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agosto 14, 2015
La muerte se parece a un extraño continente del que nadie trae noticias una vez hallado. Sus arcanos nos desasosiegan con tanta fuerza que sus sombras acaban oscureciendo el sendero que lleva hasta allí. Por eso no discernimos con precisión entre la muerte y el morir.
Mientras refrescamos sus sienes, el agonizante se encuentra ya alejado de nosotros por distancias inconmensurables. Mora en paisajes que solo se revelan cuando su espiritu ha cruzado los llameantes velos del dolor, Tiempo y espacio, esos dos cotiledones donde germina la vida, se repliegan de nuevo y, al desvanecerse estos condicionamientos, una nueva fase de vision le cs deparada al ojo interior. Entonces la vida se manifiesta bajo un nuevo sentido, mas lejana y límpida que nunca. Puede ser abarcada con la mirada como un pais sobre el mapa. El ser humano comprende su periplo desde la perspectiva de lo necesario, por primera vez sin sombras ni luces. Lo que aflora no son tanto las imágenes como la esencia de su contenido. Es como si, tras finalizar una ópera, con el telón ya caído, en un escenario sin publico, una orquesta invisible volviera a representar, por última vez, el motivo principal de la pieza: solitario, tragico, altivo y con una trascendencia letal. El agonizante vislumbra un nuevo modo de amar su vida, sin que le acucie el instinto de conservación. Y sus pensamientos alcanzan soberanía, si se liberan del miedo que ofusca y lastra toda inteligencia, toda deliberación.
Sólo aqui puede decidirse la cuestión de la inmortalidad que tanto desazonaba al espirito mientras vivía. La solución solo es posible en una situacián tan extraordinaria, donde el moribundo alcanza una cumbre desde la cual puede otear la linea que separa los parajes de la vida y de la muerte. Y así logra una perfecta seguridad, mientras se contempla a si mismo tanto en una parte como en la otra. Sufre una detención en su marcha, como si arribase a un puesto fronterizo solitario, una aduana donde se cambia la calderilla de la memoria por oro. Su conciencia se alza como una luz y en su brillo reconoce que nadie va a embaucarle, puesto que allí canjea miedo por confianza.
Ese texto procede del libro de Ernst Jünger, El corazón aventurero, editado por Tusquets (Barcelona 2003)
Fuente:
CUERPO MENTE - ESPAÑA - DICIEMBRE 2008