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abril 25, 2024
La bellota de mar o bálano fue durante mucho tiempo el azote de los barqueros; pero ahora ese pequeño crustáceo y la extraordinaria sustancia adhesiva que segrega han comenzado a suscitar considerable interés científico.
Por Ethel Starbird (condensado del "National Geographic").
"SI SE miran desde mi punto de vista", comentó Bobby Wayne Pruitt, "las bellotas de mar no son muy recomendables".
Hube de convenir en ello. Bobby, pescador profesional de cangrejos, trabaja dos veces al año durante una semana acuclillado bajo su barca, puesta en seco, para arrancar las bellotas marinas aferradas.al casco. Y le resulta muy costoso perder ése tiempo de pesca.
El molesto bálano o bellota de mar, azote de los marineros de agua salada, acaso compense en parte los inconvenientes que ha causado por su fastidiosa costumbre de segregar una sustancia pegajosa que se adhiere a casi cualquier superficie sólida, se endurece rápidamente en un medio húmedo y se mantiene intacta en presiones y temperaturas extremas. Si fuera posible analizar con éxito este pegamento y sintetizar una sustancia semejante, se obtendría un material adhesivo con el que se podrían soldar huesos rotos, pegar y tapar piezas dentarias, amén de satisfacer cientos de necesidades industriales.
El Dr. H.J. Bowen, de los Laboratorios de Investigaciones del Instituto Franklin, en Filadelfia, dirige actualmente un grupo de científicos que, en apoyo del Instituto Nacional de Investigaciones Odontológicas, intenta reproducir la complicada química del pegamento de este cirrópodo. "No es una sustancia muy dócil", señala Bowen. "Una vez curada, no es soluble en ácidos fuertes, álcalis ni disolventes proteínicos. No la atacan las bacterias, y resiste temperaturas que llegan a 225° C".
Hasta ahora la bellota de mar ha ganado pocos amigos, salvo la fraternidad científica que trata de descifrar sus misterios.
"Producen pérdidas enormes a los navieros", me confió un prominente armador mientras recorríamos las instalaciones costeras de unos astilleros. Nos detuvimos a observar a los obreros que, en un dique seco, limpiaban con chorros de arena el casco de un buque petrolero incrustado de organismos marinos.
"Quitaremos quizá unas 15 toneladas de estos organismos, en su mayor parte bellotas de mar, solamente de ese barco", añadió, "y hace menos de dos años que lo carenaron. La resistencia al avance causada por la acumulación de sólo seis meses puede obligar a una embarcación a gastar hasta un 40 por ciento más de combustible para conservar su velocidad normal de crucero".
Los principales adversarios en esta guerra interminable de limpieza son las muchas especies de estos cirrópodos balanomorfos que recubren las rocas y los pilotes sumergidos en la mayoría de los mares templados y tropicales, y que viajan por todos los océanos, excepto los más fríos, aferrados a los cascos de los buques. La prolongada exposición al aire, las temperaturas muy bajas y el agua dulce matan a estos resistentes crustáceos, pero sus duras conchas cónicas siguen pegadas a la quilla hasta que las arrancan o se desgastan.
La tenacidad ha sido la principal característica de la bellota de mar por lo menos desde el período jurásico. Los fósiles encontrados en esas capas geológicas muestran bálanos que siguen adheridos a superficies invadidas hace 150 millones de años. Pero estas pequeñas calamidades son mucho más antiguas: los paleontólogos creen que su origen se remonta a hace 400 millones de años.
Aunque viajan por todo el mundo, los cirrópodos no pueden adherirse fácilmente a objetos que se desplacen con celeridad. Pero se acumulan muy pronto en los cuerpos inmóviles, como en muelles y buques anclados. Les gustan casi todas las superficies sumergidas, ya sean de madera, metal, vidrio o plástico. Se encuentran incluso en la piel de las ballenas y en los dedos de los pingüinos.
Si bien estos animales inferiores irritan a los bañistas y a los dueños de embarcaciones, han intrigado a los hombres de ciencia desde hace siglos. Carlos Darwin llenó su casa con 10.000 especímenes y dedicó ocho años a estudiarlos, clasificarlos y describirlos en dos detalladas monografías que aún sirven de excelentes obras de consulta a los estudiosos.
Otro sabio inglés, el profesor Hilary Moore, de la Facultad Rosenstiel de Ciencias Marítimas y Atmosféricas de la Universidad de Miami, en Virginia Key (Florida), se ha especializado en los cirrópodos desde hace 30 años y los considera más amigos que enemigos. "Ciertamente son molestos", concede. "Pero el pescador olvida al raspar el casco de su lancha que las larvas de las bellotas forman parte del plancton, primer eslabón de la cadena alimenticia que después engorda su pesca y abulta su billetera".
Las bellotas de mar son muy prolíficas. Basándose en previas investigaciones llevadas a cabo en la isla de Man, frente a la costa noroccidental de Inglaterra, Moore calcula que los cirrópodos adultos de este género agrupados en una extensión de 800 metros de costa crían cerca de un billón de larvas al año. Una bellota de mares tropicales puede reproducirse a las tres semanas de nacida y engendra unas 10.000 en tres o más puestas anuales durante una vida que dura de tres a cinco años, lo cual constituye toda una hazaña para un ser que, una vez fijado en un lugar, ya nunca se desprende de él.
Parte de la explicación del fenómeno es que estos crustáceos son en su mayoría hermafroditas, es decir, que poseen órganos masculinos y femeninos. Pero los individuos de las especies más difundidas necesitan ser fecundados por algún vecino, lo cual se consuma por un tubo retráctil, y el aglomeramiento de las colonias facilita esta función.
Los hijos emergen de la concha materna como una nube de larvas microscópicas llamadas nauplios que nadan libremente. En esta etapa semejan ácaros acuáticos y muchas perecen devoradas por los animales que se alimentan del plancton.
Los nauplios que sobreviven llegan a la etapa de cipridos; pronto dejan de nadar y se arrastran con la ayuda de dos antenas frontales, aunque son todavía fácil presa de los cetáceos que filtran el agua para retener pequeños organismos. Los que no sucumben siguen arrastrándose en busca de un lugar permanente donde residir; una sustancia que segregan las bellotas de mar ya establecidas acaso las guíe hasta un sitio apropiado. Entonces, en unas pocas horas, un líquido parduzco que sale de sus antenas los fija, y los cipridos comienzan su etapa final de desarrollo para convertirse en bálanos adultos.
El profesor Charles Lane, también de la Universidad de Miami, reconocida autoridad en estos cirrópodos, esboza así el último acto de este sorprendente drama biológico: "Poco después de fijarse, el animal se vuelve sobre el lomo y queda pegado en esa posición. Luego, aplanándose para formar una como burbuja, comienza a construir su hogar definitivo".
En pocos días el crustáceo joven se ha encerrado totalmente en un cono de placas calcáreas superpuestas. Parece entonces un volcán en miniatura, con cuatro laminitas horizontales que tapan el cráter. El animal las aparta para comer y extiende cirros semejantes a plumas que barren el plancton hacia la boca. Aunque parece estar a salvo en su fortaleza, la bellota adulta puede ser presa de caracoles, peces y ciertas aves marinas.
Lane pasó muchos años en busca de una fórmula para evitar que las bellotas de mar se adhirieran a los barcos. "Los fenicios probaron la resina; los griegos, el alquitrán y la cera. Pero nada surtió efecto hasta que los marinos dieron en recubrir los cascos de madera con cobre. Sin embargo, este metal produce en el acero una corrosión rápida por electrólisis, y es demasiado caro para los enormes buques actuales. Por eso ahora dependemos ante todo de pinturas de quillas hechas con óxido de cobre".
Cuando este compuesto se separa de la pintura, forma una película tóxica que mantiene alejadas a las larvas del bálano en busca de un asidero permanente. Pero su efecto positivo dura cuando mucho unos tres años, y la pintura puede costar hasta 14 dólares el litro.
Afortunadamente para los marinos, la bellota gigante que vive. en la costa occidental norteamericana se aferra solamente a las rocas sumergidas, y no a los barcos. El Balanus nubilus adulto llega a medir 13 cm. de altura y pesa 1300 gr. Si se cuece en su concha y se sirve con salsa de mariscos, sabe a una mezcla de langosta y cangrejo.
El Balanus nubilus no es la única bellota marina comestible. Los habitantes de las costas de Grecia, España e Italia recogen una suculenta variedad de cirrópodos lepadornorfos. Menos dañinos que los de la variedad de forma de cono, estos crustáceos comestibles, o percebes, aparecen con mayor frecuencia en los objetos flotantes, como boyas y pedazos de madera. Hay percebes en las costas de todos los continentes, incluso en la Antártida.
Los percebes y los bálanos siguen un ciclo vital muy semejante hasta que les llega el tiempo de fijarse definitivamente. Pero el percebe construye entonces una especie de tienda cónica en forma de almendra, y se fija mediante un solo pedúnculo que le permite oscilar y gozar de mayor libertad que su pariente la bellota de mar para procurarse alimento y reproducirse. Sin embargo (como todas las especies del género), una vez que el percebe se fija, queda pegado para siempre.
Condensado del "National Geographic" (Noviembre de 1973), © 1973 por National Geographic Society, 17th y M Sts., N.W., Washington, D.C. 20036.