LA CASA DE LOS CUATRO ACUERDOS
Publicado en
octubre 24, 2025
Mi nombre es Elías, y el terror de mi vida no ocurrió en un cementerio, sino en una casa con una extraña perfección. La compré a un precio absurdo. El único requisito del contrato era una cláusula extraña: "El inquilino acepta honrar cuatro acuerdos implícitos para mantener la tranquilidad."
El vendedor me contó de la extraña desaparición de cuatro niños que ocurrió en esa casa. Los padres y la policía nunca los encontraron.
Al mudarme, el silencio de la casa era absoluto. No había polvo, ni eco. Solo una gran puerta de roble macizo con cuatro marcas de rasguños a la altura de la cerradura.
La primera noche, me despertó un rasgueo sutil en la madera, justo en la puerta de mi dormitorio. Era un ritmo lento: ras-ras... ras-ras...
Me levanté y miré por la mirilla. El pasillo estaba oscuro. Regresé a mi cama y, al mirar nuevamente la puerta, vi la sombra de una mano con dedos largos que se retiraba de la misma. Una mano pequeña, como la de un niño. Lo atribuí al sueño.
La semana siguiente, encontré una nota antigua pegada en la nevera que no había visto antes. Decía, en mayúsculas descoloridas:
ACUERDO 1: JAMÁS MIRAR LA ALACENA DESPUÉS DE LA MEDIANOCHE.
Después de leer la nota, la tiré a la basura y, no lo niego, me quedó la curiosidad de quién pudo haber colocado esa nota en la nevera. Más intrigante fue, cómo pudieron entrar a la casa?
Ya en la cama, a las 12:05 AM, me vino la inquietud de la nota, de no mirar la alacena después de la media noche. Por supuesto, la curiosidad me llevó a la cocina. Abrí la puerta de la alacena. Solo había un plato blanco perfectamente centrado, sin comida, con un mensaje escrito con tinta fresca y temblorosa: "Tú nos ves."
Cerré la puerta de golpe y con el corazón a punto de estallar. No recuerdo haber visto esa nota anteriormente. Medio alterado, me fui a mi cuarto a dormir. Al poco rato, en un silencio total, la puerta de mi dormitorio se abrió sin emitir sonido alguno. Seguido escucho como que están masticando comida. Puse atención al ruido y noté que provenía de abajo de mi cama.
El terror se apoderó de mi. Salí de mi cuarto y me fui a la sala, donde, a las cansadas, me quedé dormido.
Al tercer día, desde esa noche, encontré el segundo acuerdo escrito en un espejo:
ACUERDO 2: NUNCA CONTAR LOS PELDAÑOS AL SUBIR O BAJAR.
Con la experiencia del primer acuerdo, me concentré en no contar los peldaños, pero, sin darme cuenta, los estaba contando. Conté trece. Pero al mirar hacia abajo, el escalón final no estaba. Había desaparecido, dejando un hueco oscuro y profundo, como si nunca hubiera existido.
De la oscuridad de ese hueco, un susurro frío subió hasta mí: "Tienes que volver a contarnos, Elías. Nos has olvidado."
Retrocedí asustado y tropecé, no sé con qué, y me caí de espaldas. Cuando me levanté, encendí la luz del pasillo, el escalón estaba de vuelta. Pero en la pared de yeso, vi una marca de mano lodosa y pequeña donde no había estado antes. Era como si la casa jugara conmigo.
Mudé las cosas que tenía en mi cuarto a la sala de estar.
Al día siguiente, cuando me disponía a medio limpiar la casa, encontré el tercer acuerdo grabado en el borde de una mesa de madera:
ACUERDO 3: NO DEBES USAR EL ESPEJO DEL BAÑO EN LA OSCURIDAD.
Hice de cuenta como que nada había leído.
En la noche, sentí la extraña sensación de lavar mi rostro, por lo que me fui al baño. Recordé el Tercer Acuerdo y no encendí la luz. Me lavé el rostro y, al levantar la cara, el baño estaba alumbrado, y sin darme cuenta, me estaba viendo en el espejo. Detrás mio se perfiló una silueta alta, delgada y oscura, que no se podía identificar quién era, solo una masa de oscuridad absoluta. Sentí un aliento frío en mi cuello y una voz que resonaba en mi cráneo me habló:
"Ellos quieren sus nombres. Los has olvidado, Elías. El acuerdo era honrarlos. Ahora, ellos te recuerdan."
Reaccioné fuerte ante esa frase y la entidad desapareció. Pero el espejo ahora tenía cuatro pequeñas grietas en forma de estrella, idénticas a los rasguños de la puerta.
El pánico me hizo correr a la puerta de la calle. Tenía que irme. Pero en el pomo, encontré el quinto acuerdo. Estaba tallado profundamente en el metal con un líquido oscuro:
ACUERDO 4: NO DEJARÁS A LOS CUATRO DORMIR. NO TE IRÁS.
En el momento en que leí eso, la gran puerta de roble macizo se cerró con un estruendo que sacudió los cimientos. Todas las luces de la casa se apagaron, dejando solo la luz de la luna que se filtraba por la ventana.
Y en esa tenue luz, pude verlos.
Cuatro siluetas infantiles estaban de pie, en círculo, en el centro de la sala de estar. Eran sombras borrosas, vestidas con harapos mojados, y el olor a tierra mojada y metal oxidado llenó el aire. Supongo que eran los niños que habían desaparecido allí años atrás.
Uno de ellos, la silueta más pequeña, levantó una mano hacia mí. Sus dedos eran largos y huesudos, y en su cara oscura, sus ojos brillaban como brasas.
El niño habló, y su voz no era un susurro, sino el crujido de la madera vieja:
"Mamá y papá se olvidaron de nuestros nombres. Nos enterraron para firmar el contrato. Pero tú nos diste la bienvenida. Ahora, honra a los Cuatro, Elías. Quédate con nosotros. No te dejaremos dormir de nuevo."
Mientras las cuatro figuras comenzaban a moverse lentamente hacia mí, escuché el midmo rasgueo que ocurría en la puerta de mi dormitorio cuando me iba a dormir. Pero esta vez, el sonido venía de todas las puertas de la casa, al mismo tiempo. Y sabiendo que eran los cuatro niños muertos que me querían a su lado para siempre, me di cuenta de que el verdadero terror era no poder dormir nunca más.
Fin
Fuente del texto: IA-Gemini