Publicado en
junio 01, 2009
Mario Capecchi es genetista molecular. Es ítalo estadounidense. Ganó el Premio Nóbel de Medicina en 2007 junto a sus colegas Oliver Smithies y Martin Evans.
Fueron premiados por sus trabajos pioneros en el campo de la manipulación genética de animales con la intención de "imitar" modelos de enfermedades humanas como el cáncer o la fibrosis quística.
Tengo 71 años: cuanto más estudio, menos sé y más me divierto. Nací en Verona. Todo comienza durante la Gran Guerra.
Mi primer recuerdo es cuando vivíamos en los Alpes tiroleses y la Gestapo vino a buscar a mi madre. Yo tenía tres años y medio.
Mi madre, Lucy Ramberg, se enamoró de un aviador italiano: mi padre, Mario Capecchi. Pero luego tuvo que criarme sola.
Mamá era una poetisa, una intelectual antinazi y presentía que iban a ir por ella. Por eso vendió todo lo que tenía y les dio el dinero a unos granjeros del Tirol para que cuidaran de mí por si algún día a ella le pasaba alguna cosa.
Mamá acabó en un campo de concentración.
Los granjeros me cuidaron unos meses, pero un día el dinero de mamá... desapareció. No sé... Algo pasó y... bueno, acabé en la calle...
¡Dios mío! ¡Si sólo tenía cuatro años! Sí, cuatro y medio, y después estuve hasta los nueve años sobreviviendo en las calles con una pandilla de chiquillos.
Éramos un grupo de críos y robábamos en pandilla, para poder comer, por toda la Italia de posguerra.
Recuerdo que siempre tenía hambre.
Al final me internaron en un hospital en el sur de Verona donde luché contra la fiebre tifoidea que me provocó la malnutrición, desnudo en una cama, durante un año.
En 1945 su madre fue finalmente liberada de Dachau y luego de 18 meses de búsqueda, finalmente lo encontró. Lucy fue liberada el día en que Mario cumplió nueve años.
Le costó dos años encontrarme en aquella pandilla de delincuentes. Habíamos salido del Tirol y acabamos en Calabria.
Y mamá decidió que nos fuéramos a América, porque ella tenía allí un hermano.
Fuimos a Filadelfia. No aprendí a leer hasta los 13 años, pero entonces ya sabía todo sobre la vida: me las había ingeniado para sobrevivir.
Y luego seguí estudiando... progresando...
¡La ciencia de la calle! Siempre he pensado que lo que aprendí entonces con aquellos ladronzuelos, me sirvió después como investigador: una cierta intuición del porvenir...
En la calle aprendí a confiar en mí. Yo estaba solo. Creo que mi trabajo de hoy como científico está vinculado a esa etapa.
Mi mente era mi entretenimiento. Todo el tiempo desarrollaba planes que luego tenía que cumplir...
Yo les enseño a mis alumnos a ser pacientes. Les digo que en vez de pasar tanto tiempo pensando en algo, es mucho mejor, ir y hacerlo.
No hay que darle tanta vuelta. Hay que empezar por algo.
Pero para eso hay que tener un plan. Una idea de hacia dónde uno quiere ir. ¡Y desearlo mucho!
Ahora hay como una sensación de que la gratificación tiene que ser inmediata. La gratificación es algo que lleva mucho tiempo, esfuerzo, dedicación y paciencia.
Y por eso, ¡es gratificante cuando llega!
Capecchi siempre sonríe. Dejó atrás una infancia dura. Todo lo que le fue adverso le sirvió para crecer.