EL ARTE DE DOMINAR LAS ALTURAS
Publicado en
noviembre 28, 2009
CONDENSADO DE "OUTSIDE"- (NOVIEMBRE Y DICIEMBRE DE 1978). © 1978 POR STRAIGHT ARROW PUBLISHERS. 745 FIFTH AVE., NUEVA YORK (NUEVA YORK) 10022. FOTO: PAUL A. COURTOIS.Súbitamente el miedo desaparece y uno hace la transición de caer a "volar". . . y se iguala a las águilas.
POR TIM CAHILLEL AÑO pasado en una cena se planteó el tema de los apodos. Dije que jamás me habían puesto uno, pero que, para decir verdad, me gustaría que me conocieran como El Halcón. Todos los comensales soltaron la risa. Lo que ocurre es que últimamente he practicado un poco de paracaidismo, y cuando uno aprende a caer y a remontarse en el aire a millares de metros, ha ganado el derecho a que lo llamen halcón.
Cuando se entrena uno para el primer salto, lo primero es aprender la técnica de aterrizar. Nuestro maestro, Bill, pasó toda una hora enseñándonos a caer desde una plataforma de 1,20 metros de altura.Había 12 personas en la clase, cuyas edades iban desde 20 años hasta poco menos de 40. Una joven que medía 1,50 metros de estatura era físicamente la más pequeña de la clase. Los demás, con una notable excepción, admirábamos su determinación. Cada vez que Betty se lanzaba de la plataforma, se le contraía el rostro en una mueca de ansiedad, como quien decidió zambullirse en una cuba de vinagre; y Duane, presuntuoso y joven empleado de una estación de servicio, apenas reprimía la risa.En seguida aprendimos a hacer el arco: piernas abiertas, brazos extendidos a la altura de los hombros, espinazo arqueado hasta que se sienta el esfuerzo en la base de la espalda. Este arco es la posición que se adopta al saltar del avión. Pone todo el peso en el estómago y obliga al cuerpo a permanecer horizontal con la cara hacia abajo.Una demostración clásica de la eficacia del arco es el "pájaro", pequeña pelota con plumas usada para jugar al badminton. Si se arroja con la punta hacia abajo y las plumas hacia arriba, cae derecho a tierra y conserva la estabilidad. El paracaidista necesita esa misma estabilidad en el aire; los brazos y las piernas son las plumas, el vientre es la punta. Si la pelotita se suelta al revés, es decir, con las plumas hacia abajo, da vueltas en la caída. Un paracaidista que arquee la espalda al contrario, como un gato enfurecido, da tumbos al caer y el paracaídas se le puede enredar entre las piernas.Examinamos en seguida la avioneta desde donde saltaríamos, una Cessna 182 y practicamos la posición de lanzamiento. Esta implica pararse en la rueda y colgarse del montante del ala. Betty dijo no estar muy segura de que ella pudiera lograrlo, puesto que ni siquiera podía hacer una flexión en la barra; Duane, quien pensaba que iba a enfurecer al cielo con su habilidad natural, hizo un gesto de burla. Bill dijo que no nos debíamos preocupar por eso, y que, al contrario, el problema era que la persona se resolviera a soltarse del montante.Aprendimos que nuestros paracaídas corrientes, provistos de un casquete de 8,5 o de 10,5 metros, adquieren normalmente una velocidad de avance de 14,5 o de 8 kph, respectivamente. (Los paracaídas para las clases más avanzadas alcanzan 22,5 kph y los cuadrados llegan hasta 30.) Aprendimos a manejar el paracaídas con un cazonete adherido a las cuerdas direccionales, a distinguir un paracaídas bueno de uno malo, y qué hacer en el raro caso de caer en el agua. Después nos adiestramos en procedimientos de apuro.Bill hacía pasar a un estudiante al frente de la clase, le ponía un arnés y le gritaba: "¡Salta!" El es-tudiante debía adoptar la posición de arco y contar "Arco mil, dos mil..." hasta cinco mil. La cuerda estática amarrada al paracaídas en nuestros pocos primeros saltos, hace que este se despliegue automáticamente en unos tres segundos. Si habiendo contado hasta cinco no se siente el choque del aparato al abrirse, entonces el paracaídas principal no ha funcionado y es preciso tirar inmediatamente del cordón de apertura del de reserva que uno lleva amarrado al vientre.—¡Salta!—Arco mil... dos mil... tres...—¡Bam! Choque de apertura. ¿Qué haces ahora?—Comprobar si el paracaídas está bueno.—Está malo. ¿Qué haces?—Suelto el paracaídas principal.El procedimiento para hacer esto último consiste en desabrochar dos planchas metálicas articuladas que están cerca de los hombros del arnés, dejando al descubierto dos gruesas anillas de alambre. Se meten los pulgares en estas anillas, se hala, y el paracaídas principal queda libre. Luego uno tira del cordón de apertura del paracaídas de reserva.YO ESTABA en el segundo contingente de alumnos para saltar. Betty y Duane se hallaban conmigo. Nadie hablaba. Teníamos la boca demasiado seca y demasiadas cosas en qué pensar.
Bill abrió la portezuela y el viento pasó silbando. Cuando estaba yo sentado en el piso, me enganchó en la cuerda estática y me dijo que me sentara con las piernas colgando en el vacío… estas se doblaron hacia la zaga del avión con un tirón terrible. Pisando en la rueda fija me agarré del montante del ala y permanecí allí colgado haciendo el arco con todas mis fuerzas. Estábamos a 900 metros de altura y debajo todo parecía una microminiatura.Yo debía mirar a Bilí, pero creo que no lo hice muy bien. Él me gritó: "¡Salta!" Me solté, arqueán-dome. Todo ocurrió muy rápida y muy lentamente al mismo tiempo. Yo debía gritar mi cuenta de arco, pero quedé mudo como una piedra. Esas películas de individuos que se caen de un farallón lanzando un grito terrible hasta que llegan abajo nada son ante la realidad. Las personas que caen desde grandes alturas tienen mucho en qué pensar.Tras olvidar la cuenta, hice un esfuerzo tanto mayor por arquearme hasta alcanzar a ver el avión sobre mi cabeza. Buena señal. (Había temido que tan pronto como soltara el montante del ala me cortaría por mitad la cola de la avioneta, a pesar de que yo sabía muy bien que si esta iba a 110 kph, cualquier cosa que estuviera colgada de ella iría también a la misma velocidad y por consiguiente caería libremente.) Mantuve el arco en forma admirable mientras miraba hacia abajo. Luego sentí una voz que resonaba en mi cabeza: Estoy cayendo. Me voy a estrellar en ese campo, allá abajo. Otra voz me recordó que había prometido mantener el arco. Entonces mantuve el arco de la cintura para arriba pero mis piernas empezaron a correr a toda velocidad.Bill nos había advertido que en el aire experimentaríamos el impulso de correr. Nadie sabe por qué ocurre esto. Ciertamente, sentimos miedo; el instinto nos impulsa a pelear o huir, y como allá arriba no hay con quién pelear, corremos.Esta pantomima de huir en el aire es muy divertida para quienes observan desde el avión. Y allí estaba yo, a un segundo y medio de haber saltado, corriendo y danzando el fandango del miedo. Entonces, súbitamente, sentí un tirón en la correa del pecho y quedé colocado en posición vertical debajo de un pabellón verde brillante. En medio de la cadena más cercana de montes —lisos y dorados casi como gamuza— había un gran lago azul, refulgente en el sol del atardecer. El firma-mento estaba en silencio como el interior de una enorme catedral y yo sentía el latir de mi propio corazón.Encontré los cazonetes de dirección exactamente donde Bill había dicho que estarían, y comprobé que gobernar el paracaídas era tan fácil como conducir un automóvil. Miré hacia abajo a través de mis pies hacia un campo arado, de unas dos hectáreas, donde esperaba aterrizar en una pequeña área que constituía el blanco. Una brisa suave me impulsó hacia allá. Floté con ella, comprobando ocasionalmente el altímetro que iba encima de mi paracaídas de reserva. A los 750 metros todavía me hallaba sobre un sitio erróneo, donde había toros; a los 600 empecé a entrar en el campo arado; a los 550 metros... un problema. En todas esas dos hectáreas no había sino un árbol, y justamente se interponía entre el blanco y yo. A los 375 metros parecía estar cirniéndome inmóvil sobre aquel endiablado árbol.Nos habían enseñado que a los 150 metros debíamos colocar el paracaídas contra el viento y prepararnos a aterrizar. Bill nos había dicho que si encontrábamos obstáculos debíamos dirigirnos al espacio abierto más cercano. Allí estaba yo, cayendo directamente del cielo sobre un árbol. Las ramas enhiestas y agudas pueden sacarle a uno los ojos o ensartarlo por el cuello. Para no caer sobre el árbol, me dejé llevar por el paracaídas hasta que estuve a una altura de 120 metros, ya lejos de aquel obstáculo. Entonces dirigí el aparato contra el viento.El paracaídas llevaba una velocidad de 8 kph, giró suavemente en una corriente de 16 kph, lo que me dio una velocidad de aterrizaje de 8 kph, hacia atrás. A unos 60 metros, la tierra dejó de mecerse y se plantó inmóvil. Escogí un lugar en el horizonte y me forcé a mirarlo fijamente.Bill había insistido en que quienes miran al suelo tienen la tendencia a hacer una de dos cosas: o estiran el pie, como el nadador que toca el agua con el dedo gordo para probar cómo está, o recogen las rodillas sobre el pecho en actitud protectora. Ambos movimientos pueden causar la fractura de una pierna, de manera que traté de no mirar al suelo, lo cual es como tratar de caminar un kilómetro con los ojos cerrados. Aun cuando miraba hacia la cima de una colina cercana, siem-pre podía ver la tierra parda que se acercaba a mí por la periferia de mi visión. Aterricé, rodando sobre la espalda en la manera prescrita.Inmediatamente y con gran sorpresa me vi en pie y corriendo en torno al pabellón para evitar que el viento me arrastrara sobre el campo. Había aterrizado a sólo unos cuantos cientos de metros del blanco, en el seno de ese hospitalario campo arado.UNA VEZ que mi paracaídas se abrió, la avioneta se había inclinado para dar una vuelta y regresar al mismo sitio, donde debía saltar Betty. Esta aterrizó más cerca del blanco que cualquiera de los que saltábamos por primera vez. Duane todavía estaba allá arriba y fue el último que se lanzó. Betty y yo estuvimos esperando un rato pero no vimos su paracaídas. Cuando regresamos al hangar, la Cessna estaba aterrizando. Duane no iba en la avioneta. Bill me dio una palmada en la espalda.
—Flotaste unos 50 kilómetros antes de que se abriera tu paracaídas —me dijo.—Sí, y me olvidé de contar.—No importa. Lo hiciste bien. Puedes anotarte una calificación de 85 sobre 100 y acordarte de los errores que cometiste.Entonces alcanzamos a ver a Duane que arrastraba su equipo sobre una cerca, como a un kilómetro y medio de distancia. Cuando llegó al hangar, no parecía que tuviera ganas de charlar. Bill estaba sorprendido.—No te querías soltar del montante del ala —le dijo—. Por eso fuiste a aterrizar por allá tan lejos.—Sí, sí, sí —contestó Duane.—Hubieras visto a Betty —agregué yo sin poder resistir la tentación de la pulla—. Aterrizó casi en todo el blanco.—Sí, sí, sí —dijo Duane—. Bueno, tengo que marcharme.EN LAS dos semanas siguientes salté unas 12 veces más. Al cuarto salto con la cuerda estática ya me arqueaba bien, me mantenía estable en el aire y tiraba de un cordón de apertura simulado. La sexta vez este ya no fue simulado. Al séptimo salto me ordenaron contar hasta cinco antes de abrir el paracaídas. En ese tiempo el paracaidista alcanza velocidades de más de 150 kph, y cae unos 250 metros.
La sensación es de volar. Como pararse en el borde de un alto trampolín. Si uno se inclina hacia adelante siente el punto adonde va a caer de cabeza dando una vuelta de campana. En la caída libre desde la posición de arco, una simple inclinación de la cabeza produce el mismo efecto. Si se dobla un brazo debajo del cuerpo, el cuerpo rota por completo.Después de un tiempo, estas acrobacias se ejecutan automáticamente. Fuera de rizos y toneles, los paracaidistas experimentados pueden lanzarse en un vertiginoso picado, y modificar esa posición para cruzar horizontalmente a través del cielo. Empezando desde el nivel clásico de 2200 metros, con una demora de 30 segundos alcanzan una velocidad terminal (unos 190 kph) al cabo de 12 segundos, siempre que estén en la posición "lenta" del arco.Los veteranos saltan desde la portezuela del avión —nada de ese desgarbado colgar de un montante del ala— y pueden cruzar en veloz picado hacia otro paracaidista que esté en la posición lenta de arco. En un punto encima de su hombre, el perseguidor hace el arco y luego "aborda" al otro asiéndolo por las muñecas. Cuando se hace esto entre cuatro, se forma una estrella, y también se pueden hacer estrellas más grandes, hasta con 20 hombres o más. Esto se denomina "trabajo en familia" y es la máxima expresión del arte del paracaidista.En mi octavo salto el cordón de apertura se trabó. Los observadores que estaban en tierra aseguran que oyeron un gran juramento en las alturas, pero yo no lo creo. Sin vacilar di a la manija un violento tirón con ambas manos y al fin el paracaídas principal se abrió.Durante ese salto, el miedo se invirtió y yo hice la importante transición de caer a "volar". Y si es cierto que grité algo, preferiría pensar que no fue un juramento, sino más bien el grito del halcón.