NOSTALGIA DEL BUEN VESTIR
Publicado en
diciembre 25, 2009
CONDENSADO DE THE WALL STREET JOURNAL (25-VI-1999). © 1999 POR DOW JONES & CO-, DE NUEVA YORKNuestro concepto del buen gusto anda de cabeza.
Por Ned CrabbCON TODOS los horrores de la vida moderna que nos acosan como si fueran monstruos de cartón en una casa del terror, a algunos podría parecerles ridículo preocuparse por los sombreros. Sin em-bargo, a mí sí me preocupa ese tema, por la sencilla razón de que no usar sombrero, fenómeno cada vez más extendido en nuestra sociedad, constituye un indicio de que algo marcha muy mal, así como la desaparición de aves insectívoras podría ser síntoma de degradación ambiental.
Cuando yo era niño, un muchacho iniciaba la lenta metamorfosis de la infancia a la adultez cuando, durante actividades tan agradablemente anticuadas como salir a cenar con la familia o asistir a un baile semiformal, se quitaba la gorra de béisbol y se ponía una versión más pequeña del sombrero de fieltro de ala ancha que usaba su padre. Del mismo modo, las chicas dejaban a un lado sus boinas escocesas y empezaban a tocarse con sombreros más serios y elegantes, como los de sus madres.Lo que quiero resaltar aquí no es el hecho de que yo sea un refunfuñón que piensa que todo tiempo pasado fue mejor, sino que los sombreros solían destacar entre las prendas que simbolizaban la transición de la niñez a la edad adulta. La vestimenta completa de una persona mayor le daba a su dueño un porte y un sentido de dignidad.A lo largo del tortuoso camino que la sociedad ha recorrido en los últimos 30 a 40 años, hemos perdido gran parte de la dignidad personal que antes era inherente a la ropa que usábamos, especialmente los atuendos informales, y creo que todo comenzó con los sombreros. Son cada vez más los adultos que actualmente se visten como niños, a medida que los "viernes informales" y otros pretextos para ponerse ropa "divertida" invaden las oficinas de todo el orbe.¿Y qué usan hoy en día los hombres en vez de sombreros de ala ancha o por lo menos cachuchas? Y las mujeres, ¿qué se ponen en lugar de sombreros de campana o pamelas? Todos llevamos gorra de béisbol, antes una prenda de distinción masculina pero ahora un accesorio ridículo, porque casi todo el mundo lo usa al revés, y porque tiene un semicírculo abierto en lo que antes era la parte trasera y una burda tira ajustable de plástico.Ningún hombre, y desde luego ninguna mujer, se ve bien, ni "audaz", ni elegantemente informal con una gorra de béisbol al revés. Parecen, si se me perdona la expresión, unos esperpentos.Los abuelos y los padres, antes venerables figuras en sacos de paño y suéteres de lana, y las abuelas y las madres, en algún tiempo figuras respetables con sus vestidos o pantalones hechos a la medida y sus blusas almidonadas, se muestran ahora en público retozando en pantalones de ejercicio, que se cuentan entre las prendas más horribles jamás concebidas, pues hasta cuando están recién lavados parecen una piyama sucia de bebé. Nunca debieron salir de los vestuarios deportivos.En la actualidad, tres generaciones de una misma familia —abuelos, padres e hijos— se pasean por las avenidas de las grandes ciudades o centros recreativos del mundo vestidos de la misma manera, sin distinción de sexo: pantalones cortos muy holgados, camisetas o sudaderas con estampados de pájaros carpinteros, jabalíes u otras imágenes de la cultura popular, o con estúpidas frases que pretenden ser filosóficas; enormes y feos tenis decorados con franjas de colores chillones, tiras de piel en zigzag y aplicaciones de tela, que los hacen parecer una nave espacial a punto de despegar con los pies de su dueño; ridículas bolsitas alrededor de la cintura e, inevitablemente, las espantosas gorras.Cuando yo era niño, los adultos, hombres y mujeres, se respetaban tanto a sí mismos y a su familia que eran incapaces de vestirse como payasos. Y esto no tiene nada que ver con la clase social ni con la posición económica. En un pasado no tan remoto, los adultos de todas las clases sociales y niveles de ingresos se ajustaban —dentro de una gama lo bastante amplia para permitir muchas expresiones de individualidad y regionalismo— a una idea universalmente aceptada del aspecto que debían tener tanto hombres como mujeres.Desde luego, el dinero, o la falta de él, contribuía a que hubiera una enorme variación en la calidad, la confección y la durabilidad de la ropa, pero, por lo menos, ni siquiera la gente con menos recursos parecía una abominación salida de una caja de sorpresas.Hay muchos libros de historia social en los que aparecen fotografías de personas de campo y de ciudades provincianas que llevaban una vida difícil y precaria. Muchos hombres aparecen con sombrero de fieltro, de paja y ala ancha, de copa alta, o con cachucha. Las mujeres van tocadas con cofias o con sombreros, de fieltro o paja, que les cubrían la frente. Casi se puede leer la vida de la gente en esos sombreros raídos pero dignamente llevados.En los rostros de aquellos hombres, mujeres y niños está escrito el sufrimiento; no obstante, cuando los vemos 60 años después, siguen reflejando un fiero orgullo al que su ropa gastada no resta un ápice. Al menos cuando la cámara captó sus imágenes y puso a la vista de todo sus sufrimientos, no llevaban bolsitas alrededor de la cintura, ni gorras de béisbol puestas al revés, ni camisetas con la leyenda: "Mándame a otra dimensión".