EL COHETE DE MEWHU (Theodore Sturgeon)
Publicado en
julio 27, 2014
Interrumpimos este programa para anunciar...
— ¡Jack, no saltes de ese modo! Te has manchado de cenizas todo tú...
—Oh, Iris, querida, déjame escuchar el...
—... al principio identificado como un cometa, el objeto sigue un curso errático por la estratosfera, descendiendo ocasionalmente a...
—Me pones nerviosa, Jack. Vives absolutamente esclavizado por la radio. Me gustaría que me prestaras la misma atención.
—Querida, discutiré contigo, o te prestaré atención, o cualquier cosa que se te ocurra en el mundo, cuando haya oído este anuncio; pero por favor, por favor, ¡déjame escuchar!
—... sidentes de la costa este se les recomienda observar el paso de este ob...
—Iris, no...
¡Clic!
—Bueno, tu egoísmo, inconsideración, descortesía...
—Esto te enseñará, Jack Garry. La radio es tanto mía como tuya, y tengo derecho a apagarla cuando yo quiera.
— ¿Puedo preguntarte por qué te pareció necesario apagarla en este momento?
—Porque sé que repetirán muchas veces la noticia si es importante, y tú me harás callar siempre. Porque estos asuntos no me interesan y ya me tienen harta. Porque lo único que quieres escuchar es algo que no puede afectarnos. ¡Y sobre todo porque me gritaste!
— ¡No te grité!
— ¡Me gritaste! ¡Y me estás gritando ahora!
— ¡Mamá! ¡Papá!
—Oh, Molly, querida, ¡te despertamos!
—Pobre pequeña. Eh, ¿dónde están tus zapatillas?
—No hace frío esta noche, papá. ¿Qué decían en la radio?
—Algo que zumba y da vueltas por el cielo, querida. No lo oí todo.
—Una nave del espacio, apuesto.
— ¿Ves? ¡Tú y esa maldita ciencia ficción!
En ese mismo momento algo parecido al puño de un gigante arrancó de cuajo las dos habitaciones de la planta alta de la casa junto al mar, y las desparramó por la playa. Las luces se apagaron, y afuera toda la orilla se iluminó con un breve y explosivo resplandor azul,
—Jacky, querido, ¿te lastimaste?
— ¡Mamá, está sangrando!
—Jack, amor mío, di algo. Por favor, di algo.
—Urrrg —dijo Jack obedientemente, sentándose y esparciendo alrededor maderas y yeso. Se llevó suavemente las manos a los lados de la cabeza y silbó
—Algo golpeó la casa. Su pelirroja mujer rio casi histéricamente.
— ¿De veras, querido?
—Abrazó a Jack, le sacudió el polvo del pelo y se puso a frotarle la nuca.
— Estoy... asustada, Jack.
— ¡Estás asustada! —Jack miró alrededor, estremeciéndose a la pálida luz de la luna que se filtraba en la sala. El resplandor que entraba por un sitio desacostumbrado atrajo su nublada mirada, y apretó el brazo de Iris.
—Arriba... ¡no está! —dijo roncamente, tratando de incorporarse
— El cuarto de Molly... Molly...
—Estoy aquí, papá. Eh, ¡me estás apretando!
—Feliz familia —dijo Iris, temblándole la voz—. De vacaciones en una casita junto al mar, para que papá pueda escribir artículos técnicos y mama se recupere... sin teléfono, sin películas en kilómetros a la redonda, y viviendo en un sitio donde vuela el techo. Jack... ¿qué nos golpeó?
—Una de esas cosas de que hablábamos —dijo Jack sardónicamente—. Una de esas cosas que no te interesaban, que no podían afectarnos, ¿recuerdas?
— ¿La cosa de que hablaba la radio?
—No me sorprendería. Será mejor que salgamos de aquí. El resto de la casa puede caer sobre nosotros, o arder, o algo parecido.
—Y moriremos todos —canturreó Molly.
—Cállate, Molly. Iris, voy a dar un vistazo. Convendrá salir y buscar un sitio para levantar la tienda... si puedo encontrarla. —Si
— ¿La tienda? —jadeó Iris.
—Qué formidable —dijo Molly.
—-Jack Garry, no me acostaré en una tienda. ¿No entiendes que este lugar se llenará de gente en cualquier momento?
—Bueno, bueno. Pero sal de lo que queda de la casa. Nada un rato. Pasea. O busca la cama del cuarto de Molly.
—No saldré sola de aquí. Jack suspiró.
—Si te hubiese pedido que te quedaras... —murmuró—. No he conocido mujer más rebelde... Cállate, Molly.
—No dije nada.
¡Miiiuuu!
— ¿No hiciste ese maullido?
—No, papá, de veras.
—Yo diría que un gato ha quedado entre los restos —opinó Iris—. Sólo que los gatos son inteligentes, y ninguno se hubiera acercado a este sitio.
¡Bu-bu-bu-miüuuu!
— ¡Qué sonido tan triste!
—Jack, eso no es un gato.
Mmmmmmiu Mmm-m-m-m.
—Sea lo que sea —dijo Jack—, no puede ser bastante grande para tener miedo y hacer ese ruidito. Apretó el brazo de Molly y, caminando cuidadosamente entre los restos, se puso a mirar alrededor. Molly se arrastraba junto a él. Jack iba a pedirle que no hiciese mucho ruido, y luego lo pensó mejor. ¿Qué diferencia podía haber en aquella barahúnda?
El sonido no se repitió, y cinco minutos de búsqueda no dieron ningún resultado. Garry volvió junto a su mujer, que andaba a tientas por lo que había sido una sala, levantando insensatamente sillas y mesitas de café.
—No encontré na...
— ¡Zas!
—¡Molly! ¿Qué pasa?
Molly estaba afuera entre los arbustos.
— ¡Papá, mejor que vengas rápido!
Acicateado por la urgencia del tono de Molly, Garry salió estrepitosamente. Encontró a Molly, muy tiesa, tratando de meterse en la boca los dos puños a la vez. A sus pies había un hombre de piel gris plateada y con un brazo roto, que la miraba maullando.
—... la gendarmería y la marina han suspendido sus advertencias. El piloto de un transporte de la Pan-American informó que el objeto desapareció en el cenit. Fue visto por última vez a veinticinco kilómetros al este de la bahía de Normandy, Nueva Jersey. Según informes del vecindario volaba muy lentamente, con un zumbido. Aunque casi ha rozado el suelo varias veces, no se informó de ningún daño.
Inves...
—Qué te parece —dijo Iris apagando el pequeño aparato portátil—. Ningún daño.
—Sí. Y si nadie vio el choque, no habrá investigaciones. Así que puedes retirarte a tu blando lecho de la tienda. Nadie vendrá a entrevistarte.
— ¿Ir a dormir? ¿Estás loco? ¿Dormir en esa sucia tienda con ese aullante monstruo ahí tendido?
—Oh, mamá, está enfermo. No nos hará daño. Se sentaron alrededor de un fuego brillante, alimentado por tejas. Jack había levantado la tienda sin mucho trabajo. El hombre gris plateado estaba acostado en las sombras, durmiendo ligeramente, y emitiendo algún gemido ocasional. Jack le sonrió a Iris.
— ¿Sabes?, me gustan las tonterías que dices. Fue un placer ver cómo te acercaste a él y le arreglaste el brazo. No parecías pensar que era un monstruo.
—No, no lo pensaba. Quizá monstruo no es la palabra justa. Jack, tiene un solo hueso en el antebrazo.
—¿Tiene qué? Oh, disparates, querida. No es científico. Debe tener una articulación en la muñeca.
—Tiene una articulación en la muñeca.
—Esto hay que verlo —murmuró Jack. Recogió la linterna y se acercó a la figura tendida. Los ojos de plata parpadearon a la luz. Había algo raro en ellos. Acercó más la linterna. Las pupilas no eran negras, sino de un verde oscuro. Se cerraban... por los lados, como las pupilas de un gato. Jack silbó entre dientes. Recorrió con la luz el cuerpo del hombre. Estaba vestido con una especie de bata holgada de color azul brillante, y un cinturón amarillo. El cinturón tenía un cierre: dos piezas juntas de metal dorado. Cuando el hombre se había desmayado, poco después de que lo descubriesen, Jack había tenido que esforzarse para separar las piezas.
—Iris.
Iris se incorporó y se acercó a Jack.
—Déjalo dormir al pobre diablo.
—Iris, ¿de qué color era su bata?
—Roja, con un... ¡pero es azul!
—Es azul ahora, Iris. ¿Qué demonios tenemos aquí?
—No sé, no sé. Alguna pobre criatura que escapó de una institución para... para...
— ¿Para qué?
— ¿Cómo puedo saberlo? —replicó Iris—. Debe de haber algún sitio donde manden a las criaturas que nacen así.
—No hay criaturas que nazcan así, no es deforme. Es distinto.
—Te entiendo. No sé por qué te entiendo, pero te diré algo.
—Iris calló y se quedó así tanto tiempo que Jack se volvió hacia ella, sorprendido. Al fin Iris dijo, lentamente:
— Tendría que tenerle miedo, pues es feo, y extraño, pero... no le tengo miedo.
—Yo tampoco.
—Molly, vuelve a la cama.
—Es un duende.
—Quizá tengas razón. Ve a acostarte, chiquilla, y por la mañana podrás preguntarle dónde guarda la olla de oro.
—Zas.
—Molly se alejó un poco, y apoyada en un pie dibujó con el otro un círculo en la arena.
— ¿Papá?
—Sí, Molly querida.
—¿Mañana podré también dormir en la tienda?
—Si eres buena.
—Papá quiere decir —explicó Iris ácidamente— que si no eres buena, mañana por la noche tendrá arreglado el techo de la casa.
—Seré buena.
Molly desapareció en la tienda.
El hombre gris maulló otra vez.
—Bueno, amigo, ¿qué le pasa?
El hombre se incorporó a medias y se tanteó el brazo roto.
—Le duele —dijo Iris.
Se arrodilló junto a él, tomándole el brazo sano por la muñeca y apartándolo de la herida. El hombre no se resistió y se quedó mirándola con una expresión de dolor en los ojos hendidos.
—Tiene seis dedos —dijo Jack—. ¿Ves? —Se arrodilló junto a su mujer y tomó suavemente la muñeca del hombre. Lanzó un silbido.
— Es una articulación.
—Dale una aspirina.
—Es una buena... Espera. —-Jack se incorporó tironeándose pensativamente el labio inferior.
— ¿Te parece que podemos?
— ¿Por qué no?
—No sabemos de dónde viene. No sabemos nada de la química de su organismo, ni qué pueden hacerle nuestras medicinas.
—El... ¿qué quieres decir con eso de dónde viene?
—Iris, ¿puedes abrir tu mente un momentito? Ante pruebas tan evidentes, ¿vas a aferrarte aún a la idea de que este hombre viene de algún sitio terrestre? —Jack parecía molesto.
— Conoces tu anatomía. ¡No me digas que viste alguna vez algún ser humano, aun anormal, con piel y huesos como éstos! El cierre del cinturón, el material de la ropa... Vamos, Iris. Deja tus prejuicios y dale una oportunidad a tu cerebro.
— ¡Me sugieres cosas que simplemente no ocurren!
—Eso es lo que dijo el hombre de la calle... en Hiroshima. Eso dijo el viejo aeronauta en la canasta de su globo cuando le hablaron de un aparato volador más pesado que el aire. Eso es...
—Bueno, bueno, Jack. Ya conozco el resto del discurso. Si prefieres la dialéctica a lo que queda de una noche de sueño, te diré que todos tus ejemplos son de este mundo.
Muéstrame un nuevo plástico, un nuevo metal, una nueva clase de motor, y aunque yo no lo entienda, lo aceptaré a causa de su origen humano. Pero esto, este hombre, o lo que sea...
—Ya sé —dijo Jack más suavemente—. Asusta porque es extraño, y lo extraño nos parece siempre peligroso. Por eso empleamos nuestras mejores maneras con los extraños y no con los amigos. Pero aun así, no me parece que debamos darle una aspirina.
—Parece respirar el mismo aire que nosotros. Transpira, habla... creo que habla.
—Tienes un poco de razón. Bueno, vale la pena probar si con eso le calmamos algo el dolor. Dale una, sólo una.
Iris fue hacia la bomba con un vaso que había sacado de su botiquín de primeros auxilios y lo llenó de agua. Arrodillándose junto al hombre de piel de plata, le levantó la cabeza, le puso suavemente la aspirina entre los labios y le llevó el vaso a la boca. El hombre bebió el agua con avidez y en seguida cayó flojamente hacia atrás.
—Oh, oh. Me temía esto.
Iris puso la mano sobre el corazón del hombre.
— ¡Jack!
—Está... ¿Qué pasa, Iris?
—No está muerto, si era eso lo que ibas a decir. ¿Quieres sentir esto?
Jack puso su mano junto a la de Iris. El corazón golpeaba lenta y pesadamente, con unos ocho laudos por minuto. Debajo, sin ninguna relación con el latido principal, había otro, extremadamente rápido, agudo, que quizá llegaba a las trescientas pulsaciones por minuto.
—Parece que tiene palpitaciones —dijo Jack.
— ¡Y en dos corazones a la vez!
De pronto el hombre alzó la cabeza y emitió una serie de gritos ululantes. Se le abrieron los ojos y una translúcida membrana nictitante parpadeó sobre ellos. Se tendió otra vez, muy quieto, con la boca abierta, chillando y gargarizando. Luego tomó con un rápido movimiento la mano de Jack y se la llevó a la boca. Una lengua puntiaguda, anaranjada, y diez centímetros más larga que lo común, asomó y lamió la mano de Jack. Luego los raros ojos se cerraron, los gritos fueron un gemido y se apagaron, y el hombre se serenó.
—Duerme ahora —dijo Iris—. ¡Oh, espero que no le hayamos hecho daño!
—Algo le hemos hecho. Ojalá no sea grave. Por lo menos el brazo ya no le molesta.
Iris puso un almohadón bajo la cabeza del hombre, curiosamente recortada en planos, y estiró la manta de playa donde estaba acostado.
—Tiene un hermoso bigote —dijo—. Como plata. Parece muy viejo y sabio.
—También los búhos. Vamos a la cama.
Jack despertó temprano. Acababa de soñar que se había lanzado al espacio desde una motocicleta volante con un paraguas que se convirtió al caer en un bastón de caramelo. Aterrizó en unos despeñaderos afilados como dientes y blandos como esponjas. Inmediatamente se vio rodeado de sirenas parecidas a Iris, con ruedas dentadas como manos. Pero no se asustó. Se despertó sonriendo, inexplicablemente feliz.
Iris dormía. Afuera, en alguna parte, oyó el tintineo de la risa de Molly. Se sentó y miró el catre de campaña. Estaba vacío. Moviéndose en silencio para no despertar a su mujer, se calzó los mocasines y salió.
Molly estaba de rodillas junto al extraño visitante, sentado en cuclillas, y...
¡Estaban jugando a la hija del chocolatero!
— ¡Molly!
—Sí, papá.
— ¿Qué haces? ¿No ves que ese hombre tiene el brazo roto?
—Oh, caramba, lo siento. ¿Te parece que lo lastimé?
—No sé. Es probable —dijo Jack titubeando.
Se acercó al extraño y le tomó la mano sana.
El hombre alzó los ojos y sonrió. Su sonrisa era particularmente atractiva. Tenía dientes puntiagudos y muy separados.
—li-yo mou medibu Mewhu —dijo.
—Se llama así —dijo Molly, excitada. Se inclinó hacia adelante y tironeó de la manga del hombre—. Mewhu. ¡Eh, Mewhu! —Y se señaló el pecho.
—Muly—dijo Mewhu—. Muly... Giry.
— ¿Has visto, papá? —dijo Molly en éxtasis—. ¿Has visto?
—Señaló a su padre.
— Papá. Pa-pá.
—Pi-pi —dijo Mewhu.
—No, tonto. Papá.
—PÍU-pi.
— ¡Pa-pá!
Jack, fascinado, se señaló a sí mismo y dijo:
—Jack.
—Jick.
—Bastante bien. Molly, el hombre no puede pronunciar la a. Puede decir «u» o «i» pero no «a». Es suficiente.
Jack examinó las tablillas. Iris había hecho un buen trabajo. Advirtiendo que en vez del cúbito-radio el hombre tenía un solo hueso, había puesto dos tablillas en lugar de una. Mentalmente, Iris no aceptaría la existencia de Mewhu ni aun como una posibilidad, pero como enfermera no sólo aceptaba su estructura ósea, sino que tenía en cuenta, hábilmente, sus diferencias.
—Me parece que quiere ser cortés —dijo Jack a su contrita hija—, y si quieres jugar a la hija del chocolatero, te acompañará, aunque le duela. No te aproveches de él, pequeña.
Jack encendió el fuego y cuando apareció Iris ya hervía el agua.
—Es necesario un cataclismo para que tú prepares el desayuno —gruñó ella con una complacida sonrisa—. ¿Cuándo fuiste boy scout?
—En realidad —dijo Garry—, lo fui una vez. ¿Quiere encargarse ahora la señora?
—La señora se encargará. ¿Cómo está el paciente?
—Mejorando. Él y Molly estaban jugando. Sus ropas, por otra parte, son rojas de nuevo.
—-Jack, ¿de dónde viene?
—No se lo pregunté todavía. Quizá lo sepamos cuando yo aprenda a maullar o él aprenda a hablar. Molly ha obtenido ya la información de que se llama Mewhu.
—Garry sonrió con una mueca.— Y me llama Jick.
—No puede pronunciar la r, ¿eh?
—Ya arreglaremos eso, mujer. Sigue con el desayuno. Mientras Iris trabajaba en el fuego, Jack fue a mirar la casa. Los daños no eran tan graves como había pensado... gracias a la pobre construcción. Aparentemente las dos habitaciones de la planta alta se habían añadido hacía poco a la sección más baja, comparativamente chata. La armazón de la cama de Molly no tenía arreglo, pero el somier y el colchón estaban intactos. El viejo techo, que había quedado expuesto al desaparecer las habitaciones de arriba, parecía bastante seguro. La sala era suficientemente grande para Iris y él, y podían poner la cama de Molly en el estudio. Había herramientas y madera en el garaje, el tiempo era cálido y sereno, y a Jack Garry le atraía normalmente la perspectiva de un trabajo duro que no le pagarían... siempre que no fuera escribir. Cuando Iris lo llamó para desayunar, ya había sacado casi todas las maderas rotas del techo y tenía un plan de acción. Sólo tenía que tapar el hueco donde había terminado la escalera y revisar el techo en busca de probables agujeros. Una buena lluvia, reflexionó, serviría para descubrirlos rápidamente.
— ¿Qué hacemos con Mewhu? —preguntó Iris mientras le tendía a Jack un aromático plato de jamón con huevos—. ¿Te parece que si le servimos algo tendrá otro ataque?
Jack miró a la visita que estaba sentada al otro lado del fuego, muy cerca de Molly, observando con ojos muy abiertos el desayuno.
—No sé. Podemos darle un poco, me imagino.
Mewhu devoró su muestra y gimió por más. Devoró una segunda ración, y cuando Iris rehusó freír más, se dedicó a las tostadas y la mermelada. Masticaba un rato cada nuevo bocado, parpadeaba dos veces, y lo engullía. La única excepción fue el café. Un sorbo fue suficiente. Dejó el vaso en el suelo y luego con mucho cuidado, con mucha delicadeza, lo volcó.
— ¿Podéis hablarle? —preguntó Iris de pronto.
—Puede hablarme a mí —declaró Molly.
—Lo he oído—dijo Jack.
—Oh, no, no es eso —negó Molly con vehemencia—. No entiendo esos ruidos.
— ¿Qué quieres decir entonces?
—Pues... no sé, mamá. Me habla... eso es todo. Jack e Iris se miraron.
—Oh —dijo Iris. Jack meneó la cabeza mirando cuidadosamente a su hija, como si en realidad nunca la hubiera visto antes. No supo qué decir y se incorporó.
¿Crees que podrás arreglar la casa?
—Oh, sí. —Jack se rio. — Además, nunca te gustó el color de los cuartos de arriba.
—No sé qué me pasa —dijo Iris pensativamente—. Habría armado un alboroto por una sola de estas cosas. Habría hecho las maletas y me habría ido a casa, si, por ejemplo, hubiese desaparecido una pared de arriba, o se hubiera abierto un agujero en el techo, o si este... este androide hubiese aparecido de pronto. Pero ocurre todo junto... y lo aguanto.
—Cuestión de perspectiva. La mujer que se enoja es la que no tiene bastantes preocupaciones.
—Sal de mi vista o te daré con esta sartén en la cabeza —dijo Iris firmemente. Jack se fue. Molly y Mewhu lo siguieron mientras volvía a la casa... y miraron juntos con los ojos muy abiertos cómo subía por la escalera de mano.
— ¿Qué haces, papá?
—Marco los bordes del hueco de la escalera para recortarlos.
—Oh.
Jack marcó el área con un trozo de carbón, cortó las partes más salientes con el hacha y buscó alrededor el serrucho. Estaba aún en el garaje. Bajó, encontró el serrucho, subió otra vez y se puso a aserrar. Veinte minutos después el sudor le corría por la cara. Dejó el trabajo, bajó, se refrescó la cabeza en la bomba, encendió un cigarrillo y subió de nuevo al techo.
— ¿Por qué no subes y bajas saltando? El trabajo del techo parecía cada vez más largo y el día cada vez más corto. El entusiasmo de Jack estaba en proporción inversa a estos factores.
—No seas graciosa, Molly.
—Sí, pero Mewhu quiere saber.
—Oh, quiere saber. Dile que pruebe él.
Volvió a su trabajo. Pocos minutos más tarde se detuvo a tomar aliento. Mewhu y Molly habían desaparecido. Estarían probablemente junto a la tienda, al alcance de Iris, pensó, y siguió aserrando.
— ¡Papá!
El brazo y el hombro de papá, poco acostumbrados, estaban pidiendo ayuda a gritos. La seca madera hacía saltar el serrucho o lo desviaba de la línea, alternadamente.
—¿Qué pasa?
—Mewhu dice que vengas. Quiere mostrarte algo.
— ¿Mostrarme qué? No tengo tiempo para jugar, Molly. Atenderé a Mewhu cuando haya otra vez un techo sobre nuestras cabezas.
—Pero es para ti.
—¿Qué?
—La cosa en el árbol.
—Oh, bueno.
Más por pereza que por curiosidad, Jack bajó otra vez. Molly esperaba. Mewhu no estaba a la vista.
— ¿Dónde está Mewhu?
—-Junto al árbol —dijo Molly con exagerada paciencia, tomando a su padre de la mano—. Vamos. No está lejos.
Lo llevó alrededor de la casa y por el abrupto sendero que era conocido eufemísticamente como camino. Había un árbol caído al otro lado. Jack miró hacia la casa y vio que en una línea, desde el árbol caído hasta el techo, había otros árboles con ramas rotas. Algo había bajado del cielo, barriendo las copas de los árboles, acercándose cada vez más al suelo hasta arrancar el techo de la casa, y luego se había alejado subiendo, subiendo... ¿hacia dónde?
Caminaron por el bosque unos diez minutos, bordeando de cuando en cuando alguna copa o rama caída, y llegaron junto a Mewhu, que esperaba apoyado en el tronco de un joven arce. Mewhu sonrió, apuntó a lo alto del árbol, se tocó el brazo y señaló el suelo. Jack lo miró perplejo.
—Se cayó del árbol y se rompió el brazo —dijo Molly.
— ¿Cómo lo sabes?
—Bueno, así pasó, papá.
—Me alegra saberlo. ¿Puedo volver a trabajar?
—Quiere que le bajes esa cosa del árbol.
Jack alzó los ojos. Arriba, colgado de una rama, a dos tercios de la altura del árbol, había un objeto brillante, una vara de cerca de un metro y medio de largo, de forma aerodinámica en las puntas, como los tanques de las alas de un P-80.
—¿Qué diablos es eso?
—No sé... no puedo... Mewhu me lo dijo, pero no puedo... De todos modos es para ti, así tú no... tú no... —Molly miró a Mewhu un momento. El bigote plateado del extraño parecía temblar.— Así no tendrás que subir tanto por la escalera. —Molly, ¿cómo lo sabes?
—Él me lo dijo, eso es todo. Caramba, papá, no te enojes. No sé cómo, de veras. Él me lo dijo, no sé más. —No entiendo —murmuró Jack—. Bueno, ¿qué es eso en el árbol? ¿Se supone que yo tengo que romperme el brazo también? —No está oscuro.
— ¿Qué quieres decir?
Molly se encogió de hombros. —Pregúntaselo a él.
—Oh, creo que entiendo. Se cayó del árbol, porque era de noche. Cree que puedo subir ahí y traer eso porque veré lo que hago. Me adula también. ¿Será adulación? ¿No nos verá demasiado parecidos a los monos?
— ¿De qué hablas, papá?
—No importa. ¿Y por qué tengo que traer esa cosa?
—Pues... para que puedas saltar del techo.
—No tiene sentido. Sin embargo, quisiera echarle a eso una ojeada. Como la nave se ha ido, ese objeto parece ser el único artefacto que trajo consigo, excepto sus ropas.
— ¿Qué es un artefacto?
—Un primo segundo de la alcachofa. Allá vamos.
Jack empezó a subir. No había subido a un árbol desde hacía años, y mientras miraba cuidadosamente dónde ponía los pies se le ocurrió que había modos más eficientes de ganar altura.
El árbol empezó a estremecerse y balancearse bajo su peso. Jack miró una vez hacia abajo y decidió instantáneamente no hacerlo de nuevo. Miró hacia arriba y le alegró ver qué cerca estaba de la meta. Subió otro metro y se horrorizó al advertir qué lejos estaba aún, pues las ramas ya eran muy delgadas. Trepó un poco más, estiró la mano y rozó el vástago con los dedos. El objeto tenía dos anillas, descubrió, cada una a unos treinta centímetros del centro, bastante grandes como para meter el brazo, y colgaba de una rama por una de las anillas. Jack se sostuvo del tronco con una mano, sintiendo que le crujían los músculos, y extendió la otra.
La operación no tuvo mucho éxito. El brazo estirado vacilaba en el aire. Al fin rozó la rama y la anilla se soltó. El entusiasta crujido de unas ramas envolvió a Jack. Sacó la lengua y se la mordió. Había alcanzado el artefacto de Mewhu y no abrió la mano. Empezó a caer, con el cuerpo en tensión, esperando el golpe que allá abajo le rompería los huesos.
Cayó bastante rápido al principio, y luego la vara que tenía en la mano empezó a retenerlo. Pensó que se habría enganchado en una rama, por algún milagro, ¡pero no! Descendía como una semilla volante, colgado de la vara, que de algún modo imposible lo sostenía en el aire. De los extremos aerodinámicos de la vara salía un susurro agudo y débil. Miró hacia abajo, parpadeó para secarse el sudor de los ojos y miró otra vez. Mewhu mostraba los dientes en una amplia y feliz sonrisa; Molly lo miraba boquiabierta.
Cuanto más se acercaba al suelo, más despacio bajaba. Cuando después de lo que pareció una eternidad sintió bajo los pies la bendita presión de la tierra, tuvo que enderezarse y tirar de la barra hacia abajo. La barra cedió como un freno eléctrico. Unas hojas muertas bailaban y giraban bajo los extremos.
— ¡Papá, fue formidable!
Jack tenía la garganta reseca. Tragó saliva dos veces, y cerró los ojos sacudiendo la cabeza.
—Sí, muy divertido —dijo débilmente.
Mewhu se acercó, le sacó la vara de la mano y la dejó caer. La vara se mantuvo perfectamente horizontal y bajó hasta tocar el suelo. Mewhu señaló la vara, los árboles y sonrió mostrando los dientes.
—Como un paracaídas. ¡Qué maravilloso, papá!
—No te acerques a eso —dijo Jack, a quien no se le escapaba el significado del tono de Molly—. Vaya a saber qué es. Puede irse o algo así.
Miró temerosamente el objeto. Yacía en silencio, sin aquel siseo de las puntas. Mewhu se inclinó de pronto, tomó la vara y la alzó por encima de la cabeza con una mano. Luego recogió los pies y se quedó colgado en el aire. La vara lo hizo descender suavemente, hasta dejarlo sentado en el suelo, en un lecho de hojas secas. Tan pronto como Mewhu había alzado la vara, los extremos aerodinámicos habían empezado a resoplar otra vez.
—Nunca vi nada más disparatado. Un momento.
Lavara flotaba a la altura de su cintura. Jack se inclinó sobre un extremo. Terminaba en una fina rejilla redonda. Extendió la mano. Mewhu se adelantó y le tomó la muñeca sacudiendo la cabeza. Aparentemente era peligroso acercarse a esas puntas. Garry entendió de pronto por qué. Eran diminutos, poderosos motores de reacción de alguna especie. Si el chorro era bastante fuerte como para sostener el peso de un hombre... sería
capaz también de abrirle un agujero en la mano, como una gigantesca agujereadora de papeles.
Pero ¿qué gobernaba la vara? ¿Cómo se ajustaba la fuerza del chorro al peso que sostenía el dispositivo y a la altura? Recordó sin placer que al resbalar de la copa del árbol había descendido al principio muy rápidamente, y luego cada vez más despacio a medida que se acercaba al suelo. Y sin embargo cuando Mewhu había alzado la vara sobre la cabeza, había quedado suspendido en el aire instantáneamente, descendiendo luego con mucha lentitud. Y además, ¿cómo era tan estable? ¿Por qué no se daba vuelta precipitándose a tierra con su pasajero?
Miró a Mewhu con cierta reverencia. Venía indudablemente de un sitio donde la ciencia estaba realmente adelantada. Se preguntó si podría sacarle alguna información técnica a su visitante... y si podría entenderla. Por supuesto, Molly parecía capaz de...
—Quiere que volvamos y lo probemos en el techo —dijo Molly.
— ¿Cómo podría ayudarme este refugiado de una obra de Kuttner?
Inmediatamente, Mewhu tomó la vara, la alzó, se agachó y deslizó los brazos por las dos anillas, de modo que le quedó sobre los hombros como un balancín. Mirando alrededor se volvió hacia un claro en los árboles y ante los ojos atónitos de Jack y Molly dio un salto de diez metros de altura, voló en un gran arco y descendió suavemente veinte metros más lejos.
Molly saltaba y aplaudía, enmudecida de placer. Las únicas palabras que Garry pudo encontrar fueron un reiterado:
— ¡Ah, no!
Mewhu se quedó allá, esperándolos con una atractiva sonrisa. Caminaron hacia él y cuando estuvieron cerca el hombre dio otro salto y voló hacia el camino.
— ¿Qué hacer con una cosa semejante? —susurraba Jack—. ¿A quién recurrir? ¿Qué decirle?
—Podemos guardarlo como la mascota de la casa, papá.
Jack tomó a Molly de la mano y siguieron al saltarín y volante hombre de plata. ¡Una mascota! Un miembro de alguna extraña raza, de alguna inimaginable civilización... y obviamente muy experimentada también, pues ningún individuo común hubiese podido lanzarse solo a un viaje semejante. ¿Cuál era su historia? ¿Era el miembro de una avanzada? ¿O el único sobreviviente de su raza? ¿De dónde venía? ¿Marte? ¿Venus?
Lo alcanzaron en la casa, al pie de la escalera. La curiosa vara descansaba junto a Mewhu en el suelo. El hombre manejaba ahora fascinado el yo-yo de Molly. Cuando los vio, dejó caer el juguete, recogió su aparato y deslizándoselo sobre los hombros se elevó en el aire y cayó en el techo.
— ¡Iii-yu! —gritó enfáticamente, y saltó hacia atrás. Tan estable era la vara que el cuerpo de Mewhu se balanceaba en el aire.
—Muy bonito —dijo Jack—. Y espectacular también. Ahora tengo que volver al trabajo.
Se acercó a la escalera.
Mewhu se le cruzó en el camino y lo tomó por el brazo gimiendo y silbando en su peculiar lenguaje. Se quitó la vara y se la tendió a Jack.
—Quiere que la uses —dijo Molly.
—No, gracias —dijo Jack, recordando aún el vértigo que había experimentado en el árbol—. Usaré la escalera.
Extendió una mano. Mewhu, dando saltos de frustración, se le adelantó con rapidez. La escalera cayó sobre un cajón, giró y golpeó a Jack dolorosamente en la espinilla.
—Sería mucho mejor que utilizaras el cinturón volador, papá.
Jack miró a Mewhu. El hombre de plata lo observaba con la expresión más agradable de que era capaz con aquella cara; además, quizá convenía seguirle el juego. Por ahora estaba a salvo en tierra, y Jack pensó que no importaría si aquella cosa fantástica no daba resultado con él. Y si le fallaba ya en el techo, bueno, la casa no era muy alta.
Metió los brazos por las dos anillas. Mewhu señaló el techo, y se agachó como si fuese a saltar. Jack tomó aliento, apuntó cuidadosamente, y esperando que el dispositivo no funcionase, saltó.
Se elevó muy cerca de la casa... demasiado cerca. El alero lo golpeó con un sonido resonante justo en el sitio donde acababa de alcanzarlo la escalera. Pero el impacto apenas lo detuvo. Pasó flotando sobre el techo, osciló en el aire una fracción de segundo y empezó a descender. Durante un momento pensó que sus piernas oscilantes encontrarían un punto de apoyo. Todo lo que consiguió fue golpearse de nuevo la espinilla en el otro alero. Arrastrando sucias nubes de polvo cayó de pie... en la canasta de ropa. Iris, que colgaba unas sábanas, se volvió y lo vio.
— ¡Jack! Qué demonios estás... ¡Sal de ahí! Estás justo en mi canasta con tus sucios... ¡Oh!
— ¡Oh, oh! —dijo Jack y dio un paso atrás saliendo de la canasta. Pisó el vagón expreso de Molly, que Iris usaba para trasladar la pesada canasta, intentó recuperar el equilibrio, saltó... e inmediatamente se elevó en el aire. Esta vez tuvo más suerte. Pasó volando por encima de la cocina y aterrizó cerca de Molly y Mewhu.
— ¡Papá, eres un pájaro de veras! Después yo, ¿eh, papá?
—Voy a ser un cadáver de veras si la expresión de tu madre significa lo que creo. ¡No toques eso!
Se libró del «cinturón volador» y se metió en la casa justo cuando Iris doblaba la esquina.
—Fue por ahí —oyó que decía la deleitada Molly mientras él corría tropezando entre los restos que cubrían la sala y escapaba por la puerta de adelante. Cuando la puerta de la cocina se cerró violentamente, ya estaba al otro lado de la casa. Se lanzó hacia Mewhu, le arrancó el aparato, se lo puso y saltó. Acertó esta vez. Pasó fácilmente sobre la casa aunque casi cayó sobre la ropa tendida. Cuando Iris, jadeando y furiosa, salió como una tromba de la casa, Jack estaba tendiendo sábanas.
—-Jack, qué... —dijo Iris, y se le quebró la voz—. ¿Qué crees que estás haciendo?
—Dándote una mano con la ropa, amor mío —dijo Jack.
— ¿Qué es... qué es eso que tienes en la espalda?
—Otra evidencia de la ubicuidad de los dispositivos de la ciencia ficción —dijo Jack suavemente—. Un multilateral y tridimensional ajustador de masa, o pata-caídas. Con él puedo volar como una gaviota, evadiéndome de los cuidados del mundo y los avances de las hermosas pelirrojas cuando sus pasiones me son desagradables.
—Alguna vez en el próximo futuro, pedazo de charlatán, voy a sacarte la lengua fuera de esa máquina parlante tuya, y haré con ella una corbata.
Luego Iris se rio.
Jack suspiró aliviado, se acercó y besó a su mujer.
—Querida, lamento haberme asustado tontamente cuando colgaba de esa cosa. No vi tu canasta, y si la hubiera visto no sé cómo habría podido esquivarla.
— ¿Qué es, Jack? ¿Cómo funciona?
—No sé. Motores de reacción en las puntas. Funcionan cuando un peso los empuja hacia tierra. Los chorros son más poderosos cerca del suelo que arriba. Cuando el peso disminuye, se apagan. No sé qué los hace funcionar, o qué energía usan. Parece que succionaran aire y lo expulsaran por las rejillas. Y, oh, sí... apuntan directamente hacia abajo, no importa cómo se haga girar la barra.
— ¿De dónde lo sacaste?
—De un árbol. Es de Mewhu. Lo usó aparentemente como paracaídas. Mientras bajaba, la rama de un árbol se metió en una anilla y Mewhu se salió de la vara, cayó y se rompió el brazo.
— ¿Qué vamos a hacer con él, Jack?
—Eso mismo ha estado preocupándome. No podemos venderlo a una feria. —Jack hizo una pausa, pensativo.
— Indudablemente, hay en él muchas cosas de valor para nosotros. ¡Sólo este objeto podría transformar la faz del mundo! Escucha... peso ochenta kilos. Me tomé de la vara de pronto, cuando perdí el equilibrio en el árbol, y sostuvo inmediatamente mi peso. Mewhu pesa más que yo a juzgar por su figura. Alzó la vara por encima de la cabeza, recogió los pies, y se mantuvo en el aire. Si el aparato puede hacer eso, un modelo mayor podría quizá sostener un avión. Si por alguna razón eso no fuese posible, la fuerza de estos pequeños chorros alcanzaría por lo menos para mover una turbina.
— ¿Lavaría la ropa? —dijo Iris sin entusiasmo.
—Eso es exactamente lo que quiero decir. Luz, energía portátil, una fuerza que uno nunca... Claro que lavaría la ropa. Y movería generadores, y autos, y... Iris, ¿qué harías tú con algo tan grande?
—Llamar a un periódico, supongo.
—Y cien mil personas se pasearán y espiarán por aquí, y habrá investigaciones parlamentarias, y todo eso. Oh, oh.
— ¿Por qué no consultas con Harry Zinsser?
— ¿Harry? Pensé que no te gustaba.
—Nunca dije eso. Ocurre que tú y él se sientan en un rincón y se ponen a hablar de amputaciones múltiples y debilidades de reactancia y cosas como ésas, y yo tengo que sentarme y tejer, y escupir cuando quiero que me hagan caso. Harry está bien.
—Bueno, querida, creo que has dado en el clavo. Harry sabrá qué debemos hacer. Voy a buscarlo ahora mismo.
—No harás nada semejante. ¿Con ese agujero en el techo? Creo haberte oído decir que esta noche iba a estar arreglado. Cuando vuelvas, ya estará oscuro.
No hubo de pronto nada menos atractivo para Jack que la perspectiva de aserrar el irregular agujero del techo. Pero había lógica y un insinuante «o si no» en el tono de Iris. Suspiró y se alejó murmurando algo acerca del mayor adelanto de la historia, que debía esperar por el antojo de una mujer. Olvidó que llevaba el elevador axilar de Mewhu, y sus pies sólo tocaron el suelo en los dos primeros pasos. Caminó torpemente por el aire e Iris chilló de risa. Cuando aterrizó otra vez, Jack apretó las mandíbulas y saltó ágilmente hasta el techo.
—Alcánzame ahora, tú y tus elegantes piernas de piano —gritó alegremente. Esquivó las pinzas de ropa que Iris le tiraba, y se puso otra vez a trabajar.
Mientras aserraba oyó un alboroto abajo.
—¡Pa-pá!
—Mr-r-ru ellue...
Jack suspiró y dejó de trabajar.
—¿Qué pasa?
— ¡Mewhu quiere su cinturón volador!
Jack miró el techo, el alero más abajo, y decidió que si tenía que bajar sin escalera confiaría en la resistencia de sus viejos huesos. Tomó la vara de puntas motorizadas y la dejó caer. La vara se mantuvo horizontal, y bajó, no con mayor rapidez ni más lentamente que antes. Mewhu la recogió, metió con habilidad el brazo quebrado en una anilla —era asombroso ver cómo cuidaba el brazo, que sin embargo le molestaba tan poco—, luego el otro brazo y saltó a unirse con Jack en el techo.
— ¿Qué dices, compañero?
—Bupenyiubip.
—Sé cómo te sientes.
Jack sabía que el hombre plateado quería decirle algo, pero él nada podía hacer. Le sonrió con una mueca y recogió el serrucho. Mewhu se lo sacó de la mano y lo arrojó al aire, cuidando que no cayera sobre la señorita Molly, que retrocedía bailando para ver mejor la escena.
—Pero ¿qué te propones?
—Dellijiú escondido —dijo Mewhu—. Pento de numiniú je —y apuntó al cinturón volador y al agujero en el techo.
— ¿Quieres decir que es mejor volar que trabajar? Amigo mío, tienes mucha razón. Pero temo que...
Mewhu hizo girar el brazo abarcando todo el agujero en el techo, y mostró otra vez el paracaídas, señalando uno de los motores de reacción.
—No comprendo —dijo Jack.
Mewhu pareció entender, y una expresión de asombro le cruzó la móvil cara. Arrodillándose, tomó con la mano sana uno de los motorcitos, apretó dos diminutos botones y la armazón se abrió. Adentro había un dispositivo único, compacto, sellado, el núcleo mismo del motor aparentemente. Nada parecía sostenerlo. Mewhu lo sacó y se lo dio a Jack. Por el tamaño y la forma parecía una máquina de afeitar eléctrica. Había un botón en un costado. Mewhu señaló ese botón, y luego movió la mano de Jack de modo que el aparato no apuntara hacia ellos. Jack, sin esperar nada, menos que nada ese «rayo enceguecedor de quemante y desatada energía» tan caro al mundo de la ficción científica, apretó el botón.
El dispositivo siseó y se apretó contra su palma, retrocediendo suavemente.
—Magnífico —comentó Jack—, pero ¿para qué me sirve?
Mewhu señaló la madera que Jack estaba cortando y luego el dispositivo.
—Oh —dijo Jack.
Se inclinó, apuntó con el aparato al sitio a donde había llegado el serrucho y apretó el botón. Se oyó de nuevo el siseo, sintió otra vez la suave y uniforme presión en la palma de la mano y una línea delgada apareció en la madera. Era una incisión, más fina que el corte del serrucho, clara y regular y, mientras mantuviera firme la mano, muy recta. Una tenue nube de serrín se alzó del agujero, y se fue en un torbellino.
Jack probó alejando y acercando el chorro a la madera. Descubrió que el corte era más fino cuanto más se acercaba. Cuando retiraba el aparato, la línea se hacía más ancha y el chorro cortaba con menos rapidez, hasta que a unos cincuenta centímetros dejaba de cortar. Deleitado, Jack recortó rápidamente el agujero y alisó los bordes. Mewhu miraba y sonreía mostrando los dientes. Jack le respondía con una sonrisa similar, imaginando cómo se habría sentido él si le hubiese presentado un serrucho a un hombre primitivo que intentaba trabajar la madera con un machete.
Cuando acabó su trabajo, le devolvió el motor al hombre de plata y le palmeó el hombro.
—Un millón de gracias, Mewhu.
—Jik —dijo Mewhu y buscó el cuello de Jack. Apoyó uno de los pulgares en la nuez de Adán y el otro en la nuca, sobre la escápula, y apretó dos veces, firmemente.
— ¿Así os saludáis en casa? —dijo Jack sonriendo.
Le pareció verosímil. Toda raza civilizada debía de tener algún saludo manual. El apretón de manos había nacido de una mano abierta, que indicaba que el saludador iba sin armas. Era posible que el ademán de Mewhu fuera una extensión, en una dirección algo diferente, del mismo signo. Debía de ser sin duda una indicación de amistad que dos individuos se presentaran mutuamente los cuellos.
Con tres hábiles movimientos, Mewhu metió otra vez el motorcito en su caja, y sosteniendo la vara con una mano se dejó caer del techo, descendiendo como una asombrosa flor de cardo. Una vez abajo, tiró de vuelta la vara. Jack se sorprendió al verla subir como un objeto terrestre. Le lanzó un manotón y no acertó. La vara alcanzó la cima de su arco, y tan pronto como empezó a descender los motores funcionaron y bajó suavemente hacia Jack. Jack descendió flotando a reunirse con Mewhu.
Luego fue hacia el garaje, donde había algunas maderas, seguido por el hombre de plata. Eligió unas planchas de pino de una pulgada y las puso en el piso. Allí las mediría y haría con ellas una puerta trampa que cubriría el inútil hueco de la escalera. Mewhu siguió con gran interés todo el proceso.
Jack tomó el cinturón volador y trató de abrir el extremo aerodinámico para sacar el motor. Nada consiguió. Apretó, torció y tiró. El aparato no hizo más que emitir un leve siseo.
—Ik, Jik —dijo Mewhu. Le sacó la vara a Jacky la apretó. Jack miró atentamente, sonrió con una mueca y tomó el aparato.
Cortó con rapidez la madera, echando alegremente una mirada despectiva al serrucho que colgaba de la pared. Luego ensambló las planchas, alisó los bordes, y retrocedió para admirar su obra. Comprendió en seguida que era demasiado pesada para llevarla, y para subirla al techo. Si Mewhu tuviera las dos manos sanas... Se rascó la cabeza.
—Llévala en el cinturón volador, papá
—¡Molly! ¿Cómo se te ha ocurrido?
—Mewhu me dijo... Quiero decir, es como...
—Aclaremos esto de una vez por todas. ¿Cómo te habla Mewhu?
—No sé, papá. Es como si recordara algo que él dijo, pero no... no las palabras que dijo. Yo... yo... —Molly titubeó, y luego continuó con vehemencia: — No sé, papá. De veras no sé.
— ¿Qué dice ahora?
Molly miró a Mewhu. Jack notó otra vez aquel peculiar temblor del bigote de plata de Mewhu.
—Pon la puerta que acabas de hacer en el cinturón volador y hazlo volar —dijo Molly—. El cinturón volador la hará caer lentamente, y tú puedes empujarla mientras... mientras... cae.
Jack miró la puerta, el aparato de reacción, y entendió. Metió la vara bajo la puerta y Mewhu la empujó. La puerta se alzó en el aire, y luego Mewhu, sosteniéndola, la llevó fuera del garaje antes que volviera a posarse en el suelo. Otro empujón, otro vuelo, y cubrieron diez metros más. Recorrieron de este modo el trayecto hasta la casa con Molly, que brincaba y reía detrás, y pedía que la llevaran en la vara un rato y alababa al sonriente Mewhu.
Cuando llegaron a la casa, Jack dijo:
—Muy bien, Einstein. ¿Cómo subimos ahora al techo?
Mewhu recogió el yo-yo de Molly, se puso a manejarlo hábilmente y se alejó hacia el otro lado de la casa.
— ¡Eh!
—No sabe, papá. Tendrás que solucionarlo tú.
— ¿Quieres decir que inventó este truco para traer aquí la puerta y ahora se le acabaron las ideas?
—Creo que sí, papá.
Jack Garry miró la forma cada vez más lejana del hombre de plata y sacudió la cabeza. Estaba ahora preparado a esperar de Mewhu algo mejor que el razonamiento humano, aunque fuese un poco distinto. No entendía cómo Mewhu podía encogerse de hombros ante un problema de simple lógica. Ciertamente un hombre de su capacidad no podía haber ideado un ingenioso método de llevar hasta allí la puerta sin entender que eso sólo solucionaba la mitad del problema. Se preguntó si la solución era tan obvia que Mewhu no se había molestado en explicársela.
Encogiéndose de hombros, Jack volvió al garaje y buscó una polea. Tenía que poner un gran gancho en el alero y otro en la puerta trampa, y una vez que consiguió subir la puerta hasta el alero, le quedó el trabajo más difícil de llevarla a su lugar en el techo. Mewhu había perdido aparentemente todo interés. Dos horas más tarde Jack ponía el último gancho en la puerta y daba por terminado el trabajo cuando oyó que Mewhu se ponía a chillar otra vez. Dejó caer sus herramientas, metió los brazos en la vara de reacción y salió volando del techo.
— ¡Iris! ¡Iris! ¿Qué pasa?
—No sé, Jack. Está...
Jack se lanzó pesadamente hacia el frente de la casa. Mewhu estaba tendido en el suelo, sacudido por violentas y desgarrantes convulsiones. Yacía de espaldas, arqueándose, hundiendo los talones en la hierba, y torciendo la cabeza en un ángulo imposible, de modo que todo el peso del cuerpo le caía sobre la frente y los talones. Golpeaba el suelo con el brazo sano; el lastimado le colgaba, inerte. Se le retorcían los labios, y emitía una serie de entrecortados gritos ululantes, bastante horribles. Parecía poder gritar con la misma fuerza cuando aspiraba y exhalaba aire.
Molly estaba de pie junto a él, mirándolo hipnotizada. Sonreía. Jack se arrodilló junto a la forma que se torcía y doblaba y trató de inmovilizarla.
—Molly, no te rías del pobre hombre.
—Pero... está contento, papá.
— ¿Está qué?
— ¿No ves, tonto? Se siente muy bien. ¡Se ríe!
—Iris, ¿qué le pasa? ¿Sabes algo?
—Se tomó unas aspirinas otra vez. Es todo lo que puedo decirte.
—Tomó cuatro —dijo Molly—. Le gustan mucho.
— ¿Qué podemos hacer, Jack?
—No sé, querida —le dijo Jack, preocupado—. Será mejor dejarlo así. Un emético o un sedante pueden hacerle daño.
El ataque cedió de pronto, y Mewhu quedó flojamente tendido. Jack puso la mano sobre el pecho del hombre y sintió otra vez aquellas extrañas dobles pulsaciones
—Se ha desmayado —dijo.
—No, papá. Tiene sueños —dijo Molly con una voz tranquila.
— ¿Sueños?
—Un sitio con un cielo anaranjado —dijo Molly. Jack alzó rápidamente la vista. Molly tenía los ojos cerrados
—Muchos Mewhus. Cientos y cientos... grandes. Grandes como el señor Thorndyke. —Thorndyke era un editor que conocían en la ciudad. Medía dos metros diez.— Casas redondas, y grandes aviones, con varas en vez de alas.
—Molly, estás diciendo disparates —dijo su madre, preocupada.
Jack la hizo callar.
—Sigue, Molly.
—Un sitio, una habitación. Mewhu está ahí con otros. Están en... filas. Hay uno grande con un sombrero amarillo. Los tiene a todos en fila. Aquí esta Mewhu. Fuera de la fila. Salta por la ventana con un cinturón volador.
Hubo un largo silencio. Mewhu gimió.
— ¿Bueno?
—Nada, papá... espera. Está... todo... borroso. Ahora se ve una cosa, una especie de submarino. Sólo que en el suelo, no en el agua. La puerta está abierta. Mewhu está... está dentro. Hay pestillos, y relojes. Tira de los pestillos. Tira de un... Oh. ¡Oh! ¡Duele!
Molly se llevó los puños a las sienes.
—¡Molly!
Molly abrió los ojos y dijo con mucha calma:
—Oh, estoy bien, mamá. Era una cosa en el sueño lo que dolía, pero no me dolía a mí. Había un fuego, y... y algo como ganas de dormir, sólo que más fuerte. Y dolía.
— ¡Jack, está haciéndole daño a la niña!
—No lo creo —dijo Jack.
—Yo tampoco —dijo Iris sorprendida, y luego en un susurro casi inaudible añadió — ¿Por qué dije eso?
—Mewhu está dormido —dijo Molly de pronto.
— ¿No más sueños?
—No más sueños. Bueno. Fue... divertido.
—Vamos a almorzar —dijo Iris. Le temblaba un poco la voz. Ella y Molly entraron en la casa. Jack miró a Mewhu que dormía sonriendo pacíficamente. Pensó en llevar a la rara criatura a la cama, pero el día era cálido y las hierbas eran allí espesas y suaves. Sacudió la cabeza y entró en la casa.
—Siéntate y come—dijo Iris. Jack miró alrededor.
—Has hecho maravillas aquí —comentó.
La capa de yeso y maderas había desaparecido y las triunfantes fundas de Iris florecían en los respaldos de los sillones.
Iris hizo una reverencia.
—Gracias, mi señor.
Se sentaron alrededor de la mesita y se pusieron a devorar los sándwiches de lengua.
— ¿Jack?
— ¿Mm-m?
— ¿Qué era eso? ¿Telepatía?
—Me parece. Algo parecido. Oh, espera que se lo diga a Zinsser! No lo creerá.
— ¿Irás al aeropuerto esta tarde?
—Exactamente. Quizá lleve a Mewhu conmigo.
—Puede haber dificultades con la gente. Mewhu ¡ no es alguien que puedas hacer pasar como tú primo Julius !
—Demonios, no pasará nada. Puede quedarse en el asiento de atrás con Molly mientras yo hablo con Zinsser y le pido que salga a mirarlo.
— ¿Por qué no traer a Zinsser aquí?
—Sabes que es imposible. Cuando lo vemos en la ciudad está de vacaciones. Aquí no puede dejar un minuto el aeropuerto.
—-Jack, ¿te parece que Molly no corre peligro con esa criatura?
—Claro que no. ¿Estás preocupada?
—Sí... Sí, Jack. Pero no por Molly. Por mí. Estoy preocupada por no estar bastante preocupada. Espero que me entiendas.
Jack se inclinó y besó a Iris.
—El buen y viejo instinto maternal en funciones —dijo con una risita—. Mewhu es un ser nuevo y extraño, y puede ser peligroso. Al mismo tiempo, Mewhu está herido y es inofensivo, y te sientes con él como una madre.
—Has dicho algo cierto —dijo Iris pensativamente—. Es grande y feo como tú, y sin duda más inteligente. Sin embargo, no me siento contigo como una madre.
Jack sonrió con una mueca.
—Eso es indiscutible. —Bebió de un trago su café y se incorporó. — Come, Molly, y lávate las manos y la cara. Voy a echarle una ojeada a Mewhu.
— ¿Vas al aeródromo entonces? —preguntó Iris.
—Si Mewhu está despierto. Hay muchas cosas que quiero saber, muchas cosas que se me escapan. No creo que Zinsser lo solucione todo, pero quizá resolvamos entre los dos qué debemos hacer. Iris, ¡es algo grande!
Salió de la casa, ensimismado en las más desordenadas especulaciones. Mewhu estaba sentado, contemplando feliz una oruga.
—Mewhu.
—¿Diu?
—¿Te gustaría dar un paseo?
—-Jubilli gris. ¿Jik?
—Me parece que no pescas la idea. Ven —dijo Jack señalando con la mano el garaje.
Mewhu muy, muy cuidadosamente puso la oruga en una hoja de hierba y se incorporó para seguir a Jack. Justo en ese momento un estruendo aterrador salió del garaje. Durante un petrificado instante nadie se movió, y luego la voz de Molly se alzó reiteradamente en un chillido que ponía los pelos de punta. Jack se lanzó hacia el garaje antes de saber que estaba moviéndose.
—¡Molly! ¿Qué pasa?
Al oír la voz de Jack la niña calló como si en ella hubiese funcionado un interruptor.
—¡Molly!
—Aquí estoy, papá —dijo Molly con una vocecita extremadamente débil.
La niña estaba junto al coche, todo su ser concentrado en su saliente labio inferior, que temblaba ligeramente. El morro del coche estaba hundido en la pared de atrás del garaje.
—Papá, no lo hice a propósito. Sólo quería ayudarte a sacar el coche. ¿Vas a pegarme? Por favor, papá, no...
— ¡Cállate!
Molly calló inmediatamente.
—Molly, ¿por qué diablos has hecho esto? ¡Sabes muy bien que no debes tocar el botón de arranque!
—Jugaba, papá, a que era un submarino que podía volar como hizo Mewhu.
Jack se abrió paso entre estos extraordinarios restos de sintaxis.
—Ven aquí —dijo seriamente. Molly se acercó con pasos muy cortos, arrastrando los pies, las manos detrás, donde imaginaba que serían más útiles—. Sabes que debería darte unos azotes.
—Sí —respondió Molly, temblorosa—. Creo que sí. No más de dos, ¿eh, papá?
Jack se mordió el interior de las mejillas, pero no pudo dominarse. Sonrió mostrando los dientes. Pequeña descarada, pensó.
—Te diré qué vamos a hacer —dijo con aspereza, observando el coche. El garaje, afortunadamente, no era muy sólido, y las escasas nuevas abolladuras de la cubierta del motor y los guardabarros se confundirían muy bien con las otras—. Te has ganado tres buenos azotes. Los añadiré en la próxima paliza.
—Sí, papá —dijo Molly modosamente, con los ojos muy abiertos.
Subió al asiento de atrás, tiesa y pequeña, como si quisiese pasar inadvertida. Jack apartó los restos de unas maderas, se metió en el desvencijado carricoche, lo puso en marcha y salió cuidadosamente marcha atrás del estropeado garaje.
Mewhu estaba de pie, no muy cerca, observando el gruñón automóvil con asombrados ojos plateados.
—Vamos, sube —dijo Jack haciéndole señas.
Mewhu retrocedió.
—¡Mewhu! —gritó Molly sacando la cabeza por la ventanilla trasera.
—Youk —dijo Mewhu, y se acercó rápidamente.
Molly le abrió la puerta y Mewhu subió y se sentó encogido en el suelo. La niña se rio a carcajadas y tiró de él hasta conseguir que se sentara en el asiento. Jack dio una vuelta a la casa, se detuvo, recogió la vara de Mewhu, le tiró un beso a Iris por la ventanilla y partieron.
Cuarenta minutos más tarde llegaban al aeropuerto luego de un extático paseo. Molly había emitido una continua andanada de comentarios sobre las maravillas del campo terrestre. Mewhu se había comido el paisaje con unos ojos saltones del modo más satisfactorio, escuchando arrobado a Molly—a veces Jack hubiese jurado que el hombre de plata entendía todo lo que ella decía— y emitiendo chillidos, maullidos interjectivos y gorgoritos de interrogación.
—Bueno —dijo Jack luego de detenerse junto a los límites del campo—, vosotros dos os quedaréis aquí en el coche. Voy a hablar con el señor Zinsser y trataré de que salga y vea a Mewhu. Molly, ¿crees que podrás hacerle entender a Mewhu que debe quedarse en el coche sin que nadie lo vea? Si otra gente lo ve, le harán un montón de preguntas tontas, y nosotros no queremos hacerle pasar un mal rato, ¿no es cierto?
—No, papá. Se lo diré. Mewhu —dijo Molly volviéndose hacia el hombre de plata, y mirándolo a los ojos. El mostacho de Mewhu tembló y se rizó—. ¿Serás bueno y no dejarás que nadie te vea?
—-Jik —dijo Mewhu—. Jik miridi.
—Dice que tú mandas.
Jack rio y salió del coche.
—Dice eso, ¿eh? —¿Lo sabía realmente Molly o era todo un juego?— Quedaos tranquilos entonces. Hasta luego, Mewhu.
Fue hacia el edificio con la vara de reacción en la mano.
Zinsser, como de costumbre, estaba ocupado. El campo no era grande, pero los aviones privados iban y venían continuamente, y Zinsser, como gerente de tránsito, no descansaba. Cubrió con una de sus manos flexibles y regordetas el tubo de un teléfono.
—¡Hola, Garry! ¿Qué hay de nuevo fuera de este mundo? —saludó animadamente—. Siéntate. En seguida estoy contigo.
Zumbó alegremente en el teléfono sonriéndole a Jack mientras hablaba. Jack se puso lo más cómodo posible, dentro de los límites de su paciencia, y esperó.
—Bueno, veamos —dijo Zinsser, y el teléfono sonó otra vez.
Jack cerró la boca, muy fastidiado. Zinsser colgó y se oyó otra campanilla. Descolgó el auricular de un teléfono interno en un costado de su escritorio.
—Zinsser, sí...
«Es suficiente», se dijo Jack.
Se incorporó, fue hasta la puerta y la cerró suavemente. Luego tomó lavara de reacción, y ante el vasto asombro de Zinsser se subió a su escritorio, alzó la vara por encima de la cabeza y dio un paso en el aire. Un huracán chilló en los extremos de la vara. Jack, colgado de las manos, mientras descendía lentamente hacia el piso, miró por encima del hombro. La cara de Zinsser era como una luna roja en una tempestad de nieve, pues a su alrededor volaban todos los informes internos de los dos meses últimos.
Lo primero que hizo Zinsser cuando pudo recobrar el aliento fue colgar el auricular.
—Ya sabía yo que daría resultado —dijo Jack sonriendo.
—Tú... tú... ¿Qué es eso?
—Un polarizador dialéctico —dijo Jack posándose en el piso—. Es decir, hace posible conversar con los gerentes de los aeropuertos que no abandonan el teléfono.
Zinsser dejó su silla y corrió alrededor del escritorio, con notable rapidez para un hombre de su tamaño.
—Déjame ver.
Jack le alcanzó la vara y se pusieron a hablar.
—¡Mira, Mewhu! ¡Ahí viene un avión!
Juntos miraron la avioneta que bajaba a la pista y resbalaba luego, lanzando con sus neumáticos nubecitas de polvo que se dispersaban rápidamente.
—Y allá otro. ¡Va a despegar!
La pequeña avioneta azul de alas bajas corrió por el campo, frenó una de sus ruedas, giró y fue hacia ellos rugiendo y elevándose para perderse en el cielo sobre sus cabezas.
—liiyou —canturreó Molly, imitando el sonido del motor que pasaba sobre ellos.
— ¡S-s-s-suiii! —siseó Mewhu, duplicando exactamente el quejido de las superficies de control.
Molly aplaudió y chilló de alegría. Otro avión empezaba a dar vueltas sobre el campo. Lo observaron ávidamente.
—Salgamos y le echas una ojeada —dijo Jack.
Zinsser miró su reloj. —No puedo. Bromas aparte, tengo que quedarme junto al teléfono durante media hora por lo menos. ¿Estará bien ahí afuera? No hay casi nadie por aquí.
—Creo que sí. Molly está con él, y como te dije, se entienden magníficamente. Ésa es una de las cosas que quisiera investigar... el aspecto telepático. —Jack se rio de pronto.
— Esta Molly... ¿Sabes lo que hizo esta tarde?
Jack le contó a Zinsser el episodio del coche que había salido por el lado equivocado del garaje.
—El diablillo —dijo Zinsser con una risita—. Todos hacen lo mismo, benditos sean. El otro día mi sobrino salió a limpiar la calle con la aspiradora de su madre. —Se rio.
—Volviendo a ese fulano, Mewhu, y su aparatito. Jack, tenemos que estudiar esto. ¿Entiendes que él y sus ropas y este objeto son nuestras únicas pistas para saber quién es y de dónde viene?
—Por supuesto. Pero escucha, es muy inteligente. Estoy seguro de que podrá decirnos muchas cosas.
—Claro que es inteligente —dijo Zinsser—. Probablemente tiene una inteligencia superior a la común en su planeta. No hubieran enviado a cualquiera en un viaje como éste. ¡Jack, qué lástima que no tengamos su nave!
—Quizá vuelva. ¿De dónde te parece que viene?
—Marte, quizá.
—No, no es posible. Sabemos que hay una atmósfera, en Marte, pero es muy tenue. Un organismo del tamaño de Mewhu debería tener unos pulmones enormes. No; Mewhu ha crecido en una atmósfera muy parecida a la nuestra.
—Eso descarta a Venus.
—Lleva ropas adecuadas para la Tierra. Quizá su planeta no tenga la misma atmósfera, pero sí el mismo clima. Asimila aparentemente casi todas nuestras comidas, aunque algunas le repugnen... La aspirina lo entusiasma de veras. Parece borracho de risa cuando toma una.
— ¿Qué me dices? Bueno, no puede ser Júpiter, pues su estructura no soportaría una fuerza de gravedad semejante. Y los planetas exteriores son demasiado fríos, y Mercurio es demasiado caliente.
—Zinsser se reclinó en su asiento y se acarició distraídamente la calva. —Jack, ¡esta criatura no ha nacido en el sistema solar!
—Caramba. Me parece que tienes razón, Harry. ¿Y qué piensas de este dispositivo de reacción?
—Por el modo como cuentas que corta la madera... ¿Me puedes hacer una demostración? —preguntó Zinsser.
—Claro que sí.
Garry se puso a trabajar en la barra. Encontró los dos puntos que había que apretar simultáneamente, y la cubierta se abrió. Sacó luego el núcleo activo del aparato, y manejándolo con cuidado rebanó una arista del escritorio de Zinsser.
—Nunca he visto nada más raro —dijo Zinsser—. ¿Puedo examinarlo un momento?
Tomó el motorcito y lo hizo girar entre los dedos.
—No parece haber combustible —dijo pensativamente.
—Creo que utiliza aire —dijo Jack.
—Pero ¿qué empuja el aire?
—El aire —dijo Jack—. No, no es una broma. Creo que el motor desintegra aire de algún modo, y usa la energía liberada para activar un pequeño chorro. Si pusieras el motor dentro de una cápsula con un orificio de entrada y otro de salida actuaría como una bomba neumática, absorbiendo aire.
—O como un ariete de retropropulsión —le dijo Zinsser.
A Garry se le heló la sangre cuando vio que el gerente miraba por el orificio del motor.
— ¡Cuidado, no aprietes ese botón!
—No. Sí... tienes razón. El tubo es concéntrico. ¿Cómo diablos una unidad desintegradora puede ser tan pequeña y liviana?
—He estado rumiándolo todo el día —dijo Jack Garry— Tengo una respuesta. ¿Puedes aceptar algo que parece realmente fantástico, por lo menos mientras sea lógico?
—Ya me conoces —sonrió Zinsser mostrando los dientes, y señaló con un ademán un largo estante donde se alineaban ejemplares atrasados de revistas de ciencia ficción— Adelante.
—Bueno —dijo Jack lentamente— Hay una energía que mantiene la unidad del núcleo atómico. Si mis superficiales conocimientos de teoría nuclear no son falsos, me parece posible que podría producirse una esfera estable de esa energía.
— ¿Una esfera? ¿Con qué adentro?
—Con esa energía... no, nada quizá, sólo... espacio. De todos modos si rodeases esa esfera con otra, y ésta fuese un campo de fuerza capaz de penetrar en la esfera interior, o de permitir que penetre materia en ella, me parece que cualquier cosa que entrara en ese equilibrio de fuerzas sería desintegrada. La esfera interior embotellaría una energía explosiva. Bueno, si pones en contacto ahora el campo penetrante con la energía nuclear de la esfera interior, las presiones serían liberadas. Encierra todo el equipo en un dispositivo que controla la cantidad de materia que entra en la esfera y el orificio que permitirá la salida de energía, y encierra esta última en una cubierta exterior, y obtendrás una intensa corriente de aire que circulará por la cubierta, como la bomba neumática de que hablabas, es decir, esto —y Garry golpeó el motorcito con las puntas de los dedos.
—Muy ingenioso —dijo Zinsser meneando ligeramente la cabeza—. Aunque no tengas razón, la teoría es ingeniosa. De acuerdo con tu descripción para duplicar este dispositivo sólo nos falta descubrir la naturaleza de la energía de cohesión nuclear, y luego el modo de darle una forma esférica, estable. Después buscar un campo capaz de penetrar en esa energía, y permitir que cualquier material pueda hacer lo mismo... en una dirección. —Zinsser extendió las manos. — Eso es todo. Sólo aprender a utilizar algo que los sesudos muchachos no han estudiado ni siquiera teóricamente, y tenemos solucionado el problema.
—No importa mucho —dijo Jack—. Mewhu puede informarnos.
—Espero que sí, Jack. Esto puede revolucionar el mundo industrial.
—Estás entendiendo —dijo Jack esbozando una sonrisa.
Sonó el teléfono. Zinsser miró otra vez su reloj.
—Ahí está mi llamada.
Se sentó, tomó el teléfono, y mientras hablaba con el poderoso personaje del otro lado de la línea acerca de derechos de aterrizaje, servicios de navegación e interesantes restricciones comerciales, Jack, ociosamente apoyado en la arista del escritorio, se puso a soñar. Mewhu... miembro superior de una raza superior, enviado a la Tierra para sacar a la raza humana de viejos y fatigosos caminos. Se preguntó qué sería Mewhu entre las extrañas gentes de su pueblo. Joven, pero muy maduro, decidió, y ampliamente dotado: lo mejor de una gran cosecha, el embajador adecuado para una nueva y dinámica civilización como la terrestre. ¿Y la nave? Habiendo dejado caer a Mewhu, había vuelto quizá con su piloto al misterioso rincón del universo de donde había venido. O quizás estaba dando vueltas en el espacio esperando ansiosa una palabra de su aventurado embajador.
Zinsser dejó el aparato y se incorporó con un suspiro.
—Un ejemplo de mi fuerza de voluntad —dijo—. Lo más grande que me ha pasado en la vida, y me quedo pegado al teléfono. Me siento como un niño que espera a Papá Noel. Echémosle una ojeada a ese Mewhu.
— ¡Juiiiyuvouuu! —gritó Mewhu cuando otro avión pasó por encima de sus cabezas.
Molly brincaba alegremente en los almohadones, pues Mewhu era un excelente mímico.
El hombre de plata saltó ágilmente al asiento de adelante para ver mejor un rincón de un hangar próximo Acababan de traer una avioneta, y el aparato no estaba muy lejos.
Molly apoyó los codos en el borde del asiento, estiró el cuello y Mewhu le rozó la cabeza haciéndole caer el sombrero de paja. Mewhu se inclinó a recogerlo, golpeó el tablero con la frente y se abrió un compartimiento. Las raras pupilas del hombre se hicieron más estrechas y le temblaron las membranas nictitantes. Mewhu metió la mano en el compartimiento, y un instante después estaba fuera del coche y corría por la pista, dando grandes saltos, deteniéndose de cuando en cuando para golpear repetidamente el suelo con la mano sana. Horrorizada, Molly Garry dejó el coche y corrió tras él.
—¡Mewhu! —gritó—. ¡Mewhu, vuelve
Mewhu galopó hacia ella con los brazos abiertos.
— ¡G-r-r-rouuu! —gritó pasando junto a Molly. Alzando un poco el brazo y bajando el otro como un avión, corrió en un amplio círculo, saltó la cerca de alambre y entró en el área del hangar.
Molly, jadeando y sollozando, se detuvo y pateó el suelo.
— ¡Mewhu! —graznó desesperadamente—. Papá ha dicho...
Dos mecánicos que estaban junto a la ociosa avioneta miraron alrededor buscando el gato salvaje que imitaba el sonido de un avión de combate. Lo que vieron fue una figura de largas patas, de color gris plateado, de mostacho de plata blanca y ojos hendidos, vestido con una ropa escarlata que se transformaba en azul. Sin una palabra, como un solo hombre, echaron a correr. Y Mewhu, con un último terrible grito de alegría, saltó al avión y desapareció en el interior.
Molly se llevó las manos a la boca y los ojos se le salieron de las órbitas.
—Oh, Mewhu... —susurró—. Ahora la has hecho buena.
Oyó el ruido de unas rápidas pisadas y se volvió. Su padre se acercaba corriendo, seguido por el bamboleante señor Zinsser.
— ¡Molly! ¿Dónde está Mewhu?
Muda, Molly señaló la avioneta, y como si su ademán hubiese sido una señal, el pequeño aparato se sacudió y empezó a arrastrarse alejándose del hangar.
—¡Eh! ¡Eh! ¡Espera! ¡Espera! —gritó Jack inútilmente, corriendo detrás de la avioneta.
Saltó sobre la cerca, pero como venía corriendo midió mal la altura. Se le enganchó un pie y cayó boca abajo, con las piernas y los brazos extendidos. Zinsser y Molly corrieron hacia él y lo ayudaron a levantarse. A Jack le sangraba la nariz. Se secó con un pañuelo y miró el avión, que seguía alejándose.
—¡Mewhu!
El pequeño aparato cruzó el campo bamboleándose, y de pronto se puso a rugir. Alzó la cola y echó a correr, con el viento de frente, por la pista. Jack volvió a hablar con Zinsser y vio en la cara del hombre gordo una expresión de absoluta consternación. Siguió los ojos de Zinsser y allí estaba el otro aparato, un avión de seis pasajeros, que se acercaba.
Jack nunca se había sentido tan desolado. Aquellos aviones iban a chocar. Nada podía impedirlo. Los observó, sin parpadear, casi desinteresadamente. Corrían uno hacia otro, pero parecían arrastrarse; el momento no tenía fin. Luego, a no más de media docena de metros de altura, Mewhu bajó un ala. La avioneta voló más lentamente, se inclinó en el viento y se deslizó por debajo del avión de pasajeros, tan cerca que otra capa de pintura en cualquiera de los aparatos hubiera significado un desastre.
Jack no sabía cuánto tiempo había retenido el aliento, pero lo dejó escapar dolorosamente.
—Por lo menos sabe volar —murmuró Zinsser. —Claro que sabe volar —dijo Jack—. Un objeto prehistórico como un avión tiene que ser un juego de niños para él.
—Oh, papá, estoy asustada. —Yo no —dijo Jack inexpresivamente. —Yo tampoco —dijo Zinsser con una risa sin convicción—. El aparato está asegurado.
La avioneta tomó altura como una flecha. A unos treinta metros giró sobre un ala y descendió rugiendo hacia ellos. Pasó tan cerca que Zinsser se arrojó al suelo. Jack y Molly se quedaron mirando el aparato boquiabiertos. Una enorme nube de polvo lo oscureció todo durante noventa interminables segundos. Cuando volvieron a ver, el avión se bamboleaba locamente a cincuenta metros de altura.
De pronto Molly lanzó un chillido agudo y se llevó las manos a la cara.
—¡Molly! Criatura, ¿qué te pasa? —le preguntó Jack.
Molly le echó los brazos al cuello y sollozó tan violentamente que parecía que se le desgarraba el pecho.
—¡Basta! —gritó Jack, y luego muy suavemente preguntó—: ¿Qué pasa, querida?
—Está asustado. Mewhu está terriblemente, terriblemente asustado —dijo la niña con la voz quebrada.
Jack alzó los ojos. El avión se inclinó y descendió de costado.
—¡Arriba! ¡Arriba, idiota!
Mewhu apagó el motor.
El aparato giró sobre sí mismo y se precipitó a tierra. El impacto fue abrumador.
Molly dijo muy serenamente:
—Todas las figuras de Mewhu se fueron ahora —y cayó desmayada.
Lo llevaron al hospital. Fue todo terrible, recogerlo, trasladarlo hasta la ambulancia.
Jack deseó fervientemente que Molly no viese nada; pero la niña se puso de pie y lloró cuando pasaban con Mewhu. En el hospital, mientras él y Zinsser iban y venían por la sala de espera, pensó que cuando aquel asunto terminara tendría que ocuparse seriamente de Molly.
El médico de guardia se acercó secándose las manos. Era un hombrecito de nariz de avellana.
—¿Quién trajo ese caso del avión? ¿Usted?
—Los dos —dijo Zinsser.
—¿Qué... quién es?
—Un amigo mío. ¿Qué...? ¿Vivirá?
—¿Cómo puedo saberlo? —estalló el doctor impacientemente—Nunca en toda mi experiencia... El hombre tiene dos sistemas circulatorios. Dos sistemas circulatorios cerrados, y un corazón para cada uno. Su sangre arterial parece sangre venosa, es púrpura. ¿Cómo tuvo ese accidente?
—Devoró media caja de aspirinas que encontró en mi coche —dijo Jack—. La aspirina lo emborracha. Se metió en un avión y se puso a volar.
—La aspirina lo... —El doctor los miró a los dos.— No preguntaré si me están tomando el pelo. Sólo ver esa... cosa basta para enloquecer a un médico. ¿Desde cuándo lleva esa tablilla en el brazo?
Zinsser miró a Jack y éste dijo:
—Unas dieciocho horas.
—¿Dieciocho horas? —El doctor meneó la cabeza.— Los huesos se han unido tan bien que yo hubiese dicho dieciocho días. —Antes de que Jack pudiese abrir la boca añadió:
— Necesita una transfusión.
—¡Pero no es posible! Quiero decir, su sangre...
—Ya sé. Le saqué una muestra. Tengo dos técnicos tratando de mezclar sustancias químicas con plasma para obtener algo parecido. Los dos me llamaron mentiroso. Pero el hombre va a tener su transfusión. Ya les traeré alguna noticia.
El médico abandonó la sala.
—Ahí va un médico estupefacto.
—Está muy bien —dijo Zinsser—. Lo conozco. ¿Puedes acusarlo?
—¿Por sentirse así? De ningún modo, Harry, no sé qué haré si perdemos a Mewhu.
—¿Tanto lo quieres?
—Oh, no es sólo eso. Pero luego de estar tan cerca de conocer una nueva cultura, sentir que se nos escapa así de las manos...
—Esa vara de reacción, Jack... Sin las explicaciones de Mewhu, no creo que ningún hombre de ciencia sea capaz de crear otra. Sería como... como darle a un forjador de espadas de Damasco un trozo de tungsteno y pedirle que lo convierta en filamentos. Ahí estará ese motorcito, siseando cuando lo acerques al suelo, burlándose de ti.
—Y esa telepatía... ¡Qué no hubiera dado B. Rhine por estudiarla!
—Sí. ¿Y qué me dices de su origen? —preguntó Zinsser excitadamente—. No es de este sistema. Quiero decir que usó un vehículo interestelar de alguna especie, o aun ese espacio-tiempo de que hablan los muchachos.
—Tiene que vivir —dijo Jack—. Tiene que vivir o no hay justicia. Son demasiadas cosas las que necesitarnos saber. ¡Harry! Oye, está aquí. Eso quiere decir que algunos de los suyos vendrán algún día.
—Sí. ¿Por qué no vinieron antes?
—Quizá vinieron. Charles Fort...
—Oh —dijo Zinsser—, no pierdas la cabeza.
El doctor volvió.
—Creo que saldrá adelante—dijo.
—¿Realmente?
—No «realmente». No hay nada real en ese personaje. Pero de acuerdo con las apariencias se repondrá. Reacciona muy bien. ¿Qué come?
—Aproximadamente lo que comemos nosotros, me parece.
—Le parece. No sabe mucho de él, entonces.
—No, llegó hace poco. No me pregunte de dónde —dijo Jack. Tendrá que decírselo él.
El doctor se rascó la cabeza.
—No es de este mundo. Eso es indudable. Obviamente adulto, pero todas las fracturas menos una parecen ramas verdes quebradas. Como las de un niño de tres años. Membranas transparentes sobre... ¿De qué se ríe?
Jack había empezado con una risita, pero ahora había perdido todo dominio sobre sí mismo. Reía a carcajadas.
—¡Jack! —dijo Zinsser—. Calla. Estamos en un hos...
Jack alejó la mano de Zinsser con un ademán.
—No puedo impedirlo —dijo, y estalló en otra carcajada.
—¿No puedes impedir qué?
—Reírme —dijo Jack boqueando. Luego pareció calmarse. Tiene que ser divertido, Harry. No dejaré que me parezca otra cosa.
—De qué diablos...
—Mira, Harry. Supusimos muchas cosas de Mewhu. Hablamos de su cultura, su tecnología, su origen. ¡Nunca sabremos nada de eso!
—¿Por qué? ¿Quieres decir que no nos lo dirá?
—No nos dirá nada. Mejor dicho, nos dirá muchas cosas. Pero no nos servirán. Óyeme. Porque tiene nuestro tamaño, porque llegó obviamente en una nave del espacio, porque trajo un objeto o dos que son indudablemente producto de una civilización altamente avanzada, creímos que creó esa civilización, que es un individuo superior en su planeta.
—Bueno, tiene que serlo.
—¿Tiene que serlo? Harry, ¿inventó Molly el automóvil?
—No, pero...
—Pero lo hizo salir por la pared de atrás del garaje.
A Zinsser se le aclaró la cara de luna.
—Quieres decir...
—¡Todo concuerda! ¿Recuerdas cuando a Mewhu se le ocurrió cómo llevar la puerta hasta la casa, y luego dejó el problema a medio terminar? ¿Recuerdas cómo lo fascinaba el yo-yo de Molly? ¿Y la curiosa relación que tenía con Molly? ¿No empieza todo a parecer razonable? La reacción de Iris... casi maternal, aunque ella no sabía por qué.
—Pobre criatura —susurró Zinsser—. Me pregunto si no creía estar entre los suyos cuando aterrizó.
—Pobre criatura, sí —dijo Jacky se echó a reír otra vez—. ¿Puede decirte Molly cómo funciona un motor de combustión interna? ¿Puede explicar cómo fluye el aire sobre la superficie de sustentación de un ala? —Sacudió la cabeza.
— Espera y verás. Mewhu podrá decirnos el equivalente de esta frase de Molly: «Salí de paseo en el coche de papá a ochenta kilómetros por hora».
—Pero ¿cómo llegó aquí?
—¿Cómo salió Molly por la pared de atrás de mi garaje?
El doctor se encogió de hombros.
—Sus reacciones biológicas son las de un niño. Y si es un niño, entonces su poder de restaurar tejidos será muy alto, y garantizo que vivirá.
—No nos servirá de mucho, y tampoco le servirá a él, pobre chico —gruñó Zinsser—. Con la fe de un niño en la inteligencia de los adultos, esperará que lo llevemos a su casa de algún modo. Bueno, no tenemos los medios, ni los tendremos durante mucho, mucho tiempo. Ni siquiera sabemos bastante para duplicar esa vara de reacción... y eso era sólo un juguete infantil en su mundo.
Fin