RECINTO DE TOLERANCIA EN LOS BALCANES
Publicado en
diciembre 25, 2009
Promotores de la paz – Shpend Ahmeti, albanés kosovar, y su amiga serbia, Emina HrusticEsta universidad ofrece 600 razones para tener esperanza.
Por Fergus BordewichA PRINCIPIOS DE 1999, en una sala de estar de la universidad, Shpend Ahmeti miraba, angus-tiado, las escenas televisadas de los estragos que estaban causando las tropas serbias en Prístina, Kosovo. Sentada junto a él se hallaba Emina Hrustic, su amiga serbia del equipo de debates.
—Eso fue cerca de tu casa, ¿verdad? —preguntó la chica.Ahmeti, albanés de ojos oscuros, asintió con aire sombrío. —¡Qué terrible! —dijo Emina. —También me preocupa tu hogar —repuso él.Y, en efecto, cuando poco después los aviones de la OTAN bombardearon Novi Sad, la ciudad natal de Emina, ésta acudió a Ahmeti en busca de consuelo. Desde su infancia el joven había desconfiado de los serbios, pero su actitud cambió cuando ingresó en la Universidad Estadounidense de Bulgaria (UEB), donde ambos estudiaban."Ella sabía que no era mi culpa que la OTAN estuviera bombardeando su país", me dijo Ahmeti. "Y yo sabía que lo que la policía especial serbia estaba haciendo en Kosovo no era culpa de ella".Shpend y Emina son como tantos otros jóvenes que han llegado a esta notable institución, la cual ofrece la promesa de reconciliación étnica y un futuro distinto para estos países antes comunistas. "La universidad está forjando una generación capaz de conducir a Europa Oriental al siglo XXI", expresa Sol Polansky, ex embajador estadounidense en Bulgaria y uno de los fundadores de la institución. "Estos muchachos van a ser los agentes del cambio".Creada en 1991 con el propósito de introducir los valores democráticos, la economía de libre mercado y la educación humanista al estilo estadounidense, la UEB cuenta con más de 600 alumnos, de los cuales la mayoría son búlgaros. El resto proviene de diversos países del extinto bloque comunista, algunos tan remotos como Kirguizistán y Kazajistán. También hay un puñado de norteamericanos.LOS ESTUDIANTES se cuentan entre los mejores de sus respectivos países. Según Jonathan Fairbanks, profesor de literatura inglesa del estado de Nueva York que ha enseñado en este plantel durante los últimos cinco años, los jóvenes podrían estar en cualquiera de las mejores universidades de Estados Unidos.
Irónicamente, la UEB se localiza en lo que fueron las imponentes oficinas generales regionales del Partido Comunista Búlgaro, en Blagoevgrad, a dos horas en coche al sur de Sofía. Más de la mitad de los profesores son estadounidenses, y todas las clases se imparten en inglés. Los estudiantes, vestidos con camiseta y pantalón de mezclilla, pululan por los corredores que, antaño, eran dominio exclusivo de los burócratas comunistas. Van charlando en búlgaro, albanés, serbio, rumano, húngaro, ruso y otras lenguas. Sobre la gran escalinata central ondean las banderas de los estados de donde provienen los alumnos norteamericanos, junto con las de los países de origen de los demás jóvenes: Maryland y Macedonia, Hawai y Albania, Idaho y Moldavia."Mi maestro de ciencias políticas nos hacía impugnar cosas que dábamos por sentadas", dice el egresado de la UEB Elvin Guri, un albanés muy dado a la reflexión. "Siempre que discutíamos un tema, nos preguntaba una y otra vez: '¿Por qué?' Jamás se nos había ocurrido que los asuntos políticos podían analizarse desde dos puntos de vista. Cuanto más oía, más tolerante me volvía de otras opiniones". Actualmente trabaja para el Banco Europeo de Reconstrucción y Desarrollo.El plan de estudios de humanidades clásicas de la UEB está concebido para fomentar el pensamiento independiente y el gusto por resolver problemas en jóvenes que antes tenían miedo de expresar sus ideas o de hacer preguntas, actitudes éstas que se consideraban casi crímenes en la era marxista. De hecho, esto llevó a otro de los fundadores, John Panitza, a quien llaman Dimi, a abandonar la Bulgaria comunista hace más de 40 años."La idea de crear una universidad de corte estadounidense me produjo una de las mayores emociones de mi vida", afirma Panitza, quien fue redactor de Reader's Digest durante muchos años. "Mi esperanza es que esta pequeña isla de paz se convierta en el centro de reconstrucción de los Balcanes tras las guerras genocidas que han asolado la región".Aunque fundada como institución privada, la universidad depende en gran medida del apoyo de la Oficina Estadounidense para el Desarrollo Internacional, y de contribuciones de donadores particulares como George Soros, el multimillonario norteamericano de origen húngaro. Otra gran patrocinadora fue la Universidad de Maine, que desempeñó un papel clave en la fundación de la UEB.Julia Watkins era vicepresidenta de la Universidad de Maine cuando, en 1993, la junta directiva de la UEB le pidió que ocupara el puesto de presidenta por "unos meses". Como sus predecesores, Watkins se enfrentó a un alud de problemas.Se habían contratado maestros para enseñar en un país del que no sabían casi nada; muchas veces no contaban ni siquiera con libros de texto. Aunque la mayoría de los habitantes de la localidad veían con buenos ojos a la institución, los periódicos izquierdistas la acusaban de ser una escuela para espías patrocinada por la CÍA. Watkins recuerda el comentario que hizo alguien de que levantar y echar a andar la universidad era como construir un avión en pleno vuelo.El periodo de "unos meses" se ha extendido a seis años, pero la lucha ha valido la pena. "Nuestros egresados van a ser el corazón de una sociedad más civilizada en esta zona del mundo", afirma Watkins con orgullo. Hasta la fecha se han graduado 643 alumnos. "Van a ser los empresarios y los contribuyentes que no esperarán que el gobierno haga todo por ellos".Como gran parte de los habitantes de Europa Oriental, Anna Gueorguieva creció entre personas que habían perdido, desde hacía mucho, la esperanza de mejorar las deprimentes condiciones de vida legadas por cuatro décadas de régimen comunista. Los residentes de Blagoevgrad, su ciudad natal, acostumbraban arrojar las cenizas de sus ubicuos calentadores de carbón y leña en los mismos receptáculos callejeros donde se depositaba el resto de la basura. Esto provocaba incontables incendios pequeños que dificultaban la respiración y ensuciaban la atmósfera. Todo el mundo se quejaba, pero nadie trataba de remediar el problema.Cuando un maestro sugirió que se hiciera algo, Anna y sus condiscípulos lanzaron una campaña para que la gente separara las cenizas. "Los búlgaros jamás van a querer hacer algo así", decían con escepticismo los habitantes del lugar. "No tienen sentido de responsabilidad".Anna no estuvo de acuerdo con esa opinión. Ella y sus amigos entrevistaron a los residentes de varias manzanas de edificios de apartamentos donde se producían incendios con mayor frecuencia. Muchos respondieron encogiéndose cínicamente de hombros, pero casi todos convinieron en ayudar.Los jóvenes distribuyeron contenedores con una rejilla en la parte superior para que sólo se depositaran en ellos cenizas, y los revisaban todos los días. Los incendios fueron disminuyendo en forma sostenida. El gobierno municipal de Blagoevgrad planea ahora extender el programa a toda la ciudad."La gente dice que no puede hacerse nada para mejorar nuestra calidad de vida", comenta Anna,"pero yo he visto que si ofrecemos soluciones claras, sí es posible hacer algo; sí se encuentra la manera"."ANTES DE LLEGAR AQUÍ no sabía nada de administración de empresas", dice Rashko Kossev, mientras una rítmica música de rock retumba desde la estación de radio de la universidad, AURA. Rara entre las estaciones radiofónicas universitarias del mundo, se trata de una empresa autosuficiente y lucrativa que ofrece noticias locales, difunde música popular las 24 horas y retransmite noticias de la BBC en búlgaro.
Kossev, cuyo padre es ingeniero en telefonía, se estaba especializando en administración de empresas para poder aplicar los principios que estaba aprendiendo a la estación de radio, que perdía audiencia ante sus competidores. "Teníamos que enterarnos de lo que pasaba allá fuera", dice con una sonrisa.Reorganizó el formato de AURA. Luego, tras realizar una investigación de mercado para identificar a los principales radioescuchas de la estación y determinar cómo llegar a ellos, logró recuperar gran parte de la audiencia.Kossev piensa dedicarse a la administración de medios de comunicación. "Sin esta universidad, sería como un conductor que anduviera en un auto sin volante", admite. "La universidad me dio el volante".BOGDAN COSMACIUC dio siempre mucho de sí en la pequeña ciudad donde creció. Sin embargo, durante su adolescencia en el caos de la Rumania poscomunista, también adoptó una actitud profundamente cínica hacia la política. Hace casi cuatro años, cuando un amigo de la UEB le propuso postularse como candidato a presidente del consejo estudiantil, se dijo: ¿Por qué no? No creo que tenga que trabajar mucho. Al fin y al cabo, en Rumania, a los funcionarios no les preocupaba si hacían bien su labor o no, ya que el gobierno no parecía tener que responderle a nadie. Pero poco a poco, a medida que Cosmaciuc aprendía en sus clases lo que era un gobierno democrático, se dio cuenta de que tenía obligaciones con los estudiantes que lo habían elegido.
Se convirtió en uno de los miembros más trabajadores del consejo estudiantil. Ayudó a revisar las reglas del senado estudiantil y, con algunos compañeros, fundó un periódico alternativo sumamente crítico. "Ahora tengo expectativas muy diferentes", dice Cosmaciuc, quien piensa hacer carrera en el gobierno cuando regrese a Rumania. "Estoy convencido de que debo hacer algo para que haya una sociedad mejor. Todo esto lo aprendí aquí".El día de la graduación, en la primavera de 1999, se erigió un escenario en la plaza orlada de árboles situada frente a la universidad. Las banderas de Estados Unidos y Bulgaria ondeaban en la brisa mientras una banda de música interpretaba melodías estadounidenses.Bogdan Cosmaciuc, encargado de pronunciar el discurso de despedida, subió al escenario a recibir su diploma; pronto estaría asistiendo a la prestigiosa Escuela Woodrow Wilson de Estudios Públicos e Internacionales, en Princeton. Le siguió Anna Gueorguieva, que se hizo merecedora de los más altos honores; su destino siguiente era la escuela de posgrado de la Universidad de California en Berkeley, donde pensaba estudiar economía y política de los recursos ambientales.En otro lugar del campus, Shpend Ahmeti —que fue elegido presidente del cuerpo estudiantil para el próximo ciclo escolar— se preparaba para pasar el verano en Kosovo, trabajando para organizaciones internacionales. Mientras tanto, Emina Hrustic, a quien sus padres advirtieron que no regresara a casa mientras continuara el bombardeo, buscaba un sitio donde vivir durante las vacaciones.En el escenario, Georgi Fotev, ex ministro búlgaro de Educación, declaró: "Veo que la luz de esta universidad sale de sus corazones, libres ya del recelo y la enajenación que han causado tantos problemas aquí en los Balcanes".Mientras escuchaba, pensé que, como lo demostró tristemente la guerra de Kosovo, las hostilidades étnicas bien podrían ser una amenaza para la paz de la región en los años venideros. En medio de esta incertidumbre, la UEB es "un faro de esperanza", como dice el filántropo George Soros. Tal vez, a medida que más egresados de esta universidad ocupen puestos clave en el gobierno de sus naciones, puedan hallar la manera de superar las viejas rivalidades étnicas. "Estamos inculcando en estos jóvenes un punto de vista nuevo", me dijo Jonathan Fairbanks, "y enseñándoles a no tolerar lo intolerable".