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diciembre 25, 2009
Madeira es famosa por sus flores, sus árboles y sus vinos, mas son muchos otros los encantos de esta isla portuguesa.
Por Mathias PoensgenLO ÚNICO QUE OÍA era el murmullo del agua. De las copas de los árboles caían gotas que me resbalaban por el cuello. Junto a mis pies también corría agua: un riachuelo, de sólo 30 centí-metros de ancho e igual hondura, el cual me acompañaba en mi solitario paseo por la reserva natural de Rabanal, en la isla de Madeira.
El riachuelo en realidad es un canalillo. Los nativos llaman levadas a estos angostos conductos de agua, que forman una red de casi 2000 kilómetros de longitud y convierten esta isla volcánica en un paraíso en medio del Atlántico.Un bosque de laureles cubre cerca de dos tercios de los 740 kilómetros cuadrados que mide Madeira. Pero los árboles crecen sobre todo en la parte norte de la isla, que es fresca y húmeda.El sur, en cambio, es más seco y cálido. Como allí no había agua, los colonizadores portugueses emprendieron un ambicioso proyecto: la construcción de las levadas. Éstas llevan el agua de las montañas del norte a los llanos de la costa sur. Los esclavos represaron las aguas de los riachuelos y cavaron túneles a través de la cordillera central. Una magnífica forma de explorar la isla es re-correr los senderos que flanquean los canalillos. En el oeste de Madeira, al pie de la meseta de Paúl de Serra, las levadas guían al visitante a numerosas cascadas y barrancos llenos de vegetación.En muchos tramos el camino era fácil, pero a veces tenía que apoyarme en los muretes de concreto de los canalillos para no caer. A mi derecha, los acantilados se erguían imponentes, y a la izquierda, de pronto me encontré mirando hacia el fondo de un precipicio de 100 metros. Titubeé un instante y luego volví a tomar aliento. ¡Es una suerte que a mí no me dé vértigo!Las levadas también riegan los legendarios viñedos de la isla. El famoso vino de Madeira se produce sobre todo en las estrechas terrazas ubicadas al oeste de Funchal, la capital. En el norte, madura en Porto Moniz y en Sao Vicente.Los descubridores de Madeira no tenían idea de las grandes riquezas que guardaba. En 1418, cuando el capitán Joáo Goncalves Zarco, por encargo del príncipe Enrique el Navegante, se encontraba 900 kilómetros al suroeste de la península ibérica en busca de costas inexploradas, su barco fue azotado por una tempestad. Halló refugio en una pequeña isla a la que, por gratitud, llamó Porto Santo. En eso, al mirar más hacia el oeste, divisó algo medio oculto por los nubarrones.Sintió curiosidad de averiguar qué era, pero su tripulación era menos arrojada. Temían que esos nubarrones señalaran el fin del mundo plano y que al llegar allí se perdieran en el abismo para siempre. Bajo un manto de niebla que ocultaba el horizonte, descubrieron una isla frondosa, tan poblada de árboles que Gongalves la llamó Madeira ("madera" en portugués).PRESENCIA INGLESA
Sin embargo, quienes realmente poblaron la isla fueron los británicos. Sus huellas se ven por doquier, lo que no tiene nada de raro, pues los ingleses dominaron la exportación de vino desde mediados del siglo XVII. La Compañía Vinícola de Madeira tiene sus oficinas principales en un sitio insólito: el antiguo monasterio de San Francisco, en el centro de Funchal. La asociación de vinicultores, fundada en 1916, está formada hoy por cuatro distinguidas familias inglesas. La familia Blandy es una de ellas, y este apellido es una presencia notoria en toda la isla.
Después de mi paseo, probé las ricas variedades de vino que Madeira ofrece en su museo vinícola: sercial, verdelho, bual y malvasía. El primero de ellos, blanco y seco, es un buen aperitivo; el malvasía, en cambio, es tinto y dulce, perfecto para acompañar el postre, después de lo cual se antoja una siesta.Fueron también los emprendedores británicos quienes lograron superar una de las peores crisis de la isla. Entre 1852 y 1873, cuando una serie de plagas casi acabó con los viñedos, buscaron una alternativa barata y la encontraron en el bordado. Hoy en día, 20.000 mujeres se dedican a esta labor, la mayoría de ellas en casa, y crean verdaderas obras de arte. Un mantel puede llegar a cos-tar 3000 dólares.Los ingleses promovieron luego la industria de la cestería. En la húmeda parte norte de la isla, a una altitud de entre 500 y 800 metros, el mimbre crece a la orilla de los arroyuelos. En Lombo do Urzal, pueblecillo situado al este de Sao Vicente, vi trabajar a una familia entera: mientras los hombres cortaban las ramillas, las mujeres y los niños las metían en agua caliente, las descortezaban y formaban gavillas con ellas. Actualmente, unas 1700 personas se dedican a este oficio.APELLIDOS ILUSTRES
Me paseo por el Jardín Blandy, uno de los parques privados más bellos de Funchal. Lo engalanan araucarias sudamericanas, pinos del Himalaya, cipreses africanos, lirios y azaleas. ¡Qué embriagadora profusión de colores e intensos aromas!
El clima templado deja que broten flores todo el año, lo cual ha atraído turistas a la isla desde hace más de un siglo. Hace 150 años, el escocés William Reid dejó su país y se afincó en Madeira, donde prosperó y construyó el lujoso Hotel Reid. En 1925, sus hijos lo vendieron a la familia Blandy.Mientras reposaba en la terraza del hotel, entendí por qué William eligió este lugar. En el jardín florecen hibiscos, mimosas y palmeras. A lo lejos veo las viejas casonas de Funchal, y más allá, en el Atlántico, que resplandece bajo el sol, los barcos se mecen entre las olas. ¿Será su cargamento de flores o de vino?