100 AÑOS DEL CINE: DEL ARTE Y EL MITO A LOS PIONEROS
Publicado en
enero 24, 2010
Por Omar Ospina GarcíaComo en muchos de los descubrimientos científicos de la humanidad, al principio del cine también estuvo el arte. Y el mito. En las cuevas de Altamira, el remoto artista paleolítico expresó gráficamente, en la imagen de un jabalí que huye y al que ha pintado con ocho patas, la dinámica del movimiento unida a una característica -¿defecto?- óptica que, miles de años más tarde, observarían griegos y egipcios, pero catalogaría como hecho anatómico un científico inglés, Peter Marck Roget, a comienzos del siglo XIX: la persistencia retiniana.
Aquel artista primitivo no había cometido ningún error de apreciación. La inercia del movimiento se queda por décimas de segundo en la retina, de modo que la falacia -o ilusión, para ser románticos- del movimiento cinematográfico se basa simplemente en el hecho elemental de que los cuadros o posiciones sucesivas van apareciendo antes de que se borren las precedentes.Después fueron las sombras chinescas, que no nacieron en China sino en Java, hace unos siete mil años, el Mito de la Caverna de Platón, o la linterna terrorífica que inventara, hacia 1640, el judío alemán Athanasius Kircher para realizar fantasmagóricas proyecciones y asustar a sus amigos. Pero el salto desde el arte y el mito a la ciencia sólo podría darse a partir de muchas observaciones y hallazgos, y cuando la experiencia del hombre hubiese generado una buena cantidad de hipótesis, teorías, hechos científicos y rudimentarios aparatos de la más variada índole.UNA PATERNIDAD DISPUTADA
Y, claro, al momento de la conjunción, también al cine, como al Descubrimiento de América, le sobraron padres y padrinos. Es variada la lista de naciones que reclaman para alguno de sus prohombres, el mérito de la invención del más importante arte de masas de la historia humana. Inglaterra enarbola a William Friese-Greene; Alemania postula a Max Skladanowski, quien por el apellido no parece muy germano que digamos; Francia exhibe -literalmente- a Louis Lumiére; y, claro, Estados Unidos a uno de sus inventores de mostrar, Thomas Alva Edison, un genio con tanto talento y ambición con pocos escrúpulos.
Hurgando, pues, entre la telaraña de vanidades nacionalistas y dejando de lado al mito, los historiadores se han puesto de acuerdo en tres cosas: la primera, que el cine tiene un antecedente necesario e inmediato en la invención de la fotografía por parte del francés Joseph Nicéphore Niepce, a quien heredaría la gloria Luis Jacques Mandé Daguerre -también francés-, por haber reducido el tiempo de exposición de ocho horas a treinta minutos y dado su nombre al producto: daguerrotipo; la segunda, que fue Edison el primero en lograr impresionar las películas que ya industrializaba y comercializaba Eastman Kodak, introduciéndoles, además, perforaciones de arrastre y soporte de 35 milímetros; y la tercera, que fue a Lumiére a quien se le ocurrió proyectar una película impresionada previamente con imágenes, mediante la ayuda de un aparato que se le ocurrió en una noche de insomnio. El aparato, muy simple, reunía algunas de las características de otros ya inventados: era tomavistas, proyector y tiraba copias. Estaba provisto de una manivela para el avance de la película, que se montaba en un soporte flexible de 35 milímetros como el de Edison, y se accionaba rítmicamente a dieciséis imágenes por segundo. Fue patentado en la oficina correspondiente, en París.De modo que si el cine es, en esencia, la proyección de una película sobre una superficie, el padre de la criatura es Louis Lumiére, y su fecha de nacimiento la de su patente: 13 de febrero de 1895, es decir, hace justamente cien años. A Mister Edison se le pueden abonar los mil y pico de inventos que registró durante su prolífica existencia, y el haber convertido al nuevo invento en un monopolio comercial que lo enriqueció rápidamente.UN BUEN SOTANO PARA UN NEGOCIO “DUDOSO”
Después de varios ensayos en privado, Louis Lumiére, su padre Antoine y su hermano Auguste decidieron realizar una exhibición pública del engendro. Un amigo fotógrafo dado de relacionista público, Clément Maurice, quien al parecer conocía a tout París, fue el encargado de conseguir el local y convencer a los invitados. El lugar estaba en el sótano del Grana Café, número 14 del Boulevard des Capucines, elegante avenida a la orilla derecha del Sena, entre la Opera y la Madelaine, como sabe muy bien Pablo Cuvi. Era un saloncito llamado Salón Indien, utilizado como sala de billares, pero que, habiendo degenerado en guarida de tahúres, había sido clausurado por la policía. Lo reducido del salón le gustó a Lumiére quien, previsivo, pensaba que si el asunto era un fracaso de asistencia, no se notaría mucho en tan poco espacio. En cambio, si era un éxito, lo parecería mucho más por la aglomeración de gente en la entrada.
Los Lumiére le ofrecieron al dueño del salón, un italiano de apellido Volpini, un veinte por ciento de los ingresos que se obtuvieran por las entradas, pero a éste no le pareció muy buen negocio el asunto y exigió treinta francos por día durante un año de contrato mínimo.Los Lumiére colocaron en la vereda del Grana Café un aviso que decía: "Este aparato, inventado por MM., Auguste y Louis Lumiére, permite recoger, en series de pruebas instantáneas, todos los movimientos que, durante cierto tiempo, se suceden ante el objetivo, y reproducir a continuación estos movimientos proyectando, a tamaño natural, sus imágenes sobre una pantalla y ante una sala llena". El costo de la entrada era de un franco y las funciones cada media hora.El día del estreno, 28 de diciembre de 1895, los Lumiére pasaron en principio y como corresponde a la fecha, por inocentes. A la sala entraron, en la primera tanda, apenas unos cuantos desocupados que habían leído el anuncio y los pocos invitados que, casi a rastras, había logrado llevar el relacionista. Uno de ellos era Georges Méliés, de quien hablaremos en crónicas sucesivas. La recaudación fue de treinta y cinco francos, apenas como para pagarle al italiano.Pero lo que no hace un fotógrafo metido a promotor, ni un anuncio con más palabras de las necesarias como lo deberían saber las agencias de publicidad del Ecuador, lo hace Radio Bemba. El italiano Volpini lo narra compungido: "Los que se decidieron a entrar salían un tanto estupefactos, y muchos volvían llevando consigo a todas las personas conocidas que habían encontrado en el bulevar".Las diez películas de diecisiete metros que habían producido los Lumiére para la ocasión recogían temas corrientes de diaria ocurrencia en las calles: Salida de los obreros de la fábrica Lumiére, Riña de niños, Los fosos de Las Tullerías, Llegada de un tren a la estación La Ciotat, El regimiento, El herrero, Partida de naipes, Destrucción de las malas hierbas, La demolición de un muro (premonitoria de la del muro de Berlín, supongo) y El mar.
A las dos semanas de exhibición, los inventores recaudaban dos mil quinientos francos diarios y se habían demostrado algunas cosas: que la publicidad más efectiva es la personal y directa; que el invento sí funcionaba; que cualquier novedad atrae la curiosidad de las gentes si están motivadas; y que los italianos no son tan vivos como creen.Hasta 1898, los Lumiére explotaron el negocio y hasta lo diversificaron filmando escenas, ya no solamente en París, sino en muchas otras partes del mundo a donde enviaron a sus operadores, antecesores humildes y anónimos de los modernos, famosos y a veces presuntuosos camarógrafos de hoy.Pero dueños de una holgada posición económica y con vocación científica más que comercial, los hermanos inventores menospreciaron el fabuloso negocio que tenían entre manos, despidieron a sus empleados y exhibieron, en 1900, su última producción cinematográfica en una pantalla de 21 x 16 metros. Luego archivaron su catálogo de 358 títulos y se dedicaron a la investigación científica.Pero tanto en Europa como en los Estados Unidos, otros hombres con más ambición se trenzarían en una despiadada lucha comercial por hacerse con los derechos del novedoso y casi simultáneo invento, y convertirían rápidamente la incipiente y artesanal industria de proyección fílmica en el gran espectáculo que hoy conocemos, en la millonaria "fábrica de sueños" de que hablaba Llya Erhemburg.Pero ellos, sus ambiciones y su talento serán motivo de otra película. Perdón, de otra crónica.