LA PEQUEÑA METTE (Peter Christen Asbjornsen)
Publicado en
febrero 13, 2025
Cuento danés, seleccionado y presentado por Ulf Diederichs. Tomado de la recopilación hecha por Peter Christen Asbjornsen.
Érase una vez una pequeña muchacha que cuidaba ovejas y se llamaba Mette. Por aquel tiempo, al príncipe inglés se le ocurrió salir de viaje a buscar esposa. Pasó junto a Mette, que estaba sentada al borde del camino cuidando las ovejas, la saludó y dijo:
—Buenos días, pequeña Mette, ¿qué tal estás?
—Estoy bien. Ahora llevo harapo sobre harapo, pero cuando me case con el príncipe de Inglaterra llevaré oro sobre oro.
—¡Eso no ocurrirá jamás, pequeña Mette!
—¡Sí, sí que ocurrirá!
El príncipe siguió buscando a una pretendiente, y la halló, pero acordaron que, antes de casarse, la novia iría a visitarle para ver dónde se iba a casar. Cuando llegó la princesa extranjera, su camino pasaba también por donde estaba la pequeña Mette cuidando las ovejas; la saludó y dijo:
—¿Cómo le va al príncipe de Inglaterra?
—Le va bien, pero tiene una losa en el umbral de su puerta que le puede contar todo lo que uno ha hecho.
La novia entonces siguió su camino. En cuanto llegó a la casa del príncipe y pisó la losa, ésta dijo:
¡Es una embustera! ¡Ya ha tenido un hijo esta princesa!
Cuando el príncipe oyó aquello, ya no quiso saber nada de ella, pues quería casarse con una doncella pura, así que la princesa se tuvo que marchar por donde había venido.
El príncipe emprendió de nuevo viaje en busca de novia, y su camino volvió a llevarle por donde estaba la pequeña Mette. La saludó y dijo:
—¡Buenos días, pequeña Mette! ¿Qué tal estás hoy?
—Estoy bien. Ahora llevo harapo sobre harapo, pero cuando me case con el príncipe de Inglaterra llevaré oro sobre oro.
—¡Eso no ocurrirá jamás, pequeña Mette!
—¡Sí, sí que ocurrirá!
El príncipe siguió su camino y volvió a tener suerte en su petición de mano. Una princesa extranjera quiso casarse con él, así que acordaron que ella iría a visitarle; él siempre ponía esa condición. En el viaje hacia la casa del príncipe, pasó también por donde estaba la pequeña Mette. Entonces preguntó por el príncipe de Inglaterra, y Mette respondió:
—Le va bien, pero tiene una losa en el umbral de su puerta que le puede contar todo lo que uno ha hecho. En cuanto pisó la piedra para entrar en la casa del príncipe, ésta dijo:
¡Es una embustera! ¡Ya ha tenido dos hijos esta princesa!
Eso estaba mal, y él, naturalmente, ya no quiso saber nada de ella. Tuvo que marcharse por donde había venido, pues el príncipe se había propuesto firmemente casarse con una doncella pura.
Pero entonces tuvo que salir de nuevo en busca de novia, y su camino, como siempre, le llevó por donde estaba la pequeña Mette. La saludó y dijo:
—¿Cómo estás, pequeña Mette?
—Estoy bien. Ahora llevo harapo sobre harapo, pero cuando me case con el príncipe de Inglaterra llevaré oro sobre oro.
—¡Eso no ocurrirá jamás, pequeña Mette!
—¡Sí, sí que ocurrirá!
El príncipe siguió su camino y llegó adonde vivía la princesa con la que pretendía casarse. La petición de mano salió tal como él deseaba. Ella dijo que sí, acordaron que ella iría a visitarle y con aquel consuelo él regresó a casa. Cuando la nueva novia iba a visitarle, su camino la llevó hasta donde estaba la pequeña Mette, a la que preguntó por el príncipe de Inglaterra.
—Sí, le va bien, pero tiene una losa en el umbral de su casa que le puede contar todo lo que uno ha hecho.
La princesa prosiguió su viaje; en cuanto pisó la losa, ésta dijo:
¡Es una embustera! ¡Ya ha tenido tres hijos esta princesa!
Cada vez iba peor; la princesa fue devuelta inmediatamente a su casa.
Entonces el príncipe tuvo que volver a salir a pretender a una mujer, pues quería casarse a toda costa. De camino, llegó adonde estaba la pequeña Mette cuidando las ovejas.
—Buenos días, pequeña Mette. ¿Cómo estás?
—Estoy bien. Ahora llevo harapo sobre harapo, pero cuando me case con el príncipe de Inglaterra llevaré oro sobre oro.
—¡Eso no ocurrirá jamás, pequeña Mette!
—¡Sí, sí que ocurrirá!
Siguió su camino y llegó adonde vivía la cuarta princesa; le pidió la mano y obtuvo su conformidad. Acordaron que ella iría a visitarle y, a continuación, el príncipe emprendió de nuevo el viaje.
Cuando la princesa viajaba hacia la casa de éste se preguntó qué habría sucedido para que el príncipe rechazara a las otras tres princesas; no tenía ningunas ganas de ser la cuarta rechazada. Pasó por donde estaba la pequeña Mette y le preguntó en primer lugar cómo le iba al príncipe inglés.
—Sí, le va bien, pero tiene una losa en el umbral de su puerta que le puede contar todo lo que uno ha hecho.
Seguidamente, preguntó a Mette si quería ir ella en su lugar a ver al príncipe. Le dijo que se podían cambiar los vestidos y que ella, mientras tanto, se quedaría cuidando las ovejas. Mette aceptó de buen grado, se vistió como una princesa y llegó así a la casa del príncipe. En cuanto pisó la losa, ésta dijo:
Bella doncella, linda criatura y en verdad casta y pura.
«¡Bueno, por fin ha venido la apropiada! ¡Al final he conseguido encontrar una muchacha que de verdad es pura!». Y, para no equivocarse y poder estar seguro de volverla a reconocer más tarde, le trenzó un anillo en el pelo; le dijo que de momento regresara a su casa y que volviera cuando llegara la fecha de la boda.
Cuando la pequeña Mette salió de la casa del príncipe, volvió a cambiarse el vestido con la princesa; ésta regresó a casa de los suyos, muy contenta de lo bien que le habían salido las cosas, pues en ella había también algo que fallaba.
Llegó el momento en que el príncipe emprendió viaje a casa de su novia para celebrar la boda. Pasó, como normalmente hacía, por donde estaba la pequeña Mette. La saludó y dijo:
—¿Cómo estás, pequeña Mette?
—Estoy bien. Ahora llevo harapo sobre harapo, pero cuando me case con el príncipe de Inglaterra llevaré oro sobre oro.
Pero al príncipe, que estaba allí mirándola, le llamó la atención algo que brillaba en el pelo de la muchacha; sintió curiosidad por ver qué era y entonces se encontró con su anillo de oro, que él mismo había trenzado. O sea, que había estado en su casa en lugar de la princesa. Como estaba seguro de que era una doncella pura y ya le habían engañado tantas veces, en ese mismo momento decidió llevársela y convertirla en su esposa. Ya se encargaría otro de cuidar las ovejas.
Celebraron la boda, y así fue como, al final, la pequeña Mette consiguió al príncipe de Inglaterra y pudo llevar oro sobre oro.
Fin