MADROÑO, EL CUSTODIO DEL BOSQUE
Publicado en
agosto 08, 2016
Por el horizonte confuso y doliente venía la noche preñada de estrellas. Yo, como el barbudo mago de los cuentos, sabía el lenguaje de flores y piedras (...) Yo comprendo toda la pasión del bosque; ritmo de la hoja, ritmo de la estrella. Mas decidme, ¡oh cedros!, si mi corazón dormirá en los brazos de la luz perfecta.
Invocación al Laurel, Federico García Lorca.
Por Ignacio Abella.
En la mitología griega, de la sangre del gigante Gerión, al que dio muerte Hércules en su décimo trabajo, surgió el madroño. Esta imagen mítica expresa muy bien el vigor casi milagroso con el que es capaz de resurgir este arbusto tras un incendio o la tala del bosque, con retoños de corteza rojiza que crecen muy rápido, cubriendo la tierra desnuda y protegiendo el suelo. De ese modo, favorece de forma muy eficaz la regeneración del bosque, especialmente el encinar, al que con frecuencia acompaña este árbol.
Esa vitalidad asombrosa y capacidad de resurgir de las cenizas, así como su hoja siempre verde, lo han hecho símbolo de la inmortalidad. De hecho, ya los romanos lo utilizaban en sus cere-monias fúnebres, tal como cuenta el gran Virgilio en la Eneida, cuando relata el último adiós a Palente.
Entre los romanos, este árbol estaba consagrado a la ninfa Cardea, que vivía en el Lucus Helerni, un bosque sagrado a orillas del Tíber. Cuenta su leyenda que se insinuaba a los incautos con sus encantos con el fin de atraerlos al corazón del bosque y allí los burlaba desapareciendo sin que nunca nadie lograra encontrarla. Aquel juego terminó cuando Jano se enamoró de ella y la ninfa no pudo esconderse del dios de las dos caras que, a cambio del amor robado, le concedió el poder de espantar a las brujas, así como de curar a los niños, a los enfermos y a los hechizados. Según cuenta Ovidio, cuando se la invocaba, usaba una varita de madroño con la que tocaba por tres veces las puertas y los umbrales conjurando de esa manera todo mal.
También en el Magreb. el madroño es un árbol bendito que ahuyenta malefidos y protege de toda desgracia.
Su función protectora es patente en la tierra. Por su capacidad de colonización es muy interesante para restaurar terrenos pobres, allá donde las heladas no sean demasiado severas. La multiplicación es muy sencilla por acodo, aunque suele hacerse también por siembra en otoño o primavera. Para ello basta macerar los frutos en agua y eliminar la parte carnosa por flotación. Se puede secar y guardar la semilla hasta uno o dos años o sembrar directamente en vivero y cubrir con medio centímetro de tierra muy fina.
Los setos de madroño se utilizan muy a menudo por su hoja perenne y lustrosa, muy hermosa durante todo el año, pero también por sus llamativos frutos que maduran en otoño, al tiempo que se abren las flores que darán nuevos frutos justo un año después.
Las flores son muy frecuentadas por las abejas y son muchos los animales que consumen el fruto y contribuyen a la diseminación del arbusto: el mirlo, el zorro, el tejón e, incluso, el animal humano. Eso sí, como sugieren su nombre científico, Arbutus unedo (comer sólo uno), y los consejos de los autores clásicos griegos, no se puede abusar de este manjar. Lo cierto es que si se comen de-masiados, puede producir –se dice que por el contenido en alcohol– cierta embriaguez, indigestión y dolor de cabeza.
Trajeron del campo ramas fragantes de madroñeras, arena roja, verdines sobre pedazos de tierra...
Pastorales, Juan Ramon Jiménez.
USOS MEDICINALES EN LA COCINA
Al margen de su gran importancia en los ecosistemas silvestres, el madroño se utilizó como combustible de primera calidad en forma de leña o carbón para preparar tintes, y en las industrias del curtido de pieles. Hoy tiene mucho uso ornamental, formando cierres muy her-mosos y duraderos. Por otra parte, el cocimiento de las hojas recogidas en verano sirve como remedio astringente en casos de diarreas, y del mismo modo se emplea como antiséptico para infecciones del aparato urinario. Más conocida es la utilidad de sus frutos para preparar licores por simple maceración o dulces caseros.
En el pueblo mallorquín de Banyalbufar nos contaron que hacia octubre o noviembre, las mujeres iban a la granja de S'Arbocar –en la zona el madroño se llama "arboc"– a buscar los frutos para preparar una mermelada de receta muy simple: se usaban 600 a 800 gramos de azúcar por kilo de madroños, según gustos, se hervía todo junto y se colaba con una media para quitar las semillas. A continuación, se guardaba y se consumía.
Blog de Ignacio Abella:
memoriadelbosque.blogspot.com
Fuente: REVISTA INTEGRAL - MAYO 2009