EXTRAÑOS RECUERDOS DE MUERTE (Philip K. Dick)
Publicado en
octubre 02, 2009
Desperté esta mañana y sentí el frío de octubre dentro del departamento, como si las estaciones entendieran el calendario. ¿Qué había yo soñado? Vanos pensamientos acerca de una mujer a la que alguna vez había amado. Algo me deprimía. Hice un repaso mental. Pero, de hecho, todo estaba bien; este sería un buen mes. Pero sentía el frío.
Oh, Dios mío, pensé. Hoy es el día en que echan fuera a la señorita Lysol.
Nadie quiere a la señorita Lysol. Está loca. Jamás nadie la ha escuchado decir palabra alguna y nunca te mirará. Algunas veces, cuando uno desciende por las escaleras, ella va subiendo y se regresa silenciosamente para usar en cambio el elevador. Todos pueden oler el Lysol que emplea. Aparentemente mágicos horrores contaminan su departamento, así que usa Lysol. ¡Maldición!, mientras me preparaba un café, pensé: Quizás los propietarios ya la han echado fuera, al amanecer, mientras yo aún dormía, mientras yo soñaba inútilmente con una mujer a la que amé y que me había dejado. Desde luego. Estaba soñando con la odiosa señorita Lysol y las autoridades llegaban a su puerta a las cinco de la mañana. Los nuevos propietarios eran una poderosa firma con inversiones en bienes y raíces. Lo harían al amanecer.
La señorita Lysol se esconde en su departamento y sabe que octubre está aquí, primero ha llegado octubre, y luego ellos llegarán a arruinarla y a arrojarla a la calle con sus cosas. ¿Irá a hablar ahora? La imagino apretada contra la pared, en silencio. Sin embargo, no es tan simple como eso. Al Newcum, el representante de ventas de Inversiones South Orange, me ha dicho que la señorita Lysol fue a Ayuda Legal. Esta es una mala noticia porque echa a perder todo lo que podríamos hacer por ella. Está loca pero no lo suficientemente loca. Si pudiera ser probado que no entiende la situación, un equipo de Salud Mental de Orange County se presentaría como sus abogados, y explicaría a Inversiones South Orange que no pueden expulsar de su hogar a una persona con capacidades disminuidas. ¿Porqué diablos se las agenció para ir a Ayuda Legal?
Son las nueve de la mañana. Puedo bajar a las oficinas de ventas y preguntar a Al Newcum si ya han echado a la señorita Lysol, o si está en su departamento escondiéndose en silencio, esperando. La van a sacar porque el edificio, construido con cincuenta y seis unidades, ha sido transformado en condominios. Virtualmente todos se han mudado desde que fuimos notificados legalmente hace cuatro meses. Tienes ciento veinte días para comprar o dejar tu departamento e Inversiones South Orange te pagará doscientos dólares por tus gastos de mudanza. Esa es la ley. Tienes también opción de compra en primer término sobre la unidad que rentabas. Yo estoy comprando la mía. Me quedo. Por cincuenta y dos mil dólares me las he arreglado para quedarme aquí cuando echen fuera a la señorita Lysol, que está loca y no tiene cincuenta y dos mil dólares. Ahora mismo desearía haberme mudado.
Bajando las escaleras hasta la máquina expendedora de diarios, compro Los Angeles Times de hoy. Una muchacha disparó al patio de recreo de una escuela repleta de niños, «porque a ella no le gustaban los lunes», ahora se está declarando culpable. Pronto conseguirá libertad condicional. Tomó un arma y disparó a los niños de la escuela porque, en efecto, no tenía nada más que hacer. Bien, hoy es lunes; está en la corte en lunes, el día que odia. ¿No hay límite para la locura?, me cuestiono a mí mismo. Primero que nada, dudo si mi departamento vale los cincuenta y dos mil dólares. Me quedo porque tengo miedo de mudarme - miedo a algo nuevo, al cambio - y porque soy un perezoso. No, no es eso. Me gusta este edificio y vivo cerca de mis amigos y junto a las tiendas que me gustan algo. He estado aquí tres años y medio. Es un edificio sólido y bueno, con portones de seguridad y cerrojos firmes. Tengo dos gatos, a quienes les gusta estar en el patio interior; pueden salir y estar a salvo de los perros. Probablemente soy conocido como el Hombre de los Gatos. Así que todos han partido, excepto la señorita Lysol y el Hombre de los Gatos.
Lo que me incomoda es que sé que la única cosa que me separa de la señorita Lysol, que está loca, es el dinero que tengo ahorrado. El dinero es el sello oficial de la cordura. La señorita Lysol, quizá, tiene miedo de mudarse. Es como yo. Solo quiere permanecer donde ha estado por varios años, haciendo aquello que ha estado haciendo. Utiliza mucho las máquinas de la lavandería, lavando y secando sus ropas una y otra vez. Ahí es donde la suelo encontrar: llego al salón de la lavandería y está allí junto a las máquinas, asegurándose que nadie robe sus ropas. ¿Por qué nunca te mira? ¿Qué gana manteniendo su rostro apartado? Percibo odio. Odia hacia todos los seres humanos. Pero consideren su situación; aquellos a quienes tanto odia la van a cercar. ¡Cuánto miedo debe de sentir! Mira de reojo hacia su departamento, esperando los golpes sobre la puerta; ¡mira el reloj y comprende!
Hacia el norte, en Los Angeles, la conversión de las unidades de renta en condominios ha sido bloqueada efectivamente por el consejo de la ciudad. Los inquilinos han ganado. Esta es una gran victoria, pero no sirve de ayuda a la señorita Lysol. Esto es Orange County y el dinero es la ley. Los muy pobres viven hacia el este: los mexicanos en su barrio. Algunas veces cuando nuestros portones de seguridad se abren y admiten automóviles, las mujeres chicanas entran corriendo con canastas de ropa sucia; quieren usar nuestras máquinas lavadoras ya que no poseen ninguna. La gente que vive aquí, en el edificio, se resiente de esto. Cuando se tiene un poco de dinero - el dinero suficiente para vivir en un edificio electrificado, moderno y seguro - se resienten estas cosas con gran facilidad.
Bien, tengo que saber si la señorita Lysol ha sido expulsada ya. No hay forma de saberlo mirando hacia su ventana; las cortinas siempre están corridas. Así que bajo las escaleras y me dirijo a las oficina de ventas buscando a Al. No obstante, Al no está ahí; la oficina está cerrada. Entonces recuerdo que Al voló a Sacramento el fin de semana para conseguir unos papeles legales de importancia crucial que el Estado perdió. No ha regresado. Si la señorita Lysol no estuviera loca, podría llamar a su puerta y hablar con ella; podría descubrir la manera. Pero ese es precisamente el punto clave de la tragedia; cualquier llamada a su puerta la asustará. Este es su estado. Esta es la enfermedad misma. Así que permanezco junto a la fuente que los diseñadores han construido y admiro los maceteros con flores que han colocado... han hecho que el edificio se vea realmente bien. Anteriormente parecía una prisión. Ahora se ha transformado en un jardín. Los diseñadores han invertido una gran cantidad de dinero en pintarlo y adornarlo, y de hecho, en reconstruir toda la entrada. Agua, flores y puertas francesas... y la señorita Lysol callada dentro de su departamento, esperando que llamen.
Podría quizá pegar una nota a su puerta. Diría:
Señorita, su situación me aflige y desearía ayudarla. Si desea algún apoyo, vivo arriba en el departamento C-1.
¿Cómo lo firmaría? Un amigo solitario, acaso. Un amigo solitario con cincuenta y dos mil dólares que está aquí legalmente mientras usted es, a los ojos de la ley, una intrusa. Desde la pasada medianoche. Aunque ayer fuera tan propietaria de su departamento como yo ahora del mío.
Subo de nuevo las escaleras rumbo a mi departamento con la idea de escribir una carta a la mujer que una vez amé y con la que soñé la noche pasada. Toda clase de frases y palabras cruzan por mi mente. Recrearé la relación perdida con una carta. Tal es el poder de las palabras.
Qué desecho. Se ha ido para siempre. No tengo ni siquiera su dirección actual. Con gran trabajo, podría rastrearla a través de nuestros amigos mutuos, y ¿entonces qué le diría?
Mi amada, he recuperado mi cordura. Me doy cuenta del profundo alcance de lo que te debo. Considerando el poco tiempo que estuvimos juntos, hiciste por mí más que cualquiera en toda mi vida. Es evidente que he cometido un error desastroso. ¿Podemos cenar juntos?
Conforme repito esta hipérbole en mi mente, el pensamiento llega hacia mí, mostrándome lo horrible y divertido que sería a la vez, si yo escribiera la carta y luego, por error o designio, la pegara en la puerta de la señorita Lysol. ¡Cómo reaccionaría! ¡Jesucristo! ¡La mataría o la curaría! Mientras tanto, podría escribirle a mi amor distante, die ferne Geliebte, algo así:
Señorita, está usted totalmente chalada. Todo mundo en un radio de millas lo sabe. Su problema es por su propia causa. Embárquese, espabílese, asuma sus actos, pida algo de dinero, contrate un abogado mejor, compre un arma, dispare a un patio de escuela. Si desea algún apoyo, vivo en el departamento C-1.
Quizá el apuro de la señorita Lysol es divertido y yo estoy muy deprimido, por la llegada del otoño, para darme cuenta. Quizá hoy el correo traerá algo bueno; después de todo, ayer fue un día feriado para el correo. Hoy tendré el correo de dos días. Eso me alegrará. Lo que, de hecho, está sucediendo es que estoy sintiéndome apesadumbrado conmigo mismo; hoy es lunes y, como la chica que se está declarando culpable en la corte, odio los lunes.
Brenda Spencer se declaró culpable de dispararle a once personas, dos de las cuales murieron. Tiene diecisiete años, es bajita y muy bonita, con cabello rojo; usa anteojos y su cara es como la de un niño, como uno a los que disparó. Un pensamiento entra a mi mente de repente, quizá la señorita Lysol tiene un arma en su departamento, es un pensamiento que debería haberme llegado hace tiempo. Quizá Inversiones South Orange lo ha pensado. Quizá esa es la razón por la que la oficina de Al Newcum está cerrada hoy; no está en Sacramento sino escondiéndose. Aunque, desde luego, podría estar escondiéndose en Sacramento, haciendo dos cosas a la vez.
Un excelente terapeuta, al que conocí alguna vez, mencionaba que en casi todos los casos de acciones psicóticas criminales había siempre una alternativa mas fácil que la persona perturbada no lograba ver. Brenda Spencer, por ejemplo, podría haber ido al supermercado más cercano para comprar un cartón de leche malteada de chocolate en lugar de dispararle a once personas, la mayoría de ellas, niños. La persona psicótica, en realidad, escoge el camino más difícil; se obliga a andar cuesta arriba. No es cierto que opte por la línea de menor resistencia sino que piensa que lo hace. Ahí, precisamente, estriba el error. La base de la psicosis, en pocas palabras, es la incapacidad crónica para ver en el exterior el camino más sencillo. Todo el comportamiento, todo lo que constituye la actividad psicótica y la forma de vida piscótica, se deriva de esta incapacidad de percepción.
Sentada, sola y en silencio en su departamento antiséptico, aguardando el llamado inexorable a su puerta, la señorita Lysol ha ideado la manera de colocarse en las más difíciles circunstancias posibles. Lo que era fácil lo ha hecho duro. Lo que era duro ha sido transmutado, finalmente, en lo imposible, y ahí termina la forma de vida psicótica: cuando lo imposible se cierra y no hay más opciones, ni siquiera las más difíciles. Ese es el resto de la definición de la psicosis: Al final hay un punto muerto. Y, en ese punto, la persona psicótica se congela. Si alguna vez has visto como sucede... bueno, es una visión sorprendente. La persona se petrifica como un motor que se ha atascado. Ocurre repentinamente. En un momento la persona está en movimiento, los pistones suben y bajan frenéticamente, y enseguida hay sólo un bloque inerte. Esto es debido a que el camino se ha acabado para esta persona, el camino que tomó probablemente años atrás. Es una muerte cinética. «No hay ningún lugar» escribió San Agustín. «Vamos hacia delante y hacia atrás, y no hay lugar». Y luego llega el cese y sólo hay un lugar.
El punto donde la señorita Lysol se atrapó a sí misma ha sido en su propio departamento, que sin embargo ya no es su propio departamento. Ha encontrado un lugar en el cual morir psicológicamente y entonces Inversiones South Orange se lo ha arrebatado. Le han robado su propia tumba.
Lo que no logró expulsar de mi mente es la noción de que mi destino está atado al de la señorita Lysol. Una entrada física en la computadora de Ahorros Mutuos nos divide, y esta es una división mítica; es real sólo mientras gente como la de Inversiones South Orange, y específicamente Inversiones South Orange, está voluntariamente de acuerdo en que es real. Para mí no es más que una convención social, como usar calcetines iguales. Es como el valor del oro. El valor del oro es el que la gente acuerda, lo que es como un juego de niños: «Supongamos que este árbol es la tercera base». Supongamos entonces que mi televisor funciona porque mis amigos y yo convenimos eso. Podríamos sentarnos frente a una pantalla en blanco por siempre de esa manera. En ese caso, se podría decir que el error de la señorita Lysol es no haber podido formar un convenio con el resto de nosotros, un consenso. Aparte de todo lo demás hay un contrato no escrito del cual la señorita Lysol no es parte. Pero me sorprende pensar que la incapacidad de entrar en un acuerdo palpablemente infantil e irracional conduzca inevitablemente a la muerte cinética, al bloqueo total del organismo.
Argumentado de esa manera, uno podría decir que la señorita Lysol ha fracasado en ser como un niño. Es demasiado adulta. No puede o no quiere jugar. El elemento que se ha apoderado de toda su vida es el elemento de lo turbio y de lo inexorable. Nunca sonríe. Nadie la ha visto hacer algo más que mirar furiosamente de una manera indirecta y vaga.
Quizá, entonces, lleva a cabo un juego más siniestro en lugar de no jugar en lo absoluto; quizá el suyo es un juego de combate, en tal caso ahora tiene lo que deseaba, aunque esté perdiendo. Es, al menos, una situación que comprende. Inversiones South Orange ha entrado en el mundo de la señorita Lysol. Quizá ser una intrusa en lugar de una propietaria le brinda más satisfacciones. Quizá en secreto todos deseamos que nos suceda lo mismo. En ese caso, ¿la persona psicótica anhela su propia muerte cinética definitiva? ¿Su propio camino sin fin? ¿Juega para perder?
Ese día no vi a Al Newcum, pero lo encontré al día siguiente; había regresado de Sacramento y abierto su oficina.
—¿Aún está aquí la mujer del departamento B-15? —le pregunte—. ¿O ya la han echado?
—¿La señora Archer? —dijo Newcum—. Oh, la otra mañana se mudó; se ha ido. El Ministerio de Alojamiento de Santa Barbara le encontró un lugar en Bristol—. Se recargó en su silla giratoria y cruzó sus piernas; sus pantalones, como siempre, estaban minuciosamente planchados. —Se fue con ellos hará un par de semanas.
—¿A un departamento que puede pagar? —dije.
—Ellos asumirán el gasto. Van a pagarle su renta; ella les pidió ayuda. Está en una situación muy difícil.
—Dios mío —dije—, quisiera que alguien pagara mi renta.
—No estás pagando renta —dijo Newcum—. Tú estás comprando tu departamento.
FIN
Título Original: Strange memories of death © 1984