia implícita en ese «meras». Tendría que decir que son verdaderas escrituras. Es nuestra historia. Los Guardianes, en su fortaleza secreta, conservan esa historia y otras cosas que han sobrevivido a la época de cielos abiertos. Creo que ven con claridad lo que nosotros vemos oscuramente.
    —¿Por qué no se nos considera dignos de saber esas cosas?
    —Basta que las conozcamos como escrituras, como parábolas. Yo creo que nos privan del conocimiento, primero, porque quien tiene el poder siempre escatima el conocimiento, puesto que el conocimiento es poder; y segundo, porque temen que armados con ese conocimiento, intentemos regresar otra vez al mundo de cielos abiertos cuando el gran Akha despeje las nieves.
    Yuli pensaba con rapidez. La franqueza del padre Sifans le sorprendía. Si el conocimiento era poder, ¿en qué se apoyaba la fe? Pensó que quizá lo estaba poniendo a prueba, y advirtió que el sacerdote aguardaba con gran interés a que él hablase. Y optó por lo más seguro, mencionando de nuevo el nombre de Akha.
    —Sin duda, si Akha despeja las nieves, querrá que regresemos al mundo del cielo. No es natural que los hombres y las mujeres vivan y mueran en la oscuridad.
    El padre Sifans suspiró.
    —Lo dices tú, que has nacido bajo el cielo abierto.
    —Y también allí espero morir —dijo Yuli, con un fervor que a él mismo le sorprendió. Temió que esa respuesta no premeditada provocara la ira del maestro; pero el anciano le puso una mano enguantada en el hombro.
    —Todos tenemos deseos contradictorios... —Parecía que Sifans luchaba consigo mismo, sin saber si hablar o callar; al fin dijo serenamente: —Ven, regresaremos. Tú guiarás. Estás leyendo muy bien los muros.
    Cerró el postigo. Se miraron mientras la noche se apresuraba a volver. Y luego echaron a andar por la oscura galería.
    La iniciación de Yuli como sacerdote fue un gran acontecimiento. Ayunó durante cuatro días y se presentó, algo aturdido, ante el cardenal de Lathorn. Estaba acompañado por otros tres jóvenes, que también hacían los votos, y que como él tenían que cantar durante dos horas, de pie, vestidos con las rígidas túnicas ceremoniales, y sin acompañamiento musical, las liturgias memorizadas para la ocasión.
    Las voces se elevaron ligeramente en la gran iglesia sombría, hueca como una cisterna.
    La oscuridad será nuestro vestido siempre; y al pecador obligaremos a cantar. Somos ahora sacerdotes, sacerdotes supremos, dorados ante la vieja mirada de Akha, armados con antiguos derechos.
    Había una vela solitaria entre la figura del cardenal sentado y los jóvenes. El anciano permaneció inmóvil durante toda la ceremonia; quizá dormía. La brisa inclinaba hacia él la llama. En el fondo estaban los tres maestros que habían instruido a los jóvenes en el camino al sacerdocio. Yuli veía apenas a Sifans, que alzaba la nariz como un roedor satisfecho, asintiendo ante el canto. No había milicianos ni phagors.
    Al final de la ceremonia, la vieja figura vestida de blanco y negro y adornada con cadenas de oro se incorporó, puso las manos encima de la cabeza de Yuli y entonó una plegaria por los iniciados:
    —... y haz que penetremos cada vez más profundamente, oh antiguo Akha, en las cavernas de tu pensamiento, hasta que descubramos dentro de nosotros mismos los secretos de ese océano sin límites ni dimensiones que el mundo llama vida, pero que según sabemos unos pocos privilegiados, es todo lo que hay más allá de la vida
    y de la muerte...

    Se oyó entonces el corno, y la música inundó Lathorn y el corazón de Yuli.
    Al día siguiente le encomendaron el primer trabajo: instalarse entre los prisioneros de Pannoval, y escuchar sus problemas. Con los sacerdotes recientemente ordenados se seguía un procedimiento establecido. Primero en Castigo, y luego en Seguridad, antes de que se les permitiera trabajar entre la gente común. Durante este proceso de endurecimiento, se les fortificaba alejándolos de la gente que había contribuido a que se ordenasen.
    Castigo estaba llena de calor, ruido y teas ardientes. Había además guardias de la milicia, con sus phagors. La caverna era particularmente húmeda. La mayor parte del tiempo caía una fina llovizna. Cualquiera que levantara la vista podía ver las gotitas cayendo en una trayectoria torcida, movidas por el viento que soplaba de las estalactitas en lo alto.
    Los guardias usaban botas de pesadas suelas que resonaban sobre el pavimento. Los blancos phagors no llevaban ninguna indumentaria, confiando en su protección natural.
    La tarea del hermano Yuli consistía en compartir las horas de servicio con uno de los tres tenientes de la guardia, un hombre rudo llamado Dravog, que caminaba corno si estuviera aplastando escarabajos, y hablaba como si los estuviera masticando. Constantemente se golpeaba las polainas con la vara, en un irritante tamborileo. Todo lo que se hacía con los prisioneros era a golpes. Unos gongs regulaban los movimientos, y cualquier tardanza se castigaba con la vara. El estrépito era continuo. Los prisioneros se apiñaban corno un sombrío rebaño. Yuli tenía que admitir la violencia y en ocasiones remendar a las víctimas.
    Pronto empezó a rechazar la descuidada brutalidad de Dravog; la permanente hostilidad de los prisioneros le atacaba los nervios. Los días pasados con el padre Sifans habían sido felices, aunque no siempre lo había apreciado. En este nuevo y duro ambiente echaba de menos la densa oscuridad; el silencio, la piedad, e incluso al mismo Sifans, a la vez amistoso y prudente. La amistad no era cosa que Dravog pudiera reconocer.
    En un sector de Castigo había una caverna llamada Guiño. Allí unos grupos de prisioneros se ocupaban en demoler la pared posterior para ampliar el espacio. La tarea era infinita.
    —Son esclavos, y tienes que golpearlos para que trabajen —decía Dravog. Durante un momento Yuli tuvo una visión poco grata de la historia: seguramente, gran parte de Pannoval había sido creada de ese modo.
    Los escombros de la excavación eran transportados en unas burdas carretillas de madera, que necesitaban, para moverse, el esfuerzo de dos hombres, y que se llevaban a un lugar del Santuario donde el Vakk corría muy por debajo del suelo y donde había una fosa profunda.
    En Guiño había una granja atendida por los prisioneros. Se cultivaba allí centeno noctífero para hacer el pan, y un torrente que manaba de la roca alimentaba un vivero de peces. Todos los días se sacaba cierta cantidad de peces grandes. Los peces enfermos se arrojaban a un lugar de la costa donde crecían enormes hongos comestibles. Un olor acre asaltaba a todo aquel que entrara en Guiño.
    En otras cavernas había más granjas y minas de pedernal. Pero los movimientos de Yuli estaban casi tan circunscritos como los de los prisioneros. Guiño era un área cerrada. Se sorprendió cuando Dravog, hablando con otro guardia, dijo que un pasaje lateral conducía al Mercado. ¡Mercado! El nombre evocaba el bullicioso lugar que había dejado atrás en una vida diferente, y pensó con nostalgia en Kyale y en su mujer. «Nunca serás un buen sacerdote», se dijo.
    Sonaron los gongs, los guardias gritaron, los prisioneros se movieron de mala gana. Los phagors iban y venían torpemente y de vez en cuando cambiaban alguna palabra gutural. Yuli los aborrecía. Estaba mirando cómo cuatro prisioneros pescaban en la piscina bajo la mirada de uno de los guardias de Dravog. Para hacerlo, los hombres tenían que meterse en el agua helada hasta la cintura. Cuando la red estaba llena, se les permitía salir del agua y arrastrar la red a la costa.
    Los peces —gotas, de nombre— eran blancuzcos, con ojos ciegos y azules, y se debatían desesperadamente fuera del agua.
    Pasó entonces una carretilla de escombros, empujada por dos prisioneros. Una rueda tropezó con una piedra. El prisionero que estaba del mismo lado vaciló y cayó. Al caer, golpeó a uno de los pescadores, un joven que se había inclinado para alcanzar un extremo de la red, y que se precipitó de cabeza al agua.
    El guardia gritó y lo golpeó con la vara. El phagor próximo se adelantó y alzó al prisionero que había caído al suelo. Dravog y otro guardia se acercaron a la carrera, a tiempo para golpear en la cabeza al prisionero joven que intentaba salir de la piscina.
    Yuli aferró el brazo de Dravog.
    —Déjalo en paz. Fue un accidente. Ayúdalo a salir.
    —No está permitido que nadie entre en la piscina por su cuenta —respondió neciamente Dravog, apartando a Yuli y volviendo a descargar la vara.
    El prisionero emergió con la cabeza chorreando agua y sangre. Otro guardia apareció sacudiendo la vara, que zumbaba en la lluvia. Un phagor venía detrás, con los ojos brillando en la sombra. El guardia se quejó por haber llegado tarde a la diversión. Junto con Dravog y los demás guardias llevó a puntapiés al sofocado prisionero, de vuelta a la celda de la caverna próxima.

    Cuando cesó la conmoción y la multitud se dispersó, Yuli se acercó con cautela a la celda, a tiempo para oír al prisionero que llamaba desde la celda vecina: —Usilk, ¿estás bien?
    Yuli fue al despacho de Dravog y tomó la llave maestra. Sacó también una lámpara de aceite de un nicho, abrió la puerta de la celda, y entró.
    El prisionero yacía en el suelo, en una charca de agua. Se sostenía el torso con las manos, de modo que el contorno de los omóplatos se le marcaba claramente en la camisa. La cabeza y una mejilla le sangraban.
    Miró con hosquedad a Yuli, y luego, sin cambiar de expresión, dejó caer nuevamente la cabeza.
    Yuli examinó la cabeza mojada y golpeada. Preocupado, se agachó junto al hombre, colocando la lámpara en el suelo sucio.
    —Fuera, monje —gruñó el hombre.
    —Te ayudaré si puedo.
    —No puedes. ¡Fuera!
    Durante un momento estuvieron sin moverse ni hablar mientras el agua y la sangre se combinaban en la charca.
    —Te llamas Usilk, ¿verdad?
    No hubo respuesta. El rostro delgado miraba el suelo.
    —¿Tu padre se llama Kyale? ¿Y vive en Vakk?
    —Déjame en paz.
    —Lo conozco. Lo he conocido bien. Y a tu madre. Ella me cuidó.
    —Ya me has oído. —Con brusca energía, el prisionero se arrojó contra Yuli, golpeándolo débilmente. Yuli se desprendió de él, rodó y se puso en pie de un salto, como un asokin. Estaba a punto de atacar, pero se contuvo. Trató de dominarse y retrocedió. Sin una palabra, recogió la lámpara y salió de la celda.
    —Ése es peligroso —le dijo Dravog, permitiéndose una sonrisa a expensas de Yuli al advertir lo agitado que estaba. Yuli fue a la capilla de los hermanos, y rezó a Akha, en la oscuridad, una plegaria que no obtuvo respuesta.

    En Mercado, Yuli había oído una historia que los sacerdotes del Santuario no desconocían, acerca de cierto gusano.
    Ese gusano había sido enviado por Wutra, el malvado dios de los cielos. Wutra había puesto el gusano en el laberinto de galerías de la montaña sagrada de Akha. El gusano era grande y largo, casi del diámetro de las galerías. Era viscoso y se deslizaba en silencio en la oscuridad, y la gente sólo oía el siseo del aliento entre los labios blandos. Comía seres humanos. En un momento, estaban seguros; en el siguiente, oían el maligno jadeo, y el susurro de los largos bigotes que se rozaban entre sí, y eran devorados.
    Un equivalente espiritual del gusano de Wutra se movía de un lado a otro por los laberintos de la mente de Yuli. Yuli no podía dejar de ver, en los hombres escuálidos y en la sangre del prisionero, el abismo que había entre la predicación y la práctica del culto de Akha. No era que la predicación fuese demasiado mística, pues insistía sobre todo en el servicio, ni que la vida fuese tan mala; lo que le inquietaba era la contradicción.
    Recordó algo que le había dicho el padre Sifans: «No es la santidad lo que conduce al hombre al servicio de Akha. Más frecuentemente es un pecado como el tuyo. » Eso implicaba que muchos sacerdotes eran asesinos y criminales, poco mejores que los prisioneros. Sin embargo, mandaban sobre los prisioneros. Tenían poder.
    Yuli cumplía sus tareas de mala gana, sonreía menos que antes. Nunca se sentía feliz trabajando como sacerdote, y pasaba las noches rezando y los días meditando. Y trataba, en lo posible, de establecer algún tipo de contacto con Usilk.
    Usilk lo rechazaba.
    Finalmente, concluyó el período de Yuli en Castigo. Entró en un tiempo de meditación antes de empezar a trabajar en la Policía de Seguridad. Había observado a los miembros de esa rama de la milicia mientras visitaba las celdas, y había descubierto dentro de sí mismo el fantasma de una idea peligrosa.

    Después de unos pocos días en Segundad, el gusano de Wutra se hizo aún más activo en la mente de Yuli. El trabajo consistía en ver cómo golpeaban e interrogaban a los prisioneros, y en administrar la bendición final cuando morían. Yuli tenía un aspecto cada vez más sombrío, y por fin sus superiores lo elogiaron y le permitieron atender personalmente algunos casos.
    Los interrogatorios eran simples, porque había pocas formas de crimen. La gente robaba, estafaba o blasfemaba. O se metía en las zonas prohibidas o conspiraba. Este último había sido el crimen de Usilk. Algunos incluso intentaban huir al reino de Wutra, bajo el cielo. Yuli comprendió entonces que el mundo subterráneo padecía una especie de enfermedad: toda la gente con poder temía una revolución. Esa enfermedad crecía en la sombra, y explicaba las pequeñas y minuciosas leyes que gobernaban la vida en Pannoval. La población, incluyendo a los sacerdotes, era de seis millares y tres cuartos, y todos pertenecían obligatoriamente a una corporación o a una orden. Todas las viviendas, corporaciones, órdenes, dormitorios, estaban infiltrados por espías, que a su vez eran vigilados por otros espías infiltrados. La oscuridad engendraba desconfianza, y algunas de las víctimas desfilaban, abyectas, ante el hermano Yuli.
    Aunque despreciándose a sí mismo, Yuli descubrió que hacía bien el trabajo. Tenía suficiente simpatía como para conseguir que la víctima bajase la guardia, y suficiente furia destructiva para arrancarle la verdad. Con el tiempo desarrolló cierto interés profesional por esas tareas. Y sólo cuando se sintió seguro pidió que le trajeran a Usilk.
    Al concluir la tarea de cada día, se celebraba un servicio en la caverna llamada Lathorn. La asistencia era obligatoria para los sacerdotes y optativa para los miembros de la milicia. La acústica de Lathorn era excelente: el coro y los músicos inundaban el aire oscuro con hinchadas olas de sonido. Yuli tocaba desde hacía poco un instrumento.

    Era cada día más diestro con el corno, instrumento de bronce no mayor que una mano, que al comienzo había despreciado al ver a los demás músicos con sus enormes vrachs, gaitas, baranboims y dobles clows. Pero el diminuto corno podía transformarle el aliento en unas notas que volaban tan alto como el childrim, hacia la nublada bóveda de Lathorn, por encima de la melodía de las conspiraciones. Con ellas volaba también el espíritu de Yuli, al son tradicional de «Enjaezado», «En la penumbra de Akha», y del hermoso contrapunto de «Oldorarido», el tema favorito de Yuli.
    Una noche, después del servicio, Yuli salió de Lathorn con un sacerdote llamado Bervin, y juntos recorrieron las sepulcrales avenidas del Santuario, pasando los dedos sobre los nuevos bajorrelieves en que trabajaban los tres hermanos Kilandar. Ocurrió que se encontraron con el padre Sifans, que también se paseaba nervioso, recitando en voz baja una letanía. Se saludaron cordialmente. Luego Bervin se alejó con una excusa cortés, y Yuli y el padre Sifans pudieron hablar a solas.
    —No me siento contento después del trabajo, padre. La oración no me ha hecho bien.
    Como de costumbre, Sifans respondió oblicuamente.
    —He oído magníficos informes sobre tu labor, hermano Yuli. Tienes que intentar nuevos adelantos. Entonces te ayudaré.
    —Eres bondadoso. Recuerdo lo que me has dicho —Yuli bajó la voz— acerca de los Guardianes. Una organización a la que puedes ofrecerte como voluntario, ¿verdad?
    —No. Dije que hay que ser elegido.
    —¿Y cómo podría proponer mi nombre?
    —Akha te ayudará cuando sea necesario —rió Sifans—. Y ahora que eres uno de los nuestros, me pregunto si... ¿No has oído hablar de una orden que está por encima de los Guardianes?
    —No, padre. Sabes que no escucho habladurías.
    —Tendrías que hacerlo. Las habladurías son la vista

    para un ciego. Pero si eres tan virtuoso, nada te diré de los Apropiadores.
    —¿Los Apropiadores? ¿Quiénes son?
    —No, no, no temas, no te diré una palabra. ¿Por qué habría de llenarte la cabeza con organizaciones secretas, o con cuentos de lagos secretos, libres de hielo? Todas esas cosas pueden ser mentiras, al fin y al cabo. Leyendas, como el gusano de Wutra.
    Yuli rió.
    —Está bien, padre. Ya me has puesto sobre ascuas. Cuéntame.
    Sifans chasqueó los labios finos. Detuvo el paso y entró en una celda.
    —Puesto que me obligas... Es lamentable... Pero quizá recuerdas cómo vive la gente en Vakk, en esas viviendas amontonadas sin orden, unas sobre otras. Imagina que toda la cordillera donde está Pannoval es como Vakk... O mejor, como un cuerpo con varias partes interconectadas, los pulmones, las entrañas, el corazón. Imagina que hay cavernas tan grandes como la nuestra, encima y debajo de nosotros. No es posible, ¿verdad?
    —No.
    —Sí es posible. Es una hipótesis. Digamos que en alguna parte, más allá de Guiño, hay una catarata que cae de una caverna situada muy arriba. Y que cae a un nivel inferior. El agua llega a todas partes. Digamos que cae y forma un lago, de aguas puras y calientes, que nunca se hielan. Imagina ahora que en ese lugar seguro y deseable residen los más favorecidos, los más poderosos, los Apropiadores. Se han apropiado de lo mejor, el conocimiento y el poder, y allí lo guardan para nosotros, hasta el día de la victoria de Akha...
    —Y nos lo quitan a nosotros...
    —¿Cómo dices? Hermano, no te entiendo. Pues bien, sólo te he contado una historia divertida.
    —¿Y también tienen que elegirte para ser Apropiador?
    El padre Sifans chasqueó la lengua.
    —¿Quién podría alcanzar esos privilegios, si existieran? No, muchacho: para eso hay que nacer. Hay que ser miembro de alguna familia poderosa, que disponga de hermosas mujeres, y de caminos secretos para ir y venir, incluso más allá de los dominios de Akha... No, se necesitaría... una auténtica revolución para llegar a ese lugar hipotético.
    Elevó la nariz y rió.
    —Padre, te burlas de los pobres sacerdotes simples.
    El viejo sacerdote ladeó pensativamente la cabeza.
    —Eres pobre, mi joven amigo, y es probable que siempre lo seas. Pero no simple. Y por eso siempre serás un deplorable sacerdote. Y por eso te quiero.
    Se separaron. La declaración del sacerdote había perturbado a Yuli. Sí, era un deplorable sacerdote, como decía Sifans. Un amante de la música, apenas.
    Se lavó la cara con agua helada; los pensamientos le ardían en la cabeza. Esas jerarquías de sacerdotes, si las había, sólo conducían al poder. No a Akha. La fe nunca tenía explicaciones precisas —de una precisión verbal comparable a la precisión de la música— sobre cómo la devoción podía mover una efigie de piedra; las palabras de la fe sólo llevaban a una nebulosa oscuridad llamada santidad. Entenderlo fue para él tan áspero como la toalla con que se secó las mejillas.
    Acostado en el dormitorio, muy lejos del sueño, vio cómo le habían quitado al anciano Sifans toda vida propia, y verdaderos amores, dejándolo sólo con unos molestos fantasmas de afecto. No le importaba si los que estaban a su cargo tenían fe o no. Quizá había dejado de preocuparse mucho antes. Las palabras y los enigmas de Sifans revelaban una profunda insatisfacción.
    Bruscamente atemorizado, Yuli se dijo que era mejor morir en el desierto que llevar una vida mediocre en la sombría seguridad de Pannoval. Aun si eso significaba abandonar el corno y las notas de «Oldorando». El miedo lo obligó a incorporarse, apartando la manta. Oscuros vientos, los infatigables habitantes del dormitorio, soplaban por encima de él. Se estremeció.

    Con un regocijo similar al que había sentido al entrar en Reck, mucho antes, dijo en voz baja: —No creo; no creo en nada.
    Creía en el poder sobre los demás. Lo veía todos los días. Pero eso era puramente humano. Quizás había dejado de creer en todo menos en la opresión durante aquel ritual, cuando unos hombres habían permitido que un odiado phagor arrancara a mordiscos las palabras de la garganta de Naab. Quizá las palabras de Naab todavía podían triunfar; quizá los sacerdotes se reformaran hasta que sus vidas tuvieran sentido. Las palabras, los sacerdotes, eran reales. Pero Akha no era nada.
    En la inquieta oscuridad susurró: —Akha, no eres nada.
    No murió, y el viento le susurraba aún en los cabellos.
    Saltó de la cama y echó a correr. Con los dedos rozando los bajorrelieves de los muros, corrió y corrió hasta que sintió el cuerpo exhausto y los dedos desollados. Regresó, sin aliento. Quería el poder y no la sumisión.
    La guerra de su mente se había calmado. Volvió a la cama. Mañana actuaría. No más sacerdotes.
    Mientras dormitaba, volvió a soñar. Estaba en una ladera helada. Su padre, capturado por los phagors, lo había abandonado. El había arrojado la lanza hacia un arbusto, con furia. Lo recordaba, recordaba el movimiento del brazo, la vibración de la lanza al clavarse entre las ramas andrajosas, el aire que le penetraba en los pulmones, agudo como un cuchillo.
    ¿Por qué de pronto recordaba esas insignificancias? Como no era capaz de observarse a sí mismo, la pregunta quedó sin respuesta mientras él se deslizaba hacia el sueño.
    El día siguiente fue el último del interrogatorio de Usilk. Los interrogatorios sólo estaban permitidos durante seis días consecutivos; después, la víctima podía descansar. Las reglas en este sentido eran estrictas, y la milicia vigilaba suspicazmente a los sacerdotes en todos estos asuntos.
    Usilk no había dicho nada útil. No respondía a los golpes ni a la adulación.
    Estaba de pie ante Yuli, sentado en una adornada silla de inquisidor, labrada en una sola pieza de madera, y que subrayaba la diferencia entre las situaciones de ambos hombres. Yuli aparentemente cómodo, Usilk medio muerto de hambre, vestido de harapos, los hombros caídos, el rostro desvaído y sin expresión.
    —Sabemos que te han visitado personas que amenazan la seguridad de Pannoval. Sólo deseamos saber sus nombres: luego serás libre, y podrás retornar a Vakk.
    —Jamás los conocí. Eran una voz en la multitud.
    Tanto las preguntas como las respuestas se habían tornado convencionales.
    Yuli se levantó de la silla y caminó alrededor del prisionero, ocultando sus emociones.
    —Oye, Usilk. No siento odio hacia ti. Respeto a tus padres, como te he dicho. Ésta es nuestra última entrevista. No volveremos a encontrarnos. Y ciertamente morirás en este lugar miserable, sin razón.
    —Tengo mis razones, sacerdote.
    Yuli se sorprendió. No esperaba una respuesta. Bajó la voz.
    —Todos tenemos razones... Pondré mi vida en tus manos. No soy digno de ser sacerdote, Usilk. Nací en el desierto helado, bajo el cielo, muy lejos al norte de Pannoval. Y allí deseo volver. Te llevaré conmigo, te ayudaré a escapar. Ésta es la verdad.
    Usilk alzó la mirada hacia la de Yuli.
    —Vete, monje. Tus tretas no servirán conmigo.
    —Te he dicho la verdad. ¿Cómo puedo probarlo? ¿Deseas que blasfeme contra el dios a quien he hecho mis votos? ¿Crees que puedo decir esas cosas ligeramente? Pannoval me ha conformado; pero algo en mi naturaleza interior me obliga a rebelarme contra la ciudad y sus instituciones. Dan abrigo y satisfacción a la multitud, pero no a mí, ni siquiera por mis privilegios como sacerdote. No sé por qué. Sólo porque estoy hecho así...
    Contuvo el torrente de palabras.
    —Haré algo práctico. Te conseguiré ropas de sacerdote. Más tarde, cuando salgamos de esta celda, te ayudaré a deslizarte al Santuario y escaparemos juntos.
    —Basta de trucos.
    Yuli se enfureció. No tenía otro remedio si quería contenerse y no atacar y golpear al hombre. Se lanzó violentamente hacia los instrumentos que colgaban de la pared y azotó la silla con un látigo. Alzó la gran lámpara que había sobre la mesa y la colocó exactamente debajo de los ojos de Usilk. Se golpeó el pecho.
    —¿Por qué había de mentirte y traicionarme? ¿Qué sabes tú, al fin y al cabo? Nada que valga la pena. Eres simplemente una cosa recogida en Vakk; tu vida no tiene significado ni importancia. Morirás en tormento porque ése es tu destino. Muy bien, sigue así, goza sintiendo que pierdes fuerzas día a día. Ése es el precio que pagarás por tu orgullo y por ser un cretino. Haz lo que deseas, muere mil veces. Yo ya he tenido bastante. No puedo soportar el tormento. Me marcho. Piensa en mí mientras te revuelves en tus propias heces. Yo estaré afuera y libre, Ubre bajo el cielo, allí donde no llega el poder de Akha.
    Había gritado, sin preocuparle que lo oyeran, ante la golpeada palidez del rostro de Usilk.
    —Vete, monje. —La misma frase sombría que Usilk había repetido toda la semana.
    Retrocediendo un paso, Yuli alzó el látigo y golpeó con el mango la mejilla lastimada de Usilk, con furia y fuerza. A la luz incierta de la lámpara vio exactamente dónde, sobre la mejilla, debajo del ojo, a través del puente de la nariz, había caído el golpe. Permaneció con el látigo levantado mientras las manos de Usilk se alzaban hacia la herida, y las rodillas se le doblaban. Vaciló y cayó al suelo sobre los codos y las rodillas.
    Todavía aferrando el látigo, Yuli pasó por encima del cuerpo y salió de la celda.

    Apenas advirtió, dada su propia confusión, lo que pasaba alrededor. Guardias y milicianos corrían de un lado a otro de modo inusitado. El paso normal en las oscuras venas del Santuario era lento y fúnebre.
    Se acercó vivamente un capitán, con una tea ardiente en la mano y vociferando órdenes.
    —¿Eres uno de los sacerdotes interrogadores? —preguntó a Yuli.
    —¿Por qué?
    —Quiero que saquéis de aquí a todos los prisioneros. Llevadlos a las celdas. Aquí pondremos a los heridos. Pronto.
    —¿Heridos? ¿Qué heridos?
    El capitán, fastidiado, rugió: —¿Estás sordo, hermano? ¿Qué crees que eran esos gritos, toda esta última hora? Se han derrumbado los nuevos túneles de Guiño, y muchos hombres útiles han quedado sepultados. Aquello parece un campo de batalla. Muévete ahora, y lleva a tu prisionero a la celda, de prisa. Quiero este corredor despejado en dos minutos.
    Se alejó, gritando y maldiciendo. Disfrutaba con su propia excitación.
    Yuli se volvió. Usilk estaba todavía encogido en el suelo de la celda. Inclinándose, Yuli lo tomó por debajo de los brazos y lo enderezó. Usilk, gimiendo, apenas consciente, fue obligado a caminar como pudiera con un brazo por encima de los hombros de Yuli. En el corredor, donde el capitán seguía gritando, otros interrogadores trasladaban a sus víctimas, moviéndose con excitación. Nadie parecía exactamente disgustado por esa interrupción de la rutina.
    Se alejaron como sombras hacia la oscuridad. Era el momento de desaparecer, entre la confusión. Pero, ¿y Usilk?
    La ira se apagaba y la culpa volvía. Supo que deseaba demostrar a Usilk que el ofrecimiento de ayuda había sido sincero.
    En lugar de encaminarse a las celdas de la prisión, fue


    hacia sus propias habitaciones. Primero tenía que reanimar a Usilk y prepararlo para la huida. Era inútil llevarlo al dormitorio de los monjes, donde serían descubiertos. Había un lugar más seguro.
    Leyendo las paredes, dio media vuelta antes de los dormitorios, y empujó a Usilk por una escalera espiral a la que daban las celdas de algunos sacerdotes, ordenadas como en una conejera. La franja grabada le decía bajo la mano el lugar dónde estaba, aunque la oscuridad era ahora tan cerrada que unos rojos fantasmales parecían flotar como plantas sumergidas. Golpeó a la puerta del padre Sifans y entró.
    Como había pensado, no hubo respuesta. A esta hora del día, Sifans estaba ocupado en alguna otra parte. Metió a Usilk en el cuarto.
    Muchas veces había estado esperando afuera, pero nunca había entrado. Se sentía perdido. Ayudó a Usilk a sentarse en cuclillas, con la espalda apoyada contra la pared, y buscó a tientas una lámpara.
    Después de chocar con algunos muebles, encontró la ruedecilla de pedernal unida al soporte y la hizo girar. Brotó una chispa, apareció una lengua de luz, y Yuli alzó la lámpara y miró alrededor. Allí estaban todos los escasos bienes terrenales del padre Sifans. En un rincón había un pequeño altar con una grasienta estatua de Akha. Había también un sitio para abluciones, y un estante con una o dos cosas y un instrumento musical, y una alfombrilla en el suelo. Nada más. Ni una mesa ni sillas. Perdida en la sombra, había una alcoba; Yuli supo sin mirar que sólo contenía un catre donde dormía el anciano.
    Se puso en movimiento. Con el agua que salía de la roca llenó la palangana y lavó la cara de Usilk y trató de reanimarlo. El hombre bebió un poco de agua, con un gesto de dolor. En el estante, sobre un platillo de estaño había un correoso pan de centeno. Yuli ofreció un trozo a Usilk y comió otro él mismo.
    Movió con suavidad el hombro de Usilk.
    —Tienes que perdonar mi furia. Tú la has provocado.

    En el fondo, soy sólo un salvaje indigno de ejercer el sacerdocio. Pero ya ves que te he dicho la verdad. Escaparemos de aquí. No será difícil, con el derrumbamiento de Guiño.
    Usilk se limitó a gemir.
    —No estás tan mal como crees. Tendrás que moverte por ti mismo.
    Usilk miró a Yuli con los ojos entornados.
    —No me engañarás, monje.
    Yuli se sentó en cuclillas. Usilk se apartó.
    —Ya es tarde para volverse atrás. Trata de comprender. No te pido nada, Usilk. Simplemente, intentaré sacarte de aquí. Tiene que haber alguna forma de escapar por la puerta norte, si los dos nos vestimos de sacerdotes. A no muchos días de viaje vive la mujer de un trampero, llamada Lorel. Nos albergará hasta que nos acostumbremos al frío.
    —No me moveré de aquí.
    Golpeándose la frente, Yuli dijo: —Tendrás que hacerlo. Estamos escondidos en el cuarto de un padre. No podemos seguir aquí. No es un mal viejo, pero sin duda nos denunciará si nos descubre.
    —No es así, hermano Yuli. El viejo que no es malo guarda los secretos como una tumba.
    Yuli se volvió de un salto y vio al padre Sifans, que acababa de emerger de la alcoba. Adelantaba una mano frágil como si temiera un ataque.
    —Padre...
    El padre Sifans parpadeó en la luz incierta.
    —Descansaba un poco. Estaba en Guiño cuando se derrumbó la bóveda. Qué desastre. Por fortuna, no corría peligro, pero una piedra me golpeó en la pierna. No puedes escapar por la puerta norte. La guardia la ha cerrado, declarando el estado de emergencia, por si nuestros ciudadanos tienen algún mal pensamiento.
    —¿Nos denunciarás, padre? —Desde los días remotos de la adolescencia guardaba una posesión: el cuchillo de hueso que su madre había tallado para él cuando estaba


    sana. Metió la mano debajo de las vestiduras y aferró el cuchillo mientras hacía la pregunta.
    Sifans olisqueó el aire.
    —Como tú, haré algo poco inteligente. Te indicaré la mejor ruta para salir de la ciudad. Y también te diré que no lleves contigo a este hombre. Déjalo aquí. Yo me ocuparé de él. Morirá pronto.
    —No, padre, es fuerte. Se recuperará con rapidez cuando la idea de la libertad crezca de veras en él. Lo ha pasado muy mal. ¿No es cierto, Usilk?
    El prisionero los miró por encima de una mejilla amoratada e hinchada que casi le ocultaba un ojo.
    —También es verdad que es tu enemigo, y que no dejará de serlo. Cuídate de él. Déjalo conmigo.
    —Si es mi enemigo es por mi culpa. Haré las paces, y me perdonará cuando estemos a salvo.
    —Algunos hombres nunca perdonan —dijo el padre Sifans.
    Mientras los otros dos se miraban, Usilk logró erguirse con torpeza y apoyó la frente contra el muro.
    —Creo que no puedo pedírtelo, padre —dijo Yuli—. Por lo que sé, eres un Guardián. ¿Vendrás con nosotros al mundo exterior?
    Los ojos parpadearon rápidamente.
    —Antes de mi iniciación, sentí que no podía servir a Akha e intenté escapar de Pannoval. Pero me sorprendieron, porque he sido siempre dócil, y no un salvaje como tú.
    —Jamás has olvidado mis orígenes.
    —Yo envidiaba el salvajismo. Todavía lo envidio. Pero fracasé. Mi naturaleza se opuso a mis deseos. Cayeron sobre mí, y acerca de cómo me trataron... sólo te diré que tampoco yo puedo perdonar. Eso fue hace mucho. Desde entonces ascendí en la jerarquía.
    —Ven con nosotros.
    —Me quedaré aquí, cuidando mi pierna lastimada. Siempre tengo excusas, Yuli.
    Recogiendo una piedra del suelo, el padre Sifans dibujó en la pared el camino de la huida.

    —Es un largo viaje. Tendrás que pasar por debajo de las Montañas de Quzint. No irás hacia el norte, sino hacia el sur, de temperatura más clemente. Buena suerte, y éxito. —Escupiendo en la mano, borró las marcas de la pared y arrojó la piedra a un rincón.
    Yuli no encontró nada que decir; se acercó y rodeó con los brazos al anciano, apretándole los codos delgados contra el cuerpo.
    —Nos marchamos ahora mismo. Adiós.
    Usilk dijo, hablando con dificultad: —Tienes que matar a este hombre, sin demora. De lo contrario, dará la alarma apenas hayamos salido.
    —Lo conozco y confío en él.
    —Es una trampa.
    —Tú y tus malditas trampas, Usilk. No tocarás al padre Sifans. —Yuli dijo esto con cierta agitación, extendiendo un brazo para retener a Usilk que se había adelantado hacia el viejo sacerdote. Usilk intentó empujarlo y lucharon un instante, hasta que Yuli lo apartó con toda la suavidad posible.
    —Vamos, Usilk; si puedes pelear, puedes andar. En marcha.
    —Espera. Ya veo que tendré que confiar en ti, monje. Prueba tu sinceridad liberando a mi camarada. Lo llaman el Marcado, trabajaba conmigo en el vivero de peces. Está en la celda 65. Y buscarás también a una persona de Vakk.
    Frotándose el mentón, Yuli respondió: —No estás en posición de dar órdenes. —Toda demora implicaba peligro. Sin embargo, comprendía que tenía que aplacar a Usilk, si algún acuerdo era posible. El plano de Sifans hacía evidente que los esperaba un osado viaje.
    —Está bien. El Marcado. Lo recuerdo. ¿Era tu enlace revolucionario?
    —¿Todavía quieres interrogarme?
    —Está bien. Padre, ¿puede quedarse aquí Usilk mientras busco al Marcado? Gracias. ¿Y quién es el hombre de Vakk?

    Una especie de sonrisa atravesó brevemente la cara partida de Usilk.
    —No es un hombre, es una mujer. Mi mujer, monje. Se llama Iskador, y es la reina de la arquería. Vive en el Arco en la última calle.
    —Iskador... Sí, la conozco. La he visto una vez.
    —Tráela. Ella y el Marcado son valientes. Ya veremos luego si tú lo eres, monje.
    El padre Sifans aferró la manga de Yuli y le dijo suavemente, poniéndole la nariz casi dentro de la oreja: —Perdóname, pero he cambiado de idea. No me atrevo a quedarme solo con este hombre resentido y estúpido. Por favor, llévalo contigo... Te aseguro muy de veras que no saldré de mi habitación. —Oprimió con fuerza el brazo de Yuli.
    Yuli juntó las manos.
    —Está bien. Iremos juntos, Usilk. Te mostraré dónde puedes encontrar un hábito. Te lo pondrás e irás en busca del Marcado. Yo iré a Vakk y traeré a Iskador. Nos reuniremos en la esquina de Guiño. Hay dos corredores, de modo que podremos escapar en caso de apuro. Si no estáis allí, sabré que habéis sido capturados y partiré sin vosotros. ¿Está claro? Usilk gruñó.
    —¿Está claro?
    —Sí, adelante.
    Se marcharon. Dejaron el abrigo de la pequeña habitación de Sifans y se lanzaron a la densa noche de los pasillos. Con los dedos en la franja grabada del muro, Yuli guiaba a Usilk, Tan excitado estaba que hasta olvidó despedirse de su viejo mentor.
    En esa época, la gente de Pannoval no tenía gran cosa en la cabeza. Ningún gran pensamiento; sólo la comida les interesaba. Sin embargo, les gustaban los relatos, que los narradores contaban en ciertas ocasiones.
    En la gran entrada, junto a las casas de la guardia, y antes de que el visitante de Pannoval llegara a las terrazas
    PRELUDIO
    del Mercado, crecían unos árboles. Aunque pequeños de tamaño y escasos en número, eran claramente árboles verdes.
    Se los apreciaba debidamente por su rareza, y por su costumbre de producir de vez en cuando unas nueces arrugadas llamadas tejeras. Ningún árbol lograba dar fruto una vez por año; pero todos los años uno u otro árbol mostraba unas pocas tejeras de color herrumbre bailoteando en el extremo de las ramas. La mayoría tenían gusanos; pero las mujeres y los niños de Vakk, Groyne y Prayn comían los gusanos junto con los frutos.
    A veces los gusanos morían cuando se partía la nuez. Decía una historia que el gusano moría de sorpresa. Creía que el interior de la nuez era todo el mundo, y que la corteza arrugada era el cielo, pero un día el mundo se partía en dos. Veía con horror que más allá del mundo había un mundo gigantesco, más importante y brillante en todos los sentidos. Esto era demasiado para los gusanos, que morían ante la revelación.
    Yuli pensaba en los gusanos de las nueces mientras salía de las tinieblas por vez primera en más de un año, y retornaba, deslumbrado, al atareado mundo de la vida ordinaria. Al principio, el ruido, la luz y el tumulto de tantas personas lo desconcertó.
    Todo el desafío y las tentaciones de ese mundo se resumían en Iskador, Iskador la hermosa. La recordaba como si la hubiese visto ayer. Al verla ahora, le pareció aún más hermosa, y apenas alcanzó a tartamudear.
    La vivienda tenía varias habitaciones y era parte de una pequeña fábrica, de arcos. El padre de Iskador era el gran maestre de la corporación de constructores de arcos. Con cierta altanería, Iskador invitó a entrar al sacerdote. Yuli se sentó en el suelo y bebió un vaso de agua, mientras explicaba lentamente la situación.
    Iskador era una muchacha robusta y directa, de tez blanca como la leche y pelo negro y ojos de color avellana. Tenía una cara ancha de altos pómulos, y una boca grande y fresca. Sus movimientos eran enérgicos. Cruzó

    los brazos sobre el pecho con aire circunspecto mientras escuchaba lo que Yuli le decía.
    —¿Y por qué no viene Usilk a contarme él mismo ese disparate?
    —Tenía que buscar a otro amigo. Y no podía venir a Vakk. Tiene la cara lastimada, y llamaría la atención.
    El pelo negro colgaba a ambos lados del rostro, enmarcándolo como unas alas negras. Esas alas fueron apartadas impacientemente con un movimiento de cabeza, e Iskador dijo: —Dentro de seis días hay un torneo de arco, que quiero ganar. No deseo irme de Pannoval. Soy feliz aquí. Era Usilk el que se quejaba todo el tiempo. Y además, hace siglos que no lo veo. Tengo otro amigo.
    Yuli se puso en pie, enrojeciendo levemente.
    —Está bien, entonces. No hables de lo que he dicho. Me iré y le daré tu respuesta a Usilk. —Se sentía nervioso ante ella y más brusco de lo que él deseaba.
    —Espera —respondió ella, acercándose con un brazo extendido, con una nerviosa mano tendida hacia él—. No he dicho que puedes irte, monje. Lo que me has contado es muy interesante. Y además has de defender la causa de Usilk, y tratar de persuadirme a que vaya con vosotros.
    —Sólo dos cosas, Iskador. Mi nombre es Yuli, y no «monje». ¿Y por qué habría de defender a Usilk? No es mi amigo, y además...
    La voz se le apagó. La miró con rabia, con las mejillas encendidas.
    —Y además, ¿qué? —Había una risa oculta debajo de la pregunta.
    —Oh, Iskador, además eres hermosa; eso es lo que hay además; y además yo mismo te admiro.
    La actitud de ella cambió. Alzó la mano, cubriéndose a medias los labios pálidos.
    —Dos «además», y los dos importantes. Eso cambia todo, Yuli. Ahora que te miro, no eres nada desagradable. ¿Por qué te has hecho sacerdote?

    Sintiendo cómo cambiaba la marea, Yuli vaciló y dijo luego osadamente: —Maté a dos hombres.
    Iskador lo miró por debajo de las tupidas pestañas durante un tiempo que pareció muy largo.
    —Espérame mientras busco un bolso y un arco —dijo finalmente.
    El derrumbamiento de la bóveda había provocado una ansiosa excitación en todo Pannoval. Había ocurrido el acontecimiento que más temía la fantasía de la gente. Las reacciones eran algo confusas. Junto al temor había alivio, porque sólo habían perecido prisioneros, guardianes, y unos cuantos phagors. Probablemente merecían el destino que les había deparado el gran Akha.
    En la parte posterior de Mercado se habían instalado unas barreras, y la milicia mantenía el orden. Equipos de rescate, hombres y mujeres de la corporación de médicos, y numerosos trabajadores se movían en el escenario del desastre. Contra las barreras se apretujaba la multitud, en parte silenciosa y tensa, en parte alegre, alrededor de un acróbata y un grupo de músicos que contribuían a esa alegría. Yuli se abrió paso entre la multitud, seguido por la muchacha. La gente, por la larga costumbre, se retiraba ante el sacerdote.
    Guiño, donde había ocurrido el derrumbe, tenía un aspecto extraño. Allí no había espectadores. Una brillante hilera de luces de emergencia favorecía las tareas de rescate. Los prisioneros echaban un polvo especial a la llama para que diera más luz.
    Era una escena de sombríos trabajos. Los prisioneros cavaban, descansaban un rato, y las filas posteriores continuaban la tarea. Los phagors arrastraban los carros de escombros. De vez en cuando se oía un grito: la remoción de escombros se hacía más febril, y un cuerpo emergía y era entregado a los médicos.
    La escala del desastre era imponente. Al derrumbarse un nuevo túnel, parte de la bóveda principal había caído en varios puntos. La mayor parte del suelo estaba cubierta de rocas, y los viveros de peces y hongos habían quedado sepultados. La causa del derrumbe era un torrente subterráneo, que ahora afloraba con violencia, y añadía la inundación a las demás dificultades.
    Las piedras caídas casi ocultaban los pasillos posteriores. Iskador y Yuli tuvieron que trepar sobre una pila de escombros. Por fortuna un montón de escombros todavía mayor los ocultaba de cualquier mirada inquisitiva. Pasaron sin que los detuvieran. Usilk y su camarada el Marcado aguardaban en las sombras.
    —Te queda bien la ropa blanca y negra, Usilk —comentó sarcásticamente Yuli, refiriéndose al atuendo sacerdotal que vestían ambos prisioneros. Porque Usilk se había acercado vivamente a abrazar a Iskador. Ella, quizá disgustada por su rostro lastimado, lo mantuvo a distancia y le tomó afectuosamente las manos.
    Aun disfrazado, el Marcado parecía un prisionero. Era alto y delgado, e inclinaba los hombros como una persona que ha pasado demasiado tiempo en una celda pequeña. Tenía las grandes manos cubiertas de cicatrices. Los ojos, al menos durante ese encuentro, eran huidizos; apartándose de la mirada de Yuli, le echaba una rápida ojeada cuando Yuli parecía distraído. Yuli le preguntó si estaba preparado para un difícil viaje, y el hombre asintió, gruñó y se ajustó la bolsa que llevaba al hombro.
    No era un buen comienzo para la aventura, y por un instante Yuli lamentó la decisión que había tornado. Era mucho lo que dejaba para unirse a dos tipos corno Usilk y el Marcado. Entendió que era necesario que afirmase en seguida su autoridad, o habría problemas.
    Evidentemente, Usilk tenía la misma idea.
    Se adelantó con su carga y dijo: —Llegas tarde, monje. Pensábamos que te habías arrepentido. Y que todo era una trampa.
    —¿Crees que tú y tu compañero podréis soportar un duro viaje? Pareces enfermo.
    —Será mejor que nos movamos, en lugar de hablar—respondió Usilk, cuadrando los hombros y metiéndose entre Iskador y Yuli.
    —Yo mando, vosotros ayudáis —dijo Yuli—. Si esto queda claro, todos nos llevaremos bien.
    —¿Qué te hace pensar que mandarás tú, monje? —dijo Usilk desdeñosamente, mientras miraba a sus amigos, pidiéndoles apoyo. Con un ojo semicerrado, parecía a la vez taimado y amenazante. Volvía a mostrarse terco ahora que quizá era posible escapar.
    —Ésta es la respuesta —dijo Yuli, moviendo el puño derecho en una dura curva que se hundió en el estómago de Usilk.
    Usilk se dobló, gruñendo y jurando.
    —Maldito eddre...
    —Enderézate, Usilk, y vámonos antes que descubran nuestra ausencia.
    No hubo más discusión. Lo siguieron obedientemente. Las débiles luces de Guiño desaparecieron tras ellos. Pero las puntas de los dedos de Yuli corrían por el relieve mural que le servía de vista: complicadas series de abalorios y cadenas de conchas diminutas, que se sucedían como una melodía tocada en el corno, mientras ellos entraban en el silencio enorme de la montaña.
    Los otros no compartían el secreto sacerdotal de Yuli, y necesitaban luz para avanzar. Le pidieron que anduviera más lentamente, o que les permitiera encender una lámpara; Yuli se negó a ambas cosas. Aprovechó la oportunidad para tomar la mano de Iskador, lo que ella aceptó de buena gana, y avanzó disfrutando del contacto de la piel de ella. Los otros dos se contentaron con ir agarrados al vestido de Iskador.
    Después de un tiempo, el corredor se bifurcó, los muros se hicieron más ásperos, y la trama repetida del mural desapareció. Habían llegado a los límites de Pannoval, y estaban solos. Descansaron. Mientras los demás hablaban, Yuli pensó en el plano que el padre Sifans había dibujado. Lamentaba no haber abrazado al anciano ni haberle deseado buena suerte.

    Creo, padre, que me comprendías, a pesar de tus extrañas maneras. Sabes qué clase de arcilla soy. Sabes que aspiro al bien, pero que no puedo elevarme de mi propia y oscura naturaleza. Sin embargo, no me has traicionado. Y yo tampoco te clavé el cuchillo, ¿verdad?... Has de tratar de mejorarte, Yuli, eres un sacerdote, al fin y al cabo... ¿Lo soy? Quizá, cuando salgamos de aquí, si salimos. Y además, esta muchacha maravillosa... No, no soy un sacerdote, padre; bendito seas, nunca lo seré, pero lo intenté y tú me ayudaste. Que la suerte te acompañe... siempre...

    —Arriba —dijo, poniéndose de pie y ayudando a la muchacha a incorporarse. Iskador le apoyó suavemente una mano en el hombro, en la oscuridad. Y no se quejó por la fatiga, como hicieron Usilk y el Marcado.
    Más tarde durmieron, apretujados al pie de una cuesta pedregosa, Iskador entre Yuli y Usilk. Los miedos de la noche llegaron a ellos: imaginaban en la oscuridad que el gusano de Wutra se acercaba con las mandíbulas abiertas entre los viscosos bigotes.
    —Dormiremos con una luz encendida —dijo Yuli. Hacía frío y se abrazó a Iskador, y se durmió con la mejilla apoyada contra la túnica de cuero.
    Cuando despertaron, comieron frugalmente los alimentos que llevaban. El camino se hizo mucho más difícil. Hubo un deslizamiento y cayeron por un barranco. Durante horas se arrastraron sobre el vientre, llamándose a gritos para no perder contacto en la profunda noche subterránea. Un viento glacial soplaba en el estrecho túnel por donde iban, y les cubría de nieve los cabellos.
    —Volvamos atrás —dijo el Marcado, cuando por fin pudieron ponerse de pie, agazapados y sin aliento—. Prefiero la prisión. — Nadie le respondió, y él no volvió a repetirlo. No podían regresar. Siguieron adelante en silencio, abrumados por la gran presencia de la montaña.
    Yuli se había perdido. El deslizamiento había trastocado sus planes. No sabía dónde estaba, de acuerdo con el mapa del viejo sacerdote, y sin las franjas murales se sentía tan desarmado como los demás. Un ruido susurrante empezó a crecer. Colores malignos imposibles de identificar le flotaban ante los ojos, parecía que estuviese atravesando un muro de roca sólida. Respiraba entrecortadamente. Decidieron descansar.
    Habían ido hacia abajo durante horas. Reemprendieron la marcha; Yuli extendía una mano hacia un costado y llevaba la otra sobre la frente, para no golpearse contra la roca, como le había ocurrido en varias ocasiones. Iskador venía detrás aferrada al hábito. Yuli se sentía tan fatigado que el contacto era sólo una molestia.
    Aturdido, empezó a creer que los enfermizos colores que veía cambiaban junto con la respiración de él. Y sin embargo, eso no podía ser del todo cierto, porque una luminosidad crecía firmemente. Continuó el avance, siempre hacia abajo, apretando y aflojando los párpados. Sin duda estaba volviéndose ciego: apenas distinguía una luz lechosa. Al volverse, vio el rostro de Iskador como en un sueño, o mejor como en una pesadilla, porque los ojos miraban ávidamente, y la boca estaba entreabierta en el disco espectral de la cara.
    Cuando él la miró, parecía que ella despertaba de pronto. Se detuvo, agarrándose a él para sostenerse, y Usilk y Marcado tropezaron contra ellos.
    —Hay luz adelante —dijo Yuli.
    —¡Luz!¡Puedo ver otra vez! —Usilk tomó a Yuli por los hombros. — Nos has sacado de la montaña, sucio monje. ¡Estamos a salvo, somos libres!
    Rió con fuerza y corrió hacia adelante, con los brazos abiertos como para abrazar la fuente de la luz. Felices, los demás lo siguieron, tropezando por el suelo desigual, envueltos en una luz que nunca había existido antes, excepto en algunos desconocidos mares del sur donde los témpanos flotaban y chocaban entre sí.
    El suelo se niveló y el techo desapareció. Había charcas de agua en el camino, que se elevaba y se estrechaba. Avanzaron chapoteando. La luz no aumentó, pero ahora todo temblaba alrededor con un terrible estruendo.
    De pronto se encontraron al final del camino, en un saliente, rodeados de ruido y luz.
    —Los ojos de Akha —murmuró Marcado, mordiéndose el puño.
    Un abismo se abría allí, como una garganta que llevaba al vientre de la tierra. Las fauces estaban algo más arriba. De ellas se despeñaba un río que se hundía en la garganta. El agua caía con violencia justo debajo del saliente. Y era la causa del estruendo. El agua, blanca aun donde no había espuma, volaba entre los sombríos verdes y azules de la pared. Aunque de allí provenía la escasa luz que tanto los había alegrado, las rocas de más atrás parecían también iluminadas, envueltas en espesos remolinos blancos, rojos y amarillos.
    Mucho antes de que terminaran de contemplar este espectáculo, y de mirar sus propias imágenes blancuzcas, el agua los había empapado.
    —Ésta no es la salida —dijo Iskador—. Es una vía muerta. ¿Qué hacemos, Yuli?
    Yuli señaló con serenidad el extremo opuesto del saliente de roca.
    —Pasaremos por ese puente —dijo.
    Fueron con cautela hasta el puente. Cubrían el suelo unas algas verdes y resbaladizas. El puente parecía gris y antiguo. Estaba hecho de trozos de piedra arrancados de las rocas vecinas. Un arco ascendía y se interrumpía. La estructura se había derrumbado. A través de la luz lechosa, se podía ver el muñón del otro extremo. Había habido un puente, tiempo atrás.
    Durante un rato observaron el abismo, sin mirarse entre sí. Iskador fue la primera que se movió. Se inclinó, puso la bolsa en el suelo, preparó el arco. Sacó un dardo, como los que Yuli había visto en el torneo, y le ató un hilo. Sin una palabra, Iskador avanzó hasta el saliente de roca, afirmó un pie en el borde, y alzó el arco; echó al mismo tiempo los brazos hacia atrás, tendiéndolo casi sin esfuerzo, y soltó la flecha.
    La flecha atravesó la luz cargada de espuma. Llegó al cenit por encima de un peñasco, rebotó contra la pared, y cayó a los pies de Iskador.—Brillante —dijo Usilk, palmeándole el hombro—. Y ahora ¿qué hacemos?.
    Por toda respuesta, Iskador ató una cuerda al extremo del hilo y volvió a disparar el dardo. Pronto la cuerda corrió sobre el saliente y la punta llegó a los pies de ella. En otra cuerda hizo un nudo corredizo, y también la envió por encima del saliente. Entonces pasó el extremo de la cuerda por el nudo, y la estiró.
    —¿Quieres ir primero, ya que eres el jefe? —le preguntó a Yuli, ofreciéndole la cuerda.
    El miró los ojos hundidos de ella, asombrado ante la sutileza de la artimaña y la economía de esa sutileza. No sólo le había dicho a Usilk que él no era el jefe, sino que además le decía a Yuli que demostrase que lo era. Yuli reflexionó, lo consideró acertado, tomó la soga, y se dispuso a aceptar el desafío.
    Era alarmante, pero no demasiado peligroso, pensó. Podía atravesar el abismo con un movimiento de péndulo, y luego, apoyando los pies en la roca vertical, trepar hasta la altura del saliente de donde caía la cascada. Por lo que podía ver, había suficiente espacio para trepar sin que el agua lo arrastrase. Qué harían luego, sólo podría saberlo cuando estuviese arriba. Ciertamente no mostraría miedo ante los dos prisioneros ni ante Iskador.
    Se dejó caer con demasiada prisa a través del abismo, con la mente distraída en parte por la muchacha. Golpeó torpemente contra la pared opuesta, el pie izquierdo le resbaló en las viscosas algas verdes, dio con el hombro contra la roca, giró entre la espuma, y soltó la cuerda. Al instante siguiente caía al abismo.
    Entre el rugido del agua llegó el grito único de los demás. Era la primera vez que habían hecho algo verdaderamente juntos.
    Yuli tocó una roca y se aferró a ella desesperado. Dobló las rodillas y afirmó los dedos de los pies.
    Había caído sólo unos dos metros, sobre un saliente rocoso de la pared, aunque el golpe lo había sacudido de pies a cabeza. El lugar era mínimo, pero suficiente. Jadeando, se acurrucó en una incómoda postura, con el mentón casi a la altura de las botas, tratando de no moverse.
    Miró hacia abajo con ansiedad y vio una piedra azul, preguntándose si iba a morir. La imagen de la piedra no se hizo más nítida. Tuvo la impresión de que si se inclinaba sobre el abismo podría recogerla. Pero de repente entendió la verdad: no estaba viendo una piedra cercana, sino un objeto azul, muy abajo. El vértigo se apoderó de él y lo paralizó. Hijo de las llanuras, no tenía defensas, contra una experiencia semejante.
    Cerró los ojos, y permaneció aferrado a la roca. Sólo los gritos de Usilk, que parecían muy lejanos, le obligaron a mirar de nuevo.
    Muy lejos, abajo, había otro mundo. La fisura entre las rocas lo mostraba como una especie de telescopio. Yuli creía ver una escena pequeña y extrañamente iluminada dentro de una caverna enorme. Lo que había tomado por una piedra azul era un lago, o quizás un mar, porque sólo veía un fragmento de algo cuyo verdadero tamaño no podía conocer. En la costa del lago, había unos granos de arena, que quizá eran edificios de alguna especie. Se quedó ensimismado, mirando insensatamente hacia abajo.
    Algo lo rozó. No podía moverse. Alguien le hablaba, y le apretaba los brazos. Se incorporó sin fuerzas y se sentó apoyando la espalda contra las rocas, y se abrazó a los hombros de su salvador. Una cara contusa, con la nariz y una mejilla lastimadas y un ojo cerrado negro y verde, apareció ante él.
    —Sostente con fuerza. Subimos.
    Se apretó contra Usilk, que subió lentamente y por fin consiguió izarlo por encima del saliente rocoso de donde caía la cascada. Usilk se echó en el suelo cuan largo era, jadeando y gimiendo. Yuli miró hacia abajo: Marcado e Iskador apenas se veían del otro lado del abismo, con las caras vueltas hacia arriba. Examinó otra vez la fisura entre las rocas, pero la visión de aquel otro mundo había desaparecido, eclipsada por la espuma. Le temblaban los miembros. Logró dominarse y ayudar a los demás a subir.
    En silencio, se estrecharon unos a otros, agradecidos.
    En silencio, emprendieron la marcha entre las grandes rocas que rodeaban el torrente.
    En silencio continuaron. Yuli no habló de ese otro mundo que había creído ver. Pero pensó nuevamente en el padre Sifans. ¿No podía ser una fortaleza secreta de los Apropiadores que se había aparecido un momento entre las rocas? Fuera lo que fuera, no dijo nada.
    La cavidad de la montaña parecía infinita. Sin luz, los cuatro se adelantaban temiendo tropezar en las fisuras del suelo. Cuando les parecía que era de noche, buscaban un nicho adecuado para dormir, y se apretujaban buscando calor y compañía.
    En cierta ocasión, después de trepar durante horas por el lecho sembrado de cantos rodados de un río desaparecido mucho antes, encontraron un nicho alto casi como ellos donde pudieron descansar del viento helado que había soplado durante toda la jornada.
    Yuli se durmió inmediatamente. Fue despertado por Iskador que lo sacudía. Los otros dos hombres estaban sentados y murmuraban, temerosos.
    —¿Oyes? —preguntó Iskador.
    —¿Oyes? —preguntaron Usilk y Marcado.
    Yuli escuchó el viento que suspiraba en el cauce seco y un goteo distante y luego oyó lo que les atemorizaba. Un ruido de algo que raspaba o que se deslizaba rápidamente contra los muros rocosos.
    —¡El gusano de Wutra! —dijo Iskador.
    Yuli la asió con firmeza.
    —Es sólo una historia que se cuenta —dijo. Pero sintió un frío terrible y echó mano a la daga.
    —Aquí estamos seguros —dijo Marcado— si no hacemos ruido.
    Solo les cabía esperar que tuviera razón. Era evidente que algo se aproximaba. Acurrucados, miraban con nerviosidad el túnel. Marcado y Usilk esgrimían los bastones que habían robado a los guardianes de Castigo; Iskador tenía su arco.
    El ruido crecía, y parecía llegar junto con el viento. Ahora se oía también un rumor de rocas arrojadas con violencia a los lados. El viento se apagó, bloqueado quizás. Un olor los asaltó.
    Era un olor pesado, a peces podridos, a excrementos, a queso rancio. Una niebla verdosa invadía el túnel. La leyenda decía que los gusanos de Wutra eran silenciosos, pero esto, fuera lo que fuese, se acercaba ahora estrepitosamente.
    Movido más bien por el terror que por el valor, Yuli se asomó a mirar.
    Allí estaba, aproximándose con rapidez. Apenas se le veían las facciones, detrás de la nebulosa verde que empujaba hacia adelante. Cuatro ojos, dos arriba y dos abajo, y bigotes y colmillos gigantescos. Yuli echó atrás la cabeza, con horror y náuseas. El gusano se acercaba, inexorable.
    En el momento siguiente, los cuatro pudieron verle la cara de perfil. Los ojos brillaban enloquecidos. Las rígidas púas del bigote rozaron los abrigos de pieles. Luego un cuerpo hediondo, de escamas azules, pasó ondulando, cubriéndolos de polvo.
    Había millas de cuerpo. Al fin, apretados unos contra otros, miraron, asomándose. Al comienzo del túnel del río seco había una caverna algo mayor, por donde ellos habían pasado. Allí ocurría en ese momento una conmoción: la gran luminiscencia ondulaba, visible aún.
    El gusano los había descubierto. Pesadamente, se daba la vuelta para arremeter contra ellos. Iskador sofocó un grito cuando comprendió lo que ocurría.
    —Piedras, pronto —dijo Yuli. Había allí unas piedras sueltas que podían tirar. Se volvió hacia el fondo del nicho, alargó la mano contra el gusano y tocó algo velludo. Retrocedió. Golpeó la ruedecilla del pedernal. Una chispa brotó y se apagó, pero todos alcanzaron a ver íos restos enmohecidos de un hombre, del que sólo quedaban los huesos y las pieles en que se había envuelto. Y una especie de arma. Yuli encendió una segunda chispa.
    —¡Un peludo muerto! —exclamó Usilk, en la jerga de los prisioneros.
    Usilk tenía razón. El cráneo largo y los cuernos eran inconfundibles. Junto al cuerpo del phagor había un bastón que terminaba en una punta metálica curva. Akha había acudido a ayudar a los amenazados por Wutra. Tanto Usilk como Yuli tendieron k mano al astil del arma.
    —Para mí. Yo he usado estas cosas —dijo Yuli, quedándose con el arma. De pronto regresaba a la vida de antes. Recordó cómo había enfrentado en el desierto a un yelk que cargaba contra él.
    El gusano de Wutra retornaba. Otra vez el estrépito. Más luz verde pálida. Yuli y Usilk se aventuraron a asomarse rápidamente. Pero el monstruo no se movió. Podían verle el borrón de la cabeza. Se había vuelto y miraba hacia ellos, pero no avanzaba.
    Aguardaba.
    Miraron nuevamente, pero en la otra dirección.
    Un segundo gusano se acercaba por donde había venido el primero. Dos gusanos... De pronto, en la imaginación de Yuli, en todo el sistema de cavernas bullían los gusanos.
    Aterrorizados, se aferraron unos a otros, mientras la luz se hacía más clara y el ruido más cercano. Pero las monstruosas criaturas sólo se preocupaban por el congénere que tenían delante.
    Detrás de una ola de aire fétido apareció la cabeza del monstruo, con cuatro ojos brillantes. Apoyando el cabo de la lanza recientemente adquirida contra el costado del nicho, Yuli sostuvo el asta con ambas manos.
    La lanza cortó el costado del gusano mientras cargaba hacia adelante. De la larga abertura le rezumó una sustancia densa como mermelada. Empezó a correr más lentamente antes de que la cola peluda llegara donde estaban los cuatro humanos.

    Nunca llegaron a saber si los dos gusanos intentaban luchar o aparearse. El segundo no alcanzó la meta. El movimiento se detuvo. Olas de dolor crudamente telegrafiado hicieron que el cuerpo se agitara y la cola azotara el suelo. Luego quedó inmóvil.
    Lentamente la luminiscencia murió. Todo estaba en silencio, excepto el viento que susurraba entre las rocas.
    No se atrevían a moverse. Apenas cambiaban de posición. El primer gusano esperaba todavía en la oscuridad: un leve brillo verde apenas discernible, más allá del cuerpo del monstruo muerto. Más tarde estuvieron de acuerdo en que ése fue el peor momento de la ordalía. Todos creían que el primer gusano sabía dónde estaban, que el gusano muerto era la pareja del sobreviviente, que sólo esperaba a que echaran a correr para lanzarse contra ellos y vengarse.
    Por fin el gusano se movió. Oyeron cómo frotaba las cerdas contra las rocas. Se adelantó con cuidado, como si temiera una trampa, elevó la cabeza por encima del cuerpo del otro, y se puso a comer.
    Los cuatro humanos no podían quedarse donde estaban. Los ruidos eran demasiado terroríficos. Saltaron por encima del líquido espeso que el dragón había derramado, y huyeron precipitadamente en la oscuridad.
    Continuaron por dentro de la montaña. Ahora se detenían con frecuencia a escuchar los ruidos de la oscuridad, y cuando tenían necesidad de hablar lo hacían en voz baja y trémula.
    De vez en cuando encontraban agua para beber. Pero los alimentos se terminaron pronto. Iskador derribó algunos murciélagos, que nadie quiso comer. Iban de un lado a otro por el laberinto de piedra, cada vez más débiles. El tiempo pasaba y habían olvidado la seguridad de Pannoval. Lo único que quedaba era una infinita oscuridad que tenía que ser atravesada.
    Empezaron a encontrar huesos de animales. En una ocasión, encendieron el pedernal y descubrieron dos esqueletos humanos en el suelo. Uno rodeaba al otro con el brazo. El tiempo había robado al ademán toda la gentileza que pudiera haber tenido; ahora sólo había huesos que se rozaban unos con otros y una horrible mueca que respondía a la boca abierta del cráneo.
    Luego, en un lugar donde soplaba un aire fresco, oyeron movimientos y vieron dos animales de piel velluda y rojiza, que mataron. Cerca había un cachorro, que maullaba y alzaba el hocico romo hacia ellos. Lo mataron, lo descuartizaron y devoraron la carne caliente, y luego, en una especie de furioso paroxismo de hambre recién despertada, devoraron también a los animales mayores.
    En las paredes se movían unos organismos luminiscentes. Había signos de que había estado habitada por hombres: los restos de una cabaña y algo que podía ser una barca cubierta de hongos. En una chimenea, en el techo de la caverna se había alojado una pequeña bandada de preets. El arco infalible de Iskador derribó seis aves, que cocinaron en una olla sobre el fuego, con sal y hongos para mejorar el sabor. Esa noche, mientras dormían amontonados, fueron visitados por sueños desagradablemente vividos que atribuyeron a los hongos. Pero cuando a la mañana siguiente reiniciaron la marcha encontraron, en sólo dos horas, una caverna baja y amplia en la que se filtraba una luz verdosa.
    En un rincón ardía un fuego. En un corral burdo había tres cabras de ojos brillantes y en una pila de cueros estaban sentadas tres mujeres, una anciana de pelo blanco y dos jóvenes. Las últimas corrieron chillando cuando aparecieron Yuli, Usilk, Iskador y Marcado.
    Marcado corrió y saltó al corral. Utilizando un antiguo recipiente que había allí cerca, una especie de olla, ordeñó las cabras a pesar de los incomprensibles gritos de la anciana. Los animales no dieron mucha leche. Pero Marcado y los otros compartieron la que había y partieron antes de que regresaran los hombres de la tribu.
    Después entraron en un corredor que doblaba bruscamente y terminaba en una cerca. Más allá estaba la boca de la caverna y más allá el campo abierto, valles y montanas y la brillante luz del reino gobernado por Wutra, dios de los cielos.
    Estaban muy juntos, apretados, sintiendo los lazos de la unidad y la amistad, y contemplaban la hermosa perspectiva.
    Cuando se miraron entre sí con caras esperanzadas y alegres, no pudieron dejar de reír y gritar. Se abrazaron. Cuando los ojos se les acostumbraron a la luz, pudieron mirar, protegiéndose con las manos, el disco naranja claro de Batalix entre unas nubes tenues.
    La época del año tenía que ser aproximadamente el equinoccio de primavera, y la hora, el mediodía, por dos razones: Batalix estaba en el cenit y Freyr, más abajo, bogaba hacia el este. Freyr era varias veces más brillante y derramaba luz sobre las sierras cubiertas de nieve. Batalix, más débil, era siempre el más rápido de los centinelas, y pronto se pondría mientras Freyr continuaba en el cielo.
    ¡Qué hermoso era el espectáculo de los centinelas! La trama de las estaciones tejida por esa danza en los cielos regresaba claramente a la mente de Yuli, abriéndole el corazón y los sentidos. Se apoyó en la lanza, cuidadosamente labrada, con que había matado al gusano, y dejó que su cuerpo absorbiera la luz del día.
    Pero Usilk detuvo a Marcado, y ambos permanecieron en la boca de la caverna, mirando con aprensión.
    —¿No sería mejor que nos quedáramos en la caverna? ¿Cómo podremos vivir allí, bajo ese cielo?
    Sin apartar los ojos del paisaje, Yuli supo que Iskador estaba a mitad de camino entre los hombres y él. Y sin darse vuelta, respondió: —¿Recuerdas lo que cuentan en Vakk sobre las larvas de las nueces tejeras? Las larvas creen que la nuez podrida es todo el mundo, y cuando la cáscara se parte mueren de sorpresa. ¿Quieres ser corno esas larvas, Usilk?
    Usilk no respondió. Pero Iskador sí. Se acercó a Yuli y le deslizó la mano por el brazo. Él sonrió, y se le alegró el corazón, pero no dejó de mirar hacia adelante. Podía ver que las montañas que habían atravesado guardaban las tierras del sur. Había algunos pocos árboles, no más altos que un hombre. Pero crecían rectos, lo que indicaba que los helados vientos de las Barreras no tenían poder aquí. El no había olvidado las habilidades que en otro tiempo había aprendido de Alehaw. Habría caza en las colinas, y podrían vivir bajo el cielo, como los dioses tenían previsto.
    Sintió que él mismo se alzaba y crecía hasta que tuvo que abrir los brazos.
    —Viviremos allí —dijo Yuli—. Los cuatro nos mantendremos unidos, pase lo que pase. —De un pliegue nevado de la ladera, que se confundía a lo lejos con el cielo, subía humo. Señaló. — Allí vive gente. Los obligaremos a que nos acepten. Éste será nuestro lugar. Los gobernaremos, y les enseñaremos nuestras costumbres. De ahora en adelante, nos guiaremos por nuestras propias leyes, y no las de otros.
    Cuadrando los hombros, empezó a bajar por la ladera, entre unos árboles, seguido primero por Iskador, que caminaba orgullosamente, y luego por los demás.
    Algunas de las intenciones de Yuli se cumplieron y otras no.
    Después de varias vicisitudes fueron aceptados en una pequeña colonia, asentada en un pliegue de la montaña. Eran gente que vivía en un nivel muy primitivo; gracias a su osadía y a su conocimiento superior, Yuli y sus amigos lograron subyugar a la comunidad, gobernarla, y hacer que la gente cumpliera las leyes que ellos imponían.
    Sin embargo, nunca llegaron a sentirse cómodos, porque las caras de los colonos parecían diferentes y el olonets que hablaban tenía un acento raro. Y descubrieron que esa colonia, a causa de las ventajas de su emplazamiento, temía permanentemente las incursiones de una colonia mayor situada no muy lejos, sobre las costas de un lago helado. Esas incursiones se repitieron en varias ocasiones en los años siguientes, con grandes sufrimientos y pérdida de vidas.
    Sin embargo, Usilk y Yuli ganaron en astucia y así se mantuvieron, siempre como extraños, y construyeron unas formidables defensas contra los invasores de Dorzin, como se llamaba la colonia mayor. E Iskador enseñó a todas las jóvenes a construir arcos y a disparar con ellos, hasta que mostraron gran destreza. La próxima vez en que los invasores atacaron desde el sur, muchos murieron con flechas clavadas en el pecho, y ya no hubo más ataques desde allí.
    Sin embargo, las temperaturas eran inclementes, y avalanchas de nieve caían de las montañas. Las tormentas no tenían fin. Sólo en las bocas de las cavernas podían cultivar algunos granos agusanados o mantener unos pocos animales que les daban leche y carne, y que nunca crecían en número. Permanentemente sentían hambre o sufrían enfermedades que sólo se podían atribuir a los dioses malignos (Yuli no permitía que Akha fuera mencionado).
    Sin embargo, Yuli tomó corno mujer a la hermosa Iskador, y la amó, y durante todos los días de su vida miró con agrado la cara ancha y fuerte. Tuvieron un hijo, un varón llamado Si, en memoria del viejo sacerdote de Pannoval, que sobrevivió a todos los sufrimientos y peligros de la infancia, y creció fuerte. También Usilk y Marcado se casaron; Usilk con una mujer pequeña y oscura llamada Isik, cuyo nombre se parecía curiosamente al de él. Isik, a pesar de su pequeña estatura, podía correr como un gamo y era amable e inteligente. Marcado eligió a una chica llamada Justa: cantaba maravillosamente y le dio una vida de perros, y una hija que murió un año más tarde. Sin embargo, Yuli y Usilk nunca estuvieron de acuerdo. Aunque se unían frente a los riesgos comunes! a veces Usilk se mostraba hostil a Yuli o a sus planes, o lo engañaba cuando podía. Como había dicho el viejo sacerdote, hay hombres que nunca perdonan. Sin embargo, llegó una embajada de Dorzin, la colonia mayor, que había tenido graves pérdidas a causa de una peste. Habiendo oído hablar de la reputación de Yuli, le pidieron que gobernara Dorzin en reemplazo del líder muerto. Yuli aceptó, para alejarse de los problemas con Usilk, y él, Iskador y el niño vivieron junto al lago helado, donde abundaba la caza, y administraron firmemente las leyes.
    Sin embargo, en Dorzin casi no había artes que aliviaran la monotonía de la dura existencia. Aunque la gente bailaba los días de fiesta, no tenían otros instrumentos musicales que raspadores y campanillas. Y no había religión, excepto el temor constante a los malos espíritus y la estoica aceptación del frío, la enfermedad y la muerte. De modo que Yuli se convirtió por fin en un verdadero sacerdote y trató de inspirar en la gente su propia vitalidad espiritual. La mayoría de los hombres rechazaba lo que él decía, porque, aunque lo habían aceptado, venía de tierras extrañas, y ellos eran demasiado perezosos para aprender cosas nuevas. Pero Yuli les enseñó a amar todos los aspectos del cielo.
    Sin embargo, la vida era vigorosa dentro de él y de Iskador y de Si, y nunca dejaron morir la esperanza de que estaban al comienzo de tiempos mejores. Yuli conservaba la visión que se le había concedido en las montañas: era posible un modo de vida más jubiloso que el inmediato, más seguro, menos sometido a las acechanzas de los elementos.
    Sin embargo, Yuli y la hermosa Iskador envejecieron, y sintieron más frío a medida que pasaban los años.
    Sin embargo, amaban el lugar junto al lago, donde vivían, y en memoria de otra vida y de otras expectativas, le dieron el nombre de Oldorando.
    Hasta aquí puede llegar la historia de Yuli, hijo de Alehaw y de Onesa.
    La historia de sus descendientes, y de lo que les ocurrió, es mucho más larga. Sin que ellos lo supieran, Freyr se acercaba al mundo helado; porque había una verdad oculta en las misteriosas escrituras que Yuli rechazaba, y el cielo glacial se convertiría con el tiempo en un cielo de fuego. Tan sólo cincuenta años heliconianos después del nacimiento de su hijo, una primavera de verdad visitaría el mundo inclemente que habían conocido Yuli y la hermosa Iskador.
    Un mundo nuevo estaba ya a punto de nacer.


































    Y dijo Shay Tal:
    Pensáis que vivimos en el centro del universo. Yo digo que vivimos en el centro de una granja. Nuestra posición es tan confusa que no podéis comprender hasta qué punto es confusa.
    Esto os digo a todos. En el pasado, en el largo pasado, ocurrió cierto desastre. Fue tan completo que nadie puede saber ahora en qué consistió ni cómo se produjo. Sólo sabemos que trajo un frío y una oscuridad que duraron mucho tiempo.
    Tratáis de vivir lo mejor posible. Está bien, está bien; vivid bien, amaos los unos a los otros, sed amables. Pero no pretendáis que ese desastre no tiene ninguna relación con vosotros. Puede haber ocurrido hace largo tiempo; pero infecta cada día de nuestras vidas. Nos envejece, nos desgasta, nos devora, arranca de nosotros a nuestros hijos. No sólo nos hace ignorantes; consigue que amemos nuestra ignorancia. Estamos enfermos de ignorancia.
    Voy a proponeros una cacería del tesoro, una búsqueda, si queréis. Una búsqueda en que todos vosotros podéis participar. Quiero que tengáis conciencia de nuestra caída y que estéis constantemente al acecho de todo aquello que pueda revelarnos la naturaleza de esa caída. Tenemos que reunir los fragmentos de lo que ha ocurrido y nos ha relegado a esta granja helada; luego quizá podamos mejorar nuestra suerte y evitar que el desastre vuelva a caer sobre nosotros y sobre nuestros hijos. Este es el tesoro que os ofrezco. El conocimiento. La verdad. Los teméis, sí. Pero tenéis que buscarlos. Tenéis que crecer y amarlos.



    I

    MUERTE DE UN ABUELO




    El cielo era negro, y hombres con antorchas venían de la puerta del sur. Estaban envueltos en abrigos de piel y marchaban levantando los pies a causa de la nieve que cubría las calles. ¡Llegaba el hombre santo! ¡Llegaba el hombre santo!
    El joven Laintal Ay estaba escondido en la galería del templo en ruinas, con la cara brillante de excitación. Miraba la procesión que pasaba entre las viejas torres de piedra, cubiertas ambas, en el lado este, por la nieve caída más temprano. Observó que sólo había color en el chisporroteante extremo de las antorchas, en la punta de la nariz del padre santo y en las lenguas del tiro de seis perros. En todos los casos, el color era rojo. El cielo pesadamente cargado, de donde había desaparecido el centinela Batalix, había desteñido los demás colores.
    El padre Bondorlonganon, de la distante Borlien, era grueso, y el abrigo de enormes pieles, de un tipo que no se usaba en Oldorando, lo hacía aún más grueso. Había venido solo a Oldorando: los hombres que lo acompañaban eran cazadores locales, y Laintal Ay los conocía a todos. El muchacho miró con atención la cara del padre, porque pocas veces recibían extranjeros. El había sido más pequeño y menos fuerte durante la última visita del hombre santo.
    La cara del hombre santo era oval, y estaba profusamente cubierta de arrugas horizontales, donde las facciones, como los ojos, se situaban como podían. Las líneas de las arrugas parecían comprimirle la boca y alargarla en una mueca cruel. Detuvo el trineo y miró alrededor con suspicacia. Nada en su actitud sugería que le gustara estar nuevamente en Oldorando. Volvió los ojos al templo: esta visita era necesaria porque Oldorando había matado a los sacerdotes algunas generaciones antes, como él sabía. La mirada incómoda se detuvo un instante en el muchacho de pie entre dos pilares cuadrados.
    Laintal Ay devolvió la mirada. Le pareció que los ojos del sacerdote eran crueles y taimados; pero por supuesto, no esperaba nada bueno de un hombre que venía a cumplir los últimos ritos junto a un abuelo agonizante.
    Sintió el olor de los perros mientras pasaban, y el de la brea de las antorchas encendidas. La procesión giró y continuó por la calle principal, alejándose del templo. Laintal Ay no se decidía a seguirla. Se quedó en los escalones, abrazándose a sí mismo, mirando cómo la llegada del trineo atraía a la gente de las torres, a pesar del frío.
    La procesión se detuvo en la oscuridad, al final de la calle, bajo la gran torre donde vivía la familia de Laintal Ay. Los esclavos salieron a ocuparse de los perros —serían alojados en el establo, al pie de la torre— mientras el padre santo bajaba rígidamente del trineo y entraba sin ceremonias.
    Al mismo tiempo un cazador se acercó al templo desde la puerta sur. Era un hombre de barba negra y porte desafiante llamado Aoz Roon, a quien el muchacho admiraba grandemente. Detrás de él, con unos grillos cerrados sobre los córneos tobillos, caminaba arrastrándose un viejo phagor esclavo, Myk.
    —Veo, Laintal, que el padre ha llegado de Borlien. ¿No irás a darle la bienvenida?
    —No.
    —¿Por qué? Lo recuerdas, ¿no es verdad?
    —Si él no hubiera venido, mi abuelo no estaría ahora agonizando. Aoz Roon le dio una palmada en el hombro.
    —Eres un buen muchacho; sobrevivirás. Un día, tú mismo gobernarás Embruddock. —Embruddock era el antiguo nombre de Oldorando, el nombre habitual antes de que llegara el grupo de Yuli, dos generaciones antes del actual Yuli, que ahora yacía aguardando los ritos del sacerdote.
    —Preferiría ver vivo al abuelo a ser un jefe.
    Aoz Roon movió la cabeza.
    —No digas eso. Cualquiera gobernaría, si tuviera la ocasión. Yo lo haría.
    —Serías un buen jefe, Aoz Roon. Cuando crezca, seré como tú: lo sabré todo y lo cazaré todo.
    Aoz Roon rió. Laintal Ay pensó que tenía una hermosa figura, con dientes que relampagueaban entre los labios barbados. Veía en él ferocidad, pero no falsedad, como en el sacerdote. Aoz Roon era un ser heroico por muchos motivos. Tenía una hija natural llamada Oyre, casi de la edad de Laintal Ay. Y usaba un traje de pieles negras como no se conocía otro, hecho con la piel de un gigantesco oso de las montañas que él mismo había matado.
    Aoz Roon dijo: —Ven, tu madre querrá que estés allí en este momento. Súbete a Myk, que te llevará.
    El gran phagor blanco ofreció las manos córneas a Laintal Ay, que subió por los brazos a los hombros inclinados. Myk había servido en Embruddock durante largo tiempo; los phagors vivían más que los hombres. Le habló a Laintal Ay con una voz pastosa y sofocada: —Vamos, muchacho.
    Laintal Ay se aferró a los cuernos del dos filos. Aunque, como símbolo de esclavitud, los agudos dobles filos habían sido pulidos y aserrados.
    Las tres figuras avanzaron a lo largo de la calle gastada por los años, encaminándose al calor mientras la oscuridad se cerraba en otra de las incontables noches del invierno, un invierno que imperaba desde hacía siglos en ese continente tropical. La nieve pulverizada de las cumbres, arrancada por el viento, caía levemente. Apenas el padre santo y los perros penetraron en la gran torre, los espectadores desaparecieron en sus viviendas. Myk depositó a Laintal Ay sobre la nieve pisoteada. El muchacho saludó a Aoz Roon sacudiendo alegremente el brazo, mientras corría hacia las puertas dobles en la base del edificio.
    Un hedor a pescado lo recibió en la oscuridad. El tiro de perros había sido alimentado con peces gotas arponeados en el helado Voral. Los animales saltaron cuando entró el muchacho, ladrando con fiereza y mostrando los afilados dientes. El esclavo humano que acompañaba al padre gritaba sin éxito que no molestaran. Laintal Ay les respondió con un gruñido, las manos abrigadas debajo de los brazos, y subió las escaleras de madera.
    Se filtraba la luz desde lo alto. Sobre el establo había seis pisos. Él dormía en un rincón de la primera planta. La madre y los abuelos, en el piso superior. Y entre ambos residían varios cazadores al servicio del abuelo.
    Ocupados en empacar, le volvían la espalda. Cuando llegó a sus habitaciones, Laintal Ay se encontró con que habían subido allí las escasas pertenencias del padre Bondorlonganon. El hombre se había instalado, y allí dormiría. Roncaría seguramente; era la norma entre los adultos. Se quedó mirando la manta del sacerdote, asombrado por la extraña textura, antes de subir a la habitación donde estaba el abuelo.
    Laintal Ay se detuvo y asomó la cabeza por la puerta trampa, mirando todo desde la perspectiva del suelo. Ésa era realmente la habitación de la abuela, la habitación de Loil Bry desde los días de su juventud y desde los días del padre de ella, Wall Ein Den, que había sido señor de la tribu de Den y señor de Embruddock. Estaba llena de la sombra de Loil Bry. Ella se encontraba de espaldas al fuego que ardía en un brasero de hierro, junto a la abertura por donde su nieto espiaba. La sombra se erguía, amenazadora, en las paredes y el techo bajo. Del vestido de telar que la abuela llevaba siempre, sólo aparecía en las paredes un contorno incierto, con las mangas convertidas en alas. Loil Bry y su sombra parecían dominar a las otras tres personas del cuarto. En la cama, en un rincón, yacía Pequeño Yuli, con el mentón sobresaliendo de las pieles. Tenía veintinueve años de edad, y estaba consumido. El anciano murmuraba. Loilanun, la madre de Laintal Ay, estaba cerca de él, con las manos en los codos, y una expresión de hondo pesar en el rostro pálido. Todavía no había visto a su hijo. El hombre de Borlien, el padre Bondorlonganon, estaba sentado junto a Laintal Ay, con los ojos cerrados, rezando en voz alta.
    La plegaria y el resto de la escena habían detenido a Laintal Ay. Normalmente adoraba esa habitación, repleta de los misterios de la abuela. Loil Bry sabía muchas cosas fascinantes, y en cierta medida había tomado el lugar del padre de Laintal Ay, muerto durante una cacería de pinzasacos.
    Un pinzasaco era la causa del olor a miel fétida de la habitación. El monstruo había sido cazado recientemente, y trasladado a la vivienda pedazo a pedazo. El caparazón, cortado a hachazos, ayudaba a alimentar el fuego y mantener el frío a distancia. La seudo-madera ardía con una llama amarilla, crepitando.
    Laintal Ay miró la pared del oeste. Allí estaba la ventana de porcelana de la abuela. La débil luz exterior le daba un sombrío fulgor anaranjado, que apenas podía competir con la luz del fuego.
    —¡Qué raro está todo! —dijo por fin.
    Subió otro peldaño, y los brillantes ojos del brasero lo iluminaron.
    El padre terminó sin prisa la plegaria a Wutra y abrió los ojos. Aprisionados entre las comprimidas líneas horizontales de la cara, no podían abrirse mucho, pero el padre los fijó afectuosamente en el muchacho y dijo sin previo saludo: —Ven aquí, hijo. Te he traído una cosa de Borlien.
    —¿Qué es? —Laintal Ay tenía las manos detrás de la espalda.
    —Ven a ver.—¿Es una daga?
    —Acércate. —El sacerdote no se movía en el asiento, Bry sollozaba, el anciano agonizante gemía, el fuego crepitaba.
    Laintal Ay se acercó al sacerdote. No entendía que alguien pudiera vivir en un sitio que no fuera Oldorando. Oldorando era el centro del universo, y más allá se extendía el infinito desierto helado de donde de vez en cuando brotaban invasiones de phagors.
    El padre Bondorlonganon sacó un perrito que puso en la mano del muchacho. Era apenas mayor que la palma de la mano. Estaba labrado en cuerno de kaidaw, observó Laintal Ay, y los detalles eran encantadores. Un grueso pelaje le cubría el cuerpo, y las patas tenían unas almohadillas diminutas. Lo examinó un rato antes de descubrir que la cola se movía. Si se empujaba hacia arriba y abajo, la mandíbula inferior del perro se abría y cerraba.
    Nunca había habido un juguete así. Laintal Ay corrió por la habitación excitado, ladrando, y su madre se precipitó a calmarlo, y lo abrazó.
    —Un día este muchacho será el Señor de Oldorando —dijo Loilanun al padre—. Heredará.
    —Mejor sería que amara el conocimiento y estudiara para saber —dijo Loil Bry, casi en un aparte—. Como hizo mi Yuli. —Volvió a sollozar cubriéndose la cara con las manos.
    El padre Bondorlonganon abrió un poco más los ojos y preguntó la edad de Laintal Ay.
    —Seis años y cuarto. —Sólo los extranjeros preguntaban esas cosas.
    —Bueno, ya casi eres un hombre. El año próximo serás un cazador, así que pronto tendrás que decidirte. ¿Qué prefieres, el poder o el conocimiento?
    Laintal Ay miró el suelo.
    —Las dos cosas, señor... O lo más fácil de conseguir.
    El sacerdote rió y se apartó del muchacho con un gesto, volviendo a sus responsabilidades. Ya se había mostrado cordial; ahora, al trabajo. El trato con la muerte le había afinado el oído, y había advertido un cambio en el ritmo de la respiración de Pequeño Yuli. El anciano estaba a punto de abandonar este mundo y emprender un peligroso viaje a lo largo de su octava de tierra hacia el mundo de obsidiana de los coruscos. Con la ayuda de las mujeres, Bondorlonganon extendió el cuerpo del jefe de costado, con la cabeza hacia el oeste. Complacido porque el interrogatorio había terminado, el muchacho rodó por el suelo luchando con el perro de hueso, ladrando en voz baja mientras el perro movía furiosamente la quijada. El abuelo de Laintal Ay murió durante una de las peleas de perros más encarnizadas de la historia del mundo.
    El día siguiente, Laintal Ay trató de mantenerse cerca del sacerdote de Borlien, por si tenía más juguetes ocultos entre las vestiduras. Pero el sacerdote estaba ocupado visitando a los enfermos, y, en todo caso, Loilanun no dejó de vigilar a su hijo.
    El carácter naturalmente rebelde de Laintal Ay encontró un obstáculo en las disputas que estallaron en seguida entre la madre y la abuela. Esto le sorprendió tanto más porque las mujeres se habían mostrado afecto cuando el abuelo vivía. El cuerpo de Yuli, llamado así en recuerdo del sacerdote que había venido de las montañas con Iskador, fue transportado en una carreta, tieso como un cuero helado, como si su último acto de voluntad hubiese sido mantenerse rígidamente alejado de las caricias de su mujer. La ausencia del abuelo había dejado en la habitación un rincón negro en el que estaba agachada Loil Bry, volviéndose sólo para reprender a Loilanun.
    Todos los miembros de la tribu eran robustos, con una gruesa capa de grasa subcutánea. Loil Bry conservaba aún el renombrado porte de años atrás, aunque tenía el pelo gris y la cabeza hundida entre los hombros mientras miraba la cama fría del hombre a quien había amado durante media vida, desde que lo viera por primera vez: un invasor herido.
    Loilanun era de una materia más pobre. La energía, el poder de amar, la ancha cara con ojos inquisitivos como barcas negras, habían pasado de largo por Loilanun, directamente de Loil Bry al joven Laintal Ay. Loilanun era delgada y de piel amarillenta, y desde la muerte de su marido, muy joven, vacilaba al andar. Y vacilaba también, quizás, cuando intentaba emular la majestad con que la madre dominaba el mundo del conocimiento. Estaba irritada ahora, mientras Loil Bry se lamentaba casi continuamente en el rincón.
    —Basta, madre. Tu llanto me ataca los nervios.
    —Tú has sido demasiado débil para llorar a tu hombre. Yo lloraré y lloraré hasta que me muera. Lloraré sangre.
    —Mucho bien te hará. —Loilanun le ofreció pan a su madre; ella lo rechazó con un gesto desdeñoso. — Lo ha hecho Shay Tal.
    —No comeré.
    —Yo lo quiero, mamá —dijo Laintal Ay.
    Aoz Roon llegó a la puerta de la torre y llamó; traía de la mano a su hija Oyre. Oyre, un año menor que Laintal Ay, lo saludó alegremente cuando él y Loilanun se asomaron a la ventana.
    —Sube a ver mi perro de juguete, Oyre. Es un verdadero guerrero, como tu padre.
    Pero la madre volvió a meterlo otra vez en la habitación y le dijo secamente a Loil Bry: —Es Aoz Roon, quiere acompañarnos al entierro. ¿Puedo decirle que sí?
    Meciéndose ligeramente, y sin mirar, la mujer mayor respondió: —No confíes en nadie. No confíes en Aoz Roon. Es demasiado atrevido. Él y sus amigos esperan apoderarse de la sucesión.
    —Tenemos que confiar en alguien. Tú debes gobernar ahora, madre.
    Loil Bry rió amargamente y Loilanun miró a su hijo, que aferraba, sonriendo, el perrito de hueso.
    —Entonces lo haré yo, hasta que Laintal Ay sea un hombre. Él será el Señor de Embruddock.
    —Eres una necia si crees que Nakhri lo permitirá —respondió la anciana.
    Loilanun no replicó; en los labios se le dibujó una línea amarga, vio la cara expectante del hijo, y bajó los ojos a las pieles que cubrían el suelo. Sabía que las mujeres no gobernaban. Todavía no habían enterrado al padre, y ya el poder de la madre sobre la tribu se perdía alejándose corno las aguas del río Voral, nadie sabía hacia dónde. Dando una brusca media vuelta, gritó por la ventana, sin mas:
    —Sube.
    Tan avergonzado quedó Laintal Ay por esa mirada de su madre (como si ella hubiese advertido que él jamás podría compararse con el abuelo, y menos aún con el más antiguo portador del nombre de Yuli) que no se movió, demasiado herido para recibir a Oyre cuando entró en la habitación junto con el padre.
    Aoz Roon tenía catorce años; era un hermoso y arrogante cazador que luego de sonreír con simpatía a Loilanun y de tirar levemente del pelo a Laintal Ay, dio el pésame a la viuda. Era el año Diecinueve después de la Unión, y Laintal Ay ya tenía sentido de la historia. Se agazapaba en los rincones de olor indefinible de esa vieja y húmeda habitación, entre líquenes y telarañas. La palabra historia le recordaba los lobos que aullaban bajo las torres, con la grupa cubierta de nieve, mientras algún héroe viejo y huesudo exhalaba el último aliento.
    No sólo había muerto el abuelo Yuli. También Dresyl. Dresyl, primo hermano de Yuli, tío abuelo de Laintal Ay, padre de Nahkri y de Klils. El sacerdote había sido llamado, y Dresyl se había hundido rígidamente en el polvo, el polvo de la historia.
    El muchacho recordaba con afecto a Dresyl, pero temía a sus belicosos tíos, los hijos de Dresyl, Nahkri y el menor, Klils. Por lo que había entendido pensaba que, a pesar de lo que dijera su madre, serían el jactancioso Nahkri y su hermano quienes gobernarían. Por lo menos eran jóvenes. Él se convertiría en un buen cazador, y entonces ellos lo respetarían en lugar de ignorarlo, como ahora. Aoz Roon ayudaría.
    Aquel día los cazadores no abandonaron la aldea. Todos asistieron al funeral de su antiguo señor. El padre santo había dicho dónde tenía que estar la tumba, junto a una piedra labrada y un manantial de arenas calientes que ablandaba el suelo en que cavarían la fosa.
    Aoz Roon escoltó a las dos mujeres, la esposa y la hija de Pequeño Yuli. Les seguían Laintal Ay y Oyre, hablando en voz baja, y luego los esclavos y Myk, el phagor. Laintal Ay movía el perro ladrador para hacer reír a Oyre.
    El frío y el agua creaban un curioso escenario para la ceremonia. Manantiales, fumarolas, géisers brotaban del suelo al norte de la aldea, entre rocas desnudas. Levantada por el viento, el agua de varios géisers se extendía hacia el oeste como una cortina, congelándose antes de tocar el suelo en complicadas formas fantásticas que se entrelazaban como cuerdas. Aguas más calientes ablandaban esa estructura, de modo que de vez en cuando algunos trozos se quebraban y caían con ruido al suelo rocoso, donde se fundían lentamente.
    Se había excavado una fosa para el antiguo héroe y conquistador de Embruddock. Dos hombres con cubos de cuero estaban sacándole el agua. Envuelto en una tela basta, sin adornos, Pequeño Yuli descendió a la fosa. No lo acompañaba ningún objeto. La gente de Campannlat, o mejor, quienes se preocupaban por saberlo, no ignoraban cómo era estar abajo, en el mundo de los coruscos: nadie podía llevar nada que le sirviera.
    Toda la población de Oldorando, unos ciento setenta hombres, mujeres y niños, se apretujaba alrededor de la tumba.
    Entre la muchedumbre había también perros y gansos, que miraban todo al modo nervioso de los animales, en tanto que los seres humanos asistían pasivamente, desplazando el peso del cuerpo de uno a otro pie. Hacía frío. Batalix estaba alto, pero entre nubes; Freyr, una hora después del amanecer, se encontraba aún en el este.
    La gente era de tez oscura y fuerte complexión, con los torsos y miembros como toneles que caracterizaban a todos los habitantes del planeta en ese período. El peso de los adultos era aproximadamente de doce staynes, según la media local, sin mucha diferencia entre hombres y mujeres. Más tarde, ocurrirían drásticos cambios. Había dos grupos similares en número, envueltos en el vapor que ellos mismos emitían: uno era el de los cazadores y sus mujeres, y el otro el de los miembros de las corporaciones y sus mujeres. Los cazadores vestían pieles de reno, con el áspero pelaje tan apelmazado que ni siquiera las fuertes neviscas lograban separar los pelos. Los miembros de las corporaciones llevaban ropas más ligeras, generalmente rojizas pieles de ciervo, apropiadas para una vida más recogida. Uno o dos cazadores llevaban ostentosas pieles de phagor; pero en general se pensaba que eran demasiado grasientas y pesadas.
    De ambos grupos subía un vaho de vapor que la brisa disipaba. La humedad brillaba en los abrigos. Todos permanecían inmóviles, mirando. Algunas de las mujeres, recordando fragmentos de la vieja religión, arrojaron una enorme hoja de brassimipo cada una, lo único verde que abundaba. Las hojas revolotearon al azar, girando y entrechocándose. Algunas cayeron al hoyo mojado.
    Bondorlonganon continuó, imperturbable. Apretando los ojos como si estuviese dispuesto a partirlos como nueces, recitó la plegaria prescrita a los paganos allí reunidos. Con palas, echaron barro al pozo.
    Todo esto se hizo con brevedad, por respeto al clima y a su efecto sobre los vivientes. Cuando el hoyo estuvo lleno, Loil Bry lanzó un grito terrible. Corrió y se arrojó sobre la tumba. Aoz Roon se precipitó a levantarla, mientras Nahkri y su hermano miraban con los brazos cruzados, casi divertidos.
    Loil Bry se liberó de Aoz Roon. Se inclinó, tomó dos puñados de barro y se frotó el pelo y la cara, gritando. Laintal Ay y Oyre rieron. Era divertido ver a los adultos haciendo tonterías.
    El hombre santo continuó el servicio como si nada hubiera ocurrido, pero arrugó la cara, disgustado. Ese lugar miserable, Embruddock, era famoso por su falta de religión. Pues bien: los coruscos sufrirían, hundiéndose en la tierra hasta la roca original.
    Alta y anciana, la viuda de Pequeño Yuli escapó entre las quebradizas estructuras de hielo, a través de la niebla, hacia el helado Voral. Los gansos huían espantados mientras ella corría sollozando por la costa, una vieja loca de veintiocho duros inviernos. Unos niños rieron hasta que las madres, avergonzadas, los hicieron callar.
    La desatinada señora hacía cabriolas sobre el hielo, con movimientos rígidos y tambaleantes, como un títere. La oscura figura gris se destacaba sobre los grises, blancos y azules del desierto ante el que se representaban todos los dramas. Como Loil Bry, las otras gentes estaban balanceándose al borde de un gradiente de entropía. La risa de los niños, el dolor, la locura, el disgusto, eran las expresiones humanas de la guerra contra el frío perpetuo. Ninguno de ellos lo sabía; pero la guerra estaba decidiéndose a favor de los humanos. Pequeño Yuli, como su gran antepasado Yuli el Sacerdote, el fundador de la tribu, había venido del hielo y de la oscuridad eterna. El joven Laintal Ay era un precursor de la luz por venir.
    La conducta escandalosa de Loil Bry dio sabor al festejo celebrado después del funeral. Todos acudieron. Pequeño Yuli era afortunado, o así se decía, porque su padre le daría la bienvenida al mundo de los coruscos. Los que habían sido súbditos de Pequeño Yuli no sólo celebraban que hubiera partido sino otro viaje más terrenal: el regreso a Borlien del hombre santo. El sacerdote tenía que hartarse, para ese fin, de rathel y vino de cebada, que alejarían el frío durante el viaje de retorno.
    Los esclavos —también borlieneses, lo que no inquietaba al padre Bondorlonganon— fueron enviados a cargar el trineo y poner los arneses a los perros. Laintal Ay y Oyre acompañaron al trineo hasta la puerta sur junto con la alegre multitud.
    La cara del sacerdote se estrujó en una especie de sonrisa cuando vio al muchacho. Bruscamente se inclinó y lo besó en los labios.—¡Poder y conocimiento para ti, hijo!
    Demasiado impresionado, Laintal Ay no respondió, y alzó el perro de juguete a modo de saludo.
    Esa noche, en las torres, sobre la última botella, se volvieron a narrar historias de Pequeño Yuli, y de cómo él y su tribu habían llegado a Embruddock. Y de lo mal que los habían recibido.

    Mientras los perros arrastraban por la llanura al padre Bondorlonganon, en conserva, hacia Borlien, las nubes se entreabrieron. Allá arriba las estrellas pródigas enjoyaban el cielo nocturno.
    Entre las constelaciones y las estrellas Jijas había una luz que serpenteaba. No era un cometa, sino el Avernus, la Estación Observadora Terrestre.
    Desde el suelo, la estación se veía apenas como un punto luminoso, contemplado casualmente por algunos viajeros o tramperos. De cerca era un conjunto irregular de distintas unidades, con ciertas Junciones especializadas.
    El Avernus llevaba a bordo cinco mil hombres, mujeres, niños y androides; todos los adultos estaban especializados en algún aspecto del planeta que tenían debajo. Heliconia. Un planeta semejante a la Tierra, y de particular interés para los habitantes de la Tierra.




    II

    EL PASADO QUE ERA COMO UN SUEÑO




    Laintal Ay, dominado por el calor y la fatiga, se durmió mucho antes de que el festejo terminara. Las historias se sucedían por encima de él, así como soplaban los vientos sobre el planeta, con una helada furia posesiva.
    Las historias hablaban de las actividades de los hombres, y por encima de todo, de su heroísmo; de cómo los enemigos habían sido derrotados, y en particular esta noche, después del entierro, de cómo el primer Yuli había descendido de las tinieblas en busca de un nuevo modo de vida.
    Yuli se apoderaba de la imaginación de los hombres porque había sido sacerdote, y sin embargo, había abandonado la fe en favor de la gente. Había combatido y derrotado dioses que ahora no tenían nombre.
    Una cualidad elemental del carácter de Yuli, algo que se encontraba entre la crueldad y la honestidad, despertaba una respuesta en la tribu. La leyenda crecía. Y por eso incluso su bisnieto, otro «Pequeño» Yuli, podía preguntarse en momentos de crisis «¿Qué habría hecho Yuli?». El primer lugar que llamó Oldorando, al que había ido desde las montañas con Iskador, no prosperó. Estaba precariamente situado a orillas de un lago helado, el lago Dorzin, y apenas conseguía sobrevivir, doblegado ante las furias elementales del invierno, ignorando que esas furias estaban a punto de agotarse. De todo esto no hubo la menor señal durante la vida de Yuli y quizá por ese mismo motivo la generación que residía en las torres de piedra de Embruddock se complacía en recordarlo una y otra vez: era el antepasado que había vivido en el profundo invierno. Representaba la supervivencia de todos. Esta leyenda prologaba la posibilidad de un cambio en el clima.
    Como las colmenas de ciudades de la vasta cadena montañosa de Quzint, aquella primera Oldorando de madera estaba próxima al ecuador, en el centro del extenso continente tropical de Campannlat. Nadie, en tiempos de Yuli, tenía idea de ese continente: el mundo se limitaba al asentamiento y al territorio de caza. Sólo Yuli había visto las tundras y estepas que se extendían al norte de la cordillera de Quzint; sólo él conocía las estribaciones inferiores de ese enorme accidente natural que formaba el extremo occidental del continente y recibía el nombre de las Barreras. Allí, entre las heladas, los volcanes situados por encima de los cuatro mil metros sobre el nivel de mar añadían su propio tipo de intransigencia a la temperatura, desplegando un manto de lava sobre las antiguas rocas de Heliconia.
    El primer Yuli no había conocido los espantosos territorios de Nktryhk.
    Al este de Campannlat asomaba la Cordillera Oriental. Oculta a los ojos de Yuli y todos los demás hombres por nubes y tormentas, la tierra se abrazaba a sí misma en una serie de enormes cadenas de montañas que culminaba en un escudo volcánico por el que se abrían paso los glaciares, que descendían de unos riscos de catorce mil metros de altura. Allí los elementos, el fuego, la tierra, el aire, coexistían en estado casi puro, contenidos por una furia helada demasiado grande para permitir que se fundieran en aleaciones menos opuestas. Sin embargo, incluso allí, en una época algo posterior —la de la muerte de Pequeño Yuli— y hasta en las laderas de hielo que ascendían casi a la estratosfera, se podía observar la presencia de phagors, que se aferraban a la vida y disfrutaban de las tempestades. Los phagors conocían el aullante desierto blanco del Escudo Oriental. Lo llamaban Nktryhk; creían que era el trono de un mago blanco que expulsaría del mundo a los Hijos de Freyr, esas odiadas cosas humanas.
    Extendiéndose de norte a sur a lo largo de casi seis mil kilómetros, Nktryhk separaba la zona interior del continente de los glaciares mares del este. Aquellos mares rompían contra los farallones verticales de Nktryhk, que se alzaban a mil ochocientos metros de altura sobre el agua. Las olas se convertían en hielo al proyectarse hacia arriba, cubriendo los riscos de carámbanos o volviendo a caer entre las olas como granizo. De esto nada sabían las dispersas tribus humanas.
    Las generaciones vivían de la caza. La caza era el tema de la mayoría de las historias. Aunque los cazadores salían en grupos y se ayudaban mutuamente, en última instancia la caza siempre dependía del valor de un solo hombre enfrentando a la bestia salvaje que se volvía contra él. Vivía o moría. Si vivía, los demás, los niños y las mujeres que quedaban atrás, también podían vivir. Si moría, la tribu podía morir.
    De modo que la gente de Yuli, el pequeño grupo de la orilla del lago helado, vivía como tenía que hacerlo, tan comprometida con su propia existencia como los animales. A quienes oían la narración les encantaban los cuentos sobre el asentamiento del lago. Las artes que se habían empleado allí al principio se recordaban aún con tanta minucia que los mismos métodos se empleaban ahora en el Voral. Se colocaban cabezas de ciervo en agujeros abiertos en el hielo, junto a la costa, para atraer a las muy apreciadas anguilas, exactamente como había hecho Yuli antes.
    La gente de Yuli luchaba también contra gigantescos pinzasacos, mataba ciervos y jabalíes, y se defendía contra las incursiones de phagors. En ciertos períodos se cultivaban rápidas cosechas de centeno y cebada. Se bebía la sangre de los enemigos.
    Los hombres y mujeres producían pocos niños. En Oldorando, éstos maduraban hacia los siete años y envejecían a los veinte. Incluso cuando reían y eran felices, el hielo estaba cerca.
    El primer Yuli, el lago helado, los phagors, el frío intenso, el pasado que era como un sueño: todos conocían estos vividos elementos de la leyenda. Porque el pequeño rebaño de seres que vivía cobijado en Embruddock tenía límites que ellos ignoraban. En la pubertad, los vestían con pieles de animales; los animales estaban alrededor, en todas partes. Pero los sueños, y ese pasado parecido a un sueño, eran como una nueva dimensión, en la que todos podían vivir.
    Estrechamente apretujada en la torre de Nahkri y Klils, después del funeral de Pequeño Yuli, la tribu se complacía una vez más en compartir el pasado que era como un sueño. Para hacer el pasado más vivido —o quizás el presente más borroso— todos bebían rathel, servido por los esclavos de Nahkri. El rathel era, después de la roja sangre, el líquido más precioso de Embruddock.
    El funeral de Pequeño Yuli les había dado la oportunidad de romper la invariable rutina, dejando suelta la imaginación. Por eso volvían a contar la gran historia del pasado, de las dos tribus que se habían unido como se unen el hombre y la mujer. El relato pasaba de boca en boca, como la jarra de rathel; un narrador sucedía a otro casi sin pausa.
    Los niños de la tribu estaban allí; los ojos les brillaban a la luz del rescoldo mientras probaban sorbos de rathel de las jarras de madera de los padres. La narración que escuchaban se conocía como la Gran Historia. En todas las fiestas, en los entierros, en las iniciaciones, o en el festival del Doble Ocaso, era seguro que alguien exclamaría, cuando la oblicua oscuridad se acercara: —¡Oigamos la Gran Historia!
    Era la historia del pasado, y mucho más. Era todo el arte que tenía la tribu. No conocían la música, ni la pintura, ni la literatura, ni casi nada que fuera hermoso. El frío había devorado los primeros brotes. Pero quedaba el pasado que era como un sueño, y que sobrevivía para ser contado.
    Nadie escuchaba con más atención este relato que Laintal Ay, cuando lograba mantenerse despierto. Uno de sus temas era la unión de dos partes en conflicto; lo comprendía bien, pues el conflicto escondido en esa unión —para la tribu artículo de fe— era parte de la vida familiar. Sólo más tarde, cuando creció, descubrió que nunca había habido ninguna unión, sólo disensiones encubiertas. Pero los narradores que se habían reunido en esa habitación sofocante, en el Año Diecinueve después de la Unión, conspiraban complacidos contando la Gran Historia como si el tema principal fuera la unidad y el éxito. En eso consistía el arte de narrar.
    Los narradores se ponían de pie uno tras otro, declamando su parte con poca o mucha desenvoltura. Los primeros hablaron del Gran Yuli, y de cómo había venido desde los blancos desiertos del norte de Pannoval hasta el lago helado de Dorzin. Pero una generación da paso a otra, incluso en la leyenda, y pronto se alzaba otro narrador para recordar a aquellos, apenas menos poderosos, que habían seguido a Yuli. Quien hablaba ahora era la partera, Rol Sakil, que tenía a su lado a su hombre y a su bonita hija, Dol; ponía cierto énfasis en los aspectos más picantes del relato, cosa que era muy apreciada por la audiencia.
    Mientras Laintal Ay dormitaba en el cuarto sofocante, Rol Sakil habló de Si, hijo de Yuli y de Iskador. Si llegó a ser el principal cazador de la tribu, y todos le temían, porque sus ojos miraban en distintas direcciones. Tornó una mujer nacida en el lugar, llamada Cretha o, según el estilo de su propia tribu, Cre Tha Den, que le dio un hijo llamado Orfik y una hija llamada Iyfilka. Orfik e Iyfilka crecieron fuertes y valerosos, en una época en que era raro que los dos hijos de una familia sobrevivieran. Iyfilka iba con Sargotth, o Sar Gotth Den, a pescar myllks —los peces de dos brazos —debajo del hielo, en el lago Dorzin. Iyfilka dio a Sar Gotth un hijo al que llamaron Dresyl Den, un nombre famoso en la leyenda. Dresyl era el padre de los famosos hermanos Nahkri y Klils (risas). Dresyl era el tío abuelo de Laintal Ay.
    —Te adoro, niñito mío —solía decir Iyfilka a su hijo, acariciándolo y sonriéndole. Pero en esa época las tribus de phagors recorrían los hielos en trineos tirados por kaidaws, atacando los asentamientos humanos. Tanto la dulce Iyfilka corno Sar Gotth perecieron en una de estas incursiones, mientras corrían por la desierta orilla del lago. Más tarde, hubo quien reprochó a Sar Gotth, por cobarde, o por no haber estado atento.
    Llevaron al huérfano, Dresyl, a vivir con el tío Orfik, que tenía ya un hijo llamado Yuli, o Pequeño Yuli, como el bisabuelo. Aunque creció hasta alcanzar gran estatura, se llamó siempre Pequeño Yuli, en homenaje a la grandeza de su antepasado. Dresyl y Pequeño Yuli se hicieron amigos inseparables, y nunca dejaron de serlo a pesar de las pruebas que les tocó soportar. Ambos fueron en la juventud grandes luchadores y hombres sensuales que seducían a las mujeres den y causaban muchos problemas. Se podrían contar muchas cosas de ese tenor, si no estuvieran presentes ciertas personas (risas).
    Todos decían que los primos hermanos Dresyl y Yuli eran muy parecidos, con fuertes caras oscuras, narices de halcón, pequeñas barbas rizadas y ojos vivos. Ambos eran despiertos y de buena talla. Ambos llevaban píeles de la misma clase y capuchas con adornos. Algunos enemigos profetizaban que tendrían igual destino, pero no fue así, como la leyenda explicará.
    Por cierto, los hombres y mujeres ancianos cuyas hijas estaban en peligro anunciaban que la terrible pareja acabaría mal, y deseaban que ese día llegara cuanto antes. Sólo las hijas, acostadas con las piernas abiertas en la oscuridad y los amantes encima, sabían qué beneficiosos eran los primos hermanos, y qué diferentes uno del otro; sabían que interiormente Dresyl era un hombre duro, y Yuli suave y cosquilleante como una pluma. En este punto de la historia, Laintal Ay despertó. Se preguntó, soñoliento, cómo podía ser que el abuelo, tan encorvado, tan lerdo, hubiese hecho cosquillas alguna vez a las muchachas.
    Uno de los hombres de las corporaciones continuó el relato.
    Los viejos y el chamán de la tribu del lago se reunieron para decidir cómo castigar la concupiscencia de Dresyl y Yuli. Algunos escupían ira al hablar, porque en el fondo de sus corazones estaban celosos. Otros hablaban virtuosamente porque, a causa de la vejez, no podían seguir otro camino. (El narrador expuso crudamente esta sencilla sabiduría con una voz aflautada que hizo reír a la audiencia. )
    La condena fue unánime. Aunque las enfermedades y las incursiones de los phagors diezmaban la tribu y todos los cazadores eran necesarios, los ancianos decidieron que Pequeño Yuli y Dresyl debían ser expulsados del poblado. Por supuesto, no se permitió que ninguna mujer hablase en favor de los amigos.
    Se transmitió la decisión. Yuli y Dresyl no podían hacer otra cosa que marcharse. Mientras recogían sus armas y bienes, un trampero llegó medio muerto al campamento. Pertenecía a una tribu de la costa oriental del lago. Dijo que los phagors se acercaban nuevamente, esta vez en mayor número, a través del hielo. Mataban a todos los humanos que encontraban. Esto ocurría en el tiempo del doble ocaso.
    Aterrorizados, los hombres del poblado pusieron a buen recaudo mujeres y posesiones e incendiaron las casas. En seguida marcharon hacia el sur. Yuli y Dresyl iban con ellos. Detrás, el fuego se alzaba en mantos negros y rojos, hasta que por último el lago se perdió de vista. Siguieron el río Voral, viajando día y noche, porque Freyr brillaba de noche en esa época. Los cazadores más capaces iban delante y a los lados del cuerpo principal, para alimentarlo y protegerlo. En esa emergencia, los pecados de Yuli y Dresyl fueron provisionalmente olvidados.
    El grupo estaba formado por treinta hombres, incluyendo a los cinco ancianos, treinta y seis mujeres, y diez niños de menos de diez años, la edad de la pubertad. Disponían de trineos, tirados por asokins y por perros. Les seguían numerosas aves y varias clases de perros; algunos eran poco más que lobos o chacales, o cruzamientos de ambos. Los cachorros de estos animales se daban a los niños, para que jugaran.
    El viaje prosiguió varios días. La temperatura era agradable, aunque la caza escaseaba. Un alba de Freyr, los cazadores Baruin y Skelit, destacados como exploradores, regresaron diciendo que habían alcanzado a ver una extraña ciudad.
    —El río se encuentra con un torrente helado, y el agua se eleva con gran ruido. Y hay unas poderosas torres de piedra que se alzan hacia el cielo. —Ese fue el informe de Baruin, y la primera descripción de Embruddock.
    Dijo que las torres de piedra estaban dispuestas en hileras, y adornadas con cráneos pintados de brillantes colores, como signo de advertencia a los intrusos.
    Se encontraban en un valle rocoso, discutiendo qué hacer. Llegaron otros dos cazadores; arrastraban a un trampero a quien habían capturado mientras volvía a Embruddock. Lo arrojaron al suelo a puntapiés. El hombre dijo que en Embruddock vivía la tribu den, y que eran pacíficos.
    Al saber que había más dens, los cinco ancianos dijeron inmediatamente que eludirían la ciudad, dando un rodeo. Fueron acallados a gritos. Los jóvenes dijeron que tenían que atacar en seguida; luego serían aceptados sobre una base de igualdad por esa tribu de distante parentesco. Las mujeres aprobaron a gritos, pensando que sería agradable vivir en edificios de piedra.
    La excitación creció. El trampero fue apaleado hasta la muerte. Todos, hombres, mujeres y niños mojaron los dedos en la sangre y bebieron, para poder vencer antes de que terminara el día.
    El cuerpo fue arrojado a los perros y los pájaros.
    —Dresyl y yo nos adelantaremos para estudiar la situación —dijo Pequeño Yuli, Miró con aire desafiante a los hombres de alrededor; ellos bajaron la vista sin decir nada—. Venceremos. Si es así, seremos los que mandan y no aguantaremos más tonterías de estos ancianos. Si perdemos, arrojad nuestros cuerpos a los animales.
    —Y —dijo el siguiente narrador— ante el valeroso discurso de Pequeño Yuli, los compañeros caninos dejaron de comer, alzaron la cabeza, y ladraron mostrándose de acuerdo—. Los presentes sonrieron seriamente, recordando ese detalle del pasado que era como un sueño.
    Luego la historia de ese pasado se hacía más tensa. La audiencia bebía menos rathel mientras oía cómo Dresyl y Pequeño Yuli, los primos hermanos, habían planeado tomar la ciudad silenciosa. Con ellos fueron cinco héroes escogidos, cuyos nombres eran recordados por todos: Baruin, Skelit, Maldik, Curwayn y el Gran Afardl, que murió ese mismo día, y a manos de una mujer.
    El resto del grupo permaneció donde estaba, para que el ruido de los perros no espantara la presa.
    Del otro lado del río helado no había nieve. Crecía la hierba. El agua caliente se proyectaba al aire, en cortinas de vapor.
    —Es verdad —dijeron los presentes—. Todavía es así.
    Una mujer llevaba unos cerdos peludos y negros por un sendero. Dos niños jugaban desnudos en el agua. Los invasores miraban.
    Vieron nuestras torres de piedra, fuertes, ruinosas, dispuestas en calles, Y la vieja muralla de la ciudad reducida a escombros. Se maravillaron.
    Dresyl y Yuli rodearon, solos, Embruddock. Vieron nuestras torres tan rectas, con paredes inclinadas hacia adentro, de modo que la habitación más elevada es siempre más pequeña que las inferiores. Vieron cómo guardábamos nuestros animales en el piso bajo, para tener más calor, y la rampa que protege al ganado contra las inundaciones del Voral. Vieron las calaveras de animales, brillantemente pintadas, puestas en la parte de fuera para asustar a los intrusos. Siempre tuvimos una hechicera, ¿no es así, amigos? En este momento, era Loil Bry.
    Pues bien: los primos hermanos vieron también a dos ancianos centinelas en la parte superior de la gran torre —esta misma, amigos—, y en un instante subieron y mataron a los barbas grises. Corrió la sangre, he de decir.
    —La flor —dijo alguien.
    Ah, sí. Las flores son importantes, ¿Recordáis que la gente del lago decía que los primos hermanos encontrarían un mismo destino? Sin embargo, cuando Dresyl sonrió y dijo: «Gobernaremos bien esta ciudad», Yuli estaba mirando las florecillas que crecían a sus pies, unas flores de pétalos claros, probablemente de escantion.
    —El clima es bueno —dijo, sorprendido, Yuli; arrancó una flor y se la comió.
    Se atemorizaron al oír por vez primera el ruido del Silbador de Horas, pues nada sabían de este famoso geiser, que todos conocemos. Se recuperaron y se prepararon para el momento en que los centinelas del cielo se pusieran y los cazadores de Embruddock retornaran a la ciudad, sin sospechar nada, trayendo los despojos de la caza.
    Laintal Ay se despertó del todo. En el pasado que era como un sueño había batallas, y ahora se iba a narrar una de ellas. Pero el nuevo narrador dijo: —Amigos, todos tenemos antepasados que participaron en la batalla que vino después, y que hace mucho se marcharon al mundo de los coruscos, aun si no murieron en aquella temprana ocasión. Bastará decir que todos los presentes lucharon con valentía.
    Pero era joven y no pudo pasar tan a la ligera por la parte más interesante, de modo que continuó, con los ojos encendidos.
    Aquellos inocentes y heroicos cazadores fueron sorprendidos por la estratagema de Yuli. De pronto brotó el fuego en la torre techada de hierba, y altas flores de llamas se elevaron en el aire de la noche. Los cazadores gritaron, alarmados, abandonaron las armas y corrieron a ver qué podían hacer.
    Piedras y lanzas llovieron sobre ellos desde lo alto de la torre vecina. Los invasores armados aparecieron gritando y arrojando lanzas contra los cuerpos desguarnecidos. Los cazadores resbalaban y caían en su propia sangre, pero consiguieron matar a algunos invasores.
    Vuestros primos hermanos ignoraban que en la ciudad hubiera tantos hombres armados. Eran los bravos hombres de las corporaciones. Salían de todas partes. Pero los invasores, desesperados, se ocultaron en las casas de que se habían apoderado. Hasta los muchachos tuvieron que pelear entre ellos, algunos que ahora están entre vosotros, ya ancianos.
    El fuego se difundió. Las chispas volaban como la paja aventada del grano. La carnicería continuaba en las calles y las zanjas. Nuestras mujeres sacaban las espadas de los muertos para luchar contra los vivos.
    Todos combatieron con valor. Pero la osadía y la desesperación triunfaron entonces, así como el hombre que hoy ha descendido al mundo de los coruscos, a reunirse con sus antepasados. Finalmente, los defensores dejaron caer las armas y huyeron desapareciendo en la creciente oscuridad.
    Dresyl estaba exaltado. Una furia vengadora le subía a la cabeza. Había visto morir al Gran Afardl, asesinado a traición por una mujer.
    —¡Ésa fue mi excelente abuela! —exclamó Aoz Roon, mientras de todas partes brotaban risas y aplausos—. Siempre hubo valientes en nuestra familia. Somos de Embruddock, y no de Oldorando.
    A causa de la cólera, casi no se podía reconocer a Dresyl. La cara se le puso negra. Ordenó a los suyos que persiguieran y mataran a todos los hombres sobrevivientes de Embruddock. Ordenó, amigos, que reunieran a las mujeres en el establo de esta misma torre. Qué día terrible fue aquél en nuestros anales...
    Pero los triunfadores, encabezados por Yuli, se impusieron a Dresyl y dijeron que no hubiera más matanza. La matanza genera amargura. Desde el día siguiente, todos vivirían en paz organizados en una fuerte tribu, o muy pocos sobrevivirían.
    Estas palabras sabias nada significaban para Dresyl. Se debatió hasta que Baruin trajo un cubo de agua fría y se lo arrojó. Entonces Dresyl cayó como desmayado, y durmió el sueño sin sueños que sólo sobreviene después de las batallas.
    Baruin le dijo a Yuli: —Y duerme tú también, con Dresyl y los demás. Yo vigilaré, para que no nos sorprenda un contraataque.
    Pero Pequeño Yuli no pudo dormir. No le había dicho nada a Baruin, pero estaba herido y mareado. Se sentía próximo a la muerte, y salió fuera tambaleándose, para morir bajo el cielo de Wutra. Allí Freyr estaba ya a punto de ascender, porque era el tercer cuarto. Bajó por la calle principal, donde la hierba crecía densa en el cieno. El alba de Freyr era del color del barro, y Pequeño Yuli vio cómo un perro vagabundo se alejaba, con la panza llena, del cadáver de un cazador. Se apoyó contra una pared en ruinas, respirando profundamente.
    Frente a él estaba el templo, tan arruinado entonces como ahora. Contempló, sin comprender, los adornos grabados en la piedra. Recordad que en aquellos días, antes de que Loil Bry lo civilizara, Yuli estaba a punto de convertirse en un bárbaro. Las ratas correteaban en los portales. Yuli se encaminó al templo, oyendo sólo que le rugían los oídos. En la mano tenía una espada arrebatada a un adversario, un arma mejor que todas las que había tenido en su vida, hecha aquí, en nuestras forjas, de buen metal oscuro. La empuñó mientras pateaba la puerta.
    Dentro se movían las cabras y las cerdas lecheras, atadas. Allí se guardaban también, en aquel tiempo, los aperos de labranza. Yuli miró alrededor, vio una puerta trampa en el suelo y oyó unos susurros.
    Tirando de la anilla de hierro, alzó la puerta. En el lago de oscuridad que se abrió a sus pies, una lámpara ardía y humeaba.
    —¿Quién es? —preguntó alguien. Una voz de hombre, y espero que sepáis de quién era.
    Se trataba de Wall Ein Den, entonces Señor de Embruddock, bien recordado por todos nosotros. Podéis imaginarlo, alto y erguido, aunque ya había dejado atrás la juventud, largos bigotes negros y sin barba. Todos le observaron los ojos, que podían hacer bajar la vista al más osado, y la hermosa cara salvaje, que en un tiempo hacía llorar a las mujeres. Este fue el histórico encuentro entre el viejo líder y Pequeño Yuli.
    Pequeño Yuli bajó lentamente los escalones, casi como si lo hubiera reconocido. Algunos de los maestres de las corporaciones acompañaban al señor Wall Ein, pero no osaron hablar mientras Yuli descendía, muy lentamente, blandiendo la espada.
    El señor Wall Ein dijo: —Si eres un hombre incivilizado, entonces tu trabajo es matar, y mejor será que lo hagas de una vez. Te ordeno que me mates en primer término.
    —¿Qué otra cosa te mereces, escondido en un sótano?
    —Somos viejos, e inútiles para la batalla. Antes era distinto.
    Los dos hombres se enfrentaron. Nadie se movió.
    Yuli habló con gran esfuerzo; le pareció que su propia voz venía desde muy lejos.
    —¿Por qué, anciano, tienes esta gran ciudad tan mal guardada?
    El señor Wall Ein respondió con su habitual autoridad: —No siempre ha sido así, y tú y tus hombres podríais haber tenido un recibimiento muy distinto, con esas armas tan rudimentarias. Hace muchos siglos la Tierra de Embruddock era grande y se extendía por el norte hasta los Quzint y por el sur casi hasta el mar. Reinaba entonces el Gran Rey Dennis; pero llegó el frío y destruyó lo que él había creado. Ahora somos menos que nunca, porque el año pasado, en el primer cuarto, fuimos atacados por los phagors blancos que llegan volando como el viento en gigantescas monturas. Muchos de nuestros mejores guerreros, incluso mi hijo, murieron defendiendo Embruddock, y ahora se hunden hacia la roca original. —Suspiró y agregó: —Quizá hayas leído la leyenda labrada en este edificio, si sabes leer. Dice: «Primero los phagors, después los hombres». A causa de esa leyenda, y de otras cosas, hace dos generaciones nuestros sacerdotes fueron perseguidos y muertos. Los hombres han de ser los primeros siempre. Sin embargo, a veces me pregunto si esa profecía no se cumplirá.
    Pequeño Yuli oyó el discurso de Wall Ein como en un trance. Cuando intentó responder, las palabras no le vinieron a los labios descoloridos, y se sintió sin fuerzas en el eddre interior.
    Uno de los ancianos, mitad compasivo, mitad burlón, comentó: —El joven está herido.
    Cuando Yuli trastabilló hacia adelante, ellos retrocedieron. Más allá había un arco bajo y un pasaje apenas iluminado por una reja instalada en la parte superior. Incapaz de detenerse, Yuli continuó andando por el pasaje, arrastrando los pies. Ya conocéis esa sensación, amigos; la tenéis cada vez que estáis borrachos... Como ahora.
    El pasaje era húmedo y caliente. Yuli sintió el calor en la mejilla. A un lado había una escalera de piedra. No podía comprender dónde estaba, y perdía los sentidos.
    Y una mujer joven apareció en esa escalera, sosteniendo una vela. Era más bella que los cielos. La cara de la joven parecía flotar ante los ojos de Yuli.
    —¡Era mi abuela! —chilló Laintal Ay, con orgullo. Había estado escuchando, muy excitado, y se sintió confundido cuando todos se echaron a reír. En ese momento, la mujer no tenía ninguna intención de dar al mundo Laintal Ays. Clavó en Pequeño Yuli unos ojos desorbitados, y le dijo algo que él no entendió.
    Pequeño Yuli intentó responder. Las palabras no le llegaron a la garganta. Las rodillas se le doblaron. Empezó a caer, y luego se derrumbó cuan largo era, y todos creyeron que había muerto.
    En ese emocionante punto del relato, el narrador cedió el sitio a otro de mayor edad, un cazador, que se tomaba la cosa con menos dramatismo.
    Wutra consideró conveniente no apoderarse de la vida de Yuli en esa oportunidad. Dresyl se hizo cargo de la situación mientras su primo hermano se recobraba de la herida. Creo que Dresyl estaba avergonzado de su sed de sangre y procuraba conducirse de manera más civilizada, al encontrarse entre personas civilizadas como nosotros. Quizá recordaba también la gentileza del padre, Sar Gotth, y la dulzura de la madre, Iyfilka, asesinados por el odiado rebaño de los phagors. Se instaló en la torre de Prast, donde acostumbraban guardar la sal, dictando órdenes como un comandante desde la habitación superior, mientras Yuli descansaba más abajo, en cama.
    A muchos de nosotros, incluso a mí, no nos agradaba Dresyl entonces, y lo tratábamos como un mero invasor. Odiábamos que nos diera órdenes. Sin embargo, cuando comprendimos lo que se proponía, colaboramos, y apreciamos sus indudables cualidades. En ese momento, nosotros, los de Embruddock, estábamos desmoralizados; Dresyl nos devolvió el ánimo y reconstruyó nuestras defensas.
    —Mi padre era un gran hombre, y pelearé contra cualquiera que lo critique —gritó Nahkri, poniéndose en pie de un salto, sacudiendo el puño. Lo sacudió con tal energía que casi cayó de espaldas, y su hermano tuvo que sostenerlo.
    Nadie habla contra Dresyl. Desde lo alto de la torre, podía vigilar las tierras de alrededor, los terrenos altos del norte, de donde él había venido, los más llanos del sur con los géisers y las desconocidas fuentes termales. Le sorprendió en particular el Silbador de Horas, nuestro magnífico geiser regular, que surge y silba como un viento diabólico.
    Recuerdo que me interrogó acerca de los cilindros gigantescos, como él los llamaba, esparcidos por el paisaje. Nunca había visto un rajabaral. Le parecían torres de magos, de madera extraña, y chatas arriba. Aunque no era tonto, no los reconocía como árboles.
    Prefería hacer a mirar. Ordenó con precisión dónde tenía que instalarse la tribu del lago helado, distribuida en diversas torres. Esto demostró una sabiduría que a todos nos convendría, Nahkri. Aunque muchos murmuraban en ese momento, Dresyl hizo que su gente conviviera con la nuestra. No se permitían peleas, y todo era compartido por partes iguales. Ésta ha sido una importante razón de que nos mezcláramos con buenos resultados.
    Mientras distribuía su gente, hizo contar a todo el mundo. No sabía escribir, pero nuestra gente de las corporaciones le sacó las cuentas. La vieja tribu constaba de cuarenta y un hombres, cuarenta y cinco mujeres, y once niños menores de siete años. En total, noventa y siete. Y sesenta y un miembros de la tribu del lago helado habían sobrevivido a la batalla, con lo que éramos ciento cincuenta y ocho personas. Una buena cantidad. Mucho me alegró que volviera a haber vida en el lugar. Quiero decir, después de tantas muertes.
    Le dije a Dresyl: —Te gustará Embruddock.
    —Ahora se llama Oldorando, muchacho —me dijo. Aún recuerdo cómo me miraba.
    —Oigamos más acerca de Yuli—pidió alguien, arriesgando provocar la cólera de Nahkri y Klils. El cazador se sentó, resoplando, y un hombre más joven ocupó su lugar. Pequeño Yuli se recobró lentamente de la herida. Cuando pudo caminar un poco, empezó a examinar con su primo hermano el territorio donde se encontraban, para establecer cómo se podían organizar mejor la caza y la defensa.
    Por las noches, hablaban con el viejo señor. Él trataba de enseñarles la historia de estas tierras, pero ellos no siempre mostraban interés. Habló de siglos de historia, antes de que el frío descendiese. Dijo que las torres habían sido construidas con arcilla cocida y madera, que los pueblos primitivos utilizaban en los tiempos de calor. Luego se había reemplazado la arcilla por la piedra, pero conservando el viejo plan, y la piedra había durado muchos siglos. Había algunos pasajes subterráneos, y en tiempos mejores había muchos más.
    Habló de la penuria de Embruddock, que era sólo una aldea en ese momento. Una vez se había erguido allí una noble ciudad, y e) dominio de sus habitantes se extendía a miles de millas. Dicen los hombres que en esos días no había phagors.
    Y Yuli y su primo hermano Dresyl caminaban por la habitación del viejo señor, escuchando, frunciendo el ceño, discutiendo con él, aunque siempre respetuosamente. Preguntaron acerca de los géiseres que no dan calor. Nuestro viejo señor les dijo todo a propósito del Silbador de Horas. Brotaba puntualmente cada hora desde el comienzo del tiempo. Es nuestro reloj, ¿verdad? No necesitamos a los centinelas del cielo.
    El Silbador de Horas ayuda a las autoridades a mantener los registros escritos, que los maestres de las corporaciones llevan por obligación. Los primos hermanos se asombraron al saber cómo dividimos la hora en cuarenta minutos y el minuto en cien segundos, así como el día en veinticinco horas y el año en cuatrocientos ochenta días. Aprendemos estas cosas en el regazo de nuestras madres. Y supieron también que ése era el año 18 del calendario señorial; nuestro viejo señor había imperado durante dieciocho años. No se conocían, en el lago helado, estas civilizadas normas.
    Atención: no estoy hablando mal de los primos hermanos. Aunque eran bárbaros, pronto entendieron nuestra división de los artesanos en siete corporaciones, cada una de un arte diferente. He de decir que la de los trabajadores del metal es la mejor, y me enorgullece, sin jactancia, pertenecer a ella. Los maestres de cada corporación pertenecían entonces, como ahora, al consejo del señor. Aunque, en mi opinión, tendría que haber dos representantes de la corporación del metal, pues es sin duda la más importante.
    Después de bastantes burlas y risas, hubo otra ronda de rathel, y una mujer de mediana edad continuó la leyenda.
    Hilaré ahora para vosotros un cuento mucho más interesante que la escritura o el registro del tiempo. Os preguntaréis qué fue de Pequeño Yuli cuando mejoró de la herida. Pues bien, os lo diré en una docena de palabras. Se enamoró, y eso fue mucho peor que la herida, porque el pobre hombre nunca llegó a recuperarse.
    Nuestro viejo señor Wall Ein mantuvo sabiamente a su hija, la pobre Loil Bry Den, que hoy ha sufrido tanto, apartada del peligro. Esperó hasta asegurarse de que los invasores no eran mala gente. Loil Bry era entonces muy hermosa, con una figura bien desarrollada, suficiente para que un hombre pudiera echarle mano, y tenía un andar de reina que todos recordaréis. Entonces, nuestro viejo señor la presentó un día a Pequeño Yuli, en la habitación de arriba.
    Yuli la había visto ya una vez. Esa terrible noche de la batalla en que casi encontró la muerte, como hemos oído. Sí, ella era la belleza de ojos negros, pómulos de marfil y labios de ala de pájaro que nuestro amigo ha mencionado. Era la más hermosa de su tiempo, porque las mujeres del lago Dorzín no tenían, me parece, mayor interés. Todas las facciones se le dibujaban delicadas y nítidas en la piel aterciopelada, y llevaba los labios pintados de color canela. A decir verdad, yo misma tenía ese aspecto cuando era una jovencita.
    Así era Loil Bry cuando Yuli la vio por primera vez. Era la mayor maravilla de la ciudad. Una chica difícil, solitaria; la gente no le daba importancia, pero a mí me gustaba su estilo. Yuli quedó abrumado. Buscaba siempre la ocasión de estar a solas con ella, afuera, o todavía mejor, en la habitación de la Gran Torre, esa habitación de la ventana de porcelana donde aún vive Loil Bry. Era como una especie de fiebre. No podía dominarse. Juraba y se vanagloriaba y se conducía como un tonto. Muchos hombres se ponen así, pero por supuesto no les dura mucho tiempo.
    En cuanto a Loil Bry, se sentaba como un perrito, miraba por encima de los altos pómulos, sonreía con las manos en la falda. Lo alentaba, no es preciso decirlo. Llevaba una larga y pesada túnica adornada con cuentas, y no pieles como las demás. He oído decir que usaba ropa interior de piel. Pero esa túnica era extraordinaria, y le llegaba casi al suelo. Me gustaría tener una igual...
    Y el modo como ella habla, todavía hoy: una mezcla de poesía y acertijo. Yuli no había oído nada igual en el lago Dorzin. Lo enloquecía. Y se vanagloriaba aún más. Se estaba jactando de qué gran cazador era cuando ella dijo, y ya conocéis la voz musical: —Vivimos nuestras vidas envueltos en tinieblas. ¿Tenemos que ignorarlas, o explorarlas?
    El la miró con los ojos muy abiertos; ella estaba hermosa con su túnica. Tenía cuentas cosidas, como he dicho, muy bonitas. Él le preguntó si la habitación de ella estaba a oscuras. Ella se rió de él.
    —¿Cuál crees que es el lugar más oscuro del universo, Yuli?
    El muy tonto dijo: —He oído decir que la remota Pannoval es oscura. Nuestro gran antepasado, cuyo nombre llevo, vino de Pannoval y dijo que era oscura. Y también que está debajo de una montaña, pero no lo creo. Era sólo una manera de hablar, propia de los antepasados. Loil Bry se miró las puntas de los dedos, acurrucados como ratoncillos rosados en la falda de la preciosa túnica.
    —Pienso que el lugar más oscuro del universo es el interior de un cráneo humano.
    Yuli estaba perdido. Ella lo volvía realmente tonto.
    Pero he de vigilar mi lengua cuando hablo de los muertos, ¿verdad? Con todo, él era un poco... blando...
    Ella lo confundía con su parloteo romántico. ¿Sabéis qué le preguntaba?
    —¿Has pensado alguna vez que sabemos mucho más de lo que podemos decir?
    Es verdad, ¿no os parece?
    —Querría tener a alguien —le decía ella—, alguien a quien poder decirle todo, alguien para quien la conversación fuera un mar en donde navegar. Entonces yo izaría mis velas negras...
    No sé qué más le decía ella.
    Y Yuli soñaba despierto, sujetándose la herida, y quién sabe qué más, pensando en esa mujer mágica, en su belleza y sus turbadoras palabras... «Alguien para quien la conversación sea un mar donde navegar... » Incluso la manera con que ella componía la frase le parecía a Yuli que era de Loil Bry y de nadie más.
    Y anhelaba estar en ese mar, navegando junto con ella, dondequiera que fuera.
    —Basta ya de tu tontería femenina —exclamó Klils, poniéndose de pie—. Ella lo hechizó, mi padre lo decía. Mi padre nos habló también de las cosas buenas que tío Yuli hizo al principio, antes que ella lo volviera estúpido. —Y continuó el relato.
    Pequeño Yuli llegó a conocer cada pulgada de Oldorando mientras se recuperaba. Vio cómo estaba trazada la ciudad con la gran torre en un extremo de la calle principal y el viejo templo en el otro. En el medio, la casa de las mujeres, los hogares de los cazadores a un lado, las torres de los miembros de las corporaciones al otro. Las ruinas más lejos. Vio que todas nuestras torres tienen un sistema de calefacción, con acequias de piedra que llevan hasta ellas el agua caliente de las termas. Hoy no podríamos construir nada tan maravilloso. Ni la mitad.
    Cuando vio cómo era, supo también cómo tenía que ser. Con ayuda de mi padre, Yuli planeó la fortificaciones apropiadas para que no hubiera nuevos ataques, de los phagors en particular.
    Ya sabéis cómo todo el mundo se dedicó a construir un terraplén, con un zanjón en el exterior y una fuerte empalizada encima. Costó bastantes llagas en las manos, pero fue una buena idea. Se construyeron cuatro puestos de guardia en las cuatro esquinas, tal como están todavía. Esa fue la obra de Yuli y de mi padre. Y a los guardias se les dieron cuernos para dar la alarma si había un ataque, los mismos cuernos que se usan hoy.
    Y así como buenos puestos de guardia, hubo buenas cacerías. Antes de la unión de las tribus, la gente casi estaba muerta de hambre. Una vez fortificada la ciudad, Dresyl, mi padre, hizo que los cazadores criaran un buen perro de caza. Los demás perros eran alejados. Los perros de caza podían correr más que nosotros. Eso no fue un gran éxito, pero podríamos intentarlo otra vez.
    ¿Qué más? Las corporaciones crecieron. La de fabricantes de colores alistó algunos niños recién llegados. Se hicieron nuevas tazas y platos para todos con una veta especial de arcilla. Se forjaron más espadas. Todos trabajaban para el bien común. Nadie pasaba hambre. Mi padre trabajó hasta casi morirse de agotamiento. Tendríais que recordar a Dresyl, hato de borrachos, y no a su hermano. Era bastante mejor que él. Lo era, lo era.
    El pobre Klils se echó a llorar. También otros empezaron a llorar, a reír, o a pelear. Aoz Roon, que se tambaleaba levemente por e! rathel que había bebido, reunió a Laintal Ay y a Oyre y los envió a la seguridad de la cama. Miró las caras pasivas de los niños algo borrosas, tratando de pensar. De algún modo, mientras se contaba la leyenda del pasado que era como un sueño, el futuro del gobierno de Oldorando había sido decidido.




    III

    UN SALTO DESDE LA TORRE




    El día siguiente al entierro de Pequeño Yuli y a las celebraciones de la ocasión, todos tuvieron que volver a trabajar como de costumbre. Por el momento, olvidaron pasadas glorias y disgustos; aunque no Laintal Ay y Loilanun, a quienes Loil Bry recordaba continuamente el pasado. Cuando no lloraba, se complacía en evocar los felices días juveniles.
    En la habitación colgaban aún tapices antiguos, como entonces. Aún gorgoteaban en el suelo los conductos de agua caliente y la ventana de porcelana seguía brillando. Había aún polvos, ungüentos, perfumes. Pero no estaba Yuli, y Loil Bry había entrado en la ancianidad. Las polillas estropeaban los tapices. El nieto crecía.
    Pero antes de la época de Laintal Ay, cuando el amor florecía entre los abuelos, ocurrió un incidente de aspecto trivial cuyas repercusiones habrían de marcar desastrosamente a Laintal Ay y a la misma Embruddock; murió un phagor.
    Cuando se recobró de la herida, Pequeño Yuli tomó por mujer a Loil Bry. Hubo una ceremonia para señalar el gran cambio que había acaecido en Embruddock, porque con esa unión se unieron simbólicamente las dos tribus. Quedó convenido que el viejo señor Wall Ein, Yuli y Dresyl gobernarían Oldorando como un triunvirato. Y el acuerdo funcionó bien, porque todo el mundo tenía que trabajar duramente para sobrevivir. Dresyl trabajaba sin cesar. Tomó como mujer a una muchacha delgada cuyo padre era forjador de espadas; tenía aire perezoso y voz cantarina. Se llamaba Dly Hoin Den. Los narradores nunca decían que Dresyl se decepcionó de ella; ni que al principio ella lo había atraído en parte como representante bonita, aunque anónima, de la nueva tribu a la que él deseaba pertenecer. Porque para Dresyl, al contrario de Yuli, el sentido de equipo era la clave de la supervivencia. Lo que hacía no era nunca para sí mismo; ni, en cierto sentido, Dly Hoin.
    Ella le dio dos varones: Nahkri y, un año más tarde, Klils. Aunque podía dedicarles poco tiempo, Dresyl quería a sus hijos y derramó sobre ellos el amor sentimental que él había perdido junto con sus padres, Iyfilka y Sar Gotth. Contó a sus hijos y amigos muchas leyendas acerca del tatarabuelo Yuli, el sacerdote de Pannoval que había derrotado a dioses cuyos nombres ahora nadie recordaba. Dly Hoin les enseñó los rudimentos de la escritura, pero nada más. Bajo la dirección del padre, los muchachos se convirtieron en buenos cazadores. La casa estaba siempre llena de ruidos y alarmas. Por fortuna, el cariñoso padre nunca advirtió la veta histriónica que había en ambos, y en particular en Nahkri.
    Como para desvirtuar las predicciones de que los dos primos hermanos tendrían igual destino, Pequeño Yuli se encerró en sí mismo como Dresyl se encerró en la comunidad.
    Bajo la influencia de Loil Bry, Yuli se ablandó y cada día cazaba menos. Sentía la hostilidad de la comunidad hacia Loil Bry por sus ideas exóticas, y dejó de salir. Se sentaba en la gran torre, y dejaba que en el exterior soplaran los vientos huracanados. Su mujer, y el anciano padre de ella, le enseñaron muchas cosas misteriosas sobre el mundo del pasado y el mundo inferior.
    Y así fue como Pequeño Yuli se echó a ese mar de conversación en que Loil Bry podía desplegar libremente un velamen negro y perdió de vista la tierra. Hablando del mundo inferior, Loil Bry dijo a Pequeño Yuli mientras lo miraba con sus ojos lustrosos un día del segundo cuarto del año: —Querido mío, puedes comunicarte en tu mente con la memoria de tus padres. Los ves a veces como si aún anduvieran sobre la tierra. Tu imaginación tiene el poder de evocar la olvidada luz solar que los alumbraba. Pero aquí en nuestra comarca hay un método para hablar directamente con quienes se han ido. Aún viven, mientras se hunden en el mundo inferior hacia la roca original, y podemos llegar hasta ellos, así como los peces se zambullen para alimentarse en el lecho del río.
    Él murmuró: —Querría hablar con mi padre, Orfik, ahora que mi edad me permite el buen sentido. Querría hablarle de ti.
    —Además, valoramos a nuestros maravillosos padres, y a sus padres, que tenían la fuerza de gigantes. Mira las torres de piedra donde vivimos. No podemos construirlas; pero nuestros padres podían. Mira cómo el agua hirviente de los manantiales ha sido atrapada para calentar nuestras torres. No conocemos ese arte; pero nuestros padres lo conocían. Se han alejado de nuestros ojos, pero aún existen como coruscos y fessupos.
    —Enséñame esas cosas, Loil Bry.
    —Porque eres mi amante, y porque mi pulso se acelera cuando miro tu carne, te enseñaré a hablar directamente con tu padre, y por su intermedio, con todos los hombres de tu tribu que hayan existido.
    —¿Podría hablar incluso con mi bisabuelo, Yuli de Pannoval?
    —En nuestros hijos las dos tribus se fundirán, mi amor, como ocurre con los hijos de Dresyl. Aprenderás con Yuli, para que su sabiduría se combine con la nuestra. Eres un gran hombre, mi amor, y no un mero miembro de una tribu, como los pobres necios que hay afuera; serás aún más grande si hablas directamente con el primer Yuli.
    Aunque Loil Bry se preocupaba mucho por Pequeño Yuli porque necesitaba alguien con quien construir un gran amor, pensaba que lo dominaría todavía más si le enseñaba las artes esotéricas. Con la protección de Pequeño Yuli ella podría conservar una suntuosa ociosidad, como había hecho antes de la invasión.
    Aunque Pequeño Yuli amaba a esa mujer inteligente y perezosa, advertía que ella podía atarlo con sus ardides, y resolvió aprender cuanto pudiera sin dejarse engañar. Algo, en el temperamento de ambos, o en la situación, hizo que de todos modos se engañara.
    Loil Bry, con la ayuda de una anciana sabia y un anciano sabio, enseñó a Yuli la disciplina de la comunicación con los padres. Yuli abandonó enteramente la caza para entregarse a la contemplación; Baruin y los demás le daban de comer. Empezó a practicar el pauk. En ese estado de trance, esperaba encontrarse con el corusco de su padre, Orfik, y a través de él comunicarse con los fessupos, los coruscos ancestrales que se hundían a través del mundo inferior hacia la roca original, en la que el mundo había comenzado.
    En esa época, Yuli apenas salía. Esa conducta tan poco viril era un misterio en Oldorando.
    Años atrás, Loil Bry había vagabundeado mucho por las tierras que rodeaban Embruddock, como haría más tarde su nieto Laintal Ay. Quiso que Yuli viera por sí mismo cómo las piedras que demarcaban las octavas de tierra estaban esparcidas a lo largo de todo el territorio.
    Para esto llamó a un hombre ceniciento, con aire de halcón, llamado Asurr Tal Den. Era el abuelo de Shay Tal, que desempeñaría ulteriormente un papel muy importante. Loil Bry ordenó a Asurr Tal que llevara a Yuli hacia el noreste de Oldorando. Había estado una vez allí, mirando el día que se convertía en media luz y la media luz que se convertía en breve noche, sintiendo en el cuerpo el latido del mundo.
    De modo que Asurr Tal salió a pie con Yuli en la estación benigna. Era a principios del invierno, cuando Batalix se elevaba al sur del este, y brillaba solitario menos de una hora —el intervalo disminuía de día en día— antes de la salida del segundo centinela. Soplaba el viento, pero el cielo brillaba limpio como el bronce. Aunque Asurr Tal estaba desgastado y encorvado, se fatigaba menos que Yuli, poco acostumbrado a caminar. Hizo que Yuli ignorara los lobos distantes y que estudiara todo lo que veía en términos esotéricos. Asurr Tal le mostró unos postes de piedra, como los que había cerca del lago Dorzin. Los postes se elevaban de una rueda con un círculo en el centro y dos líneas que conectaban el círculo interior con el exterior. Asurr Tal explicó el significado de los postes con una voz cantarina.
    Dijo que en ese símbolo la energía irradiaba desde el centro hacia la circunferencia, así como irradiaba de los antepasados hacia los descendientes, o de los fessupos, a través de los coruscos, a los seres vivos. Esos pilares demarcaban las octavas de tierra. Cada hombre o mujer nacía en una octava. La energía de las octavas de tierra variaba con las estaciones y determinaba que nacieran niños o niñas. Las octavas de tierra se extendían por todas partes, hasta los mares lejanos. La gente vivía con felicidad si se conformaba a las correspondientes octavas de tierra.
    Sólo quienes eran enterrados en la octava de tierra correcta, podían, como coruscos, comunicarse con los descendientes vivos. Y estos descendientes tenían que encontrarse también en la octava adecuada cuando emprendieran el viaje al mundo inferior.
    Extendiendo la mano como un cuchillo, Asurr Tal cortó las sierras y los valles circundantes.
    —Si recuerdas esta sencilla norma, la comunicación con los padres es posible. Las palabras se hacen más débiles como un eco a través de los valles, de una generación desvanecida a la siguiente, y así por todo el reino de los muertos, que superan en número a los vivos como los piojos a los hombres.
    Mientras Yuli contemplaba la árida ladera, sintió de pronto un profundo rechazo por esas enseñanzas. Hasta poco antes se había interesado solamente por los vivos, y siempre se había sentido libre.
    —Hablar con los muertos —dijo con intensidad—. Los vivos no deberían tener contacto con los muertos. Nuestro lugar está aquí, sobre la tierra.
    El anciano dejó escapar una risita, y tiró de la manga de piel de Yuli familiarmente, señalando hacia abajo.
    —Puedes creerlo así, puedes creerlo así. Pero aunque sea lamentable, la norma de la existencia es que nuestro lugar se encuentra a la vez aquí y abajo, en el polvo. Tenemos que aprender a usar a los coruscos como a los animales, para nuestro beneficio.
    —Los muertos deberían conservarse en su lugar.
    —Oh, está bien... pero en cuanto a eso, un día tú mismo estarás muerto. Además, la señora Loil Bry desea que aprendas estas cosas, ¿no es verdad?
    Yuli tuvo el deseo de gritar: «Odio a los muertos, y nada quiero de ellos». Pero calló, mordiendo las palabras. Y así perdió.
    Aunque aprendió a cumplir los rituales de la comunicación con los ancestros, Pequeño Yuli nunca logró hablar con su padre, y mucho menos con el primer Yuli. Los muertos no respondieron. Loil Bry lo explicaba diciendo que sus padres habían sido enterrados en la octava de tierra incorrecta. Nadie comprendía por completo los misterios del mundo inferior. Yuli, intentando comprender, cayó cada vez más en poder de Loil Bry.
    Durante todo este tiempo, Dresyl trabajaba para la comunidad, de acuerdo con el viejo señor. Nunca dejó de querer a Yuli, e hizo incluso que sus dos hijos estudiaran en parte los conocimientos que enseñaba la extraña tía. Pero no permitió que la enseñanza se alargara, para evitar que fueran embrujados.
    Dos años después del nacimiento de Nahkri, Loil Bry dio a Pequeño Yuli una hija. La llamaron Loilanun. Loilanun nació en la torre, junto a la ventana de porcelana, con ayuda de la partera.
    Y con la ayuda de Yuli, Loil Bry dio a su hija un regalo especial. Le regalaron, y por medio de ella a todo Oldorando, un calendario.
    A causa de la distorsión de los siglos, Embruddock tenía más de un calendario. De los tres que había, el más conocido era el llamado señorial. El calendario señorial simplemente contaba los años a partir del acceso al poder del último señor. Los otros dos eran anticuados, y uno de ellos se consideraba siniestro, por lo que había sido abandonado, aunque nunca había muerto del todo: era el calendario de dos filos. El denniss se ocupaba de grandes números, pero nadie lo comprendía bien desde que expulsaran a los sacerdotes.
    Según estos viejos calendarios, el nacimiento de Loilanun caía, respectivamente, en los años 21, 343 y 423. Con el nuevo, se declaró que ese año era el tercero después de la Unión. Desde ese momento en adelante, las fechas se referirían al tiempo transcurrido desde la unión de Oldorando y Embruddock.
    La población recibió este don con el mismo estoicismo con que recibió la noticia de que había en la vecindad una banda de merodeadores de dos filos.
    Un alba de Batalix, cuando las nubes eran densas como flemas y la escarcha moteaba las antiguas fortificaciones del poblado, en la torre oriental sonó el cuerno de alarma. En seguida hubo gritos y conmoción. Dresyl ordenó que las mujeres quedaran encerradas en la torre de las mujeres, donde ya había varias trabajando. Reunió a los hombres armados en las barricadas. Los hijos más pequeños de Dresyl fueron temblando a reunirse con él, mirando hacia el sol naciente.
    A lo lejos, en el alba gris, se veían cuernos.
    Los phagors atacaron en gran número. Entre ellos había dos montados en kaidaws, unos animales con cuernos, de pelaje rojo, capaces de soportar los mayores fríos.
    Mientras asaltaban las barricadas, Dresyl hizo que uno de sus hombres destruyera un pequeño dique de tierra que contenía las aguas calientes de un geiser. Es notorio que los phagors odian el agua. Y una hirviente inundación remolineó entre las piernas de los phagors, provocando una tremenda confusión. Algunos cazadores se adelantaron para consolidar la ventaja. Uno de los kaidaws cayó en el fango amarillo, revolviendo los cascos, y murió con el corazón atravesado por una lanza bien dirigida. La otra gran bestia saltó sin tornar impulso, salvando la barricada. Era el legendario salto del caballo con cuernos, que pocos seres humanos han visto nunca. El animal cayó entre los guerreros de Oldorando.
    Mataron a palos al kaidaw y capturaron al jinete. Muchos otros phagors fueron mutilados a pedradas. Por último, los atacantes se retiraron; sólo un defensor había muerto. Todos estaban exhaustos. Algunos se lanzaron a las fuentes termales para recuperarse.
    Dresyl declaró que había sido una gran victoria de la acción concertada. Iba de un lado a otro con una especie de furia, el ceño oscurecido por el triunfo, gritando que eran ahora una sola tribu, unida por la sangre derramada en combate. Desde ese momento en adelante todos trabajarían para todos, y prosperarían. Las mujeres se reunieron a escuchar, susurrando, mientras los hombres tendidos se recuperaban. Era el año Seis.
    La carne de kaidaw era excelente. Dresyl ordenó un banquete para celebrar la victoria, que comenzaría cuando los centinelas se pusieran. El kaidaw fue parcialmente cocido en las aguas termales, y luego asado sobre una hoguera encendida en la plaza.
    Corrieron el vino de cebada y el rathel.
    Dresyl pronunció un discurso, y también el viejo señor, Wall Ein. Se cantaron canciones. El hombre que cuidaba de los esclavos trajo al phagor capturado.
    Nadie presente en esa noche del año Seis tenía nada que temer. Los humanos habían vuelto a luchar contra sus legendarios enemigos, y ahora festejaban el triunfo. El festejo incluiría la muerte del phagor cautivo. Los habitantes de Oldorando no tenían modo de saber que éste era un personaje muy especial de la raza de dos filos, y que esta muerte gotearía por el conducto de los años hasta que un castigo terrible cayera sobre ellos.
    Todo el mundo guardó silencio cuando el monstruo apareció mirando con grandes y furiosos ojos rojos. Tenía los brazos atados con una maroma de cuero. Los pies córneos pisaban inquietos el suelo. En la creciente oscuridad parecía enorme, el coco de las pesadillas nocturnas, una creación de los inquietos sueños de la media luz. Estaba cubierto de pelo blanco, sucio por el barro y la batalla, y se erguía desafiante entre los captores, exhalando un poderoso olor; la cabeza ósea con los largos cuernos estaba echada hacia adelante entre los hombros. La espesa lecha blanca apareció subrepticiamente en las hendeduras de los ollares, primero en una, luego en la otra.
    Esta bestia llevaba unos extraños adminículos. Un ancho cinturón de cuero le rodeaba el vientre; en los tobillos y las muñecas tenía unas espuelas con púas. Los elegantes y afilados cuernos se alzaban sobre un casco metálico que ceñía el cráneo gigantesco, se adelantaba con una doble punta en el centro de la frente, entre los ojos, se curvaba detrás de las orejas, y se cerraba debajo de la mandíbula inferior, larga y huesuda.
    Baruin se aproximó y dijo: —Mirad lo que ha logrado nuestra acción concertada. Hemos capturado a un jefe. A juzgar por el casco, esta bestia dirige una tropa. Miradlo bien, vosotros los jóvenes que nunca habéis visto de cerca un peludo, porque éste es nuestro enemigo tradicional, en la oscuridad y en la luz.
    Muchos jóvenes cazadores se adelantaron y tiraron del apelmazado pelo de la criatura. El phagor no se movió y soltó una ventosidad como un pequeño trueno. Los cazadores retrocedieron alarmados.
    —Los peludos organizan sus fuerzas en tropas —explicó Dresyl—. La mayoría habla olonets. Tienen seres humanos como esclavos, y son tan bestiales que se comen a los prisioneros. Siendo un jefe, esta bestia comprende todo lo que decimos, ¿no es verdad? —Agarró el áspero hombro. El monstruo lo miró fríamente.
    Entonces habló el viejo señor, que estaba al lado de Dresyl: —Los phagors machos se llaman estalones y las hembras, gillotas, o fillockas. Machos y hembras combaten juntos y participan por igual en las incursiones. Son criaturas del hielo y la oscuridad. Tu gran antepasado Yuli nos advirtió contra ellos. Traen la enfermedad y la muerte.
    Entonces el phagor habló, en olonets, con una voz áspera y vibrante: —Todos vosotros, indignos hijos de Freyr, desapareceréis antes de la tormenta final. Esta ciudad y este mundo pertenecen a la raza de dos filos.
    Las mujeres se asustaron. Arrojaron piedras a aquella abominación que hablaba en medio de la muchedumbre y gritaron: —¡Matadlo, matadlo!
    Dresyl alzó un brazo y señaló:
    —Llevadlo a la cima de la torre de hierba, amigos. ¡Llevadlo arriba y arrojadlo al vacío!
    —Sí, sí —rugieron todos, y los cazadores más osados se adelantaron, y empujaron al gran bulto obstinado hacia la torre vecina. Había una gran excitación y algazara, y los niños corrían gritando entre los mayores.
    Entre ellos se encontraban los dos hijos de Dresyl, Nahkri y Klils, que por ese entonces apenas sabían caminar. Como eran muy pequeños, podían meterse a tropezones entre los adultos; así llegaron hasta la pierna derecha del phagor que se erguía ante ellos como una columna velluda.
    —Tócalo.
    —No. Hazlo tú.
    —No te atreves, cobarde.
    —También tú eres cobarde.
    Con dedos regordetes, tocaron la pierna al mismo tiempo. Una fuerte musculatura se movía bajo el pelo. El miembro se elevó, y el pie de tres dedos pisó el fango.
    Aunque esas monstruosas criaturas podían hablar en olonets, distaban mucho de ser humanas. Tenían pensamientos extraños. Los viejos cazadores sabían que en aquellos cuerpos cilíndricos los intestinos estaban encima de los pulmones. Andaban con paso mecánico, y era obvio que la articulación de los miembros no tenía nada de humana; los phagors torcían las piernas y los antebrazos en posturas imposibles. Esa diferencia, por sí sola, bastaba para atemorizar a los muchachos.
    Durante un instante, estuvieron en contacto con lo desconocido. Retirando las manos como si se hubiesen quemado —aunque, en realidad, la temperatura del phagor era inferior a la del hombre— los dos niños se miraron con ojos despavoridos.
    Luego estallaron en aullidos de miedo. Dly Hoin alzó a los chiquillos en brazos. Dresyl y los demás ya se habían llevado al monstruo.
    Aunque el gran animal se debatía en sus ligaduras, fue obligado a entrar en la torre y a subir. La muchedumbre, inquieta, escuchaba en la plaza los ruidos que poco a poco ascendían en la torre. En el aire espeso estalló una ovación cuando el primer cazador apareció sobre el terrado. Detrás de la multitud se asaba el kaidaw, sin que nadie lo atendiera; la fragancia de la carne se mezclaba con el humo de la madera e invadía el cuenco de la plaza, repleto de caras vueltas hacia arriba. Una segunda ovación, más fuerte, se oyó cuando la figura del phagor se alzó en el terrado, negra contra el cielo.
    —¡Traedlo abajo! —gritó la multitud.
    El monstruo luchó contra los hombres que querían empujarlo. Rugió cuando lo hirieron con las dagas. Y entonces, como entendiendo que el juego había concluido, saltó al parapeto y se quedó mirando la tumultuosa multitud que esperaba allá abajo.
    Con un último estallido de furia, rompió las ligaduras.
    Con los brazos abiertos, dio un gran salto hacia adelante, alejándose de la torre. Cuando la muchedumbre quiso dispersarse, era demasiado tarde. El gran cuerpo cayó aplastando a tres personas, un hombre, una mujer y un niño. El niño murió en seguida. Un gemido de terror brotó del resto.
    El gran animal no estaba muerto todavía. Se incorporó sobre las piernas rotas, enfrentándose a las espadas vengadoras de los cazadores. Todos lo hirieron, atravesando la piel gruesa y la carne firme. El phagor luchó hasta que la sangre amarilla corrió por el suelo pisoteado.
    Mientras se desarrollaban estos terribles acontecimientos, Pequeño Yuli estaba en su habitación con Loil Bry y la niña. Cuando trató de vestirse para unirse a la lucha, Loil Bry dijo que no se encontraba bien y necesitaba compañía. Se apretujó contra él y le besó los labios con la boca pálida, y no lo dejó ir.
    Después de esto, Dresyl desdeñó a su primo hermano. Lo pensó a veces, pero no lo mató, aunque los tiempos eran duros. Recordó la lección, reconociendo que las muertes dividían a la tribu. Cuando sus hijos gobernaron, esto fue olvidado.
    La magnanimidad de Dresyl, fundada en esa amistad iniciada en la niñez, fue alabada por todos y antes de que Dresyl tuviera barba, y hebras grises en ella, consolidó la comunidad.
    Y las cosas que Pequeño Yuli aprendió, a expensas de su ánimo de lucha, fructificaron en el futuro.
    Inmediatamente después de la conmoción causada por el jefe phagor, la comunidad soportó otra ordalía. Una misteriosa enfermedad caracterizada por fiebres, calambres y una erupción en todo el cuerpo cayó sobre media población de Oldorando. Los primeros que enfermaron fueron los cazadores que habían conducido al phagor a lo alto de la torre. Durante unos días, nadie salió a cazar y hubo que recurrir a los cerdos y gansos domésticos. Una mujer embarazada murió de la fiebre, y toda la aldea lamentó que dos vidas preciosas se hubieran perdido en el mundo inferior. Yuli y Loil Bry, junto con su hijita, escaparon a la fiebre.
    Pronto la sangre de la comunidad se repuso y la vida continuó como de costumbre. Pero las noticias de la muerte del phagor llegaron muy lejos. Durante un tiempo el clima siguió duro para la humanidad. Los fríos vientos arrancaban las costuras de toda prenda que no estuviera firmemente cosida.
    Los dos luminosos centinelas, Freyr y Batalix, prosiguieron su tarea celeste y el Silbador de Horas continuó brotando.
    Durante la mitad del año, los centinelas brillaban juntos en el cielo. Enseguida las horas de los ocasos se alejaban gradualmente, hasta que Freyr imperaba en el cielo de día y Batalix de noche; en ese tiempo, la noche apenas parecía noche ni el día podía llamarse día. Luego los centinelas se reconciliaban nuevamente: los días, con las dos luces, eran brillantes, y las noches muy oscuras.
    Un día, cuando sólo las punzantes estrellas miraban Oldorando, y había mucho frío y oscuridad, murió el viejo señor Wall Ein; descendió al mundo inferior para transformarse en un corusco y hundirse en la roca primigenia.
    Pasó un año, y luego otro. Una generación crecía y otra envejecía. Lentamente la población medraba bajo el pacífico gobierno de Dresyl, mientras los soles rondaban como centinelas en lo alto.
    Aunque Batalix era el disco de mayor tamaño, Freyr daba siempre más luz y más calor. Batalix era un viejo centinela; Freyr era joven y lujurioso. Ningún hombre podía afirmar con certeza que de una generación a otra Freyr se acercara a la humanidad, pero eso decían las leyendas. La humanidad se mantenía —sufriendo o alegrándose— de generación en generación, y vivía en la esperanza de que Wutra triunfara en el cielo, e incluso apoyara a Freyr.
    En estas leyendas había una realidad, como en el bulbo de la flor hay una flor. De modo que los seres humanos sabían, sin saber que sabían.
    En cuanto a los animales y las aves, abundantes en número pero no en cantidad de especies, estaban más sujetos a las fluctuaciones magnéticas del globo que los seres humanos. También ellos sabían sin saber que sabían. Este conocimiento les decía que se aproximaban cambios ineluctables, que ya estaban preparándose debajo del suelo, en el torrente sanguíneo, en el aire, en la estratosfera, en toda la biosfera.

    Por encima de la estratosfera se desplazaba un mundo pequeño, construido con metales de los ricos campos interestelares. Desde la superficie de Heliconia, ese mundo se veía en el cielo nocturno como una estrella veloz.
    Era la estación Observadora Terrestre Avernus.
    Avernus estudiaba de cerca el sistema binario de Freyr y su compañera Batalix. En particular, las familias de la estación estudiaban Heliconia, como habían hecho durante más de uno de aquellos lentos Grandes Años alrededor de Freyr, o Estrella A, como se la conocía en la estación.
    Heliconia tenía una excepcional importancia para los habitantes de la Tierra, y nunca más que en este período. Heliconia giraba en tomo de Batalix, o Estrella B, como la llamaban en la estación. Tanto el movimiento del sol como el del planeta estaban acelerándose. Se movían separados de Freyr por una distancia seiscientas veces mayor que la Tierra del Sol. Pero la distancia disminuía de semana en semana.
    El planeta había pasado el apastrón, el punto más frío de su órbita, varios siglos antes. Había un nuevo interés en los pasadizos de la Estación Observadora: todo el mundo podía leer el mensaje implícito en los gradientes de temperatura, cada vez más favorables.


    IV

    GRADIENTES DE TEMPERATURA FAVORABLES




    Los niños imitan a sus padres o no. Mientras Laintal Ay crecía, su madre era para él una mujer tranquila, aficionada al mismo tipo de estudiosa reclusión que los padres de ella. Pero Loilanun no siempre había sido así, antes que la vida la derrotara.
    En la adolescencia había rechazado la amable tutela de Loil Bry y de Pequeño Yuli. Les gritó que odiaba la atmósfera enclaustrada de la habitación que, a medida que envejecían, se resistían cada vez más a abandonar. Después de una violenta discusión se fue a vivir en otra torre con unos amigos.
    Había mucho trabajo. Loilanun aprendió a raer y curtir pieles. Mientras hacía un par de botas de caza, conoció al joven que las usaría y se enamoró de él. Apenas había llegado a la pubertad. Salía con el cazador las noches iluminadas, cuando nadie podía dormir. Por vez primera tenía ante sí el mundo, de asombrosa hermosura. Se convirtió en mujer del cazador. Habría muerto por él.
    Las maneras cambiaban en Oldorando. El cazador y Loilanun salieron a cazar ciervos. Antes, Dresyl jamás hubiera permitido que las mujeres salieran con los cazadores; pero era cada vez menos estricto, a medida que envejecía. Los cazadores de ciervos encontraron un pinzasaco en un desfiladero. Ante los ojos de Loilanun, la criatura derribó al joven y lo atravesó con uno de los cuernos. El joven murió antes de que lo llevaran a la casa. Con el corazón destrozado, Loilanun regresó a la casa paterna. Ellos la recibieron, la incorporaron complacidos a la vida en común y la consolaron. Mientras reposaba en las sombras fragantes, la vida despertó en el seno de Loilanun. Había concebido. Recordó la alegría de esa ocasión cuando llegó la hora y dio a luz un hijo. Lo llamó Laintal Ay, y los padres de ella lo aceptaron, complacidos también. Era la primavera del año 13 después de la Unión, o el 31 según el viejo calendario de años señoriales.
    —Crecerá en un mundo mejor —dijo Loil Bry a su hija, mirando al niño con ojos lustrosos—. Cuentan las leyendas que llegará un tiempo en que los rajabarales se abrirán y el aire se calentará con el calor de la tierra. La comida abundará, desaparecerá la nieve, y podremos andar desnudos. Cómo deseaba esa época cuando era joven... Quizá Laintal Ay la vea. Cómo hubiera deseado que fuera una niña... Las mujeres ven y sienten más que los hombres...
    Al niño le gustaba mirar la ventana de porcelana de la abuela. Era la única de Oldorando, aunque Pequeño Yuli sostenía que había habido muchas más, y que se habían roto. Año tras año, los abuelos de Laintal Ay levantaban la vista de los antiguos documentos para ver cómo la ventana se volvía rosa, naranja y bermellón a la hora del ocaso, mientras Freyr o Batalix descendían en un baño de fuego. Los colores morían. La noche teñía la porcelana de negro.
    En los viejos tiempos, los childrims revoloteaban en torno de las torres de Oldorando; las mismas apariciones que el primer Yuli había visto cuando atravesaba penosamente el desierto blanquecino.
    Los childrims sólo venían por la noche. Unas chispas como plumas brillaban más allá de la ventana, y allí estaban los childrims, girando lentamente, agitando la ala única. ¿Era un ala?
    Cuando la gente salía corriendo a mirar, los contornos eran confusos, nunca claros. Los childrims provocaban extraños pensamientos en las mentes humanas. Yuli y Loil Bry se tendían sobre las pieles y alfombras y sentían que los pensamientos que había en ellos cobraban vida, todos a la vez. Veían escenas olvidadas y escenas jamás vistas. A veces, Loil Bry gritaba y se cubría los ojos. Decía que era como comunicarse con una docena de fessupos a la vez. Más tarde, quería volver a imaginar algunos de esos momentos inesperados, pero una vez desaparecidos era imposible recordarlos: aquella desconcertante belleza se desvanecía como una fragancia.
    Los childrims se alejaban. Ningún hombre sabía de dónde venían, adonde iban.
    El hábitat de los childrims era la troposfera superior. De vez en cuando, las presiones eléctricas los obligaban a descender y acercarse a la superficie del planeta. Las corrientes de hombres y animales los atraían un momento; se detenían y giraban como si también ellos fueran criaturas inteligentes. Luego volvían a elevarse y se marchaban. De acuerdo con los caprichos locales de la gran tormenta magnética que atravesaba el sistema heliconiano, los childrims volaban en cualquier dirección, hacia adelante, hacia arriba, siguiendo el curso de las mareas magnéticas, moviéndose sin percepción ni necesidad de reposo.
    Pero no se movían siempre del mismo modo. Porque las entidades eléctricas que los seres humanos llamaban childrims no podían cambiar, y por eso nada era más vulnerable que ellas a los cambios.
    Las temperaturas en el continente tropical de Campannlat subían y bajaban de pronto, en cualquier momento. Una suave jornada de verano, mientras Loilanun jugaba lánguidamente con su hijo, la temperatura de Oldorando subió varios grados sobre cero. Bastante cerca, hacia el norte, en el lago Dorzin, podía haber diez grados bajo cero. En el verano, cuando los centinelas trabajaban de día y de noche, no había heladas en los lugares protegidos, y crecían cosechas de cereales.
    A cinco mil kilómetros de Oldorando, en Nktryhk, la temperatura diaria variaba de menos de doce grados centígrados a menos de ciento cincuenta, es decir, la temperatura a que se licua el kryptón.
    Los cambios se acumulaban; eran al principio lo que podía llamarse cambios latentes. Luego los efectos fueron rápidos, a medida que los gradientes de temperatura de la atmósfera superior subían junto con la radiación de Freyr. El proceso era gradual, pero cuántico. En cierta ocasión, la Estación Observadora Terrestre registró una elevación de temperatura de doce grados en una hora, a veinticinco kilómetros de altura sobre el ecuador.
    A causa del calor, la circulación estratosférica aumentaba mucho, y las tormentas barrían el planeta. Se observaron sobre Nktryhk bruscas corrientes que superaban los cuatrocientos kilómetros por hora.
    De repente, los childrims desaparecieron.
    Los comienzos de lo que era la esperanza del renacimiento para los hombres y los animales trajeron el desastre para los childrims. Las condiciones que los habían creado se disiparon entre un año y el siguiente. Los vórtices de polvo piezoeléctrico y de partículas cargadas eran demasiado frágiles para sobrevivir a un sistema más dinámico. Desaparecieron, dejando atrás evanescentes estelas de chispas en el rarificado aire de las alturas. Las chispas murieron rápidamente.
    Yuli y Loil Bry esperaron en vano la vuelta de los childrims. Laintal Ay pronto olvidó que los había visto alguna vez.
    Bajo el cielo verdoso común a esa altura, en que los rayos de los centinelas —cuando no estaban sepultados entre las nubes— tenían que atravesar multitudinarios cristales de hielo, emergían grupos de phagors. Los phagors, tanto los estalones como los gillotas, se movían con una andadura inhumana. Muchos tenían aves posadas en los hombros, o que volaban por encima de ellos. Las aves y los phagors eran blancos; el terreno blanco, castaño, negro, desecado, y el cielo verde pálido. Las cosas vivientes se destacaban sobre el glaciar Hhryggt.
    El curso del glaciar estaba dividido en un punto por un macizo de roca plutónica que había resistido a siglos de asedio, como un castillo infernal. El hielo había carcomido las paredes, que aún se alzaban en torres. Allí donde caía el río helado, había una meseta cubierta de helechos. Allí aguardaba, inmóvil, el jefe de las criaturas de dos filos, mientras las cohortes se agrupaban.
    Eran los kzahhns de Hrastyprt los que primero habían decidido destruir a los Hijos de Freyr que vivían en las distantes llanuras. El joven kzahhn era Hrr-Brahl Yprt. Él conduciría la cruzada. El abuelo, el gran kzahhn Hrr-Tryhk Hrast, había sido asesinado por aquellos Hijos remotos. Las legiones se lanzarían a la venganza bajo el mando de Hrr-Brahl Yprt.
    Porque con Hrr-Brahl Yprt los phagors habían prosperado, recuperando las energías perdidas desde que Freyr incendiara el mundo por última vez. La fuerza del número, tanto como un propósito consciente, había puesto en movimiento esta vasta migración, de escala irresistible.
    Sin embargo la causa primera y determinante no era en verdad el deseo de venganza, sino los gradientes favorables de temperatura en la estratosfera. El mensaje del calor vibraba a lo largo de los ochocientos kilómetros de longitud del glaciar que descendía desde la meseta sin aire del Alto Nktryhk hasta los ásperos valles al este de la llanura oldorandina, atrayendo a los phagors refugiados en grutas y hendiduras.
    Hrr-Brahl Yprt aguardaba inmóvil. También él había oído el mensaje del calor en su octava de aire.
    Ese precursor de grandes cambios climáticos activaba también otras formas de vida de la región, de las que los phagors dependían en parte para obtener proteínas. Unas tribus protognósticas llamadas madis residían asimismo en el territorio sembrado de rocas de los glaciares. Escuálidos, perpetuamente mal nutridos, también ellos volvían a las costumbres nómadas. Llevaban al frente cabras y arangos, unos cuadrúpedos que se alimentaban de líquenes y pulgones de las rocas. Los madis buscaban terrenos de pasto más bajos. Pero no se moverían antes de que la cruzada phagor partiera y despejara el camino.
    El joven Hrr-Brahl Yprt gruñó la orden de montar. Sólo los oficiales de mayor rango disponían de kaidaws. Montaron en los corceles de color rojo herrumbrado apenas se dio la orden, sentándose detrás de las gibas.
    La orden fue dada el año 13, según el modesto calendario de Loil Bry. Según el calendario de la raza de dos filos, era el giro aéreo o año 353 después de la Pequeña Apoteosis, o el Gran Año 5.634.000 desde la Catástrofe. Según una versión más moderna, finalizaba el año 433.
    Laintal Ay era entonces un niño encaramado sobre las rodillas de su madre viuda.
    Llegaría un momento en que tendría que enfrentar todo el poder de la cruzada de Hrr-Brahl Yprt.
    Junto al kaidaw del kzahhn había un creaght —un phagor macho joven— con un alto estandarte.
    Hrr-Brahl Yprt tenía la estatura de un hombre de buena talla y era una vez y media más pesado. Los pies queratinosos de tres dedos sostenían una poderosa musculatura, flancos fuertes y un pecho más ancho que el de cualquier hombre.
    La cabeza, encajada entre los sólidos hombros, era notable. Larga, estrecha, ósea, tenía en la frente unas protuberancias, de modo que los ojos, protegidos por largas pestañas donde brillaba la nieve, parecían mirar con una rara fuerza. Los cuernos, implantados detrás de las orejas, se curvaban primero hacia adelante y luego hacia arriba. Tenían vetas grises, como si fueran de mármol, y los bordes mortalmente afilados. Empleaban estas armas sólo en combate contra otros phagors; nunca contra otras especies, y no debían mancharse con la sangre roja de los Hijos de Freyr.
    El prominente hocico de Hrr-Brahl Yprt era negro bajo los ollares, como había sido el de su abuelo. Cada vez que se movía acentuaba aquel aire de autoridad feroz.
    Los armeros le habían labrado una complicada corona para esta cruzada. Descendía como flores de lis entrelazadas sobre el largo apéndice nasal del joven kzahhn, y se le curvaba en la base de los cuernos, de donde sobresalían a los lados dos puntiagudos cuernos metálicos.
    Cuando amenazaba a un subordinado, el kzahhn arrugaba el labio inferior mostrando dos hileras de dientes romos y estriados, flanqueados por largos colmillos.
    Llevaba el cuerpo revestido por una armadura; un chaleco sin mangas de rígida piel de kaidaw, con tres capas y un cinturón. El cinturón se ensanchaba sobre el vientre en una especie de bolsa que protegía los genitales, pendientes entre la áspera pelambre de la pelvis.
    El nombre del kaidaw era Rukk-Ggrl. Luego de montar en Rukk-Ggrl, el joven kzahhn alzó la mano velluda. Un esclavo humano tocó un enorme instrumento enroscado, hecho con un cuerno de pinzasaco. La diafonía resonó en la extensión gris.
    En respuesta a esa lúgubre llamada, otros esclavos salieron de una caverna en el macizo plutónico, trayendo las figuras del padre y el bisabuelo de Hrr-Brahl Yprt.
    Estos ilustres antepasados se encontraban en estado de brida, mientras se hundían lentamente en el vórtice final del no ser. En el estado de brida los procesos vitales eran muy lentos y los cuerpos iban empequeñeciéndose poco a poco. El bisabuelo se había convertido casi enteramente en queratina.
    Ante la aparición de estos objetos totémicos, corrió la agitación entre los machos y hembras de la tropa. Se irguieron en el suelo helado; muchos se destacaban contra el cielo sobre los riscos próximos o las rocas, y las brillantes nubes amontonadas les difuminaban los contornos. Algunos se apoyaban en las lanzas, mientras unas aves enormes se cernían sobre ellos. Todos, en reposo, mostraban esa terrorífica inmovilidad propia de la especie. Sólo algún fugaz movimiento de las orejas indicaba que estaban vivos. Cambiaron de posición para volver los ojos al joven jefe y a los líderes del pasado.
    Las figuras totémicas fueron presentadas al kzahhn. Los esclavos humanos se arrodillaron ante él.
    Hrr-Brahl Yprt desmontó y se colocó entre los antepasados y el kaidaw. Se inclinó, hundió humildemente el rostro en el rojizo pelaje del flanco de Rukk-Ggrl, y pareció que se desmayaba. En una especie de trance, llamó al presente a los espíritus del padre y el bisabuelo.
    Los espíritus se presentaron ante él. Eran unas figurillas bigotudas, no mayores que un conejo de las nieves. Chillaron a modo de saludo. Como no habían hecho jamás en la vida real, corrían a cuatro patas.
    —Oh, sagrados antecesores que ahora sois parte de la tierra —exclamó el joven kzahhn, en la áspera lengua de la especie—, al fin marcharé a vengar a quien tendría que estar ahora entre vosotros, mi valiente abuelo, el gran kzahhn Hrr-Tryhk Hrast, muerto por los desnudos Hijos de Freyr. Nos esperan años de prueba. Fortaleced mi brazo, advertidme los peligros, sostened en alto mis cuernos.
    El bisabuelo parecía estar dentro de Rukk-Ggrl. La imagen queratinosa dijo: —Ve, con los cuernos en alto, y nunca olvides las enemistades. Evita la amistad con los Hijos de Freyr.
    La observación era inútil para Hrr-Brahl Yprt. No creía sentir otra cosa que odio por el enemigo tradicional. Los que estaban en estado de brida no siempre eran los más sabios.
    La imagen queratinosa del padre era mayor que la del bisabuelo, puesto que había entrado más recientemente en el estado de brida. La imagen se inclinó y habló, despertando una serie de imágenes en la mente del hijo.
    Hrr-Anggl Hhrot mostró una imagen que el joven kzahhn sólo comprendió a medias. Para un ser humano hubiera sido incomprensible. Sin embargo, era una visión del universo conocido, tal como lo imaginaba la raza de dos filos, y que condicionaba en gran parte lo que pensaban de la vida.
    Un órgano atareado bombeaba vigorosamente, expandiéndose y contrayéndose. Tenía tres partes, cada una de las cuales se parecía un poco a un puño humano apretado. Las partes eran interdependientes y de distintos colores. La gris era el mundo conocido; la blanca el brillante Batalix, la de puntos negros Freyr. Cuando Freyr se expandía las otras partes se achicaban; cuando Batalix crecía, también crecía el mundo conocido.
    El conjunto estaba envuelto en un vapor por el que corrían hebras amarillas: las octavas de aire. Las octavas de aire se agitaban como si huyeran de Freyr, aunque en algunos momentos se le enroscaban alrededor. El tercio de Freyr emitía exopodios negros que tiraban de las octavas de aire y lo acercaban al mundo conocido. El mundo se cubría de espuma y crecía.
    Estas imágenes eran familiares para el joven kzahhn, y estaban destinadas a darle seguridad antes de la partida. Comprendía también la advertencia que transmitían las imágenes: las octavas de aire que la cruzada tenía que seguir se enredaban caóticas, trastornando el perfecto sentido de la dirección que era común a la especie. La cruzada haría lentos progresos, que llevarían muchos giros aéreos o años.
    Dio gracias a la imagen queratinosa con un ronquido profundo.
    Hrr-Anggl Hhrot reveló más figuras. Tenían el olor de las cosas antiguas. Surgían de un pozo de sabiduría de los tiempos heroicos, cuando Freyr no tenía ninguna importancia. Pudo verse entonces todo un ejército de antepasados queratinosos, semejantes a ángeles, que confirmaban las imágenes.
    Hrr-Anggl Hhrot mostró qué ocurriría cuando hubiesen pasado, en el órgano triple, tantos giros de aire como dedos en las manos y los pies de un estalón. Lentamente, Freyr, punteado de negro, se ocultaría detrás de Batalix. Así ocurriría veinte veces, en sucesivos giros de aire. Y ésta era la temible paradoja: aunque la parte de Freyr era la mayor, se ocultaba detrás de la parte de Batalix, cada vez más pequeño.
    Esos veinte ocultamientos señalarían el principio del cruel período de dominio de Freyr. A partir del vigésimo, las colonias que componían la raza de dos filos caerían bajo el poder de los Hijos de Freyr.
    Ésa era la advertencia; pero había alguna esperanza.
    Los pobres e ignorantes Hijos se espantarían ante los ocultamientos de Freyr, que los había parido. El tercer ocultamiento sería el más desmoralizador. Ese era el momento de golpear; ése era el momento de acercarse a la ciudad donde el gran kzahhn, Hrr-Tryhk Hrast, había sido destruido. Ésa era la hora de la venganza. La hora de quemar y matar.
    Recuerda. Sé valiente. Sostén los cuernos en alto. ¡La guerra ha comenzado!
    Hrr-Brahl Yprt reaccionó como si hubiese recibido por primera vez la corriente de la sabiduría. La había recibido varias veces, siempre idéntica a sí misma. Para él, era como el pensamiento. Todos los miembros con antepasados en estado de brida habían recibido muchas veces las mismas imágenes en épocas anteriores. Las imágenes provenían del mundo conocido, del aire, de los antiguos muertos. Eran incontrovertibles.
    Todas las decisiones que se tomaban eran el resultado de esas corrientes de sabiduría emanadas de los antepasados queratinosos. Quienes habían construido el pasado superaban en número a los vivos. Los viejos héroes habían medrado en una edad heroica en la que Freyr era más pequeño.
    El joven kzahhn emergió de su trance momentáneo. El ejército que lo rodeaba se agitó, movió las orejas. Las aves se cernían sobre ellos. Nuevamente sonó el cuerno discordante, y las imágenes, semejantes a muñecas, fueron transportadas a la caverna, en la fortaleza natural. Era hora de avanzar.
    Hrr-Brahl Yprt montó de un salto en la alta silla de Rukk-Ggrl. El movimiento desalojó a Zzhrrk, el ave vaquera blanca, que remontó vuelo, giró, y volvió a posarse en el hombro de Hrr-Brahl Yprt. Muchos otros tenían sus propias aves vaqueras. Los disonantes graznidos agradaban a los phagors. Las aves eran realmente útiles pues libraban a los phagors de las garrapatas que les infestaban el cuerpo.
    Esas garrapatas —criaturas poco estimadas— eran un vínculo clave en la compleja estructura ecológica del mundo, y un nexo clandestino entre enemigos mortales. Mientras el joven kzahhn se comunicaba en brida con los antepasados, unas nubes descoloridas habían cubierto el nevado paisaje. La luz se reflejaba entre la bruma y el suelo. En esa luz no polarizada, en la que no había sombras y las cosas vivientes parecían espectrales, los seres humanos hubieran ido perdidos de un lado a otro. No había horizonte. Todo era gris perla.
    Poco significaba esa blancura para el ejército de dos filos, que se guiaba por las octavas de aire. Una vez terminada la ceremonia de comunicación, servidores de a pie se adelantaron con cuatro jóvenes kaidaws de talla menuda. La única giba de los animales estaba apenas desarrollada; todavía tenían manchas en el pelaje áspero. En cada uno de los kaidaws montaba una de las cuatro fillockas del kzahhn. Cada fillockas tenía, entretejidas en la crin, plumas de águila o pálidas flores papilionáceas de las rocas. Ese cuarteto de jóvenes bellezas había sido seleccionado por la colonia para acompañar al kzahhn Hrr-Brahl Yprt durante los años de la cruzada.
    Una fresca brisa de cuarenta grados bajo cero sopló desde las glaciales alturas del este y rizó los delicados filamentos pilosos de las doncellas ancipitales. Bajo esos filamentos estaba la gruesa piel phagor, casi impenetrable al frío, excepto empapada en agua. La brisa despejó la capa de nubes. Como si se hubiese abierto una celosía, retornaron las formas del mundo conocido. El ejército de criaturas y las paredes a pico del Hhryggt, en el fondo, se vieron claramente, así como las cuatro fillockas, al principio espectralmente blancas. La blancura se desvaneció. Aparecieron enfrente unos negros desfiladeros que los conducirían al punto de destino, doce mil metros más cerca del nivel del mar.
    Se elevó el estandarte Hrastyprt.
    El joven kzahhn alzó la mano y señaló hacia adelante.
    Clavó los córneos dedos del pie en el flanco de Rukk-Ggrl. La bestia alzó la cabeza y avanzó sobre los helechos quebradizos. El ejército se puso lentamente en marcha, con el andar extraño y bamboleante de los phagors.
    El suelo de pizarra crujía, el hielo resonaba. Las aves vaqueras remontaban a gran altura con las corrientes ascendentes. La cruzada había comenzado.
    La consumación llegaría como lo habían pronosticado las imágenes ancestrales, cuando Freyr se escondiera detrás de Batalix por tercera vez. Entonces, el ejército del kzahhn atacaría a los Hijos de Freyr que residían en la ciudad maldita, donde habían matado al noble abuelo de Hrr-Brahl Yprt, el gran kzahhn que había sido obligado a saltar de la cima de una torre a la muerte. La venganza estaba en camino: la ciudad sería arrasada.
    Quizá no era sorprendente que el pequeño Laintal Ay llorara en el regazo de su madre.
    Año tras año, la cruzada progresaba. Los habitantes de Oldorando ignoraban esa distante némesis. Se ocupaban de las tareas de su propia historia.
    Dresyl no era ya el enérgico jefe de antes. Cada vez se quedaba más tiempo en la ciudad, atendiendo detalles nimios de asuntos que marchaban perfectamente antes que él interviniera. De los asuntos de caza se ocupaban los hijos.
    El aroma del cambio inquietaba a todos. Los jóvenes querían abandonar las corporaciones y dedicarse a la caza. Los jóvenes cazadores mismos eran poco formales. Un cazador que servía a Dresyl había tenido una hija natural con la mujer de un hombre mayor. Esta conducta se hacía común, así como las consiguientes peleas.
    —Nos comportábamos mejor cuando yo era joven —se quejó Dresyl a Aoz Roon, olvidando sus proezas juveniles—. Pronto nos mataremos unos a otros, como los salvajes de los Quzint.
    Dresyl estaba indeciso entre provocar y aplastar a Aoz Roon o aplacarlo con elogios. Se inclinaba a esto último, porque Aoz Roon estaba ganando fama de buen cazador; pero indignaba a Nahkri, hijo de Dresyl, que no simpatizaba con Aoz Roon por ese tipo de razones que sólo los jóvenes conocen.
    Dly Hoin, la poco satisfactoria esposa de Dresyl, enfermó y murió cuando concluía el año 17 después de la Unión. El padre Bondorlonganon acudió a sepultarla de costado, en su octava de tierra. Y con esta ausencia se abrió un vacío en la vida de Dresyl, quien sintió que la amaba por primera vez. A partir de ese momento, llevó siempre una pena en el corazón.
    A pesar de su edad, aprendió el arte de la comunicación con los padres y buscó el pauk para poder hablar con la desaparecida Dly Hoin. La encontró a la deriva en el mundo inferior. Ella le reprochó falta de amor, temperamento frío, la forma en que habían desperdiciado la vida en común, y muchas otras cosas que le dolieron. Huyó de los vituperios y de aquella dura lengua y fue desde entonces un hombre silencioso.
    A veces hablaba con Laintal Ay. El muchacho tenía una mente más brillante que Nahkri o Klils. Pero se mantuvo alejado de su anciano primo el Pequeño Yuli; aunque anteriormente lo había desdeñado, ahora lo envidiaba. Yuli tenía una mujer viva a quien amar y hacer feliz.
    Yuli y Loil Bry continuaban en la torre, tratando de no tomar en cuenta que habían encanecido. Loilanun vigilaba a Laintal Ay observando cómo él entraba más a fondo en los rudos placeres de una nueva generación.
    Muy lejos, debajo de los Quzint, vivía una secta religiosa llamada de los Apropiadores. Una vez, el primer Yuli había alcanzado a verlos un instante. Segura, en una caverna enorme protegida por el calor de la tierra, la secta era virtualmente invulnerable a los gradientes de temperatura de la alta atmósfera. Pero mantenían una relación secreta con Pannoval; y esa secta tuvo una percepción que, a su manera, condujo a cambios tan importantes como cualquier gradiente de temperatura.
    Aunque era una percepción perversamente errónea, contenía una cierta belleza para las rígidas mentes de los Apropiadores, y parecía manifestar la verdad que acompaña a la belleza.
    Los Apropiadores, tanto varones como mujeres, llevaban una vestidura adornada que los cubría desde el mentón hasta los pies. Vistos de perfil, parecían flores semiabiertas vueltas hacia abajo. Sólo usaban esta ropa exterior, llamada charfral. El charfral podía interpretarse como un emblema del pensamiento apropiador. Los conocimientos de la secta habían sido codificados a lo largo de muchas generaciones, en innumerables ramificaciones teológicas. Eran puritanos y lascivos a la vez. Aún en la estratificación represora del sistema eclesiástico había contradicciones y paradojas, que habían conducido a un hedonismo neurótico.
    La creencia en el Gran Akha no era incompatible con la concupiscencia organizada, por una razón básica: Akha no prestaba atención a la humanidad. Luchaba contra la luz destructora de Wutra, lo que servía al interés de la humanidad; pero lo hacía en su propio beneficio. No importaba lo que la humanidad hiciera. De la impotencia humana nacía la ética del eudemonismo.
    Mucho después de morir, el profeta Naba cambió todo esto. En cierto momento, las palabras de Naba se filtraron de Pannoval a la caverna. El profeta prometía que si hombres y mujeres abandonaban la concupiscencia, si no se acostaban unos con otros de modo tan indiscriminado que nadie conocía a su propio padre, entonces, el Gran Padre, Akha mismo, se ocuparía de ellos. Les permitiría participar como guerreros en la lucha contra Wutra. La guerra concluiría antes. La humanidad —ésta era la esencia del mensaje de Naba— no era impotente, a menos que decidiera serlo.
    La humanidad no era impotente. Para los Apropiadores sepultados, el mensaje era persuasivo. Nunca lo hubiera sido en el Santuario de Pannoval; allí, la gente nunca había pensado que la humanidad no pudiera decidir por sí misma. Pero en la caverna, empezaron a arder los charfrales y se instauró la castidad.
    En un año, los Apropiadores cambiaron de carácter. La vieja y rígida codificación se orientó hacia la virtud restrictiva, en nombre del dios de piedra. Los que no pudieron adaptarse a la nueva moral fueron ejecutados con un golpe de sable, o huyeron antes de que el sable cayera.
    En el calor y la discusión de la revolución, a los Apropiadores no les bastó haberse convertido ellos mismos. Los revolucionarios han de convertir a otros. Así el Naba de Akha inició el Viaje de la Fe. El Viaje de la Fe recorrió cien millas de pasajes subterráneos para difundir el mensaje. La primera parada fue Pannoval.
    Pannoval no tenía interés en oír de nuevo la palabra de su propio profeta, que había sido ejecutado y olvidado mucho antes. Pero se pronunció activamente en contra de una invasión de fanáticos.
    La milicia dispuso sus fuerzas y presentó batalla. Los fanáticos estaban preparados. Nada deseaban más que morir por la causa. Si también otros morían, tanto mejor. Los coruscos, aullando desde las octavas de tierra, los incitaban a la lucha. Se lanzaron hacia adelante. La milicia hizo todo lo posible durante un largo y sangriento día. Luego dio media vuelta y huyó.
    Pannoval se inclinó ante el mensaje del poder humano y ante el nuevo régimen. Se cortaron rápidamente charfrales, tan sólo para quemarlos. Los que no se conformaron o murieron, escaparon.
    Los que escaparon se abrieron paso hacia el mundo despejado de Wutra, las eternas llanuras del norte. Llegaron allí en el momento en que la nieve se retiraba. Crecía la hierba. Los dos centinelas montaban guardia reforzada en el cielo, y Wutra mismo parecía menos violento. Sobrevivieron.
    Año tras año se fueron desplazando hacia el norte en busca de alimento y de tierras protegidas. A lo largo del río Lasvalt, alcanzaron el este de las grandes llanuras. Acosaron a los rebaños de yelks y gunnadus. Y prosiguieron hacia el istmo de Chalce.
    Al mismo tiempo, el ascenso de la temperatura agitaba a los pueblos del frígido continente de Sibornal. Oleadas de rudos colonos avanzaban hacia el sur, y penetraban en el continente de Campannlat por el istmo de Chalce.
    Un día, cuando Freyr imperaba solo en el cielo, la tribu de Pannoval situada más al norte encontró la avanzada meridional del éxodo de Sibornal. Lo que ocurrió entonces había ocurrido antes muchas veces, y era fatal que volviera a ocurrir.
    Wutra y Akha se ocuparían de eso.
    Así era el mundo cuando Pequeño Yuli lo abandonó. Los mercaderes de sal de los Quzint llegaron a Oldorando con noticias de avalanchas y de extraños sucesos. Yuli, ya muy anciano, se apresuró escaleras abajo para verlos llegar, resbaló y se rompió una pierna. Una semana más tarde el hombre santo de Borlien visitaba Oldorando, y Laintal Ay jugaba feliz con el perrito de mandíbula móvil.
    Una época había terminado. Estaba a punto de comenzar el reinado de Nahkri y Klils.




    V

    DOBLE OCASO




    Nahkri y Klils estaban en una de las habitaciones de la torre de hierba. Se suponía que seleccionaban pieles. Pero en cambio miraban por la ventana, sacudiendo la cabeza.
    —No lo puedo creer —dijo Nahkri.
    —Tampoco yo —dijo Klils—. Y no lo creo. —Rió hasta que su hermano le dio una palmada en la espalda.
    Miraban a una persona alta y anciana que corría alocadamente por la costa del Voral. Las torres vecinas la ocultaron, y luego reapareció, moviendo los flacos brazos y piernas. Se detuvo un momento, recogió un puñado de barro y se cubrió la cara y la cabeza con él, y siguió trotando y tambaleándose.
    —Ha perdido el juicio —dijo Nahkri, alisándose con satisfacción las patillas.
    —Peor que eso, si me lo preguntas. Está loca, loca de remate.
    Detrás de la figura que corría había otra más serena: un muchacho próximo a la edad adulta. Laintal Ay seguía a su abuela para que no le ocurriera nada malo. Ella corría adelante, gritando. Él la seguía, silencioso, preocupado, atento.
    Nahkri y Klils movieron un rato las cabezas y luego las juntaron.
    —No comprendo por qué Loil Bry se conduce así —dijo Klils—. ¿Recuerdas lo que decía nuestro padre?
    —No.
    —Decía que Loil Bry sólo pretendía amar a tío Yuli. Pero que no lo amaba en realidad.
    —Ah, recuerdo. Entonces, ¿por qué sigue simulando ahora que él ha muerto? No le encuentro sentido.
    —Ha de tener algún plan. Con todo lo que sabe... Es una treta.
    Nahkri se acercó a la puerta trampa. Las mujeres trabajaban abajo. La cerró de un puntapié y se volvió hacia el hermano menor.
    —Lo que haga Loil Bry no tiene importancia. Nadie comprende a las mujeres. Lo que importa es que tío Yuli ha muerto y que ahora tú y yo vamos a gobernar Embruddock.
    Klils parecía asustado.
    —¿Y Loilanun? ¿Y Laintal Ay?
    —Todavía es un chico.
    —Por poco tiempo. En dos cuartos más tendrá siete años y será un cazador.
    —Durante bastante tiempo. Es nuestra oportunidad. Somos fuertes... Al menos, yo lo soy. La gente nos aceptará. No querrán que un muchacho los gobierne, y desdeñan en secreto al abuelo, que se pasó la vida con esa loca. Tenernos que pensar algo para decírselo a todos, algo que prometer. Los tiempos están cambiando.
    —Di eso, Nahkri. Que los tiempos están cambiando.
    —Necesitamos el apoyo de los maestros de las corporaciones. Iré ya mismo a hablar con ellos. Es mejor que no vengas... Me consta que para el consejo sólo eres un tonto y un enredador. Y luego hablaremos con algunos de los cazadores principales, como Aoz Roon y otros, y todo saldrá bien.
    —Pero, ¿y Laintal Ay?
    Nahkri dio un golpecito a su hermano.
    —No lo repitas más. Si crea problemas, nos lo quitaremos de encima.
    Nahkri convocó una reunión esa tarde, a la hora en que el primer centinela abandonaba el cielo y Freyr avanzaba hacia un ocaso monocromático. La partida de caza y la mayoría de los tramperos ya habían regresado. Ordenó que se cerraran las puertas.
    Cuando la gente se reunió en la plaza, Nahkri apareció en la base de la gran torre. Se había puesto sobre las pieles de ciervo un estammel, una gruesa prenda de lana amarilla y roja, sin mangas, para tener aire más digno. Era de estatura mediana y gruesas piernas, rostro chato, orejas grandes. En un gesto característico, echaba hacia adelante la mandíbula inferior, lo que le daba un aspecto grave y amenazador.
    Habló seriamente a la muchedumbre; recordó las grandes cualidades del antiguo triunvirato, de Wall Ein, de su padre Dresyl y de su tío Yuli. Ellos combinaban el valor y la sabiduría. Ahora la tribu estaba unida, y la sabiduría y el valor eran cualidades comunes. El seguiría la tradición, pero poniendo nuevo énfasis en la nueva época. Él y su hermano gobernarían, con el consejo, y escucharían siempre lo que cualquier hombre dijese.
    Recordó a todos que las incursiones de los phagors eran una amenaza continua, y que los mercaderes de sal del Quzint habían hablado de guerras religiosas en Pannoval. Se necesitaba un mayor esfuerzo. Todo el mundo tenía que trabajar más. Las mujeres tenían que trabajar
    más.
    Una voz de mujer interrumpió: —¡Baja de esa plataforma y trabaja un poco tú también!
    Nahkri se sintió perdido. Miró boquiabierto a la muchedumbre, incapaz de dar una respuesta.
    Loilanun hablaba desde la muchedumbre. Laintal Ay estaba junto a ella, mirando el suelo, temblando de miedo y furia.
    —No tienes derecho a estar ahí, y el ebrio de tu hermano tampoco —dijo Loilanun—. Soy descendiente de Yuli. Soy su hija. Aquí está mi hijo, Laintal Ay, a quien todos conocéis, que será un hombre dentro de dos cuartos. Tengo tanto conocimiento y sabiduría como un hombre; aprendí de mis padres. Mantened el triunvirato, como vuestro padre, Dresyl, a quien todos respetaban,
    deseaba que hicierais. Exijo gobernar con vosotros. Las mujeres han de tener voz. Amo a vuestra familia. Hablad por mí, todos, haced que se reconozcan mis derechos. Y cuando Laintal Ay llegue a la edad adecuada, gobernará en mi lugar. Yo lo prepararé como es debido.
    Sintiendo que le ardían las mejillas, Laintal Ay miró sin alzar el rostro. Oyre lo observaba con simpatía y le hizo una señal.
    Varias mujeres y unos pocos hombres empezaron a dar gritos, pero Nahkri ya se había recuperado. Gritó más fuerte.
    —Nadie será gobernado por una mujer si puedo evitarlo. ¿Quién ha oído hablar de semejante cosa? Loilanun, tienes la cabeza tan floja como tu madre, si dices eso. Todos sabemos que has sido desgraciada por la muerte de tu hombre, y todos lo lamentamos; pero lo que has dicho es un disparate.
    La gente se volvió y miró la cara desgastada y arrebatada de Loilanun. Ella también los miró, sin parpadear y dijo: —Los tiempos están cambiando, Nahkri. Tan necesario es el cerebro como los músculos. Y con toda honestidad, muchos de nosotros no confiamos en ti ni en el necio de tu hermano.
    Se oyeron unos murmullos en favor de Loilanun, pero un cazador, Faralin Ferd, dijo rudamente: —Sólo es una mujer. A mí no me gobernará. Preferiría soportar a esos dos bribones.
    Hubo muchas risas sinceras, y Nahkri triunfó mientras la multitud aplaudía. Loilanun se abrió paso y se fue a llorar en alguna parte. Laintal Ay la siguió de mala gana. La compadecía y la admiraba; y también pensaba que era absurdo que una mujer gobernara Oldorando. Nadie había oído nunca una cosa así, como había dicho Nahkri.
    Se detuvo un momento al borde de la muchedumbre, y una mujer llamada Shay Tal se le acercó y le agarró la manga. Era una joven amiga de la madre, de rostro hermoso y mirada penetrante, como de halcón. Él la conocía como una mujer simpática y rara que ocasionalmente visitaba a la abuela y le traía pan.—Iré contigo a consolar a tu madre, si no te molesta —le dijo Shay Tal—. Te ha avergonzado, lo sé; pero cuando la gente habla sinceramente, muchas veces nos confunde. Admiro a tu madre, como admiré siempre a tus abuelos.
    —Sí, es valiente. Pero la gente se ha reído.
    Shay Tal lo miró inquisitivamente.
    —La gente se ha reído, sí. Sin embargo, muchos de los que reían la admiran también. Están asustados. La mayor parte de la gente está siempre asustada. Recuérdalo. Tenemos que ayudarlos a que cambien.
    Laintal Ay, bruscamente exaltado, sonrió al severo rostro de Shay Tal, y se alejó con ella.
    La suerte favoreció a Nahkri y a Klils. Esa noche, un furioso viento sopló desde el sur, chillando continuamente entre las torres, casi como el Silbador de Horas. Al día siguiente, los pescadores hablaron de enormes cantidades de peces en el río. Las mujeres fueron a recoger la pesca en cestos. Esta abundancia inesperada fue interpretada como una señal. Salaron gran parte del pescado, pero quedó suficiente para que esa noche celebraran una fiesta en que se bebió vino de cebada y se festejó el acceso al gobierno de Nahkri y Klils.
    Pero Klils no tenía buen sentido ni Nahkri sabiduría. Y, lo que era peor, ninguno de los dos se preocupaba mucho por los demás. En la caza no eran mejores que el promedio. Solían disputar entre ambos acerca de lo que había que hacer. Y como tenían, aunque de modo oscuro, conciencia de estos defectos, bebían demasiado y disputaban todavía más.
    Sin embargo, la suerte no los abandonaba. La temperatura continuó mejorando; los ciervos eran más abundantes, y no hubo enfermedades. Cesaron las incursiones de los phagors, aunque de vez en cuando los monstruos eran vistos a pocos kilómetros de distancia.
    Una fructífera monotonía acompañaba la vida de Oldorando.
    El gobierno de los hermanos no agradaba a todo el mundo. No agradaba a algunos cazadores ni a algunas mujeres, ni agradaba a Laintal Ay.
    Entre los cazadores había un grupo joven y rudo que se mantenía siempre unido y se resistía a Nahkri, que intentaba deshacerse de ellos. El líder era Aoz Roon Den, ahora en la flor de la madurez: un hombre corpulento, de expresión sincera, capaz de correr con sus piernas más que un cerdo con cuatro. La figura era característica: vestía una piel de oso negro, y era fácil reconocerlo a la distancia.
    Había luchado contra ese oso, y lo había matado. Orgulloso de la hazaña, había llevado el animal desde las colinas a la aldea sin ayuda, arrojándolo luego ante sus admirados amigos a la entrada de la torre donde vivían. Después de un festejo con rathel, había llamado al maestro Datnil Skar para desollar el animal.
    También había habido algo distinto en el modo en que Aoz Roon había llegado a esa torre. Descendía de un tío de Wall Ein que era Señor de los Brassimipos. Los Brassimipos eran a la vez una región, y un vegetal muy importante para la economía local, puesto que lo comían las cerdas, con cuya leche se elaboraba el rathel. Pero Aoz Roon encontró tiránica la vida en familia, se rebeló muy temprano, y se estableció en una torre alejada, junto con otros despiertos jóvenes de su edad: el alegre Eline Tal, el sensual Faralin Ferd, el firme Tanth Ein. Brindaban por la estupidez de Nahkri y de su hermano. Se decía por lo general de estas reuniones que eran «diferentes». Aoz Roon se distinguía también por otras cosas. Era notorio por su valor en una sociedad donde el valor se consideraba moneda corriente. Durante las danzas tribales, podía dar un salto mortal en el aire sin tocar el suelo. Y creía firmemente en la unidad de la tribu.
    La hija natural, Oyre, no impedía que las mujeres también lo admiraran. Aoz Roon había sorprendido la mirada de Shay Tal, la amiga de Loilanun, y respondió cálidamente a la peculiar belleza de la joven; pero no quería entregarse a nadie. Preveía que en algún momento Nahkri y Klils tendrían problemas, y que caerían antes de resolverlos. Como creía saber lo que era conveniente para la tribu, deseaba conquistar el liderazgo, y no podía dejar que ninguna mujer gobernara sobre él.
    Para ese fin, Aoz Roon cuidaba de sus buenos amigos, y también prestaba atención a Laintal Ay, a quien invitó a cazar cuando el niño llegó a la edad de la caza.
    Durante una cacería de ciervos al sudoeste de Oldorando, él y Laintal Ay quedaron separados de los demás por una zona inundada. Tuvieron que dar un rodeo por terrenos difíciles, donde abundaban los grandes cilindros de los rajabarales. Encontraron una partida de mercaderes que dormían en torno de una hoguera de hierba, aletargados por la bebida. Aoz Roon despachó a dos sin que los demás se despertaran. Luego él y Laintal Ay se alejaron y regresaron gritando a la carrera, enmascarados con calaveras de animales. Los otros ocho mercaderes se rindieron, doblegados por un supersticioso temor. La historia se contó en Oldorando como una gran broma durante muchos años.
    Los mercaderes comerciaban con armas, pieles, grano y cualquier otra cosa. Venían de Borlien, cuyos habitantes eran cobardes por tradición y habían recorrido desde los mares del sur hasta los Quzints en el norte. Eran, la mayoría, conocidos en Oldorando como estafadores y embaucadores. Aoz Roon y Laintal Ay los llevaron a Oldorando como esclavos y distribuyeron las mercaderías entre la gente. Aoz Roon se reservó como esclavo personal a un joven, apenas mayor que Laintal Ay, llamado Calary.
    Este episodio acrecentó el prestigio de Aoz Roon. Pronto estuvo en condiciones de desafiar a Nahkri y a Klils. Pero siguiendo una inclinación natural, en lugar de precipitarse, continuó acompañando a sus amigos.
    En las corporaciones había inquietud. Un joven llamado Dathka intentaba abandonar la corporación de los trabajadores del metal, negándose a cumplir el largo término de los aprendices. Fue conducido ante los hermanos, que no consiguieron persuadirlo. Dathka desapareció de todas partes durante dos días. Una mujer informó que estaba atado y tendido en una celda poco utilizada, con el rostro lastimado.
    Ante esto, Aoz Roon visitó a Nahkri y le pidió que permitiera a Dathka unirse a los cazadores. —Cazar no es una actividad fácil —dijo—. Todavía abunda la caza, pero con esta extraña temperatura de los últimos años, los territorios de caza han cambiado. Como sabes, se nos exige mucho. Deja entonces que Dathka se una a nosotros, si lo desea. ¿Por qué no? Si no sirve, lo expulsaremos y volveremos a discutirlo. Tiene más o menos la edad de Laintal Ay, y puede trabajar con él.
    Había poca luz donde estaba Nahkri, vigilando a los esclavos que ordeñaban las cerdas del rathel. El techo era bajo, y Nahkri estaba algo encorvado. Pareció encorvarse aún más ante el desafío de Aoz Roon.
    —Dathka debe obedecer la ley —dijo Nahkri, ofendido también por la innecesaria referencia de Aoz Roon a Laintal Ay.
    —Permítele cazar y obedecerá la ley. Se ganará el sustento antes de que se le curen las marcas de tus golpes.
    Nahkri escupió.
    —No tiene experiencia como cazador. Es un artesano. Hay que conocer el trabajo. —Nahkri temía que se difundiesen los secretos de la corporación; las artesanías de cada corporación eran guardadas celosamente, y reforzaban el poder de los gobernantes.
    —Si no quiere trabajar, deja que intente nuestra dura vida y ya veremos —insistió Aoz Roon.
    —Es un hombre huraño y silencioso.
    —El silencio es una ayuda en las llanuras abiertas.
    Finalmente, Nahkri dejó a Dathka en libertad. Dathka empezó a ayudar a Laintal Ay, como había dicho Aoz Roon. Muy pronto fue un buen cazador, y disfrutaba del nuevo trabajo.
    A pesar de los largos silencios de Dathka, Laintal Ay lo aceptó corno un hermano. Tenían casi la misma altura, y menos de un año de diferencia de edad. El rostro de Laintal Ay era ancho y alegre; el de Dathka largo, y vuelto siempre hacia el suelo. Se hizo legendaria la eficiencia de esta pareja en la caza.
    Como estaban mucho tiempo juntos, las ancianas decían que un día encontrarían el mismo destino, tal como se había dicho de Dresyl y Pequeño Yuli. Y, también como entonces, que tendrían destinos muy diferentes. En los primeros años, daban simplemente la impresión de parecerse; y Dathka llegó a destacarse tanto que el vanidoso Nahkri se enorgulleció de él, lo amparó, y a veces hablaba de su propia clarividencia al sacarlo de la corporación. Dathka guardaba silencio y miraba el suelo cuando pasaba Nahkri, sin olvidar jamás quién lo había golpeado.
    Loil Bry no era la misma después de la muerte de su hombre. Antes había permanecido siempre en su habitación perfumada; ahora, vieja y vulnerable, prefería vagar por la verde espesura que brotaba en torno de Oldorando, hablando o cantando a solas. Muchos temían por ella; pero nadie se atrevía a acercársele, excepto Laintal Ay y Shay Tal.
    Un día fue atacada por un oso al que las avalanchas habían obligado a bajar de la montaña. Mientras se arrastraba, herida, unos perros salvajes se le echaron encima y la mataron y devoraron a medias. Las mujeres encontraron los restos mutilados del cuerpo, y los llevaron llorando al poblado.
    La extravagante Loil Bry fue enterrada del modo tradicional. Muchas mujeres la lloraron; habían respetado el alejamiento de esa mujer, nacida en el tiempo de las nieves, que había conseguido vivir entre ellas y sin embargo totalmente apartada. Había en ese alejamiento una especie de inspiración: era como si ellas, incapaces de sostener por sí mismas esa inspiración, la hubieran vivido por intermedio de Loil Bry.
    Todo el mundo reconocía los conocimientos de Loil Bry. Nahkri y Klils acudieron a homenajear a la anciana tía, aunque no se molestaron en ordenar al padre Bondorlonganon que supervisara el entierro. Permanecieron en el borde de la multitud doliente, susurrando. Shay Tal y Laintal Ay fueron a consolar a Loilanun, que no habló ni lloró mientras bajaban a su madre al suelo mojado.
    Más tarde, mientras se alejaban, Shay Tal oyó que Klils decía: —Después de todo, hermano, era sólo una mujer más...
    Shay Tal enrojeció, trastabilló, y hubiera caído si Laintal Ay no la hubiese tomado por la cintura. Se marchó directamente a la habitación ventilada donde vivía con su madre, y allí se quedó con la frente apoyada en la pared.
    Tenía buena figura, pero no lo que se llamaba una figura maternal. Como méritos externos lucía un abundante pelo negro, rasgos delicados y un aire orgulloso. Ese porte atraía a algunos hombres, pero repelía a muchos otros. Shay Tal había rechazado las insinuaciones del vivaz Eline Tal. Eso había ocurrido suficiente tiempo atrás como para que ella advirtiera la carencia de otros posibles festejantes, con excepción de Aoz Roon. Pero tampoco él se doblegaría.
    Y mientras estaba en su habitación, apoyada contra la pared húmeda donde crecían las flores esqueléticas de los líquenes grises, decidió que la independencia de Loil Bry sería su ejemplo. No sería sólo una mujer más, dijeran lo que dijeran de ella sobre su tumba.
    Todas las mañanas, al alba, las mujeres se reunían en la llamada casa de las mujeres. Era una especie de fábrica. Con la primera luz, figuras embozadas en pieles y algún abrigo adicional emergían de las ruinosas torres y se deslizaban hacía el lugar de trabajo.
    La niebla saturaba ese momento, cortada en bloques translúcidos por las torres, atravesada por aves blancas. Las piedras estaban húmedas, y bajo los pies rezumaba el fango. La casa de las mujeres se alzaba en un extremo de la calle principal, cerca de la gran torre. Detrás de ella, a cierta distancia, corría el Voral junto al desgastado muelle de piedra. Cuando las mujeres iban a trabajar, los gansos, las aves de corral de Embruddock, se precipitaban gritando a recibir el alimento que traían las mujeres. Dentro de la casa, una vez que se cerraba la pesada y crujiente puerta, se cumplían las eternas tareas de las mujeres: moler el grano para obtener harina, cocer, asar, coser ropas y botas, y curtir pieles. El curtido era particularmente difícil y lo supervisaba un hombre, Datnil Skar, maestro de la corporación de curtidores. El proceso requería sal, y tradicionalmente los curtidores se ocupaban de todo lo que concernía a la sal. Y también era preciso cubrir las pieles con excremento de ganso, tarea que se consideraba denigrante para los hombres. Los chismes alegraban el trabajo, mientras las madres y las hijas discutían los defectos de los hombres y los vecinos.
    Loilanun trabajaba ahora allí con las demás mujeres. Había adelgazado mucho y tenía en la cara un color amarillento. El odio contra Nahkri y Klils le devoraba a tal punto las entrañas que apenas hablaba, incluso con Laintal Ay, quien ahora decidía libremente sobre su propio camino. Loilanum sólo era amiga de Shay Tal. Shay Tal tenía un poco de hada, y un modo de pensar muy ajeno a la torpe sumisión que caracterizaba a las mujeres de Embruddock.
    Una fría madrugada, Shay Tal acababa de dejar la cama cuando oyó golpes abajo, en la puerta. La niebla había penetrado en la torre, ocupando la habitación donde dormía con la madre. Estaba poniéndose las botas en esa perlada penumbra cuando llamaron otra vez. Loilanun abrió la puerta, entró en el establo y subió hasta la habitación de Shay Tal. Los cerdos de la familia gruñeron en la oscuridad mientras Loilanun subía a tientas los crujientes escalones, Shay Tal la recibió cuando entró en la habitación, y le tomó la mano helada. Hizo un gesto de silencio, indicando el ángulo más oscuro, donde dormía la madre. El padre había salido con los otros cazadores. En el confinamiento de esa habitación que olía a estiércol no se veía otra cosa que contornos grises, pero
    Shay Tal advirtió algo extraño en Loilanun y en su figura encorvada. La visita intempestiva anunciaba dificultades.
    —¿Estás enferma, Loilanun?
    —Fatigada, sólo fatigada. Shay Tal: esta noche he hablado con el corusco de mi madre.
    —¡Has hablado con Loil Bry! De modo que ya está allí... ¿Qué te ha dicho?
    —Están todos allí, ahora mismo, miles de ellos, debajo de nuestros pies, esperándonos... Me asusta pensar en ellos. —Loilanun se estremeció. Shay Tal rodeó con el brazo a la mujer mayor y la llevó hasta la cama, donde ambas se sentaron juntas. Afuera chillaban los gansos. Las dos mujeres se miraron, buscando consuelo.
    —No es la primera vez que estoy en pauk desde que murió —dijo Loilanun—. No pude encontrarla antes: sólo había un vacío donde tenía que estar. Yo sólo podía arañar el vacío... El fessupo de mi abuela gemía pidiendo atención. Es todo tan triste allí...
    —¿Dónde está Laintal Ay?
    —Oh, ha salido a cazar —dijo, y volvió en seguida a su tema—. Hay tantos, a la deriva, y no parece que se hablen. ¿Por qué se odiarán los muertos, Shay Tal? Nosotras no nos odiamos, ¿verdad?
    —Estás muy alterada. Ven, vamos a trabajar y a comer algo.
    En la filtrada luz gris, Loilanun se parecía a su madre.
    —Quizá no tengan nada que decirse —prosiguió Loilanun—. Pero están tan ansiosos de hablar con los vivos... Así estaba mi pobre madre.
    Se echó a llorar. Shay Tal la abrazó, mirando atrás para ver si su madre despertaba.
    —Tenemos que salir, Loilanun. Llegaremos tarde.
    —Mi madre estaba tan cambiada... Era tan diferente, pobre sombra. Toda aquella dignidad de antes ha desaparecido. Ha comenzado a... encorvarse. Oh, Shay Tal, me da miedo pensar cómo será vivir allí para siempre...
    Pronunció la última frase en voz alta. La madre de Shay Tal se volvió y gruñó. Los cerdos, abajo, gruñeron. Sopló el Silbador de Horas. Era tiempo de ir a trabajar. Tomadas del brazo, bajaron las escaleras. Shay Tal llamó suavemente a los cerdos por su nombre, para tranquilizarlos. El aire estaba helado cuando empujaron la puerta y la cerraron, sintiendo que la escarcha de los paneles se quebraba bajo los dedos. A través del lodo y los grises de la mañana otras figuras se encaminaban hacia la casa de las mujeres; las mantas que sostenían sobre los hombros les ocultaban los brazos.
    Mientras se movían entre las formas anónimas, Loilanun dijo a su compañera: —El corusco de Loil Bry me habló del largo amor que la unió a mi padre. Dijo muchas cosas acerca de los hombres y las mujeres que no pude comprender. Y dijo cosas crueles acerca de mi hombre.
    —¿Nunca has hablado con él?
    Loilanun eludió la respuesta.
    —Mi madre apenas me dejaba hablar. ¿Por qué los muertos son tan sentimentales? ¿No es terrible? Ella me odia. Lo ha perdido todo, excepto la emoción. Es como una enfermedad. Dijo que un hombre y una mujer juntos son una sola persona. No comprendo. Le dije que no comprendía. Tuve que pedirle que se callara.
    —¿Pediste al corusco de tu madre que se callara?
    —No te asombre tanto. Y mi hombre solía pegarme. Yo le tenía miedo...
    Jadeaba y perdía la voz. Ambas entraron agradecidas en el calor de la casa. El pozo de la curtiduría humeaba. En unos nichos ardían unas gruesas velas de grasa de ganso, con un sonido restallante, como si alguien estuviese depilando un cuero. Había allí unas veinte mujeres que bostezaban y se rascaban.
    Shay Tal y Loilanun comieron trozos de pan, y bebieron rathel antes de acercarse a uno de los morteros. La mujer mayor, cuyo rostro se veía mejor ahora, tenía muy mal aspecto: grandes ojeras azules y el pelo enmarañado.
    —¿El corusco te dijo algo útil? ¿Algo que pueda ayudar? ¿Habló de Laintal Ay?
    —Me dijo que tenemos que acumular conocimientos. Que tenemos que respetar el conocimiento. Se burló de mí. —Con la boca llena de pan, agregó:— Dijo que el conocimiento era más importante que la comida. Que era, en verdad, comida. Probablemente estaba confusa... Poco acostumbrada a estar allí. Es difícil comprender lo que dicen...
    Cuando apareció el supervisor, se volvieron a trabajar con el grano.
    Shay Tal miró de lado a su amiga: la luz cenicienta de la ventana del este le llenaba los huecos del rostro.
    —El conocimiento no puede ser comida. Por más que supiéramos, tendríamos que moler el grano.
    —Cuando mi madre vivía, me mostró el dibujo de una máquina que funcionaba con el viento. Molía el grano sin que las mujeres movieran un dedo, me dijo. El viento hacía el trabajo de las mujeres.
    —A los hombres no les gustaría —le dijo Shay Tal, riendo.
    A pesar de que Shay Tal era una mujer prudente, la resolución que había tomado se hizo más firme: llegó a ser la mujer que más desafiaba lo que otras aceptaban sin reflexión.
    Se ocupaba de cocer el pan. Se amasaba la harina con grasa y sal, y luego se cocía al vapor sobre conductos de agua caliente en rápido movimiento. Cuando los panecillos dorados estaban listos, se dejaban enfriar y una muchacha delgada llamada Vry los repartía entre todos los pobladores de Oldorando. Shay Tal era la encargada de este proceso; sus panes tenían fama de saber mejor que los de ninguna otra cocinera.
    Pero Shay Tal veía muchas perspectivas misteriosas más allá de los panecillos. La rutina no la atraía y se hizo cada vez más reservada. Cuando Loilanun cayó víctima de una enfermedad consuntiva, Shay Tal la llevó a su casa, junto con Laintal Ay, a pesar de las protestas del padre, y cuidó pacientemente a la mujer mayor. Hablaban durante horas. A veces, Laintal Ay escuchaba; pero muchas otras veces se aburría y salía.
    Shay Tal empezó a comunicar sus ideas a las demás mujeres; hablaba en particular con Vry, más maleable por su juventud. Decía que así como el hombre prefiere la verdad a la mentira, así la luz es más necesaria que la oscuridad. Las mujeres escuchaban, y murmuraban incómodas.
    No sólo las mujeres. Vestida con pieles oscuras, Shay Tal tenía una majestad que los hombres percibían, Laintal Ay entre otros. Al orgulloso porte unía la orgullosa conversación. Ambas cosas atraían a Aoz Roon. Escuchaba y discutía. Shay Tal mostraba una vena seductora, que respondía al aire autoritario del cazador. Ella había aprobado que él apoyase a Dathka contra Nahkri; pero no le permitía que se tomara libertades. Su propia libertad dependía de esa negativa.
    . Las semanas pasaban, y grandes tormentas rugían sobre las torres de Embruddock. La voz de Loilanun era cada vez más débil, y ella murió una tarde. Durante la enfermedad había transmitido parte del conocimiento de Loil Bry a Shay Tal y a otras mujeres que habían ido a visitarla. Hizo real el pasado para ellas, y todo lo que dijo fue filtrado por la oscura imaginación de Shay Tal.
    Mientras decaía, Loilanun ayudó a Shay Tal a fundar lo que ambas llamaban la academia. Una academia de mujeres, donde juntas intentarían ser algo más que criadas. Muchas de esas criadas permanecieron gimiendo junto al lecho de muerte de Loilanun hasta que Shay Tal, en un acceso de impaciencia, las expulsó.
    —Podemos observar las estrellas —dijo Vry, elevando su cara de chiquillo—. ¿Has visto que se muevan siguiendo caminos regulares? Me gustaría comprenderlas mejor.
    —Todo lo que vale la pena está enterrado en el pasado —dijo Shay Tal, contemplando el rostro de la amiga muerta—. Este lugar estafó a Loilanun y nos estafa a nosotros. Los coruscos nos esperan. ¡Nuestras vidas están tan encerradas! Necesitamos hacer mejores gentes, tanto como mejores panecillos.
    Se puso de pie, se acercó a la ventana, y abrió los gastados postigos.
    La vivaz inteligencia de Shay Tal comprendió en seguida que la academia despertaría la desconfianza de los hombres de Embruddock, y sobre todo las de Nahkri y Klils. Sólo Laintal Ay, todavía inmaduro, la apoyaría, aunque ella esperaba conquistar a Aoz Roon y a Eline Tal. Comprendió que tendría que luchar contra toda oposición a la academia, y que esa lucha era necesaria para renovar el espíritu del grupo. Desafiaría el letargo general; había llegado el tiempo del progreso.
    La inspiración la impulsaba. Mientras enterraban a su pobre amiga, Shay Tal, con la mano apoyada en el hombro de Laintal Ay, descubrió la mirada de Aoz Roon. Empezó a hablar. Las palabras de Shay Tal fluyeron audaces y vigorosas entre los géisers.
    —Esta mujer estaba obligada a ser independiente. Lo que sabía era una ayuda para ella. Algunos de nosotros no podemos ser tratados como esclavos. Tenemos una visión de cosas mejores. Oíd lo que diré. Las cosas serán diferentes.
    Todo el mundo la miró, con asombro; la novedad del estallido les encantaba.
    —Pensáis que vivimos en el centro del universo. Pero yo os digo que vivimos en el centro de una granja. Nuestra posición es tan confusa que no podéis comprender hasta qué punto lo es.
    "Esto os digo a todos. En el pasado, en el remoto pasado, ocurrió cierto desastre. Fue tan completo que nadie puede entender ahora en qué consistió ni cómo llegó a producirse. Sólo sabemos que trajo un frío y una oscuridad perdurables.
    "Tratáis de vivir lo mejor posible. Está bien, está bien; vivid bien, amaos los unos a los otros, sed amables. Pero no pretendáis que ese desastre nada tiene que ver con vosotros. Puede haber ocurrido hace largo tiempo; pero infecta cada día de nuestras vidas. Nos envejece, nos desgasta, nos devora, arranca de nosotros a nuestros hijos. No sólo nos hace ignorantes, sino también enamorados de nuestra ignorancia. Estamos enfermos de ignorancia.
    "Voy a proponeros una cacería del tesoro, una búsqueda, si queréis. Una búsqueda en la que todos vosotros podéis participar. Quiero que tengáis conciencia clara de nuestra caída, y que busquéis constantemente cualquier prueba de su naturaleza. Tenemos que juntar fragmentos de lo que ha ocurrido y nos ha relegado a esta granja helada; luego podremos mejorar nuestra suerte y evitar que el desastre vuelva a caer sobre nosotros y sobre nuestros hijos.
    "Éste es el tesoro que os ofrezco. El conocimiento. La verdad. Les teméis, sí. Pero tenéis que crecer y amarlos.
    "¡Buscad la luz!
    De niños, Oyre y Laintal Ay habían ido con frecuencia más allá de las barricadas. Salpicaban el desolado paisaje pilares de piedra, restos de viejos caminos, donde se posaban las grandes aves que custodiaban el lugar. Juntos trepaban a ruinas olvidadas, rotos muros de habitaciones semejantes a cráneos, columnas vertebrales de antiguas murallas, donde la escarcha cubría torres y puertas y el tiempo devoraba todo. Poco preocupaba esto a los niños. Las risas resonaban entre esas anatomías dispersas.
    Pero ahora la risa era más contenida y las expediciones más espaciadas. Laintal Ay había llegado a la pubertad; cumplió la ceremonia de beber sangre y se inició en la caza. Oyre había desarrollado una voluntad caprichosa y caminaba con un andar más elástico. Los juegos entre ellos se hicieron cautelosos; las viejas pantomimas eran abandonadas tan casualmente como las estructuras que solían visitar, para no volver a ser representadas.
    La tregua de la inocencia concluyó cuando Oyre insistió en que Calary, el esclavo de su padre, los acompañara en una excursión. Ese acontecimiento señaló la última expedición juntos, aunque ellos no lo comprendieron en ese momento, y pretendieron, como siempre, jugar a la búsqueda del tesoro.
    Llegaron a un montón de escombros donde habían sacado hasta el último trozo de madera. Las hojas de brassimipo se abrían paso entre los restos de un monumento donde la vieja obra artesanal era una costra margosa. En otro tiempo habían imaginado que estas ruinas eran un castillo, y habían sido allí un ejército que rechazaba una carga tras otra de phagors, mientras imitaban los alegres ruidos imaginarios de la batalla.
    Laintal Ay estaba preocupado por el panorama turbador que creía ver ante él. En ese panorama, levemente parecido a una nube, pero también a una declaración de Shay Tal, o quizás a alguna vieja proclama labrada en piedra, él, y Oyre, y su esclavo, y Oldorando, y aun los phagors y las criaturas desconocidas que habitaban las tierras salvajes, eran arrastrados por un enorme proceso... pero en este punto la luz del entendimiento se apagaba y lo dejaba al borde de un precipicio a la vez atractivo y terrible. No sabía qué era lo que no sabía.
    Laintal Ay estaba en un punto prominente de las ruinas, mirando, abajo, a Oyre. Ella estaba agachada, investigando algo completamente ajeno a los intereses de su amigo.
    —¿Es posible que aquí haya existido una gran ciudad? ¿Podrá alguien reconstruirla en el futuro? ¿Gente como nosotros, con riquezas?
    Ella no respondió, y Laintaí Ay se puso de cuclillas sobre el muro, miró la espalda de Oyre e hizo más preguntas: —¿Qué comía la gente? ¿Crees que Shay Tal sabe esas cosas? ¿Está aquí el tesoro de ella?
    Vista desde arriba, Oyre, inclinada, vestida con pieles cosidas, parecía más un animal que una muchacha. Miraba un nicho entre las piedras, sin escuchar realmente lo que decía Laintal Ay.
    —El sacerdote que viene de Borlien dice que fue una vez un gran país que imperaba en Oldorando, hasta más lejos de lo que puede volar un halcón —dijo ella. Laintal Ay echó una mirada vivaz al paisaje, tenebroso bajo una gruesa capa de nubes.
    —Eso es un disparate.
    Laintal Ay sabía lo que probablemente Oyre ignoraba; que el territorio de los halcones estaba aún más severamente limitado que el de los hombres. El discurso de Shay Tal le había mostrado otros límites de la vida, que ahora rumiaba infructuosamente mientras miraba a la muchacha, que estaba allí abajo, con el ceño fruncido. Se sentía irritado con Oyre, no sabía por qué, y quería ponerla a prueba de alguna manera, encontrar palabras para lo que había más allá del silencio.
    —¡Ven a ver lo que he encontrado, Laintal Ay! —La cara oscura y brillante de Oyre lo miró. Recientemente, las facciones se le habían afinado; estaba haciéndose mujer. Él olvidó su propia frustración y se deslizó por la pared en declive, aterrizando al lado de ella.
    Oyre había sacado del nicho una cosa viva, desnuda y pequeña, que se le retorcía en las manos, con un rosado rostro de roedor deformado por la alarma.
    El pelo de Laintal Ay rozó el de Oyre cuando miró ese recién llegado al mundo. Ahuecó las manos ásperas sobre las manos de Oyre hasta que ambos entrelazaron los dedos alrededor de un centro que se debatía.
    Ella alzó la cara y lo miró de frente, con los labios entreabiertos, en una leve sonrisa. El sintió el olor de ella. La tomó por la cintura.
    Pero allí estaba el esclavo; mostrando en la cara que comprendía oscuramente la llama de esa nueva intuición que había estallado entre ambos. Oyre retrocedió un paso, y empujó al pequeño mamífero dentro del agujero. Miró el suelo con e! ceño fruncido.
    —Tu maravillosa Shay Tal no lo sabe todo. Mi padre me ha dicho que él la considera rara. Vamos a casa.
    Laintal Ay vivió un tiempo en casa de Shay Tal. La muerte de sus padres y abuelos lo había separado de la infancia; pero el y Dathka eran ahora cazadores con todos los derechos. La herencia había ido a parar a manos de sus tíos, pero estaba decidido a mostrar que valía tanto como ellos. Maduró rápidamente, y creció con una expresión de vivacidad. Tenía un mentón firme, y facciones bien definidas. Todos advirtieron en seguida que era fuerte y rápido. Muchas jóvenes le sonreían, pero él sólo tenía ojos para la hija de Aoz Roon.
    Aunque era popular, algo en él hacía que la gente se mantuviera a distancia. Había escuchado las valientes palabras de Shay Tal. Algunos opinaban que era demasiado consciente de descender del Gran Yuli. Aun en compañía, permanecía aparte. No tenía otro amigo íntimo que Dathka Den, el hombre de las corporaciones que se había hecho cazador; y Dathka rara vez hablaba ni siquiera con Laintal Ay. Como alguien había dicho, Dathka era lo más parecido a nadie.
    Posteriormente, Laintal Ay fue a vivir con algunos de los cazadores en la gran torre, encima de la habitación de Nahkri y Klils. Escuchó allí las viejas historias, y aprendió a cantar las viejas canciones de los cazadores. Pero nada le gustaba tanto como reunir unas pocas provisiones, ponerse unas botas de nieve, y recorrer los alrededores verdeantes. Ya no buscaba, para esas expediciones, la compañía de Oyre.
    Nadie más se atrevió a salir solo en ese entonces. Los cazadores cazaban juntos; los pastores de cerdos no se alejaban del poblado; las personas que atendían los brassimipos trabajaban en grupos. El peligro y la muerte eran los compañeros de la soledad, con harta frecuencia. Laintal Ay fue tenido por excéntrico, aunque continuaron respetándolo, ya que no dejaba de acrecentar el número de cráneos de animales que adornaban las estacadas de Oldorando.
    Las tempestades aullaban. Laintal Ay viajaba lejos, sin que la inhóspita naturaleza lo turbase. Llegó a valles desconocidos y a ruinas de ciudades cuyos habitantes habían huido mucho tiempo atrás, abandonando sus hogares a los lobos y al frío.

    En la época del festival del Doble Ocaso, Laintal Ay llevó a cabo una hazaña que rivalizaba con la de él mismo y Aoz Roon, cuando capturaron a los mercaderes de Borlien. Recorría solo las tierras altas al noreste de Oldorando, y la nieve profunda se abrió de pronto a sus pies. Laintal Ay cayó dentro de un hoyo. En el fondo había un pinzasaco, esperando la próxima comida.
    A nada se parece más un pinzasaco que a una choza de madera de techo hundido y recubierto de paja. No tenían muchos enemigos aparte del hombre, y se alimentaban rara vez, pues eran enormemente lentos. Lo único que vio Laintal Ay de ese particular pinzasaco, enroscado en el fondo de la trampa, fue la cabeza asimétrica y cornuda, y unos dientes que parecían estacas de madera. Las mandíbulas se cerraron sobre la pierna de Laintal Ay, quien se desprendió con un puntapié y rodó a un lado.
    Luchando contra la nieve que lo cercaba, alzó la lanza y la hundió como una cuña entre las mandíbulas. El pinzasaco se debatió con golpes rítmicos, lentos aunque poderosos. Derribó otra vez a Laintal Ay, pero no consiguió cerrar la boca. Alejándose de los cuernos, el joven trepó de un salto sobre el lomo de la bestia, y se aferró a las rígidas matas de pelo que crecían entre las placas octogonales del caparazón. Sacó el cuchillo del cinto; agarrado a los pelos con una mano atacó los tendones fibrosos que sostenían una placa octogonal.
    El pinzasaco chilló de furia. También a él le estorbaba la nieve, y no podía darse vuelta para aplastar al enemigo. Laintal Ay logró arrancar la placa, que parecía una madera con astillas. La metió en la garganta del pinzasaco y empezó a cortar la torpe cabeza.
    La cabeza cayó. No corrió sangre; apenas un fluido blancuzco. El pinzasaco tenía cuatro ojos. Había una especie más pequeña de dos ojos. Un par estaba implantado en la parte anterior del cráneo; el otro miraba hacia atrás, desde unas protuberancias córneas en la parte posterior. Ahora los dos pares de ojos parpadeaban, incrédulos todavía, mientras la cabeza rodaba en la nieve.

    El cuerpo decapitado empezó a retroceder con rapidez. Laintal Ay lo siguió, debatiéndose entre la nieve que se derrumbaba, hasta que él y la bestia emergieron a la luz.
    Era proverbialmente difícil matar un pinzasaco. Este recorrería largo trecho antes de sucumbir.
    Laintal Ay gritó jubiloso. Buscó sus pedernales, saltó al cuello de la criatura y encendió el pelaje rígido, que ardió con un furioso ruido sibilante. Un humo maloliente subió al cielo. Quemando uno u otro lado lograba guiar a la criatura, que ahora retrocedía hacia Oldorando.
    En las altas torres resonaron los cuernos. Laintal Ay vio la espuma de los géisers. Allí estaba la estacada, con las calaveras pintadas de brillantes colores. Los cazadores y las mujeres salieron a recibirlo.
    Sacudió el gorro de piel. Sentado sobre el extremo ardiente de la gran oruga de madera, entró en triunfo por las calles de Embruddock.
    Todos reían. Pero pasaron varios días hasta que desapareció el hedor de las casas que bordeaban el camino triunfal.
    La parte no quemada del pinzasaco de Laintal Ay fue consumida durante el festival del Doble Ocaso. Incluso los esclavos participaban en el festival: uno de ellos sería ofrecido corno sacrificio a Wutra.
    En Oldorando, el Doble Ocaso coincidía con el Día de Año Nuevo. Era el año 21 según el nuevo calendario, y habría celebraciones. A pesar de las amenazas naturales, la vida era buena y convenía protegerla con sacrificios.
    Durante semanas Batalix se había adelantado en el cielo al centinela más lento. En mitad del invierno se acercaron y los días y las noches duraban lo mismo, sin media luz.
    —¿Por qué se mueven así? —preguntó Vry a Shay Tal.
    —Así se han movido siempre —respondió ella.
    —Eso no es una respuesta, señora —concluyó Vry.
    La perspectiva de un sacrificio y una fiesta posterior añadían excitación a la ceremonia de los ocasos. Antes de comenzar, hubo bailes en la plaza, alrededor de una gran hoguera. La música provenía de un tambor, una flauta y un corno. Algunos afirmaban que este último instrumento había sido inventado personalmente por el Gran Yuli. Se distribuyó rathel entre los danzarines, y luego todos salieron de las empalizadas, transpirando debajo de los trajes de piel.
    Al este de la vieja pirámide había una piedra para los sacrificios. Los ciudadanos se reunieron en torno, a distancia respetuosa, como ordenó un maestro de las corporaciones.
    Se hizo un sorteo entre los esclavos. El honor de ser la víctima tocó a Calary, el joven esclavo de Borlien que pertenecía a Aoz Roon. Lo trajeron con las manos atadas a la espalda, y la muchedumbre lo siguió, expectante. Una quietud fría colmaba el aire. Había nubes grises en lo alto. En el oeste, los dos centinelas descendían al horizonte.
    Todos llevaban antorchas de piel de pinzasaco. Laintal Ay condujo a su silencioso amigo Dathka al encuentro de Aoz Roon, porque la hermosa hija de Aoz Roon estaba también allí.
    —Has de lamentar la pérdida de Calary, Aoz Roon —dijo Laintal Ay, con los ojos clavados en Oyre. Aoz Roon le dio una palmada en el hombro. —Mi primer principio en la vida es no tener jamás remordimientos. Los remordimientos son la muerte para un cazador, como lo fueron para Dresyl. El año próximo capturaremos muchos más esclavos. Calary no importa. En algunos momentos, Laintal Ay desconfiaba de la cordialidad de su amigo. Aoz Roon miró a Eline Tal y ambos rieron, exhalando vapores de rathel.
    Todo el mundo se apretujaba y reía, excepto Calary. Al amparo de la muchedumbre, Laintal Ay apretó la mano de Oyre. Ella respondió con otro apretón y sonrió sin atreverse a mirarlo de frente. Él se hinchó de júbilo. La vida era verdaderamente maravillosa.
    No pudo dejar de sonreír mientras la ceremonia proseguía con mayor seriedad. Freyr y Batalix desaparecían juntos del reino de Wutra, para hundirse en la tierra como coruscos. Si el sacrificio era aceptable, mañana saldrían a la vez, y durante un rato recorrerían el mismo camino. Ambos brillarían de día, cediendo la noche a la oscuridad. En la primavera volverían a separarse, y Batalix inauguraría la media luz.
    Todos decían que la temperatura era más suave. Las buenas señales abundaban. Los gansos eran más gordos. Sin embargo, un silencio solemne caía sobre la muchedumbre a medida que se alargaban las sombras. Ambos centinelas abandonaban el reino de la luz, presagiando enfermedades y cosas malas. Era preciso ofrecer una vida para que los centinelas retornasen.
    A medida que las dobles sombras se extendían, la multitud se calmaba, aunque frotando los pies contra el suelo, como una gran bestia. El ánimo festivo se evaporó, desapareció entre el humo de las antorchas alzadas. Las sombras se difundieron. Una tonalidad gris que las antorchas no lograban derrotar se extendió por la escena. La gente quedó sumergida en el atardecer y en el eddre de la multitud.
    Los ancianos del consejo, grises y encorvados, se acercaron en hilera. Entonaron una plegaria con voz temblorosa. Cuatro esclavos trajeron a Calary. Tenía la cabeza caída hacia adelante, la barbilla cubierta de saliva, y trastabillaba. En lo alto giró una bandada de pájaros; el ruido de las alas era como una lluvia; volaron hacia el oro del oeste.
    La víctima fue colocada sobre la piedra del sacrificio con la cabeza metida en un hoyo excavado en la superficie roída, y orientada hacia el oeste. Le aseguraron los pies con un cepo de madera; apuntaban hacia el punto, ahora gris pizarra, donde los centinelas reaparecerían si lograban concluir el peligroso viaje. De ese modo, en su propio cuerpo, con pasajes y aberturas, la víctima representaba la unión mística entre los dos inmensos misterios de la vida humana y cósmica. Así, en la tierra como en el cielo, mediante un esfuerzo de voluntad de la masa. La víctima ya había perdido su individualidad. Aunque movía los ojos, no emitía ningún sonido, como si estuviese aterrado ante la presencia de Wutra.
    Cuando los cuatro esclavos dieron un paso atrás, aparecieron Nahkri y Klils. Tenían sobre las píeles unos mantos de estammel teñidos de rojo. Sus mujeres los acompañaron hasta el borde de la multitud; y ellos siguieron avanzando. Por una vez, las descuidadas barbas ratoniles daban cierta solemnidad a las caras. En realidad, estaban tan pálidos como la víctima. Nahkri bajó la vista mientras tomaba el hacha. Alzó la formidable herramienta. Sonó un gong.
    Nahkri balanceaba el hacha con ambas manos; la figura más delgada de su hermano estaba justamente detrás de él. Como la pausa se alargaba, un murmullo brotó de la multitud. Había un momento preciso para descargar el golpe; si se perdía, no se sabía qué podía ocurrir a los centinelas. El murmullo expresó la desconfianza tácita con que todos observaron a los gobernantes.
    —¡Golpea! —gritó una voz desde la multitud. Sonó el Silbador de Horas.
    —No puedo —dijo Nahkri, bajando el hacha—. No lo haré. Podría con un phagor. Pero no con un humano, aunque sea de Borlien. No puedo.
    El hermano menor se lanzó adelante y arrebató el arma.
    —Cobarde, harás que todos nos vean como unos tontos. Lo haré yo mismo, para avergonzarte. Te mostraré cuál de los dos es más hombre.
    Con los dientes descubiertos, alzó el hacha por encima del hombro. La hoja devolvió los rayos del ocaso. Luego descendió y se posó sobre la piedra, mientras Klils se apoyaba en el mango, gimiendo.
    —Tendría que haber bebido más rathel...
    La multitud respondió con otro gemido. Los discos de los dos centinelas se confundían en el horizonte incierto.
    Se oyeron voces; —Son dos payasos...
    —Han escuchado demasiado a Loil Bry...
    —El padre les llenó la cabeza de conocimientos; tienen los músculos débiles.
    —¿No habrás estado demasiado tiempo en el nido, Klils?
    La grosera pregunta los hizo reír y el ánimo sombrío se disipó. La multitud se acercó mientras Klils dejaba resbalar el hacha al barro pisoteado.
    Aoz Roon se adelantó, separándose de sus amigos, y levantó el hacha. Gruñó como un mastín, y los dos hermanos se apartaron de él, protestando débilmente. Retrocedieron, trastabillando, cuando Aoz Roon alzó el hacha protegiéndose con los brazos.
    Los soles descendían; estaban ya gloriosamente sumergidos a medias en un mar de oscuridad. La luz se derramaba como la yema de dos huevos de ganso, de color oro viejo, como si la sangre de los hombres y phagors se hubiera mezclado sobre el desierto. Los murciélagos revoloteaban. Los cazadores alzaron los puños y aclamaron a Aoz Roon.
    Los rayos de los soles convergían sobre la pirámide, se dividían en barras de sombra sobre el vértice. Los divididos haces de luz caían exactamente sobre los costados de la desgastada piedra donde yacía la víctima, que estaba a la sombra.
    La hoja del instrumento de ejecución brilló a la luz y mordió la sombra.
    Luego del seco ruido del tajo se oyó la voz de la multitud, una especie de respiración al unísono, de eco, como si todos los presentes dieran también el último respiro.
    La cabeza cortada de la víctima giró de lado, como si besara la piedra. Empezaba a cubrirse de sangre, que manaba y caía goteando. La sangre seguía corriendo mientras el último segmento de los soles se hundía en el horizonte.
    La sangre ceremonial era el fluido mágico que combatía la ausencia de vida; la preciosa sangre humana. Continuaría goteando toda la noche, alumbrando a los dos centinelas entre los caminos y canales de la roca original, permitiendo que llegasen a salvo a la mañana siguiente.
    La muchedumbre estaba satisfecha. Alzando las antorchas, regresaron a la empalizada y a las antiguas torres, ahora negras contra las nubes, o moteadas de luces fantasmales, mientras las antorchas se acercaban.
    Dathka acompañaba a Aoz Roon, a quien la multitud abría respetuosamente paso.
    —¿Cómo has podido matar a tu propio esclavo? —preguntó.
    El hombre mayor le echó una mirada desdeñosa.
    —Hay momentos que exigen decisión.
    —Pero Calary —protestó Oyre—... Ha sido terrible.
    Aoz Roon descartó la objeción de su hija.
    —Las muchachas no pueden entender. Yo había llenado a Calary de rungebel y de rathel antes de la ceremonia. No sintió nada. Probablemente aún cree estar en los brazos de alguna bella borlienesa —dijo, riendo.
    Las solemnidades habían terminado. Pocos dudaban de que Freyr y Batalix aparecerían nuevamente por la mañana. Todos fueron a beber con más alegría que de costumbre, porque tenían un escándalo de que hablar, el escándalo de la debilidad de los jefes. No había tema mejor para acompañar el rathel.
    Laintal Ay abordó a Oyre en la oscuridad: —¿Te enamoraste de mí cuando me viste a caballo en el pinzasaco que capturé?
    Ella le sacó la lengua.
    —¡Vanidoso! Pensé que estabas ridículo.
    Laintal Ay comprendió que los festejos tendrían un lado más serio.




    VI

    «SINTIÉNDOME BEFUDDOCK...»




    Todo lo que podía ver al frente era el terreno que se elevaba, aproximando la curva nítida del horizonte. Las pequeñas y elásticas plantas que tenía bajo los pies se extendían hasta ese horizonte y, en sentido opuesto, hasta el valle. Laintal Ay se detuvo, se sentó apoyando las manos en una rodilla, respirando pesadamente, y miró hacia atrás. Oldorando estaba a seis días de marcha.
    El otro lado del valle estaba bañado en una clara luz azul El cielo era morado oscuro y amenazaba futuras tormentas de nieve. Donde él estaba se alargaban las sombras.
    Reinició la marcha hacia arriba. Por encima del curvado horizonte próximo emergían nuevas tierras, negras, negras, inaccesibles. Nunca había estado allí. Más lejos, la cumbre de una torre se elevó mientras el horizonte próximo se hundía. Pétrea, ruinosa, construida mucho antes en el estilo de Oldorando, con las mismas paredes inclinadas, y las ventanas abiertas en los cuatro ángulos de cada planta. Sólo quedaban cuatro plantas.
    Por último, Laintal Ay llegó a la parte superior de la pendiente. Grandes aves grises se alimentaban cerca de la torre, rodeada por sus propios escombros. Más allá, el cielo de pizarra iluminaba las negras, enormes, inaccesibles montañas. Entre él y el infinito se interponía una hilera de rajabarales. El viento helado le hacía castañetear los dientes; apretó los labios.¿Qué hacía esa torre, tan lejos de Oldorando?

    No tan lejos sí eres un ave, nada lejos. No tan lejos si eres un phagor montado en un kaidaw. Ninguna distancia para un dios.

    Como para ilustrar la idea, las aves remontaron vuelo aleteando, a poca altura. Laintal Ay las miró hasta que desaparecieron y lo dejaron solo en el extenso paisaje.
    Sí, quizá Shay Tal tuviese razón. El mundo había sido diferente. Cuando habló con Aoz Roon de las palabras de Shay Tal, Aoz Roon dijo que no era eso lo importante; no importaba lo que no se podía cambiar sino la supervivencia de la tribu, la unión de todos. Si Shay Tal se imponía, no habría unión. Shay Tal decía que la unión era menos importante que la verdad.
    Con la cabeza ocupada por pensamientos que se le movían en la conciencia como sombras de nubes sobre el paisaje, Laintal Ay entró en la torre y miró hacia arriba. Era una ruina hueca. El suelo de madera había sido arrancado y utilizado como leña. Dejó en un rincón el bolso y la lanza y trepó por la piedra áspera, aprovechando cada punto de apoyo, hasta que estuvo de pie en lo alto de un muro. Miró alrededor. Primero buscó phagors —era territorio phagor—; pero sólo alcanzó a ver unas formas áridas e inanimadas.
    Shay Tal jamás salía de la aldea. Quizá inventaba misterios. Pero, sin embargo, había un misterio. Mirando las gigantescas montañas, se preguntaba con admiración: ¿Quién las ha hecho? ¿Para qué?
    A gran altura, en la montaña redonda que tenía al frente —ni siquiera una estribación de las estribaciones de los Nktryhk— la vegetación se movía. Eran arbustos pequeños, de un verde enfermizo. Miró con atención y reconoció a unos protognósticos, vestidos con pieles, que ascendían muy encorvados. Conducían un rebaño de cabras o de arangos.
    Deliberadamente dejó pasar el tiempo, sintiendo cómo se arrastraba por el mundo, mientras él miraba a aquellos seres distantes, como si tuvieran una respuesta a las preguntas que él se hacía, o a las de Shay Tal. Probablemente eran nondads, nómadas que hablaban una lengua sin relación con el olonets. Durante todo el tiempo que los miró, ellos se movieron con esfuerzo por el paisaje que les había tocado en suerte, y parecía que no conseguían avanzar.
    Más cerca de Oldorando se encontraban los rebaños de ciervos que proporcionaban alimento a la aldea. Había varias formas de matar ciervos. El método preferido de Nahkri y Klils era utilizar, como cebo, cinco ciervas domesticadas. Los cazadores las conducían, atadas con correas, hasta los campos donde pastaban los rebaños. Caminando agazapados detrás de los animales, los hombres podían aproximarse al rebaño. Luego echaban a correr hacia adelante y arrojaban las lanzas, para matar cuantos animales pudieran. Más tarde los traían al poblado; las ciervas tenían que cargar sobre el lomo a los congéneres muertos.
    Durante una de estas cacerías, nevaba. El leve deshielo de mediodía hacía la marcha más difícil. Los ciervos escaseaban. Los cazadores habían caminado tres días enteros hacia el este por terreno difícil, llevando las ciervas, antes de avistar un pequeño rebaño.
    Los cazadores eran veinte. Nahkri y su hermano habían recuperado el favor de la multitud, después de la noche del Doble Ocaso, mediante una generosa distribución de rathel. Laintal Ay y Dathka acompañaban a Aoz Roon. Hablaban poco; pero las palabras apenas eran necesarias cuando había confianza. Envuelto en pieles negras, Aoz Roon era en el desolado paisaje una imagen de valor, y los dos hombres más jóvenes se mantenían junto a él tan fielmente como Cuajo, el enorme perro.
    El rebaño pastaba en la parte superior de una elevación, algo más adelante, y en la dirección de donde venía el viento. Era necesario rodearlo por la derecha, donde el terreno era más alto y el olor de los cazadores no llegaría a los animales. Dos hombres quedaron atrás, con los perros. El resto avanzó colina arriba, sobre cinco centímetros de nieve fangosa. La parte superior de la elevación estaba marcada por una línea interrumpida de tocones de árboles y uno o dos montones de escombros de albañilería, redondeados por siglos de intemperie. El rebaño sólo se hizo visible cuando andando sobre manos y rodillas, arrastrando lanzas y correas, los cazadores llegaron a la cima y examinaron el terreno.
    El rebaño comprendía veintidós ciervas y tres machos. Las hembras estaban repartidas entre los machos, que de vez en cuando se miraban desafiantes. Eran animales mal alimentados; se les veían las costillas bajo las crines rojizas. Las ciervas pastaban con avidez, con las cabezas en el suelo la mayor parte del tiempo, apartando la nieve con el hocico. Se alimentaban contra el viento, que soplaba en los rostros de los cazadores agazapados. Unas grandes aves negras tartamudeaban bajo los cascos de los animales.
    Nahkri dio la señal.
    El y su hermano llevaron a escondidas dos hembras domesticadas hacia el flanco izquierdo del rebaño, que había dejado de pastar para ver lo que ocurría. Aoz Roon, Dathka y Laintal Ay condujeron a las otras tres hacia el flanco derecho.
    Aoz Roon, junto a su cierva, se mantenía atento. La situación no le gustaba del todo. Cuando el rebaño se espantara, se alejaría de los cazadores en vez de ir hacia ellos: los cazadores perderían la excitación de la caza y una práctica útil. Si él hubiese comandado la operación, habría invertido más tiempo en preliminares. Pero Nahkri se sentía demasiado inseguro para esperar. Tenía el rebaño a la izquierda; un bosquecillo de denniss separaba el terreno de pasto de una zona irregular y rocosa a la derecha. A lo lejos se erguían unos paredones verticales, una larga sucesión de colinas, y en el fondo las montañas bajo las nubes moradas.
    Los árboles daban cierta cobertura a los cazadores. Los troncos plateados y castigados no tenían corteza. Las ramas superiores habían sido arrancadas por tempestades anteriores. La mayoría de los dennis se extendían en una línea casi horizontal, doblados por el viento. Algunos se entrelazaban, como librando un combate de eones; todos estaban tan desgastados por el tiempo y los elementos que parecían cordilleras en miniatura, modeladas por levantamientos tectónicos.
    Aoz Roon examinaba la escena mientras avanzaba escondido detrás de la cierva. Había estado antes en el lugar, cuando la marcha era más fácil y la nieve más firme: un punto protegido con la amplia visibilidad que prefieren los rebaños. Observó que los denniss, a pesar de su aspecto muerto y casi fósil, tenían vástagos verdes que se enroscaban y ceñían al suelo a sotavento.
    Algo se movió. Un ciervo renegado apareció bruscamente entre los árboles. Aoz Roon sintió el olor de la bestia, y otro olor más acre que no identificó en seguida.
    El nuevo ciervo se metió torpemente en el rebaño, y fue atacado por el más próximo de los tres machos residentes. El animal se acercó, pisoteando el suelo, mugiendo con la cabeza gacha, exhibiendo la cornamenta. El recién llegado permaneció donde estaba, sin intentar defenderse.
    El ciervo residente cargó contra el intruso. Cuando las cornamentas se unieron, Aoz Roon advirtió una correa de cuero entre los cuernos del renegado. Rápidamente, entregó la cierva a Laintal Ay y desapareció detrás del árbol más próximo. Luego corrió hasta el siguiente.
    Ese denniss estaba ennegrecido y muerto. A través de las ramas rotas, Aoz Roon pudo ver una mata de pelo amarillento que sobresalía entre los árboles más alejados. Alzando la lanza en la mano derecha, y echando atrás el brazo para descargar el golpe, corrió como sólo él podía correr. Sentía bajo las botas las piedras afiladas escondidas en la nieve; escuchaba el mugido de los animales en lucha; veía acercarse el bosquecillo muerto, y corría todo el tiempo tan silenciosamente como podía. Algún ruido era inevitable.
    El pelo se movió y se convirtió en el hombro de un phagor. El monstruo se volvió. Los grandes ojos rojizos relampaguearon. Bajó los largos cuernos y abrió los brazos para enfrentar el ataque. Aoz Roon le hundió la lanza debajo de las costillas.
    Con un grito, la gran criatura de dos filos cayó hacia atrás, empujada por la carga de Aoz Roon. El hombre cayó también. El phagor le rodeó el cuerpo con los brazos, hundiéndole en la espalda las manos córneas. Ambos rodaron en la nieve sucia.
    Las dos criaturas, la blanca y la negra, se convirtieron en un solo animal, que luchaba consigo mismo en un paisaje primario, tratando de separarse. Dio contra una raíz plateada y nuevamente se convirtió en dos partes, la negra debajo.
    El phagor echó atrás la cabeza y abrió las mandíbulas. Dos hileras de dientes amarillos, enclavados como palas en unas encías blanquecinas, enfrentaron a Aoz Roon. Aoz Roon consiguió liberar un brazo, recoger una piedra, y meterla entre los labios y los dientes, que estaban a punto de cerrarse sobre él. Se puso de pie, vio el mango de la lanza clavado aún en el cuerpo del monstruo y se dejó caer encima. El phagor emitió un último y violento ronquido, y murió. Una sangre amarilla brotó de la herida. Los brazos del phagor se abrieron, y Aoz Roon se incorporó, jadeando. Un ave vaquera se elevó muy cerca y aleteó pesadamente hacia el este.
    Alcanzó a ver cómo Laintal Ay despachaba a otro phagor. Otros dos huyeron a la carrera, abandonando la protección de un denniss horizontal. Ambos galopaban en un solo kaidaw e iban hacia los riscos. Las blancas aves los seguían con las alas desplegadas, devolviendo con nuevos chillidos los ecos que venían del desierto.
    Dathka se acercó y apretó en silencio el hombro de Aoz Roon. Ambos se miraron, y sonrieron. Aoz Roon mostró los dientes blancos, a pesar del dolor. Dathka no separó los labios.
    Laintal Ay apareció, entusiasmado.

    —Lo maté. ¡Está muerto! —decía—. Tienen las vísceras en el pecho, los pulmones en el vientre...
    Apartando con un puntapié el cuerpo del phagor, Aoz Roon se apoyó contra un tronco. Respiró con fuerza por la boca y la nariz para librarse del acre olor a lecha del enemigo. Las manos le temblaban.
    —Llama a Eline Tal —dijo.
    —¡Lo maté, Aoz Roon! —repitió Laintal Ay, señalando el cuerpo caído en la nieve.
    —Trae a Eline Tal —ordenó Aoz Roon.
    Dathka se acercó a los dos ciervos, que continuaban luchando con las cabezas juntas, las cornamentas unidas, batiendo la nieve con los cascos. Sacó el cuchillo y les cortó las gargantas como un experimentado carnicero. Los animales quedaron en pie, sangrando, hasta que no pudieron sostenerse; cayeron y murieron con los cuernos todavía unidos.
    —La correa entre los cuernos... Es una vieja treta de los peludos —dijo Aoz Roon—. Apenas la vi, supe de qué se trataba.
    Eline Tal llegó corriendo con Faralin Ferd y Tanth Ein. Apartaron a los hombres más jóvenes y sostuvieron a Aoz Roon.
    —Sólo tenías que matar a ese monstruo; no abrazarlo —dijo Eline Tal.
    El resto del rebaño había huido hacía tiempo. Los hermanos habían matado a tres ciervas y estaban orgullosos. Los demás cazadores vinieron a ver qué había ocurrido. Cinco animales no eran mala caza; el pueblo de Oldorando podría comer cuando ellos regresasen. Los cuerpos de los phagors se dejaron allí, pudriéndose. Nadie quería las pieles.
    Laintal Ay y Dathka se llevaron las ciervas usadas como cebo mientras Eline Tal y los demás examinaban a Aoz Roon. Éste les apartó las manos, maldiciendo.
    —Vámonos, de prisa —dijo, sosteniéndose el costado con una mueca de dolor—. Donde había cuatro puede haber más.
    Pusieron los animales muertos sobre el lomo de los vivos e iniciaron el viaje de vuelta.
    Nahkri estaba enojado con Aoz Roon.
    —Esos dos machos estaban muertos de hambre. La carne será como cuero.
    Aoz Roon no respondió.
    —Sólo los buitres prefieren los ciervos a las ciervas —dijo Klils.
    —Calla, Klils —gritó Laintal Ay—. ¿No entiendes que Aoz Roon está herido? Ve a practicar con el hacha.
    Aoz Roon mantenía la vista clavada en el suelo, sin hablar, lo que irritaba aún más al hermano mayor. Alrededor, el eterno paisaje guardaba silencio.
    Cuando finalmente estuvieron a la vista de Oldorando y de las protectoras fuentes termales, los vigías de las torres hicieron sonar los cuernos. Eran hombres demasiado viejos o enfermos para cazar. Nahkri les había dado una tarea más sencilla; pero si los cuernos no sonaban en el momento preciso en que la partida de caza aparecía a lo lejos, les suprimía la ración de rathel. Los cuernos eran la señal para que las mujeres abandonaran lo que estaban haciendo y acudieran a recibir a los hombres fuera de la empalizada. Ellas siempre temían que hubiera ocurrido alguna muerte; la viudez implicaba tareas humildes, mera subsistencia, vida más corta. En esta ocasión, contaron las cabezas y se alegraron. Todos los cazadores regresaban. A la noche habría una fiesta. Algunas de las mujeres concebirían.
    Eline Tal, Tanth Ein y Faralin Ferd llamaron a las mujeres, en términos que eran a la vez cariñosos y abusivos. Aoz Roon cojeaba, solo, en silencio; miró por debajo de las cejas oscuras para ver si Shay Tal había venido. No era así.
    Tampoco Dathka fue recibido por una mujer. Endureció el rostro juvenil mientras atravesaba el grupo de bienvenida, pues había esperado la presencia de Vry, la discreta amiga de Shay Tal. Aoz Roon despreciaba secretamente a Dathka porque no había una mujer que corriera a recibirlo, aunque él mismo estuviese en esa situación.
    Vio que un cazador tomaba la mano de Dol Sakil, la hija de la partera. Y que su propia hija, Oyre, se precipitaba a recibir a Laintal Ay: pensó que harían buena pareja, y que de algo serviría esa unión.
    Por supuesto, la muchacha tenía carácter firme, en tanto que Laintal Ay era más bien blando. Ella lo obligaría a una larga danza antes de consentir. En ese sentido, Oyre era como la preciosa Shay Tal: difícil, hermosa, y con una mente propia.
    Pasó, cojeando, por las anchas puertas, con la cabeza baja, todavía cubriéndose el costado con la mano. Nahkri y Klils se acercaban, rechazando a sus estridentes mujeres. Ambos le echaron unas miradas amenazadoras.
    —No te adelantes, Aoz Roon —le ordenó Nahkri—. Guarda tu lugar.
    Aoz Roon lo miró por encima del hombro encogido.
    —Una vez he blandido el hacha, y por Wutra, lo haré de nuevo —gruñó.
    El mundo parecía borroso ante él. Bebió de un trago un jarro de rathel con agua, pero aún se sentía mal. Trepó al cubil que compartía con sus compañeros, por una vez indiferente a la tarea de desollar y limpiar la caza que había contribuido a traer. Una vez arriba, cayó al suelo. Pero no permitió que la esclava le cortara el abrigo de pieles para examinar las heridas. Descansó, apretándose las costillas con los brazos. Una hora más tarde salió solo en busca de Shay Tal.
    Como pronto oscurecería, ella había ido a llevar cortezas de pan al Voral para alimentar a los gansos. El río estaba crecido. Se había deshelado durante el día; las aguas negras se movían enmarcadas por hojas de hielo blanco que los gansos atravesaban dando roncos graznidos. Habían estado siempre heladas, cuando ellos eran jóvenes.
    Ella dijo: —Los cazadores se alejan mucho; sin embargo, esta mañana he visto caza del otro lado del río. Mielas y caballos salvajes, creo. Sombrío, taciturno, Aoz Roon la miró y le apretó el brazo.
    —Siempre te opones, Shay Tal. ¿Crees que sabes más que los cazadores? ¿Por qué no viniste cuando sonó el cuerno?
    —Estaba ocupada. —Ella se libró de él y se puso a desmigajar las cortezas de pan de centeno mientras los gansos la rodeaban. Aoz Roon los apartó a puntapiés y volvió a apoderarse del brazo de Shay Tal.
    —Hoy he matado a un phagor. Soy fuerte. Me hirió, pero conseguí matarlo. Todos los cazadores me miran con respeto, y todas las jóvenes. A ti te quiero, Shay Tal. ¿Por qué no me quieres?
    Ella se volvió hacia él con una mirada punzante, de furia contenida.
    —Te quiero, pero me torcerías el brazo si me opusiera a ti, y estaríamos siempre discutiendo. Nunca me hablas suavemente. Te puedes burlar y te puedes irritar; pero no sabes hablar con ternura. Por eso.
    —No soy de los que hablan con ternura. Pero tampoco torcería ese brazo tan bonito. Te daría cosas verdaderas en qué pensar.
    Shay Tal no respondió; siguió alimentando a las aves. Batalix se hundió en la nieve, dorando las hebras sueltas del pelo de la mujer. En el escenario duro y muerto, sólo la onda negra del agua se movía.
    Aoz Roon, inseguro, se apoyaba ya en uno ya en otro pie, y la miraba.
    —¿En qué estabas ocupada? —dijo.
    Sin mirarlo, ella dijo con pasión:
    —Tú oíste mis palabras el desdichado día que enterramos a Loilanun. Yo hablaba especialmente para ti. Estamos viviendo en una granja. Yo quiero saber qué ocurre en el mundo, más allá de esta granja. Quiero aprender cosas. Necesito tu ayuda, pero no eres del todo el hombre capaz de dármela. Por tanto me dedico a enseñar a otras mujeres, mientras haya tiempo, porque de ese modo me enseño a mí misma.—¿Qué bien puede hacer eso? Solamente crear problemas.
    Ella no respondió; miraba más allá del río, donde se depositaban los últimos y mezquinos oros del día.
    —Tendría que ponerte sobre mis rodillas y darte unos azotes. —Aoz Roon estaba en un punto más bajo de la orilla y alzaba la vista hacia Shay Tal.
    Ella lo miró indignada. Casi inmediatamente, cambió de expresión. Rió, mostrando los dientes y el rosado paladar antes de cubrirlos con la mano.
    —¡Realmente no comprendes!
    Aprovechando el momento, él la abrazó con fuerza.
    —Trataría de ser tierno contigo, y algo más, Shay Tal. Por tu encanto y por esos ojos, tan brillantes como el Voral. Olvida esos conocimientos de los que todos podemos prescindir, y sé mi mujer.
    La hizo girar, con los pies en el aire, y los gansos se dispersaron coléricamente, estirando los cuellos hacia el horizonte.
    Cuando estuvo otra vez en el suelo, ella dijo: —Te ruego que me hables con naturalidad, Aoz Roon. Mi vida es dos veces preciosa y sólo puedo entregarme una vez. El conocimiento es muy importante para mí. Para todos. No me obligues a elegir entre el conocimiento y tú.
    —Hace tiempo que te quiero, Shay Tal. Yo sé que has estado enfadada por causa de Oyre, pero no deberías decirme que no. Quiero que seas mi mujer ahora mismo o buscaré otra, te lo advierto. Soy un hombre de sangre caliente. Vive conmigo, y olvidarás la academia.
    —No haces más que repetirte. Si me quieres, trata de oír lo que digo. —Se volvió y echó a andar colina arriba hacia la torre. Pero Aoz Roon corrió y la alcanzó.
    —Después de obligarme a decir tantas tonterías, Shay Tal, ¿me dejarás partir sin más? —Las maneras de él eran otra vez corteses y casi taimadas.—¿Y qué harías si fuera el jefe, el Señor de Embruddock? No es imposible. Entonces, tendrías que ser mi mujer.
    Por la forma en que ella lo miró, él comprendió por qué la perseguía; durante un instante, sintió la esencia de esa mujer que dijo con voz tranquila: —¿De modo que ése es tu sueño, Aoz Roon? Pues bien: el conocimiento y la sabiduría son otra clase de sueño, y estamos condenados a seguir cada uno el suyo, por separado. También yo te amo; pero como tú, no quiero que nadie tenga poder sobre mí.
    Aoz Roon no respondió. Shay Tal sabía que a él le era difícil aceptar esa observación, o eso al menos era lo que él pensaba: pero Aoz Roon seguía otra línea de razonamiento y mirándola con dureza le preguntó: —Pero odias a Nahkri, ¿no es verdad?
    —No me molesta.
    —Ah, pero a mí sí.
    Como era habitual cuando las partidas de caza regresaban, se hizo una fiesta. Todos comieron y bebieron hasta muy tarde. Además del habitual rathel, la corporación de las bebidas había producido un oscuro vino de cebada. Se cantaron canciones y se bailaron jigas, mientras los licores iban dominando la situación. Cuando la ebriedad alcanzó el punto culminante, la mayoría de los hombres estaba bebiendo en la gran torre, desde donde veían la calle principal. La planta baja había sido despejada, y ardía allí un fuego, y el humo subía, enroscándose, hasta las vigas de cantos metálicos. Aoz Roon estaba taciturno, y se alejó de los que cantaban. Laintal Ay lo vio salir, pero estaba demasiado ocupado persiguiendo a Oyre para perseguir también al padre de ella. Aoz Roon subió la escalera, atravesó los diversos niveles, emergió en el terrado y aspiró el frío de la noche.
    Dathka, que no tenía talento para la música, lo siguió en la oscuridad. Corno de costumbre, no hablaba. Permaneció con las manos en las axilas, mirando las vagas sombras amenazantes de la noche. En el cielo, sobre ella, pendía una cortina de opaco fulgor verde cuyos pliegues desaparecían en la estratosfera.
    Aoz Roon cayó hacia atrás con un gran grito. Dathka lo sostuvo, pero el hombre mayor se debatió y lo apartó.
    —¿Qué te ocurre? ¿Estás borracho?
    —¡Mira! —Aoz Roon señaló la vacía oscuridad.— Ahora se ha ido, maldita sea. Una mujer con cabeza de cerdo. Eddre, ¡y qué mirada!
    —Estás viendo cosas. Estás borracho.
    Aoz Roon se volvió con irritación.
    —No me llames borracho, renacuajo. La he visto, te digo. Desnuda, piernas delgadas, toda cubierta de pelo, desde el sexo al mentón, catorce tetas... Y venía hacia mí.
    Aoz Roon corrió por el terrado sacudiendo los brazos.
    Klils apareció en la puerta trampa, vacilando un poco, mordisqueando un fémur de ciervo.
    —No tenéis nada que hacer aquí. Ésta es la Gran Torre. Aquí vienen sólo los que mandan en Oldorando.
    —Basura —le dijo Aoz Roon acercándose—. Dejaste caer el hacha.
    Klils lo golpeó violentamente en el cuello con el hueso de ciervo.
    Rugiendo, Aoz Roon agarró a Klils por la garganta y trató de estrangularlo. Pero Klils le dio un puntapié en el tobillo y varios puñetazos debajo del corazón, y lo empujó hacia el parapeto del terrado, que en parte se desmoronó y cayó. Aoz Roon quedó con la cabeza colgando en el espacio.
    —¡Dathka! —gritó—. ¡Ayúdame!
    En silencio, Dathka se acercó a Klils por detrás, lo tomó firmemente por las rodillas y lo alzó en el aire. Sacudió el cuerpo del hombre, inclinándolo sobre el parapeto y sobre el vacío de siete plantas.
    —¡No, no! —gritó Klils, luchando frenéticamente, abrazándose al cuello de Aoz Roon. Los tres hombres se debatían en la tiniebla verde, acompañados por las canciones de abajo, des —y ambos entorpecidos por el rathel— contra uno, el flexible Klils. Finalmente lo vencieron, desprendiendo las manos que se agarraban a la vida. Con un grito final, Klils cayó. Oyeron el ruido del cuerpo que chocaba contra el suelo. Aoz Roon y Dathka se apoyaron jadeando en el parapeto.
    —Nos libramos de él —dijo finalmente Aoz Roon. Dolorido, se apretó las costillas con los brazos—. Gracias, Dathka.
    Dathka no respondió.
    Por fin, Aoz Roon agregó: —Nos matarán por esto. Nahkri se ocupará de que nos maten. Ya hay mucha gente que me odia. —Después de una pausa, exclamó iracundo:— Todo fue culpa del necio de Klils. Él me atacó. Fue culpa de él.
    Incapaz de soportar el silencio, Aoz Roon caminaba de un lado a otro del terrado, murmurando. Recogió el fémur y lo arrojó lejos a la oscuridad.
    Luego se volvió al impasible Dathka y dijo: —Baja a hablar con Oyre. Hará lo que yo quiera. Que traiga aquí a Nahkri. Él se pondría una nariz de cerdo si ella se lo pidiese. Ya he visto cómo la mira, esa basura.
    Encogiéndose de hombros, en silencio, Dathka bajó. Oyre estaba trabajando en casa de Nahkri, con gran disgusto de Laintal Ay. Gracias a su belleza, era mejor tratada que otras mujeres.
    Aoz Roon se abrazó a sí mismo, se estremeció, recorrió el terrado y lanzó unos juramentos a la oscuridad. Dathka regresó.
    —Lo traerá —dijo brevemente—. Pero eso que te propones no está bien. No cuentes conmigo.
    —Calla. —Era la primera vez que alguien daba semejante orden a Dathka. Retrocedió y se ocultó en la más profunda oscuridad mientras las figuras salían de la puerta trampa; tres figuras, y la primera la de Oyre. Después venía Nahkri con el jarro de licor en la mano, y luego Laintal Ay, quien había decidido no alejarse de Oyre. Parecía enojado, y no cambió de expresión cuando miró a Aoz Roon. También éste frunció el ceño.
    —Quédate abajo, Laintal Ay. No has de participar en esto —dijo ásperamente Aoz Roon.
    —Aquí está Oyre —respondió Laintal Ay, como si eso fuera suficiente, sin moverse.—Me está acompañando, padre —explicó Oyre. Aoz Roon la apartó y enfrentó a Nahkri.
    —Siempre nos hemos llevado mal, Nahkri. Ahora, prepárate para luchar conmigo, hombre a hombre.
    —Baja de mi terrado —ordenó Nahkri —. No toleraré que estés aquí. Tu lugar está abajo.
    —Prepárate para luchar.
    —Siempre has sido insolente, Aoz Roon; hablas de luchar porque fracasaste en la cacería. Has bebido demasiado. —La voz de Nahkri estaba ronca por el vino y el rathel.
    —Hablo y lo hago —gritó Aoz Roon, y se lanzó contra Nahkri.
    Nahkri le arrojó el jarro, Oyre y Laintal Ay intentaron retener a Aoz Roon, pero él se liberó y golpeó a Nahkri en la cara.
    Nahkri cayó, rodó, y sacó una daga del cinturón. La única luz venía de una gruesa vela que ardía en el piso inferior. Los verdes pliegues del cielo apenas teñían los asuntos humanos. Aoz Roon trató de patear la daga, falló, y cayó pesadamente sobre Nahkri, inmovilizándolo. Gimiendo, Nahkri empezó a vomitar; Aoz Roon se apartó de él. Ambos se pusieron de pie jadeando.
    —Acabad con esto, los dos —exclamó Oyre, aferrándose a su padre.
    —¿Qué ocurre? —preguntó Laintal Ay—. Lo has provocado sin motivo, Aoz Roon. Aunque sea un necio, tiene razón.
    —Calla, si quieres a mi hija —rugió Aoz Roon, mientras cargaba. Nahkri, que aún respiraba con dificultad, no tenía defensa. Había perdido la daga. Bajo una lluvia de golpes fue arrastrado hasta el parapeto. Oyre gritó. Nahkri vaciló un momento; luego las rodillas se le doblaron. Y luego desapareció.
    Todos oyeron cómo golpeaba el suelo, al pie de la torre. Se quedaron inmóviles, mirándose con culpa unos a otros. Un canto de borrachos subía hacia ellos desde el interior de la torre.

    Sintiéndome befuddock
    voy camino de Embruddock
    y sorprendo a una marrana
    que bailaba una pavana
    y me caigo de buddock...

    Aoz Roon se inclinó sobre el parapeto.
    —Supongo que todo ha terminado para ti, señor Nahkri —dijo en un tono tranquilo. Jadeó, y se abrazó las costillas. Se volvió y miró a todos, fieramente.
    Laintal Ay y Oyre estaban juntos. Oyre sollozaba.
    Dathka se adelantó y dijo con voz hueca: —Guarda silencio, Laintal Ay, y tú, Oyre, si apreciáis vuestras vidas. Ya habéis visto con qué facilidad se pueden perder. Yo diré que vi discutir a Nahkri y Klils. Pelearon, y cayeron juntos por encima del parapeto. No pudimos detenerlos. Recordad mis palabras. Callad. Aoz Roon será el Señor de Embruddock y Oldorando.
    —Así será, y gobernaré mejor que esos necios —dijo Aoz Roon, tambaleante.
    —Será mejor que lo hagas —continuó tranquilamente Dathka— porque nosotros tres sabemos la verdad acerca de este doble crimen. Recuerda que no hemos intervenido; todo ha sido obra tuya. Trátanos en consecuencia.
    Bajo el imperio de Aoz Roon, los años transcurrirían en Oldorando casi como bajo otros jefes. La vida tiene una cualidad que los gobernantes no alcanzan a tocar. Sólo la temperatura se hizo más arbitraria. Pero eso, como muchas otras cosas, no dependía de ningún gobierno.
    Los gradientes de temperatura en la estratosfera se alteraron, la troposfera se calentó, las temperaturas empezaron a subir. Lluvias devastadoras duraban semanas enteras. En las regiones tropicales la nieve desapareció de las tierras bajas. Los glaciares se retiraron a zonas de mayor altura. La tierra reverdeció. Crecieron altas plantas. Aparecieron aves y animales nunca vistos anteriormente, por encima o más allá de la empalizada de la vieja aldea. Todas las formas de vida se modificaban. Nada era como había sido.
    Para muchas personas de edad esos cambios eran indeseables. Les recordaban las nieves ilimitadas de años atrás. Los de edad mediana recibían complacidos los cambios, pero movían la cabeza y decían que eran demasiado buenos para durar. Los jóvenes no habían conocido otra cosa. La vida ardía en ellos como en el aire. La aldea disponía de una mayor variedad de alimentos; producía más hijos, y menos de esos niños morían.
    En cuanto a los dos centinelas, Batalix parecía igual que siempre. Pero Freyr se tornaba más brillante y caliente cada semana, cada día, cada hora.
    Dentro de este drama del clima estaba el drama humano, que toda alma viviente tenía que representar, satisfecha o decepcionada. Pero la mayoría creía estar en el centro de la escena, y ese tejido de diminutas circunstancias les parecía excepcional. Esto era así en todo el gran globo de Heliconia, allí donde había pequeños grupos de hombres y mujeres esforzándose por vivir.
    Y la Estación Observadora Terrestre registraba todo.
    Cuando se convirtió en Señor de Oldorando, Aoz Roon perdió su buen humor. Se volvió taciturno, y durante un tiempo evitó a los testigos y cómplices del crimen. Ni siquiera quienes podían verlo advirtieron en qué medida ese mismo aislamiento tenía corno causa la incesante fermentación de la culpa; las personas no se molestan en comprenderse unas a otras. Los tabúes contra el crimen eran poderosos; en una pequeña comunidad todos estaban relacionados, aunque fuera de modo distante, y la pérdida de una sola persona capaz tenía importancia. La conciencia colectiva era algo tan precioso que ni siquiera se permitía a los muertos apartarse por completo de los vivos.
    Ni Klils ni Nahkri habían tenido hijos con sus mujeres, de modo que sólo ellas podían comunicarse con los coruscos de los dos hombres. Ambas dijeron que en el mundo de los espíritus sólo habían encontrado una violenta furia. Era penoso soportar la cólera de los coruscos, porque nunca había un momento de alivio. La cólera de los hermanos era consecuencia natural de un estallido de ebria locura fraticida; se excusó a las mujeres de intentar una nueva comunicación. Los hermanos y su terrible fin dejaron de ser tema de conversación común. Por el momento, no se difundió el secreto del crimen.
    Pero Aoz Roon no lo olvidó jamás. En el amanecer que siguió al doble asesinato, se levantó fatigado y se lavó la cara con agua helada. El frío sólo acrecentó una fiebre que él trataba de negar. En todo el cuerpo le ardía un dolor que parecía arrastrarse pesadamente de un órgano a otro.
    Estremecido por una angustia que no se atrevió a comunicar a sus compañeros, salió de la torre junto con Cuajo, el perro. En la calle, entre las nieblas fantasmales de la primera luz, sólo se veían los cuerpos envueltos de las mujeres que acudían lentamente al trabajo. Aoz Roon las evitó y avanzó precipitadamente hacia la puerta norte. Tenía que pasar por la gran torre. Antes de darse cuenta, se vio frente al cuerpo destrozado de Nahkri, despatarrado en el suelo, con los ojos aún desorbitados de terror. Y allí estaba el feo cuerpo de Klils, del otro lado de la torre. Todavía no habían sido descubiertos, ni se había dado la alarma. Cuajo gemía y saltaba de un lado a otro del cuerpo enfangado de Klils.
    Un pensamiento se abrió camino en la ofuscación de Aoz Roon. Nadie creería que los hermanos se habían matado entre ellos si los hallaban en lados opuestos de la torre. Aferró el brazo de Klils e intentó arrastrar el cuerpo. El cadáver estaba rígido y no se movió, como si hubiese echado raíces en la tierra. Aoz Roon tuvo que inclinarse y poner la cara casi junto al pelo empapado de Klils para intentar alzarlo. Hizo un nuevo esfuerzo. Klils no se movió. Jadeando, con un sollozo, Aoz Roon probó el otro extremo, tirando de las piernas. A lo lejos graznaron los gansos, burlándose de él. Por último consiguió mover el cadáver. Klils había caído de bruces, y las manos y un lado de la cara se le habían pegado al barro helado. Se le desprendieron al fin y el cuerpo saltó sobre el terreno muerto. Aoz Roon lo arrojó en montón junto al hermano, como si no viera lo que hacía. Luego corrió hacia la puerta norte.
    Más allá de la empalizada había una cantidad de torres en ruinas, rodeadas —y, en verdad, destruidas —por los rajabarales que se alzaban sobre los restos. Aoz Roon se refugió en uno de esos monumentos al tiempo, erguido sobre un trecho congelado del Voral. En la segunda planta, había una habitación intacta. Aunque los escalones de madera habían desaparecido mucho antes, logró trepar por una pila de escombros e izarse hasta la cámara de piedra. Jadeante, se apoyó con una mano en la pared. Luego sacó la daga y frenéticamente se puso a cortar las pieles que vestía.
    Un oso había muerto en la montaña para vestir a Aoz Roon. Nadie tenía una piel negra como ésa. La desgarró sin cuidado.
    Quedó desnudo. Aun a solas se sentía avergonzado. La desnudez no tenía sitio en la cultura local. El perro miraba y gemía.
    El cuerpo, musculoso y de vientre plano, estaba consumido por las llamaradas de una erupción. Las lenguas de fuego lo lamían por entero. Ardía desde el cuello a las rodillas.
    Aferrándose miserablemente el miembro, corrió por la habitación, gritando con muchas clases de dolores.
    Para Aoz Roon, ese fuego del cuerpo era la señal evidente de la culpa. El crimen. Aquí estaba el efecto; la mente oscura saltó inmediatamente a la causa. En ningún momento llegó a recordar los incidentes de la cacería, ni el abrazo en que se había confundido con el gran phagor blanco. Y no podía entender que las garrapatas que aquejaban a la especie de los peludos hubiesen pasado a su propio cuerpo. No tenía bastantes conocimientos para establecer esas conexiones.

    La Estación Observadora Terrestre miraba desde lo alto.
    Llevaba a bordo instrumentos que permitían a los observadores saber, acerca del planeta, cosas que los nativos ignoraban. Esos observadores conocían el ciclo vital de la garrapata, parásita tanto del phagor como del hombre. Habían analizado la composición de la corteza andesítica de Heliconia. Desde el menor al mayor, todos los hechos tenían que ser reunidos, analizados y comunicados luego a la Tierra. Era como si Heliconia pudiera ser desmantelada átomo por átomo y despachada a un destino extraño en el otro extremo de la galaxia. Y por cierto, en un determinado sentido Heliconia era recreada en la Tierra, en las enciclopedias y en los planes de educación.
    Se vio desde el Avernus cómo los dos soles se elevaban en el este sobre las cumbres de la Cordillera de Nktryhk, algunos de cuyos picos tocaban la estratosfera, y cómo de ellos brotaban la gloria y la oscuridad, colmando de misterio las profundidades de la atmósfera. Y había en la estación románticos que olvidaban los hechos, y deseaban participar en aquellas rudas actividades que se sucedían en el lecho del océano de aire.

    Refunfuñando, maldiciendo, las figuras encapuchadas se abrían paso en la oscuridad hacia la gran torre. Un viento glacial soplaba furiosamente desde el este, silbando entre las torres viejas, abofeteándoles las caras y cubriéndoles de escarcha los labios. Eran las siete de una tarde de primavera, y ya noche cerrada.
    Una vez adentro de la torre, atrancaron detrás de ellos, entre exclamaciones, la desvencijada puerta de madera. Luego subieron los escalones de piedra que llevaban a la habitación de Aoz Roon. Esa habitación estaba calentada por las aguas termales que fluían en los conductos de piedra del suelo. Las habitaciones superiores, donde dormían los esclavos y algunos de los cazadores de Aoz Roon, estaban más lejos de la fuente de calor, y en consecuencia eran más frías. Pero esa noche el viento que penetraba por mil rendijas lo congelaba todo.
    Aoz Roon presidía su primer consejo como Señor de Oldorando. El último en llegar fue el anciano maestro Datnil Skar, cabeza de la corporación de curtidores. Era también el consejero de mayor edad. Subió lentamente hacia la luz, temiendo a medias alguna emboscada. Los viejos miran siempre con suspicacia los cambios de gobierno. Dos velas ardían en unos tiestos en el centro del suelo lujosamente cubierto de pieles. El fuego llameante se inclinaba hacia el oeste, hacia donde se elevaban dos gallardetes de humo.
    A la luz indecisa, el maestro Datnil vio a Aoz Roon, sentado en una silla de madera, y a otras nueve personas en cuclillas sobre las pieles. Seis eran los maestros de las otras seis corporaciones; se inclinó ante cada uno después de saludar a Aoz Roon. Los otros eran los cazadores Dathka y Laintal Ay, sentados juntos, bastante a la defensiva. A Datnil Skar no le agradaba Dathka por la sencilla razón de que el joven había abandonado su corporación para adoptar la estéril vida de los cazadores; ésta era la opinión de Datnil Skar a quien tampoco le gustaba el carácter silencioso de Dathka.
    La única hembra presente era Oyre, que mantenía la mirada incómodamente fija en el suelo. Estaba oculta en parte por la silla del padre y por las sombras que bailaban sobre la pared.
    Todos estos rostros eran familiares para el viejo maestro, así como los más espectrales alineados en los muros debajo de las vigas: los cráneos de los phagors y otros enemigos de la aldea.
    El maestro Datnil se sentó en una alfombra, sobre el suelo, al lado de los demás hombres de las corporaciones. Aoz Roon dio una palmada y desde el piso superior descendió una esclava trayendo una bandeja con una jarra y once tazones de madera; el maestro Datnil advirtió, cuando le sirvieron el rathel, que los tazones habían pertenecido antes a Wall Ein.
    —Bienvenidos —saludó Aoz Roon, alzando el tazón.
    Todos bebieron el líquido dulce y turbio.
    Aoz Roon habló. Dijo que se proponía gobernar con más firmeza que sus predecesores. No toleraría los desmanes. Consultaría como antes al consejo; el consejo reuniría como antes a los maestros de las siete corporaciones. Defendería a Oldorando contra todos los enemigos. No permitiría que las mujeres ni los esclavos perturbaran la decencia pública. Aseguraría que nadie muriera de hambre. Permitiría que la gente consultara a los coruscos cuantas veces quisiera. Pensaba que la academia era una pérdida de tiempo, puesto que las mujeres tenían trabajo que hacer.
    La mayor parte de lo que dijo no tenía sentido, o sólo significaba que se proponía gobernar. Hablaba, era imposible no advertirlo, de un modo peculiar, como sí luchara con demonios. Con frecuencia clavaba los ojos en algún sitio, aferrado a los brazos del sillón como si combatiera contra un tormento interior. De este modo, aunque las observaciones eran en sí triviales, la forma de pronunciarlas era horrorosamente original. El viento silbaba y la voz subía y caía.
    —Laintal Ay y Dathka serán mis principales funcionarios, y se ocuparán de que mis órdenes se cumplan. Son jóvenes y sensatos. Muy bien, maldito sea, ya hemos hablado bastante.
    Pero el maestro de la corporación encargada de las bebidas interrumpió con voz firme: —Te mueves, señor, con demasiada rapidez para nuestras lentas entendederas. Algunos querríamos, quizás, ponderar por qué nombras como asistentes a dos jóvenes, cuando tenemos hombres maduros que podrían servir mejor.
    —He hecho mi elección —respondió Aoz Roon, frotándose contra el respaldo del sillón.
    —Pero quizás la has hecho apresuradamente, señor. No has tenido en cuenta a otros hombres quizás más adecuados... ¿Qué piensas de los hombres de tu propia generación, como Eline Tal y Tanth Ein?
    Aoz Roon dejó caer el puño sobre el brazo del sillón.
    —Necesitamos juventud, entusiasmo. Ésa es mi decisión. Ahora podéis marcharos. Datnil Skar se puso de pie lentamente y dijo: —Perdón, señor, pero una despedida tan apresurada daña tu mérito, no el nuestro. ¿Estás enfermo? ¿Sufres de algún dolor?
    —Eddre, hombre, vete cuando te lo piden, ¿o no puedes? Oyre.
    —La costumbre es que el consejo de maestros beba a tu salud, brindando por tu reino, señor...
    La mirada del señor de Embruddock subió a las vigas y volvió a descender.
    —Sé, maestro Datnil, que vosotros los ancianos tenéis el aliento corto y las palabras largas. Ahorrádmelas. Marchaos, ¿queréis?, antes de que os reemplace. Gracias, pero ahora fuera todos, a respirar ese aire maldito.
    —Pero...
    —¡Fuera! —gimió Aoz Roon y apretó los brazos contra el cuerpo.
    Un grosero adiós. Los ancianos del consejo partieron murmurando, hinchando con indignación los carrillos desdentados. No era un buen presagio. Laintal Ay y Dathka se fueron, moviendo la cabeza.
    Apenas estuvo a solas con su hija, Aoz Roon se arrojó al suelo, rodó, gimió, pataleó y se rascó.
    —¿Has traído esa grasa de ganso con medicamentos de la señora Datnil, muchacha?
    —Sí, padre. —Oyre sacó una caja de cuero que contenía una sustancia grasa.
    —Tendrás que frotarme.
    —No puedo hacer eso, padre.
    —Por supuesto que puedes, y lo harás.
    Los ojos de ella relampaguearon.
    —No lo haré. Ya has oído. Llama a tu esclava. Para eso está, ¿no es cierto? O buscaré a Rol Sakil.
    Él se puso en pie de un salto y la agarró.
    —Lo harás tú. No puedo permitir que nadie vea cómo estoy, o correrá el rumor. Lo sabrán todo, ¿comprendes? Lo harás tú, maldición, o te romperé el cuello. Eres tan intratable como Shay Tal.
    Ella lloriqueó y él agregó, con renovada furia: —Cierra los ojos, si eres tan remilgada. Hazlo con los ojos cerrados. No tienes por qué mirar. Pero hazlo pronto, antes de que me salga de mis casillas.
    Mientras empezaba a arrancarse las pieles, con los ojos todavía llenos de locura, él dijo: —Y te unirás con Laintal Ay, para que estéis tranquilos. No quiero discusiones. Ya he visto cómo te mira. Un día, os tocará a ambos el turno de gobernar Oldorando.
    Dejó caer los pantalones, y quedó desnudo ante la muchacha. Ella cerró con fuerza los ojos, apartando el rostro, disgustada por esa humillación. Pero no pudo dejar de ver el cuerpo firme, delgado, sin pelo, que parecía retorcerse debajo de la piel; estaba cubierto hasta el cuello de llamas rojas.
    —¡Vamos, fillockas, idiota! ¡Duele horriblemente, maldita seas, me muero!
    Ella extendió la mano y empezó a untar con la grasa viscosa el pecho y el estómago del hombre.
    Más tarde, Oyre se alejó escupiendo maldiciones, salió corriendo del edificio y se detuvo con el rostro alzado contra el viento glacial, con náuseas de disgusto.
    Así fue el comienzo del reinado del padre de Oyre.
    Un grupo de madis yacía en sus informes vestiduras, durmiendo incómodamente. Se encontraban en un quebrantado valle a incontables kilómetros de Oldorando. El centinela dormitaba.
    Estaban rodeados por muros de esquistos. Atacada por la escarcha, la roca se quebraba en finas lascas que crujían bajo los pies. No había vegetación, si se exceptuaba alguna desmedrada zarza ocasional, cuyas hojas eran demasiado amargas aun para el omnívoro arango.
    Los madis habían sido sorprendidos por la densa niebla que invadía con frecuencia las tierras altas. Al caer la noche, permanecieron donde estaban, desganados. En ese momento, Batalix ya había amanecido sobre el mundo;

    pero la oscuridad y la tiniebla reinaban aún en ese frío valle, y los protognósticos dormían un sueño inquieto.
    Era un grupo de diez madis adultos, amontonados en la oscuridad. Tenían con ellos un bebé y tres niños. Había además diecisiete arangos, robustos animales parecidos a cabras, de pelaje grueso, que satisfacían la mayor parte de las humildes necesidades de los nómadas.
    La familia madi era institucionalmente promiscua. Las exigencias de la vida eran tales que el acoplamiento se cumplía sin discriminaciones y no se conocía el tabú del incesto. Los cuerpos se apretujaban para conservar el calor, con los animales en torno, en una especie de anillo de defensa contra el frío que calaba hasta los huesos. Sólo el centinela estaba fuera de este círculo, con la cabeza inocentemente hundida en el pelaje de un arango. Los protognósticos no tenían armas. No conocían otra defensa que la fuga.
    Habían confiado en la protección de la niebla. Pero la vista penetrante de los phagors los había descubierto. La extremada dificultad del terreno había separado un momento a Yohl-Gharr Wyrrijk del cuerpo principal, al mando de Hrr-Brahl Yprt. Los guerreros estaban casi tan famélicos como los prehumanos a quienes iban a atacar.
    Traían palos y lanzas. Los ronquidos y resoplidos de los madis apagaban el ruido de los pasos sobre el lecho de láminas de esquisto. Unos pasos más. El centinela despertó y se incorporó aterrorizado. Lanzó un grito. Los otros compañeros se movieron. Demasiado tarde. Con salvajes alaridos, los phagors atacaron, golpeando sin piedad.
    En un instante, todos los protognósticos y el pequeño rebaño murieron. Se convirtieron en proteínas para la cruzada del joven kzahhn. Yohl-Gharr Wyrrijk descendió de la elevación para organizar el reparto.
    A través de la niebla, Batalix, como una bola de color rojo oscuro, asomó al desolado valle.
    Era el año 362 después de la Pequeña Apoteosis, o el Gran Año 5.634.000 desde la Catástrofe. La cruzada llevaba entonces ocho años de marcha. En cinco años más llegaría a su destino, la ciudad de los Hijos de Freyr. Pero en ese momento, ningún ojo humano alcanzaba a ver algún vínculo entre el destino de Oldorando y lo que ocurría en un valle remoto y estéril.


    VII

    UNA FRÍA RECEPCIÓN PARA LOS PHAGORS




    —Señor o no, tendrá que venir a verme —dijo Shay Tal a Vry, orgullosamente, en la serena media luz. Ninguna de las dos podía dormir.
    Pero también el nuevo señor de Embruddock era hombre orgulloso, y no fue.
    Su gobierno, como se comprobó, no mejoraba ni empeoraba el anterior. Disputaba con el consejo por una razón y con sus jóvenes tenientes por otra.
    El consejo y el señor alcanzaban, a veces, una convivencia pacífica: un asunto en que se entendían sin inconvenientes era el de la molesta academia. No había que permitir que cundiera el descontento. Como ambos poderes necesitaban que las mujeres trabajaran comunalmente, no podían prohibir que se reunieran, y por eso la prohibición resultaba inútil. Pero no la revocaron, y eso ofendió a las mujeres.
    Shay Tal y Vry se encontraron en privado con Laintal Ay y con Dathka.
    —Vosotros comprendéis lo que estamos tratando de hacer —dijo Shay Tal—. Hay que persuadir a ese hombre obstinado a que cambie de idea. Tenéis con él una intimidad que yo no puedo pretender.
    El único resultado de ese encuentro fue que Dathka empezó a mirar amorosamente a la reticente Vry. Y Shay Tal se volvió algo menos altanera.
    Laintal Ay regresó tarde de una de sus expediciones solitarias y buscó a Shay Tal. Cubierto de barro, aguardó en cuclillas en el exterior de la casa de las mujeres, hasta que ella salió de la panadería.
    Cuando apareció, la seguían sus dos esclavas con bandejas de panes frescos. Vry caminaba dócilmente detrás de las esclavas. Una vez más, el pan de Oldorando estaba recién hecho, y Vry lista para supervisar su distribución; aunque no antes de que Shay Tal tomara uno para Laintal Ay. Se lo dio, sonriendo, al tiempo que se echaba atrás los cabellos rebeldes.
    El comió, agradecido, mientras pisaba con fuerza para calentarse los pies.
    La temperatura más clemente —como el nuevo señor— parecía una eventual convulsión antes que un firme progreso. Hacía frío de nuevo, y la humedad que perlaba las oscuras pestañas de Shay Tal se convirtió en escarcha. Alrededor se extendía una blanca quietud. El río fluía aún, ancho y oscuro, pero los carámbanos dentaban las costas.
    —¿Cómo está mi joven teniente? Ahora te veo poco, Laintal Ay.
    Él tragó el último bocado de pan, el primer alimento que probaba en tres días.
    —La cacería ha sido difícil. Tuvimos que ir hasta muy lejos. Ahora que ha vuelto el frío, tal vez los ciervos se acerquen más.
    Laintal Ay la observaba con atención mientras ella permanecía ante él, ajustándose las pieles. Ese sereno recogimiento tenía una cualidad que llevaba a la gente a admirarla y a la vez a mantenerse lejos de ella. Antes de que Shay Tal hablara, él advirtió que no había aceptado la excusa.
    —Pienso mucho en ti, Laintal Ay, así como pensaba en tu madre. Recuerda la sabiduría de tu madre. Recuerda su ejemplo, y no te volverás contra la academia, como algunos de tus amigos.
    —Sabes que Aoz Roon te admira —dijo él precipitadamente.
    —Sé de qué manera lo demuestra.
    Al verlo desconcertado, ella se mostró más amable: lo tomó del brazo, caminó con él y le preguntó dónde había estado. Él le miraba una y otra vez el perfil afilado mientras hablaba de un pueblo en ruinas que había visitado en el desierto. Estaba medio oculto entre las rocas, y las calles abandonadas parecían lechos de torrentes secos, bordeados por casas sin tejados. Todas las partes de madera habían sido arrancadas o se habían podrido. Las escaleras de piedra ascendían hacia pisos desaparecidos hacía mucho, las ventanas se abrían sobre las rocas amontonadas. En los escalones crecían hongos venenosos, la nieve se acumulaba en los hogares, los pájaros anidaban en las alcobas cubiertas de escombros.
    —Es parte del desastre —dijo Shay Tal.
    —Es lo que hay —respondió él, con inocencia, y habló luego de la pequeña partida de phagors que había encontrado de repente; no militares sino humildes recolectores de hongos, que se habían asustado tanto de él como él de ellos.
    —Arriesgas tu vida tan sin motivo...
    —Tengo necesidad de... de alejarme.
    —Jamás me he alejado de Oldorando. Tengo que hacerlo. Quiero ir lejos, como tú. Estoy prisionera. Pero me digo que todos somos prisioneros.
    —No lo veo así, Shay Tal.
    —Lo verás. Primero, el destino modela nuestro carácter; después, el carácter modela nuestro destino. Pero basta de esto; eres demasiado joven.
    —No soy demasiado joven para ayudarte. Tú sabes por qué tienen miedo de la academia. Puede trastornar la tranquila marcha de la vida. Pero tú dices que el conocimiento ayudará al bienestar general, ¿verdad?
    Laintal Ay la miraba entre sonriente y burlón, y ella pensó, mientras le devolvía la mirada: «Sí, comprendo qué siente Oyre por ti». Asintió con una inclinación de cabeza, también sonriendo.
    —Entonces has de probar lo que dices. Ella alzó una fina ceja y esperó. Él levantó la mano y abrió los dedos sucios. En la palma había varias espigas de dos clases: en una las semillas parecían ordenarse en delicadas campanillas; la otra tenía la forma de un huso minúsculo.
    —Y bien, señora, ¿puede la academia pronunciarse sobre estas espigas, y decir cómo se llaman?
    Después de un momento de vacilación, ella respondió:
    —Trigo y centeno, ¿no es verdad? —Buscó en su depósito mental de conocimientos populares.— Antes eran cultivadas por los... agricultores.
    —Las recogí junto al pueblo en ruinas. Allí crecen, silvestres. Tiene que haber habido campos sembrados antes... Antes de tu catástrofe... Y hay otras plantas raras que trepan entre las ruinas en los lugares protegidos. Se puede hacer buen pan con estos granos. A los ciervos les gustan. Cuando abundan, las hembras comen el trigo y dejan el centeno.
    Laintal Ay puso en las manos de Shay Tal las verdes espigas, y ella sintió el roce de las barbas del centeno contra la piel.
    —¿Y por qué me las traes?
    —Haz mejor pan. Ya lo haces bien. Pues entonces mejóralo. Demuestra a todos que el conocimiento contribuye al bien general. Así se levantará la prohibición de la academia.
    —Eres una persona reflexiva —dijo ella—, distinta.
    El elogio lo confundió.
    —Sí, en el desierto crecen muchas plantas que podrían ser útiles.
    Mientras él se disponía a alejarse, ella le dijo: —Oyre está rara estos días. ¿Qué le ocurre?
    —Eres inteligente. Pensé que lo sabrías.
    Apretando las verdes espigas, ella ajustó las pieles que vestía y dijo cálidamente: —Ven a hablar conmigo con más frecuencia. No olvides mi cariño por ti.
    Sonriendo, embarazado, él se alejó. Era incapaz de decirle a Shay Tal o a nadie hasta qué punto el asesinato de Nahkri le había oscurecido la existencia. Aunque necios, Nahkri y Klils eran tíos de él y gozaban de la vida. El horror no se disipaba, aunque habían pasado dos años. Y suponía también que las dificultades que tenía con Oyre eran parte del mismo asunto. En verdad, los sentimientos de Oyre hacia Aoz Roon eran por completo ambivalentes. El crimen había alejado al poderoso Aoz Roon aun de su propia hija.
    El silencio de Oyre lo hacía cómplice de Aoz Roon. Se había vuelto casi tan silencioso como Dathka. Antes se lanzaba a aquellas solitarias expediciones por vivacidad y deseo de aventura; ahora lo impulsaban la pena y el desasosiego.
    —¡Laintal Ay! —llamó Shay Tal. Laintal Ay se volvió y la miró—. Ven y quédate conmigo un momento hasta que Vry regrese.
    La petición lo alegró y lo avergonzó. Fue rápidamente con ella hasta la vieja vivienda, encima de los cerdos, esperando que ninguno de los demás cazadores lo viera. Después del frío exterior, el calor le daba sueño. La anciana madre de Shay Tal estaba sentada en un rincón junto a la alacena; desde allí se arrojaban directamente los desperdicios a los animales. El Silbador de Horas dio la hora; la oscuridad ya empezaba a condensarse en la habitación.
    Laintal Ay saludó a la anciana y se sentó sobre las pieles al lado de Shay Tal.
    —Recogeremos más semillas y plantaremos trigo y centeno —dijo ella. Laintal Ay supo, por el tono de la voz, que ella estaba contenta.
    Un rato más tarde regresó Vry con otra mujer, Amin Lim, una joven gordezuela y maternal que se había designado a sí misma primera seguidora de Shay Tal. Amin Lim fue directamente a la pared del fondo de la habitación, y se instaló con las piernas cruzadas y la espalda apoyada contra las piedras. No deseaba otra cosa que escuchar y ver a Shay Tal.
    También Vry parecía reservada. Tenía el cuerpo relativamente más delgado. Debajo de las pieles grises, los pechos apenas le abultaban más que un par de cebollas. La cara era estrecha, aunque tenía los ojos profundamente enclavados en la piel blanca, y muy brillantes. Laintal Ay pensó —no era la primera vez— que Vry se parecía un poco a Dathka; quizás esto explicaba la atracción del joven.
    El rasgo verdaderamente distintivo de Vry era el pelo, abundante y oscuro. Visto a la luz del sol, parecía castaño, y no negro azulado como era común entre los oldorandinos. Sólo el pelo revelaba el origen mixto de Vry; la madre, del sur de Borlien, de pelo y tez claros, había muerto al caer en cautividad.
    Demasiado niña para tener algún resentimiento contra sus captores, a Vry todo le había fascinado en Oldorando. Las torres de piedra y los conductos de agua caliente habían excitado en particular su admiración infantil. Había hecho muchísimas preguntas y se había entregado de todo corazón a Shay Tal, que había respondido a ambas cosas. Shay Tal apreciaba la mente vivaz de Vry, y se ocupó de ella mientras crecía.
    Bajo el tutorazgo de Shay Tal, Vry aprendió a leer y a escribir. Era una de las más ardientes defensoras de la academia. En los últimos años habían nacido más niños, y Vry enseñaba ahora a varios de ellos las letras del alfabeto olonets.
    Vry y Shay Tal relataron a Laintal Ay cómo habían descubierto un sistema de pasajes subterráneos debajo de la aldea. Era una red que corría de norte a sur y de este a oeste y conectaba las torres, o lo había hecho antes; algunos pasajes habían sido bloqueados por las inundaciones, los derrumbamientos y otros desastres naturales. Shay Tal esperaba llegar a la pirámide junto al terreno de los sacrificios, porque creía que esa construcción albergaba variados tesoros, pero el barro había invadido los pasajes que ascendían a la parte superior.
    —Hay, entre las cosas, muchas relaciones que no comprendemos, Laintal Ay—dijo—. Vivimos en la superficie de la tierra; pero he oído decir que los habitantes de Pannoval viven cómodamente debajo, y también los de Ottassol, en el sur, según los mercaderes. Tal vez los pasajes lleguen hasta el mundo inferior, donde viven los coruscos y los fessupos. Si encontráramos un camino que lleve hasta ellos, en la carne y no sólo en espíritu, poseeríamos muchos conocimientos enterrados. Eso agradaría a Aoz Roon.
    Dominado por el calor, Laintal Ay se limitó a asentir perezosamente.
    —El conocimiento no sólo es una cosa enterrada como un brassimipo —dijo Vry—. Se puede obtener mediante la observación. Yo creo que en el aire hay también caminos semejantes a los subterráneos. Miro las estrellas por la noche cuando aparecen y atraviesan el cielo. Algunas siguen caminos diferentes...
    —Están demasiado alejadas para influir sobre nosotros —dijo Shay Tal.
    —No. Todas son de Wutra. Lo que él hace nos afecta.
    —En los pasajes subterráneos estabas asustada —dijo Shay Tal.
    —Y creo que a ti te asustan las estrellas, señora —replicó rápidamente Vry.
    Laintal Ay se sorprendió al oír que la tímida muchacha abandonaba el tono habitualmente deferente y hablaba de ese modo a Shay Tal; había cambiado tanto como el clima. A Shay Tal no parecía molestarle.
    —¿Para qué sirven los pasajes subterráneos? —preguntó él—. ¿Qué significan?
    —Son sólo reliquias de un pasado olvidado —respondió Vry—. El futuro está en el aire.
    Pero Shay Tal dijo con firmeza: —Demuestran lo que niega Aoz Roon; que esta granja donde vivimos fue en un tiempo una gran ciudad, con artes y ciencias, y numerosos habitantes mejores que nosotros. Había más gente, mucha más, ahora toda convertida en fessupos, hermosamente vestida, como solía vestirse Loil Bry. Y tenían muchos pensamientos como aves resplandecientes en sus cabezas. Y de todo eso lo único que queda somos nosotros, con barro en las cabezas.
    Durante la conversación, Shay Tal se refirió una y otra vez a Aoz Roon, mirando el rincón oscuro del cuarto.
    El frío desapareció, y llegaron las lluvias, y luego hubo nuevamente frío, como si el clima de esa época hubiese sido preparado para castigar a la gente de Embruddock. Las mujeres trabajaban y soñaban con otros lugares.
    La llanura estaba atravesada por pliegues que corrían aproximadamente en dirección este-oeste. Había aún nieve atrapada en los sinclinales del lado norte de las crestas; dispersos remanentes del desierto de nieve que había cubierto todo el territorio. Ahora unos tallos verdes brotaban de la nieve, y cada uno creaba a su alrededor un valle propio, redondo y en miniatura.
    Sobre la nieve había charcas gigantescas; eran la característica más notable del nuevo paisaje: lagunas alargadas, paralelas, de forma de pez, que reflejaban cada una un fragmento del cielo nublado.
    Esta zona había tenido en otros tiempos caza abundante. Los animales se habían ido con la nieve, buscando zonas más secas en la montaña. En vez de ellos había bandadas de aves negras, que recorrían flemáticamente las márgenes de aquellas lagunas transitorias.
    Dathka y Laintal Ay estaban echados sobre un risco, mirando unas figuras que se movían. Los dos jóvenes cazadores estaban empapados y de mal humor. La larga cara de Dathka tenía el ceño fruncido y no se le veían los ojos. Cuando apretaban el suelo con los dedos, aparecía una media luna de agua. Alrededor se oían los gorgoteos de la tierra hidrópica. Un poco más atrás, seis cazadores decepcionados estaban sentados en cuclillas, escondidos detrás de las piedras. Mientras aguardaban con indiferencia una orden de los jefes, seguían con la mirada a los pájaros que aleteaban en lo alto, y se soplaban lentamente los pulgares húmedos. Las figuras observadas caminaban hacia el este en una sola fila, sobre la cumbre de otra elevación, con las cabezas gachas, bajo una fina llovizna. Detrás de la fila se veía la ancha curva del Voral. Amarradas a la costa había tres barcas, que habían traído a esos cazadores que ahora invadían los terrenos de caza tradicionales de Oldorando.
    Los invasores llevaban pesadas botas de cuero y sombreros de ala ahuecada.
    —Son de Borlien —dijo Laintal Ay—. Han ahuyentado toda la caza que podía haber. Tenemos que expulsarlos.
    —¿Cómo? Son demasiados. —Dathka hablaba con la vista vuelta hacia las figuras que se movían a lo lejos.— Ésta es nuestra tierra; pero ellos son más que los dedos de cuatro manos...
    —Algo podríamos hacer: quemarles las barcas. Los necios han dejado sólo dos hombres para que las cuiden. No será difícil.
    Sin caza animal a la vista, bien podían dedicarse a cazar borlieneses.
    Por un sureño capturado hacía poco, sabían que en Borlien había gran inquietud. Allí la gente vivía en edificios de tierra, generalmente de dos plantas; los animales abajo y las personas arriba. Las lluvias sin precedentes habían destruido las casas y había mucha gente sin techo.
    Mientras la partida de Laintal Ay se encaminaba hacia el Voral ocultándose de la vista de las barcas, la lluvia se hizo más violenta. Venía del sur. Los días lluviosos recomenzaban. La lluvia caía en ráfagas caprichosas; a veces, sólo los salpicaba; otras, se precipitaba con fuerza, tamborileando sobre las espaldas de los hombres y golpeándoles las caras. Resoplaban para quitarse las gotas de las chatas narices. La lluvia era algo que ninguno de ellos había conocido hasta poco antes; todos los miembros del grupo añoraban los secos días de la infancia, la nieve bajo los pies y los ciervos en el horizonte. Ahora, el horizonte estaba escondido detrás de una sucia cortina gris, y el suelo era un lodazal. La oscuridad los favoreció cuando llegaron a la costa del río. A pesar de las heladas recientes, habían crecido allí unas hierbas verdes y altas, que se inclinaban bajo la lluvia. Mientras avanzaban con rapidez, sólo veían la hierba ondulante, las nubes sobrecargadas, el agua fangosa del color del cielo. Un pez saltó del río como si visitara una prolongación de su propio universo, y volvió a caer pesadamente en el agua.
    Los dos guardias de Borlien, acurrucados al abrigo de una barca, murieron sin lucha; quizá preferían morir y no seguir empapándose. Los cuerpos fueron arrojados al agua. Flotaban golpeando los botes, y la sangre manchaba el agua alrededor de los cadáveres, mientras un miembro de la partida intentaba en vano encender una hoguera. El agua tenía escasa profundidad en ese punto, y los cuerpos no se hundían, ni siquiera a golpes de remo. El aire aprisionado en las pieles los mantenía a la deriva bajo la superficie salpicada por la lluvia.
    —Está bien, está bien —dijo Dathka, impaciente—. No tratéis de hacer fuego. Romped las barcas, hombres.
    —Podemos usarlas —sugirió Laintal Ay—. ¿Por qué no las llevamos a remo hasta Oldorando?
    Los demás miraron impasibles mientras los dos jóvenes decidían.
    —¿Qué dirá Aoz Roon si volvemos a casa sin carne?
    —Le mostraremos las barcas.
    —Ni siquiera Aoz Roon puede comer barcas. —La observación fue recibida con risas.
    Subieron a las embarcaciones, y tomaron los remos. Los muertos quedaron atrás. Lograron remar lentamente hasta Oldorando, mientras la lluvia les azotaba las caras.
    Aoz Roon los recibió sombríamente. Miró a Laintal Ay y a los demás cazadores en un silencio que para ellos fue más duro que los reproches, puesto que no les daba la posibilidad de responder. Por fin se apartó de ellos y miró la lluvia por la ventana abierta.
    —Podemos aguantar el hambre. Ya hemos pasado hambre. Pero hay otros problemas. La partida de Faralin Ferd ha regresado del norte. Avistaron a la distancia un grupo de phagors. Montaban en kaidaws y venían en esta dirección. Dijeron que parecía una tropa de guerra.
    Los cazadores se miraron.
    —¿Cuántos peludos?
    Aoz Roon se encogió de hombros.
    —¿Venían todos desde el lago Dorzin? —le preguntó Laintal Ay.
    Aoz Roon se limitó a alzar otra vez los hombros, como si la pregunta le pareciera irrelevante.
    Dio media vuelta y enfrentó a los cazadores, clavando en ellos una mirada dura.
    —¿Cuál os parece la mejor estrategia en estas condiciones?
    Como no hubo respuesta, contestó él mismo: —No somos cobardes. Tenemos que atacar antes que lleguen e intenten quemar Oldorando o cualquier otra cosa.
    —No atacarán con este tiempo —replicó entonces un viejo cazador—. Los peludos odian el agua. Sólo una situación extrema puede llevarlos a mojarse. Les estropea la piel.
    —Vivimos una época extrema —dijo Aoz Roon, caminando sin descanso—. El mundo se ahogará con esta lluvia. ¿Cuándo volverá la nieve maldita?
    Los despidió, y chapoteó en el barro de las calles y fue a visitar a Shay Tal. Vry y otra amiga, Amin Lim, estaban con ella, copiando un dibujo. Aoz Roon las mandó a paseo.
    Él y Shay Tal se miraron cautelosamente; ella le observó el rostro mojado, el aire de querer decir más de lo que podía decir: él le miró las finas arrugas que ella tenía debajo de los ojos y las primeras canas que le brillaban en los rizos negros.
    —¿Cuándo terminará la lluvia?
    —El tiempo vuelve a empeorar. Quiero sembrar trigo y centeno,
    —Se supone que sois tan inteligentes, tú y tus mujeres... Dime qué va a ocurrir.
    —No sé. El invierno ha comenzado. Quizás haga más frío.
    —¿Y nevará? ¡Cómo querría que volviera la condenada nieve, y que acabaran las lluvias! —Alzó los puños furioso, y volvió a bajarlos.
    —Si hace más frío, el agua se hará nieve.
    —Mierda de Wutra, ¡qué respuesta de hembra! ¿No tienes ninguna certeza para mí, Shay Tal? ¿No hay ninguna certeza en este maldito mundo inseguro?
    —No más de la que tú puedes darme.
    Aoz Roon se volvió para irse y se detuvo en la puerta.
    —Si tus mujeres no trabajan, no comerán. No podemos tener gente ociosa, ¿comprendes?
    Se marchó sin decir más. Ella lo siguió hasta la puerta y permaneció allí con el ceño fruncido. Le irritaba que él no le hubiese dado la oportunidad de decirle otra vez que no; eso la habría alentado a persistir. Pero Shay Tal advertía que la mente de Aoz Roon no se había ocupado de ella, sino de asuntos más importantes.
    Se acomodó las burdas vestiduras y se sentó en la cama. Cuando Vry regresó, estaba aún en esa actitud, pero se levantó de un salto al ver entrar a su joven amiga.
    —Siempre hemos de ser positivas —explicó—. Si yo fuera una hechicera, traería de vuelta la nieve, para Aoz Roon.
    —Eres una hechicera —dijo lealmente Vry.
    La noticia de los phagors corrió con rapidez. Quienes recordaban la última incursión a la ciudad no hablaban de otra cosa. Lo contaban cuando el rathel los derrumbaba sobre los lechos; lo contaban al alba, cuando molían el grano a la luz de las velas.
    —Podemos contribuir con algo más que palabras —dijo Shay Tal a las mujeres—. Tenemos corazones valientes así como lenguas rápidas. Demostraremos a Aoz Roon de qué somos capaces. Quiero que escuchéis lo que he pensado.
    Decidieron que la academia, que siempre tenía que justificarse a sí misma a los ojos de los hombres, presentaría un plan de ataque capaz de salvar a Oldorando. Las mujeres elegirían un lugar adecuado y se mostrarían allí, seguras, para que los phagors las vieran. Cuando los phagors se acercaran, caerían en una emboscada: los cazadores estarían escondidos a los flancos para lanzarse sobre ellos. Las mujeres gritaron pidiendo sangre mientras discutían la idea.
    Una vez estudiado el plan, eligieron a una de las muchachas más bonitas de la academia como emisaria que visitaría a Aoz Roon. La elegida, casi de la misma edad de Vry, fue Dol Sakil, hija de la anciana partera Rol Sakil. Oyre escoltó a Dol hasta la torre de su padre; la muchacha tenía que saludar a Aoz Roon y pedirle que concurriera a la casa de las mujeres, donde se le presentaría la propuesta defensiva.
    —¿Crees que me escuchará? —preguntó Dol. Oyre sonrió y la empujó al interior de la torre.
    Esperó mientras caía la lluvia.
    Oyre retornó a la casa de las mujeres a media mañana. Estaba sola y parecía furiosa. Finalmente estalló y contó lo ocurrido. Aoz Roon había rechazado la invitación de las mujeres, pero se había quedado con Dol Sakil. La consideraba un presente de la academia. Viviría con ella de ahora en adelante.
    Ante la noticia, Shay Tal tuvo un ataque de cólera. Se arrojó al suelo. Gritó y se arrancó los cabellos. Bailó de indignación. Gesticuló y juró vengarse de todos los estúpidos hombres. Profetizó que serían comidos vivos por los phagors, mientras el presunto jefe yacía en cama copulando con una niña boba. Dijo muchas otras cosas terribles. Las compañeras no pudieron calmarla y Vry y Oyre se alejaron asustadas.
    —Es vergonzoso —dijo Rol Sakil—; pero será bueno para Dol.
    Shay Tal se arrebujó en sus ropas y se lanzó corno un huracán a la calle y a la gran torre donde vivía Aoz Roon.
    La lluvia le caía sobre el rostro mientras reprochaba a gritos la conducta escandalosa de Aoz Roon, desafiándolo a que saliera.
    Tal era el griterío, que los hombres de las corporaciones y algunos cazadores corrieron a ver qué ocurría. Se quedaron al amparo de los ruinosos edificios, sonriendo, de brazos cruzados, mientras la lluvia inclinaba casi hasta el suelo los penachos de vapor de los géiseres y el barro burbujeaba entre las botas de los hombres.
    Aoz Roon se asomó a la ventana de la torre. Miró hacia abajo y gritó a Shay Tal que se marchara. Ella le mostró el puño. Dijo que era un hombre abominable y que por causa de él todo Embruddock sufriría un desastre.
    En este punto, llegó Laintal Ay y tomó del brazo a Shay Tal, hablándole con dulzura. Ella dejó de gritar. Laintal Ay le dijo que no desesperase. Los cazadores sabían cómo atacar a los phagors. También Aoz Roon. Saldrían a combatir cuando mejorara la temperatura.
    —Cuando mejore. Si mejora. ¿Quién eres tú para poner esas condiciones, Laintal Ay? ¡Los hombres son tan débiles! —Alzó los puños hacia las nubes.— Seguiréis mi plan, o el desastre caerá sobre todos nosotros. Y sobre ti, Aoz Roon, ¿me oyes? Lo veo claramente con mi mirada interior.
    —Sí, sí. —Laintal Ay intentaba acallarla.
    —No me toques. ¡Limítate a seguir el plan! Y si ese necio de jefe o supuesto jefe quiere conservar su puesto, que saque de la cama a Dol Sakil. ¡El plan o la muerte! ¡Violador de niñas! ¡Condenación!
    Esas profecías fueron pronunciadas con mucha seguridad. Shay Tal continuó la arenga, maldiciendo de paso a todos los hombres ignorantes y brutales. La gente quedó impresionada. La lluvia arreció. El agua chorreaba' de las torres. Los cazadores se sonreían unos a otros sin alegría. Llegaron nuevos espectadores, ávidos de drama.
    Laintal Ay dijo a Aoz Roon que estaba convencido de la verdad de esas palabras. Aconsejó respetar las profecías. El plan de las mujeres le parecía bueno.
    Aoz Roon, asomado a la ventana, tenía el rostro tan negro como sus pieles. A pesar de la ira, parecía sereno. Estaba de acuerdo en seguir el plan de las mujeres cuando la temperatura subiera. No antes. Ciertamente, no antes. Y se quedaría con Dol Sakil. Ella estaba enamorada de él y necesitaba protección.
    —Bárbaro, bárbaro ignorante. Sois todos unos bárbaros, sólo dignos de esta maloliente granja. La perversidad y la ignorancia nos han hecho caer muy bajo.
    Shay Tal recorría de un lado a otro la calle enlodada, chillando. El principal de los bárbaros era el indigno violador cuyo nombre se negaba a pronunciar. Vivían en una granja, en una charca de lodo, y habían olvidado la antigua grandeza de Embruddock. Todas las ruinas habían sido hermosas torres revestidas de oro; lo que ahora era barro y suciedad había estado pavimentado de lujosos mármoles. La ciudad había tenido cuatro veces el tamaño actual y todo había sido hermoso, limpio y hermoso. Y entonces se respetaba la santidad de las mujeres. Shay Tal se recogía las pieles mojadas y sollozaba.
    No viviría más en ese lugar inmundo. Se marcharía lejos, más allá de las empalizadas. Si de noche llegaban los phagors, o si la capturaban los astutos habitantes de Borlien, ¿qué importaba? ¿Para qué había de vivir? Todos ellos eran hijos del desastre.
    —Calma, calma, mujer —le decía Laintal Ay, chapoteando junto a ella.
    Shay Tal lo rechazó irritada. Ella era sólo una mujer que estaba envejeciendo y a quien nadie quería. Sólo ella veía la verdad. Lo lamentarían cuando se fuera.
    Luego, Shay Tal, como había amenazado, empezó a trasladar sus escasos bienes a una de las ruinosas torres situadas entre los rajabarales, en el noreste, más allá de las empalizadas. Vry y otras la ayudaron, caminando de un lado a otro bajo la lluvia, transportando aquellas pobres posesiones.
    Al día siguiente escampó. Ocurrieron dos hechos notables. Una bandada de aves pequeñas de una especie desconocida voló sobre Oldorando, y giró por encima de las torres. El aire estaba lleno de trinos. La bandada no se posó en la aldea misma, sino en las torres más alejadas,
    y particularmente en las ruinas donde se había exiliado Shay Tal.
    Hicieron allí una gran barahúnda. Tenían picos pequeños y cabezas rojas, plumas rojas y blancas en las alas, y volaban como flechas. Algunos cazadores intentaron en vano cazarlas con redes.
    Esto fue considerado un presagio.
    El segundo hecho era aún más alarmante.
    El Voral se desbordó.
    Las lluvias habían aumentado el caudal del río. Cuando el Silbador de Horas anunció el mediodía, vino una gran riada desde el distante lago Dorzín. Una anciana, Molas Ferd, estaba en la orilla recogiendo excrementos de ganso cuando la vio. Se incorporó y contempló con asombro el muro de agua que se aproximaba. Los gansos y los patos se asustaron y volaron pesadamente hacia el poblado. Pero la vieja Molas Ferd se quedó donde estaba, con la pala en la mano y la boca abierta. La corriente la envolvió y la arrojó contra la casa de las mujeres.
    El agua cubrió la aldea e invadió las casas, dispersando el grano y ahogando a los cerdos. Molas Ferd murió a causa del golpe.
    La aldea se convirtió en una ciénaga. Sólo la. torre donde Shay Tal se había instalado se libró del asalto de las aguas fangosas.
    Esos momentos señalaron el comienzo de la reputación de hechicera de Shay Tal. Quienes la habían oído vociferar contra Aoz Roon, hablaron ahora en voz baja dentro de sus casas.
    Esa noche, cuando primero Batalix y luego Freyr se hundieron en el oeste, convirtiendo en sangre la inundación, la temperatura descendió dramáticamente. La aldea quedó cubierta por una fina y quebradiza capa de hielo.
    Freyr se alzaba en el cielo cuando la ciudad fue despertada por los inflamados gritos de Aoz Roon. Las mujeres los oyeron con angustia mientras se ponían las botas
    para ir a trabajar, y despertaron a sus hombres. Aoz Roon arrancaba una hoja del libro de Shay Tal.
    —¡Afuera todos, malditos! ¡Iréis a luchar hoy contra los phagors, todos, hasta e! último! ¡Mi resolución contra vuestra negligencia! Arriba, arriba todos, a luchar. Si hay phagors, pues lucharéis. Yo he combatido contra ellos con las manos desnudas; bien podéis combatir juntos, desechos humanos. ¡Hoy será un gran día en la historia, ¿me oís?, un gran día, aunque ni uno de vosotros quede vivo!
    Mientras las frías nubes de la madrugada se desplazaban rápidamente, en lo alto, la gran figura de Aoz Roon, envuelta en pieles negras, se erguía sobre la torre alzando el puño. Con la otra mano sostenía a Dol Sakil, que se debatía y chillaba, intentando huir del frío del terrado. Más atrás se veía a Eline Tal, sonriendo débilmente.
    —Sí, mataremos a los phagors de acuerdo con el plan de las mujeres... ¿Me escucháis, memas ociosas de la academia? Lucharemos según el plan de las mujeres, para bien o para mal, al pie de la letra. ¡Por la roca original, hoy veremos qué ocurre, veremos si Shay Tal habla con sensatez, veremos cuánto valen sus profecías!
    Unas pocas figuras aparecieron en la calle, sobre el hielo, mirando a su señor. Algunas se abrazaban, con miedo, pero la vieja Rol Sakil, madre de Dol, cloqueó y dijo: —Ha de estar bien formado, como ha dicho mi Dol, si puede gritar así. ¡Brama como un toro!
    Él se acercó al borde del parapeto y las miró, arrastrando consigo a Dol y gritando todavía.
    —Sí, ya veremos qué valen esas palabras. Probaremos a Shay Tal en la batalla, ya que todos pensáis tan bien de ella. Hoy ganaremos o perderemos, y correrá la sangre, la roja o la amarilla.
    Escupió y se retiró. La puerta trampa del terrado se cerró con violencia mientras bajaba de vuelta al interior de la torre.
    Después de comer un poco de pan moreno, todos se pusieron en marcha, apremiados por los cazadores. Estaban tranquilos, incluso Aoz Roon. La tempestad de palabras había cedido, agotada. Se encaminaron hacia el sudeste. La temperatura se mantenía bajo cero, Era un día apacible, y los soles se ocultaban entre las nubes. El suelo estaba duro y el hielo se quebraba debajo de los pies.
    Shay Tal caminaba con las mujeres; tenía la boca fruncida y el abrigo de pieles le ondulaba alrededor del cuerpo delgado.
    El avance era lento, pues las mujeres no estaban acostumbradas a recorrer distancias largas, que nada significaban para los hombres. Por fin llegaron a la quebrada llanura donde la partida de caza de Laintal Ay había sorprendido a los hombres de Borlien, tan sólo dos días antes de la inundación del Voral. Entre las elevaciones paralelas, una serie de lagunas reflejaban la luz como peces embarrancados. Allí se prepararía la emboscada. El frío atraería a los phagors, si estaban cerca. Batalix se había puesto detrás de las nubes.
    Junto a la primera charca, las mujeres se detuvieron, mirando a Shay Tal de modo no muy amistoso. Comprendían el peligro que ellas correrían si aparecían los phagors, en particular si venían montados. De nada serviría que mirasen ansiosamente alrededor, pues las elevaciones ocultaban buena parte del escenario.
    Estaban expuestas al peligro y a los elementos. La temperatura se mantenía dos o tres grados por debajo del punto de congelación. Reinaba la calma; el aire era glacial. La laguna se extendía silenciosa ante ellos: ocupaba todo el espacio entre las dos elevaciones, unos cuarenta metros, y tenía cien metros de longitud. Las aguas estaban serenas aunque todavía no heladas, y reflejaban tersamente el cielo. La hosca apariencia de estas aguas despertó un cierto temor sobrenatural en las mujeres, mientras los cazadores desaparecían detrás de una de las elevaciones. Incluso la hierba que pisaban, quebradiza por la escarcha, parecía soportar una maldición, y las aves guardaban silencio.
    A los hombres les incomodaba la presencia de las mujeres. Se situaron en la depresión vecina, junto a otra laguna, y se quejaron a Aoz Roon.—No hemos visto señales de phagors —dijo Tanth Ein, soplándose las uñas—. Regresemos. ¿Y si destruyeran Oldorando mientras estamos afuera? Sólo eso nos faltaría.
    La nube de vapor que les envolvía las cabezas los unió cuando se apoyaron en las lanzas y miraron con reprobación a Aoz Roon. Este último iba de un lado a otro, apartado de ellos, con expresión sombría.
    —¿Regresar? Habláis como mujeres. Vinimos a pelear, y pelearemos, aunque entreguemos nuestras vidas a Wutra. Si hay phagors en las inmediaciones, haré que vengan. Quedaos aquí.
    Subió corriendo a la cumbre de la elevación, hasta que vio de nuevo a las mujeres, dispuesto a gritar y a despertar todos los ecos de esas tierras desiertas.
    Pero el enemigo ya estaba a la vista. Ahora, demasiado tarde, Aoz Roon comprendía por qué no habían visto más borlieneses errantes; habían huido aterrorizados. Como la anciana Molas Ferd cuando viera la inundación, quedó paralizado contemplando al milenario enemigo de los hombres.
    Las mujeres se habían agrupado en un extremo de la laguna; las bestias de dos filos en el otro. Las mujeres hacían movimientos indecisos y asustados; las bestias esperaban inmóviles. Aun sorprendidas, las mujeres reaccionaban cada una a su modo; los phagors eran un grupo compacto.
    No se podía saber cuántos eran los enemigos. Parecían fundirse con las nieblas vespertinas, y con las cicatrices grises y celestes del paisaje. Uno de ellos soltó una tos áspera y prolongada. Aparte de esto, podrían haber estado muertos.
    Las aves blancas se posaban ahora en la elevación próxima primero con cierta vacilación, y luego a intervalos regulares, con las cabezas de costado, como las almas de los que se habían ido.
    Por el contorno se podía determinar que tres phagors —presumiblemente los jefes— montaban en kaidaws.
    Como de costumbre, estaban inclinados hacia adelante y con las cabezas muy cerca de las cabezas de los kaidaws, como si estuvieran a punto de fundirse con ellas. Los phagors de a pie se arracimaban junto a los flancos de los kaidaws, con los hombros encogidos. Las rocas vecinas no estaban más inmóviles que ellos.
    El que había tosido volvió a toser. Aoz Roon dejó de mirar y llamó a los hombres.
    Treparon a la cresta de la elevación y consternados contemplaron al enemigo.
    En respuesta, los phagors hicieron un movimiento instantáneo. Los miembros peludos, extrañamente articulados, pasaron de la inmovilidad a la acción sin pausa intermedia. La laguna los había detenido. Era bien conocido que evitaban el agua, pero los tiempos estaban cambiando. Y la vista de treinta gillotas humanas accesibles los decidió. Cargaron.
    Una de las treinta bestias montadas blandía una espada por encima de su cabeza. Con un áspero grito, espoleó al kaidaw, y jinete y cabalgadura se lanzaron adelante. Los demás siguieron como si fueran sólo uno, montados o a la carrera. Y avanzaron penetrando en las aguas de la
    laguna.
    El pánico dispersó a las mujeres. Ahora que el adversario estaba casi sobre ellas, corrían de un lado a otro entre las dos elevaciones. Algunas trepaban a la izquierda, otras a la derecha, emitiendo ahogados gritos de angustia, como aves espantadas.
    Sólo Shay Tal se mantenía inmóvil, frente a la carga de los phagors, mientras Vry y Amin Lim se apretaban contra ella, aterrorizadas, ocultando sus rostros.
    —¡Huye, necia! —rugió Aoz Roon, mientras descendía de la elevación a la carrera,
    Shay Tal no oyó la voz, que se perdía entre los chillidos y el furioso chapoteo. A pie firme, al borde de la laguna que parecía un pez, alzó los brazos como si conminara a la horda phagor a que se detuviera.
    Entonces ocurrió la transformación. Entonces llegó ese momento que pasaría a llamarse, en los anales de Oldorando, el milagro de la Laguna del Pez.
    Algunos dijeron más tarde que una nota aguda recorrió el aire glacial; otros que una voz suprema había hablado; otros juraron que Wutra había descargado el golpe.
    Todo el grupo invasor, integrado por dieciséis phagors, entró en la laguna, con los tres estalones montados al frente. La furia los lanzó al elemento ajeno, en el que se hundieron hasta las caderas, revolviendo el agua con la violencia del ataque, cuando todo el lago se congeló.
    En un momento las aguas eran un líquido absolutamente inmóvil, que por eso se mantenía sin congelarse a tres grados bajo cero. En el momento siguiente, a causa de la turbulencia, la laguna se solidificó. Los kaidaws y los phagors quedaron cercados y encerrados. Un kaidaw cayó para no volver a levantarse. Los demás se congelaron donde estaban, y los jinetes con ellos, rodeados por el hielo. Los phagors que los seguían, con las armas en lo alto, quedaron atrapados y retenidos. Ninguno logró dar ni un paso adelante. Ninguno pudo liberarse y recuperar la seguridad de la costa. Las venas se les congelaron enseguida dentro de los cuerpos, a pesar de la antigua bioquímica que les coloreaba la sangre y los protegía del frío. Las gruesas pieles blancas se les cubrieron de nueva escarcha, y los ojos brillantes de láminas de hielo.
    Lo orgánico se unió al gran mundo inorgánico predominante.
    Un cuadro perfecto de muerte furiosa, esculpido en hielo.
    En lo alto, las aves blancas giraban y descendían, gritando con los picos abiertos; al fin se lanzaron en un vuelo desolado hacia el este.
    La mañana siguiente, tres personas emergieron muy temprano de una tienda de pieles. Unos tenues copos de nieve habían caído durante la noche, blanqueando la soledad. Freyr ascendió desde el horizonte, arrojando húmedas sombras moradas. Varios minutos más tarde el segundo fiel centinela se liberó y emergió al reino de Wutra.
    En ese momento, Aoz Roon, Laintal Ay y Oyre estaban de pie, pisando con fuerza y golpeándose el cuerpo para reactivar la circulación de la sangre en brazos y piernas. Tosían, pero guardaban silencio. Después de mirarse sin hablar, echaron a andar. Aoz Roon pisó el resonante lago de hielo.
    Los tres se acercaron al cuadro congelado. Lo contemplaron con incredulidad. Tenían delante de los ojos una obra de escultura monumental, de minuciosos detalles y loca fantasía. Un kaidaw estaba casi debajo de los cascos de otros dos, la mayor parte del cuerpo sumergido bajo las olas inmóviles, con la aterrorizada cabeza echada hacia atrás y los ollares abiertos. El jinete luchaba tratando de dominarlo, caído a medias del kaidaw, tremendo en su inmovilidad.
    Todas las figuras habían sido sorprendidas en plena acción, con las armas en alto y los ojos vueltos a la costa que jamás alcanzarían. Todas estaban cubiertas de escarcha. Eran un monumento a la animalidad.
    Por fin Aoz Roon hizo un gesto de asentimiento y habló; su voz era sosegada. —Ha ocurrido. Ahora lo creo. Regresemos. El milagro del año 24 quedó confirmado. Había enviado el resto de la partida de regreso a Oldorando la noche anterior, al mando de Dathka. Sólo después de dormir pudo creer que no había soñado.
    Nadie más dijo nada. Habían sido salvados por un milagro. Ese pensamiento les deslumbraba la mente y les paralizaba la lengua. Sin otra palabra, se alejaron de la alarmante escultura.
    Una vez en Oldorando, Aoz Roon ordenó que dos cazadores llevaran a uno de los esclavos a la Laguna del Pez, al lugar del milagro. Cuando hubo visto el espectáculo, le ataron las manos a la espalda, lo pusieron cara al sur, y lo alejaron a puntapiés. Cuando estuviera en Borlien, diría a la tribu que una poderosa hechicera velaba sobre Oldorando.

    Parte 2

    No grabar los cambios  
           Guardar 1 Guardar 2 Guardar 3
           Guardar 4 Guardar 5 Guardar 6
           Guardar 7 Guardar 8 Guardar 9
           Guardar en Básico
           --------------------------------------------
           Guardar por Categoría 1
           Guardar por Categoría 2
           Guardar por Categoría 3
           Guardar por Post
           --------------------------------------------
    Guardar en Lecturas, Leído y Personal 1 a 16
           LY LL P1 P2 P3 P4 P5
           P6 P7 P8 P9 P10 P11 P12
           P13 P14 P15 P16
           --------------------------------------------
           
     √

           
     √

           
     √

           
     √


            
     √

            
     √

            
     √

            
     √

            
     √

            
     √
         
  •          ---------------------------------------------
  •         
            
            
                    
  •          ---------------------------------------------
  •         

            

            

            
         
  •          ---------------------------------------------
  •         

            
         
  •          ---------------------------------------------
  •         

            
         
  •          ---------------------------------------------
  •         

            

            

            
         
  •          ---------------------------------------------
  •         

            
         
  •          ---------------------------------------------
  • Para cargar por Sub-Categoría, presiona
    "Guardar los Cambios" y luego en
    "Guardar y cargar x Sub-Categoría 1, 2 ó 3"
         
  •          ---------------------------------------------
  • ■ Marca Estilos para Carga Aleatoria-Ordenada

                     1 2 3 4 5 6 7
                     8 9 B O C1 C2 C3
    ■ Marca Estilos a Suprimir-Aleatoria-Ordenada

                     1 2 3 4 5 6 7
                     8 9 B O C1 C2 C3



                   
    Si deseas identificar el ESTILO a copiar y
    has seleccionado GUARDAR POR POST
    tipea un tema en el recuadro blanco; si no,
    selecciona a qué estilo quieres copiarlo
    (las opciones que se encuentran en GUARDAR
    LOS CAMBIOS) y presiona COPIAR.


                   
    El estilo se copiará al estilo 9
    del usuario ingresado.

         
  •          ---------------------------------------------
  •      
  •          ---------------------------------------------















  •          ● Aplicados:
    1 -
    2 -
    3 -
    4 -
    5 -
    6 -
    7 -
    8 -
    9 -
    Bás -

             ● Aplicados:

             ● Aplicados:

             ● Aplicados:
    LY -
    LL -
    P1 -
    P2 -
    P3 -
    P4 -
    P5 -
    P6

             ● Aplicados:
    P7 -
    P8 -
    P9 -
    P10 -
    P11 -
    P12 -
    P13

             ● Aplicados:
    P14 -
    P15 -
    P16






























              --ESTILOS A PROTEGER o DESPROTEGER--
           1 2 3 4 5 6 7 8 9
           Básico Categ 1 Categ 2 Categ 3
           Posts LY LL P1 P2
           P3 P4 P5 P6 P7
           P8 P9 P10 P11 P12
           P13 P14 P15 P16
           Proteger Todos        Desproteger Todos
           Proteger Notas



                           ---CAMBIO DE CLAVE---



                   
          Ingresa nombre del usuario a pasar
          los puntos, luego presiona COPIAR.

            
           ———

           ———
           ———
            - ESTILO 1
            - ESTILO 2
            - ESTILO 3
            - ESTILO 4
            - ESTILO 5
            - ESTILO 6
            - ESTILO 7
            - ESTILO 8
            - ESTILO 9
            - ESTILO BASICO
            - CATEGORIA 1
            - CATEGORIA 2
            - CATEGORIA 3
            - POR PUBLICACION

           ———



           ———



    --------------------MANUAL-------------------
    + -

    ----------------------------------------------------



  • PUNTO A GUARDAR




  • Tipea en el recuadro blanco alguna referencia, o, déjalo en blanco y da click en "Referencia"

      - ENTRE LINEAS - TODO EL TEXTO -
      1 - 2 - 3 - 4 - 5 - 6 - Normal
      - ENTRE ITEMS - ESTILO LISTA -
      1 - 2 - Normal
      - ENTRE CONVERSACIONES - CONVS.1 Y 2 -
      1 - 2 - Normal
      - ENTRE LINEAS - BLOCKQUOTE -
      1 - 2 - Normal


      - DERECHA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - BLUR INTERNO NEGRO - 1 - 2
      - BLUR INTERNO BLANCO - 1 - 2

      - Original - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar



              TEXTO DEL BLOCKQUOTE
      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

              FORMA DEL BLOCKQUOTE

      Primero debes darle color al fondo
      1 - 2 - 3 - 4 - 5 - Normal
      - DERECHA NEGRA - 1 - 2
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2
      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar -

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar -



      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA NEGRA - 1 - 2
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 -
      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - TITULO
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3
      - Quitar

      - TODO EL SIDEBAR
      - DERECHA - 1 - 2
      - IZQUIERDA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - BLUR INTERNO - NEGRO - 1 - 2
      - BLUR INTERNO - BLANCO - 1 - 2
      - Quitar

                 ● Cambiar en forma ordenada
     √

                 ● Cambiar en forma aleatoria
     √

     √

                 ● Eliminar Selección de imágenes

                 ● Desactivar Cambio automático
     √

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2

      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar

      - DERECHA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - DERECHA BLANCA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA NEGRA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA BLANCA - 1 - 2 - 3

      BLUR NEGRO - 1 - 2
      BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar




      - DERECHA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - Quitar -





      - DERECHA - 1 - 2 - 3
      - IZQUIERDA - 1 - 2 - 3

      - BLUR NEGRO - 1 - 2 - 3
      - BLUR BLANCO - 1 - 2 - 3

      - BLUR INTERNO NEGRO - 1 - 2
      - BLUR INTERNO BLANCO - 1 - 2

      - Quitar - Original



                 - IMAGEN DEL POST


    Bloques a cambiar color
    Código Hex
    No copiar
    BODY MAIN MENU HEADER
    INFO
    PANEL y OTROS
    MINIATURAS
    SIDEBAR DOWNBAR SLIDE
    POST
    SIDEBAR
    POST
    BLOQUES
    X
    BODY
    Fondo
    MAIN
    Fondo
    HEADER
    Color con transparencia sobre el header
    MENU
    Fondo

    Texto indicador Sección

    Fondo indicador Sección
    INFO
    Fondo del texto

    Fondo del tema

    Texto

    Borde
    PANEL Y OTROS
    Fondo
    MINIATURAS
    Fondo general
    SIDEBAR
    Fondo Widget 1

    Fondo Widget 2

    Fondo Widget 3

    Fondo Widget 4

    Fondo Widget 5

    Fondo Widget 6

    Fondo Widget 7

    Fondo Widget 8

    Fondo Widget 9

    Fondo Widget 10

    Fondo los 10 Widgets
    DOWNBAR
    Fondo Widget 1

    Fondo Widget 2

    Fondo Widget 3

    Fondo los 3 Widgets
    SLIDE
    Fondo imagen 1

    Fondo imagen 2

    Fondo imagen 3

    Fondo imagen 4

    Fondo de las 4 imágenes
    POST
    Texto General

    Texto General Fondo

    Tema del post

    Tema del post fondo

    Tema del post Línea inferior

    Texto Categoría

    Texto Categoría Fondo

    Fecha de publicación

    Borde del post

    Punto Guardado
    SIDEBAR
    Fondo Widget 1

    Fondo Widget 2

    Fondo Widget 3

    Fondo Widget 4

    Fondo Widget 5

    Fondo Widget 6

    Fondo Widget 7

    Fondo los 7 Widgets
    POST
    Fondo

    Texto
    BLOQUES
    Libros

    Notas

    Imágenes

    Registro

    Los 4 Bloques
    BORRAR COLOR
    Restablecer o Borrar Color
    Dar color

    Banco de Colores
    Colores Guardados


    Opciones

    Carga Ordenada

    Carga Aleatoria

    Carga Ordenada Incluido Cabecera

    Carga Aleatoria Incluido Cabecera

    Cargar Estilo Slide

    No Cargar Estilo Slide

    Aplicar a todo el Blog
     √

    No Aplicar a todo el Blog
     √

    Tiempo a cambiar el color

    Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria
    Eliminar Colores Guardados

    Sets predefinidos de Colores

    Set 1 - Tonos Grises, Oscuro
    Set 2 - Tonos Grises, Claro
    Set 3 - Colores Varios, Pasteles
    Set 4 - Colores Varios

    Sets personal de Colores

    Set personal 1:
    Guardar
    Usar
    Borrar

    Set personal 2:
    Guardar
    Usar
    Borrar

    Set personal 3:
    Guardar
    Usar
    Borrar

    Set personal 4:
    Guardar
    Usar
    Borrar
  • Tiempo (aprox.)

  • T 0 (1 seg)


    T 1 (2 seg)


    T 2 (3 seg)


    T 3 (s) (5 seg)


    T 4 (6 seg)


    T 5 (8 seg)


    T 6 (10 seg)


    T 7 (11 seg)


    T 8 13 seg)


    T 9 (15 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


    T 13 (50 seg)


    T 14 (60 seg)


    T 15 (90 seg)