AFGANISTAN: EL GRAN ESCANDALO DE FIN DE SIGLO
Publicado en
diciembre 27, 2009
Un appartheid sexual y ya no racial atropella a las mujeres en AfganistánPor Emma BoninoEn la época en que en Sudáfrica imperaba el appartheíd -la discriminación racial transformada en ley, execrada por toda la comunidad internacional- se afirmaba que mientras la segregación perdurase en un solo país, "la humanidad entera sería menos libre".
Desde septiembre de 1996 una nueva forma de appartheíd, que funda la discriminación en el sexo en vez del color de la piel, ha sido implantada con fuerza de ley en Afganistán. Los autores de este atropello a los derechos de la mujer son los talibanes, una secta de fanáticos en armas cuyas teorías sobre la inferioridad de las mujeres remedan a las de los racistas sudafricanos sobre la inferioridad de los negros.También se asemejan en el desparpajo con el que se escudan en la religión para justificar sus propias perversiones. Los racistas sudafricanos alegaban que segregaban a los negros en nombre de la Biblia, y hasta habían encontrado una iglesia –la Iglesia Reformada Holandesa- que les otorgaba su bendición. Los talibanes aducen que segregan a las mujeres en nombre del Corán y cuentan para ello con el sostén de lunáticos doctores de la ley. Son impostores, los unos y los otros.Hace ya casi año y medio que en Afganistán las mujeres no pueden salir solas a la calle o hablar en público. Deben ser acompañadas o patrocinadas por un hombre. Están excluidas de todos los niveles de enseñanza, del mundo del trabajo y –de hecho- de la asistencia sanitaria, que prevé hospitales separados que aún no están disponibles.A las jóvenes que llegan a la pubertad se las priva de su identidad y de su propio rostro, que deben esconder bajo la capucha de la burka, una especie de prisión en forma de vestido que reduce la visión y es la causa de que se hayan multiplicado los accidentes de tránsito en perjuicio de las mujeres.No se trata, pues, de un tema abstracto de derechos humanos.Hasta hace poco las mujeres participaban –sobre todo en las ciudades- en la vida pública y eran numerosas las estudiantes profesionales y funcionarías, e incluso figuraban en el Parlamento.Hoy en día un gran número de mujeres –en primer lugar las miles de viudas de guerra- a las que se les niega el derecho al trabajo, padecen hambre y miseria junto con sus hijos, ya que se topan con dificultades hasta para acceder directamente (por el hecho de ser mujeres) a la ayuda humanitaria. Y a su vez las organizaciones humanitarias tropiezan con trabas cada vez más grandes para acceder a las mujeres. Estamos ante un caso de vida o muerte.Pero hay también una cuestión de principios. En Afganistán se escarnece la Declaración Universal de los Derecho Humanos, cuyo 50 aniversario será celebrado este año por las Naciones Unidas. En este país se denigran las declaraciones de Viena y de Pekín, originadas en la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación de la mujer.Luego de haber sido ignorado por el mundo entero durante más de un año, el escándalo afgano fue finalmente denunciado en octubre de 1997 por el Parlamento Europeo, que aprobó una oportuna iniciativa al dedicar el Día Internacional de la Mujer (el próximo 8 de marzo) a las mujeres afganas.En septiembre de 1997, pocas semanas antes de la denuncia del Parlamento Europeo, visité Kabul en mi carácter de Comisario de la Unión Europea para la Ayuda Humanitaria y fui arrestada por la policía religiosa de los talibanes por haber manifestado solidaridad con las mujeres afganas. Así concebí la idea de promover una campaña mundial que ha sido denominada "Una flor para las mujeres de Kabul".La elección de Kabul es simbólica y, más allá de su expresión geográfica, la hemos asumido como una metáfora representativa de todos los sitios en que hoy se están violando los derechos humanos.La campaña se propone movilizar a la comunidad internacional con el propósito de que –como sucedió con el appartheid– el régimen segregacionista que administra dos tercios de Afganistán sea denunciado, aislado y forzado a respetar la Carta de las Naciones Unidas y las demás convenciones pertinentes, que en el pasado fueron suscritas por los gobiernos afganos.En numerosas naciones de todo el mundo, incluso en países islámicos, la campaña ya ha obtenido resonancia y adhesiones. Pero faltaría a la verdad si dejase de denunciar que en muchos casos nos hemos encontrado con frialdad, reserva o distracciones, inspiradas principalmente en gobiernos y grupos de presión políticos y económicos para los cuales es más importante cultivar buenas relaciones con los talibanes (por razones geopolíticas o intereses que van desde los hidrocarburos hasta la droga), que demostrar solidaridad con las mujeres-fantasmas de Kabul.* Emma Bonino es la Comisaria de la Unión Europea (EU) para la Ayuda Humanitaria