ZARZUELERO MAYOR DEL REINO
Publicado en
febrero 01, 2010
Por Daniel Samper PizanoSí, debo confesarlo: profeso un viejo, enorme, inmarchitable e impúdico cariño por la zarzuela. Mi padre fue siempre zarzuelero irredento y yo no recuerdo otras canciones de cuna que "brilla cuchillo de fino acero", aquella romanza para tenor gitano de La leyenda del beso, y el "ayba, ayba, ay babilonio que mareas", para triple seminudista, de La corte del faraón.
Cuando éramos niños mis hermanos y yo las labores domésticas estaban nítidamente repartidas. Yo, que soy el mayor, tenía a mi cargo el orden y pulimento de la colección de discos de zarzuela; el segundo de mis hermanos se ocupaba de arreglar los aparatos eléctricos; y el tercero de alimentar los gatos. Dos más que nacieron después se limitaron a vivir bien gracias a nuestra plusvalía. Yo terminé siendo un tenor frustrado que vive del periodismo; el segundo acabó convertido en banquero; y el tercero, el que alimentaba animales, ingresó, como parecía natural, a la policía.Gané mis primeros pesos a los cuatro años cantando a tres voces -todas mías- un trozo de zarzuela en visitas de familia, pero aún no sé si me regalaban monedas por lo que había cantado o para que me callara. Era el famoso trío de Luisa Fernanda, Vidal y Javier. Aquel que empieza diciendo "Cuánto tiempo sin verte, Luisa Fernanda". En aquellos tiempos del pre-escolar admiraba a Vidal Hernando, el recio labrador de Piedralbas que encarna el barítono en esta obra, y me mortificaba profundamente que la Luisa se largara con el coronel Javier Moreno cuando ya el pobre Vidal estaba en la puerta del horno matrimonial. Entendí entonces una cruel regla que impera en el mundo de la lírica: el tenor se queda siempre con el muchacha.Después, en la universidad, monté con otros alumnos de la facultad de derecho una agrupación que fue bautizada pomposamente como Compañía de Zarzuelas Daniel del Parral. Lo que pretendíamos, en parte, era ofrecer una alternativa lírica a las aburridas clases de derecho tributario, y en parte divertirnos merced a una irresponsable autorización que nos concedieron para utilizar la sala de música. Este grupúsculo, en el que era figura central una pianista de hermosas manos y largas piernas, se encargaba de interpretar El coro de los enamorados en destemplada jauría mientras el profesor se preguntaba, ante el salón vacío, dónde estarían esos mozos.Cuando me inicié como reportero trabajé al servicio de un español sabio y bondadoso, amante de la zarzuela y de la libertad, de cuya boca escuché anécdotas fascinantes sobre el mundo de la lírica y el teatro. Era don José Prat, exiliado en Colombia por muchos años. Durante las temporadas anuales de zarzuela, que ocurrían a cargo de compañías trashumantes y heroicas, don José escribía las reseñas de las obras y yo me encargaba de averiguar pequeños datos y chismes sobre la compañía. Esto me permitió conocer el género entre telones y enamorarme juvenil y perdidamente de más de una corista o una cómica.Años después, circunstancias de la vida me trajeron a Madrid y lo primero que hice fue localizar a don José Prat, que desde un tiempo atrás había regresado a su tierra y ocupaba ahora una curul en el Senado. Varias veces acudimos juntos otra vez a la zarzuela y, como la audacia no conoce límites, un día acabé por convertirme en cronista de zarzuela de Cambio 16. Debo confesar paladinamente que cuando la revista me encargó de manera oficial el cubrimiento del género lírico, para mí fue más importante que si me hubieran dado el Premio Pulitzer. Que un colombiano sea comentarista de zarzuela en la más notable revista española es como si un español llega a ser crítico de tango en Clarín. Desde las páginas de Cambio 16, modestamente, rompo de vez en cuando un cuarto de espadas por este género que, de acuerdo con la historiadora María Victoria Jiménez de Parga Cabrera, es más que teatro y música: "es una enorme ventana a la que se asoma el pueblo para verse, para revivirse, estéticamente, en sus calles, en su vida, en sus canciones, en su alma".EL LIBRO DE LAS ZARZUELAS PERDIDAS
No debe sorprender que un americano tenga la osadía de escribir sobre zarzuela en la tierra natal del maestro Asenjo Barbieri. Es que en América se tiene por la zarzuela un cariño muy particular, que procede de nuestras raíces culturales y se alimenta de la lengua que nos es común. Los avatares de la historia han conseguido por primeras figuras de la lírica española, como Plácido Domingo, tengan por segunda patria a la América Latina, y que compositores de la dimensión de Federico Moreno Torroba hayan estrenado obras en este lado del mar. El repertorio estable del género lírico ofrece por lo menos dos piezas latinoamericanas: María la O y El cafetal, del maestro cubano Ernesto Lecuona, autor, asimismo, de Rosa la China, Niña Rita, El batey y El maizal.
Serían muchas más si la ecología de la zarzuela no enterrase obras de manera tan despiadada. Desde hace más de tres siglos se componen óperas españolas (como Marina o Don Gil de Alcalá), sainetes líricos (como La verbena de la Paloma o La revoltosa), comedias líricas (como Doña Francisquita), operetas (como El rey que rabió), revistas (como Las leandras y Las corsarias), pasillos veraniegos (como Agua, azucarillos y aguardiente) y otras expresiones del género que hemos denominado ampliamente zarzuela.Hay miles de ellas escritas y cientos de ellas registradas. Llama la atención que las librerías de lance de Madrid están repletas de libretos de zarzuelas que no sobrevivieron a su estreno. Entre los 567 títulos viejos que ofrece una librería de la calle Bretón de los Herreros hay nueve zarzuelas. Unas pocas son de autores desconocidos. Las demás corresponden a maestros consagrados, como Vives, Barbieri, Oudrid, Serrano y Giménez. Allí debe de haber más de una joya olvidada. Estas nueve obras representan apenas una mínima parte del populoso limbo de las zarzuelas en pena. Mis cálculos de aficionado me permiten creer que apenas llegan a 120 las zarzuelas grabadas, y que de ellas las compañías presentan en escena únicamente 20 o 30 títulos. Con sólo pensar que aún no se ha estrenado la ópera Juan José, del maestro Pablo Sorozábal, "siendo en el pecho una cosa que no me deja ni rebullir", como le ocurría a las pacientes del tío Sabino en La del soto del parral.América también ha de tener un voluminoso orfelinato de zarzuelas, porque su amor por el género es antiguo. Buenos Aires fue en una época activo centro zarzuelero, y en Colombia se montan cada año temporadas. Más de una vez Bogotá ha ofrecido dos carteles simultáneos de zarzuela en dos teatros, mientras que en Madrid pasaban meses sin que se escuchara zarzuela grande ni chica. De hecho, la última que se estrenó en la capital de España fue obra de un médico colombiano.Todo lo anterior explica que muchos latinoamericanos sintamos en la zarzuela una patria del corazón y que nos conduela la situación de abandono que el género atraviesa.POBRE LA ZARZUELA POBRE
¿Está muriendo la zarzuela? Semejante pregunta es casi tan vieja como la zarzuela. No sé si el hecho de que ya se la formularan hace 150 años en tiempos de don Emilio Arrieta, el de Marina, indica que siempre ha estado viva o, más bien, que siempre ha dado la impresión de agonizar. Lo que sí sé es que ahora se venden más discos de zarzuela que antes y que el mercado zarzuelero es tan noble y pródigo que ha llevado a que tenores como Alfredo Kraus y Plácido Domingo graben papeles de barítono. Ya es posible conseguir colecciones completas de género chico y grande en discos compactos y en ediciones especiales de obras como El gato montes y Doña Francisquita grabadas por voces de primera línea, acompañadas por orquestas famosas y con los maravillosos avances de la tecnología digital, porque es visible que, como dicen en La verbena de la paloma, "hoy las ciencias adelantan que es una barbaridad".
El problema no radica, pues, en que escaseen aficionados al género lírico o producciones discográficas para satisfacerlos. El asunto tiene que ver exclusivamente con la zarzuela en vivo, tan dejada de la mano de Dios, de los empresarios y de los promotores de cultura. Quienes no la conocen bien suelen decir que la zarzuela es un género pobre. Pero con ella sucede la misma tautología que con cualquier otra actividad: la zarzuela es pobre cuando se monta pobremente, y es rica cuando se monta ricamente. Como todo lo que tiene que ver con el teatro. Nada más pobre, si a eso vamos, que la ópera pobre. Una cosa es ver La africana presentada a todo trapo en el Teatro alla Scala de Milán, y otra por la desarrapada compañía del maestro Querubini en la zarzuela de Manuel Fernández Caballero. Es que hasta el fútbol, que es la mayor de las artes visuales, puede llegar a ser un esperpento cuando se le trata como tal.Las zarzuelas que ha montado el Teatro de la Zarzuela de Madrid dentro de sus temporadas de ópera de los últimos cinco o seis años han demostrado que el género agradece cuando se le confiere importancia y se luce cuando alguien lo engalana. El éxito de La del manojo de rosas en este teatro y en París demuestra que lo que agoniza no es la zarzuela en sí, sino la zarzuela menesterosa, aunque incluso a esta los verdaderos aficionados le tenemos un cariño tierno como el que inspiran los hijos desvalidos. El maestro Sorozábal, siempre tan pesimista, proclamaba en 1964 que "en España el teatro lírico está muerto".Pero no puede negarse que puestas en escena como las anteriores, o las que ha hecho a veces José Tamayo, bien conocidas y admiradas en medio mundo, son excepcionales. Lo habitual es la indigencia, con lo cual la zarzuela representada se ha vuelto profeta de su propia miseria. Si se le diera la importancia que otorgan Francia o Alemania a sus géneros líricos menores, La gran vía estaría en Broadway, como lo estará en la programación de Washington, gracias a Plácido Domingo.Para eso es importante entender que ella forma parte de nuestra cultura común, y que la cultura, asentada en una lengua que se expande y se enriquece cada día, es la única amarra irrenunciable que tenemos los pueblos hispánicos. El pro americano se acabó: tal vez el último indiano rico fue Juan, el ricachón de Los Gavilanes. Europa llama a España, y España le responde. Las fronteras españolas se cierran a los hijos de sus hijos. Sólo a la cultura popular es imposible ponerle cerca desde los cuarteles generales de la Unión Europea.