¡HAPPY BIRTHDAY, IMPERIALISMO!
Publicado en
diciembre 27, 2009
Por Daniel SamperSi Teodoro Roosevelt fuera el presidente de Estados Unidos, este año de 1998 sería festejado con toda pompa y circunstancia. Y es porque 1998 marca el primer centenario del nacimiento de Estados Unidos como imperio. En cambio, constituye una efemérides triste para España: en 1898 se expidió el certificado de defunción al imperio español.
El episodio que vincula los dos acontecimientos fue la llamada guerra hispano-americana: 170 días de batallas y escaramuzas en el Caribe y el Pacífico que permitieron a Washington liquidar los vestigios de la que había sido potencia mundial 400 años antes.Esos 170 días empezaron a correr el 15 de febrero de 1898, cuando estalló el acorazado estadounidense Maine, y se cerraron el 12 de agosto, cuando España firmó la rendición de Filipinas.La guerra hispano-americana no figura en el libro de las grandes epopeyas bélicas de la historia. Fue una guerra de calibre pequeño. De hecho, uno de sus protagonistas –el propio Roosevelt- la definió como "una guerrita espléndida". Pero esta "guerrita espléndida" marca varios hitos más. Por una parte, es la primera guerra inventada por la prensa. Y, por otra, de ella surgen la semi-independencia de Cuba, Filipinas y Puerto Rico. Las dos primeras tardarían varias décadas más en adquirir su autonomía. El tercero aún carece de ella.PODEROSO, PERO DOMESTICO
Al amanecer 1898 Estados Unidos ya era un país poderoso, pero había tenido por norma expandirse sin acudir a la brutalidad de la fuerza. Una sola excepción: la guerra contra México entre 1846 y 1848, gracias a la cual se apoderó de California. En algunos casos compraba territorio (Louisiana, Florida). En otros lo conquistaba por medio de la colonización de sus pioneros (Texas, el oeste). Es verdad que en el caso de Texas hubo una insurrección de los inmigrantes norteamericanos contra el gobierno legítimo del territorio, que era México, pero las tropas gringas no intervinieron directamente. En el caso del oeste, la guerra no fue externa: consistió en el exterminio de los pieles rojas.
El desarrollo minero, industrial y comercial del país había despertado los apetitos de expansión. Al llegar la última década del siglo XIX existía ya una corriente de opinión que presionaba en favor de la ampliación de las fronteras por los medios que fuera necesario emplear. Hasta ese momento habían sido pacíficos: en 1885 y 1889 Washington firmó tratados que le permitían instalar bases navales en Hawai y Samoa. Con los años, Hawai se incorporó como estado de la Unión.El presidente de Estados Unidos en 1898 era el republicano William McKinley, un iluminado pusilánime que debía su prestigio político al hecho de haber luchado en la guerra civil. Apoyado por los empresarios instauró un régimen agresivamente proteccionista. El poderío que adquirió el país bajo su primer mandato le permitió la reelección en 1900. No pudo terminar el segundo cuatrienio, sin embargo: en 1901, cuando se hallaba en el tope de su popularidad, fue asesinado por un anarquista. Al morir era ya presidente del más grande imperio de la historia.LOS FLECOS DE UN IMPERIO
El contraste con la situación española no podía ser más dramático. El apogeo imperial de que gozó España en el siglo XVI había sufrido un primer aviso con la derrota de su Armada Invencible (1588) bajo los cañonazos británicos. Era un presagio. En el siglo siguiente se quebró el espejo: España perdió los Países Bajos, padeció guerras internas y quedó empeñada a los banqueros holandeses.
El comienzo del siglo XIX significó la pérdida de casi todas sus colonias americanas. Fue, además, un siglo tumultuoso desde el punto de vista político, y prolífico desde el punto de vista constitucional. En 1876 se aprobó una nueva Constitución, de estirpe liberal, y poco después se pactó una especie de Frente Nacional por el cual los dos partidos mayoritarios se turnaban el poder, mientras el rey conservaba la jefatura del Estado. Antonio Cánovas y Praxedes Mateo Sagasta encabezaban a conservadores y liberales.Durante unos años el país vivió la ilusión de la estabilidad. Pero en 1897 un extremista italiano asesinó a Cánovas y quedaron al descubierto la corrupción y desmoralización que había traído el régimen. Por lo demás, existían fuertes tensiones con Cuba, donde se escuchaban voces independentistas. Al frente de ellas se encontraba el poeta José Martí. Estos eran los dos contendores que marcharían a la guerra tras el episodio del acorazado Maíne.EN ATOMOS VOLANDO
El Maine era uno de los buques que Estados Unidos había construido en 1890 para conformar una armada comparable a la de Alemania. Fue el que Washington consideró adecuado enviar a La Habana en enero de 1898, con el pretexto de defender a los ciudadanos norteamericanos ante el estallido de algunos disturbios locales. Sagasta había tenido que tragarse el sapo entero, y, en un intento por convertir en acto diplomático lo que era un franco irrespeto a su soberanía, mandó un crucero español en recíproca visita de cortesía a Nueva York.
El 15 de febrero a las 9:40 p.m., el Maine voló en pedazos a causa de una explosión en la proa. Murieron en el percance 256 hombres. Las primeras investigaciones de Estados Unidos indicaban que seguramente se trataba de un accidente y no de un acto de combate. Pero la prensa amarilla, la de William R. Hearst y Joseph Pulitzer, quería aumentar su ya importante nivel de ventas, y nada mejor que una guerra para lograrlo. A base de titulares escandalosos obligaron a la formación de un tribunal naval que les regaló lo que querían: sus conclusiones, sin la menor prueba, sugerían que el Maine había sido volado por manos enemigas. No era difícil suponer cuáles.McKinley no consideraba que el informe fuese suficientemente sólido como para declarar la guerra a España. Pero las presiones se acumulaban sobre su cabeza. La prensa lo pedía, sus adversarios políticos lo exigían y su propio viceministro de Marina, Teodoro Roosevelt, declaró con desdén: "El presidente tiene tanto carácter como un pastel de chocolate". El gobernante solucionó el asunto de una manera ingeniosa. Una noche tuvo una iluminación según la cual declarar la guerra era un designio divino. Meses más tarde, Dios se le volvió a aparecer y le encargó adscribir Filipinas al mapa de Estados Unidos.Con esta explicación, McKinley se lavó las manos en un conflicto que sabía injusto. El 18 de abril el Congreso de Estados Unidos expidió un ultimátum a España. Este decía que España debía "renunciar de inmediato a su autoridad y gobierno en Cuba" y retirarse de la isla. De lo contrario, los marines quedaban autorizados para "garantizar" la independencia cubana.Durante angustiosos días España buscó apoyo en Europa para evitar la guerra, pero no lo encontró. Los propios españoles recibieron el desafío de Washington con una actitud poco parecida a su tradicional orgullo. No estaban muy decididos a mandar a sus hijos a luchar por una colonia que ya les había costado miles de muertos por enfermedades tropicales. Los caminos de la paz estaban cerrados. España declaró la guerra el 23 de abril y Estados Unidos respondió en idénticos términos un día después.AL MATADERO
La pelea era muy desigual, no tanto por el desequilibrio de fuerzas –que favorecía a los Estados Unidos, aunque no de modo desproporcionado-, sino por la actitud de los contrincantes. Estados Unidos sabían que salían a librar la primera batalla histórica para imponer su control en el mundo.
España, en cambio, acudía a recibir al tiro de gracia de un imperio caduco. El propio contralmirante Pascual Cervera y Topete, el más eminente guerrero de océanos que tenía España, advirtió en todos los tonos que marchaban hacia una carnicería inevitable: "un desastre, seguido de una paz humillante y de la ruina más espantosa" Y todo por culpa de "una isla que fue nuestra y ya no nos pertenece".No se equivocaba. A pesar de cometer errores de bulto en el desembarco en Daiquiri –ya aprenderían a invadir mejor- los norteamericanos ganaron todas las batallas de tierra. Entre los soldados se encontraba Roosevelt, quien renunció a su cargo y se enroló en el feroz batallón de los Rough Raiders o "Jinetes Rudos". En julio del 98 se llevó a cabo la principal batalla naval. La derrota española fue estrepitosa: 350 muertos, 160 heridos y un náufrago: el contralmirante Cervera, que llegó nadando a tierra. Los gringos registraron una sola baja. "Mi escuadra ofrece a la nación, como regalo con ocasión de la Fiesta Nacional, la total destrucción de la escuadra de Cervera", telegrafió el almirante Sampson, comandante de las fuerzas navales desplazadas, al presidente McKinley.El 25 de julio Puerto Rico caía en poder de Sampson, y el 12 de agosto España firmó la rendición de Filipinas y Guam. El 10 de diciembre el Tratado de París convirtió en documento lo que las cañoneras habían presentado como hecho histórico: la liquidación final del imperio español.LOS POLICIAS DEL MUNDO
La postración psicológica española era tal que los ciudadanos -a la sazón 18 millones y medio- se mostraron casi contentos de recuperar los soldados sobrevivientes, aunque perdieran la guerra. "España no tiene pulso", sentenció uno de sus dirigentes. Con todo, el desfile de heridos, enfermos y derrotados que volvían del Caribe a la península fue patético. Poemas, novelas y hasta páginas de zarzuela fueron dedicadas a esta triste repatriación de escombros.
Nuevamente, Estados Unidos ofrecía la otra cara de la moneda: sacaba pecho; había despegado como imperio. De allí en adelante el Caribe se convirtió en su patio trasero. Roosevelt llegó a la presidencia en 1901 sin dejar de ser un jinete rudo. Los desembarcos de marines se repitieron en adelante con cualquier pretexto: proteger a los ciudadanos estadounidenses, proteger los negocios de sus grandes empresas, combatir el comunismo, o perseguir el narcotráfico. A Colombia le correspondió su zarpazo: en 1903 le fue arrebatado el istmo de Panamá.Las aventuras extraterritoriales de Estados Unidos se extendieron a otros continentes, especialmente el Asia. Tuvieron que pasar 78 años desde la "espléndida guerrita" de Cuba para que Washington recibiera, por fin, una lección inolvidable en los arrozales de Vietnam y Camboya. Con el tiempo, los mecanismos de intervención en otros lugares del mundo han registrado algunos refinamientos. La invasión fue sustituida por apoyo a dictaduras brutales, y de allí se pasó a la desestabilización de regímenes democráticos: Chile en los setenta, Nicaragua en los ochenta, Colombia en los noventa...Desaparecido el comunismo, que le permitía imponer un orden de buenos y malos, Washington ha encontrado el pretexto del narcotráfico para conceder certificados de buena y mala conducta, al arbitrio de sus intereses comerciales y políticos.Cuando cumple un siglo, el imperialismo norteamericano se ha dado el lujo de participar en decenas de guerras, pero librarlas todas fuera de su territorio. Entre otros sitios, ha enviado acorazados, tropas y bombas a Europa, el Lejano Oriente, el Medio Este, el Golfo Pérsico, Centro América y el Caribe. Pero no ha disparado un solo tiro en casa. Incluso la guerra de la droga, cuyas cifras de consumo encabeza en el mundo, pretende ganarla lejos de su mapa y con muertos ajenos.El cumple-siglos sorprende al imperio en un momento de auge y éxito económico. "Estados Unidos -informa la revista Time- disfruta en muchos sentidos de la economía más saludable de su historia, y probablemente de cualquier nación en la historia". Cada mes se crean unos 400.000 empleos; la desocupación ha bajado al 4.6%; las utilidades del ciudadano promedio aumentaron más de 4 % en el último año; la inflación es apenas del 2 % y el crecimiento del PBI fue del 3.7 % en 1997.* * * *
En cuanto al caso del Maine, un informe del almirante estadounidense Hyman Rickover publicado en 1978 confirma lo que indicaban las primeras pesquisas y lo que sostuvo siempre el gobierno español: que la explosión del acorazado obedeció a la imprevisión de sus tripulantes. Un descuido permitió la aparición de un incendio que se extendió al depósito de carbón e hizo estallar el barco. Pero esta ya es una anécdota. Como dice el historiador inglés Hugh Thomas, "un falso juicio [sobre la explosión del Maine] ha sido el prólogo del nacimiento de Estados Unidos como potencia mundial".