DONDE CANTAN LAS BALLENAS BLANCAS
Publicado en
enero 21, 2010
© 1994 POR KENNETH S. NORRIS. CONDENSADO DE NATIONAL GEOGRAPHIC (JUNIO DE 1994), DE WASHINGTON, D.C. FOTOS: © FLIP NICKLIN/MINDEN PICTURES.Los investigadores han comenzado a desentrañar los misterios de esta escurridiza peregrina de los mares árticos.
Por Kenneth NorrisBLANCA COMO LA NIEVE y con brillantes ojos negros, una beluga de tres metros y medio de largo se me acerca desde el otro lado de una ventana panorámica del Acuario de Vancouver; se queda suspendida en el agua unos instantes, y da comienzo a un asombroso juego.
Por el orificio nasal, situado en lo alto de la cabeza, expulsa lentamente un inmenso globo de aire en forma de hongo, retrocede un poco como para verlo mejor y, entreabriendo los carnosos labios, lo engulle de un bocado. A continuación vuelve a escupir la burbuja, se queda mirándola un momento y luego se la traga de nuevo.Antes de dar por terminado el espectáculo, la beluga escupe una vez más la bolsa de aire y, agachando bruscamente la cabeza, le dispara una corriente invisible: la bola se transforma en un vibrante anillo y se deshace luego en una miríada de burbujas. El cetáceo se zampa las burbujas y, sacudiendo las aletas, se va por donde ha venido.En los 40 años que llevo estudiando los cetáceos, a menudo he visto jugar marsopas, delfines y ballenas, pero nunca había presenciado algo así; lo que ha hecho esta beluga se asemeja más al arte.Aunque no soy especialista en belugas, ya antes las he observado, lo mismo libres que cautivas, y el misterio que las envuelve me inspira una profunda curiosidad. Casi todas viven en el océano glacial Ártico, donde las estudia un puñado de especialistas, así que decido viajar allí y hacerles una visita.LA BELUGA es un cetáceo insólito: ágil, relativamente pequeño, escurridizo, con una mueca que parece sonrisa y el cuello flexible. Vive entre los témpanos del océano glacial Ártico, rehuyendo a los osos polares y a las orcas. Nadar bajo planchas de hielo que pueden medir un kilómetro o más es cosa de todos los días para este mamífero marino, que siempre se las ingenia para encontrar fisuras o abrir boquetes en los témpanos para respirar.
Tom Smith, investigador del Departamento Canadiense de Pesca y Mares, me invitó a visitar su campamento, en la costa norte de la isla Somerset. Un soleado día de julio observamos el mar desde una torre que domina la ensenada de Cunningham, en el estrecho de Barrow, y vimos unas 1700 belugas nadando en sus someras aguas, donde se reúnen en los meses de deshielo: julio y agosto.—Está usted viendo a poco menos del 15 por ciento de la población de belugas de la región —me dijo Smith, asomando el rostro arrugado, de barba rojiza, por entre la ropa especial para el frío—. Si el hielo es propicio, vienen aquí cada año por estas fechas para mudar de piel y amamantar a sus crías.Como un halo superpuesto al círculo polar ártico, una población de unas 100.000 belugas se extiende por las costas de Alaska, Canadá, Groenlandia, Escandinavia y Siberia. Conforme la superficie del mar se congela en invierno, la mayoría de las belugas que viven en las regiones más septentrionales migran en grandes procesiones, siempre adelante del hielo, hasta el mar de Bering por el oeste y hasta la parte media de la costa de Groenlandia por el este.En primavera, cuando la capa de hielo empieza a romperse, las belugas emprenden el viaje de regreso, durante el cual se apiñan en las recién abiertas desembocaduras de los ríos y se van alimentando de bacalao, calamar, arenque, lenguado y crustáceos.Las belugas que vimos en la ensenada de Cunningham se movían como renacuajos: agitaban la cola para permanecer en su sitio contra la fuerte corriente. Los machos de la especie alcanzan hasta 4,5 metros de largo y 1300 kilos de peso; las hembras son más pequeñas. Desde mi puesto de observación vi a las madres amamantar a sus hijos, que, después de un periodo de lactancia de hasta dos años, viven 25 más. Muchos almacenan tanta grasa que la cabeza les queda rodeada de un rollo de carne que parece el cuello de un abrigo.Estos cetáceos no tienen aleta dorsal, la cual constituiría un grave impedimento para nadar bajo el hielo, pero poseen en cambio una prominencia de tejido fibroso muy resistente que les corre a lo largo del lomo. En Rusia, los científicos las han visto romper con estas prominencias capas de hielo de casi 8 centímetros de espesor para abrir respiraderos. Y no obstante la falta de aleta dorsal, estos mamíferos son magníficos nadadores; cuando migran en pequeñas manadas, pueden avanzar a razón de 100 kilómetros al día.LAS BELUGAS viven inmersas en un mundo de sonidos; sus manadas semejan orquestas sinfónicas que nunca terminaran de afinar. Mientras las observábamos, una grave voz de tuba resonó en la ensenada, y luego una nota larga y vacilante que parecía producida por un aprendiz de trompeta; a esto siguió una serie de gorjeos agudos, el ruido sibilante del aire exhalado, un balido, un ronquido...
Al ponerme unos audífonos conectados a un hidrófono, empecé a oír chasquidos. Las ballenas están dotadas de una especie de sonar: emiten ruidos agudos cuyo eco las ayuda a nadar y a localizar objetos en el agua. Además de los chasquidos se oían unos silbidos que, según los especialistas, las belugas utilizan para organizarse en grupos.El primer intento científico de analizar los ruidos de las belugas se realizó en 1962. A los autores del estudio, los oceanógrafos Marie Fish y William Mowbray, de la Universidad de Rhode Island, casi se les agotaron las palabras al tratar de describir gañidos, chasquidos, chillidos, silbidos, trompetazos, chirridos, graznidos y trinos.A la capacidad acústica de las belugas se suma un oído muy agudo. Cuando Tom Smith y yo descendimos de la torre, metí un pie en el agua y las ballenas que estaban más cerca, a unos 30 metros de distancia, dieron un respingo, mostrándome que son más sensibles al ruido de lo que me imaginaba.—Si hubiera dado otro paso, habría causado una estampida —comentó Smith.El sistema de sonar de las belugas, basado en la emisión de una sucesión de chasquidos breves, les permite orientarse en un mundo que está constituido por un laberinto de canales. Estos cetáceos pueden percibir incluso lo que hay detrás de ellos o a la vuelta de un obstáculo haciendo rebotar los chasquidos en la base de los témpanos.Algunos expertos creen que las belugas determinan la dirección del haz sonoro cambiando la forma de un órgano redondeado, lleno de grasa, que tienen en la frente y que puede unas veces achatarse y otras alargarse hasta sobresalir en su totalidad del hocico de la ballena.UNO DE LOS GRANDES misterios de las belugas que vienen a veranear a la isla Somerset es dónde pasan el resto del año, temporada en que ningún biólogo ha podido seguirles la pista, ni en barco ni en avión. Un equipo de especialistas encabezado por Smith y por Tony Martin, de la Unidad de Investigación de Mamíferos Marinos de Cambridge, Inglaterra, intentó resolver el enigma colocándoles transmisores de localización por satélite.
—Suponemos que se dirigen al este, pasan al norte de la isla de Baffin y llegan a la costa occidental de Groenlandia, donde el mar no se congela, pero aún no lo sabemos con certeza —me dijo Smith.Acabábamos de desayunarnos en su campamento, ubicado en la bahía Elwin, en la costa oriental de la isla Somerset, cuando Martin llegó a toda velocidad en un vehículo todoterreno.—Hay una beluga en un lugar donde creo que podemos atraparla —dijo sin tomar aliento, bajando de un salto del vehículo en busca de un transmisor para ponérselo al animal.Smith y otros dos colaboradores fueron corriendo por la lancha inflable, recogiendo a su paso redes y cuerdas. Yo corrí hacia la playa y llegué al mismo tiempo que la lancha. Smith y su colega Jack Orr se colocaron a cada lado de la proa, con redes de lanzadera en la mano. Una mancha blanca y alargada hendía las aguas poco profundas delante de nosotros; de pronto, la beluga cometió el error de nadar hacia la playa, donde el agua estaba congelada. Orr saltó por la borda y le lanzó una red sobre la cabeza. Smith bajó de la embarcación con el lazo para la cola, se lo pasó hábilmente por la aleta caudal y lo apretó.Los dos investigadores se perdieron de vista en un remolino de agua helada mientras la ballena batía frenéticamente la cola para escapar. Yo corrí a agarrar la cuerda para ayudarles a arrastrar la beluga hacia la playa. Otro miembro del equipo me relevó y, al poco rato, Martin había prendido en la prominencia dorsal del cetáceo un transmisor del tamaño y la forma de un par de linternas pequeñas.A diferencia de un pez fuera del agua, cuando una beluga se queda varada respira con toda tranquilidad y descansa hasta que desencalla al subir la marea. Ésta ni se inmutó. Al cabo de unos 20 minutos, Smith y Orr la empujaron de vuelta al canal. La siguiente noticia que tuvimos de ella nos llegó del laboratorio de Martin enCambridge, mientras sus colegas rastreaban la señal del transmisor.EN AMÉRICA DEL NORTE, únicamente los pueblos autóctonos que cazan para subsistir tienen permiso para matar belugas. Los cetáceos son muy apreciados por su carne, su grasa y su piel, rica en vitaminas, que se come cruda o cocida. Los esquimales del Ártico oriental canadiense pescan tan sólo un centenar al año de las 12.000 belugas que se cree que llegan a la zona, lo que equivale a alrededor de 15 por ciento de las que se cazan en Groenlandia, donde apenas hoy se empieza a proteger la especie.
Una amenaza más grave para algunas poblaciones de belugas proviene de la contaminación industrial. En el estuario del río San Lorenzo, lejos de los témpanos árticos, vive un grupo de medio millar de ejemplares que quedaron aislados de sus congéneres al retirarse los glaciares de la última era glacial.—Hace un siglo había aquí por lo menos diez veces más belugas que ahora —me dice Pierre Béland, del Instituto Nacional de Ecotoxicología de Canadá.La población de las ballenas comenzó a disminuir a causa de la pesca desmedida, pero aunque la pesca comercial se prohibió en los años 50, no lograron recuperarse.—Estamos tratando de averiguar por qué —agrega Béland.Cada año aparecen unas 15 belugas muertas en las riberas del San Lorenzo, casi todas gravemente intoxicadas con una mezcla de productos químicos desechados por las instalaciones agrícolas e industriales que se encuentran a lo largo del río y sus afluentes.LA PRIMERA información obtenida con los transmisores de Martin fue un fiasco: las pilas se agotaron antes de que la media docena de belugas "marcadas" en la bahía Elwin llegaran a su supuesto destino de invierno.
Martin y su equipo volvieron a la mesa de trabajo y diseñaron un nuevo circuito que ahorraba energía. Al verano siguiente colocaron los nuevos transmisores en nueve ballenas. Cuando volví a ver a Martin, me contó que los resultados habían sido asombrosos.—Observe la trayectoria que siguieron las belugas a las que les colocamos transmisores en Tuktoyaktuk, en la desembocadura del río Mackenzie —me dijo—. Se suponía que todas las belugas de esta zona pasaban el verano en la costa y luego emigraban al oeste a lo largo del litoral norte de Alaska. Pues bien, tres de ellas se dirigieron al norte, precisamente hacia la masa de hielo más compacta. —Señaló entonces una ruta con un bolígrafo y agregó—: Este macho viejo viajó hacia el noroeste, aproximadamente hasta los 79 grados de latitud norte, donde más del 95 por ciento de la superficie está cubierta de hielo."Después de que le pusimos el transmisor a ésta —dijo, señalando otra ruta—, viajó casi 1300 kilómetros en una dirección que se suponía equivocada. Cada vez que intento determinar el alcance de sus migraciones me enseñan lo poco que realmente se de ellas".A fines de 1993, sin embargo, Martin por fin obtuvo la prueba de lo que Smith y él sospechaban: una de las ballenas a las que se colocaron transmisores en la costa oriental de Canadá cruzó el límite de las aguas territoriales de Groenlandia, lo cual hace pensar que ambos países quizá compartan la misma población de belugas.Aun así, quedan todavía muchos misterios por resolver, no sólo en lo que se refiere a las migraciones de estos mamíferos, sino a los aspectos más profundos de su vida. Lo poco que hemos aprendido hasta ahora nos revela una criatura de comportamiento complejo. Nos aguardan más sorpresas cuando profundicemos en lo que ocurre en ese mundo de aguas transparentes y límpidos hielos donde las belugas entonan sus enigmáticos cantos.