Publicado en
mayo 29, 2021
La casa abandonada a las afueras de la ciudad era el lugar perfecto para celebrar la Gran Fiesta de Fin de Curso Alternativa. El alcohol, las drogas, el sexo y la eliminación de la restricción de pertenecer al colegio y sus normas eran los ingredientes perfectos para que el evento fuera un éxito de asistencia. Aunque, la mejor ventaja que ofrecía el lugar era el hecho de que nadie se acercaría a merodear por el ruido que harían. Un misántropo escritor de género negro había muerto en extrañas circunstancias, pero con su pluma en la mano sobre un papel en blanco. La casa pasó a manos del estado, sin embargo, no logró derribarla ni venderla a nadie, pues todos aquellos que se acercaban pasaban a mejor vida, pasadas las veinticuatro horas. Sin embargo, era una leyenda urbana de los tiempos en que el general Franco continuaba en vida, por lo que era una lejana leyenda urbana. Los testigos en papel hablaron de plumas voladoras, libros devoradores de cabezas o incluso un espíritu maligno.
Pero los jóvenes no temían a nada, una simple leyenda urbana no los detendría. Daria, en motivo de la fiesta, modificó su estado en Whattsapp por “Estoy en un momento de mi vida en que me pesan más las bragas que las opiniones ajenas”. Aquellos que tenían contacto con ella se frotaban las manos pensando en una orgía.
Cuando los organizadores del evento llegaron al recinto, se encontraron con una mansión limpia, ordenada y sin rasgos que el tiempo haya pasado por ella. A pesar de que el sistema eléctrico funcionaba de forma deficiente, podrían suplir el escollo con baterías extraíbles y creando antorchas con lo que encontrasen.
—Si la fiesta de esta noche es un éxito, convertiremos el local en una discoteca para todos—. Consideró Derek en voz alta en el comedor.
En ese momento se cerró una ventana, la cual nadie reparó en ella. Acto seguido, depositaron todo el alcohol y la comida chatarra sobre la mesa principal.
—La policía no osará buscarnos aquí. Antes de que empiece la fiesta tenemos que encargarnos de traer el equipo de música—. Añadió el chico mientras pasaba una mano sobre la espalda de Daria.
—Espera a la noche, ahora no tiene gracia—. Replicó ella mientras observaba un retrato ecuestre que presidía la chimenea en el centro de la sala.
Cuando el reloj de pared marcó las diez de la noche empezaron a llegar los invitados por el camino empedrado, ahora marcado con antorchas hechas con restos de libros y lo que encontraron por el recinto. En el ático, Daria no había perdido el tiempo y se hallaba ya en presencia de un acompañante. Un colchón y un escritorio era todo lo que había allí. Steward se quitó la camiseta tranquilamente, pero algo cruzó por sus fosas nasales y pareció marearlo de forma extraña, por lo que realizó un gesto extraño con la mano derecha.
—¿Qué ocurre? Me pesan las bragas. ¿Por qué no vienes a hacerme una mujer? —. Inquirió Daria mientras arañaba suavemente la espalda del deportista.
Él se giró, puso una mano sobre su hombro derecho, indicando un gesto de que algo iba mal, entonces, sus ojos se volvieron vidriosos y blancos.
—Largo de mi casa. Es mi único aviso. Huid o pereced. —La advirtió en voz espectral.
—Vaya, vaya, creo que tenemos a alguien a quien le gustan los roles en la cama—. —Dijo ella excitada por la idea propuesta—. Enséñame ese monstruo que habita bajo tus calzones.
Daria le bajó de un zarpazo la prenda y una mano robusta la agarró por el cuello, sus musculados dedos cerraron las vías respiratorias con fuerza hasta asfixiarle y dejarla sin vida sobre el colchón. El forcejeo fue breve y brutal, lo tomó por la muñeca, pero no logró liberarse. Había muerto con las bragas quitadas.
Minutos más tarde, Daria bajaba las escaleras, o como mínimo su cuerpo. El camello había llegado y después de cobrar empezó a repartir varias bolsas con polvo blanco en su interior. Algunas chicas, aunque mayoritariamente chicos, preguntaban por Daria y no podían esperar a colocarse para poder yacer con ella. Era la explosión de la juventud, la inexperiencia y el hecho de subestimar los efectos de los psicotrópicos lo que los llevaría a un destino funesto. El baile o el cortejo, fue reemplazado por el roce sexual o la destrucción del sitio por mera diversión.
La resucitada dama llegó al último escalón, por lo que dos libidinosos chicos la tomaron por sus partes pudendas y la magrearon.
—No puedo esperar más por tenerte—. Le declaró uno de forma descarada.
Desde algún lugar de la sala, un ente espectral con forma antropomorfa observaba la escena. Daria se liberó de ellos y les advirtió.
—Este es mi único aviso. Huid o pereced.
—Voy a perecer poniendo tu cuerpo junto al mío—. Se burló uno mientras le robaba un beso de forma descarada, pues ya había aspirado polvo de nieves.
La agredida y vejada señorita alzó un brazo, abrió bien la mano y movió varios dedos arriba y abajo. El mobiliario de las estanterías, que eran libros y objetos relacionados con la literatura, engendraron ojos y fauces, atacando de dicha forma a todos los comensales. Los gritos de horror y pánico empezaron a hacerse presentes, sobre todo cuando los libros empezaron a hacerse grandes por instantes. Engullían a las personas y dejaban caer lluvias de auténtica tinta roja.
—Una historia más para mi biblioteca. —Murmuraba una voz espectral desde algún lugar del recinto.
—Habéis dejado de ser niños y de temerle a las historias. Pagad el peaje para ser cadáveres ahora. —Añadió aquella voz espectral antes de soltar una malévola carcajada y vestirse un delantal de cocina, unas botas y un gorro de chef, además de un cuchillo jamonero—. Recread para mí, “Chef Birmingham” mi opera prima. En la carta tenemos banquete de intrusos.
Los supervivientes en potencia trataron de alcanzar la puerta de salida de la casa, pero ésta estaba atrancada. Las ventanas estaban abiertas, pero de ellas entraba una neblina oscura que rasgaba sus pieles. Era Ectoplasma de fantasma y tenía un aspecto carmesí, recordando a la salsa de carne.
—En mi testamento lo dejé bien claro: Doy toda mi riqueza al ayuntamiento a cambio de que nadie ponga un solo pie en mi tumba. Os gusta bailar, como he visto, así pues, como soy un buen artista, crearé un musical con vuestros cadáveres, —avisó la figura de la cocina mientras anotaba en un bloque de papel todo lo que veía.
Los gritos de las víctimas no alcanzaron a traspasar las paredes. A la oscura neblina se unió el fuego de las antorchas, calcinando los cuerpos en vida de los presentes, mientras una ristra de risas no cesaba, volviendo locos a los que seguían vivos. Daria tuvo su orgía, pero una orgía de sangre, ensañándose en el morbo de torturar, canibalizar y descuartizar a todo varón allí dentro. Cuando la luz del alba llegó a aquel lugar, no quedaba un solo cuerpo con vida. Habían dedicado la noche a jugar al gato y al ratón, pero uno a uno fueron cayendo todos los comensales.
Unas semanas más tarde, apareció un manuscrito en el buzón de una editorial. Había una ingente cantidad de dinero en un sobre acompañando de una historia. El editor jefe sacó el contenido y leyó la nota.
Para el beneficio propio de esta imprenta. Usad este dinero para imprimir la historia de las manos que la han escrito. Y, sobre todo, no indaguéis en los hechos relativos a un viejo escritor que sólo quiere reposar en la soledad...
Al hombre se le heló la sangre tras leer los sucesos que tuvieron lugar durante aquella fatídica noche, pues ni la policía se atrevió a visitar ese recinto tras ser denunciada la desaparición de cincuenta personas.
Fuente del texto:
BookNet