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diciembre 25, 2009
Vida nueva- Jonda Hampton se hizo policía por una razón muy poderosa.¿Podría liberarse del remordimiento que la torturaba?
Por Anita Bartholomew12 de junio de 1998.
Los limpiaparabrisas del auto patrulla no paraban. Las lluvias que en los últimos días habían azotado la población de Lynchburg, Ohio, habían vuelto resbaladizos los caminos y convertido en ríos las acequias y arroyos.
A bordo del vehículo iban Jonda Hampton y el policía auxiliar voluntario Matt Holmes, de 25 años. Jonda era la primera mujer que formaba parte de la fuerza policiaca de Lynchburg; había decidido ingresar a ésta a raíz de una experiencia estremecedora y traumática que le había dejado una huella profunda y le había provocado pesadillas en los últimos tres años. El suceso tuvo lugar en un día que en nada se parecía a éste.22 de junio de 1995
Aquella tarde en la carretera estatal 73, en las afueras de Waynesville, hacía un calor abrasador. Un poco más, pensó Jonda, y el asfalto se derretirá. Estaba sudando copiosamente, y el polvo que se levantaba en torno de la cuadrilla de trabajadores se le adhería al pelo y le manchaba la cara.
Durante cerca de cinco años, Jonda, de 29, se había ganado la vida haciendo señales con un banderín a los automovilistas. Aún no tenía un propósito claro en la vida, pero al menos le gustaba el trabajo al aire libre, salvo en días como éste.Más adelante, dos fornidos obreros, Terry Ratliffy Bill Moss, hacían cortes espaciados en la autopista de dos carriles con una potente sierra. Más tarde, otra cuadrilla se encargaría de retirar el material seccionado y de colocar sobre la carretera unas pesadas barras de acero.El trabajo de Jonda consistía en detener el tráfico mientras se hacían los cortes, y de hacerlo avanzar de nuevo cuando se terminaba la tarea. Podía calcular la velocidad de los autos que se acercaban con sólo oír el golpeteo de los neumáticos contra los cortes previamente hechos.Un Mustang rojo llegó hasta la obra y Jonda le hizo señas con el banderín para que se detuviera. Las ocupantes, dos adolescentes, sonreían y charlaban en espera de que la mujer les diera la señal de seguir su camino.Un instante después, Jonda oyó el ruido de neumáticos que se acercaban a toda velocidad. Alzó los ojos y vio que se trataba de una camioneta pickup.El vehículo no se detenía, a pesar de las señas que hacía la mujer.Ésta separó entonces en medio de la carretera, sin dejar de agitar el banderín. El golpeteo de los neumáticos indicaba que la camioneta ni siquiera estaba disminuyendo la velocidad.Jonda movía el banderín desesperadamente, en tanto la camioneta se acercaba a unos 80 kilómetros por hora, al parecer sin importarle los trabajadores, los vehículos pesados, las luces preventivas ni el Mustang que tenía enfrente. ¿Qué le pasa a este tipo?, pensó Jonda. ¿Acaso viene borracho?12 de junio de 1998
A Jonda no le gustaba pensar en el pasado. Sus tareas como policía se limitaban a repartir boletas por infracciones al reglamento de tránsito, investigar robos a casas y hurtos menores, y calmar los ánimos de los protagonistas de conflictos domésticos.
Ahora, luego de patrullar unas horas, Matt Holmes y ella se sentían contentos de regresar a la jefatura de policía de Lynchburg.Hacia la medianoche, dos jóvenes, Tim Hamilton y J. D. Ogden, llegaron a denunciar que un Monte Carlo negro de modelo reciente había estado a punto de sacar su camioneta de la carretera, luego de invadir el carril en el que iban.Jonda supuso que el conductor se había quedado dormido o había bebido de más. ¡En qué noche se presentaba aquel contratiempo! Como no querían esperar a que ocurriera un accidente, Holmes y ella subieron de nuevo al auto patrulla y se fueron a buscar el vehículo.Por su parte, Hamilton y Ogden volvieron a su camioneta y se marcharon. Tomaron la carretera estatal 134, y de pronto se encontraron detrás del mismo Monte Carlo negro.Se quedaron atónitos cuando, al llegar a la intersección donde la carretera 134 terminaba y formaba una perpendicular con la federal 50, el Monte Carlo pasó de largo sin hacer caso de la señal de alto. Esquivó peligrosamente una camioneta pequeña y se siguió de frente, atravesó la carretera y se metió en un campo.Segundos después, Hamilton y Ogden llegaron a la señal de alto y alcanzaron a distinguir las luces del Monte Carlo. Había caído en una fuerte corriente de agua que lo estaba arrastrando hacia atrás. Hamilton marcó de inmediato el número de emergencias en su teléfono celular. Luego condujo su camioneta hasta la orilla de la carretera y saltó.El delgado y musculoso joven, de 1,80 metros, trató de abrirse paso por el campo anegado para sacar al conductor del auto. Sin embargo, poco faltó para que la corriente lo derribara. Ni él ni Ogden sabían nadar. Y como no había manera de llegar hasta el coche, se quedaron allí con la esperanza de que el camión de rescate llegara a tiempo.En cuanto Jonda y Holmes recibieron aviso de lo ocurrido, abrieron la sirena y recorrieron a toda velocidad los cinco kilómetros que los separaban de la intersección.Cuando llegaron vieron la camioneta estacionada a un lado de la carretera. Jonda saltó del auto patrulla y corrió a donde se encontraban Ogden y Hamilton. La corriente había arrastrado el auto hasta que éste se atoró con algo que había bajo el agua, a varios metros de la orilla. Ya empezaba a hundirse. El agua había provocado un corto circuito en el mecanismo eléctrico de las ventanillas y las portezuelas del auto, por lo que su ocupante estaba atrapado.¡No, Dios mío!, pensó Jonda. ¡Otra vez esta pesadilla!22 de junio de 1995
No olvidaba el horripilante día que vivió con la cuadrilla de mantenimiento en la carretera estatal 73.
La camioneta se hallaba ahora a algunos cientos de metros de distancia y seguía avanzando hacia el Mustang.Jonda se plantó en el centro del carril y siguió agitando el banderín hasta que la camioneta estuvo a sólo unos metros. Entonces saltó hacia un lado y pasó sobre una barra de contención.Al rodar por el terraplén oyó la estruendosa colisión de la camioneta contra el Mustang y la explosión que siguió. De la parte trasera de este último surgió una llamarada azul que le alcanzó el cabello y los brazos.El impacto proyectó al Mustang contra el Bronco de Jonda, que estaba estacionado. La explosión sacudió a Terry Ratliff. El tanque del Mustang arrojó una lluvia de gasolina en llamas. Ratliff corrió al auto, desabrochó el cinturón de seguridad de Misty Dotson y la sacó por su ventanilla, que estaba abierta. En seguida corrió del lado de Mandy Dotson, quien iba al volante, y metió los brazos entre las llamas. Trató de desabrochar el cinturón de seguridad, pero estaba trabado. Lo intentó una y otra vez...Jonda subió tambaleándose por el terraplén y vio los fierros retorcidos de los tres vehículos. Instantes después, los neumáticos del Mustang estallaron uno tras otro a causa del calor. Misty era presa de una crisis nerviosa y pedía a gritos que alguien rescatara a su hermana.Jonda corrió hasta la portezuela de Mandy, mientras Ratliff se apresuraba a buscar alguna herramienta con filo para cortar la correa del cinturón. La joven atrapada quiso asirse de Jonda mientras ésta trataba de destrabar la hebilla. El fuego era tan intenso que resultaba imposible tocarla siquiera. Por todos lados brotaban llamas y del piso salía humo. Jonda pedía a gritos una navaja, pero Ratliff no hallaba nada que sirviera.Desesperados e impotentes, Jonda, Ratliff y Moss corrían alrededor del Mustang, buscando la manera de rescatar a la joven.13 de junio de 1998
Seguía lloviendo a cántaros. Jonda se quitó el cinturón de la pistola y se lo pasó a Hamilton. Luego comenzó a abrirse paso entre la maleza cubierta por el agua. Los hombres le gritaron desde la orilla:
—¡La corriente va muy rápido! ¡Te va a matar!Sin embargo, ella estaba empeñada en rescatar con vida al conductor. ¡Dios mío, ayúdame! No puedo volver a fallar. Antes de que el agua le llegara a las rodillas, perdió el equilibrio y se hundió, pero justo a tiempo logró asirse de una rama. En seguida, Hamilton, quien había formado una cadena humana con Holmes y Ogden, la jaló hacia la orilla.—¡Vamos, sal del agua! —le gritó Holmes—. ¡Esperemos a que lleguen los socorristas!Pero una voz interior le dijo a Jonda que no había tiempo que perder.—¡Quíteselo! —le ordenó a Hamilton, señalando el grueso cinturón de cuero que llevaba. Jonda se enrolló en el brazo un extremo y le dio al joven el otro—: Ahora, sujételo con fuerza.Los hombres volvieron a formar una cadena. Holmes se afianzó de un sólido arce inclinado sobre el torrente, cuyo tronco estaba sumergido en parte. Ogden era el eslabón entre Holmes y Hamilton. Jonda se echó a nadar con la mirada fija en el auto que se estaba hundiendo, mientras su pensamiento se remontaba hasta aquel día, tres años atrás, en que otro auto había sido devorado por las llamas.22 de junio de 1995
¡Sáquenla, sáquenla!, les gritaba Jonda a Ratliffy Moss. Haciendo caso omiso del fuego, la mujer metió la mano a tientas por la ventanilla del lado derecho y cogió a Mandy del brazo, sin resultado. Los ojos de ambas se encontraron. Luego Jonda empezó a entrar en choque, pero alcanzó a arrastrar lejos de allí a la sobreviviente, Misty, que no dejaba de gritar.
Todo había terminado.Aunque no por completo. Durante meses aquella escena acudió una y otra vez a la mente de Jonda. En sus sueños veía unas manos que salían de las llamas hacia ella. Se torturaba pensando en que, si hubiera llegado unos momentos antes, habría podido salvar a Mandy Dotson. Como no podía librarse del sentimiento de culpa, se sometió a una terapia para superar el estrés pos-traumático. Por otro lado, se preguntaba si las cosas habrían sido diferentes en caso de que hubiera recibido capacitación para realizar salvamentos.Poco a poco empezó a dar forma a una idea, una meta nueva. Iba a ser policía para ayudar a la gente. Quería aprender a prestar auxilio y salvar vidas.13 de junio de 1998
Ahora estaban en juego su capacitación, su meta... y otra vida. Jonda avanzaba por el agua oscura y turbulenta, cuando se hundió. A Hamilton, que era 30 centímetros más alto que ella, le llegaba el agua casi a la barbilla. Sin embargo, seguía de pie. A Ogden le llegaba el agua al pecho.
Jonda llegó jadeando hasta el Monte Carlo. Sólo unos centímetros de vidrio sobresalían del agua. Dentro había una mujer. Se había pasado al asiento trasero y mantenía la cabeza erguida en el último espacio con aire que quedaba. Su rostro era la imagen misma del terror.—¡Auxilio! ¡Ayúdenme! —sus gritos apagados se oían a través del vidrio y el agua.Jonda llevaba una pequeña linterna que Ogden le había dado. La usó para golpear con todas sus fuerzas una pequeña ventanilla lateral trasera. Al segundo golpe la corriente le arrebató la linterna y se la llevó. Calma, se dijo. En el auto patrulla debe de haber algo más pesado.Le gritó a Holmes que fuera a buscar alguna herramienta, mientras ella y los otros dos jóvenes se acercaban a la orilla y se agarraban de unas ramas. Todos tiritaban en el agua helada e incontenible.Holmes regresó con un desmontador de neumáticos. Jonda nadó con él hasta el Monte Carlo, que ahora se bamboleaba y amenazaba con voltearse encima de ella. Se sentía muy débil y estaba aterida de frío, pero no podía darse por vencida. La conductora, presa del pánico, comenzó a pegar contra la ventanilla. Jonda le gritó que se apartara.Con las pocas fuerzas que le quedaban, azotó la pesada herramienta contra el cristal. Sin embargo, la corriente, la posición en que se encontraba ella y la superficie cada vez menor de ventanilla que asomaba le impidieron romperlo. Lo intentó unas diez veces más. ¿Acaso iba a fallar de nuevo? Cerró los ojos y volvió a alzar el desmontador.Esta vez la ventanilla se hizo añicos, que la corriente se llevó. Jonda metió la mano en el agua que se colaba al interior y sujetó del cabello a la conductora. ¿Podría sacarla a través de una abertura tan estrecha?Con fuerza y firmeza la atrajo hacia sí. La mujer atrapada hizo algunos movimientos para facilitar la labor. Por fin se deslizó por la abertura y salió. Los tres hombres jalaron a las dos hasta el árbol, desde donde vieron desparecer el auto bajo el agua. Los socorristas llegaron 20 minutos después. Todo ese tiempo, Jonda no dejó de abrazar a la conductora bajo el viento y la lluvia implacables. Ambas se desahogaron sollozando. Quizá haya sido sólo su imaginación, pero Jonda sintió en ese momento la presencia de Mandy Dotson.Epílogo.
Sandy Swank, la conductora del Monte Carlo, sufrió hipotermia, pero a la mañana siguiente salió del hospital. Se declaró culpable de conducir imprudentemente y pagó una multa de 100 dólares. Por su parte, ni Jonda ni los tres hombres necesitaron hospitalización.
Por fin comenzó a aligerarse la carga del remordimiento y de la sensación de fracaso que llevaba a cuestas Jonda Hampton desde la muerte de Mandy Dotson.