Publicado en
octubre 07, 2021
Marlene trabaja en una clínica como enfermera, en la sección de maternidad, situada en el estado de Chihuaha, México. Atiende a los bebés recién nacidos y los traslada desde la sala de partos hasta la sala donde se encuentran las cunas, previa revisión médica. A pesar de que el trabajo es extenuante, a ella le resulta satisfactorio, pues le gustan mucho los niños.
De tantos partos que ha atendido, uno se convertiría en especial y escalofriante.
Una noche, la tranquilidad de la maternidad es interrumpida con la llegada inesperada de una mujer. Andaba sola y se quejaba por fuertes dolores de parto. Se la veía tan mal, que resultaba casi imposible que hubiera podido llegar por su cuenta. Rápidamente, el personal médico la llevó a la sala de partos en donde dio inicio el más extraño alumbramiento. La muchacha se retorcía en medio de estertores y lanzaba gemidos anormales.
Después de unos arduos minutos, el parto se concretó y el niño salió. Cuando el doctor lo recibió, se quedó lívido por unos segundos. Miraba al bebé con una expresión tal, que las enfermeras, inquietas por el rostro del doctor, se acercaron para ver al recién nacido. Todas se espantaron al darse cuenta de lo horrible que era. Una de ellas estuvo a punto de desmayarse de la impresión. Todas se alejaron enseguida del doctor. Éste, sin salir del asombro, colocó al niño en una mesita de instrumentos médicos.
Una vez recuperados del suceso, empezaron a buscar en la ropa de la madre alguna identificación o documento que permitiera ubicar a algún familiar, pero no hubo resultados. Preguntaron en recepción si alguien había visto con quién llegó, pero nada. La mujer había aparecido de la nada.
Optaron por interrogar a la madre, que se había desmayado después del parto, pero, había fallecido.
Proceden a trasladar a la mujer a la morgue de la clínica, para ser guardada hasta que alguien aparezca a identificarla. Mientras tanto, el pequeño es llevado al cuarto de las cunas y colocado en una de ellas, a la espera de que las autoridades decidieran qué hacer con él. Allí, las enfermeras no paraban de hablar sobre el raro y tétrico aspecto del niño y se turnaban para echarle un vistazo. Marlene se sentía estremecer cada vez que lo miraba. No se trataba simplemente de que quizá el niño tuviera alguna enfermedad congénita o una desafortunada malformación, sino que, había algo extraño con ese bebé, algo que le producía escalofrío.
—¡Qué horrible es! —escuchaba decir a sus compañeras, mientras se colocaban alrededor del cunero para mirarlo—, ¡Me cuesta mirarlo!
—¿A qué se deberá ese aspecto?
—¡Jesús, María y José! ¿Será algún enviado de Satanás?
Una de ellas empezó a hacer la señal de la cruz y a orar.
De pronto, el bebé empieza a abrir los ojos. Marlene lo ve y alerta a las otras enfermeras. En el aspecto desagradable del niño, sus ojos empezaron a resaltar mostrando una oscuridad absoluta. Atónitas, ven que en su diminuta boca se forma una macabra y gran sonrisa, mostrando unos dientes afilados color ladrillo. El ambiente se torna gris y un frío invade la habitación. Todas las enfermeras se persignan. Se escucha como el gruñir de un animal, y una voz lúgubre, como de ultratumba, envuelve la habitación. Aterrorizadas, se dan cuenta que la voz proviene del bebé, quién se encontraba a unos centímetros sobre la cuna. Éste decía:
—¡Lo feo no está en el aspecto sino en el proceder! ¡Esta humanidad es horrible y tendrá su fin!
Y tan pronto como terminó de hablar, cayó en la cuna y murió. La habitación volvió a la normalidad y las enfermeras, despavoridas, salieron al unísono de la misma.
Llamaron a un cura para que bendijera la sala de cunas, el cadáver del bebé y el de la madre.
Marlene quedó desconcertada y pensaba constantemente en la frase que había dicho el niño. ¿Había sido éste un mensajero de Dios o de Satanás?
Fuente del texto:
BookNet / Autores del Terror