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    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:56
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:52
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:49
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:41
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:46
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 132. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 133. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 134. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 135. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 136. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 137. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 138. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 139. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 140. Mysterious Celesta - 1:04
  • 141. Nightmare - 2:32
  • 142. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 143. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 144. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 145. Pandoras Music Box - 3:07
  • 146. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 147. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 148. Peques - El Extraño Mundo De Jack - Esto Es Halloween - 3:08
  • 149. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 150. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:59
  • 151. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 152. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 153. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 154. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
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  • 157. Slut - 0:48
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  • 170. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 171. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:18
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  • 173. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 174. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
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  • 176. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 177. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
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  • 180. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 181. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 182. Tense Cinematic - 3:14
  • 183. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 184. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:26
  • 185. This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 186. Trailer Agresivo - 0:49
  • 187. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 188. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 189. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 190. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 191. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 192. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 193. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 194. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 195. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 196. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 197. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 198. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 199. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 200. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 201. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 202. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 203. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 204. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 205. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 206. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 207. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 208. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 209. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 210. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 211. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 212. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 213. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 214. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 215. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 216. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 217. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 218. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 219. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 220. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
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  • 227. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
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  • 231. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 232. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 233. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
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  • 238. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
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  • 241. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
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    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

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    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
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  • Ancho igual a 1088
  • Ancho igual a 1152
  • Ancho igual a 1176
  • Ancho igual a 1280
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  • Ancho igual a 1680
  • Normal 1024
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  • + -

  • Transición (aprox.)

  • T 1 (1.6 seg)


    T 2 (3.3 seg)


    T 3 (4.9 seg)


    T 4 (s) (6.6 seg)


    T 5 (8.3 seg)


    T 6 (9.9 seg)


    T 7 (11.4 seg)


    T 8 13.3 seg)


    T 9 (15.0 seg)


    T 10 (20 seg)


    T 11 (30 seg)


    T 12 (40 seg)


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    T 14 (60 seg)


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    SOLO YO ME SALVÉ

    Publicado en octubre 02, 2009

    A veces me detengo en el fondo del valle de Owens, al pie de la Sierra Nevada, y trato de distinguir el monte Bradley entre las docenas de cumbres que lo rodean. Sé que aquella región, llamada el Cuadrángulo Whitney (por la montaña más alta de los Estados Unidos, fuera de Alaska), es una tierra indómita, de grandes alturas y profundas hondonadas. Sé que ese punto está a más de 3700 metros sobre el nivel del mar y que el aire de allí llega enrarecido y frío a los pulmones, haciendo doloroso el respirar. Sé también que 36° 43'24" de latitud norte y 118° 20'18" de longitud oeste señalan una cota distante 700 u 800 metros al sur del monte Bradley y que sólo queda a 4,5 metros por debajo de la cima misma de la Sierra. Me parece que conocer el sitio exacto del suceso que vamos a relatar es de importancia.


    Por Lauren Eider, escrito en colaboración con Shirley Streshinsky.


    ABRIL 26 de 1976. Ese día estaba señalado en mi calendario con .un círculo, que también indicaba una cita cancelada. Me alegraba de esa cancelación. Era un indulto más, otro día sin obligaciones. Me senté ante mi escritorio en la biblioteca, con las rodillas recogidas bajo la barbilla, sorbiendo un café tan caliente que me empañaba los anteojos.

    A través de los lentes podía ver a Jim en el piso superior. Se movía como un danzarín, ágil, vigoroso. Jamás estaba soñoliento.por las mañanas; nunca se sentaba perezosamente, acurrucado y hecho un ovillo.

    —Decídete; Lauren —me gritó desde arriba—. ¿Vas a volar hoy o no? Si vas, tengo que llamar a Jay ahora mismo.

    Resolverme: ese era el problema. Yo había escogido aquélla fecha para tomar una decisión.

    Después de seis años de intentar ganarme la vida como pintora, era ya tiempo de buscar un modo razonable de procurarme el pan y de seguir pintando, sin sacrificar la calidad de ninguna de las dos actividades. Pero había sido invitada a volar sobre las montañas con Jay, amigo de Jim, para visitar el valle de la Muerte. Bien, ¿por qué no?

    —Llámalo —resolví al fin en voz alta—. Dile a Jay que iré.

    Recuerdo haber pensado que podría pasarme la vida decidiendo cosas sin importancia, sin enfrentarme nunca a las más graves. Tomé un lápiz y garrapateé en grandes letras en una hoja de papel: ¡Quiero que mi vida toda sea un acto de intrepidez!

    Pero primero iba a volar al valle de la Muerte aquel día. Por el momento esto me parecía lo más acertado para una bella mañana de primavera.

    Jim hizo la llamada y Jay quedó en que vendría a buscarme a las 11, acompañado de su novia, Jean Noller.

    Fui al armario. Era un día para vestirse bien: nada de pantalones de mezclilla ni suéter holgado, nada de chaqueta acolchada y botas de montaña. Elegí un traje sastre y unas botas con tacones de cinco centímetros. Algo elegantes, tal vez, pero iría la mayor parte del tiempo sentada dentro de una avioneta.

    Unos golpes dados a la puerta principal me sobresaltaron. A través de los cristales traslúcidos se veía la alta silueta de Jay. Por la manera en que tocaba pude comprender que 'tenía prisa. Me metí afanosamente la chaqueta y tomé una bufanda y un gorro para abrigarme en el avión. Era un gorro algo ridículo de lana parda y con orejeras, al estilo de los usados por los pilotos de la Primera Guerra Mundial, pero podría resultarme útil.


    Lauren Elder. Foto por: ©Ted Streshynsky. 1978


    Todo lo que sabía de Jay Fuller era de oídas, por mi marido. Era director de una clínica veterinaria local, lo cual lo hacía jefe de Jim, además de amigo. Tenía 36 años; era divorciado y padre de una hija de 10, Carla, que vivía con él. Navegaba a vela, pilotaba avionetas, montaba en motocicleta y emprendía excursiones por el monte, morral al hombro. Su aptitud para valerse por sí mismo era su más señalada característica.

    Nos dirigimos a la zona del aeropuerto de Oakland (California), donde Jay había reservado una avioneta Cessna 182, blanca y roja. Jay y Jean se instalaron en el asiento delantero; yo ocupé el de atrás, contenta de estar sola y poder admirar el paisaje.

    Despegamos, y en seguida viramos para volar tierra adentro. "¡Miren eso!" exclamó Jean. Los saladares que lindan con la bahía de San Francisco parecían enormes y exquisitas formas geométricas, de un amarillo sulfuroso superpuesto sobre carmín oscuro. Los colores me dejaron sin resuello y pensé: ¡Si lograra captar con precisión esos matices en el lienzo!

    Tomamos rumbo al sur y al este. En un abrir y cerrar de ojos habíamos salvado las cumbres, poco elevadas, de la cordillera Costera y entramos en el valle Central.

    —Pronto divisaremos a Fresno —anuncio Jay— y de allí entraremos en las montañas.
    —¿Cuánto hay que subir? —preguntó Jean.
    —Mucho. Las cruzaremos por el norte del monte Whitney, que tiene 4418 metros de altura.

    A eso de la una de la tarde (llevábamos en el aire una hora, más o menos) volábamos sobre las estribaciones de la majestuosa Sierra Nevada. "Ahora comienza lo bueno", gritó Jay.

    Aquellas sí eran montañas de verdad, más altas y más agrestes que las que vi jamás en mi vida. Abajo, el terreno aparecía boscoso y totalmente inhabitado. No se veía ni una cabaña, ni un camino. En todos los valles había nieve, el invierno aún dominaba incluso en las zonas bajas.

    Volamos sobre aquel mundo primitivo durante muchos kilómetros. No tardamos en subir por encima del límite del bosque; abajo sólo se divisaban rocas hostiles, grises y brillantes. El frío comenzó a colarse dentro de nuestra avioneta. Registré mi bolsa y encontré mi gorro de aviador, que me puse. Al volverse a verme, Jean rió.

    "Cruzaremos por el paso Kearsarge", anunció Jay.

    Siempre me había imaginado los pasos de montaña como profundos cortes entre picachos bien separados entre sí, pero no había tal. Ante nosotros se veía un gigantesco muro de granito, una sola sierra, con sólo algunos collados tan poco marcados que era difícil distinguirlos. Uno de ellos era el paso Kearsarge.

    Al mirar atrás para ver cuánto habíamos recorrido, sentí que me faltaba la respiración. Me atraía y maravillaba el panorama de montañas que en olas sucesivas se extendían detrás de nosotros.

    "Allá está Kearsarge", gritó Jay. "Sujétense, pues sentirán una sacudida cuando salvemos la cumbre. Las corrientes de aire nos harán descender bruscamente".

    Me volví al frente a tiempo para ver la enorme pared de granito más alta que nosotros: una muralla de roca sólida; no se veía el firmamento. Tan cerca estábamos, que distinguí perfectamente las vetas de la piedra.

    ¡Y chocamos, Dios santo! ¡Chocamos con violencia increíble! Metal contra metal, entre chasquidos, crujidos, chirridos. Y luego todo quedó en un silencio de sepulcro.


    NO HAY SEGUNDA OPORTUNIDAD


    La lesión era profunda. Las capas de piel se habían separado limpiamente y dejaban al descubierto la brillante blancura de hueso y cartílagos. No me salía sangre de la herida que tenía en la pierna derecha, sobre la caña de la bota, y no sentía dolor.Salí a gatas, y el frío me azotó en la cara, violento, terrible. Jay me llamó. Al mirarlo, me sentí desfallecer.

    —¡Dios mío, Jay! ¡Cómo tienes la cara!

    Mi voz era un susurro. Jay mostraba una gran herida abierta en la cabeza, pero la sangre que le cubría el rostro había comenzado a secarse y formaba una costra semejante a una máscara demoniaca.

    —Jean ha perdido el conocimiento —me gritó—. Vé por la otra puerta y ayúdame a sacarla.

    La avioneta se había estrellado contra la montaña a escasos cinco metros de la cima. La punta de una de las alas estaba entre un montón de piedras sueltas de granito, del lado de la pendiente; el ala opuesta apuntaba hacia arriba. La nariz del aparato aparecía enfilada oblicuamente hacia la cima, con la hélice retorcida en forma grotesca. La sección de la cola se había desprendido parcialmente.

    Me pareció que tardé una eternidad en salvar el par de metros de distancia hasta llegar al frente del avión. Tuve que ir tanteando cada piedra para ver si me ofrecía buen apoyo. De pronto algo ocurrió en lo íntimo de mi ser. Ya sucedió, me dije. Nos hemos estrellado contra la cima de la montaña. No es posible volver atrás y hacer un nuevo intento. No hay segunda oportunidad.

    Abrí a tirones la portezuela de Jean y así su cinturón de seguridad. Jay trataba de ayudarme, pero se movía pesada y torpemente.Por fin guié a Jean hasta Jay, que la bajó trabajosamente por la puerta. Jean estaba sin sentido. Mientras yo lo observaba, él intentaba acomodarla sobre las peñas, pero no encontraba un rellano. Yo estaba segura de que ambos iban a rodar pendiente abajo en un alud de pedruscos y cuerpos.

    Al rodear a tientas el ala, me pareció llevar la boca llena de piedrecillas. Las escupí y me sorprendió ver que eran blancas: no se trataba de piedras sino de dientes rotos. Sentía también que algo se me movía dentro del antebrazo izquierdo... algo que no tenía por qué moverse.

    Jay y yo luchamos para poner a Jean su chaqueta acolchada. Nuestra compañera tenía los pies descalzos: había perdido las sandalias. Descorrí el cierre de mis botas, me quité las medias y, no sin trabajo, se las puse. Logramos abrigar a Jean tan bien como nos fue posible.

    Durante mucho tiempo nos estuvimos sentados. De cuando en cuando Jay se encogía gimiendo. "Me duele el abdomen horriblemente", decía. Miró su reloj: el cristal estaba roto; las manecillas marcaban las 2:15. Esa debió de ser la hora en que nos estrellamos.Jean abrió los ojos y lanzó un quejido. "No te muevas", le pedí en la voz más alta que pude, con la esperanza de establecer comunicación con ella. Pero no lo conseguí. El cuerpo se le movía con sacudidas y convulsiones espasmódicas.

    "Hay que meterla otra vez en el avión", le dije a Jay. "Si puedes tomarla de los pies, yo la alzaré por los brazos". Aquella fue mi primera decisión. Él accedió.

    Probamos a hacerlo. Tomándola por debajo de las axilas, la moví unos pocos centímetros mientras Jay trataba de levantarle les pies. Luchamos con ella durante algunos minutos, hasta caer desfallecidos sobre un montón de piedras. Jay y yo jadeábamos, agotados por el esfuerzo. No éramos capaces ni siquiera de levantarla, mucho menos de volverla a meter en la avioneta.Entonces recomendé a Jay: "Vé a ver si puedes pedir auxilio porradio mientras yo la sostengo para evitar que se nos despeñe". Los movimientos convulsivos de la parte superior del cuerpo de Jean ya la habían hecho rodar de la peña contra la que se hallaba recostada a la de más abajo. La seguí sosteniendo con todas mis fuerzas mientras Jay volvía a la avioneta dando traspiés y las convulsiones de Jean nos arrastraban poco a poco pendiente abajo.

    "¡Auxilio, auxilio! Habla el Cessna N52855. Nos estrellamos en la cima de la Sierra, en el paso Kearsarge, a unos 10 o 12 kilómetros al norte del monte Whitney. ¡Quienquiera que me escuche!... ¡Por favor!" Oí que Jay desconectaba la batería y comprendí que no había podido enviar su mensaje.

    Parecieron trascurrir horas hasta que Jay llegó a nosotras nuevamente. Las convulsiones de Jean eran entonces más fuertes y la impelían hacia adelante y hacia abajo. Jay la agarró, comprendiendo que era indispensable sostenerla entre los dos.

    —Hay que llamar por radio otra vez —insistí—. Debemos seguir intentándolo.—Acabo de activar un radiofaro de urgencia en la cola del avión —repuso lentamente—. Tiene fuente propia de energía. Enviará señales para orientar a la patrulla de rescate que venga a buscarnos.

    Consideramos las posibilidades. Al salir del aeropuerto, Jay no había entregado plan de vuelo; no se le requería. Su hija Carla llegaría a casa cerca de las 3, pero no lo esperaba hasta la hora de la cena. Además, no estaba seguro de que la chica supiera que había salido a volar.

    —Jim me espera a eso de las 6. No sé cuánto tiempo tardará en alarmarse al ver que no llego.

    Pero Jay parecía imperturbable. Trataba de acomodarse en un hueco entre las rocas.


    UN ERROR TERRIBLE


    Necesitábamos trazarnos algún plan. Era evidente. "Voy a subir a la cima", declaré. Me parecía que eso es lo indicado cuando uno se ha perdido: buscar el punto más alto para explorar los alrededores.

    Durante un tiempo a raíz del accidente estuve entumecida, pero mi cuerpo comenzaba a protestar. El dolor me atenazaba el brazo herido, y el muslo derecho se me había hinchado desde un poco más arriba de la rodilla, con lo que se me dificultaba mucho trepar. La lengua me dolía horriblemente. Jay había llevado alguna cerveza, así que tomé una botella que sobrevivió milagrosamente al choque y tomé un largo trago. El frío del líquido me aliviaba la boca, que me sangraba.

    Con gran esfuerzo coroné la cima de la montaña, cubriendo los cuatro metros y medio a paso uniforme, y me maravilló lo que veía. De aquel lado de la Sierra no había bosques, ni cadenas de montañas, ni kilómetro tras kilómetro de extensiones agrestes: sólo una caída escalofriante de millares de metros hasta el desierto.

    Llamé a Jay para que se me reuniera y comenzó a subir pesadamente por la pendiente. Pensé que tal vez yo también me movía con igual torpeza.

    —¿No es aquel el valle de Owens? —le pregunté.Al asentir él con la cabeza, me sentí alborozada. ¡Yo conocía bien aquel valle! Había estado allí tres años antes.

    Tuve el impulso de gritar de alegría. No estábamos perdidos, al fin y al cabo. ¡Allá abajo había caseríos, granjas, gente!Iba en aumento mi emoción. Podría ir en busca de ayuda; mandarían un helicóptero aquí para trasladar a Jay y a Jean, y todo saldría bien.

    —Jay, trataré de salir de aquí caminando.

    Durante un minuto Jay guardó silencio. En seguida, en el mismo tono apático que había empleado desde que nos estrellamos, contestó: —Me parece bien. Calculé que habría tiempo suficiente para llegar al desierto antes de que oscureciera. La ruta parecía muy directa. Durante un rato estuve yendo y viniendo por la cima, buscando el lugar más apropiado para iniciar mi descenso. Ahora veía que lo más empinado estaba precisamente en la cumbre; era como una taza de té, casi vertical en el borde y gradualmente más redondeada en la parte baja. Al principio habría nieve. El sol la había ablandado, pero la cubría una capa de hielo que debería sostenerme.

    Descendí por el borde con sumo cuidado. De un puntapié abrí en el hielo un hueco donde afirmar la punta de la bota y después hice lo mismo con el otro pie. Con los puños perforé unos agujeros en el hielo. El brazo izquierdo me servía; no se me había inutilizado.

    Cuando había bajado quizá unos dos metros, eché la cabeza atrás para contemplar mi progreso e inmediatamente comprendí que había cometido un error terrible. El firmamento comenzó a girar ante mi vista cada vez más de prisa. La capa de nieve fue cediendo bajo mi mano y de pronto sentí todo el cuerpo increíblemente débil. Desde arriba la pendiente no parecía tan empinada. Podría caerme ahora mismo e ir dando tumbos centenares de metros cuesta abajo sin nada que frenara mi caída. Por un instante me sentí incapaz de moverme.

    No, me dije. No. Tomé un profundo resuello, comencé a trepar nuevamente usando los mismos huecos y rogando que el hielo me sostuviera. Como en respuesta a mi pensamiento se zafó un trozo de nieve del que acababa de agarrarme. Lo solté al momento y me así de un pequeño saliente de hielo. Ni siquiera sentí el frío intenso en las manos desnudas. Tan sólo la necesidad de regresar. ¡No te asustes!, me dije una y otra vez.

    Al ganar al fin la cumbre me quedé tendida allí, exánime. La desilusión remplazaba a la emoción de hacía pocos minutos. Pero también experimenté cierto consuelo. Comprendía que había cometido un error, pero no había sido fatal. Aún tenía esperanza.

    Después de un rato me levanté y eché a andar de nuevo hacia la avioneta. Vi que Jay me observaba con indiferencia.Pensé en Jean. No estaba ya a la vista. ¿Habría algún modo de ponerla al abrigo? Jay no podría ayudarme y sola me sería imposible hacer algo. Aunque pudiera encontrar a Jean, no tenía nada con que cubrirla y estaba convencida de que yo sola no podría moverla.


    PARA HACER UNA HOGUERA


    —¿Por qué no logramos salvar la cumbre? —Fue la primera vez que le hice tal pregunta. Jay meneó la cabeza.
    —Fue una estupidez de lo más grande... Debí dar otra vuelta, intentar otro acercamiento para ganar altura. Había corrientes descendentes...

    Dejó caer la cabeza y emitió un gemido. Me incliné hacia él y le subí la capucha de nailon de la chaqueta de abrigo.—Hace frío 'y debemos encender una fogata —comenté.Buscamos fósforos, pero no hallamos ninguno.—Haz la prueba con el encendedor de cigarrillos de la avioneta —me aconsejó Jay.

    Recogimos todo lo que nos pareció combustible y lo apilamos junto a la avioneta. Enrollé un pedazo de papel para usarlo como mecha. La cosa no iba a resultar tan fácil.

    —Hazlo tú —me pidió Jay cuando iba yo a indicarle que se encargara de esa tarea.

    Me encaramé a la cabina y empujé el encendedor. Por favor, funciona; funciona, por favor, imploraba mentalmente. Tras una prolongada y angustiosa pausa, saltó el pequeño dispositivo.

    —¡Hurra! —exclamé al ver el espiral incandescente. Acerqué el encendedor al papel y esperé que hiciera llama.
    —Sóplale —me dijo Jay desde afuera.Así lo hice. Se formó un cono negro en el papel, que humeó un poco. Pero fue todo.
    —Empaparé la mecha de gasolina —decidió Jay.

    Bajo el ala incrustada en la ladera salía una canilla de la que había estado chorreando gasolina desde que nos estrellamos.Oprimí nuevamente el encendedor, orando para que aún funcionara. Y funcionó. Esta vez el papel hizo llama al instante.

    El montoncito de papeles y madera prendió y Jay se echó en el suelo. Me acomodé sobre un cercano peñón liso, disfrutando del calor que daba la pequeña hoguera, pero el fuego se consumía rápidamente. —Échale gasolina —me indicó. Me arrastré bajo el ala y de la canilla llené una botella de cerveza vacía. El combustible hizo que creciera la llama, pero necesitábamos otros recipientes para juntar el resto de la gasolina antes de que escapara toda. Jay destapó otra botella de cerveza, pero la lumbre se extinguió antes de que pudiéramos idear algún sistema.

    —Jay —le grité—, tienes que ayudarme. Se necesitan dos personas para que haya siempre botellas llenas y no se nos acabe la gasolina. Yo sola no me doy abasto.

    Si a él le importaba aquello, no lo demostró. Comprendí, desalentada, que yo misma tendría que encargarme de llenar las botellas.Me acuclillaba bajo el ala y acercaba una botella a la boca de la canilla. Una vez llena, la cambiaba por otra y llevaba la primera a Jay. El encendedor volvió a funcionar y la fogata se alzó hacia el cielo. Pasado un rato me di cuenta de que podía sentarme y descansar varios minutos antes de regresar por otra botella.

    La oscuridad había ido ascendiendo desde los valles. Era como estar en un planeta muerto. No había luna; la única luz provenía del fuego. Teníamos frío intenso en la espalda. —Pobre Jean —comentó Jay. —No podrá sobrevivir con este frío —repuse, dando expresión a nuestros temores. —No.

    Alargué la mano para tomar la de Jay. Estaba extraordinariamente fría, así que empecé a frotársela.

    Necesitaba sentirme próxima a él, saber que éramos partícipes del mismo trance. ¿Por qué se empeñaba en distanciarse? ¿Se sentiría acaso culpable del accidente? ¿Estaría atormentado por el pensamiento de Jean, a quien no lográbamos ver, herida y sola? ¿O sería sólo por el dolor que experimentaba? Lo ignoraba.

    —Jay, por favor, ¿podríamos hacer un convenio? —le pregunté— ¿Podríamos prometernos que sobreviviremos juntos? —yo ansiaba vivamente tal convenio... Me parecía que todo dependía de él—. Prométemelo, Jay —le supliqué.—Sí —me respondió—. Te lo prometo. Sobreviviremos juntos.Y me sentí más tranquila.


    ROCA POR ROCA


    No sé cuántos viajes hice en busca de gasolina... 30, tal vez más. Quería dejar de hacerlos, pero no podía. El único modo de salir de aquella montaña era alimentar el fuego.

    "Me duelen los intestinos horriblemente", dijo Jay por tercera o cuarta vez. Tartajeaba un poco; y en su voz se traslucía un dejo quejumbroso. Hubiera querido contestarle que a duras penas podía yo dominar mi propio cuerpo adolorido; que el departamento de quejas estaba cerrado. Pero me callé.

    Si fue por fatiga o disgusto, no lo sé, pero de pronto me salpiqué la cara de gasolina. Solté la botella y alcé los brazos. Estaba toda cubierta de llamas. Percibía el olor de pelo chamuscado, sentía quemaduras en las mejillas. Jay logró incorporarse y ayudarme a manotear contra las llamas. Entre los dos logramos extinguirlas.

    Me senté. Se me había escapado hasta la última de mis energías y pensé en lo afortunada que había sido al traer el ridículo gorro. Sin él, las llamas habrían consumido mis largos y crespos cabellos.Decía para mis adentros que todo era un mal sueño, una pesadilla; y ansiaba librarme de ella. Pero la única manera de librarnos era yendo por más gasolina una y otra vez.

    En uno de mis breves descansos me senté en una piedra. La sentí muy cómoda ¿Por qué se siente tan agradable, Lauren?, me pregunté. La respuesta me asaltó, convincente, la sientes cómoda porque la piedra está caliente.—¡Jay! —exclamé— ¡Las piedras conservan el calor! Podríamos hacer una buena pila y prenderles fuego. Darán calor como un radiador.

    Me apresuré a juntar piedras de tamaño mediano para irlas amontonando : me machuqué los dedos un par de veces. "Ayúdame", le pedí. Por un instante lo vi hacer lo que me pareció un gran esfuerzo, pero volvió a dejarse caer. Se había movido muy poco desde que encendimos la fogata, hacía ya cinco o seis horas.

    Por fin logré amontonar unas 24 peñas. El viento soplaba ya con fuerza levantando al aire remolinos de llamas. Hacíamos lo imposible para que la gasolina no se extendiera más allá de las piedras.

    Pensaba que serían por lo menos las 2 de la madrugada. Eso significaría que faltarían cuatro o cinco horas más para el amanecer. Piensa sólo en el próximo viaje en busca de gasolina, me decía. Nada más. Vé paso a paso; piedra por piedra.

    Entregué a Jay una botella llena y volví debajo del ala en busca de otra. Se suponía que él debía avivar el fuego para que yo pudiera ver, pero observé que las llamas se apagaban. Volví en seguida con mi botella, llamando a Jay a voces. Echamos gasolina sobre los rescoldos que quedaban. La fogata chisporroteó y se extinguió. Esperábamos ver estallar la llamarada que tantas veces antes se había producido. Pero esta vez no prendió. El fuego se había apagado.

    Pensé: Bueno, recurriremos de nuevo al encendedor de cigarrillos. Trepé a la cabina de la avioneta y oprimí el aparato. Trascurrieron algunos.minutos. Por fin lo saqué de un tirón, pero ningún color resplandeció en la oscuridad. Toqué el encendedor: no estaba tibio siquiera. Aquí acabó el plan A, me dije. ¿Cuál va a ser el plan B?


    ¡QUÉ FRÍO ESTÁ!


    Recordé la segunda línea de defensa: las piedras. Su calor duraría más si pudiera mantenerlas a cubierto del viento. Resolví llevarlas a la sección de cola del avión. En ella había sitio suficiente para nosotros y el granito calentado.

    Hablé a Jay de ello. Su respuesta fue como una grabación magnetofónica. Me pasó por la mente un pensamiento: ¿Estará ya en las últimas? ¿No le estaría pasando algo que yo no alcanzaba a comprender? "Tenemos que amontonar en la cola todas las piedras que podamos", insistí. Él no se movió.

    Comencé a trabajar a tientas, palpando las rocas calientes ennegrecidas por el combustible. Sentí un agudo dolor en las manos, percibí el olor de carne chamuscada, pero, mordiéndome los labios resistí. El brazo izquierdo me servía ya de muy poco; sin embargo, logré meter varias piedras en la cola. Luego me acomodé en el interior. El viento silbaba afuera, pero yo estaba acurrucada como una ardilla. —Jay —llamé—. Aquí está bien abrigado. Ven conmigo. No me contestó. Me abandoné un rato, regodeándome en aquella inesperada comodidad. Luego volví a llamar a Jay, que acudió laboriosamente arrastrándose por entre los asientos delanteros, y pasó sobre el posterior para poder deslizarse dentro de mi guarida. Se dejó caer tieso, casi quebradizo, como si no pudiera inclinarse. Lo primero que observé fue que le faltaba uno de los zapatos.

    —¿Dónde está tu zapato? —pregunté alarmada.No podía creer que no comprendiese la importancia de conservar hasta el último elemento protector.—No importa —murmuró de mal humor.

    Agitaba pies y manos, tratando de acomodarse. Me apliqué a frotarle las piernas y a soplarle en las manos para ayudarlo a entrar en calor.—A estas horas ya sabrán de nosotros —comenté para darnos ánimo—. Naturalmente, los aviones no podrán despegar en la oscuridad, pero vendrán a buscarnos al amanecer.

    Las rocas habían comenzado a enfriarse y comprendí que las próximas horas serían críticas.

    "¡Que salga el Sol!" gemía Jay insistentemente. "¡Qué frío tengo!" Él estaba más expuesto al viento que yo, y pensé que por eso el fríole resultaba más insoportable.

    Con un esfuerzo conseguí sentarme, hasta poder ver afuera. No había Sol, ni cielo, ni montañas... nada, sino finas partículas de hielo que se arremolinaban en todas direcciones y lo borraban todo. Volví a hundirme en mi reducido espacio, asustada y confusa.

    Jay ya no se quejaba tanto, aunque todavía gruñía y gemía, y de vez en cuando me daba puntapiés. Pero de pronto sacó la cabeza al aire, a la nieve arremolinada, y le oí dar un alarido de cólera, de dolor y de espanto. Comenzó a agitarse pesada y violentamente.

    —Tengo que salir de aquí —declaró con voz jadeante—. Tengo que hacer algo.—No podemos hacer nada —le grité, tratando de hacerme oír contra el ruido de la tormenta—. Ni siquiera podemos prender una fogata... No tenemos fósforos.

    —Hay que hacer algo —insistió—. ¡Ayúdame!

    Yo tenía mucho frío, estaba temblando y no sabía qué pasaba. Poco me importaba, en realidad, que Jay se arrastrase fuera del avión. Pero no lo consiguió. Estuvo tranquilo durante un minuto corrido y luego dijo: "No siento absolutamente nada". Había un dejo de desesperación en su voz. Se puso a dar golpes con las manos contra el costado del avión. Gritaba al mismo tiempo que me golpeaba con las piernas rígidas y agitaba los brazos en alto dando fuertes golpes.

    Era necesario calmarlo. Comencé a darle en la espalda con los puños. "¡Aaaay!" gimió con voz pastosa. "Me estás haciendo daño". Pero seguía luchando y nada podía hacer para contenerlo.

    En unos minutos se sosegó. No quise moverme por miedo de tocarlo y provocar en él un nuevo paroxismo de golpes y sacudidas. Cuando me pareció prudente, me acerqué para ajustarle las perneras del pantalón, pues en sus desenfrenados jalones se le habían subido y le habían dejado al descubierto las pantorrillas. Con la muñeca le rocé la pierna accidentada. ¡Qué frío está!; pensé.

    En seguida le toqué el brazo. Estaba frío, totalmente congelado. Hacía apenas algunos minutos me había estado implorando a gritos que hiciera algo. "No siento absolutamente nada", me había dicho, pero no le había comprendido. ¡Pobre Jay!

    Lo volví suavemente, apartándolo de mí. La herida de la frente se le había abierto de nuevo. La sangre se le fue congelando al brotarle, de modo que parecía un enjambre de gusanos carmesíes apiñados sobre la frente.Le puse la mano en el cuello para palparle la yugular. No sentí pulsación alguna. Pero quise asegurarme bien. Le pasé la mano bajo la camiseta para tratar de sentir los latidos del corazón. Habían cesado.


    EL CAMPO DE NIEVE


    Con aquel viento y aquellas torvas de nieve no me quedaba más remedio que esperar, volver a acurrucarme junto a las piernas de Jay. Los aviones no podrían localizar los restos de nuestro aparato; a los helicópteros les sería imposible aterrizar. Cuando al fin viniesen a rescatarnos, encontrarían a Jean sobre las piedras, más abajo de nosotros, muerta, y a Jay atrapado en la cola de la avioneta y sin vida. Me imaginé cómo me hallarían a mí, acurrucada en posición fetal, congelada, grotesca... Aquel pensamiento me inquietaba. ¡Me parecía una manera tan descuidada de morir...! Lo que pasa, me dije, es que estoy refiriéndome al suicidio. Sí, darme por vencida sería la manera más fácil de salir del trance. Entonces me puse a quitarle los calcetines a Jay y a calzármelos.Estaba cerrando la cremallera de mis botas cuando me di cuenta de que el cielo aclaraba y el viento amainaba. De pronto me llegó un ruido que no era del viento. ¡Ya venían por mí, estaba segura! Me encaramé fuera de la cola.

    Un avión volaba sobre la cordillera más al sur. Di saltos, grité, agité los brazos. Vi que el avión se iba alejando y desaparecía al fin. El piloto no me había visto.

    Consideré las posibilidades: podría arrastrarme nuevamente al interior del aparato y agazaparme junto al cadáver de Jay, pero no deseaba hacer tal cosa. Eché un vistazo hacia abajo, al límite superior del bosque, hacia el occidente. Los árboles me protegerían del viento, pero bajar hasta allá implicaba una caminata muy penosa. Además, una vez allí no me podrían ver desde el aire. Quedaba entonces la empinada cuesta oriental, por la que antes no había logrado descender.

    Trepé hasta la cumbre y me agazapé detrás de una mole enorme de granito para protegerme del viento. Mientras me penetraban los primeros rayos de sol, escudriñé el paisaje que se extendía a mis pies. Era un acantilado casi vertical, cubierto de nieve, digno rival para un experimentado montañero equipado con piolet, botas y toda clase de avíos.

    Después descubrí varios salientes de granito que se proyectaban entre la nieve. Descendían en zigzag, siguiendo un plan, como los puntitos enumerados de un rompecabezas infantil. Mentalmente comencé a conectar los salientes uno con otro para formar un sendero sinuoso. Podría avanzar a gatas, andando lateralmente como las arañas, abriendo huecos en la capa de nieve con pies y manos. El primer saliente quedaba a unos tres o cuatro metros de distancia. Estaba cierta de que, en caso necesario, podría volverme y sentarme a esperar al grupo de salvamento que sin duda vendría a buscarme.

    Pero, ¿vendría acaso? Quizá ni siquiera se habría dado la alarma. ¿Y si Jim hubiera concluido que habíamos decidido pasar la noche en el valle de la Muerte? ¿Y si hubiera esperado hasta esta mañana para comenzar a buscarnos? Tal vez la hija de Jay fue a casa de algunos amigos y decidió esperar hasta hoy a su padre. Tal vez, tal vez... ¡Qué angustia la de una espera semejante!Y si trascurría el día y nadie llegaba, tendría que pasarme otra noche en la montaña.

    Tomé un profundo resuello para llenarme los pulmones de aire enrarecido, moví los dedos entumecidos y, muy lenta y cuidadosamente, me descolgué por el borde del precipicio. Metí con fuerza la punta de la bota en la capa de nieve helada. Era gruesa y dura, mucho más firme que el día anterior. Resistiría mi peso, estaba segura. Llevaba el estómago recogido, el trasero remetido, el centro de gravedad lo más bajo posible. Otra vez un puntapié y afirmarme en el hueco. Otro puñetazo en el hielo y asirme con fuerza. Lentamente fui gateando hacia el primer peñasco. Un nuevo hueco para afirmar un pie, otro para la mano... cinco en total, y al fin había llegado.

    Cuando nuevamente pude mover los dedos de la mano, seguí pasando de una roca a otra, probando primero a ver si se desprendía (como sucedió a veces). La fatiga de ayer había desaparecido. Me sentía descansada y llena de energía. Evitaba usar el brazo izquierdo adolorido, pero no lo lograba muchas veces, pues necesitaba ambas manos para trepar.

    Llevaría una hora de abrir huecos en el hielo para aferrarme a ellos cuando, al comenzar una vez más a avanzar lentamente, comprendí que aquello no iba bien. La pendiente era ya mucho más suave; tanto que pude sentarme sobre el hielo y deslizarme como un trineo humano. En el primer viaje por poco me paso de la meta, pero en el último momento me agarré de una piedra y, frenando, viré en redondo con una sacudida.

    Alborozada, lancé un alarido de alegría que retumbó por el silencioso paso de montaña. En seguida me deslicé hasta la roca siguiente, gritando y girando, resbalando sobre el hielo, a veces volviéndome en círculos. Podía oír el ruido de mis risas repercutir sobre la nieve, y mi gozo venía de que ya lo más arduo quedaba atrás. Pero la empresa había consumido más tiempo que el calculado. Era ya media mañana y había descendido tan sólo una tercera parte del campo de nieve: la más difícil, es verdad, pero aún me quedaba una gran extensión nevada que salvar.

    Pronto pude ponerme de pie y descender oblicuamente. Mucho más abajo el campo de nieve se disolvía en una pedriza de color ocre, que, formando una especie de embudo, iba a parar a un arroyo seco, de lecho rocoso. Así pues, me encaminé hacia aquel arroyo, única vía de salida.

    Al detenerme a tomar un breve descanso, levanté la vista para examinar la montaña y descubrí una fila de casas de pino californiano que describían una curva a lo largo de un camellón rocoso directamente frente a mí. Pensé que sería algún nuevo centro de vacaciones. Enormemente emocionada, me dirigí allá, tratando de dar zancadas por la nieve.

    Un hombre de largo pelo claro estaba sobre, la galería de la casa más alta, desperezándose. Tenía los brazos extendidos y se cubría con un hábito blanco y ondulante. "¡Hola!" grité, falta de aliento. Sufrí un accidente de avión; necesito ayuda".

    El hombre no se volvió siquiera. Vi que llevaba una gran cruz negra pendiente del cuello.Entonces comprendí que no era un hombre sino una estatua. Había visto tales efigies en los Alpes, erigidas para señalar el lugar donde alguien había muerto o se había salvado.

    Llegué a la primera de las casas y me detuve bruscamente. Parpadeé. No había tales casas, ni estatua alguna. Sólo las enormes rocas que trazaban una línea curva. Todo había sido simple fruto de mi imaginación.

    Paseé la vista alrededor. Reinaba un silencio absoluto. Me hallaba sola. Volví la mirada al otro lado de la hondonada, al lugar donde había abandonado el sendero, y comprendí todo lo que aquel desvío me había costado en tiempo y energías. Tendría que recorrer otros 800 metros tan sólo para llegar al fondo del campo de nieve. No me quedaba más remedio que seguir adelante.


    CURVA TRAS CURVA


    Por fin bajé a las rocas de color ocre. El lecho del arroyo quedaba al fondo del desfiladero, donde se juntaban dos cadenas de montañas. Pero no había, como yo pensaba, una hondonada recta que separase el pie de ambas. Más bien las cadenas se mezclaban como los dedos de dos manos entrelazadas, y por tanto el lecho del arroyo formaba una apretada serie.de curvas.

    Doblé paso a paso el primer recodo, sólo para encontrar otro igual más allá. Doblé cuatro o cinco más antes de reconocer que no tenía la menor idea de cuántos me quedaban por delante. Me decía que el verdadero peligro estaba ya superado, pero bien sabía que la fractura de un tobillo también podría causarme la muerte. Los tacones de cinco centímetros que me habían servido de crampones en la nieve eran aquí un estorbo, y un tacón, del que se había desprendido la tapa de caucho, se me resbalaba a cada rato. Comencé a buscar indicios de que otras personas hubieran estado anteriormente en aquel lugar: una lata aplastada de Cocacola, una colilla de cigarro. Amarga ironía, considerando lo que me irritaba otras veces encontrar tales desechos en los senderos del campo.

    El Sol estaba en el cénit. A veces, al ir avanzando penosamente entre los pedruscos, me sentía bañada en sudor. Luego recogía puñados de nieve amontonada aquí y allá a la sombra de algunos peñascos. Descubrí también una diminuta y frágil flor silvestre, y durante un minuto me quedé mirándola, tratando de comprender la razón de que me cautivara tanto. ¡Qué valiente era al florecer en una tierra tan inhóspita! Si no hubiera pasado yo por allí, nadie la hubiera visto siquiera: Tal pensamiento me mantuvo ocupada mientras seguía avanzando trabajosamente.

    Comenzaban a aparecer algunas artemisas enanas que poco a poco fueron espesándose; se me enredaban en la falda y me arañaban las piernas. EL Sol se hallaba todavía muy alto, pero caía ya la tarde. No sabía cuánto más tendría que seguir andando y la paciencia se me agotaba. Doblé un nuevo recodo, preparándome para lo que seguramente sería otra curva más: ya no creía en caminos mágicos para llegar a las tierras llanas del desierto.

    Sin embargo, no estaba preparada para lo que vi. De pronto me encontré al borde de una caída de agua, seca a la sazón, que se desplomaba verticalmente hasta el fondo del cañón, más de 30 metros abajo. A un lado y otro se levantaban paredes de roca cortadas a pico. Estaba atrapada.Esperé durante algunos minutos y en seguida hice lo único que podía ocurrírseme: "¡Auxilio!" grité a todo pulmón. Oí que mi voz repercutía desfiladero abajo. "¡Por favor! ¡Ayúdeme alguien!"


    EL ACANTILADO


    A sabiendas de que no habría manera de bajar, por pura curiosidad me tendí boca abajo para estudiar la caída. A primera vista el granito me había parecido liso, pero al examinarlo más detenidamente advertí que tenía grietas y agujeros que ofrecían asideros a pies y manos.

    Había una serie de angostas cornisas a intervalos de tres a seis metros, a lo largo de los 30 que medía la caída. Así pues, se hallaba, hasta donde podía yo ver, escalonada en secciones. A lo mejor me sería posible bajar, a condición de tomar grandes precauciones.Me quité las botas, metí los calcetines en ellas y las arrojé al fondo. Cayeron en el primer resalto. Necesitaría todos los dedos de manos y pies, y ahora me alegraba de las gruesas callosidades que me habían producido mis lecciones de karate.

    Me escurrí de espaldas sobre el borde, tanteando con los dedos de los pies hasta encontrar un punto de apoyo en la pared de roca. Debo reconcentrarme en no tratar de llegar demasiado lejos, me decía; en no dejarme colgar extendida por completo.

    Al tocar con la punta del pie el primer saliente, aflojé el cuerpo, aliviada... y preocupada. Me encontraba allí en posición más precaria que arriba, pues ya me había comprometido a seguir bajando. Me era imposible volver a trepar y apenas había logrado cubrir los primeros tres o cuatro metros.

    Al mismo tiempo me percataba de que algo extraordinario estaba sucediendo. Me sentía segura de no hacer ningún falso movimiento. Algo sucedía entre mi cuerpo y la pared de la cascada seca: como si se comprendieran mutuamente. Estudiaba cada salto, luego dejaba caer las botas más abajo y descendía en pos de ellas. Tanteaba con el dedo gordo del pie en busca de una grieta y allí estaba. Todo iba saliendo a pedir de boca. El esfuerzo era arduo, pero había en él cierto ritmo.

    En la cornisa siguiente me esperaba una sorpresa. Un árbol caído, alojado entre la pared del desfiladero y el saliente inferior, formaba una especie de escalera natural. Lo tanteé para ver si la madera no estaba podrida y el tronco quedaba bien encajado. Descendí por él y caí sobre un cojín de nieve.

    Debajo estaba la cornisa más ancha de todas (quizá de cuatro metros y medio) y en el centro había un hueco lleno de agua, de casi un metro de profundidad. Me quité toda la ropa y, haciendo un fardo con ella y las botas, lo dejé caer por el borde. Luego, deslizándome por una grieta mojada abierta en la ladera, caí en el charco con un chapoteo. El agua se sentía fresca y maravillosa. Luego me lavé las heridas y traté de sacudirme el hollín y el sudor, la sangre, la mugre y el dolor.

    En aquel momento un destello de luz me hizo mirar a la cima de la escarpa, y lo que vi me dejó boquiabierta.Alineadas en el borde sur del cañón había varias casas de dos pisos, y más allá de ellas el sol se reflejaba de el techo de dos autos estacionados. Por fin, pensé: esta vez sí es verdad. Por lo viste guien había descubierto aquel hermoso y agreste desfiladero y había construido un lugar de retiro.

    Me puse la ropa y me calcé las botas buscando entre tanto la pendiente que tendría que escalar para llegar a aquellas casas. La ladera estaba nevada, pero podían verse algunas plantas, que se abrían paso por entre la nieve. Aprovechándolas, conseguiría trepar y en poco tiempo estaría en mi propia casa, junto a mi marido, gozando de abrigo y descanso.

    Me encaramé por la pendiente como una cabra montes, subiendo en diagonal por lo empinado de la cuesta. Cuando estuve a pocos metros de la casa más cercana, un hombre y una mujer salieron al porche.

    "Necesito que me ayuden", les imploré.

    Pero no podían ayudarme. No existían. ¡Dios mío! ¡Otra vez había sido una alucinación!.

    Caí entonces en que había escalado una cuesta empinadísima, cubierta de nieve, que convergía con la cascada seca en un ángulo tan cerrado que la única manera de bajarla sería en sesgo, como había hecho por la mañana en el risco. Una vez más empecé a descender la cuesta, a paso de araña y metiendo los pies en la capa de nieve.

    Estaba mojada y tenía frío, y ya no quería más que volver a la cornisa grande. Me decía que debía darme prisa, cuando la mano se me resbaló y patiné con el vientre contra el suelo en un trayecto de cuatro o cinco metros, hasta que pude asir un arbusto para detenerme. Pasé un buen susto, pero había logrado regresar al saliente, así que me obligué a descansar un rato. Entonces miré al Sol; calculé que serían las 2 de la tarde. Si pretendía llegar al desierto antes de anochecer, sería necesario que apresurara el paso. Dejé caer las botas por el borde y acometí un nuevo descenso.

    Ya me faltaban la facilidad y la seguridad con que antes había estado avanzando. Con manos y pies entumecidos por la caminata en la nieve, ya no hallaba las grietas convenientes de la roca. Estiré demasiado el pie derecho y luego, por eso mismo, no pude levantar el izquierdo. Quedé extendida de brazos y piernas contra la pared de la cascada, imposibilitada para moverme. Sentía que el sudor me brotaba por todo el cuerpo. Estaba perdiendo fuerza en los dedos; casi no podía agarrarme ya. Tendría que volver a subir a la cornisa de arriba. Habría que arriesgar un tirón fuerte, un magno esfuerzo para alzarme a lugar seguro. Lo intenté, dando con el pie izquierdo contra algo afilado, pero llegué sana y salva.

    Temblando al pensar en lo cerca que estuve de caerme, me quedé mirando el colgajo de piel que se me desprendía del dedo gordo del pie. Era indispensable que me calmara antes de arriesgar otro intento. Durante un rato me dediqué a frotarme pies y manos para estimular la circulación. Esta vez no me movería hasta estar lista.

    Lenta y delicadamente emprendí el descenso hacia la próxima cornisa, y de allí me quedaba sólo una más que alcanzar. De la última había una caída de unos cinco metros al fondo de la garganta, donde se acumulaba una profunda mancha de nieve. Descendí poco a poco los primeros tres metros, hice luego una honda inspiración y me lancé de espaldas para caer en aquel montón de nieve.





    LOGRARÉ SALVARME


    Me puse las botas. La cremallera de la bota izquierda se había roto y tuve que atármela con el cinturón de mi chaqueta. No iba a funcionar muy bien, pero había que conformarse. Busqué en los alrededores hasta encontrar un palo que me sirviera de cayado, y reanudé la marcha de nuevo, esta vez dando tumbos.

    Al cabo de un tiempo escuché el rumor de agua corriente. El cauce seco del arroyo ya llevaba agua, alimentado, pensé, por algún manantial subterráneo. Llegué hasta él cojeando y me senté en una piedra. Mis botas eran un desastre. Resolví, pues, seguir camino por el agua. Me las quité y allí las dejé.

    Las sombras de la cañada se hacían más densas. Tendría que darme prisa. Resbalando, patinando, cayendo a veces sobre alguna piedra cubierta de musgo, seguí adelante. Los únicos sonidos que oía eran los del agua y mi propia respiración. De pronto, sobre esos rumores, comenzó a alzarse un rugido creciente, continuo y furioso.

    Era algo magnífico. El arroyo se despeñaba allí de una altura de unos 15m, levantando una bruma glacial. A la derecha se erguía una muralla de granito de 30m, coronada en su cima por un bosque de pinos. A mi izquierda se levantaba sobre la cascada una pendiente gradual, cubierta de arena y piedras sueltas, con uno que otro arbusto enano. No había otro camino.

    Dando traspiés, pasando de roca en roca y de matorral en matorral, avanzaba con un empeño que me tenía asombrada. No era tan difícil como me lo había imaginado. Con un esfuerzo final llegué a lo más alto. De allí pude ver que el resto de mi caminata sería un paulatino descenso hasta el desierto. Lograré salvarme.

    Con aquel pensamiento iba casi brincando por la larga pendiente arenosa. Observé un sendero, pero ya ni tales visiones podrían distraerme.Volví a mirarlo. Era realmente un sendero. En la mitad de él se veía un trozo, ya seco, de estiércol de caballo. Le di un puntapié. Era eso, precisamente: estiércol genuino, verdadero. ¡Alabado sea Dios! Rompí a llorar por primera vez sin poder contener las lágrimas.

    Pronto el camino se ensanchaba y, a medida que lo seguía, árboles, rocas y matorrales se convertían en ciclistas, jóvenes en camiones y labriegos mexicanos. Corrí tras cada uno de ellos, rogándoles que me ayudasen. Durante más de una hora supongo, vagué por el desierto persiguiendo fantasmas, desperdiciando energías.

    Al caer el largo crepúsculo sobre el valle, comenzaron a prenderse luces como otros tantos puntos luminosos de referencia. Veía una larga hilera de luces a lo lejos y comprendí que debía de ser la carretera. Me dije entonces que haría caso omiso de todo, menos de aquellas luces.


    NO HAY HABITACIONES


    Después de andar durante varias horas llegué por fin a la carretera, que me condujo pronto al pueblecito de Independence, dormido en el silencio de la noche. En un cruce, al lado del camino, llegué a un motel donde brillaba un letrero que anunciaba: no hay habitaciones.Toqué el timbre y a través de la ventana vi que un adolescente dejaba el asiento que ocupaba ante un televisor.

    Bien sabía yo que mi aspecto era de loca; no llevaba dinero ni identificación. Aquel muchacho ¿me dejaría entrar? ¿Me creería? ¿Habría quien me creyera si no podía demostrar quién era?El chico abrió la puerta.—He sufrido un accidente... un avión se estrelló —le dije—. Vengo de muy lejos andando y estoy agotada—. Mi tono era tranquilo, sin arrebatos nerviosos—. ¿Tiene usted algún lugar donde pueda pasar la noche y descansar?

    El joven me examinó: los pies descalzos, la ropa hecha jirones. Observó la mugre que me cubría, mis piernas ensangrentadas. Yo movía los pies, tratando de esconderlos, pues de repente me sentí muy turbada bajo el escrutinio del muchacho.

    —Lo siento mucho —respondió al fin—. Pero, como dice el letrero, el motel está lleno.Rápidamente le pregunté:—¿Hay otro motel en el pueblo?Me dio las señas. Continué mi camino tambaleándome, lastimándome los pies por la grava y los vidrios rotos que había a la orilla del camino. En dos ocasiones pasó un auto a mi lado, pero ninguno de los dos se detuvo. Mi paso comenzaba a vacilar. El letrero en aquel motel decía: HABITACIONES VACANTES. Toqué el timbre; un hombre abrió la puerta y me miró con desconfianza.

    —Siento molestarlo —comencé a decir, queriendo darle la impresión de que era de fiar y estaba en mis cabales. Pero las palabras me salían enrevesadamente. Le conté del accidente aéreo, de mi larga caminata, y le dije que lo sentía mucho, que no llevaba dinero, pero que me tuviera confianza para prestarme diez centavos y hacer una llamada telefónica...Parecía no oírme, comencé a repetir mi historia, pero me interrumpió.

    —Lo siento, señorita —me dijo cortésmente—. Sólo queda una habitación y está reservada.

    No me había creído. No conseguía que nadie me creyera.

    —Al frente vive un ministro bautista —me indicó—. Él tiene una casa rodante y a veces da hospedaje gratis.Aterida, demasiado cansada para pensar, me alejé renqueando. Me llevé una mano a la cabeza: todavía tenía puesto aquel gorro ridículo. Ya había tenido la intención de quitármelo.Eché una mirada a la casa del ministro, pero estaba a oscuras y no quise importunar llamando a las puertas y despertando a la gente. Suficiente trabajo me costaba hablar a las personas que estaban despiertas. Vi un letrero que decía: Hotel Winnedumah, que parecía ser un lugar chapado a la antigua. Era mi último recurso. Penosamente seguí el camino de grava que llevaba al hotel.

    Una pareja de ancianos estaba viendo la televisión en un rincón retirado del vestíbulo. Luego de levantar la vista, el hombre fue a colocarse detrás de un pesado mostrador de roble, asumiendo su puesto de encargado nocturno.

    Me escuchó sin comprender, mientras le explicaba que estaba inmensamente cansada y necesitaba una habitación. Parecía que quería hacerme algunas preguntas, pero no lograba formularlas. Sin decir nada, se dio media vuelta para alcanzar la llave de un cuarto.

    Ahora, pensé, temerosa de lo que vendría en seguida. Ahora llegó el momento de decirle que no tengo dinero.

    "Lo que pasa es que"... comencé a decir, y en seguida comprendí que había empezado mal. Ensayé de nuevo: "¿Tendría la bondad de prestarme diez centavos?" No; tampoco eso está bien.

    Él se veía aun más confuso."Es que debo hacer una llamada telefónica por cobrar".Se abrió la puerta bruscamente y entró un individuo con pistola al cinto.—Es ella, señor delegado —dijo el tipo que venía detrás—. Esa es.De improviso el vestíbulo se llenó de voces y actividad. Tardé un poco en reconocer al señor del último motel, que venía detrás del agente del orden.—Dice que sufrió un accidente de avión —explicó.El empleado nocturno del Winnedumah, que aún tenía en la mano la llave de mi habitación, se quedó pasmado mirándome.—¿Se apellida usted Eider? —preguntó el delegado del comisario.Asentí con la cabeza.—Pues, señora, la hemos estado buscando—. Y luego, en el tono más amable que se puede imaginar, pronunció las palabras que durante todo aquel día tanto anhelé escuchar—. Permítame usted que la ayude.


    AVALÚO FINAL


    Me llevaron en un coche al hospitalito de Lone Pine, a 23 kilómetros de allí. Un médico me suturó la lesión de la pierna, con puntadas largas y flojas, así que, al terminar, la herida tenía un aspecto monstruoso. Luego me lavó los pies con gran esmero. La arena y los guijarros me habían arrancado casi toda la piel de las plantas. Tenía el brazo izquierdo hinchado y con apariencia horrible. Me enteré de que estaba fracturado el radio. Aun así, todo el mundo repetía que me hallaba en condiciones asombrosamente buenas habida cuenta de las circunstancias.

    Jim fue el primero en dar la alarma y había pedido una aérea. También informó a mis padres. Esa noche hablé telefónicamente con mi madre. Mi padre vino a verme a la mañana siguiente.

    Llegué a la mayoría de edad el decenio pasado, así que era inevitable que papá y yo juzgáramos con opiniones opuestas los problemas de aquella época. Repetidas veces habíamos reñido. Pero esa mañana me miró a los ojos y yo lo miré igual; nos sonreímos. Por vez primera en el tiempo que llevábamos de conocernos, nada nos separaba. Cada palabra iba directamente al corazón con una facilidad que me hubiera parecido imposible. Hablamos y hablamos, pero no tuvimos necesidad de decir aquello que ambos comprendíamos.

    Mientras conversábamos mi padre y yo, aterrizaba un helicóptero junto a los restos del Cessna. Hallaron el cadáver de Jean a 35 metros de la avioneta. Jay estaba donde yo lo había dejado, con el cabello cubierto de nieve. También encontraron la radiobaliza de urgencia del Cessna y la sacaron para probarla. No la habían activado nunca; tenía las pilas corroídas.

    Según el médico forense, la muerte de Jay Fuller se produjo por hemoperitoneo e hipotermia. Se le halló una enorme cantidad de sangre en la cavidad abdominal y la hemorragia debió de agravar la hipotermia, que se presenta cuando el organismo pierde más calor del que genera.

    Uno de los síntomas más comunes de la hipotermia es la falta de voluntad de vivir. Considerando la magnitud de sus heridas, Jay había soportado muy bien el dolor. El médico que practicó la autopsia declaró que, de no habernos estrellado en un lugar tan inaccesible, Jay bien hubiese podido sobrevivir. No así Jean. Murió de un trauma cráneo-encefálico y de hipotermia. Sus graves heridas en la cabeza le causaron extensas lesiones cerebrales.

    Una vez que se difundió por el valle de Owens la noticia de mi percance, los habitantes del pueblo acudieron a visitarme. Se mostraron bondadosos y genuinamente apenados de que hubiera tardado tanto en recibir socorro. El sargento Bill Gaulin, de la oficina del comisario del distrito de Inyo, comprendía los temores de la gente. "Realmente", me dijo, "estaba usted muy extraña, vestida con esa falda, descalza, etcétera".

    Me explicó que hacía algunos años, el tristemente célebre Charles Manson había estado detenido en la cárcel de Independence durante dos meses antes de su traslado a Los Ángeles, donde lo procesaron por los asesinatos de La Bianca y Sharon Tate. Dos de las mujeres del grupo de Manson que no fueron arrestadas habían estado rondando la cárcel, incomodando a los habitantes y haciéndoles cobrar miedo a los forasteros. Me imagino, pues, la impresión que había causado mi aspecto.


    Desde el centro de la cordillera, en la parte superior de la foto, la autora inició su arriesgada caminata hacia el pueblo de Independence, en primer término. Foto por: ©Ted Streshynsky. 1978


    Cuando se hicieron las cuentas finales, se llegó a la conclusión de que yo había descendido desde 3765 metros de altura sobre el nivel del mar a los 1200, con un recorrido que se calculó en no menos de 15 kilómetros. Después anduve otros 15 o mas por el desierto. En total había recorrido unos 30 kilómetros en aquel día de primavera, la mitad por un paraje que en cierta guía turística se describe como "uno de los más escabrosos de las Sierras Altas". Dicen que en esta región un caminante experimentado puede cubrir un promedio de 25 kilómetros diarios si va por senderos despejados.

    En agosto, tres meses después del accidente, regresé a las Sierras Altas. Llevaba el brazo enyesado y la pierna aún no me había sanado, pero sentía la necesidad de volver allá. Jim no podía ir, ni quería que yo fuera. Finalmente una conocida mía convino en acompañarme. Fuimos a pie hasta la Cuenca Central, debajo del lugar donde había caído la avioneta, y sufrí muchísimo reviviendo el temor y la angustia, y con la absoluta certeza de que racionalmente no debí salir con vida.

    Meses más tarde fui a dar una caminata por las montañas Rocosas, y durante dos días me alojé en un refugio cercano al Parque Nacional del Glaciar. Era admirable, diseñado como un chalé suizo, pero en la escala monumental del Oeste norteamericano. Al verlo, sólo acerté a pensar: "Aquí he estado antes".

    Era idéntico el chalé que me había imaginado ver al descender de la montaña donde llamé a un hombre de hábito blanco y con los brazos extendidos.

    Me hospedé dos días en el refugio. El lugar era tranquilo y apacible. Me sentí abrigada y a salvo, tal como sabía que me hubiese sentido dentro del chalé de mi alucinación.

    El segundo día estalló una gran tempestad con relámpagos tremendos en el firmamento. El aire se despejó y la tierra parecía resplandecer por su carga eléctrica.

    Todos los huéspedes del refugio pasaron al frente, atraídos por algo, y alguien dijo: "!Miren!"

    Al extremo del jardín, desplegándose sobre las caléndulas, las espuelas de caballero y las lobeliáceas, se veía un enorme arco iris doble.

    De pie, absolutamente inmóvil, lo estuve contemplando mucho tiempo. Y me pareció comprender mejor lo que había querido decir aquella mañana de primavera de mis 29 años, al garrapatear sobre un cuaderno de apuntes: Quiero que mi vida toda sea un acto de intrepidez.


    CONDENSADO DE "AND I ALONE SURVIVE". 1978

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