Publicado en
octubre 01, 2021
Hoy fue un día muy largo y arduo en el trabajo. A pocos minutos de la medianoche, me encontraba en la estación del tren, esperando que este pasara para poder regresar a casa. La penumbra era tal, que únicamente podía distinguir un par de metros delante de mí, iluminados por el diminuto foco que alumbraba el andén.
No tuve que esperar demasiado. El tren llegó y en el mismo instante en que las puertas se abrieron, me metí en el vagón a toda prisa.
No me extrañó ver únicamente a otros dos pasajeros en el compartimiento, por la hora, no era algo raro el hecho de que este fuera prácticamente vacío. Uno de ellos se encontraba fumando un cigarrillo. El lugar entero apestaba a humo. Le dio una larga calada y me miró fijamente, mientras yo elegía un asiento.
Cuando me senté, decidí enfocarme en el otro sujeto que nos acompañaba, sentado al lado opuesto del fumador. A pesar de que se encontraba a pocos metros de distancia de mí, era difícil distinguir sus facciones, debido a la gruesa sudadera con capucha que llevaba puesta. No obstante, sus ojos sí que pude verlos. Uno de ellos era normal y el otro, completamente rojo. Me tensé. Me miraba como si estuviera molesto. Intenté sonreír para cortar la tensión y luego volteé hacia la ventana, intentando ignorar la pesada sensación de su mirada.
A los pocos minutos, las luces del vagón empezaron a parpadear. No le di importancia y continué apreciando, por la ventana, la oscuridad de la noche. Pero a los pocos segundos, se apagaron comletamente.
Pedimos disculpas por las molestías —dijo una voz por medio del intercomunicador—, este inconveniente será reparado mañana.
Nervioso, traté de relajarme, intentando convencerme de que no había por qué temer a la oscuridad. Esas historias o leyendas que uno escucha, para pasar un rato de tensión con los amigos o familiares, en estas circunstancias surten algo de efecto. Todo tipo de cosas se me viene a la mente, lo que impide controlar completamente mi nerviosismo. Al poco rato, las luces regresaron.
Sin darme cuenta, había cerrado los ojos. Los abrí. Enseguida recordé al extraño sujeto con sudadera y empiezo a recorrer el vagón con la mirada. Llegué al punto donde lo vi al entrar al tren. Noté que ya no estaba en su puesto. Seguí con el recorrido y ahí estaba, a solo dos asientos de distancia de mí, mirándome fíjamente. Con desconcierto y algo de temor, miré al sujeto del cigarro, quien siguió fumando como si nada hubiera ocurrido.
Las vías del tren se pusieron a rugir. Me sentía demasiado asustado como para sostener la mirada a ese extraño hombre. Me aterraba tanto, que no podía moverme, solamente respirar. Intenté convencerme de que nada grave pasaba, que era el cansancio del trabajo lo que me hacía imaginar cosas y que no había nadie mirándome.
Al poco rato y para mi mala suerte, las luces volvieron a parpadear. La mirada penetrante de aquel extraño sujeto me vino, de forma instantánea, a la mente, así como un escalofrío en todo el cuerpo. El parpadeo de las luces continuó hasta que se apagaron, completamente, ¡de nuevo!
Con gran temor, aguardé a que volvieran a encenderse. Al poco rato se restableció la iluminación. Empecé, otra vez y con nerviosismo, a recorrer con mi vista el vagón, pero di un tremendo salto al darme cuenta que el desconocido estaba a mi lado, con su rostro a solo centímetros del mío. Todo se volvió blanco a mi alrededor, y empecé a temblar.
—¡¿Qué mierda, hombre?! —Le grité.— ¡¿Qué carajo pasa contigo?!
—¡Oye amigo! Si querías que apagara el cigarro solo debías pedirlo, y no expresarte de esa forma. —Contestó el fumador.
—¡Tú no! ¡Hablo del idiota que está a mi lado!
El fumador me miró con asombro, estaba confundido.
—¡Pero si solamente estamos tú y yo! ¡Nadie más está en el vagón!
—Cómo que nadie más! —Le dije—. Estaba a tu derecha y ahora está a mi izquierda. Lo vengo chequeando desde que entré al tren. ¡Y no deja de mirarme!
El extraño y aterrador sujeto no se había movido o pronunciado palabra alguna. Su presencia me estremecía completamente. El fumador empezó a hablarme y a tratar de tranquilizarme, diciéndome que no hay otra persona en el vagón, mas que los dos.
Al poco tiempo, las luces volvieron a parpadear. Automáticamente y con temor, dirigí toda mi atención al extraño sujeto, y sentí que su mirada se intensificó. Con cada parpadeo de las luces, veía su mirada más cerca. Hasta que dejaron de parpadear y se apagaron, permanentemente.
Fuente del texto:
BookNet / Autores del Terror