EL LIBERALISMO EN EL ECUADOR, 100 AÑOS DESPUES
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diciembre 06, 2009
Celebración en que participa Eloy Alfaro el día de la inauguración del FerrocarrilPor Blasco PeñaherreraEn los considerandos del Acta de Pronunciamiento Liberal del 5 de junio de 1895, mediante el cual el pueblo de Guayaquil, "en Comicio Público", desconoció la Constitución de 1883 y el gobierno presidido por el señor Vicente Luciano Salazar nombró como "Jefe Supremo de la República y General en Jefe del Ejército al benemérito general don Eloy Alfaro, confiriéndole amplias facultades para que la reconstitución del país se levante sobre bases sólidas", se afirma que "las ideas liberales son las que están más en armonía con la civilización y el progreso modernos", y que son ellas "las llamadas a hacer la felicidad de la República".
Estas "ideas liberales", así tan escuetamente dichas, eran las mismas que el precursor Eugenio Espejo difundiera entre los miembros de la Sociedad de Amigos del País y luego publicara con inteligente disimulo en las páginas de Primicias de la Cultura de Quito, ese admirable aunque efímero pionero de la independencia y la prensa nacionales. Fueron también las ideas en aras de las cuales, en la naciente República sometida al despotismo floreano, ofrendaron su vida los redactores del Quiteño libre; las que nutrieron la recia personalidad de Vicente Rocafuerte y la voluntad liberadora de José María Urbina. Fueron, en fin, las mismas que expuso con incomparable brillantez y terrible contundencia don Juan Montalvo, y así entendidas sirvieron para que se pusiera fin a la tiranía de García Moreno "el grande" y al despotismo de Veintimilla "el pequeño".Estas "ideas liberales" eran, en esencia, las que habiéndose gestado en el mundo occidental en el apogeo de la filosofía helena, resurgieron luego de la hibernación del medioevo como sustancia vital de esa espléndida eclosión de la capacidad creadora del hombre que fue el Renacimiento europeo, para convertirse en un sistema peculiar del pensamiento político, en las obras fundamentales de Adam Smith, Locke, Montesquieu y el Iluminismo francés.La concepción del hombre como ente-en-libertad para pensar y expresar su pensamiento y para actuar sin otra limitación que la impuesta por el ejercicio legítimo de las libertades de los demás; el entender al Estado no como un fin en sí mismo sino como un medio para la obtención de las finalidades de la vida individual, y el postular el ejercicio efectivo de la soberanía popular y la conformación de los órganos del poder público de acuerdo con los principios de la representatividad, la periodicidad, la alternabilidad y la responsabilidad, constituían la estructura medular de este sistema de vida y de gobierno, por aspirar a cuya instauración se habían realizado hazañas poco menos que portentosas en casi todas las latitudes. Había pues, razones más que de sobra para que los insurgentes de 1895 consideraran la instauración de estas "ideas" como lo más apropiado para que el Ecuador escapara -¡por fin!- del enclaustramiento en el que naciera a la vida independiente y en el que había permanecido, con los breves paréntesis antes enunciados, desde el 15 de mayo de 1830.EL ENCLAUSTRAMIENTO
Pero, ¿hasta qué punto se puede hablar del tal "enclaustramiento"? Un testigo absolutamente idóneo: el señor Friedrich Hassaurek, quien fue nombrado por el presidente Lincoln como primer embajador de los Estados Unidos de América en Quito, refiere (Four Years Among the Ecuadorians) que él encontró al Ecuador, en 1861, exactamente igual a como lo describiera Juan y Antonio Ulloa (A voyage to South America) cien años atrás. Y al decir esto se refiere a la postración y el estancamiento total del país. A la inexistencia de obras esenciales de infraestructura (sobre todo, caminos carrozables), de servicios básicos (agua, canalización, iluminación), de educación elemental, de pulimentos rudimentarios de las costumbres y cosas por el estilo. Pero se refiere, sobre todo, al enclaustramiento intelectual "inconcebible" -es el adjetivo con que lo califica- determinado por el predominio absoluto, absorbente e inapelable de la clerecía católica, sobre todos los actos de la vida, así nimios como importantes, de todos los individuos.
Retrato de Eloy Alfaro, protagonista de la revolución de 1895Del mismo modo que los únicos edificios que se destacan en Quito son los templos, la única actividad a la que se dedica la sociedad quiteña es la relacionada con la liturgia católica, dice Hausserek, y añade que, para los ecuatorianos en particular, los templos son el equivalente al teatro, la sala de conciertos, el aula, el ágora, el parque y el mercado. Y esto, que se percibe físicamente, se manifiesta en el orden intelectual: nadie piensa ni reflexiona ni crea ni inventa ni discute. Todos repiten, asienten y callan. Ni más ni menos que tal y como sucedía en Europa, ocho siglos atrás.LA ARDUA EMPRESA DE LIBERACION
En tales condiciones se inició la empresa de modernización y liberación, al mismo tiempo que se enfrentaba, a sangre y fuego, la resistencia tenaz del conservadorismo defenestrado. Las vicisitudes -y también los errores y los abusos- de la primera administración liberal, reflejan esta realidad. Pero de todos modos los logros son formidables.
Se promulgan leyes esenciales como la que garantiza la libertad de pensamiento, la que reforma el Concordato con la Santa Sede (firmado en 1862 por García Moreno), la de Instrucción Pública (que declara laica, gratuita y obligatoria la enseñanza en todo el país), la que crea el Registro Civil, la de Patronato, la de Bancos y la de securalización de los cementerios. Se crean e inauguran la Escuela de Ingeniería Civil y Militar de Minas en Guayaquil, el Colegio Mejía y los Normales Manuela Cañizares y Juan Montalvo, en Quito.Se instala la luz eléctrica y el suministro de alumbrado público en Tulcán, Quito, Loja y Portoviejo. En Quito se inicia el servicio postal urbano, se canaliza la quebrada de Jerusalem, se instala la primera planta de teléfonos y se establece la Cervecería y Maltería La Victoria. En Guayaquil se inaugura el teatro Olmedo y en Milagro inicia sus operaciones el ingenio azucarero San Carlos. Se inaugura Puerto Bolívar, comienzan los trabajos de construcción de la carretera Ibarra-Quito y se suscribe el contrato de construcción del Ferrocarril Trasandino con el empresario norteamericano Archer Harman, con quien ejecutaría el Viejo Luchador la obra ciclópea que, así como la liberación de los espíritus, inmortaliza su nombre en las páginas de la historia.BALANCE A LA FECHA
En los años posteriores al primer período presidencia de Alfaro la magna obra del liberalismo prosigue no obstante las profundas divisiones y los violentos enfrentamientos personales que fraccionan la unidad partidista. Leónidas Plaza, durante su primer mandato (1901-1905), con variaciones de ritmo y un enfoque hábilmente conciliador con el conservadurismo, impulsa la ejecución de los proyectos fundamentales en el aspecto material (especialmente del ferrocarril) y alcanza importantes avances en el cambio de las instituciones. Alfaro, al retornar nuevamente a la presidencia por la fuerza de las armas (1906-1911), extrema sus esfuerzos por culminar la ímproba tarea pero, acosado por disidentes y adversarios y prematuramente envejecido por la dureza de sus heroicas jornadas, no puede consolidarse en el poder ni evitar que sus partidarios lo utilicen para intentar un retorno imposible (1912). Así, tras los enfrentamientos fratricidas de Huigra, Naranjito y Yaguachi, en la hoguera infame de El Ejido, se consuma el magnicidio y se cierra la epopeya de la revolución liberal. Plaza vuelve al poder y gobierna, directa e indirectamente, hasta el 9 de julio de 1925. En esta etapa, la de estabilidad política más prolongada desde el inicio de la República, se consolida el proceso de modernización y llega a los más altos niveles el desarrollo del país. Sin embargo, como al mismo tiempo se había producido el fenómeno inevitable del anquilosamiento en una estructura de poder machiembrado entre lo económico y lo político; y como de otro lado la modernización de la economía la había tornado -paradoja también desgraciadamente inevitable- más dependiente y vulnerable a las variaciones del mercado internacional, el balance a la fecha suele aparecer registrado en los textos de la historia sesgada y epidérmica, como totalmente desfavorable.
PERMANECE LO FUNDAMENTAL
Pero la verdad es diferente. Lo es tanto en la justipreciación de las realizaciones del liberalismo cuando en el señalamiento de sus errores fundamentales. Sobre lo primero, no cabe duda que, a pesar de todo lo que puede decirse sobre la violencia inclemente de la Alfarada o sobre las derivaciones negativas que en alguna medida tuvo la instauración del laicismo, la cimentación de eso que no cabe llamar de otro modo que como el sentido liberal de la vida, que permanece todavía inconmovible a pesar del embate persistente de todas las formas del fanatismo y la intransigencia, compensa con creces los señalamientos negativos. Eso de que en el Ecuador las discrepancias de ideas y convicciones, políticas o religiosas, no hayan sido razón suficiente para que se esgrimiera la mandíbula de Caín, es algo que hemos aprendido en el credo de tolerancia y en los ejercicios cartesianos del catecismo liberal. A un siglo de distancia y en un mundo en el que por tales causas se cometen cotidianamente las mayores atrocidades que ha imaginado la feroz naturaleza del hombre, esta característica de nuestra "manera de ser", es realmente invalorable. Y también lo fue, en su tiempo y circunstancia, el formidable impulso que recibió el proceso de integración nacional, tanto como consecuencia de la obra magna del ferrocarril y de la difusión masiva de la enseñanza, cuanto por haber mestizado la aristocracia palaciega y dado firme inicio al inacabado proceso de la reivindicación del indio.
En cuanto a lo segundo, es decir, al capítulo de objeticiones, al margen de registrar los ya indicados excesos del anticlericalismo y la facilidad con la que los bravos capitanes cayeron en las tentaciones del poder, lo cual les indujo a un fraccionamiento suicida y a la negación -en la práctica- del respeto a la soberanía popular, viene -en términos de la realidad actual y de las demandas insoslayables que plantea nuestro tiempo- lo que más cuento, que es el no haber percibido el gravísimo riesgo que para la libertad del hombre como individuo entrañaba el mesiánico afán de "construir la sociedad perfecta", tan propio del liberalismo rousseauniano, que predominó son contradictores en todos los centros de enseñanza y en los cenáculos de poder. Esto facilitó la tarea que, precisamente a partir de 1925, se puso en marcha cuando un grupo de jóvenes idealistas descubrió en las bibliotecas europeas, con casi un siglo de retraso, las seductoras recetas con las que, en la Rusia zarista, se había comenzado a instaurar el "paraíso".Se inició la empresa de modernización y liberación, al mismo tiempo que se enfrentaba, a sangre y fuego, la resistencia tenaz del conservadorismo defenestrado.