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octubre 02, 2009
PARA DETERMINAR si estaba corriendo todo lo que podía, el Dr. George Sheehan, maratonista y cardiólogo, acudió al Laboratorio de Rendimiento Humano de la Universidad Ball State, de Muncié (Indiana, Estados Unidos), donde el fisiólogo David Costill, director del laboratorio, prueba hasta el máximo las posibilidades físicas. En parte, el experimento consiste en correr una milla (1609 metros) sobre una banda sin fin en ocho minutos, otra en siete minutos y una tercera en seis minutos con cuarenta segundos y en ascenso cada vez más fuerte. Durante todo el tiempo, Costill y sus ayudantes instan continuamente al sujeto a esforzarse más y a superarse. Sheehan describe así el final de su experiencia: Al quitarme la boquilla quedé diciendo con voz entrecortada "¡Dios mío! ¡Dios mío!" Los fisiólogos examinaban regocijados sus anotaciones. "Pasó la cima", comentó uno, lo cual significaba que había llegado al máximo de mi rendimiento y aun más allá, como ellos querían. -Por fin empezó a ceder la sensación dolorosa del agotamiento. Desplomado sobre un sillón, contento, trataba de traer a la memoria algún equivalente de ese máximo rendimiento humano. Y en esto, caí en la cuenta. "¿Cuándo podré ver a la criatura?" pregunté.
—R.B.
HELEN GURLEY BROWN, directora de una revista norteamericana, escribe: Me casé por primera vez a los 37 años, y con el hombre que deseaba. Cualquiera hubiese dicho que fue un milagro, considerando mi edad y lo solicitado que él estaba. Pero yo no le veo nada milagroso. Creo que me lo merecía. Durante 17 años me esforcé en convertirme en el tipo de mujer que pudiera interesarle y cuando por fin apareció en mi vida, ya era lo suficientemente mundana, tenía todo el aplomo y la seguridad económica (pues también me había afanado en mi trabajo) y estaba adornada con brillo bastante para atraerlo. A mis 20 años él no se hubiera fijado en mí ni yo hubiera sido capaz de retenerlo.
—S.N.S.G.
AL TOMAR la palabra en un almuerzo, el periodista norteamericano Lowell Thomas advirtió al auditorio que uno de los peligros de haber pasado los 80 años de edad "es que todo lo que uno dice le recuerda otra cosa".
—E.P.
HACE ALGUNOS años preguntaron a John Brodie, quarterbac (mariscal de campo) del equipo Forty Niners de San Francisco, por qué un jugador como él, de un millón de dólares, sujetaba el balón para los goles de campo y los puntos después de los touchdowns: "Pues verá usted", contestó: "si no lo sujetara, se caería".
—J.G.
EL EX CAMPEON de peso pesado Joe Louis refiere en su autobiografía Joe Louis: My Life ("Joe Louis mi vida"), que en 1951 recibió una rotunda paliza a manos de Rocky Marciano, y que, cuando un médico de la Comisión Atlética del Estado le dijo: "Joe, no podrás pelear por lo menos durante tres meses." Él contestó: "Si le da igual, doctor, prefiero no volver a pelear nunca."
—E.A.R.
LESLEY STAHL, reportera de la cadena CBS de la televisión norteamericana cuenta que una vez le encargaron filmar al juez William Douglas el día en que cumplía el tiempo de servicio más largo desempeñado por un magistrado de la Corte Suprema de los Estados Unidos. Le advirtieron que era un maniático de la higiene y madrugaba todas las mañanas para dar una caminata, a paso ligero, rato en el cual deberían tomarle la película. Lesley cuenta al respecto:
Me levanté a las 5 de la mañana, pero, como llovía y granizaba, telefoneé a la oficina y dije: —Entiendo que este señor tiene unos 75 años de edad. Dudo que salga a correr con este tiempo. —Tenemos entendido de muy buena fuente que llueva, truene o relampaguee, Douglas sale a hacer ejercicio todas las mañanas —me contestaron. Así que me acerqué a su casa a eso de las 6; el camarógrafo estaba furioso; el técnico de las luces, irascible; el del sonido, insoportable. A las 9 entró un gran automóvil por la calzada de acceso. El septuagenario salió de la casa, pasó al asiento trasero y el coche se puso en marcha. Yo estaba con los técnicos en la parte baja de la pendiente, empapada cómo un conejillo de Indias. El magistrado bajó el cristal de la ventanilla trasera del auto al verme y entonces le dije: —Me llamo Lesley Stahl. Llevamos aquí desde las 6 porque queremos tomarle película mientras usted corre a paso ligero. Se me quedó mirando. Recuerdo que parpadeó varias veces. Luego prorrumpió: —¿Está usted loca? Tengo 75 años... ¡y está granizando!. Dicho esto, cerró la ventanilla y emprendió viaje a su oficina.
—P.W.