Publicado en
mayo 23, 2010
-Me parece que va a nevar. Sería mejor que postergaras tu salida en trineo, Gwen -manifestó la señora Arnold, después de asomarse ansiosa para observar el cielo cubierto y las calles donde todavía se notaban las señales de la anterior tormenta invernal.
-Antes de esta noche, no, mamá; no nos importa que esté nublado; nos gusta, porque el reflejo del sol en la nieve nos enceguece al salir a campo abierto. Ya no podemos echarnos atrás, pues aquí viene Patrick con los muchachos.
Y Gwen bajó a la carrera para recibir al gran trineo, que en ese preciso momento llegaba cargado con cuatro alegres jovencitos.
-¡Vengan! -llamó su hermano Mark, al tiempo que empujaba a sus amigos a derecha e izquierda, a fin de hacer lugar para las cuatro niñas que debían completar el grupo.
-Patrick, ¿qué opina del tiempo? -preguntó desde la ventana la señora Arnold, indecisa todavía con respecto a la conveniencia de dejar salir a sus hijos, pues el padre había debido ausentarse después de hecho el plan.
-Verá, señora, es un lindísimo día, salvo por el viento, que resulta un poco frío en la nariz Tendré el ojo sobre los niños, y no habrá inconveniente alguno -replicó el viejo cochero, al tiempo que asomaba de su bufanda un rostro colorado y redondo, y palmeando en el hombro al pequeño Gus que, muy orgulloso en el asiento alto, em-puñaba el látigo.
-Cuídense, queridos, y vuelvan temprano.
Con tal consejo de despedida, la mamá cerró la ventana y contempló la partida de los pequeños, sin soñar siquiera lo que ocurriría antes de su regreso.
El viento era algo más que un "poco frío", puesto que cuando abandonaron la ciudad, soplaba a través del campo abierto en fuertes ráfagas, enrojeciendo las ocho pequeñas narices casi tanto como la del viejo Pat, que había pasado la noche en un velatorio y estaba todavía confuso por el exceso de whisky, aunque nadie lo sospe-chaba.
Los jovencitos gozaron enormemente arrojándose bolas de nieve, pues los montones, todavía recientes, proporcionaban nieve blanda, donde Mark, Bob y Tony ensayaron muchas refriegas amistosas, al subir laderas o detenerse para que descansaran los caballos, después de un rápido trote por un trecho llano. El pequeño Gus ayudó a conducir hasta que las manos le quedaron entumecidas a pesar de sus mitones rojos nuevos, y tuvo que descender entre las niñas, que estaban cómodamente acurrucadas bajo las batas calientes, contándose secretos, comiendo golosinas y riéndose de las diabluras de los más grandes.
Gwendoline, que tenía dieciséis años, era la jefa del grupo, y mantenía un excelente orden entre las muchachas, pues Ruth y Alice tenían casi su misma edad, y Rita era una hermana menor de lo más obediente.
Cuando los caballeritos exhaustos regresaron a sus asientos, Mark anunció
-Óye, Gwen; de paso podríamos detenernos en la casa vieja, y recoger algunas nueces para esta noche. Papá dijo que podíamos hacerlo. Tengo cestas, y mientras las llenamos, ustedes podrían recorrer la casa.
-Sería lindo... Quiero retirar algunos libros, y Rita ha estado muy ansiosa por una de sus muñecas, que está segura de haber dejado en el armario del cuarto de juegos. Si vamos a detenernos allí, nos conviene emprender la vuelta, porque empieza a nevar y no tardará en oscurecer -repuso Gwen, quien súbitamente se dio cuenta de que unos grandes copos iban blanque ando los caminos, y que el viento ya era un ventarrón.
-Claro que lo haré, señorita, en cuanto pueda; pero debemos avanzar un trecho más, porque no podría dar la vuelta aquí sin derribar a todos, por la nieve. Quédense tranquilos, que en media hora, si Dios quiere, llegaré a la antigua casa -declaró Pat, que había perdido el camino y no quería reconocerlo, idiotizado como estaba por un trago o dos tomados durante el trayecto, para echar el frío de los huesos, según decía.
Y siguieron adelante, con el viento a la espalda, sin preocuparse por la nieve que ya caía con rapidez, ni por el crepúsculo que avanzaba, pues creían ir de regreso a casa. Transcurrió una larga media hora hasta que Pat los llevó a la casa de campo, cerrada durante el invierno. Con dificultad, se abrieron paso hasta los escalosnes y treparon al pórtico, donde bailotearon para calentarse los pies, hasta que Mark abrió la puerta y entraron todos. Pat quedó dormitando en su asiento.
-Dénse prisa, muchachos; esto está frío y oscuro, y debemos volver a casa. Mamá estará preocupada, y la tormenta va a ser de veras fea -anunció Gwen, que estaba un poco abatido por la oscuridad de la casa, y que sentía su responsabilidad, pues había prometido volver temprano.
Los muchachos partieron hacia el desván y el sótano, después de verse obligados a encender la lámpara dejada allí para uso de quien fuera de vez en cuando a inspeccionar las instalaciones.
Las muchachas, que encontraron sus libros y su muñeca, se sentaron sobre las alfombras enrolladas, con los muebles amontonados, las ventanas y hospitalarias, pero ahora muy vacías y desoladas u observaron las habitaciones, antes alegres cerradas y las chimeneas apagadas.
-.Si fuéramos a quedarnos un rato largo, encendería fuego en la biblioteca, como lo hace papá al venir para evitar que los libros se enmohezcan -comenzó a decir Gwen, pero la interrumpió una exclamación proveniente de afuera. Al correr a la puerta vio que Pat se levantaba de un montón de nieve, mientras los caballos se alejaban a todo galope.
-Cuernos, esos villanos dieron un salto cuando los golpeó esa rama al caer, y como me tomaron descuidado, allá fui a rodar. Estaba pensando en mi pobre primo Mike, que Dios lo tenga en su santa. gloria. No se preocupe, querida señorita; los traeré de vuelta en un santiamén. Quédense quietos hasta mi regreso.
Luego de encasquetarse el sombrero, Patríck se alejó trotando animoso, bajo la tormenta, mientras las muchachas entraban a fin de comunicar la noticia a los varones, que volvían de su búsqueda trayendo cestas llenas de nueces y manzanas.
-¡Esta sí que es buena! -exclamó Mark-. El viejo Pat correrá la mitad del trayecto hasta el pueblo antes de atrapar los caballos. Tendremos que esperar cuando menos una hora o dos.
-En tal caso, enciende un fuego, si no, moriremos de frío -rogó Gwen, al tiempo que frotaba las manos frías de Rita y observaba ansiosa al pequeño Gus, que estaba a punto de decidirse a llorar.
-Lo haremos, y nos entretendremos hasta que vuelva ese viejo torpe. Acampemos, muchachas, y ustedes, vengan a sostener la lámpara mientras yo junto leña. Tan oscuro está, que podría desnucarme si caigo por la escalera del galpón.
Y Mark abrió la marcha rumbo a la biblioteca donde todavía estaba colocada la alfombra, y los cómodos sillones y divanes invitaban a los friolentos visitantes a descansar.
-¿Cómo podrán encender el fuego cuando recojan la leña? -inquirió Ruth, una señorita muy práctica, que cuidaba bien de sus propias comodidades y ansiaba una cena caliente.
-Papá guarda los fósforos en una caja de lata, para que las ratas no puedan alcanzarlos. Aquí están, además de dos o tres pedazos de vela para las varillas de la delantera de chimenea, por si olvida tener preparada la lámpara. Ahora encenderemos luces, y estaremos bien cómodas cuando vuelvan los muchachos.
Y hallando la caja bajo un cojín del sofá Gwen alegró todos los corazones al encender dos velas, empujar los sillones y ponerse cómoda. La considerada Alice, que fue a ver si Pat regresaba, halló una manta de piel de búfalo en los escalones. Al volver con ella, informó que no se veían señales de los fugitivos y aconsejó disponerse para una prolongada permanencia.
"¡Qué intranquila estará mamá!" pensó Gwen, aunque aparentó tomar el asunto a la ligera, pues vio que Rita estaba atemorizada, y que Gus temblaba de pies a cabeza.
-Lo pasaremos muy bien, y jugaremos a que sumos náufragos o exploradores del Ártico. Aquí llegan el doctor Kane y los marineros con provisión de leña, de modo que podemos descongelar nuestro penmicán y calentarnos los pies. Gus será el esquimalito, todo envuelto en pieles, como en el cuadro que tenemos en casa -anunció, mientras envolvía al niño en la bata y le ponía su propio gorro de piel de foca en la cabeza para distraerlos.
-¡Aquí estamos de vuelta! Ahora, encendamos una buena hoguera, y si Pat no regresa, podremos divertirnos aquí, en lugar de en casa -exclamó Mark, complacido con la aventura, lo mismo que sus compañeros.
Pusieron manos a la obra, y pronto un vivo fuego iluminaba la habitación con su alegre resplandor, y los niños se reunieron a su alrededor, sin pensar en la tormenta que bramaba afuera, y seguros de que Pat llegaría a su debido tiempo.
-Tengo hambre -se quejó Gus en cuanto estuvo caliente.
-Y yo también -agregó Rita desde la alfombra, donde los dos pequeños se tostaban.
-Come una manzana -sugirió Mark.
-Están tan duras y frías, que no me gustan -comenzó Gus.
-Tuesta algunas -exclamó Ruth.
-Y partan nueces -agregó Alice.
-Lástima que no podamos cocinar algo al verdadero estilo campestre; ¡ sería tan divertido ! -dijo Tony, que había pasado varias semanas en Monadhock, viviendo de las provisiones llevadas por su grupo hasta lo alto de la montaña.
-No tendremos tiempo para nada más que lo que ya tenemos... Empiecen con las manzanas y las nueces, o nos veremos obligados a dejarlas -aconsejó Gwen, que regresaba de su observación desde la puerta con el entrecejo fruncido de ansiedad, pues la tormenta aumentaba con celeridad, sin que se vieran señales de Pat ni de los caballos.
Los demás estaban tan alegres, que transcurrieron una hora o dos con rapidez mientras gozaban del improvisado festín y jugaban. Gus les hizo recordar los inconvenientes de su situación, al bostezar quejumbroso:
-¡Qué sueño tengo! Quiero ir a la cama con mamá.
-¡Y yo también! -le hizo eco Rita, que cabeceaba desde hacía un rato y ansiaba tenderse a dormir con comodidad en cualquier parte.
-¡Son casi las ocho! ¡Por Júpite; cómo tarda ese viejo Pat...! ¿Se habrá visto en aprietos? No podemos hacer nada, de modo que nos conviene quedarnos quietos aquí -declaró Mark; que al consultar su reloj, comprendió que la broma era bastante seria.
-Será mejor que demos por terminado el día y nos vayamos todos a dormir. Pat podrá despertarnos a su llegada... ¡El frío da tanto sueño! -exclamó Bob, que al desperezarse estuvo a punto de partirse en dos.
-Que los pequeños duerman en el sofá... Están cansados de esperar, y será mejor que se entretengan así, en vez de agitarse. Vengan, Gus y Rita; tráiganse una almohada cada uno, que yo los cubriré con mi mantón.
En cuanto Gwen acomodó a los pequeños, éstos se durmieron en cinco minutos. Los demás resistieron valerosamente hasta las nueve; entonces quedaron consumidos los pedazos de vela, relatados todos los cuentos, perdido el encanto de nueces y manzanas, y todos los ánimos notablemente abatidos a causa del cansancio y el hambre.
-Me comí cinco manzanas, y sin embargo, quiero más. algo bueno, que satisfaga. ¿No podemos atrapar una rata y asarla? -repuso Bob, que era un muchacho robusto y ya estaba famélico.
-¿No queda nada en la casa? -inquirió Ruth, quien no se atrevía a comer nueces por temor a la indigestión.
-Que yo sepa, nada, salvo unos cuantos encurtidos en el depósito. Teníamos tantos, que mamá dejó algunos aquí -declaró Gwen que resolvió aprovisionar la casa antes de partir, el otoño venidero.
-Los encurtidos solos no sirven como alimento... Si tan sólo tuviéramos un bizcocho, no vendrían mal como condimento -aseveró Tony, con aire de un hombre que sabía lo que era vivir durante una semana con sopa de porotos quemada y hojuelas de cebada.
-En el galpón vi una barra de jabón blando. ¿Qué tal vendría eso con los encurtidos? -sugirió Bob, quien se sentía capaz de digerir el más grande y ácido de los pepinos.
-Mamá conocía a una anciana que comía de veras jabón blando y crema para conservar el cutis -aseguró Alice, cuya fresca tez sugería que había probado el mismo desagradable remedio, con éxito.
Los muchachos rieron, y Mark, considerando que era su deber de hospitalidad hacer algo por sus huéspedes, propuso con vivacidad.
-Vamos en busca de víveres mientras tengamos luz, porque la vieja lámpara está casi inservible. Vamos, Bob; tu nariz hallará comida donde la haya.
-No incendien la casa, y cuando vuelvan traigan más leña, porque en este sitio tan oscuro nos hace falta luz -suspiró Gwen, deseando que todos se encontraran en casa, bien seguros y en sus camas.
La partida de los muchachos fue seguida de portazos, carreras, y gritos, así como de un estrépito, un aullido y una carcajada, cuando Bob, al asomarse al sótano en busca de alimentos, se aventuró demasiado y rodó por la escalera. No tardaron en regresar todos, muy polvorientos, llenos de telarañas y muertos de frío, pero trayendo consigo, triunfalmente, una extraña colección de trofeos. Mark llevaba un pedazo de tabla y la lámpara; Tony, una caja grande, de madera, y un balde de lata. Bob abrazaba con cariño un frasco de encurtidos y un tarro de jalea, que había quedado olvidado en un estante alto del depósito.
-Harina, encurtidos, jalea y tablas... ¡Vaya mezcla! ¿Qué podemos hacer con todo eso? -exclamaron las muchachas, sumamente divertidas por el resultado de la expedición.
-¿,Alguna de ustedes sabe preparar pan de maíz? -quiso saber Mark.
-¡Por cierto que no! Yo sé hacer caramelos y tortas de coco -declaró Ruth, orgullosa.
-Yo sé preparar buenas tostadas y té -agregó Alice.
-Yo no sé cocinar nada -confesó Gwen, quien sabía en cambio mucho francés, alemán y música.
-En un momento de necesidad, las muchachas no sirven para gran cosa... Ocúpate tú, Tony -dijo Mark, antes de dar la espalda irrespetuosamente a las muchachas, quienes no pudieron hacer otra cosa que sentarse a ver cómo trabajaban los muchachos.
-No podrá hacerlo sin agua -susurró Alice.
-Ni sal -agregó Alice.
-Ni una cacerola donde cocinarla -agregó Gwen, y luego las tres sonrieron ante el dilema que preveían.
Pero Tony se elevó a la altura de la ocasión, y siguió muy tranquilo con su tarea, mientras Mark preparaba el fuego y Bob abría el frasco de encurtidos. Primero, el nuevo cocinero llenó el balde con nieve hasta que se disolvió en cantidad suficiente para mojar la harina: después agitó esta mezcla con una varilla de pino hasta que estuvo bastante espesa, y luego de extenderla sobre la tabla la puso a tostar delante de las brasas.
-Jamás quedará cocido...
-Como no puede darlo vuelta, no podrá tostarlo de ambos lados.
-Sea como sea, resultará incomible.
Y con estas sombrías predicciones, las muchachas se consolaban de su falta de habilidad.
Pero la torta se tostó bien; Tony supo darla vuelta hábilmente, con su cortaplumas y la varilla, y cuando quedó hecha, la cortó en trocitos, agregó jalea y la distribuyó sobre un antiguo Atlas. Y todos dijeron:
-¡De veras que está sabrosa!
Cocinaron dos más que para variar comieron con encurtidos; entonces todos quedaron satisfechos y, tras agradecer a Tony, empezaron a pensar en dormir.
-Pat habrá ido a casa para avisar que estamos todos bien, y mamá sabe que por una noche podemos salir del paso, así que -lo te preocupes, Gwen. En cambio, duerme un poco, que yo me tenderé sobre la alfombra para contemplar el fuego.
La despreocupada actitud de Mark no convenció a su hermana pero como no podía hacer otra cosa, se sometió e instaló a sus amigas con toda la comodidad posible.
Todos tenían abrigo en cantidad, así que las muchachas se acomodaron en los tres sillones grandes; Bob y Tony se envolvieron en la manta, con los pies hacia el fuego, y pronto roncaban como cazadores fatigados. Mark apoyó la cabeza en un tronco y en diez minutos quedó dormido, pese a su promesa de hacer de centinela.
El sillón de Gwen era el menos cómodo de los tres, y ella no pudo despreocuparse como los démás, sino que permaneció despierta, observando las llamas, contando las horas y preguntándose por qué nadie iría en su busca.
El viento soplaba con furia, la nieve azotaba las persianas, las ratas correteaban por los muros, y de vez en cuando alguna rama caía con estrépito sobre el tejado. Excitada pese a su cansancio, la pobre muchacha imaginaba toda clase de percances para Pat y los caballos, recordaba diversas historias de fantasmas que conocía, y se preguntaba si habría sido en una noche así cuando habían robado la casa de un vecino. Al fin, tan nerviosa se puso, que se tapó la cabeza y comenzó a contar hasta mil, pensando que cualquier cosa era preferible a tener que despertar a Mark y confesar su temor.
Sin advertirlo, quedó adormecida y soñó que todos estaban abandonados en un témpano, y que un oso acudía para devorar a Gus, quien, inocente, lo llamaba como si fuera un perro y esperaba acariciarlo.
-¡Un oso! ¡Un oso! ¡Oh, muchachos, sálvenlo! -murmuraba Gwen durante su sueño, y el sonido de su propia voz la despertó.
Como había dormido más de lo que imaginaba, el fuego estaba casi apagado, la habitación llena de sombras, y la tormenta parecía haber amainado. En el silencio que entonces reinaba, no interrumpido ni por un ronquido, Gwen oyó algo que la hizo echarse a temblar. Alguien subía despacio por las escaleras del fondo. Estaba segura de que las puertas exteriores se hallaban todas cerradas, y todos los muchachos seguían en sus sitios, pues podía ver y contar sus tres largas figuras, y el pequeño Gus estaba acurrucado sobre el sofá. Las muchachas no se habían movido, y aquel no era un correteo de ratas, sino un paso lento y cauteloso, que subrepticiamente se acercaba cada vez más a la puerta del estudio, entreabierta desde que trajeran la última carga de leña.
"Pat golpearía o llamaría, y papá hablaría para no asustarnos. Quiero gritar, pero no lo haré hasta que vea si de veras es alguien", se dijo Gwen, mientras su corazón latía con rapidez y sus ojos, fijos en la puerta, se esforzaban por ver entre las tinieblas.
Los pasos se acercaron más, se detuvieron en el umbral, y por fin apareció una cabeza, al tiempo que la puerta, sin ruido, se abría más. Una cabeza de hombre cubierta con un gorro de piel, pero que no era la de papá, ni la de Pat, ni la del tío Ed. La pobre Gwen habría gritado entonces, pero había perdido la voz, de modo que sólo atinó a quedarse mirando, muda e inmóvil. Una minúscula llama iluminó por un instante a la alta figura del umbral: un hombre de barba, que llevaba en la mano algo brillante. "¿Sería una pistola, un puñal o un farol apagado?", se preguntó la muchacha, cuando el resplandor se apagó y las sombras volvieron para aterrarla.
El hombre pareció mirar con atención a su alrededor por un momento antes de desaparecer. Sus pasos se alejaron por el pasillo hasta la puerta principal, que fue abierta desde adentro para dejar pasar a alguien. Se oyeron susurros y luego otra vez, pasos que se acercaban acompañados por un resplandor.
"Ahora sí que debo gritar", díjose Gwen, y en efecto, gritó con todas sus fuerzas al ver que entraban dos hombres; uno con un farol, el otro con una lata brillante.
-Muchachos! ¡Ladrones! ¡Fuego! ¡Vagabundos! ¡Oh, despierten! -clamó Gwen mientras, frenéticamente, tiraba de los cabellos a Mark, y de las piernas a Bob y Tony, como la manera más rápida de despertarlos.
Entonces hubo una escena... Los muchachos se incorporaron frotándose los ojos; las muchachas se cubrieron los suyos y empezaron a chillar, mientras los supuestos ladrones reían a carcajadas y la pobre Gwen, completamente agotada, caía desvanecida sobre la alfombra. No obstante, todo pasó en un minuto, pues Mark con-
servaba la sensatez, y con su primera mirada al hombre del farol, apaciguó sus temores.
-¡Hola, tío Ed ! Estamos bien... Como nos cansamos de esperarlos, nos quedamos dormidos.
-¡Chicas, dejen de chillar y calmen a esos niños! La pobrecita Gwen se llevó un buen susto... Tom, ve en busca de un poco de nieve mientras yo la levanto -ordenó el tío.
Pronto se restableció el orden. Los muchachos quedaron repuestos enseguida, y Ruth y Alice se dedicaron a los pequeños, muy malhumorados y soñolientos pese al susto pasado. Gwen se recobró en un momento, tan avergonzada de su temor que se alegró de que no hubiera más luz que pudiera revelar la palidez de sus mejillas.
-Tío, debí haberte reconocido enseguida, pero me sobresalté al ver a un desconocido que no hablaba, y pensé que la lata era una pistola -tartamudeó Gwen en cuanto se recobró un poco.
-Pero si es mi viejo amigo, el capitán Tom May... ¿No lo recuerdas, hija? El supuso que estaban todos dormidos, por eso salió en silencio a buscarme.
-¿Y cómo hizo él para entrar? -inquirió ella, ansiosa por cambiar de tema.
-Halló abierta la puerta de la leñera y sorprendió al campamento mediante un ataque de flanco... No servirían para vigilancia, muchachos -rió el capitán Tom, gozando de la consternación de éstos.
-¡Truenos! Me olvidé de correr el cerrojo cuando fuimos en busca de leña por primera vez... Tuve que abrirla debido a la oscuridad -murmuró Bob, muy disgustado.
-¿Dónde está Pat? -inquirió Tony, con gran presencia de ánimo y ansioso por echar todas las culpas sobre los anchos hombros del irlandés.
El tío Ed se sacudió la nieve del cabello y las ropas; avivó el fuego con un atizador, se sentó cómodamente y subió a Gus a sus rodillas antes de responder:
-Tom, sirve el grog mientras yo cuento lo sucedido ...
La lata de café caliente dio la vuelta, y unos cuantos sorbos animaron en grande a los jóvenes, que escucharon con gran interés el relato de los percances sufridos por Pat.
-El muy bribón ya estaba medio ebrio al partir, de modo que se merece lo que le ocurrió... Primero perdió el rumbo; después se cayó del pescante y dejó escapar a los caballos. Los persiguió al azar por espacio de uno o dos kilómetros; luego se desorientó en la tormenta, cayó en una zanja, se rompió la cabeza y allí se quedó hasta que lo encontraron. Sus amigos lo condujeron hasta una casa cercana al camino, donde se encuentra en estado digno de verse, pues como son compatriotas suyos, le suministraron whisky hasta que quedó "tranquilo y cómodo" y se durmió olvidándolos a ustedes, a los caballos, y a su angustiada patrona que esperaba. Los animales fueron detenidos en el cruce de caminos, donde los hallamos luego de una animada recorrida por el campo. Más tarde encontramos a Pat, pero entre el porrazo y el licor, estaba -confuso, de modo que no logramos averiguar nada por intermedio suyo. Así es que volvimos a casa, y allí vuestra madre recordó que ustedes habían hablado de pasar por aquí. Entonces partimos dispuestos a un largo viaje... Como vuestro padre estaba ausente, Tom se ofreció y aquí estamos.
-¡Que parranda! Ahora volvamos a casa y a la cama -propuso Mark, con un bostezo.
-¿No es casi de mañana? -inquirió Tony, que había estado durmiendo como un lirón.
-Nada más que las once... Ahora, preparemos el equipaje y pongámonos en camino. Pasó la tormenta, sale la luna, y una buena cena aguarda a los extraviados. Tom, dame una mano para embarcar a este pequeño, que se volvió a dormir.
El tío Ed puso a Gus en brazos del capitán, y llevando por su parte a Rita, encabezó la marcha hacia el trineo que esperaba en la puerta. Allí se apretujaron todos, y luego de cerrar bien la casa, partieron, con la sensación de haber pasado, en conjunto, un buen rato.
-Antes de volver a acampar, aprenderé a cocinar y a ser valerosa -resolvió Gwen durante el trayecto, y cumplió su palabra.
FIN