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enero 03, 2010
Por Daniel Samper PizanoEl intento de la Comunidad Europea por atropellar la letra Ñ en los computadores españoles ha provocado una indignada protesta. La única que no sabe la que ha armado es la curiosa letra única en el mundo.
El Instituto Cervantes, encargado de llevar la lengua española por el mundo entero, la ha adoptado en su logotipo. El presidente de la Academia Española de la Lengua afirma que España debería retirarse de la Comunidad Europea antes que renunciar a ella. Gabriel García Márquez considera “escandaloso”, “un abuso” y “una arrogancia” que los europeos pretendan vetarla. Mario Vargas Llosa dice que está dispuesto a armar manifestaciones callejeras en su defensa. El premio Nobel Camilo José Cela sostiene que ella es “algo muy enraizado con nuestras tradiciones y modo de escribir”. El gobierno español dicta decretos para protegerla. En los almacenes venden camisetas con su imagen. Periodistas y escritores cierran filas en torno a su figura. Cualquiera diría que, por culpa suya, podría llegarse a una nueva guerra europea.Todo el problema surgió cuando, basados en normas de la Comunidad, los burócratas de la organización, cuya sede está en Bruselas, exigieron a España la derogación de tres decretos de 1985 que obligaban a los fabricantes de computadores a incluir la letra Ñ en los teclados importados a España. Bruselas consideraba que estas normas violaban el Tratado de Roma, base del acuerdo entre los doce miembros comunitarios donde se establece que todo producto legalmente fabricado en cualquier país del club, puede importarse legalmente a los demás.La posición española era sencilla y clara: como España produce muy pocos computadores, al tolerar la invasión de los teclados extranjeros iba a colocar a los consumidores españoles de desventaja cultural; les tocaría olvidarse de la Ñ y de la tilde, o agregarlas a mano. Para un fabricante, en cambio, significa poco trabajo añadir una tecla y un circuito.Pero, además, se entendió que la inminente invasión de teclados bárbaros desprovistos de Ñ constituía un atentado cultural al idioma del país. De modo que el gobierno no le puso atención a las advertencias de la Comunidad y mantuvo el veto a los teclados sin Ñ. Bruselas se encrespó y en 1990 amenazó con abrir un procedimiento de infracción contra España, que es como sacarle tarjeta amarilla. El desafiante mensaje de la CE conminaba a España a derogar "lo antes posible" los decretos publicados en defensa de la Ñ. Bruselas calculó que, de esta manera, caerían las barreras contra los ordenadores de extraña ortografía.Pero calculó mal. No sabía que el empujón a la Ñ iba a ser interpretado como una puñalada en el corazón mismo de la lengua. Cuando se conoció el ultimátum de Bruselas, los escritores reaccionaron con patriótica fiereza. La Real Academia de la Lengua, habitualmente mansa, se sulfuró de veras y expresó su indignado rechazo a que "se levante la prohibición gubernamental de comercializar en España productos informáticos que no tengan en cuenta todas las características del sistema gráfico español". Escritores como Gabo, Vargas Llosa y Cela salieron dispuestos a luchar cuerpo a cuerpo contra los desconsiderados tiranuelos de oficina. "No pienso renunciar a esa letra -notificó Gonzalo Torrente Ballester-. No hay derecho". La prensa dispuso las lanzas en ristre: "La exigencia comunitaria -escribió El País el 10 de mayo de 1991- sólo es comparable a un hipotético bando de Ayuntamiento de Calahorra por el que, suprimiendo la W, ordenase escribir Guasintón".Y empezó la cacería de teclados espurios. Pronto se vio que las fuerzas del mal habían logrado introducir máquinas informáticas sin Ñ hasta en el mismísimo gobierno: los resúmenes de prensa de la Cancillería española se escribían en computadores sin Ñ; la base de datos de la agencia oficial de noticias, Efe, carecía también de la letra emblemática; parte de los catálogos de la propia Biblioteca Nacional de Madrid estaban contaminados por una N bastarda que hacía malamente las veces de Ñ.
Mientras tanto, la desdeñosa Europa comunitaria, presionada por los fabricantes de computadores sin Ñ, seguía exigiendo a España la derogación de las normas de marras. En el Ínterin se firmó el famoso y denostado Tratado de Maastrich, que, entre muchos temas, incluyó un artículo salvador. Según éste, los países miembros de la Comunidad pueden alegar en casos especiales "razones de carácter cultural" para sacarle el cuerpo a ciertas disposiciones.Así lo hizo España. En una hábil jugada, autorizó la importación de teclados sin Ñ, pero estableció que sólo pueden venderse al público los que lleven la totalidad de las peculiaridades gráficas castellanas. Con ello salvó la Ñ, salvó la patria y salvó el decoro del idioma: ya el asunto se había vuelto cuestión de dignidad, señoras y señores.Sin embargo, la humilde letra Ñ parece no darse por enterada de todos los conflictos que ha desatado. Sigue siendo, con la w y la x, la que menos espacio ocupa en el diccionario. Apenas una página, en comparación con las 212 de la C o las 148 de la P. Aunque miles las contengan, tan sólo 50 palabras empiezan con Ñ. En la penúltima edición del Diccionario de la Lengua tenía exactamente el mismo número de entradas; la diferencia es que en la edición del 92 desapareció la palabra ñafrar ("Reducir a hilo sus substancias hiladizas") e ingresó ñengo ("En México, desme-drado, flaco, enclenque"). Las demás se conservan casi intactas. Ñacaniná ("En Argentina, serpiente grande y venenosa de las llanuras del Chaco") no tenía tilde en la edición anterior, y la tiene en ésta. Otras palabras de la familia se han ido cayendo del diccionario con el curso del tiempo. El Tesoro de la Lengua Castellana, publicado en 1611 por Sebastián de Covarrubias, incluía un par de vocablos ya descolgados: ñafete ("Cierto género de pulla que se usa en Portugal") y ñudo ("Atadura que se enlaza con él un ramal y el otro").No se sabe quién le colocó el gorrito que distingue a la Ñ. Los historiadores creen fue por allá en el siglo XV. De todos modos, cuando la letra N se convirtió en Ñ, el sonido propio de la Ñ ya llevaba varios siglos caminando en la lengua española: quizás cinco. Los expertos definen este sonido como "consonante palatal nasal sonoro"; es decir, un sonido que se produce con la lengua apoyada en el paladar, se expulsa en parte por la nariz y hace vibrar las cuerdas vocales. Su origen son la doble N y la gn latinas: canna se convirtió en caña, y cognatus en cuñado.Hace más de mil años ciertos sonidos latinos que eran vocales sufrieron una revolución fonética llamada yod, que consistió en que se convirtieron en semiconsonantes. Por ejemplo, la E de mulier empezó a pronunciarse desde el paladar: de allí salió algo parecido a mulier y, finalmente, mujer. Otras palabras, como vinea, comenzaron a pronunciarse vinya por efectos del yod y terminaron sonando como la actual Ñ: viña.Igual fenómeno ocurría en otros idiomas derivados del latín. En francés y en italiano, el sonido de la Ñ se refugió en la conjunción de G con N: Avignon, Romagna. En portugués buscó expresión en N más H: Toninho. En catalán, en N seguida de Y: Catalunya. El español es el único idioma que ha descubierto una sola letra para este sonido que en los demás necesita dos signos. Por eso Gabriel García Márquez propuso, cuando se enteró de la campaña contra la Ñ entre los burócratas de Bruselas, que "otras lenguas del paraíso europeo se modernicen con la adopción de la Ñ", en vez de pedir a España que renuncie a este avance cultural.Aunque el origen lejano de la Ñ es romano, otras lenguas se han acomodado bien a la representación de este sonido. De hecho, entre las 50 palabras que empiezan por Ñ en el diccionario, las hay, incluso, de procedencia africana. Ñame, por ejemplo, es voz que -según el filólogo argentino-venezolano Ángel Rosenblatt- viene de yam, en dialecto congolés, y con esa ortografía la importó a América Cristóbal Colón. Fue aquí donde la Y se cambio a Ñ.
Esta es una primera pista acerca de la propensión de América hacía la Ñ. Las lenguas americanas se han sentido muy a gusto con la Ñ que desembarcó de España de la mano de los hermanos Yañez Pinzón. Tan a gusto, según el lingüista Lincoln Canfield, que el respeto por la pronunciación de esta letra es prácticamente universal en América: tan sólo en Yucatán (México) los habitantes tienden a decir ninyo, panyo, anyo por niño, paño, año. De las famosas 50, cerca de 30 son americanas. Entre ellas hay seis de origen guaraní, tres quechuas y dos araucanas. Nueve son nombres de plantas: ñame, ñangue, ñipe, ñire, ñisñil, ñocha, ñora, ñorbo y ñoro. Cuatro designan animales: la serpiente ñecanina, el ave ñacurutú, el avestruz ñandú y ese engendro de caballo con toro llamado ñu.Varios términos ecuatorianos con Ñ inicial recoge la última edición del diccionario padre: ñaño (a), "hermano, hermana, unido por amistad íntima"; ñuto (a), "dicese de la carne blanda o ablandada a energía". Una sola palabra figura como exclusivo colombianismo: ñapango ("mestizo, mulato") de uso frecuente en el sur occidente del país y, me parece, en el norte del Ecuador. Sin embargo, echa uno de menos palabras espléndidas, como la mexicana ñañaras, que significa risita nerviosa.Quizás las más famosas entre nosotros sean ñato, ñoco y ñapa. Esta última bien podría ser la palabra castellana con inicial Ñ que más larga carrera ha hecho. Su cuna es quechua y su lugar el imperio incaico; procede de yapa y, según Ronsenblatt, se extendió por toda América. Llegó hasta el sur de Estados Unidos, donde los conquistadores franceses la adoptaron como lagniappe, y aparece así en obras de Mark Twain. Por último, dio el doble salto a Europa: entró como ñapa al diccionario español, y como lagniappe al francés. De modo que el azoroso volantín parece confirmarse: no tiene nada de raro que los burócratas de Bruselas que intentaron atrepellar a la Ñ utilicen, sin saberlo, una palabra que heredaron de los incas y que preside ese signo que se ha convertido en un himno nacional monográfico del idioma español.Lo cual sería el colmo de la ñoñería.