Publicado en
mayo 23, 2010
El Primer Libro de “Crónicas de la Tierra”
INDICE
«HASTA LUEGO» 5
LA SEÑAL 6
ESTOY VIVO!» 6
LOS «CAMAREROS» 10
«¡ESTOY VIVO!. ¡Y destinado a la altura! » 10
REFLEXIONES 11
MIEDO A MORIR: FALTA DE INFORMACIÓN 12
REFLEXIONES 13
EL INSTANTE MAS ESPECTACULAR 13
REFLEXIONES 15
«YO, AHORA, NO SOY TU PADRE» 16
REFLEXIONES 18
«MAT-1» 18
REFLEXIONES 21
UN DIOS SENSATO 22
REFLEXIONES 23
LO «POQUÍSIMO» QUE SÉ SOBRE ÉL 23
REFLEXIONES 25
ALGUNAS «PEQUEÑECES» 25
REFLEXIONES 27
SOLTAR LASTRE 28
REFLEXIONES 30
«LLORO POR LAS ESTRELLAS, MI VERDADERO HOGAR» 30
REFLEXIONES 32
«PELLIZQUEMOS» EL INFINITO 32
REFLEXIONES 33
«AQUÍ NO LLUEVE» 34
REFLEXIONES 37
VIVIR POR VIVIR 37
REFLEXIONES 39
«PUENTE AÉREO» A MAT-2 39
REFLEXIONES 41
UN «ENCUENTRO» INOLVIDABLE 42
REFLEXIONES 44
VIVIR EL PRESENTE. PARA ESCAPAR DEL PRESENTE 44
REFLEXIONES 46
«VOLUNTARIOS» 46
REFLEXIONES 49
«VEN. HAGAMOS EL VIAJE QUE NUNCA HICIMOS» 50
REFLEXIONES 50
«HASTA LUEGO» 51
Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el
previo permiso escrito del editor. Todos los derechos reservados.
© J.J. Benítez, 2000
© Editorial Planeta S. A., 2000
Córcega, 273-279, 08008 Barcelona (España)
Diseño de la cubierta: Exit
Ilustración de la cubierta: foto AGE Fotostock
Primera edición: mayo de 2000
Planeta Colombiana Editorial, S. A.
Calle 21 No. 69-53 - San tafé de Bogotá, D. C.
ISBN 84-08-03530-4
Primera reimpresión (Colombia): junio de 2000
Impresión y encuadernación: Quebecor Impreandes
Impreso en Colombia Printed in Colombia
¿Dónde estás?
Tus ojos, cerrados, duelen.
¿Qué ha sido de ti?
Poco antes brillabas.
¿Por qué nos dejas?
Ahora empezábamos.
¿Por qué callas?
Los sentimientos te reclaman.
¿Hacia dónde te diriges?
Míranos: estamos aquí .
¿Por qué no regresas?
Y una «voz», al fin,
susurró en el corazón:
«Es que ahora soy libre.»
«HASTA LUEGO»
Fue como una luz. Como un chispazo.
A mi espalda, agonizante, apenas insinuado por el amarillo vigilante de un piloto, mi padre consumía sus últimas horas. Y yo, impotente, me aferré una vez más a las estrellas, suplicando compasión y benevolencia. No para mí, sino para él. La muerte, avisada, se había instalado ya en los silencios. Todos lo sabíamos. Y él también. Pero cuándo, en qué momento besaría la frente de aquel buen hombre.
La tensa espera, vestida de plomo, fue una insoportable compañera de habitación.
Y ocurrió. Fue como un aviso. El primero de una larga serie. Fue como una luz. Como un chispazo.
Recuerdo que me hallaba acodado en la ventana, con la mente maniatada, casi tan moribunda como mi propio padre. No podía asimilarlo. Un mes antes, aquel hombre fuerte, sano y jovial me había hablado de proyectos. Al poco, todo quedaba en suspenso. Todo naufragó. Un mal irreversible lo invadió, empujándonos a ese rincón oscuro de la impotencia.
Y como todas las noches, como un rito obligado en cada guardia, me subí a las estrellas, buscando clemencia, rogando al buen Dios que acortara su agonía. Fue entonces, saltando de lucero en lucero, mientras aquel domingo, 27 de junio, se fugaba indiferente por la puerta de atrás de la medianoche, cuando escuché su voz. Sonó fuerte y clara. Tan nítida que, asustado, me volví hacia la cama. Pero mi padre, sedado, continuaba dormido. Perplejo, sólo acerté a pasar los dedos sobre su frente, acariciándolo. Mi primera y tímida caricia, ¡en cincuenta y tres años!
Y la voz regresó, repitiendo:
«¡Escribe!»
Sí, era el primer aviso. El primero de una larga serie que ahora me propongo rescatar.
¿Un aviso? Quién sabe.
Lo cierto es que, a tientas, busqué el inseparable cuaderno de campo y regresé a la ventana.
«¡Escribe, hijo mío!»
Escribir., pero ¿qué?
No tuve que esforzarme. Mi mano, convertida en corazón, se deslizó rápida —casi vertiginosa— sobre el blanco del papel. Las estrellas, respetuosas, fueron los únicos testigos. Ellas, sabedoras, se dejaron caer, iluminándome.
Minutos después, más perplejo si cabe, leía el siguiente texto:
«Carta de José Benítez a los que le aman.
»Queridísimos:
»Aunque no soy el autor material de esta breve despedida, mi espíritu está en cada palabra. Sólo deseo pediros dos cosas:
»En primer lugar, aunque bien sé que son momentos críticos para vosotros, os ruego —os suplico— que no os dejéis dominar por la tristeza.
»¡YO SIGO VIVO!
»;Estoy VIVO!
»He despertado en un mundo nuevo y ahora sigo un camino como jamás podríais imaginar.
»Por favor, contened las lágrimas., en la medida de lo posible. La vida humana tiene sentido. Un maravilloso sentido. Pero sólo aquí, EN LA LUZ, empezamos
—empezaréis— a descubrirlo.
»Si en verdad me queréis, por favor, prestad atención: no os aflijáis. Vuestro sufrimiento no me ayuda. Al contrario. Celebrad mi entrada en la verdadera VIDA. Celebrad que, al fin, soy un ángel.
»Por último, quiero que sepáis algo de especial importancia. Yo lo practiqué en vida, aunque nunca lo suficiente. Sabed que la clave de vuestra existencia es el
AMOR. Amad sin medida, sin esperar respuesta ni recompensa. Amad a cada instante, aunque no comprendáis. Yo, ahora, en este magnífico mundo en el que VIVO, lo sé: el AMOR es la única verdad. El AMOR lo sostiene todo.
»Recordadme y recordad: volveremos a vernos —físicamente—, “en su momento”. En realidad, esto no es una despedida. Sólo un “hasta luego”. Como sabéis, los que se quieren nunca dicen “adiós”.
»Que Dios os bendiga.
»JOSÉ BENÍTEZ, ahora más cerca del PADRE.»
Me negué a leer por segunda vez. ¿Qué era aquello? Y continué enganchado al brillante firmamento, rogando por aquel buen hombre.
Al día siguiente, aparentemente por casualidad (?), mi hijo Iván formularía una extraña petición:
«Escribe algo. Al abuelo le gustaría. Se lo debes.»
Y remató, levantándome en el aire:
Si quieres, yo puedo leerlo en el funeral.»
Cuatro días después, en la tarde del dos de julio, mi padre fallecía. E Iván, con una entereza poco común, cumplió lo prometido, leyendo en público el singular «aviso».
En realidad, nadie supo cómo y cuándo fue escrito. Como tampoco han sabido de los siguientes e insólitos «encuentros» con esa misma «voz». Unos «encuentros» —lo adelanto desde ahora— cuajados de esperanza.
LA SEÑAL
ESTOY VIVO!»
Esta frase —casi un grito— me desconcertó. Mi padre no era un hombre especialmente religioso. Creía en Dios, sí, pero sin alardes, sin estridencias ni preguntas. En vida —y bien que lo lamento—, apenas cruzamos un par de conversaciones sobre la muerte o sobre Dios. Curioso Destino. Sería después, una vez sepultado, cuando «conversaríamos» sobre el asunto.
No voy a ocultarlo. Aquella noche del 27 de junio, al recibir el primer «aviso», dudé. Por supuesto, la «carta» podía ser fruto de mi imaginación o del ardiente deseo de que siguiera vivo. Aunque la «voz» se presentó nítida y recortada en la oscuridad como un iceberg, mi mente —como un ladrón— estaba robando su verdadera naturaleza. Durante algunos días flaqueé. Y la razón se impuso, arrojando a patadas a la tímida intuición. Sin embargo.
No sé de qué me extraño. Lo ocurrido días más tarde, durante el funeral celebrado el 3 de julio, no era una novedad. Sucedió en el momento crítico, mientras Iván procedía a la lectura del «aviso». No sé cómo, pero en aquella tormenta de emociones, la intuición regresó, colándose audaz en mi corazón. Y sugirió: «Solicita una prueba, una señal.» Esta vez no dudé. Le di la espalda a la razón y formulé una petición:
«Si en verdad estás VIVO, si esa voz era tu voz, dame una prueba. Hazme saber dónde estás.»
Obviamente, nadie supo de estas casi absurdas maquinaciones. La pregunta, no obstante, como algo casi natural, flotaba en el cielo de cada corazón.
«¿Dónde estás?»
No tuve que esperar demasiado. Y ocurrió «algo» desconcertante. «Algo» ilógico. «Algo» que hizo enmudecer a la razón.
A la mañana siguiente, domingo, 4 de julio de 1999, a las 09.45 horas, me hallaba en el interior del automóvil de mi cuñado, Joaquín. En el asiento posterior, mi hermana Nelly y Aurora, una de mis tías. Nos habíamos situado a espaldas del tanatorio «Iratxe», dispuestos a acompañar los restos mortales de mi padre hasta el cementerio de
Pamplona. Se abrió la puerta del garaje y vimos aparecer el coche fúnebre. No puedo explicar por qué, pero mis ojos quedaron clavados en la matrícula. Miento. Ahora sí sé del por qué de esta extraña acción.
No podía creerlo y, desconcertado, reclamé la atención de mis familiares. Y todos, en efecto, confirmaron lo que tenía a la vista.
NA- 1946-AY
¡El año de mi nacimiento! ¿Casualidad? ¿Cómo era posible?
Pero la supuesta casualidad no terminaba ahí. Días más tarde, el doctor Manu Larrazábal, maestro en Cábala, me transmitía el secreto significado de las letras y números de la singular y oportuna matrícula. A qué negarlo. Las explicaciones de Manu —ajeno por completo a mi «petición»— me dejaron sin habla. Tras convertir los mencionados números y letras al hebreo, la «traducción» (incluida íntegramente en estas mismas páginas) respondía plena y meridianamente a la cuestión formulada en el funeral:
«Desfalleció (muri6). Destinado a la altura. »
Increíble. En la «señal», en la respuesta, aparecía contenida mi propia pregunta: «NAAY» («por favor, dónde»). Es decir, «por favor, os ruego, ¿dónde está?».
Naturalmente, me faltó tiempo para indagar sobre el número de vehículos matriculados en esos momentos en Navarra, incluyendo, claro está, los coches fúnebres. Las sucesivas respuestas de los centros oficiales vinieron a ratificar lo que ya suponía:
Total vehículos matriculados (a diciembre de 1998): 306 034.
Total coches fúnebres matriculados en Navarra: 49.
¿Hacer números? ¿Para qué? Estaba muy claro. La probabilidad de que un coche fúnebre —en este caso, el que trasladaba el cadáver de mi padre— portara la mencionada matrícula, con el año de mi nacimiento y la «respuesta» a mi petición, se hallaba sometida a tal cúmulo de parámetros que la presencia de dicho furgón en ese lugar y en ese momento resultaba casi nula desde el punto de vista matemático.
Si, mi padre —o quien fuera— respondió puntual y magistralmente a mi solicitud.
«Destinado a la altura.»
En otras palabras: ¡VIVO!
LOS «CAMAREROS»
«¡ESTOY VIVO!. ¡Y destinado a la altura! »
Fue curioso. La «voz» esperó. Aguardó a que este torpe ser humano se convenciera. Después se presentaría ante mí, día tras día, solícita ante mis dudas y reclamaciones. Y mi diario —como un milagro— se vio colmado con unas «conversaciones» que, francamente, no sé cómo calificar. ¿Pura imaginación? ¿Realidad? Por supuesto, dada mi proverbial tozudez, exigí nuevas pruebas, más «señales». Y se cumplieron. Una tras otra. Pero ésa es otra historia.
En el fondo, poco importa. Si esas «charlas» con mi padre sólo han sido fruto de mi subconsciente., ¡bendito subconsciente! ¡Bendita esperanza! Que cada cual juzgue y decida.
«ESTOY VIVO!»
Mi primera «conversación» —mas que atropellada y confusa— giró justamente en tomo a esa desconcertante frase. Yo lo había visto muerto. Yo había velado su cadáver. Yo había asistido a su entierro. Sin embargo, la «voz», imperativa, repitió una y otra vez:
—¡Estoy vivo!. ¡Sigo vivo!
—Pero la muerte.
—Sí, querido hijo, llegó. Fue como tú dices. Como un beso en la frente.
—Un momento, papá, vayamos por partes. ¿Sabías que era el final?
—Al principio, no. Después, sí. ¿Recuerdas? Os lo dije.
—Pero ¿cómo? ¿Cómo pudiste saberlo? Nadie te insinuó.
—Fue al final. Aquella gente alrededor de mi cama. Se presentaron en la noche. Vestían de blanco. No los conocía. Me miraban y hablaban entre ellos. También os lo dije, ¿recuerdas?
—Sí, hablaste de alguien.. - De algunos hombres vestidos como camareros.. -
—Esa fue la señal. Entonces lo supe. Había llegado el momento.
—¿Tuviste miedo?
—No demasiado. Ocurrió algo extraño. Aquellas personas —los «camareros»—, aunque no me hablaron, tocaron mi frente y me sentí en paz. Fue una increíble y desconocida sensaci6n. El dolor desapareció y también la angustia. Me sentí feliz. Pleno. Inundado por una extraña paz. Tú, quizá, no lo recuerdes, pero esa madrugada te hablé e intenté decírtelo.
—No recuerdo.
—Yo estaba despierto. Tú te aproximaste a la cama y tomaste mi mano entre las tuyas. Sentí tu calor y tu fuerza. Y me dijiste:
«Papá, tranquilo.» Yo, entonces, rodeándote con ese inmenso amor que me llenaba, respondí: «No., tranquilo tú.» Pero creo que no comprendiste. Después, dulcemente, todo se oscureció. Dejé de oír y de sentir. Fue lo más parecido a un sueño.
—¿Un sueño?
—Así es, un dulce y benéfico sueño.
—¿Y la muerte?
—Eso es la muerte, querido hijo. Te duermes, sin más.
—Parece simple.
—Es que lo es. Tu Jefe —creo que así llamas al buen Dios— es muy discreto. Además, no sé por qué lo preguntas. Tú lo sabes y lo has escrito: «Dios nos entrena todos los días para morir.» La muerte es un sencillo mecanismo, necesario para proseguir. Cada noche, al acostarte, estás ensayando esa última escena. Y lo haces tranquilo y confiado. Pues bien, la única diferencia es que, al morir, despiertas en otro lugar., y sin pijama.
—No entiendo tu buen humor.
—Quizá más adelante, si continúas preguntando, lo comprenderás.
—Curioso. Aquí sólo ha quedado la tristeza. Tú, en cambio.
—Os lo dije en la «carta» que leyó Iván. No fueron sólo hermosas palabras. Es la realidad: ¡sigo VIVO! Y aunque el vacío y la amargura son comprensibles, tratad de sofocarlos lo antes posible. Si pudierais ver-me, si supierais.
—Eso suena muy bien, pero.
—Sé lo que estás pensando. Y no es justo. Tú, precisamente, has recibido algunas «señales».
—Sí, lo reconozco.
—Entonces.
—Veo a Nelly. Ella no termina de aceptarlo. Sinceramente, no estamos preparados para la muerte.
—Pues ya va siendo hora. La muerte no es un mal. Sólo se trata de un ascensor. ¿Por qué tenerle miedo a un mecanismo natural? Te lo he dicho y, seguramente, te lo repetiré: Dios no hace chapuzas. Querido hijo: todo obedece a un orden. Un orden perfecto y magnífico que tú, ahora, no puedes asimilar. Pero no te desanimes. Despacio, paso a paso, iré contándote aquello que he visto y lo que ahora se.
—Nadie me creerá.
—Eso poco importa. Yo hablo para ti. Es tu corazón —no tu mente— el verdadero destinatario de mis palabras. Él sabrá.
» ¡ Felices sueños! ¡ Feliz entrenamiento!
REFLEXIONES
Aquel atardecer, tras la primera y singular
«conversación» con mi padre muerto, me retiré y refugié
a los pies de mi segundo gran amor, la mar. Y medité.
Repasé lo escrito. Y la mar, en cada ola, en cada
respiración, fue asintiendo.
«Un dulce y benéfico sueño. Eso es la muerte.»
¡Qué extraña sensación! Mi padre, siempre parco en
palabras, siempre observador, siempre resignado, hablaba
ahora con la seguridad de un vencedor.
«La muerte no es un mal. Es un ascensor.»
Y volé. Dejé que mi espíritu planeara sobre el rostro azul
y amansado de las aguas. Entonces lo vi. Era él. Era mi
padre, pleno, sonriente, cargado de amor, con los brazos
abiertos. Mirase donde mirase, allí estaba. En cada
átomo. En cada color. En cada susurro.
«Me sentí feliz. Inundado por una extraña paz.»
Fue un vuelo sin palabras. No eran necesarias.
El tiempo, perplejo, se quedó dormido.
Y yo me hice uno con él, surcando azules, estrellas
y esa ignorada frontera del AMOR pleno.
Nunca como entonces lo sentí tan cerca, tan mío.
«Sí, mi querido hijo.»
MIEDO A MORIR: FALTA DE INFORMACIÓN
Por más que lo he intentado, no consigo recordar una sola imagen de mi padre asustado. Al menos, nunca lo exteriorizó. ¿Era un hombre valiente? Creo que sí, a su manera. Sin embargo, al final, poco antes de la llegada de los «camareros», reconoció haber sentido miedo. Esta confesión me obsesionó durante algún tiempo. ¿Por qué el ser humano experimenta ese pánico ante la inminencia de la muerte? Si se trata de un «mecanismo natural», si sólo consiste en un «dulce sueño», ¿por qué ese terror?
Éste fue el tema central de mi siguiente «conversación». Y mi padre, como siempre, fue claro, rotundo y económico.
—En tu pregunta, querido hijo, está la respuesta: eres un ser humano., todavía. El miedo, como la curiosidad o el instinto de supervivencia, es una característica de las criaturas sujetas al tiempo y al espacio. El hombre lo arrastra en sus genes. Ese miedo, sobre todo a lo desconocido, le ha permitido sobrevivir.
—Entonces, ese sentimiento es inevitable.
—Sí y no.
—No entiendo.
—El mundo, tu mundo, ha vivido largas épocas de oscuridad. En esas circunstancias, el miedo era comprensible. Faltaba información. Ahora, en cambio, la tenéis. Todo un Dios se encargó de suministrarla.
—Comprendo. Te refieres a Jesús de Nazaret.
—Sí, tu socio. Y no preguntes en qué consiste esa información porque la conoces y la has difundido.
—Hazme un favor. Refréscame la memoria.
—Vida después de la vida. Él se cansó de repetirlo. Y al final lo demostró: resucitó y fue visto. Sois —somos— inmortales. Ésa es la información que faltaba.
—En otras palabras: ahora, el miedo a la muerte ya no tiene sentido.
—Desde hace dos mil años, para ser exactos.
—Todo eso está muy bien, pero la verdad es que la idea de la muerte continúa aterrorizándonos.
—Miopía. Pura miopía cósmica. Mira a tu alrededor. ¿Crees que tu mundo es la única realidad?
—Es lo que veo.
—Sí, pero ¿qué sientes?
—Que no me gustaría que todo concluyera con la muerte.
—¡Bingo!
—Papá, a ti nunca te gustó el bingo.
—Tú ya me entiendes. Lo importante no es lo que observas. Reconoce conmigo que tus sentidos son muy limitados. La clave está en lo que sientes, en lo que intuyes. Esa cualidad, justamente, os distingue, por ejemplo, de los animales. ¿Qué me dices de tus perros? ¿Son listos?
—A veces me dan envidia.
—Sin embargo, jamás se formularán las grandes preguntas: ¿quién soy yo?, ¿qué hago aquí?, ¿sobreviviré después de la muerte? ¿Crees que esas inquietudes, exclusivas del ser humano, son una casualidad? ¿Por qué están ahí?
—Dímelo tu.
—Son como semáforos, siempre en ámbar. Siempre alertando. Siempre obligando a mirar hacia lo alto.
—Pero el hombre no ve.
—Tranquilo. Ya irá viendo y comprendiendo. Algunos —tú lo sabes— ya lo han captado. Después llegará el resto.
—Eres muy optimista.
—Ahora sí. Aquí, en este nuevo mundo, la realidad —la auténtica realidad— es puro optimismo.
—Así que la clave para vencer el miedo es sentir y dejarse llevar por la intuición.
—Es el único camino. La razón es todavía una criatura imperfecta, con un vuelo rasante e inseguro. Deja que el instinto te guíe. La intuición sí está capacitada para volar alto y atravesar las fronteras de lo visible. Y ahora dime: ¿qué te dicta la intuición?
—Que tienes razón. Que el Jefe es tan inmenso, imaginativo y amoroso que no puede limitarnos a esta breve, atormentada y oscura existencia. Tiene que haber más, mucho más.
—Puedes estar seguro, querido hijo. Puedes estar seguro.
—Son tantos los asuntos que quisiera consultarte que no sé por dónde tirar.
—Déjalo ahí, de momento. Merece la pena que reflexiones y que, finalmente, entierres el miedo. Sé libre. Haz honor a tu condición de hijo de un Dios. ¡Eres inmortal! No lo olvides nunca: el miedo a la muerte fue vencido hace dos mil años.
»¡Ponte al día, jovencito!
—¿Jovencito?
—¡Feliz información! ¡Feliz intuición! ¡ Disfrútalas!
REFLEXIONES
«La clave está en lo que sientes, en lo que intuyes.»
¿Y qué intuyo? ¿Qué siento más allá de lo que veo?
Percibo una luz, una fuerza que tira de mí desde todo
lo creado y lo increado. Yo fui parte de esa luz. Yo fui
imaginado y enviado. Y ahora, sujeto al tiempo y al
espacio, juego a adivinar mi pasado. Es el juego de los
Dioses. «Ve, vive y búscame.» Y ahora sé que todo son
pistas del buen Dios. Lo que veo y lo que aún no veo.
Todo es suyo., y mío. Todo es Él.
Veo los escuadrones nubosos, montando guardia en el
horizonte marino y lo percibo. Él está dentro y fuera.
Él me grita entonces: «Ven a mí a través de la belleza.»
Veo el error, el desánimo y la confusión en mis
hermanos, los hombres. Y lo percibo. Él está en el interior,
esperando que el amor los ilumine. Entonces me grita:
«Ven a mí a través de la misericordia.»
Veo a mi padre, muerto, con el rostro maquillado por
la paz. La paz de los hombres buenos. Y percibo la sonrisa
de Dios y su cálida voz: «Ven a mí sin miedo.
Ven de la mano de la esperanza.»
Sí, la clave es sentir.
EL INSTANTE MAS ESPECTACULAR
La intuición. En alguna parte lo he escrito: «Ese ángel-mujer que siempre pasa de puntillas.»
¿Por qué siento que todo esto es cierto? Al menos, merecería la pena que lo fuera.
La siguiente «conversación» —digo yo— fue casi inevitable. Otra de las frases leída por Iván se me antojó vital:
«He despertado en un mundo nuevo. »Mi padre fue siempre un enemigo natural de la mentira. Como la mayoría de los hombres sencillos compensaba su escasa preparación cultural con un talante limpio y transparente. Sencillamente, aborrecía los rodeos y la palabrería de los intelectuales. Si jamás mintió en vida, ¿por qué iba a hacerlo ahora? Así que, ni corto ni perezoso, solicité detalles sobre ese «mundo nuevo».
—¿Por qué mencionaste la palabra «despertar»? ¿Se trata de una metáfora?
—No. Cuando dije «he despertado en un nuevo mundo» estaba ajustándome a la verdad. Te lo repito: morir es entrar en un dulce y benéfico sueño. Después, uno abre los ojos y está allí.
—¿Allí? ¿Dónde?
—Te lo acabo de decir. En un mundo distinto, nuevo para mí.
—Pero no entiendo. Si estabas muerto, ¿cómo puedes volver a la vida?
—Querido hijo, también os dije que, al despertar, estaba siguiendo un camino como jamás podríais imaginar. Pero sólo estoy en el principio. La carrera hacia el Jefe es muy larga. No pretendas, pues, que te revele lo que todavía no sé. La vida es una exclusiva de Dios. Sólo El conoce el misterio, el cómo, de ese «despertar».
—Pero bueno, si en verdad estás VIVO
—y yo lo creo—, algo sabrás, algo te habrán dicho.
—Muy poco, pero suficiente.
—Cuéntame.
—Trataré de simplificar. Según mis noticias, cuando «entras en el ascensor», cuando la muerte cierra tus ojos, cuando todo termina, «alguien» se hace cargo de lo único que perdura. Y lo custodia hasta el instante de la resurrección.
—Un momento. Creo que me he perdido. ¿Quién es ese «alguien»? ¿Qué es lo único que perdura?
—Empezaré por tu última pregunta. Pero antes te recordaré algo que ya sabes:
Dios no deja nada al azar. Todo está previsto. Todo obedece a un plan. Un proyecto nacido del AMOR. Pues bien, lo que a mi me ha sucedido, lo que tú también vivirás, lo que ya han experimentado miles de millones de seres humanos, forma parte de ese espléndido y esperanzador plan. ¿Y qué dice ese plan? También te lo dije: ¡somos inmortales!
—Ahora eres tú el que se está perdiendo.
—No, mi querido e impaciente hijo. Y respondo a tu pregunta. Lo que perdura, lo que jamás desaparecerá, es tu alma inmortal., y tu memoria. Ambas —no me preguntes cómo— son rescatadas al penetrar en el «ascensor». Ese es el «procedimiento». Y así se sigue, desde siempre.
—¿Y quién se ocupa de semejante «rescate»?
—Del alma —y continúo simplificando—, un ángel. De la memoria, «alguien» que te habita y de quien has escrito en muchos de tus libros.
—No caigo.
—A veces, cuando hablas de Él, echas mano de un encendedor. Prendes la pequeña llama y la utilizas como ejemplo.
—¡La «chispa» divina!
—Correcto. El gran regalo de tu Jefe.
Su misteriosa presencia en cada corazón. Lo que, en definitiva, te convierte en un Dios.
—¿Él custodia mi memoria?
—El la mantiene y la preserva.
—Pero ¿por qué la memoria?
—Es la base del conocimiento y de la inteligencia. Sin ella no serías tú.
—¿Insinúas que, una vez muerto, al despertar en ese nuevo mundo, recordaré todo lo vivido en la Tierra?
—No insinúo: afirmo. Pero te equivocas en algo. Esa especie de caja de caudales que guarda toda tu vida sólo conserva «lo que merece la pena».
—¿Podrías ser más explícito?
—En ese plan maravilloso que te mencionaba no caben las sensaciones y los recuerdos propios de la naturaleza animal en la que ahora estás encarcelado. Tu memoria sólo seleccionará aquello que te fue útil en vida, todo lo que ennobleció y elevó tu condición humana. En definitiva, como te decía, el oro y la plata de tu existencia.
—¿Puedo preguntarte algo personal?
—Puedes. Otra cuestión es que responda.
—Y tú, ¿qué recuerdas ahora?
—Mucho y muy bueno. Por ejemplo:
las caricias y el amor inmenso de tu hermana en aquellos últimos días, en la clínica. Tu alegría, tus besos, tus palabras cuando regresabas a casa. La lectura de un libro. Casi siempre los tuyos. Mis nietos. La mirada limpia de Iván. No sé. Son tantas cosas.
—le has emocionado.
—Sí, claro. Aquí, aunque no lo creas, no existe el disimulo. Eso pereció también con el cuerpo.
—Hablabas al principio de una resurrección. ¿Forma parte del plan?
—Digamos que fue el instante más espectacular. A ti te encantará.
—Pero ¿de qué estás hablando?
—De lo prometido por tu Jefe. ¿Qué pensabas? Por lo que veo, por lo que sé y lo que intuyo, tu querido y admirado «socio» nunca habló por hablar. Él dijo que resucitaríamos y aquí me tienes: ¡resucitado!
—¿En cuerpo y alma?
—En cuerpo y alma.
—Pero ¿cómo?
—Te lo dije: no conozco los detalles. Es muy pronto para mí. Supongo que existe una «técnica». Sé que esa palabra te gusta, pero ten paciencia. Además, ¿qué puede importarte ahora? Lo que cuenta es el resultado. Aquí me tienes. ¡VIVO!
—Veamos si lo he entendido. Dices que un ángel custodia tu alma inmortal.
—Correcto.
—Y que la memoria queda en poder de la «chispa» divina.
—Exacto.
—Y de pronto despiertas.
—Justo en el instante en que ambas vuelven a encontrarse. Es entonces —al quedar ensambladas— cuando resucitas. Y eres tú. Ése es el plan. Mejor dicho, el principio del plan.
—¡VIVO! Entonces eres un espíritu.
—Nada de eso, jovencito. Cuando despiertas, cuando vuelves a la VIDA —a la verdadera—, cuando el gran Dios te resucita, ahí estás tú., con un nuevo cuerpo.
—Eso me interesa.
—Lo sé, pero yo también cumplo órdenes. ¿O crees que estas «conversaciones» son gratuitas?
»Ahora sería bueno que dejaras la pluma y meditaras sobre lo dicho. Que Dios te guarde.
REFLEXIONES
«¡Somos inmortales!»
Poco importan los dogmas, las amenazas religiosas y
hasta los profetas. Él lo dijo. Lo anunció. Lo demostró.
Esto sólo es el principio de una larga y venturosa marcha
hacia nuestra auténtica patria. Estamos empezando.
Y tras el dulce sueño de la muerte, la VIDA.
Un «despertar» con memoria, con un pasado sublimado
y, sobre todo, con la VIDA por delante.
Eso sí es un Dios. Eso sí es un Padre.
Y me pregunto: cuando llegue mi hora, cuando tome el
«ascensor», ¿cuáles serán mis recuerdos?
¿Qué permanecerá en esa depurada «caja de caudales»?
¿Quizá mis sueños? ¿Quizá el hombre que siempre quise
ser y apenas fui? ¿Quizá mis pensamientos?
¿Quizá las buenas intenciones, segadas muchas veces en el
mismísimo huerto de la imaginación? ¿Quizá la escasa y
casi siempre forzada colección de sonrisas que acerté a
reunir? ¿Quizá aquel beso a tiempo? ¿Quizá alguna que
otra renuncia? ¿Quizá lo que compartí? ¿Quizá los sabios
silencios? ¿Quizá los fugaces relámpagos del amor?
Quién sabe.
Lo cierto es que «despertaré». Él lo dijo y yo lo creo.
¡Es mi «socio»!
«YO, AHORA, NO SOY TU PADRE»
Esta vez no esperé. A la mañana siguiente, y cuaderno de campo se hallaban dispuestos e impacientes. El asunto del «cuerpo» —el nuevo cuerpo— me tenía obsesionado. ¿Qué había querido decir? La «voz» fue muy precisa: nada de espíritu.
«Cuando el gran Dios te resucita, ahí estás tú., con un nuevo cuerpo.»
Sin embargo, en esa mágica «conexión», no arranqué por donde imaginaba y deseaba. Quizá lo repita en otras oportunidades:
estas «conversaciones» parecían total y absolutamente «dirigidas». No era yo quien escribía. «Alguien» mas grande y más sabio guiaba y modulaba corazón y pensamientos.
Y empecé, como digo, por un asunto casi olvidado.
—¿Cumples órdenes? ¿Qué has querido decir?
—Lo que has entendido. Estas «conversaciones» son una excepción. Aquí, en la nueva VIDA, en este nuevo mundo, no está permitido ningún tipo de contacto con los mortales. Es la Ley.
—Pues yo sé de casos en los que los muertos se han presentado a los vivos.
—Excepcionalmente, querido investigador. Lo habitual no es eso. La norma dice otra cosa: nadie regresa. Y te diré mas: nadie lo desea. Aquí, vosotros sois casi irreales. Por lo que voy percibiendo, esa etapa humana termina convirtiéndose en un recuerdo cada vez más difuso. Es lógico. Tu mundo, tu existencia, es un suspiro. le lo dije: la VIDA empieza ahora. La auténtica realidad no es la tuya. Aquí he empezado a comprenderlo., y a verlo. Eres inmortal y eterno. Pues bien, ¿qué puede representar tu vida en la carne —apenas un segundo de tu tiempo— respecto a una eternidad? ¿Cuál es entonces la realidad? ¿lu frágil e insignificante segundo o lo que yo he empezado a VIVIR? Recuérdamelo en su momento. Recuérdame que te hable de la verdadera realidad: la del espíritu. Ése será tu futuro y definitivo estado. Ahí sí permanecerás.
—¿Y qué sentido tienen esas «presencias » o « manifestaciones» excepcionales?
—Sólo hablo por mi mismo, aunque imagino que todas responden a una finalidad común: sembrar la esperanza. Confirmar con pruebas físicas y visibles lo que ya sabéis, lo que se os ha repetido hasta el aburrimiento, lo que muchos imagináis: ¡hay VIDA después de la muerte!
—En otras palabras: concienciación.
—Sí, y te adelantaré un pequeño secreto:
tú, como otros muchos, eres un instrumento al servicio de ese plan.
—Entiendo. Por eso decías que «estas conversaciones no son gratuitas.».
—Por eso., y por «algo» mas.
—Cuenta, hombre, cuenta.
—Lo siento. De ahí no puedo pasar. Aquí son muy estrictos.
—¿No puedes hacer trampas? Eres mí padre.
—Ni puedo ni quiero, jovencito. En cuanto a lo segundo, veamos cómo te explico., sin lastimarte.
—¿Las timarme?
—Presta atención y no me interrumpas, por favor. Lo que intento comunicarte, lo se, herirá tu corazón, pero conviene que lo sepas y que te vayas haciendo a la idea. Es más: al igual que tú, otros muchos, al saber de estas «conversaciones», deberán reflexionar sobre lo que voy a transmitirte. No lo olvides: cumplo órdenes.
—Me estás asustando.
—No lo creo. A ti sólo te asustan las mujeres.
—Y tú, ¿cómo sabes eso?
—Yo, ahora, te veo por dentro y por fuera. Pero no me interrumpas.
»Te lo diré sin rodeos: yo, ahora, no soy tu padre.
—Claro. Estás muerto.
—Si continúas interrumpiéndome, corto la «conexión».
—Perdón.
—Te lo diré una vez más. Lo que ha desaparecido es una simple y poco valiosa «envoltura». Es decir, ¡sigo VIVO! Habla, pues, con propiedad. Lo que ha muerto es sólo un «traje». Miento. En realidad no ha muerto. Sencillamente, cumplió su ciclo y se agotó. Dicho esto, volvamos a lo que importa. Al principio, al poco de «despertar», la nueva situación me dejó perplejo. Pero la realidad se impuso. Y ahora lo entiendo. Aquí, en la nueva VIDA, en la definitiva, no existen los lazos familiares que tú conoces. No son necesarios. Aquí no hay padres, esposos o hijos. Eso sólo forma parte de la primera y breve etapa en la carne. Pero no te alarmes. Ahora, lógicamente, tu concepción de la realidad no te permite asimilarlo. Cuando llegue tu hora, cuando pases a este lado, cuando inicies la gran carrera hacia el Padre, cuando empieces a prepararte para alcanzar tu forma definitiva —la del espíritu—, entonces, sólo entonces comprenderás lo que te estoy adelantando. La forma espiritual —tan física y real como la tuya o la mía— es eterna. No muere jamás. No precisa ya de la reproducción sexual o de los lazos familiares, tal y como tú los interpretas en estos momentos. En ese estado —el definitivo—, el AMOR es de otra naturaleza. Yo no lo he experimentado todavía. Te lo dije. Estoy en el principio, pero sé un poco más que tú.
—Creo que te he entendido, pero no logro hacerme a la idea. Tú siempre serás mí querido y añorado papá.
—Sólo ahí, sólo en la carne. Después, como te digo, al «despertar» en este nuevo mundo, lo aceptarás sin dificultad.
—Lo dudo.
—Créeme. Sabes que nunca miento. Aquí te aguardan unos sentimientos como jamás hayas imaginado. Aquí, el AMOR lo llena todo. Pero es un AMOR con mayúsculas. No hay palabras para describirlo. Yo, al menos, no las conozco. No hay posibilidad de comparación. Todo se queda corto. Casi ridículo. El amor que os tuve en la Tierra —y fue mucho— es sólo una pobre caricatura. Y esto, insisto, sólo es el principio. Más adelante, cuando logre, al fin, mi definitiva forma —la del espíritu—, ese AMOR será mi propia esencia. Y convertido en AMOR continuare —continuaremos— la gran aventura.
—¿Continuaremos? Eso quiere decir que me esperaras.
—Querido jovencito, aquí, respirando ese AMOR, no hay «antes» o «después». La palabra «esperar» no es correcta. Yo prefiero «estar». «Estaremos.»
—¿Estaremos juntos?
—Estaremos. Este AMOR hace prodigios. Punto final, por ahora.
—Pero yo quería preguntarte.
—Recuerda: cumplo órdenes. Piensa un poco en lo que acabas de escribir. Imagina, si puedes, ese increíble AMOR., con mayúsculas.
¡Feliz imaginación, jovencito!
REFLEXIONES
«¿Un AMOR con mayúsculas?»
No sé. No puedo. No tengo palabras. Si apenas conozco el
amor humano, ¿cómo pensar, cómo atrapar, cómo
imaginar el otro, el auténtico, el real, el definitivo?
¿Qué es para mí el AMOR?
No importa. ¡Inténtalo!
Sí, puede ser la sabiduría plena, la posesión de la Verdad,
esa diosa que habitó la Tierra una sola vez.
Sí, puede ser un corazón sin fisuras ni conflictos,
derramado en cada mirada.
Sí, puede ser la posibilidad de vestirme de estrellas.
Cada día, una constelación. Cada noche, una galaxia.
Si, puede ser la paz interior, esa capa dulce y cálida del
buen Dios, cubriéndome, cubriéndome, cubriéndome.
Sí, puede ser el sueño de un ángel —el sueño de mi
padre—: «estaremos».
Sí, puede ser —tiene que ser— «Ab-bá», mi verdadero
Padre, mi querido y único Destino.
Sí, tiene que ser mucho mas.
«¡Un AMOR con mayúsculas!»
«MAT-1»
Fui acostumbrándome. En estas mágicas «conversaciones», el orden siempre fue cosa suya. Cada tema, cada asunto, surgió «en su momento». Yo, previsor, enfermo del dato, había trazado un plan y una larga lista de preguntas. Inútil. Cada «encuentro» fue una sorpresa. Y terminé resignándome. Así ocurrió en la quinta «charla».
—Ayer decías que la «forma espiritual es tan física y real como la tuya o como la mía». Y recuerdo también que, al insinuar si eras un espíritu, lo negaste. Hablaste de un cuerpo.
—Sí, tu tema favorito.
—Compréndeme. Todavía soy humano. Eso de un «nuevo cuerpo» es muy fuerte.
—Creo que voy a decepcionarte.
—No me digas que hablabas en metáfora.
—Nada de eso, jovencito. Mi nuevo cuerpo es tan físico y real como el tuyo. Decía que voy a decepcionarte porque, en el fondo, la información que deseas. ya la tienes. Yo mismo la leí en vida, en uno de tus libros.
—¿MAT-1? ¿Eso eres ahora?
—No, acabo de estrenar MAT-2.
—¡Ay, Dios ¡no me digas que lo que estoy pensando es lo que tú estás pensando.!
—Contigo nunca se sabe, pero creo que sí. Sólo te lo diré una vez, aunque lo conoces perfectamente: Dios te tiene un especial cariño. Y yo, ahora, me siento feliz y orgulloso por ello. En otras palabras: lo que escribes no es casualidad. Esto mismo, estas «conversaciones», también estaba previsto. Como decía tu «socio».
—Sí, «el que tenga oídos.».
—Eso, «que oiga».
—Bien, de acuerdo, está escrito. Pero me gustaría oírtelo decir. Cuéntame. Sales del «ascensor», «despiertas» y...
—Abro los ojos y no veo la habitación de la clínica. Tampoco a las enfermeras. Ni rastro de Nelly, ni de Iván. Tampoco estás tú.
—Pero ¿qué ves?
—No seas impaciente. Te lo estoy contando. Es un lugar enorme, de techo alto. Un edificio enteramente de cristal.
Hay luz, pero muy suave. No sé de dónde procede, pero lo inunda todo. Alguien me está mirando. Sonríe. Está de pie, junto a la cabecera de mi cama. Bueno, no debería utilizar esa palabra. En realidad no es una cama. Recuerdo que no me extrañó. No me preguntes cómo, pero sabía lo que era. Era un lecho amplio, mullido y cálido. Lo acaricié un par de veces. Compréndeme. Me fallan las palabras. Te hablo de una realidad que no es la tuya.
—No importa. Continua.
—Ese ser, esa «persona», siguió mirándome. Tenía un rostro humano, pero bellísimo. Perfecto. Todo él era humano. En su mirada, sin embargo, había algo especial. Parecía conocerme de toda la vida. Y me envolvió en esa misma paz que ya experimenté al entrar en el dulce sueño de la muerte.
No habló, pero su voz llegó clara y acariciadora hasta mi.
«Vamos, José, incorpórate. ¡Bienvenido a la VIDA!»
—¿Quién era?
—Aquí los llaman «recibidores». Cada uno tiene el suyo. Son seres muy especiales. No puedo decirte más.
—¡Qué extraño! Siempre pensé que tus padres, tus familiares y amigos estarían ahí, para recibirte.
—Eso son leyendas. Mis padres y amigos, todos los que me precedieron en el sueño de la muerte, se encuentran, lógicamente, «muy lejos». Pero no te alarmes. Todo está previsto. Después sí fue posible ese increíble y hermoso encuentro.
—¡Por Dios, no te distraigas! Te incorporaste y.
José Benítez, a ios veinte años. Imagen correspondiente —según él—
al «cerpo» recibido tras la muerte: «MAT-1.»
—Al principio no reparé en el cuerpo. ¿Cómo explicarte? Todo era normal, idéntico a lo vivido antes de la muerte. Respiraba. Podía moverme. Sentir. Mis manos, mis piernas., todo era igual. Aparentemente nada había cambiado. Fue al ponerme en pie cuando empecé a notar que era yo, si, pero mucho más joven. Mi acompañante, entonces, sin perder aquella maravillosa y acogedora sonrisa, asintió con la cabeza. ~Qué susto, hijo mío! ¡Tenía pelo!
—¿Pelo? Pero ¡si eras calvo!
—Lo que oyes. ¿Y qué decirte de la figura? ¡Un junco! Alto, delgado.
—¿Estás seguro de que eras tú?
—El mismo, pero con la estampa de los veinte años. Por ahí debes de tener una fotografía de aquel tiempo.
—¡MAT-1!
—Así es. Después, poco a poco, fui informado de los «detalles».
—Soy todo oídos.
—¡Ojo, querido! Mi revelación tiene un límite. Digamos que, en cierto modo, llevabas razón cuando, al describirlo en Hermón, suponías que este nuevo cuerpo era mitad materia orgánica —similar a la tuya—, mitad «sustancia espiritual». Una sabia y prudente combinación que permite una natural transición hacia la futura y definitiva forma espiritual. Alguien lo definió muy bien: un cuerpo «glorioso».
—¡Mitad materia, mitad espíritu!
¡MAT-1!
—Más o menos. Déjalo ahí. Es suficiente, por ahora.
—Es decir, un cuerpo de verdad. Físico. Visible. Que yo podría abrazar.
—Físico y visible, sí, pero en otra «realidad» diferente a la tuya. Lo siento. Sin la debida «autorización», ningún mortal puede vernos o tocarnos.
—Y tú, ¿puedes yerme?
—Perfectamente., pero sólo con la debida «autorización». Creo habértelo mencionado. Nadie regresa a tu mundo. Es la Ley.
—Entonces, esas historias de almas en pena, vagando por la Tierra.
—Eso, historias. La verdad es más simple y hermosa. Todos, al morir, «despertamos» en esa sala de resurrección, en ese fantástico edificio de paredes de cristal. Y comienza la aventura. Es el pistoletazo de salida en la gran carrera hacia el AMOR.
—¡Con un cuerpo físico! No es eso lo que prometen las religiones.
—¡Ah!, ¿y qué prometen?
—Un salto directo, sin red. Un salto de la materia al espíritu puro.
—Atiende, jovencito. Mira a tu alrededor y dime: ¿crees que tu Jefe y socio es un insensato? ¿Cómo actúa la Naturaleza? ¿A saltos bruscos o lenta y gradualmente?
—Evidentemente, con paciencia.
—Pues con más razón en algo tan sagrado como la evolución de sus queridos hijos. Saltar, como tú dices, de una naturaleza prácticamente animal a otra realidad —la del espíritu— no sería aconsejable, desde ningún punto de vista. Te lo repito: aunque no lo comprendas, hay un orden. Dios —te lo aseguro— es mucho más minucioso que tu. ¡Y ya es decir!
—Por cierto, olvidaba preguntártelo: ¿lo has visto?
—¿Ver? ¿A quién?
—Al buen Dios. Esas mismas religiones aseguran que, al morir, te estará esperando.
—Ese asunto merece una «conversación» extra. Recuérdamelo en la siguiente.
—¡Qué mala leche!
REFLEXIONES
«Dios es mucho más minucioso que tú. »
Sí, no había reparado en ello. La Creación exige tanta
imaginación como sensatez. Todo es gradual. Mira a tu
alrededor y dime: ¿es «Ab-bá» un Dios sensato?
La noche siempre espera. Primero cambia de túnica.
Despide a la luz con sus galas rojas, las más adecuadas.
Después busca el negro y así gobierna. Es lo prudente.
Sólo así —de negro— son posibles los sueños.
El bebé siempre espera. Primero indefenso. Necesitado de
amor. Y así crece. Envuelto y adiestrado en el amor. Más
adelante no será necesario que se lo expliquen. Caricias,
besos y ternura han penetrado lentamente en su vida.
Es lo prudente.
La rosa siempre espera. Primero sepultada. Negra en el
féretro de la tierra. Después, sin prisas, verdea vertical y
femenina. Y un día, compartiendo el secreto de la vida, se
presenta roja, blanca o amarilla. Es lo prudente. También
la belleza es gradual.
La muerte siempre espera. El hombre, primero, debe
gustar la vida. Debe saber y entender que nunca
regresará. Debe apurar los sueños, el amor y la belleza.
Es lo prudente. Después, al otro lado, la noche,
AMOR y la belleza serán de otra naturaleza
«Ab-bá» es un Dios sensato. Muy sensato.»
UN DIOS SENSATO
Sexta «conversacion».
Mi padre fue directo. En realidad, así fue en vida. Y asistí a una revelación que —supongo— no será del agrado de muchos.
—Te preguntaba si habías visto a Dios.
—¿Y por qué iba a verlo?
—Eso tiene gracia. Se supone que, al morir, Él está ahí, en el comité de recepción.
—Entiendo. Eso es lo que «venden» las iglesias.
—Y bien.
—¿Recuerdas la última «charla»? ¿Qué te dile? Tu Jefe, sobre todo, es un Dios sensato.
—Sigo sin comprender.
—Veamos si soy capaz de describirte la situación. Aquí, en este nuevo mundo, aunque mi realidad no es la tuya, sólo estoy en el principio. Mi cuerpo, y cuanto me rodea, son distintos, pero muy aproximados a lo que tu conoces.
—Me lo dijiste: MAT-l.
—Correcto. Y también te adelanté que esta realidad, y las que me aguardan, son una preparación. Mi verdadero destino —el
tuyo y el de todos los mortales— es dejar atrás la materia y conquistar la forma definítíva: la del espíritu. Sólo entonces estaré en condiciones de estrechar la mano de tu Jefe.
—¡La forma del espíritu! ¿Es que un espíritu tiene forma?
—Por lo que ahora sé., sí. Y debe de ser tan real, tan física, como la tuya o la mía. Más aún: ésa; la del espíritu, es la auténtica realidad. No te alarmes, pero tú, como criatura mortal, eres una excepción. La materia no es lo habitual en la casa del Padre. Te lo dije: vosotros, para la inmensa creación espiritual, sois casi como fantasmas. Algo irreal que se olvida fácilmente. Tú consideras que un cuerpo precisa de un espíritu. Pues bien, aquí empezamos a pensar lo contrario: es eí espíritu el que, al principio, en la breve etapa de la carne, necesita de un cuerpo.
—¡Dios bendito! Aquí, muy pocos piensan en eso.
—Es normal. La carne, la naturaleza animal, es densa. No te culpes. No te atormentes. Es el plan. Primero debes vivir la experiencia que te ofrece la materia. Hazlo intensamente. Hazlo a cada momento y con sentido común. ¡VIVE! Y hazlo así porque, sencillamente, no tendrás otra oportunidad. Después, cuando «despiertes» en este nuevo y magnífico mundo, cuando te conviertas en MAT-1, la mayor parte de las vivencias que ahora tienes y disfrutas. no se repetirán.
—¿Y qué tiene que ver todo esto con el hecho de no ver a Dios después de la muerte?
—Creí que lo habías entendido.
—Sólo soy materia.
—El «Sordo» tenía razón. En realidad eres un descarado.
—No te escapes. ¿Por qué el Jefe no está en el comité de recepción?
—Te lo diré de otra manera: ¿qué sucedería si pudieras pisar el sol?
—Ardería. Me desintegraría.
—Lógicamente, eso no sería sensato ni aconsejable. El sol está ahí, a una distancia prudencial. Te ilumina. Te da calor y te mantiene, pero, en tu actual forma, tratar de alcanzarlo sería un absurdo y un imposible.
Pues bien, el gran Dios es mucho más que un sol. Para llegar a Él hay que despojarse primero de estas primitivas e iniciales formas. Insisto, jovencito: todo obedece a un plan. Un proyecto sensato, minuciosamente calculado y permanentemente alimentado por el AMOR.
—¡Qué decepción!
—No, querido. ¡Qué gran esperanza! Ahora empiezo a verlo con claridad. VIVIR es una aventura. Conviene saborearía. Déjame buscar a tu Jefe. Déjame que lo descubra poco a poco. Déjame que encuentre mi verdadera forma —la del espíritu— y que Él me guíe. Al final —lo sé— estrecharé su mano, como tú dices. Pero sólo en su momento.
—Y ahora, papá, ¿cómo te imaginas a Dios? Algo te habrán dicho.
—Sí, algo sé. Y puedo adelantarte que sólo los poetas se aproximan un poco. Muy poco.
—Cuéntame.
—No, imagínalo tú. Mañana te diré si has acertado.
»¡Felices sueños! ¡Feliz imaginación!
REFLEXIONES
«Imagínalo tú. Imagina a Dios.»
¿Cómo hacerlo? ¿La materia soñando un imposible?
Sí, eso es Dios.
¿Cómo hacerlo? ¿Un corazón mecido por la confianza?
Sí, eso es Dios.
¿Cómo hacerlo? ¿Un despertar sabiendo que puede ser el último?
Sí, eso es Dios.
¿Cómo hacerlo? ¿Un instante, vencido por la compasión?
Sí, eso es Dios.
¿Cómo hacerlo? ¿Una mirada amiga para el enemigo?
Sí, eso es Dios.
¿Cómo hacerlo? ¿Volver a empezar?
Sí, eso es Dios.
¿Cómo hacerlo? ¿Jugar a esperar?
Sí, eso es Dios.
¿Cómo hacerlo? ¿Buscarlo en el «Dios proveerá»?
Sí, eso es Dios.
¿Cómo hacerlo? ¿Cómo imaginar a Dios?
No te esfuerces: Tú eres Dios.
LO «POQUÍSIMO» QUE SÉ SOBRE ÉL
Mi padre no era así. Algo sublime lo ha cambiado.
Mi padre jamás manejó esos conceptos y palabras. Sólo fue un humilde chófer. Algo sagrado lo ha llenado.
Mi padre nos sacó adelante, sí, pero fuimos nosotros los que estudiamos. A él le bastó y sobró con vernos. Entonces, ¿cómo explicar estas «conversaciones»? Sólo tengo una respuesta: en efecto, VIVE en otra realidad, en otro mundo.
—Acierto pleno, jovencito.
—Por cierto, ¿qué me dices de las últimas reflexiones? ¿Es así tu Jefe?
—Así., y mucho más. Si quieres, te hablo de Él. Mejor dicho, de lo poco que se de Él.
—En este caso, un «poco» es mucho, ¿no crees?
—La verdad te asustaría. En mi situación, aunque parezca increíble, ese «poco» es «poquísimo».. Pero en eso radica la magia y el atractivo de la gran carrera que acabo de estrenar. Descubrirlo es el fin. No hay otra meta más santa.
—¿Y cuál es ese «poquísimo»? ¿Qué sabes del Jefe?
—Ahora sí tendré que expresarme en metáforas. Las palabras son estatuas.
»EI buen Dios es tan grande que, sin moverse, le da velocidad a la luz.
»Tan grande que a su sombra la llaman espacio.
»Tan grande que, más allá de lo creado
—en lo increado—, su pensamiento ya esculpe la nada.
»Tan grande e inmenso que el tiempo va y viene, al compás de su respiración.
»Tan grande que los universos sólo son un día de fiesta para Él.
»Tan grande que sus innumerables criaturas sólo son la consecuencia de un breve sueño.
»Tu Jefe, querido hijo, es tan sabio que siempre supo el final.
»Tan sabio que se dijo: «Venid a mí.»
»Tan sabio que ya prepara el principio de la segunda Era.
»Tan sabio que espera, sentado en lo más íntimo de la materia y de la no materia.
Tan sabio que te hace ver y tocar una ilusión.
»Tan sabio que te da voluntad para hacer su voluntad.
»Ese Dios es, sobre todo, imaginativo. He ahí su auténtico poder.
»Tan imaginativo que, en su obra, sólo lo curvo es prioritario.
»Tan imaginativo que, cuando piensa, lo hace en matemáticas.
»Tan imaginativo que jamás se repite.
»Tan imaginativo que sostiene y gobierna sin papeles.
»Tan imaginativo que cabe en tu imaginación.
»Tan imaginativo que da alas a tus años y nombres a tus sentimientos.
»Tan imaginativo que, cada nuevo día, siempre es una promesa.
»Pero Dios, queridísimo hijo, es AMOR. Ni el poder, ni la sabiduría, ni la imaginación existirían sin el AMOR.
Tu Jefe es tan amoroso que te imagina por placer.
»Tan amoroso que —en el misterio de los misterios— se arranca de sí mismo y te invade. ¿Recuerdas?: «Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza. »
»Tan amoroso que te acompaña en silencio, como la luz de un minero.
»Tan amoroso y discreto que sólo habla cuando tú le hablas.
Tan amoroso que pisa donde tú pisas:
en el barro de las miserias y en la luz de los aciertos.
»Tan amoroso que sólo lleva la cuenta de tus emociones.
»Tan amoroso que te ofrece sin necesidad de pedir.
»Tan amoroso que no sabe, no necesita de la justicia.
»Tan amoroso que, sin pedirlo, sin merecerlo, te regala la inmortalidad.
Tan amoroso que, pensando en ti, derrocha colores y galaxias.
»Tan amoroso y protector que no duda en confiarte a la imperfección.
»Tan amoroso que, a la menor señal, cuando lo descubres, cuando lo intuyes, cuando al fin dedicas tu vida a su búsqueda, El te entrega tus primeras alas.
»Tan amoroso, en fin, que cada día te entrena para morir.
»Esto, querido hijo, es lo «poquisirno» que sé sobre El. Pero mañana, seguramente, sabré algo más. Te lo dije: estoy en el principio.
»Que tengas un feliz mañana.
REFLEXIONES
«Dios, sobre todo, es AMOR»
¡Qué extraño concepto! Yo sólo conozco (?) ese otro amor,
con minúsculas.
¿Y cómo es mi amor?
¿Acompaña a los míos, en silencio? No, siempre truena,
dejándose oír estúpido y pretencioso.
¿Sólo habla cuando ellos me hablan? No, mi amor es un triste
monólogo. No escucha ni quiere escuchar.
¿Comparte mi amor los errores o los aciertos de los demás?
No, siempre los evita. A lo sumo, los contempla indiferente
y a distancia.
¿Lleva mi amor la cuenta de las emociones?
No, sólo las posesiones.
¿Es que soy capaz de ofrecer antes de que me pidan?
No, por Dios. Mi amor es calculador. Reacciona únicamente al
mecanismo del trueque.
¿Ignora mi amor la justicia? No, eso sería inimaginable.
Por mucho que ame, el que la hace, la paga.
«Tan amoroso que, pensando en ti, derrocha colores y galaxias.»
No, mi amor es tan frágil y desvalido que no entrega
Sólo absorbe.
Sí, verdaderamente estoy en el principio.
Mi amor no tiene alas.
ALGUNAS «PEQUEÑECES»
Algo me hizo insistir. Los detalles —no sé por qué— me fascinan. Mi padre —eso dijo— tenía ahora un nuevo cuerpo. Una «vestimenta», un «soporte físico», un «traje hecho a medida».
«MAT-1 .»
Y aunque parecía algo reacio a mis preguntas, en la siguiente «charla» lo intenté.
—Decías que, al «despertar», al ser resucitado, te sorprendió tu nueva forma. Habías «retrocedido» (?) a la de los veinte años. Ese era tu aspecto.
—Haces bien en entrecomillar el término. No fue un retroceso, pero te entiendo.
—No comprendo el porqué de esa elección. ¿Quién lo decidió? Tú, al parecer, no tuviste nada que ver.
—Es el plan, jovencito. Yo, en efecto, me lo encontré hecho. Pero acertaron.
Siempre aciertan. «Ellos» conocen tu vida. «Ellos» archivan cada sueño y sentimiento. «Ellos» saben cuál fue tu mejor y más redondo momento. Y te regalan esa forma: la más preciada o añorada.
—¿«Ellos»?
—Sí, aquí hay mucha «gente». Y toda al servicio del Jefe.
—Comprendo. ¿Y dices que lo archivan todo?
—Cada existencia, querido hijo, queda registrada como una película. Nada se pierde. Y puedes verla y consultarla cuantas veces quieras. Es un interesante ejercicio.
»Pero te noto nervioso.
—Es que hay algo que quisiera aclarar, pero no me atrevo.
—Eso tiene gracia.
—Ya ves, las apariencias engañan.
—Te diré algo: la timidez, a tu edad, es
un destello que distingue y ennoblece. Empiezas a saber y a sentir. Por eso te ocultas. Por eso retrocedes. Por eso guardas silencio. Has levantado el vuelo y, cuanto más te elevas, más pequeño te juzgas.
—Pensaba que era una enfermedad.
—A tu edad, no. Observa a los necios.
En la vejez han triplicado su estúpida audacia.
»Y ahora, pregunta. ¿Qué es lo que te atormenta?
—En realidad, sólo son pequeños detalles.
—Lo suponía. Está bien, hagamos una excepción y descendamos a lo que te fascina. Me dicen que estoy autorizado.
—MAT- 1. Un cuerpo físico, mitad materia orgánica, mitad «sustancia espiritual». Así has aparecido en ese nuevo lugar. Y decías que esa forma es muy próxima a la humana.
—Correcto. Tan parecida que uno, al principio, cree estar todavía entre los mortales.
—Entonces., ¿hay comida y bebida?
—Sí, mi querido enfermo del dato. MAT-1 precisa también de un sustento energético. Pero ese alimento no es exactamente igual que el tuyo. Está pensado y diseñado para un cuerpo «glorioso». Toda una maravilla.
—Dame alguna pista. Alguna diferencia.
—No seas torpe. ¿Es que no lo imaginas? Te estoy hablando de un cuerpo que ha dejado atrás sus funciones más groseras y carnales. Estamos siendo entrenados para la verdadera VIDA: la del espíritu.
—Ahora caigo. Y el espíritu, obviamente, no precisa de papel higiénico.
—Blanca, tu mujer, tiene razón: a veces eres como un niño.
—¡Un alimento y una bebida sin desechos!
—¡Al fin!. ¿Algún detalle más?
—¿Funciones groseras y carnales? Déjame pensar.
—¡Ay, Dios!
—Veamos. Un cuerpo —MAT-1— sin necesidad de aguas mayores y menores. ¿Funciones carnales?
—¡Ay, Dios!
—¿Quieres decir que ahí, en ese nuevo mundo, tampoco hay sexo?
—Lo. estaba esperando.
—O sea, no hay sexo.
—Una de dos: o eres tonto o no escuchas cuando te hablo. Creo habértelo dicho. Aquí no hay lazos familiares. No hay esposos. La reproducción sexual no es necesaria. La muerte no se repite. Entiéndelo: ¡somos una única familia! El sexo forma parte únicamente de la vida en los mundos del tiempo y del espacio. Es el plan.
—Entonces, ¿tú qué eres: hombre o mujer?
—Eso no puedo desvelártelo. Cuando seas MAT-1 lo descubrirás. Y te aseguro que te hará temblar de emoción.
—Otra tontería. ¿Ahí se duerme?
—Claro. La materia orgánica, aunque modificada, necesita de la regeneración del sueño. Aquí, en los primeros estadios, en los mundos «MAT», como tú los llamas, el descanso es obligado.
—¿Y se sueña?
—Naturalmente, pero con una gran diferencia. Aquí, las ensoñaciones nunca son residuales. En este estado no existe el absurdo. Y tampoco el pasado. Los sueños, en «MAT», son una «escuela» extra. Pura información, para que me entiendas.
—¿Puedo continuar con las pequeñeces?
—Es una lástima, pero sí. Tú dirás.
—¿Y qué sucede con el resto de las «funciones carnales»?
—¿Dónde quieres ir a parar.?
—¿Te afeitas? ¿Te crece el pelo y las unas? Más aún: ¿se te cae el cabello? ¿Necesitas gafas? ¿Usas desodorante?
—¡Un momento, jovencito! ¿Me estás tomando el pelo?
—No, papá. Esto va en serio.
—Lo dicho: o no escuchas o eres más torpe de lo que suponía. No volveré a repetírtelo. Este cuerpo «glorioso» disfruta de una materia orgánica «modificada». Aquí no estás sujeto a las lógicas imperfecciones de la vida en la Tierra. ¿Queda claro?
—Clarísimo. Y lo siento por Blanca.
—Decías.
—Pues eso, ¡adiós a las peluquerías!
—Querido, no tienes remedio.
—Y hablando de «remedio», ¿me equivoco si afirmo que ahí tampoco hay farmacias ni servicios de urgencia?
—No pienso contestar a esa frivolidad.
—Lo preguntaba muy en serio.
—Lo sé, jovencito, lo sé. Fin de la comunicación. Si repasas la «conversación» verás que esa duda también fue satisfecha. Aquí, la muerte, el dolor y las enfermedades sólo son un remoto y difuminado recuerdo.
»Te dejo con tus felices pequeñeces. Disfrútalas.
REFLEXIONES
«Tu vida queda archivada.
Registrada como una película.»
¡Dios bendito! ¿Qué sentiré al verla? ¿He sabido VIVIR?
Recuerdo la ignorancia, cubriéndome como una segunda
piel. Una asignatura siempre pendiente.
Recuerdo los fracasos. Esa interminable colección de medallas.
Recuerdo el desamor. Un baño en mi propia sangre.
Recuerdo la desesperanza.,
devorándome al filo del camino.
Recuerdo también al Destino, dándome el alto,
obligándome a lavar la mirada.
Recuerdo entonces —desde ese instante— a un hombre
perplejo, con una súbita e inesperada carga de esperanza
entre las manos.
Recuerdo haberme levantado y haberme gritado en
silencio: ¡Nunca es tarde!
Recuerdo que entonces —desde ese instante— no he
medido. He regalado.
Recuerdo que de inmediato —acto seguido—, Él tiró de
mí, devolviéndome la paz, la confianza y la seguridad.
ahora, sí tiene sentido. Ahora VIVO. Ahora, a
partir de ahora, sí merece la pena recordar.
SOLTAR LASTRE
¿Pequeñeces? Para él, para mi padre, si. Y creo que lo entiendo. Para este pobre mortal, no.
Quién sabe las vueltas que le he dado. Desde entonces, desde aquella «conversacion», no ha pasado un solo día sin que medite sobre ello. Si fuera cierto, si esta supuesta locura no fuera tal, al «otro lado» me aguarda un cuerpo «MAT». No sé por qué, pero la definición me tiene cautivo. Me convence. Y forma parte ya de mi patrimonio. La intuición —ese «ángel-mujer»—, al abrir cada día la esperanzadora revelación, asiente feliz y satisfecha. Pero las dudas, como el oleaje, terminan borrándola. Y vuelta a empezar.
¿Dudas? Sí, a miles. Por ejemplo: ¿cómo conjugar un cuerpo MAT-1, una forma física similar a la de los veinte años, con una claridad mental como la que ahora disfruta mí padre? A mí también se me caen las palabras..,
Esta vez, la incógnita sí fue del agrado de la «voz».
—Tú, quizá, no eres muy consciente,
pero al formular esta pregunta, has planteado el objetivo clave, la razón de ser, del primer mundo en el que «despertarás» tras el sueño de la muerte. La existencia en MAT-1 tiene como destino básico la «limpieza» y «puesta a punto» del nuevo «motor» de tu inteligencia.
—Observo que recuerdas muy bien los viejos tiempos, cuando conducías camiones de pescado.
—No es fácil traducir esta realidad a los esquemas humanos. Hago lo que puedo.
—¿Y en qué consiste esa «puesta a punto»?
—Es un trabajo delicado. «Ellos» lo saben a la perfección y lo tienen muy bien planificado. Como te dije, al ser resucitado, salvo el nuevo cuerpo, todo, prácticamente, es una continuación de lo vivido en la Tierra. Aquí llegas con el lastre, con el plomo de los vicios, de las manías, de los defectos propios de una naturaleza animal. Aunque la memoria —también te lo adelanté— aparece depurada, la vieja personalidad debe ser limada y saneada. Es una condición indispensable para continuar la gran carrera hacia el buen Dios.
—Parece lógico y sensato.
—Así es y así figura a las puertas de la casa del Padre: «Bien venido, tú, un nuevo Dios. »
—Dices bien: un trabajo delicado. ¿ Cómo borrar de un plumazo tantos años de inercia y dependencia de la carne?
—En la escuela, jovencito.
—¿En la escuela?
—Sí y me adelanto a tu siguiente pregunta: existen unas «técnicas» —así lo llamarías tú—, pero no voy a desvelarías.
—Ya empezamos.
—Quédate con lo que verdaderamente importa. Ahí, en ese lugar prodigioso, de la mano de unos seres brillantes y cálidos, verás extinguirse todo lo que todavía te sujeta a la etapa humana.
—¿Puedes concretar?
—Con mucho gusto. Ahí, día tras día, comprobarás feliz y entusiasmado cómo los pesados residuos de la envidia, de la cólera, de la desconfianza, del miedo, de la soberbia, de la lujuria o de la mentira se alejan y distancian como los negros nubarrones de una tormenta de verano. Y te sentirás ligero. Mucho más despierto. Limpio como el clarear de un sol naciente. Infinitamente seguro. Con una paz y un AMOR que no puedo escribir en la pizarra de tu imaginación.
—Si eso es así, si es tal y como lo cuentas, entiendo por qué nadie regresa.
—¿ Regresarías tú?
—Probablemente sí., para contarlo.
—En cierto modo, ya lo estás haciendo.
—Entonces, eso es MAT- 1 .
—Sí y mucho más. Pero repito, quédate con lo esencial. La «puesta a punto», además, tiene otra no menos interesante finalidad. Algo que muy pocos conocen en tu mundo.
—¿Sorpresa?
—Espero que sí. Escribe: esa depuración, esa ducha divina, nos ayuda a ir venciendo la gravedad. Ahora, en tu actual estado, es posible que no lo comprendas, pero aquí, y en la larga carrera hacia la conquista de mi definitiva forma —la espiritual—, todo lo creado obedece y está sujeto a una gravedad muy diferente a la que tú conoces. No tengo mucha información, pero sé que la llaman la «gravedad del Padre». Es una fuerza que sostiene y arrastra. Una fuerza tan real y medible como la que equilibra los planetas. Es la gravedad de la que dependen los seres y los mundos espirituales. Me atrevería a decir que la «auténtica».
—¡Una gravedad «espiritual»!
—Sí, la fuerza que gobierna al «otro lado». Algunos, en tu mundo, la han intuido. Incluso, sin saber de su existencia, la han experimentado.
—¿Aquí?, ¿cómo?
—Observa a tu alrededor. Seguramente conoces a personas cuya espiritualidad es tan intensa y desarrollada que parecen ignorar la materia. No la necesitan. Prescinden diariamente de ella. Viven en «otro mundo». Hay casos de levitación física.
—Cierto.
—Esos seres privilegiados —aunque, como te digo, no lo saben— están mostrando y adelantando el futuro. El que yo tengo y disfruto.
—Veamos si lo he entendido. Quieres decir que, a mayor espiritualidad, menor dependencia de la gravedad.
—Correcto. Y aquí, en los mundos «MAT», te preparan para el definitivo cambio: anulación total de la gravedad terrestre y dependencia definitiva de la «gravedad del Padre».
—Me pregunto por qué los científicos humanos no la han descubierto.
—Es muy pronto. Pero algún día lo harán. De hecho, si te fijas, la ciencia ha asomado la nariz. Pero, impotente, se ha asustado.
—¿La ciencia? ¿Ha asomado la nariz?
—Lo llaman el «muro de Planck». Ahora mismo es eso, una pared que esconde la naturaleza íntima del átomo. Lo último. Lo más profundo en la esencia de la materia.
—¿Qué quieres decir?
—Muy simple: que la «gravedad del Padre» está ahí, detrás del «muro de Planck». Ésa es la «fuerza» clave. La matriz de todo. Una «fuerza» que hará temblar de emoción a los científicos. Ese descubrimiento, cuando llegue, abrirá de par en par una esperanzadora puerta. Una puerta apenas entreabierta por los expertos en física cuántica. ¿Me explico con claridad?
—La verdad es que me tienes desconcertado. Ahora también sabes de física.
—Te lo dije: el AMOR del Padre hace prodigios. ¿Queda satisfecha tu gran duda? ¿Entiendes ahora cómo un cuerpo «MAT», con la forma física de los veinte años, puede disfrutar al mismo tiempo de una inteligencia clara y experimentada?
—Lo entiendo., a medias. Pero lo creo.
—Con eso basta. Y ahora, por favor, sigue mi consejo: prescinde de la materia. Renuncia. Despégate. Experimenta el placer de ser atraído por la otra gravedad, la del Padre. Ensaya eí futuro.
» ;Feliz experimento!
REFLEXIONES
«Renuncia. Despégate. Ensaya la otra “gravedad”.Ensaya el futuro.»
¿Cómo hacerlo?
Y el Dios que llevo dentro replica:
«Simple. No codicies. No te dejes enroscar por la pitón de
las apariencias. Al “otro lado” llegarás desnudo y sin
tarjetas de crédito.»
¿Cómo hacerlo?
«Simple. No caigas en las arenas movedizas del “mañana
más”. Te tragarán sin haber visto ese “mañana”.»
¿Cómo hacerlo?
«Simple. No guardes. No acapares ni un gramo más de lo
que permita la caja fuerte de tu corazón.»
¿Cómo hacerlo?
«Simple. No envidies bajo ningún concepto.
La envidia es una cobra al cuello. Todos huirán de ti.»
¿Cómo hacerlo?
«Simple. No traiciones. No vayas por la vida con
muletas.»
¿Cómo hacerlo?
«Simple. No metas las manos en el avispero de la
mentira. La honradez es mucho más dulce.»
Ensaya el futuro. Ensaya ser hombre.
«LLORO POR LAS ESTRELLAS, MI VERDADERO HOGAR»
La nueva revelación —espero no estar exagerando— me dejó perplejo.
¡Una gravedad distinta! ¡Tan física y medible como la única que conocemos! ¡Pobres mortales! Nos aupamos, estúpidos y engreídos, hasta el altar de la ciencia y creemos saberlo todo.
¡Un universo «espiritual» con sus propias leyes! ¡Otra realidad!
—La única a la que debemos calificar de verdadera —se adelantó la «voz», arruinando mis planes y lo previsto para la siguiente «conversación». Pero fui dócil y dejé que él pilotara las palabras—. Una realidad infinita, con sus leyes inmutables, tan sagradas y sabias como las que rigen tu universo visible. Una realidad, queridísimo hijo, que apenas puedes percibir en la carne.
—Entonces, ¿qué somos?
—Como parte del plan divino, mucho. Como parte de la auténtica realidad, de momento, muy poco. No lo olvides: ahora te hablo con conocimiento. Ahora lo sé y lo veo.
—No entiendo.
—Hace cincuenta y tres años fuiste imaginado. Él lo hizo y ahí estás. Él te sacó de sí mismo, de la verdadera realidad. Tu origen, por tanto, no es el mundo en el que vives. Tu patria —la genuina— es otra. Eres un ciudadano de rango espiritual. De hecho, al imaginarte, Él te marcó a fuego con el sello de la inmortalidad. Un sello exclusivo del espíritu. Y estás condenado a regresar, a ser feliz. Tu destino es un maravilloso y esperanzador «círculo». Has partido del universo espiritual y a él volverás., irremisiblemente. Como parte del plan divino, ya ves, eres mucho.
»Ahora bien, en estos momentos, en ese suspiro que es la vida en la carne, eres poco, muy poco, si lo comparas con la inmensa realidad de la que procedes y en la que te espero.
—Mi verdadera patria.
—Un día, en un instante de lucidez, lo grabaste en la placa de hierro que acompaña a la sirenita que tienes en el jardín. ¿Recuerdas?
—«No lloro por la mar. Tampoco por la
Tierra. Lloro por las estrellas, mi verdadero hogar.»
—Exacto.
—¿Y por qué el Jefe ha creado la materia? ¿No hubiera sido más sencillo y hermoso permanecer por siempre en esa realidad espiritual?
—Es inevitable. Te pondré un torpe ejemplo. Esa realidad espiritual viene a ser como un espejo. Cada vez que la luz —el Jefe— incide en él, se produce un destello. Pues bien, los mundos del tiempo y del espacio —la materia— sólo son eso: un «destello» inevitable del AMOR. Y he dicho bien: «sólo un destello». Algo fugaz. Algo que depende y se desprende de la auténtica realidad: la luz.
—¡Otra realidad! Sinceramente, me cuesta hacerme a la idea.
—Otra no: ¡la única! Y es natural que tu pequeño cerebro, anclado en la carne, luche y se debata, momentáneamente cegado por el espejismo en el que vive. Pero no desesperes. Es el plan. El hombre debe abrir los ojos y comprender —basta con intuir— que su mundo terrenal es demasiado breve e imperfecto para tanta ansiedad, para tanta curiosidad.
—¿Abrir los ojos?
—Abrirlos a la posibilidad de que ese Dios exista. Con eso es suficiente. En ese momento, automáticamente, se produce el milagro. La realidad humana cambia. La perspectiva se abre. Todo empieza a tener sentido. Es el gran hallazgo. El descubrimiento de la otra realidad, la auténtica.
—Parece simple.
—La VERDAD, con mayúsculas, lo es.
—Y dices que al emprender esa búsqueda, esa persecución de Dios, la realidad humana cambia.
—No puedes imaginar hasta qué punto. Cuanto más te enganches a Él, más se abrirá tu horizonte. Más y mejor percibirás la luz de la realidad que te aguarda tras la muerte. En suma: cuanto más practiques el AMOR, más inmensa y firme será tu realidad. Os lo hice saber en la «carta» que leyó Iván: «La clave de vuestra existencia es el AMOR. El AMOR lo sostiene todo.»
»Y te diré algo más. No hablo por hablar. Observa a los que no AMAN, a los que aún no han abierto los ojos. ¿Qué ves?
—Gente terrible. Sanguinarios. Déspotas. Trepadores. Miserables. Mentirosos. Necios. Ladrones.
—En definitiva: gente con una realidad tan corta como insana. Gente desconfiada, insegura y siempre en soledad. No falla, hijo mío: cuanto más te alejes de El., más te alejarás de la realidad. Dicho de otro modo: perderás el rumbo, eí de tu verdadera patria.
—Bien, ya he abierto los ojos. Ya estoy en el camino. Quiero buscarlo. Quiero pertenecer a la única realidad. Y ahora qué. ¿Cuál es el siguiente paso?
—Abandonarte en sus manos. He aquí el misterio de los misterios. Si decides hacer su voluntad —que tu voluntad sea la suya—, entonces, hijo mío, Él hará de ti un HOMBRE. Y serás mucho más de lo que en ver dad eres. Sólo entonces, milagrosamente, habrás puesto un pie en la única, en la gran
realidad del espíritu.
—Hacer su voluntad, pero como.
—No te preocupes por el cómo. El, la
«chispa» que te habita, te lo hará saber a cada instante. Conságrate a su voluntad y prepárate a ver maravillas.
»¡Felices reflexiones., ciudadano del espíritu!
REFLEXIONES
¿Ciudadano del espíritu?
Sí, mi padre está en lo cierto.
Ciudadano de una realidad intuida en mi propia soledad y en la de las muchedumbres.
Ciudadano de otra patria, percibida en el tañer de las grandes preguntas, las que nadie satisface.
Ciudadano de la luz, inexplicablemente embrujado en la carne.
Ciudadano de un universo mágico del que sólo me queda la nostalgia.
Ciudadano de la VIDA, de la que sé que procedo y que, ahora, sólo puedo soñar.
Ciudadano del «gran círculo» —el de la eternidad—, con la memoria temporalmente borrada.
Ciudadano habitado por un Dios, reflejado en la bondad de los otros.
Ciudadano de un «más allá», ahora hechizado por un guiño divino.
Ciudadano permanentemente insatisfecho, creado para creer. Creado para crear.
Ciudadano del espíritu, ahora limitado por las cortas alas de la imperfección.
Ciudadano «promesa».
Sí, mi padre está en lo cierto: esto sólo es un espejismo.
La realidad, la única realidad, está ahí fuera.
«PELLIZQUEMOS» EL INFINITO
La intuición me dio el alto. Me oblig6 a bajar de lo cotidiano y a revisar con calma una de las informaciones proporcionada por la «voz» en la última «conversación». Y en ello estaba cuando, de improviso, mi padre regreso.
—Sí, jovencito, haces bien en acariciar esa idea. Pero mejor será que la hagas tuya para siempre.
—Consagrarme a su voluntad. Es mi voluntad que se haga tu voluntad.
—¡Felicidades! ¡Has acertado la combinación secreta! ¡Filas abierto la caja fuerte de los cielos!
—¿Así, tan simple?
—Depende. A ti, por ejemplo, te ha costado medio siglo.
—Y dime, una vez consagrado a su voluntad, ¿cuáles son las ventajas y beneficios? ¿Qué encierra la caja de caudales de Dios?
—No pidas imposibles. Las palabras están hechas para contener lo finito y tú, al abrir los cielos, te has lanzado a la prodigiosa aventura de lo infinito.
—Me contentaría con pellizcar ese infinito.
—Pellizquemos, pues. Para empezar, cuando un ser humano da ese decisivo paso, cuando todo lo que tiene es gentil y generosamente entregado al buen Dios, cuando acepta hacer la voluntad del Jef e, automáticamente se genera una fuerza benéfica que te envuelve.
—¿Automáticamente?
—Son las leyes físicas de la otra realidad, ¿ recuerdas?
—De momento estoy hecho un lío.
—Sigamos pellizcando. Al ponerte en sus manos, al desear hacer su voluntad, activas, sin querer, el «motor» del AMOR, con mayúsculas. Y todo cambia. Tu actitud
—empapada en AMOR— modifica cuanto tocas y cuanto observas. Tú, ahora, no lo percibes, pero al mirar, al actuar, al sentir con AMOR, todo, a tu alrededor, responde con la misma moneda.
—Eso es absurdo.
—Niels Bohr, cuando le exponían una idea sobre física cuántica, afirmaba con razón: «Su teoría es absurda, aunque no lo suficiente como para ser verdadera.» Algún día lo comprobarás: «Absurdo es ci primer apellido de la Verdad.»
—Veo que sigues estudiando física cuán...
—Te lo dije: es una de las puertas a la gran realidad del espíritu.
—¿Insinúas que esa fuerza benéfica que me envuelve guarda relación con la física cuántica?
—La ciencia de tu mundo es tímida y cautelosa, pero como te dije, al asomar la nariz al corazón del átomo, algo ha visto, algo ha intuido. Y algunos, más audaces, se han atrevido a teorizar sobre la posibilidad de que ese «corazón» de la materia tenga «conciencia». De hecho —dicen—, esa estructura íntima es susceptible de modificación. Parece como si los fotones «respondieran» a la mirada del observador. Ellos «cambian» al ser observados. Pues bien, yo voy más allá y te digo que, en parte, tienen razón. Si tú miras, si actúas, si sientes con AMOR, la Naturaleza, todo lo creado, queda automáticamente modificado. Y replica con la misma moneda: con AMOR. Ése es el milagro. Ésa es la fuerza imparable y mágica de la que te hablo. Si decides ponerte en sus manos, si aceptas hacer su voluntad en todo momento, si AMAS, lo material y lo espiritual serán tuyos, hijo mío.
—Es tan absurdo que tiene que ser cierto.
—Otro pellizco. Lo que todavía no han descubierto los científicos es que esas supuestas partículas elementales —el «corazón» del átomo— no son en realidad fotones con «conciencia». ¡Son la mismísima conciencia divina, derramada en la Creación! Es una fuga del AMOR, conducido hasta los últimos límites del tiempo y del espacio por la otra gravedad, la del Padre.
—Entonces, Teilhard de Chardin tenía razón: «todo en el universo, hasta la más ínfima de las partículas, es podador de cierto grado de conciencia».
—Negativo. El bueno de Teilhard se quedó corto. ¿Crees que inventaba cuando decía que el AMOR lo sostiene todo?
—Parece magia. Si yo AMO, si me consagro a hacer la voluntad del Padre, todo lo creado responde con la misma moneda.
—Y te envuelve, organizándose a tu favor. Es la Ley. Es lo establecido en la otra realidad, la auténtica, la mía.
—¿Y qué sucede con tos que no AMAN, con los que todavía no han acertado la «combinación secreta»?
—Su trabajo es estéril. Si actúas, si piensas o sientes con ambición, con envidia, con recelo o con venganza, todo lo creado enmudece. Y recibirás lo sembrado. Insisto. Es la Ley. Si vives en guardia permanente, la Naturaleza también alzará sus puños. Si no AMAS, nada ni nadie te AMARÁ. También modificarás cuanto te rodea, pero en tu contra.
—Hacer la voluntad del Jefe.
—Así es, jovencito. En ese instante, al tomar la gran decisi6n, el Dios que te habita se pondrá en pie. Y serás bienvenido al «reino». Piénsalo. Merece la pena.
» ¡Feliz decisión!
REFLEXIONES
Hacer la voluntad del Padre.
¿Merece la pena?
¿Modificar mi entorno con el cincel del AMOR?
Haré la prueba. ¿Qué veo, qué siento, qué sucede?
Envuelvo a Blanca en ese AMOR y —¡oh, sorpresa!—
regresa a mi multiplicado. ¿Cómo ha sido?
Me aproximo al amigo, con AMOR y —¡oh, sorpresa!—
me entrega sin haber pedido. ¿Como ha sido? —
Me instalo en la noche, con AMOR y —¡oh, sorpresa!—
me regala un benéfico silencio. .¿Cómo ha sido?
Miro al desvalido, con AMOR y —¡oh, sorpresa!—
Alguien más grande que yo besa mi corazón.
¿Cómo ha sido?
Reparo en el enemigo, pero esta vez con AMOR y
—¡oh, sorpresa!— queda desarmado. ¿Cómo ha sido?
Escucho al desconocido, con AMOR y —¡oh, sorpresa!—
parece un amigo de toda la vida. ¿Cómo ha sido?
Imagino al Padre, con AMOR y —;oh, sorpresa!—
estoy en sus rodillas, feliz, seguro y transformado.
¿Cómo ha sido?
Es la Ley.
«AQUÍ NO LLUEVE»
Como de costumbre, como cada atardecer, fui a sentarme en la piedra del «Monje» y, cuaderno en mano, aguardé. La mar, avisada, se quedó quieta, cambiando presurosa el azul faena por un violeta de gala, más ajustado a las circunstancias. Se lo agradecí. Y la «voz» rodó hasta mí como una ola más.
Esta vez no cedí. Y me mantuve en la orilla de las «pequeñeces». Mi padre, que en vida jamás practicó el «no», fue complaciente., a medias.
—¿Cómo es ese nuevo mundo en el que dices que has «despertado»?
—Casi igual al tuyo. ¿Cuántas veces tendré que repetírtelo? Tras el dulce sueño de la muerte, al ser resucitado, despiertas en un lugar físico. Un mundo real, más próximo al que tú conoces que al del espíritu. Éste, y todos los mundos «MAT», es una especie de puente, necesario para ir asimilando la «otra realidad» —la espiritual— sin sustos ni traumas. ¿Recuerdas?: un Dios sensato.
-—¿Físico? ¿Con ríos y montañas?
—Idéntico, pero más bello. Un mundo «artificial’>, pensado y construido por manos no humanas.
—¿Artificial?
—Eso he dicho, pero no pretendas que descienda a los «detalles». Te haría un flaco servicio.
—Sabes que me encantan los «detalles».
—Por eso mismo. Entiéndelo. Te estoy revelando lo esencial, que no es poco. Es más hermoso y emocionante que lo descubras por ti mismo., «en su momento».
—¿Puedo insistir?
—Estoy resignado.
—¿Es más grande o más pequeño que la Tierra?
—Digamos que muy parecido.
—Y la materia, ¿es materia?
—Sí, pero modificada. Algo similar a lo que sucede con los cuerpos «MAT».
—Tendría tanto que preguntar que no se.
—Te ayudaré. Una de las diferencias es que aquí no brilla el sol.
—¿Estáis a oscuras?
—No he dicho eso. Los mundos «MAT»
no giran alrededor de una estrella, como ocurre con la Tierra. La luz necesaria para la vida es proporcionada también de forma casi «artificial». «Ellos» proyectan desde el suelo una energía que asciende hasta los límites de la atmósfera y que retorna suave, limpia y uniforme. No tenemos sol. Tenemos una permanente «cascada de luz». Una luz idéntica a la de tu mundo, pero con la intensidad de tu sol a eso de las diez de la mañana.
—Curioso. Entonces no hay noche.
—No tan acusada como la vuestra. Aquí no existe la oscuridad total. En un momento determinado, esa «cascada de luz» disminuye su intensidad y el mundo «MAT» queda sumido en una claridad liviana y acariciadora. Lo más acertado sería compararla con las noches de luna llena.
—Entonces, si no hay sol, tampoco tenéis estaciones.
—Correcto. Aquí, la temperatura es casi constante. Unos veinte grados Celsius durante el «día» y algo menos en la «noche». Nunca baja de diez grados.
—¡Vaya!, me veo con una manta.
—Negativo, jovencito. Esa sensación —la ausencia de calor— no existe en los cuerpos «MAT». Te revelaré un pequeño secreto:
aquí, las casas no tienen techo.
—¿Y qué hacéis cuando llueve?
—Es que no llueve. La atmósfera es estable. En este lugar no se dan los fenómenos meteorológicos que tú conoces.
—¡Pobre Julio!
—¿Julio? ¿Quién es Julio?
—Julio Marvizón, meteorólogo. Mi amigo.
—No te preocupes. Aquí cambiará de oficio.
—Sin nieve, sin viento, sin primavera, sin invierno. ¡Qué aburrido!
—Te equivocas. Todo eso ya lo hemos vivido. Esto, en cambio, es nuevo. Diferente. Infinitamente más benéfico y saludable.
—Hace un instante hablabas de atmósfera. Eso quiere decir que respiras.
—Repasa tu dichoso cuaderno y no me hagas perder eí tiempo. Ya lo mencione. Claro que respiro, aunque la mezcla de gases no es exactamente igual a la tuya. La parte «espiritual» de un cuerpo «MAT» no lo permitiría.
—¿Puedo preguntar por el entorno? ¿Cómo es? ¿Hay bosques, ríos, ciudades?
—Todo igual a lo que dejé en la Tierra.., pero diferente.
—Me encanta cómo te explicas.
—Si me dejas, me explico, descarado.
—Perdón.
—Cuando digo «diferente» me refiero, sobre todo, a la Naturaleza. Las casas, caminos, puentes, etc., no son muy distintos. La vegetación, en cambio, te sorprenderá. Ni la más fértil imaginación humana podría describirla. Digamos que reúne dos tipos de flores, de árboles, de plantas. Uno casi «normal», parecido al de tu mundo, aunque de tamaño y formas espectaculares. Otro increíble, violeta, formado —lo siento: me fallan las palabras— por pura energía. Una energía que también recorre y fortalece los cuerpos «MAT». Una energía, unos frutos y verduras, que, al consumirla, no deja residuos.
—Eso me suena. ¡El árbol de la Vida! ¡El árbol de la inmortalidad!
—Negativo. Esa es otra historia. Además, ¿para qué necesitaría comer de ese árbol? ¡Ya soy inmortal!
—¿Y qué me dices de la fauna? ¿Hay animales?
—A miles. Pero eso me lo guardo. No pienso perderme ese momento.
—¿Qué momento?
—Cuando «despiertes» y lo descubras.
—¿Hace un «pellizquito»?
—Me lo temía. Eres insaciable.
—Sólo uno.
—Apunta: aquí, en los mundos «MAT», no hay fieras, no existen los carnívoros. Ninguna de las bellísimas, inteligentes y sociables criaturas que nos acompañan puede provocar eí miedo. Déjalo ahí. Merece la pena que lo veas por ti mismo. Además, las palabras, los inválidos conceptos humanos, son un abismo para mí.
—¿Y se comen?
—¡No seas bruto! ¿Te comerías a un amigo?
—A un amigo, no. A algunas amigas, sí.
—Lo dudo. Blanca es mucha Blanca.
—Lo peor es que, amén de descarado, eres sordo. ¿Qué te dije? ¿Qué te anuncié al describir el nuevo cuerpo? No consumimos nada que produzca desechos. El organismo «MAT» no funciona así.
—Entonces sois vegetarianos.
—No exactamente. Y no insistas. No estoy autorizado a entrar en detalles sobre la prodigiosa «energía» que sostiene los cuerpos «gloriosos».
—Lástima. Sé de más de uno que echará de menos el cordero o los pinchos morunos.
—Razón de más para que VIVAS. Para que disfrutes de una existencia que no se repetirá. Por cierto, recuérdame que te hable en otra ocasión del «sentido de la vida».
»¡Feliz existencia.!
—¡Un momento! Aún me quedan muchas preguntas.
—No pretendas beber-re el océano. Deja algo para «después». Piensa, imagina sobre lo que acabo de revelarte.
—Sólo una.
—Me rindo.
—¿Dónde está ese mundo? ¿Puedo verlo con un telescopio?
—Sí, con el del corazón.
—Hablo en serio. ¿Está aquí, en nuestra galaxia? ¿Quizá en otro universo? ¿En una dimensión diferente?
—Digamos que mucho más cerca de la Tierra de lo que supones.
—Entonces, sí conociera las coordenadas, podría verlo.
—No, jovencito. Los mundos «MAT» no irradian luz al espacio.
—Pero estás cerca.
—En efecto.
—¿Podríamos llegar algún día con una nave espacial?
—Supongo que sí, aunque esa loca idea no entra en los planes del Jefe. Tú lo sabes. Lo has escrito en alguna parte: «Para abandonar el sistema solar, el ser humano, primero, debe cambiar sus esquemas mentales.» Ahí fuera, en el espacio, hay una «policía» muy estricta.
—Bueno, es un consuelo. Al fin y al cabo no estás tan lejos.
—Recuerda: Dios es muy sensato.
»¡Feliz existencia! ¡Disfrútala! Los pinchos morunos de tu amigo Castillo son inmejorables.
REFLEXIONES
«El sentido de la vida.» ¿Qué habrá querido decir?
«Disfrútala. Esta existencia no se repetirá.»
Acudo al Dios que me habita y Él, desde su lejana
cercanía, me toma de la mano y me enseña:
«VIVE. Participa en la emoción del día a día. Salta
conmigo de la luz a la noche. Acompaña al sol en ese salto
sin red. En los mundos “MAT” contemplarás otro
espectáculo”.
»VIVE. Toma la nieve en tus manos y dame gracias por
esa geometría divina. En los mundos «MAT” disfrutarás
de otra “geometría”.
»VIVE. Déjate acariciar por la lluvia y la brisa, mis hijas
menores. En los mundos “MAT”, yo mismo te
acariciare.
»VIVE. Saca a pasear los sentimientos. No los encadenes.
Acostúmbrate a su presencia. En los mundos “MAT”
serán tu tarjeta de visita.
»VIVE. Saborea los detalles, las pequeñas cosas: mi tarjeta
de visita. En los mundos “MAT” te reservo otras
“pequeñas-grandes cosas”.
»VIVE. Incluso la muerte de los demás: mi llamada a los
mundos “MAT”. Allí te concederé la VIDA. Otra VIDA.
Disfruta, pues, de lo mucho que ahora tienes. Ese es el
Sentido de la vida.
VIVIR POR VIVIR
Lo confieso. Soy un ignorante.
He vivido equivocado. Mi padre, ahora, me ha enseñado mucho más de lo que yo he conseguido aprender en medio siglo. Siempre escuché la misma letanía: VIVIR es poseer. VIVIR es triunfar, escalar, dominar. VIVIR es aprender. VIVIR es hacer méritos para la otra vida. VIVIR es resignarse. VIVIR es padecer. VIVIR es aceptar sin comprender.
1Falso! ¡Todo falso! VIVIR, al parecer, es otra cosa.
Mi padre, ahora, lo tiene muy claro. Y así me lo transmitió. Con toda probabilidad, ésa fue la «conversación» que más me impactó y con la que he procurado apuntalar lo que me queda de vida.
Todo empezó al recordarle una de sus sugerencias.
—¿Por qué es importante que me hables del sentido de la vida?
—Para que no padezcas mis propias carencias. En eso, ya ves, no fui muy afortunado. Pasé por la carne a tientas. Casi como un ciego.
—No estoy de acuerdo. Fuiste un hombre bueno. Lo poco que te concedieron lo regalaste.
—No me has entendido. Nunca supe del por qué de la vida.
—Pero fuiste honrado, trabajador. Sacaste a los tuyos adelante. Todos admiramos tu paciencia, tu capacidad de sacrificio, tu generosidad.
—Eso, querido hijo, es una consecuencia de la bondad natural del hombre. La mayoría de los seres humanos actúa así. Mi lamento es otro: nunca supe por qué había nacido, qué sentido tenía mi existencia.
—Está clarísimo. Acabo de apuntarlo.
—Te equivocas. VIVIR no es únicamente ser honrado, trabajar o ser buena persona.
—Me tienes en ascuas.
—Es aquí, al «despertar» con un cuerpo «MAT», cuando la vida en la carne adquiere su verdadero significado. Entonces comprendes. Entonces percibes cuál era el auténtico sentido del fugaz paso por la Tierra.
—¿Cuál?
—¡VIVIR!
—Tus mayúsculas me dan miedo. ¿Qué insinúas?
—Lo que has oído. Ése es el objetivo primordial, la gran finalidad de la existencia humana: experimentar> gustar, VIVIR tu cuerpo material., mientras dure. VIVIR la vida como el que saborea un buen vino. VIVIR sabiendo que no tendrás otra oportunidad.
—Eso huele a existencialismo puro y duro.
—No, la palabra VIVIR la has escrito con mayúsculas. El «vivir» al que te refieres
—con minúsculas— sí es existencialismo. VIVIR, como yo te sugiero, implica haber abierto los ojos a esa «otra realidad» de la que ya te he hablado. La gran realidad del espíritu. VIVIR así exige —necesariamente— VIVIR en y para el AMOR.
—Aquí, en mi mundo, eso parece un contrasentido.
—¿Por qué?
—Disfrutar de la vida, como tú apuntas, saborearía, suena a derroche. ¿Dónde está la frontera con el vicio?
—Te lo he dicho: en el AMOR. Y no es un contrasentido. Es el plan de tu Jefe. Lo hablamos días atrás. El que VIVE en el AMOR nunca cruza la frontera del exceso. El sentido común siempre lo precede. Insisto: es el plan. Debes VIVIR la carne y cuanto te rodea porque aquí, en los mundos «MAT~>, la experiencia será distinta. Algo te he contado, creo.
—VIVIR por VIVIR.
—Así de sencillo y sublime. El Padre te ha colocado en lo más bajo, en lo más imperfecto. Pues bien, no es casualidad. Experimenta las mil sensaciones de esa primera etapa. Las buenas y las desagradables. Todo obedece a un «por qué» divino. No lo dudes nunca. VIVE al día. No hagas planes. Al menos, como tú dices, no más allá de treinta segundos. Saborea lo grande y lo pequeño. Déjate llevar por el «ángel-mujer» de la intuición. ¿Crees que está ahí por azar? ¡Experimenta, hijo mío! Aún estás a tiempo.
—Pero, papá, el mundo es inmenso. Nunca podré VIVIRLO todo.
—VIVE sobre la marcha. VIVE lo que Él te ofrezca. No tengas prisa. Él sabe.
—¿Y qué sucede con algo que ansías de verdad y que jamás alcanzas?
—Buena pregunta.
—¿Conoces la respuesta?
—Naturalmente. Como te digo, nada escapa al plan divino. Yo mismo, ahora, estoy disfrutando de los sueños que no pude materializar en la carne. Aquí—te lo aseguro— se hacen realidad tus más íntimos deseos. Todo aquello que alguna vez imaginaste y que el Destino no te concedió.
—¿Es mucho pedir que me reveles uno de esos sueños?
—Viajar, jovencito. Ahora viajo mucho.
—Y supongo que gratis.
—Es que el Jefe es mucho Jefe. Por cierto, ya que lo mencionas, cuando VIVAS el dinero, VIVELO como una simple «caja de herramientas». Usalo., sin más. No te dejes «usar» por él.
»¡Feliz VIDA en la carne!
REFLEXIONES
«VIVIR por VIVIR.»
Así de sencillo y sublime.
Y yo, ¿qué hago?
¿VIVO por VIVIR? No, yo malvivo entre las prisas, esa
Jauría siempre en celo.
¿VIVO por VIVIR? No, yo malvivo al son del «qué
Dirán», el viejo «tamtan» de los necios.
¿VIVO por VIVIR? No, yo malvivo en la tiranía del
dinero, marcando el paso a las órdenes de unos pocos.
Siempre los mismos.
¿VIVO por VIVIR? No, yo malvivo en el desierto
sofocante de un trabajo al que yo mismo desertizo con
más y más horas de trabajo.
¿VIVO por VIVIR? No, yo malvivo con un «yo» que no escucha,
un eficaz extintor contra los sentimientos de los demás.
¿VIVO por VIVIR? No, yo malvivo con la mentira al
hombro, dispuesto siempre para abrir fuego.
¿VIVO por VIVIR? No, yo malvivo sin preguntas, no sea
que Dios exista.
¿VIVO por VIVIR? No, yo malvivo en la calle de los
indiferentes. Tocar, sentir, saborear, VIVIR, queda más
abajo, en la calle de los «perdedores».
¡VIVIR por VIVIR!
¡Quien fuera otro, para experimentarlo!
«PUENTE AÉREO» A MAT-2
«Acabo de estrenar »
Recuerdo que lo escribí y subrayé. Pero, azotado por el vendaval de tanto sentimiento en libertad, casi lo olvidé.
¿MAT-2? ¿Un nuevo cuerpo «glorioso»?
Y una dolorosa idea me cosió al cuaderno de notas. Tenía que preguntárselo. Y así lo hice.
—¿Es que has vuelto a morir?
Escuché una risa. Después, redondo, un «no» oxigenante y cicatrizador.
—No. -—repitió la «voz»—. Sigues sin prestar atención a lo que te digo. No puedes remediarlo y lo comprendo: no es la intuición la que vuelve a leer lo escrito, sino la diosa razón. Querido hijo: estas revelaciones no deben ser examinadas a la luz de la lógica y del raciocinio humanos. Esos no vuelan.
—Explícate. Soy todo intuición.
—Te lo adelanté: el Jefe no se repite nunca. La muerte es una puerta que sólo se abre una vez. Aquí, en los mundos «MAT» y en el futuro, cuando me sea otorgada la forma definitiva —la del espíritu—, la muerte no existe.
—Lo sé. Me lo dijiste. Sólo se trata de un «ascensor».
—Correcto. Un «mecanismo» natural para abandonar la carne. Pero aquí, no lo olvides, no vivimos una existencia como la tuya. MAT-1 es materia, sí, pero modificada. «Gloriosa.» Para continuar hacia el Padre tenemos otros «procedimientos...
—¿Cuáles?
—En los primeros «saltos» —¡qué palabra tan vulgar!—, para pasar, por ejemplo, de MAT-1 a MAT-2, el plan exige que el aspirante a Dios sea nuevamente adormecido. Sólo en los primeros MAT se pierde la conciencia. Después, según mis noticias, los sucesivos e innumerables «cambios» de forma se desarrollan de otra manera. Ya no es preciso que seas dormido.
—La muerte —según tú— también es un dulce sueño. No veo la diferencia.
—Pues la hay. Para poseer un cuerpo MAT-2 no tienes que ser resucitado. Ese, como te dije, es un momento único y espectacular. El avance hacia MA’f—2 requiere tan sólo una ligera transformación del cuerpo que me fue regalado en MAT-1.
—¿Sigues con el aspecto que tenias a los veinte años?
—Físicamente, sí. La modificación a la que me refiero es de otro orden. Pero no preguntes.
—Sí, lo sé. No estás autorizado.
—No es eso. Es que tu cerebro no lo admitiría. Tú, ahora, no puedes sospechar hasta dónde llega la imaginación del Padre.
—¿Lo intentamos? Algunos dicen que tengo mucha imaginación.
—Te pondré un ejemplo. Solo uno. Aquí, en MAT-2, el nuevo cuerpo me permite ver lo que antes no veía. Y sólo es una «rendija» de lo que me aguarda.
Una nueva gama de visión?
—Exacto. Tú, como sabes, sólo eres capaz de captar una ínfima parte del espectro luminoso. El ultravioleta, infrarrojo, etc., te están prohibidos. Aquí no. Aquí, mis ojos se maravillan ante un nuevo espectáculo. Aquí, en MA’f-2, veo al fin a muchas de las criaturas que están por encima de mí. cómo son?
—Lo siento, jovencito. No hay palabras. Es un pequeño anticipo de la otra realidad, la del espíritu.
—Está bien, volvamos a ese «salto». Te adormecen y., ¿qué ocurre? ¿Dónde «despiertas»?
—Ene1 mundo previsto en el plan: en MAT-2.
¿Distinto al primero?
—Eso he dicho. MAT—2.
—¿Y dónde está ese mundo?
—Muy cerca del que ya te describí.
—No entiendo. MAT-1 era un cuerpo físico, muy similar al humano. ¿Cómo has llegado hasta MAT-2? ¿También hay puente aéreo?
—La expresión no es mala. Cada cuerpo, en efecto, es transportado en ese estado de inconsciencia. Y una vez en MAT-2, como te decía, se procede a las «modificaciones» físicas pertinentes. Sólo entonces recobras el sentido.
—¡Un puente aéreo! ¡Me estás tomando el pelo!
—He dicho que la expresión no es mala. No empieces a sacar conclusiones equivocadas. Hay un transporte, sí, pero no como su— pones. Aquí lo llaman «enserafinar».
—¿Ángeles transportadores?
—Más que ángeles, jovencito.
—¿Y cómo lo hacen?
—¡Sorpresa! Cuando lo veas te quedarás con la boca abierta.
—Dame una «pequeñez», solo una.
—¡Ay, Dios!
—¿A qué velocidad se mueven?
—Pueden despegar a cuarenta y cinco kilómetros por segundo.
—¡Joder!
—Ésa es otra fra costumbre que también te será erradicada en MA’f-1. Aquí no hay «tacos».
—Perdón, me salid sin querer.
—¿Más preguntas?
—Miles.
—Pues selecciona. Mi «autorización» se agota.
—MAT-1, MAT-2. Y así, ¿hasta cuándo?
—Hasta que tu alma inmortal haya sido convenientemente entrenada para ingresar en la otra realidad, en la del espíritu. Hasta que tu inteligencia haya perdido todo vestigio de materialidad. Hasta que tu espíritu se vea definitivamente liberado. En cada <‘cambio», insisto, el cuerpo físico, aún conservando la forma primitiva —la humana—, experimenta una inexorable pérdida de materia, compensada por un incremento de la «sustancia espiritual». En suma: cuanto mayor sea el número de tu MAl, más cerca estarás del Padre.
—Tú vives ahora el MAT-2. ¿Cuántos calculas que te faltan?
—El plan establece unos pocos. Casi seiscientos.
—¿Y después?
—¡El espíritu! En mí ya no quedará un gramo de materia. Y volaré hacia Él.
—Recuerda que lo has prometido.
—¿Prometer? ¿El qué?
—Que me esperaras.
—No) yo no te esperaré. ¡Yo estaré!
—Por cierto, ¿falta mucho?
—Negativo. No estoy «autorizado»., y tú lo sabes. Además, después de lo que te estoy contando,¿te preocupa?
—Hombre. Lo decía, sobre todo, por organizarme.
—¡Qué pronto olvidas! Repasa, por favor, la última «conversación». ¡VIVE! ¡ Olvida la muerte! Ahora ya sabes lo que te aguarda.
—Sí, un «ascensor».
—¿Y desde cuándo te preocupan los ascensores? ¡VIVE, jovencito! ¡VIVE a tope! Son las órdenes del Jefe.
»¡Feliz VIDA en el AMOR!
REFLEXIONES
¡Sólo se muere una vez!
¡Gracias, Señor, por preferir la imaginación al poder!
¡Gracias por disipar tanta tiniebla interior e iluminarme
con el foco de la esperanza! ¡Gracias por ese pasaporte
Diplomático, el de la inmortalidad! ¡Gracias por crecer
conmigo, sin yo saberlo! ¡Gracias por hablarme de futuro,
cuando apenas conozco el presente! ¡Gracias por esta
vida, la primera, en la que has abierto mis ojos! ¡Gracias
por tocar cuanto me rodea y obsequiármelo! ¡Gracias por
el sufrimiento, ese colirio del alma! ¡Gracias por mis
errores, que permiten crecer al HOMBRE que me habita!
¡Gracias por mis hijos, la más grande señal de tu
confianza en mí! Y gracias también, Señor, en nombre de
los que no los han tenido. Todos ellos elegidos por ti para
cruzar otras duras «siberias» interiores.
¡ Gracias por esperar a que mi amor se escriba algún
día con mayúsculas! ¡Gracias por mis amigos,
tan leales y auténticos que sólo puedo contarlos
con los dedos de una mano!
¡Gracias, en fin, por mi padre, más tuyo, ahora, que mío!
¡Gracias, repito, Señor, por el «ascensor»!
UN «ENCUENTRO» INOLVIDABLE
Curioso. Después de catorce «conversaciones», aunque la curiosidad continuaba alta, viva y cimbreante como una fogata. mi espíritu se apaciguó. Sentado en la piedra del «Monje», con el sol vencido y en fuga hacia Trafalgar, comprendí. Las claves estaban dadas. El «mensaje» había sido ya disuelto en la copa de mi corazón. El resto era cosa mía. Ahora debía apurarlo y aguardar los efectos. Y reconozco que no se hicieron esperar. «Algo» singular y desconocido empezaba a circular por mi mente, proporcionándome una paz que casi podía tocar. «Alguien»
—¿mi padre?— acababa de cortar las amarras que me retenían en los pantanos de la inseguridad. Me sentí libre. Ligero. Confiado. Sí, «mensaje recibido.»: la muerte sólo es un «ascensor». Al «otro lado» hay unas manos que me alzarán y vestirán de esperanza. ¿Al «otro lado»? No, la esperanza ya está aquí. Puedo verla y acariciarla. Es la nueva piel.
Y poco faltó para que cerrara el cuaderno de campo, dando así por finalizado el extraño «experimento». La «voz», sin embargo, tenía algo más que decir.
—Deja que sea yo quien ponga el punto final a esta revelación.
—Para mí es suficiente. Creo en tu palabra. Sé que estás VIVO. Sé que la muerte es sólo un dulce sueño. Sé que todo empieza al «otro lado». Mis preguntas —las que aún se agitan en mi cerebro— no tienen ya mayor importancia.
—Te equivocas. No te conviertas en juez y parte. Estas supuestas «conversaciones», como tú las llamas, apuntan más lejos. Ni tú mismo eres consciente de su verdadero alcance. Permite que otros —tan necesitados como tú— lo valoren. Deja que Él trabaje.
—«Mensaje recibido.» A tus órdenes. Continuaré con las «pequeñeces». Veamos. Ya eres MAT-2. Ya has «despertado» en ese segundo mundo. Y sigues siendo una criatura física, muy similar a los mortales. ¿Voy bien?
—Regular. Tengo un cuerpo todavía físico, eso es cierto, pero altamente modificado. La materia —para que me comprendas— es ahora más liviana. Pesa menos. La «sustancia espiritual» que la complementa ha ganado terreno. Tengo otras facultades que te harían temblar de emoción. Algo te dije, ¿recuerdas?
—Sí, ahora ves en «cinemascope..
—Eso es una nimiedad. Ahora «siento» y «pienso» de otra manera.
—Y eso, ¿cómo es posible?
—Aprendizaje. Cuestión de aprendizaje.
—No me digas que sigues acudiendo a la escuela.
—Y por mucho tiempo, jovencito. Aquí, en los mundos MAT, la escuela es vital.
—¿Y qué te enseñan?
—En el primer MAT, como te dije, a limpiar los errores y las tendencias propias de la naturaleza animal. En MAT-2, a sentir y pensar como un auténtico hijo de Dios. A sentir y pensar en armonía contigo mismo y con lo que te rodea.
—Eso también lo hacemos en la Tierra.
—Sí, pero con grandes dificultades. Tu mente no está preparada para «sentir» y «pensar» una sola cosa. Aunque lo intentes, de inmediato, otras decenas de sentimientos e ideas te asaltan y nublan, dispersándote. En MAT-2 se obra el prodigio. Aprendes a dominar la inteligencia de forma y manera que todo tu ser «siente» y «piensa» en una sola dirección. Confieso que no es fácil trasladarte la inmensa y gratificante emoción que eso supone. Ese casi absoluto control de la inteligencia es algo que tú, ahora, no estás en condiciones de percibir. Esa facultad, queridísimo hijo, hará de ti un superhombre. Esa capacidad de «sentir» y «pensar» sin dispersión te hará disfrutar hasta 1imites insospechados. Te aseguro que entre los muchos placeres que te aguardan en los mundos MAT, éste no tiene comparación. Y sólo es el principio.
—Sentir y pensar en una sola dirección... Nunca me lo había planteado.
—Pero eso no es todo. Aquí, además, descubres «algo» que a ti, al parecer, te obsesiona.
—¡Mulatas! ¡En MAT-2 hay mulatas!
—¡Ni lo sueñes, descarado! Aquí, de pronto, «ellos» abrirán tus ojos y la «chispa» que te babita se hará «visible», abrazándote físicamente. Será un «encuentro» inolvidable. Ese gran «olvidado» en los tiempos de la carne tomará posesión —definitivamente— de toda tu personalidad.
—Entonces sí es cierto que lo veré. Podré ver al Jefe en MAT-2.
—La «chispa divina» que llevas dentro es Él, en efecto, pero en «miniatura». ¿Cómo explicarte? Es Él, sí, pero fragmentado. Es sólo un «chispazo» de la «Gran Luz». Lo único que podrías soportar en MAT-2. Pero ese «poco» es «tanto» que te cambiará de pies a cabeza. Ya no serás el mismo. Ahora, al fin, habrás rozado la Verdad.
—El gran «olvidado». Tienes razón. Está aquí, conmigo, pero parece un extraño.
—No te lamentes. Es lógico. Él es un regalo que algún día abrirás. Lo importante, para ti, es que lo sepas, que tengas conciencia de su humilde y resignado silencio y que lo veneres. Esa «belleza» interior sólo espera aproximarse a la otra belleza, la exterior. Y eso, jovencito, está en tus manos. ¿Recuerdas?: VIVE en y para el AMOR. iii, entonces, empezará a tocarte.
—Pero el abrazo definitivo sólo será en MAT-2.
—Antes es muy difícil. Tu actual «chasis» y el «motor» que ahora te impulsa no lo resistirían. Quedarían fundidos. Demasiado «voltaje».
—Imagina que lo intento. Imagina que lo busco desesperadamente y que me fundo con Él. ¿Qué ocurriría?
—Lo que apuntas ya ha sucedido. Han sido muy pocos, pero lo lograron. Aquellos que lo descubrieron en la carne y tuvieron la sabiduría y la fortuna de hacerse uno con Él, ésos, querido hijo, fueron automáticamente arrebatados y no pasaron por el sueño de la muerte.
—Entonces, Elías.
—Negativo. Ésa es otra historia que, por cierto, cuando la conozcas, te encantará.
—¿Y qué más se aprende en MAT-2?
—El resto llega por añadidura. Cuando alcanzas la verdadera armonía, cuando «sientes» y «piensas» como un superhombre, cuando Él te abraza, nada de lo que tú, ahora, interpretas como primordial tiene sentido. Ese nuevo estado, esa conciencia tan plena «olvida» definitivamente tos últimos sentimientos de poder, de posesión y de triunfo. Aquí, esas aspiraciones tan humanas son ridículas. La auténtica armonía es desprendida. Los auténticos sentimientos no ambicionan. El auténtico triunfo es fundirte con Él. Yo, ahora, soy un triunfador.
—Y en vida también. Triunfaste en los corazones.
—Eso es ya un difuso recuerdo., pero gracias.
—No me digas que nos has olvidado.
—En MAT-2 —creo que no lo mencioné—, cuando lo deseas, los que fueron tuyos en la carne pueden materializarse. En otras palabras: os veo todos los días.
¡Y yo con estos pelos!
¡Feliz búsqueda! ¡Feliz adoración del que te habita!
REFLEXIONES
«El gran “olvidado”. La “chispa” que me habita.
Un Dios y un “extraño” al mismo tiempo.»
¿Cómo puedo ser tan torpe?
Él me habla cuando, al fin, yo no tengo nada que decir.
Él se humilla cuando yo, supuestamente, triunfo.
Él espera mis retornos, siempre vacíos, y me llena con un «mañana será otro día».
Él sonríe cuando, de vez en vez, camino hacia mí mismo.
Él me acaricia cuando, finalmente, acaricio.
Él echa su brazo sobre mis hombros cuando llueven los silencios.
Él enciende la esperanza con la madera mojada de mis fracasos.
Él se refleja en los ojos de Blanca cuando las fuerzas se despiden.
Él es mi hermano mayor —el que nunca tuve— en el laberinto de las decisiones.
Él me abraza en los sueños cuando yo, al fin, me convierto en niño.
Él es mi regalo de Reyes de cada amanecer y yo sin saberlo.
¿Cómo puedo ser tan torpe?
VIVIR EL PRESENTE. PARA ESCAPAR DEL PRESENTE
Perplejo es poco. Cuanto más repasé la última «charla» más desconcertado me sentí. «Aquí, el poder, la posesión y el triunfo son aspiraciones ridículas.»
Quizá era otra de mis «pequeñeces», pero opté por aclararlo. ¿Qué clase de «sociedad» era ésa? ¿O no debía emplear la palabra «sociedad»?
Mi padre, puntual, entró en mí como siempre, por la puerta de atrás, la de la discreta y sigilosa intuición.
—Mi «sociedad», en la que ahora VIVO, es mucho más que una «sociedad». El término, por tanto, no es adecuado. La definición más certera sería «hermandad». El poder, la posesión y el triunfo tienen raíces humanas, casi animales. Cuando la inteligencia es depurada en MAT-1, eso se evapora. Y el AMOR lo sustituye con creces. ¿Has conocido alguna vez un AMOR que precise del poder para imponerse? ¿Sabes de algún AMOR que necesite acaparar riquezas o privilegios? ¿Qué AMOR se sostiene con los triunfos materiales? No, hijo mío, aquí nada es de nadie y todo es de todos. Aquí, el único «gobernante» es el AMOR. Él da, sostiene y controla.
—O sea, comunismo.
—¡No seas bruto! No embotelles al Jefe en los frágiles envases humanos. Esas ideas terrícolas son de usar y tirar. Aquí, en los mundos MAT, la armonía es permanente. Imperecedera. Cuando la experimentas, todo lo anterior se derrumba. ¿Puedes mencionar un solo sistema político que genere armonía y que sea medianamente duradero?
—Sabes que la política me aburre.
—No lo hay, jovencito. Y algún día, cuando tu mundo crezca y madure, esa «jungla» será sustituida por algo relativamente parecido a lo que ahora VIVO y disfruto.
—No me digas que los políticos, al fin, terminarán en el paro.
—Cuestión de tiempo. ‘u planeta también está destinado a VIVIR en la luz. Anota bien la profecía: llegará una época en la que los humanos habrán entendido el AMOR, con mayúsculas. Entonces, la sociedad tendrá otros objetivos y necesidades. Entonces, los hombres se llamarán «hermanos».
—Te veo muy optimista.
—La armonía es optimismo puro y duro. Además, tú no lo sabes, pero te estoy haciendo trampa. En MAT-2, mi presente juega a las cartas con el pasado y con el futuro.
—¡Ahora eres vidente!
—Respeta al «olvidado». Modera tu lenguaje.
—¡Perdón, mi querido Dios interior!
Insisto: ahora eres vidente.
—No exactamente, jovencito. Es mucho más que eso. Cuando cruzas la barrera de la carne, cuando inicias la gran aventura, el tiempo deja de ser un río que se mueve en una sola dirección. «Ellos» hacen el prodigio. En MAT, al rozar la Verdad, al abrazar tu «chispa» interior, al consagrarte definitivamente a la voluntad del Padre, la nueva criatura queda capacitada para «ver» en presente, hacia atrás y hacia adelante. Es otro «regalo» del Jefe. Una consecuencia automática de ese bello y benéfico propósito. Al desear hacer la voluntad del Padre, el tiempo pierde su rigidez. Un año o un millón de años no significa nada.
Los números se disuelven como la espuma marina. Tú, ahí, también puedes experimentarlo, en cierto modo.
—¿Yo?, ¿cómo?
—Prueba. Conságrate. Intenta que tu voluntad sea siempre la voluntad del Jefe y verás. Verás que, entonces, tu tiempo pierde las cadenas. Pierde hierro. Casi desaparece en tu horizonte interior. Verás que, entonces, al darlo todo, el tiempo deja de
contar. Huirá como un ladrón en la noche. Ya no medirás los días por horas, sino por
sensaciones. El tiempo, esa tela de araña que te aprisiona, continuará tejiendo, pero tú habrás volado. Presente, pasado y futuro serán entonces una sola cosa en la que podrás moverte mágicamente. Insisto: esa gran decisión —que tu voluntad sea la suya— te sacará del «río» para zambullirte en el «océano» de la eternidad.
—Una «pequeñez». ¿Tú, ahora, usas reloj?
—Ya veo que no has entendido nada.
—Pero ahí, en MAT-2, también hay «día» y «noche». Y eso, ¿cómo se mide?
—Comprendo. Ese tiempo físico al que te refieres —el «otro», el que ya no cuenta para mí— sigue fluyendo en los mundos MAT. Es el plan. El tiempo precedió a la materia y ahora todo lo no espiritual se des-liza por ese «tobogán» que arranca en la casa del Padre.
—No te distraigas. ¿Cuál es vuestra medida del tiempo?
—¿Lo quieres aproximado o exacto?
—Ya me conoces.
—Pues bien, aquí, un día equivale a setenta horas y cincuenta y seis minutos., de los tuyos.
—O sea, mientras tú VIVES un día, yo vivo casi tres.
—Sigamos siendo rigurosos. Tú no vives. Tú malvives.
—Eso es cierto.
—No te desanimes. Te estoy ofreciendo las claves para VIVIR y, sobre todo, para VIVIR sin tiempo.
—Repítelas, por favor. Soy muy torpe.
—Ponte en sus manos. Toma la gran decisión. Hazte «socio» del AMOR. Entonces comprobarás lo que ya te mencioné: el tiempo liberará tu corazón y lo verás discurrir, sí, pero como un extraño.
—Pero seguirá ahí, restando.
—No, hijo mío. Ése es el milagro del AMOR. Al madurar, al VIVIR, el tiempo se transforma en otra cosa: INFORMACIÓN. Y tus días, recuérdalo, no serán ya un angustioso «suma y sigue» hacia la muerte. Medirás cada jornada por lo que has VIVIDO. Por lo que has AMADO. Ése será tu verdadero «calendario».
—Interesante propuesta: VIVIR a tope el presente, para escapar del presente.
—VIVIR a tope el AMOR, sí, para huir de la esclavitud del presente. Fíjate en la gente inmadura, en aquellos que aún no han aprendido a VIVIR, ¿qué hacen? Desgarrarse con la impaciencia. El que AMA, en cambio, jamás tiene prisa. No lo verás consumirse en el peligroso «no tengo tiempo». Al que AMA, al que VIVE, jamás lo verás
desteñido por el ácido de la mediocridad. El AMOR lo hace brillar y, lo que es mas importante, hace brillar a los demás. El que AMA, el que VIVE, sabe conjugar su trabajo con la sonrisa. Para el inmaduro, para el esclavo del presente, la sonrisa es un lujo. El que VIVE, el que AMA, camina por el sendero de las pequeñas cosas. Los otros, lamentablemente, ni siquiera caminan. Para el que AMA, para el que VIVE, lo sagrado anida en el interior. Para los súbditos del presente, lo sagrado se compra o se vende. El que AMA, el que VIVE, querido hijo, entenderá estas palabras. Los que son arrastrados por el «río» del tiempo ni siquiera sabrán de ellas.
—De momento.
—Dices bien. De momento. Veo que aprendes rápido.
—Tendré que repasar.
—Pero hazlo sin tiempo. Hazlo con
AMOR.
»¡Feliz INFORMACIÓN!
REFLEXIONES
«VIVIR sin tiempo. Medir los días por sensaciones.»
Sí, tengo que probar.
Probaré el sabor de las miradas.
Probaré y tocaré al extraño.
Probaré y encerraré el trabajo en los corrales de lo justo y necesario.
Probaré el perfume del pan recién horneado.
Probaré a soñar a deshoras y jugaré al aro con las ideas.
Probaré y, aunque sólo sea una vez, me asomaré a la cara oculta de la Luna.
Probaré y miraré donde nunca me atreví a mirar.
Probaré y encenderé el alma en las tertulias que jamás pisé.
Probaré y mojaré los pies en la orilla de los demás.
Probaré el vino caliente de la opinión ajena.
Probaré y escucharé la música de los vientos.
Probaré a desnudarme y me ducharé con el buen humor.
Probaré a medir el tiempo con la vara sin medida del corazón.
Probaré, en fin, que puedo VIVIR sin tiempo.
«VOLUNTARIOS»
Es sorprendente. Mi padre, una vez mas, tiene razón. Estas «conversaciones» —o lo que sean— deben ser leídas tres y hasta cuatro veces. Quizá más. Y en cada lectura amanece algo nuevo. Algo en lo que no había reparado. Algo que estremece, que inyecta VIDA, que me obliga a levantar la vista hacia mí mismo, que dispara el optimismo, que me transforma, al fin, en un HOMBRE sin peso, en un HOMBRE-ESPERANZA.
Sorprendente, sí.
Y me pregunté una y otra vez: ¿será esto el cielo? ¿Será posible que, algún día, la Tierra deje de ser un infierno? Mi padre lo apunto: «. llegará una época en la que los hombres se llamarán «hermanos”».
La razón se resistió. Casi se burló de mí. ¿Un mundo anclado en la luz? Imposible. Tú suenas.
Pero la «voz» insistió:
—Es el plan. No dudes de mi palabra. La profecía se cumplirá. Él no falla en sus designios. Él no edifica para demoler.
—Tú lo has visto. Este planeta es un desastre. No tiene arreglo. Me parece que el Jefe se ha descuidado.
—Es lógico que pienses así. Tu perspectiva, ahora, no es más grande que la de un cangrejo. Prueba a preguntar a ese cangrejo qué sabe de sí mismo o de las estrellas.
—¿Me estás llamando cangrejo?
—Y tú, al Jefe, descuidado.
—¿Cómo interpretar entonces el dolor, la miseria y la injusticia?
—Te lo repito: es el plan. Sencillamente, te falta información.
—¡Pues vaya plan!
—No seas irreverente y atiende.
—Creo que no me vas a convencer.
—Ni lo pretendo. Las revelaciones no son dadas para convencer, sino para vencer. Sólo te invito a que reflexiones. El AMOR, como siempre, hará el resto.
»Atiende, pues. En la creación material, en los millones y millones de mundos en los que florece la vida, «ellos», los que trabajan para el Padre, han establecido —digámoslo así— dos grandes divisiones: los planetas «normales» y los «experimentales». Los primeros —¡qué difícil es aproximarme a tus conceptos!— son «dulces». Son lugares en los que la vida se desarrolla sin grandes conmociones. Los segundos responden a otros objetivos. ¿Cómo explicarte?
—Te entiendo. Vas muy bien.
—En éstos, en los mundos «experimentales», «ellos» ensayan para «prevenir». Ensayan las enfermedades, las guerras, el odio, los desequilibrios sociales, la injusticia y hasta las catástrofes naturales. Todo tiene un «por qué», sabia y minuciosamente calculado. Y esas «lecciones» son trasladadas después al resto de los mundos del tiempo y del espacio, evitando así sucesos y situaciones que no deben registrarse en esa parte de la creación.
—¡Un mundo «laboratorio»! ¿Eso somos?
—Sí, un planeta especial. Muy especial.
—Entonces es peor de lo que imaginaba. Dios consiente el mal.
—Negativo. También la muerte parece un mal y, ya ves, sólo es un sueño.
—No entiendo. El Jefe, con su prodigiosa imaginación, podría evitar esos mundos «laboratorio». ¿Qué necesidad hay de «ensayar» el dolor?
—Nunca juzgues. Y menos a Él. La creación tiene un sentido. Él, aunque no lo creas, VIVE en la materia lo que no puede VIVIR en su esencia. Los mundos del tiempo y del espacio «llenan» y «satisfacen» la «niñez», la «madurez», la «ancianidad» y la «humanidad», en definitiva, que nunca tuvo.
—Demasiado complejo para mis pobres neuronas.
—En efecto. Ésa es otra historia. Una historia que empezarás a comprender al «otro lado», cuando la perspectiva no sea la de un cangrejo. Pero confía. Todo tiene un «por qué», tan sabio como equilibrado.
—También es mala pata. Millones de planetas «dulces» y nos toca la china, un mundo « experimental».
—¡Ojo, querido cangrejo! Sigue fallándote la información.
—¿Qué insinúas?
—Que no estás ahí por azar. ¿Cuántas veces tendré que repetírtelo? La casualidad no existe. Ésa es otra deficiencia humana. Pero no voy a insistir en el asunto. Sé que preparas «algo» al respecto.
__¡ Cotilla!
—¡Cangrejo!
—Está bien, abre los ojos de este cangrejo. ¿A qué te referías al decir que no estoy, que no estamos aquí por azar?
—Lo que voy a revelarte es mucho y, al mismo tiempo, poco. Mucho porque —eso espero— aliviará una de tus grandes dudas. Y poco porque, aun siendo MAT-2, no dispongo de toda la información. Otras dudas, por tanto, seguirán flotando en tu mente.
—¡Adelante! Últimamente VIVO de «pellizcos».
—Lo que sé, lo que ahora sé, es que en los mundos «laboratorio» sólo ingresan «voluntarios».
1Arrea! ¿Yo, un «voluntario»? ¿En este valle de lágrimas? Entonces estoy más loco de lo que suponía.
—No, jovencito. Eres más audaz de lo que imaginabas.
—Explícate.
—Digamos que en el instante «cero» de tu existencia —antes de partir de la casa del Padre, antes de que Él te imagine—, se te da a elegir: una vida «sin tropiezos», una vida en un mundo «normal», o una experiencia extrema en una de las esferas llamadas «experimentales».
—¿El instante «cero»? Y eso, ¿qué es?
—Recuerda que mi camino hacia el Padre acaba de empezar. Ése, como otros muchos misterios, será resuelto «en su momento». Acéptalo, sencilla y dócilmente.
—¿Y por qué iba a elegir un planeta tan cruel y despiadado? ¿Qué ventajas tiene esa increíble decisión?
—Tantas que no podría enumerarlas. Ahí, en tu mundo, en el que fue mi primer mundo, te brindan la oportunidad directa
—sin filtros— de conocer, experimentar y VIVIR lo más duro que pueda darse en el tiempo y el espacio. Ahí le das la mano a la soledad. Y sabes de su frío tacto. Ahí te bañas, una y otra vez, en el dolor. Y pruebas su acidez. Ahí, en ese «laboratorio», te enfrentas al miedo y recibes sus cornadas. Ahí tendrás que moverte en la oscuridad de la ignorancia y soportar sus continuos derribos. Ahí te harán cruzar océanos de injusticia y te ahogarás en ellos. Ahí beberás el desamor y te sentirás morir. Ahí, hijo mio, llenarás los depósitos del alma con el precioso combustible de la misericordia, de la generosidad y de la honradez.
—¿Y de qué sirve todo eso?
—Para enriquecerte. Para VIVIR más y mejor. Para «atajar» terreno. Para probarte a ti mismo. Para llegar aquí., más hecho, más HOMBRE.
—En otras palabras: yo elijo, yo «firmo», yo doy el «sí» a lo que será mi vida en la carne.
—Así es, pero obviamente, al aparecer en tu mundo, esa valiente decisión queda borrada. Si lo recordaras, si lo supieras, tus acciones no serían las mismas y quedarían «descafeinadas». Es el valor químicamente puro.
—Creo que empiezo a comprender. Eso sí explicaría, por ejemplo, el nacimiento de los niños subnormales.
—¡Bingo! Ellos, previamente, han «firmado», como tú dices. Y te aseguro que el ejemplo es inmejorable. Esas audaces criaturas son la admiración de todo lo creado. Esos hombres y mujeres, encarcelados voluntariamente en la más penosa de las «prisiones», son héroes. Son lo más hermoso, sagrado y edificante que puedas encontrar en la carne. A partir de ahora, cuando los contemples, arrodilla tu alma. Son los favoritos del Padre.
—Una vida diseñada y aceptada previamente. ¡Dios santo!, ¡estoy rodeado de héroes! ¿Cómo no me había dado cuenta?
—Te lo dije: falta de información, querido cangrejo.
—Ahora entiendo también el cruel Destino de hombres como Christopher Reeves.
—¿Quién?
—«Superman», el actor. De pronto, en mitad de una brillante carrera cinematográfica, fue a caer de un caballo y quedó paralítico. ¡Otro héroe!
—Sí, jovencito. Y observa algo más. Además de VIVIR y experimentar esa situación límite, «Superman» es ahora un admirable ejemplo de tenacidad, optimismo y superación. Él no lo sabe, pero está colaborando
—¡y de qué forma!— en la construcción de un mundo más humano. Ahora sí es un verdadero «Superman».
—¿Y todos «firman»?
—Es la Ley. Cada cual en su momento histórico y en su lugar geográfico. «Firman» por una semana o por cien años. «Firman» el triunfo o la mediocridad. La soledad de un monasterio o el tumulto de una metrópoli. La esclavitud de la ignorancia o la brillantez del genio. «Firman», incluso, hasta el momento y la forma de morir.
—¿Y tú?
—Yo, igual que los demás. Elegí y firmé lo que ya conoces. Una vida anónima, amarrada al trabajo, sujeta a la voluntad de los otros. Todo un ejercicio de sacrificio y disciplina.
—En otras palabras: objetivo cumplido.
—No, jovencito. Siempre te quedas corto. Yo también fui un cangrejo. E infinitamente más torpe que tú. Por eso estoy aquí, hablando contigo. Por eso insisto una y otra vez: ¡VIVE! Y hazlo con la luz que yo no tuve. Eres un «voluntario». Acepta lo que el Destino te marque. No lo rechaces. Recuerda que lo has «firmado». No te rebeles contra ti mismo y mucho menos contra Él. VIVE a tope la experiencia que has seleccionado. Si el triunfo no llama a tu puerta, olvídalo. Señal de que no lo «firmaste». Si vives en el desamor, acéptalo. Eso fue lo «pactado». Si tu trabajo es árido, no desfallezcas. Contémplalo desde esta nueva perspectiva. Estás experimentando». Si la pobreza te acompaña como un perro fiel, no maldigas tu suerte. Ésa, precisamente, es tu suene. Si la fortuna, en cambio, duerme a tu lado, no te vanaglories. Despierta y utilízala como palanca para mover el mundo. Si ves morir a los tuyos, no clames a los cielos. Ellos también fueron «voluntarios». Si la enfermedad te consume, bendice al Padre y resiste. Tu «elección» fue «hasta el límite de mis fuerzas». Si vives, en fin, en la oscuridad, sí ni siquiera sabes por qué vives, deja que la oscuridad te cubra. De ahí saldrá la luz.
»¡Hazte «socio» del Destino!
»Si lo miras así, querido hijo, tendrás que reconocer que la vida y el mundo sí tienen sentido.
—Esto ha sido un escopetazo. Dame tiempo. Necesito pensar.
—¡Felices reflexiones, héroe!
REFLEXIONES
¡Vivo rodeado de héroes!
Debo pedir disculpas. Disculpas infinitas.
No lo sabía, pero el necio también «firmó» su necedad.
No lo sabía, pero el pobre nació para «enriquecerse y enriquecerme».
No lo sabía, pero el malvado —al «firmar»— ya no es mi enemigo.
No lo sabía, pero el mudo —más héroe si cabe— habla por sí solo.
No lo sabía, pero el ciego «firmó» para «ver» mucho más que yo.
No lo sabía, pero los míos —al «elegir»— me honraron antes de nacer.
No lo sabía, pero el autista, ahora, me aventaja un millón de años.
No lo sabía, pero —al «firmar»— los ricos eligieron una pesada carga.
No lo sabía, pero ahora, afortunadamente, lo sé: los «Down» no son hombres. Son ángeles.
No lo sabía, pero lo intuía: mi padre, como tantos, fue un héroe en la sombra.
No lo sabía, pero pediré perdón uno a uno.
Héroe tras héroe.
«VEN. HAGAMOS EL VIAJE QUE NUNCA HICIMOS»
Esta, la última «conversación», no fue como las otras. ¿«Conversación»? No> tampoco fue eso. ¿Qué fue? No sabría responder. ¿Un sueño? ¿Dos corazones latiendo al
unísono? ¿Un padre que toma a su hijo de la mano? ¿El AMOR, plantando su tienda en la soledad de un corazón?
Poco importa lo que pudo ser. Lo importante es que fue.
Él, entonces, como cada día, me visitó en la roca del «Monje» y, casi sin palabras, llenándome, me alzó.
—Sígueme. Hagamos el viaje que nunca hicimos.
Entonces volé. Volamos el uno junto al otro, amarrados por ese silencio repleto de palabras que engendra el AMOR.
—Ven. Te mostraré una pequeña parte de lo que te aguarda.
Y entramos en las arterias del Universo, en los «ríos» del tiempo. Allí me llevé a los labios el agua luminosa que siempre existió. ¡Era AMOR! ¡Cada átomo de tiempo era un átomo de AMOR!
Después, en un picado impecable, aquel ser deslumbrante —mi padre— descendió hasta las entrañas de una rosa. Y yo, deslumbrado, lo seguí. Entonces, tomando el secreto de la materia, fue a mostrármelo. Los átomos desplegaron sus alas y, temerosos, huyeron a otras órbitas. Y allí quedó la esencia, la intimidad de lo creado: millones de «corazones» agrupados, dibujando una palabra. ¡AMOR!
Y de la rosa, a las estrellas.
—Ven. Te mostraré los mundos MAT.
La Tierra empequeñeció, perdiéndose en el blanco ramaje del firmamento. Un instante después, tras penetrar su negro escudo protector, vi el primer mundo MAT, el primer «cielo» cantado por los profetas. Y vi ciudades, lagos y montañas. Vi gentes como yo, pero mejores que yo. Y al preguntar, todos coincidieron: «Ahora sabemos del AMOR. Somos AMOR.»
El segundo «cielo» —muy próximo— no necesitaba de la luz. Cada hombre, cada MAT-2, era una luz. Y la atmósfera la formaba un único «gas». Allí sólo respiran AMOR.
—Ven. Entra en mi.
Y al hacerlo, al arrojarme en el interior de aquel cuerpo «glorioso», tuve que cerrar los ojos. Allí sólo había luz. Una luz cegadora que fue tocándome, acariciándome, abrazándome. .
Y mi padre exclamó:
—No temas. Es el AMOR químicamente puro. Es la «chispa» del Padre, tu gran «olvidado». Mi gran «aliado».
Después, con el alma encogida por aquel «abrazo», me llevó hasta los límites de lo creado. Y señalando las centelleantes regiones de la Nada sentenció:
—Todo eso, querido hijo, será tuyo y mío. algún día. Es la reserva del AMOR para ‘os nuevos Dioses. Tú también serás un creador.
»Y ahora, ven. VIVE por un instante el dulce sueño de la muerte. Así no terneras.
Sólo recuerdo que me tomó en sus brazos y me besó. El resto fue una pacífica y benéfica «invasión». Y la paz, una increíble e indescriptible paz, fue cerrando mis ojos.
—¡Feliz sueño! ¡Feliz muerte!. Aquí debo decirte «hasta luego». Me reclaman. Mañana, cuando despiertes, seré MAT-3.
»¡VIVE ¡. ¡Sé libre, como yo lo soy ahora!
REFLEXIONES
He viajado a lo visible y a lo invisible y sólo he visto
AMOR. Estaba equivocado. Todo guarda sentido.
Todo responde a su AMOR. Nada es azar. La vida es un
compromiso. Yo he «firmado». Yo cumpliré.
He viajado a lo visible y a lo invisible y sólo he visto
BELLEZA. Estaba equivocado. Hasta en la miseria
y en el terror hay un bien disfrazado.
He viajado a lo visible y a lo invisible y sólo he visto
ORDEN. Un ORDEN mágico. Estaba equivocado.
El caos no figura en el manual del buen Dios.
He viajado a lo visible y a lo invisible y sólo he percibido
VERDAD. Estaba equivocado. AMOR y VERDAD son gemelos.
He viajado a lo visible y a lo invisible y sólo he visto
MISERICORDIA. Estaba equivocado. La carne es ciega.
He viajado a lo visible y a lo invisible y lo he visto. Él me
ha abrazado. Estaba equivocado. No estoy solo.
He viajado a lo visible y a lo invisible y la he visto.
Estaba equivocado. La muerte no usa guadaña.
Usa un somnífero.
«HASTA LUEGO»
«Mañana, cuando despiertes, seré
Necesité un tiempo para reaccionar. Miré a mi alrededor y, perplejo, comprobé que todo seguía igual. Blanca dormía serena y feliz. El amanecer apagaba las últimas estrellas. La mar se aseaba en la orilla, todavía con el camisón azul.
¿Qué había ocurrido?
Y la razón, burlona, me desafió: «Has tenido un sueño, sólo eso.»
Regresé a la piedra del «Monje» pero la «voz» no se presentó. Traté de volar, de buscarlo, pero sólo acerté a conversar con las olas. Y ellas, rodando hasta mis pies, me alertaron: «No fue un sueño., no fue un sueño.»
Y con la intuición, embozada con el alba, señaló hacia lo alto. Allí lo vi. Era mi padre, de pie sobre la luz. De pie sobre el último lucero. Alcé el corazón y grite:
«¡Hasta luego!. ¡Yo sé que no ha sido un sueño!»
De aquel momento sólo han quedado dos poemas y un bello recuerdo. Sí, tú, querido papá, eres libre al fin. Y yo, gracias a ti, empiezo a serlo ahora.
¡Gracias, MA’I’-3!. ¡Feliz VIDA!. ¡Feliz aventura!
Te creímos perdido.
Muerto, dicen.
No es así.
Te buscamos un minuto después.
Alguien había cerrado tus ojos.
Todos coincidían:
«Ha desaparecido. »
No es así.
Ahora lo sabemos.
Ni has muerto, ni has desaparecido.
Es que, al fin,
eres libre.
FIN