EN EL PAIS DE LAS NIEVES ETERNAS
Publicado en
enero 21, 2010
En el desolado paisaje de la Antártida se alza esta bóveda de 15 metros de altura y 50 de diámetro, que aloja las instalaciones centrales de la estación científica Amundsen-Scott.De cómo se vive sobre un banco de hielo de tres kilómetros de espesor.
Por Mary RoachEN LA TRAVESÍA al polo sur —un vuelo de dos horas que parte de la costa antártica y enfila al interior—, hay que cumplir un estricto código de atuendo: todo pasajero debe llevar un chaquetón grueso con capucha forrada de piel, pantalón y suéter de lana, guantes, gafas protectoras, sombrero, botas, ropa interior térmica y un juego de placas de identificación. La ropa es necesaria por si hay que hacer un aterrizaje forzoso; las placas, por si el aterrizaje sale mal.
Yo no había prestado mucha atención a estas cosas hasta hace un instante, cuando miré por la ventanilla y vi que nos vamos acercando a la blanca inmensidad a un ritmo vertiginoso; lo extraño es que no veo ninguna pista de aterrizaje. ¿Qué ocurre?Ocurre que vamos a aterrizar en plena nieve, pues de eso está hecha ¡a "pista de aterrizaje" de la estación Amundsen-Scott, la instalación científica de Estados Unidos en el polo sur. La nieve no se puede pavimentar; lo más que se puede hacer es apisonarla bien y confiar en la suerte. Por fortuna, el avión en que viajamos, un carguero militar LC-130, está provisto de esquís. Para mí, venir aquí es como un sueño: estar en el polo sur... ver cómo vive la gente en una tierra donde no hay vida... despertar a las 3 de la madrugada y ver brillar el sol en todo su esplendor.LA CUPULA
El avión se ladea y la blancura deja en su lugar el cielo más azul que he visto en mi vida. Una de las sorpresas del polo sur es que casi nunca nieva. El frío extremo reduce la cantidad de vapor de agua que puede haber en el aire y formar nubes, por lo que el cielo casi siempre está intensamente despejado. La nieve llega del resto de la Antártida arrastrada por el viento, y nunca se derrite; al contrario, se ha ido amontonando al correr del tiempo, hasta formar una capa de hielo que hoy en día alcanza los 2800 metros de espesor.
De la hipnotizadora monotonía blanca y azul surge de repente una cúpula gigantesca. Se diría que un lunático aficionado a los deportes ha construido un estadio en el polo sur. La ventisca azota tan implacablemente la estructura, hecha de aluminio, que la está dejando sepultada como un ju-guete olvidado en la nieve.La cúpula es el cobertizo que sirve de techo común a varias instalaciones de la Fundación Nacional para la Ciencia (FNC), de Estados Unidos: laboratorios de investigación, el comedor, dormitorios y oficinas. El complejo, que sustituyó a la estación original, construida en 1956, ha crecido desde su inauguración, en 1975. Pensado para 34 personas, actualmente alberga a más de 170.La construcción de una base estadounidense en el polo sur tenía motivos principalmente científicos, pero también políticos. La existencia de este enclave norteamericano en el corazón de la Antártida ha impedido que otros países se adueñen del continente. La investigación científica también está supeditada a la seguridad nacional de Estados Unidos. Por ejemplo, los sismógrafos de la estación no sólo detectan terremotos, sino pruebas nucleares clandestinas.Cuando bajo del avión me recibe la gélida temperatura de 34° C bajo cero. El frío antártico no se siente como aire, sino como una masa sólida que se pegara a la piel. Gracias a Dios, la cúpula no está lejos de la pista.En el austero interior de la cúpula, el suelo es de nieve apisonada.EL PALACIO DE HIELO
Tras una reunión de información en el comedor, mis anfitriones me conducen a mis aposentos: una caseta metálica prefabricada que está fuera de la cúpula.Llamar habitación a esto es un tanto exagerado. El recinto mide 1.50 por 2.40 metros, no tiene armario ni escritorio, ni está aislado contra el ruido. Una de las paredes es un cancel corredizo de plástico. Es notoria la falta de baño. Le pregunto por él a mi vecino, un hombre alto y delgado que tiene los rasgos distintivos de los habitantes del polo sur: una barba silvestre y el pelo alborotado por la electricidad estática.—El baño está en el palacio de hielo —me contesta, señalando una estructura pequeña situada afuera, a 15 metros de distancia.El polo sur es el único sitio del planeta donde, para ir al baño a las 2 de la madrugada, hay que ponerse chaquetón, botas y lentes para sol. Casi siento alivio cuando me dicen que no puedo ducharme más de dos veces a la semana (aquí, el ahorro del agua es cosa seria).ATLETAS SIN ROPA
Contra lo que me temía, la comida es buena: hay ensalada de oruga, verduras asadas y pimientos amarillos frescos. Dos veces al mes llegan de Nueva Zelanda aviones cargados de frutas y verduras que se almacenan en el cuarto "refrigerador", un recinto que en realidad no está refrigerado, sino caldeado, para evitar que los víveres se congelen. Cuando hay que congelar algo, simplemente se deja al aire libre.La temperatura más alta que se ha registrado en este lugar es de 14° C. bajo cero. En invierno, la temperatura es de alrededor de 50° C. bajo cero, con ocasionales descensos por debajo de los 70.Curiosamente, cuando se producen tales descensos es cuando se ve a más personas retozando al aire libre. Y lo más extraño es que están desnudas. Para ser admitidas en cierto club tienen que salir en cueros de un sauna que está a 90° C. y correr hasta el poste que señala el polo sur.Quizá lo más incómodo de la prueba no sea la desnudez, sino la carrera. Respirar profundamente cuando el aire es tan frío puede tener muy mal efecto en los pulmones. La atmósfera enrarecida no es menos agobiante. Después de las lesiones por congelación, el mal de montaña es uno de los padecimientos que se atienden más comúnmente en el "Club Med", como llaman aquí a la enfermería.UNA VENTANA AL FIRMAMENTO
A la hora de la cena me toca sentarme junto a un científico al que no le importan ni el frío ni el aire enrarecido. —Son condiciones desagradables para las personas —me dice—, pero perfectas para la astronomía.
La escasa humedad da a la atmósfera una diafanidad extraordinaria que se presta muy bien para la observación del universo. Con ayuda de telescopios especiales, los astrónomos de la estación exploran porciones invisibles del espectro electromagnético tales como las microondas, que son emitidas por nebulosas de gas que con el tiempo pueden concentrarse y convertirse en estrellas.Otra característica distintiva de la atmósfera del polo sur es su excepcional pureza. Merced a esta propiedad se utiliza como marco de comparación para analizar muestras de aire de otras regiones y vigilar la contaminación en todo el mundo. Una tarde voy al laboratorio de análisis del aire, situado a 400 metros de la cúpula, para probar un "aguanieve", coctel típico de la localidad, consistente en una copa de la nieve más limpia de la Tierra bañada con licor Baileys. Cuando llego, en el laboratorio reina ya la algarabía y el buen humor.En los difíciles tiempos del principio se respiraba aquí un ambiente de pueblo del viejo oeste norteamericano. Tantos eran los hombres en general bien educados a los que les daba por hablar como carreteros, que el trastorno empezó a llamarse "mal de la cúpula".Aunque la proporción de mujeres en la estación ha aumentado —hay una por cada cinco hombres, poco más o menos—, todavía no se ven niños en el polo sur. Acostumbrarse a su ausencia y a la de los animales domésticos lleva tiempo. Chris Cleavelin, técnico de la estación y asiduo consumidor de "aguanieves", me cuenta de cierta ocasión en que fue con dos amigos a Nueva Zelanda, escala obligada de los vuelos que salen de la Antártida.—Mientras dábamos un paseo en la ciudad de Christchurch —dice—, vimos a una mujer que llevaba a un bebé en un cochecito. Sin decir una palabra, los tres cruzamos la calle y enfilamos derecho hacia ella. Hacía más de un año que no veíamos niños. La señora fue muy paciente. Imagínese: ver a tres tipos con facha de vagabundos abalanzarse sobre su bebé. Me extraña que no haya gritado. En el polo sur, los astrónomos gozan de una extraordinaria vista del firmamento.DANDO VUELTA
Con el invierno antártico llegan las perturbaciones de la conducta. Seis meses sin sol no pasan en vano. Como el frío extremo inutiliza las instalaciones hidráulicas, no vienen aviones y no llegan cartas. El correo electrónico hace más llevadera la soledad, pero el aburrimiento no tiene remedio.
—Aquí uno acaba dando vueltas —dice Cleavelin—: de la cocina al bar, del bar al cine, del cine a la cocina, y vuelta otra vez.A los "hibernadores", como llaman a los 28 miembros del personal que se quedan aquí durante los meses más fríos, les toca el privilegio de surtir la "caja negra", videoteca que ocupa una estantería de tres por tres metros (una de las películas más populares es El resplandor, por su cruda descripción de la locura a que puede llevar el aislamiento). En el minúsculo invernadero de la estación nunca faltan voluntarios; todo el mundo ansia recibir la luz intensa y el olor de las plantas.Pese a la buena voluntad de todos, los conflictos de personalidad y el acaloramiento de los ánimos no son raros. Según Cleavelin, pasar el invierno en la estación es "como vivir hacinado con 25 hermanos y tener que llevarse bien en ausencia de mamá y papá". Todos los candidatos a "hibernadores" deben someterse a una evaluación psicológica.—Un día nos pusieron un ejercicio que consistía en decir cuál era nuestra herramienta preferida —recuerda el astrónomo J. D. Mayfield, a quien acaban de admitir en el personal permanente—. Alguien dijo "hacha", y varios de los presentes arquearon las cejas.El confinamiento, la soledad y las dificultades de las relaciones humanas que implica el invierno en el polo sur hacen de la estación un buen modelo para los viajes espaciales. Conscientes de ello, unos antropólogos de la FNC han venido a estudiar al personal permanente para determinar cuáles son las personalidades más idóneas para el trabajo de equipo en aislamiento durante largos periodos.AL LLEGAR mi último día en el polo sur, salgo a dar un paseo para apartarme un rato de las instalaciones y de la gente. Desde las refulgentes colinas talladas por el viento, lo único que veo es el encuentro del azul del cielo y el blanco de la nieve. Cuatro trozos de arco iris forman un halo alrededor del sol, y en el aire relucen diminutos cristales de hielo.
No hace falta mucha imaginación para darse cuenta de que el polo sur, sin agua ni verdor, montañas ni campo, parece más otro planeta que la Tierra. En ello reside no sólo su valor para la ciencia, sino su encanto. En este momento me parece el lugar más hermoso del mundo.