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    ---------------------

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    Fade In (estándar)


    Fade In Down


    Fade In Up


    Fade In Left


    Fade In Right


    Flash


    Flip


    Flip In X


    Flip In Y


    Heart Beat


    Jack In The box


    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


    Rotate In Up Right


    Rubber Band


    Shake


    Slide In Up


    Slide In Down


    Slide In Left


    Slide In Right


    Swing


    Tada


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    ÍNDICE
  • FAVORITOS
  • Instrumental
  • 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • Bolereando - Quincas Moreira - 3:04
  • Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • España - Mantovani - 3:22
  • Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • Nostalgia - Del - 3:26
  • One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • Osaka Rain - Albis - 1:48
  • Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • Travel The World - Del - 3:56
  • Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • Afternoon Stream - 30:12
  • Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • Evening Thunder - 30:01
  • Exotische Reise - 30:30
  • Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • Morning Rain - 30:11
  • Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • Showers (Thundestorm) - 3:00
  • Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • Vertraumter Bach - 30:29
  • Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • Concerning Hobbits - 2:55
  • Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • Acecho - 4:34
  • Alone With The Darkness - 5:06
  • Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • Awoke - 0:54
  • Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • Cinematic Horror Climax - 0:59
  • Creepy Halloween Night - 1:54
  • Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • Dark Mountain Haze - 1:44
  • Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • Darkest Hour - 4:00
  • Dead Home - 0:36
  • Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:28
  • Everything You Know Is Wrong - 0:46
  • Geisterstimmen - 1:39
  • Halloween Background Music - 1:01
  • Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • Halloween Spooky Trap - 1:05
  • Halloween Time - 0:57
  • Horrible - 1:36
  • Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • Intense Horror Music - Pixabay - 1:37
  • Long Thriller Theme - 8:00
  • Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:42
  • Mix Halloween-1 - 33:58
  • Mix Halloween-2 - 33:34
  • Mix Halloween-3 - 58:53
  • Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • Movie Theme - Insidious - 3:31
  • Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • Movie Theme - Sinister - 6:56
  • Movie Theme - The Omen - 2:35
  • Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • Música - 8 Bit Halloween Story - 2:03
  • Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - 3:08
  • Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - Amanda Flores Todas Las Voces - 3:09
  • Música - For Halloween Witches Brew - 1:07
  • Música - Halloween Surfing With Spooks - 1:16
  • Música - Spooky Halloween Sounds - 1:23
  • Música - This Is Halloween - 2:14
  • Música - This Is Halloween - Animatic Creepypasta Remake - 3:16
  • Música - This Is Halloween Cover By Oliver Palotai Simone Simons - 3:10
  • Música - This Is Halloween - From Tim Burton's The Nightmare Before Christmas - 3:13
  • Música - This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • Música - Trick Or Treat - 1:08
  • Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • Mysterios Horror Intro - 0:39
  • Mysterious Celesta - 1:04
  • Nightmare - 2:32
  • Old Cosmic Entity - 2:15
  • One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • Pandoras Music Box - 3:07
  • Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:58
  • Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • Scary Forest - 2:37
  • Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
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    VELOCIDAD-TIEMPO

    Tiempo Movimiento

    Tiempo entre Movimiento

    Rotar
    ROTAR-VELOCIDAD

    45 90

    135 180
    ROTAR-VELOCIDAD

    ▪ Parar

    ▪ Normal

    ▪ Restaurar Todo
    VARIOS
    Alarma 1
    ALARMA 1

    ACTIVADA
    SINCRONIZAR

    ▪ Si
    ▪ No


    Seleccionar Minutos

    1 2 3

    4 5 6

    7 8 9

    0 X




    REPETIR-APAGAR

    ▪ Repetir

    ▪ Apagar Sonido

    ▪ No Alarma


    REPETIR SONIDO
    1 vez

    ▪ 1 vez (s)

    ▪ 2 veces

    ▪ 3 veces

    ▪ 4 veces

    ▪ 5 veces

    ▪ Indefinido


    SONIDO

    Actual:
    1

    ▪ Ventana de Música

    ▪ 1-Alarma-01
    - 1

    ▪ 2-Alarma-02
    - 18

    ▪ 3-Alarma-03
    - 10

    ▪ 4-Alarma-04
    - 8

    ▪ 5-Alarma-05
    - 13

    ▪ 6-Alarma-06
    - 16

    ▪ 7-Alarma-08
    - 29

    ▪ 8-Alarma-Carro
    - 11

    ▪ 9-Alarma-Fuego-01
    - 15

    ▪ 10-Alarma-Fuego-02
    - 5

    ▪ 11-Alarma-Fuerte
    - 6

    ▪ 12-Alarma-Incansable
    - 30

    ▪ 13-Alarma-Mini Airplane
    - 36

    ▪ 14-Digital-01
    - 34

    ▪ 15-Digital-02
    - 4

    ▪ 16-Digital-03
    - 4

    ▪ 17-Digital-04
    - 1

    ▪ 18-Digital-05
    - 31

    ▪ 19-Digital-06
    - 1

    ▪ 20-Digital-07
    - 3

    ▪ 21-Gallo
    - 2

    ▪ 22-Melodia-01
    - 30

    ▪ 23-Melodia-02
    - 28

    ▪ 24-Melodia-Alerta
    - 14

    ▪ 25-Melodia-Bongo
    - 17

    ▪ 26-Melodia-Campanas Suaves
    - 20

    ▪ 27-Melodia-Elisa
    - 28

    ▪ 28-Melodia-Samsung-01
    - 10

    ▪ 29-Melodia-Samsung-02
    - 29

    ▪ 30-Melodia-Samsung-03
    - 5

    ▪ 31-Melodia-Sd_Alert_3
    - 4

    ▪ 32-Melodia-Vintage
    - 60

    ▪ 33-Melodia-Whistle
    - 15

    ▪ 34-Melodia-Xiaomi
    - 12

    ▪ 35-Voz Femenina
    - 4

    Alarma 2
    ALARMA 2

    ACTIVADA
    Seleccionar Hora y Minutos

    Avatar - Elegir
    AVATAR - ELEGIR

    Desactivado SM
    ▪ Abrir para Selección Múltiple

    ▪ Cerrar Selección Múltiple
    AVATAR 1-2-3

    Avatar 1

    Avatar 2

    Avatar 3
    AVATAR 4-5-6-7

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    AVATAR 1-2-3

    Avatar1

    Avatar 2

    Avatar 3
    AVATAR 4-5-6-7

    Avatar 4

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    Avatar 6

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    TAMAÑO

    Avatar 1(
    10%
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    10%
    )


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    )


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    )


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    10%
    )


    Avatar 7(
    10%
    )

    20 40

    60 80

    100
    Más - Menos

    10-Normal
    ▪ Quitar
    Colores - Posición Paleta
    Elegir Color o Colores
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    FILTROS

    ELEMENTO

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    Dos Puntos
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    Slide
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    FILTRO

    Blur
    (0 - 20)

    Contrast
    (1 - 1000)

    Hue-Rotate
    (0 - 358)

    Sepia
    (1 - 100)
    VALORES

    ▪ Normal

    Fondo - Opacidad
    Generalizar
    GENERALIZAR

    ACTIVAR

    DESACTIVAR

    ▪ Animar Reloj
    ▪ Avatares y Cambio Automático
    ▪ Bordes Color, Cambio automático y Sombra
    ▪ Filtros
    ▪ Filtros, Cambio automático
    ▪ Fonco 1 - Color y Cambio automático
    ▪ Fondo 2 - Color y Cambio automático
    ▪ Fondos Texto Color y Cambio automático
    ▪ Imágenes para Efectos y Cambio automático
    ▪ Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    ▪ Ocultar Reloj
    ▪ Ocultar Reloj - 2
    ▪ Reloj y Avatares 1-2-3 Movimiento Automático
    ▪ Rotar-Voltear-Rotación Automático
    ▪ Tamaño
    ▪ Texto - Color y Cambio automático
    ▪ Tiempo entre efectos
    ▪ Tipo de Letra y Cambio automático
    Imágenes para efectos
    Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    M-V-A-R IMAGEN DEL SLIDE

    VOLTEAR-ESPEJO

    ▪ Voltear

    ▪ Normal
    SUPERIOR-INFERIOR

    ▪ Arriba (s)

    ▪ Centrar

    ▪ Inferior
    MOVER

    Abajo - Arriba
    REDUCIR-AUMENTAR

    Aumentar

    Reducir

    Normal
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    Más - Menos
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    Restablecer Reloj
    PROGRAMACIÓN

    Programar Reloj
    PROGRAMAR RELOJ

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

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    H= M= R=
    -------
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    -------
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    Programar Estilo
    PROGRAMAR ESTILO

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    ▪ Activar

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    H= M= E=
    -------
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    Programar RELOJES
    PROGRAMAR RELOJES


    DESACTIVADO
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    Almacenar

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    Relojes a cambiar

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    T X


    Programar ESTILOS
    PROGRAMAR ESTILOS


    DESACTIVADO
    ▪ Activar

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    Cambiar cada

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    ESTILOS #

    A B C D

    E F G H

    I J K L

    M N O P

    Q R S T

    U TODO X


    Programar lo Programado
    PROGRAMAR LO PROGRAMADO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar
    Programación 1

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 2

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

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    Programación 3

    Reloj:
    h m

    Estilo:
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    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

    ▪1
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    ▪3


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    ▪5
    ▪6
    Borrar Programación
    HORAS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

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    MINUTOS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X


    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
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    LA TORRE DEL ELEFANTE (Robert E. Howard)

    Publicado en abril 22, 2012
    (Serie Conan)


    Las antorchas resplandecían lóbregamente en las fiestas del Maul, donde los ladrones del este celebraban el carnaval por la noche. En el Maul podían estar de juerga y hacer todo el ruido que quisieran, puesto que las personas decentes evitaban esos barrios y los guardianes, bien pagados con monedas de todas clases, no interferían en sus diversiones. A lo largo de las callejuelas tortuosas y sin empedrar, llenas de basura y de charcos fangosos, los juerguistas borrachos caminaban tambaleándose y gritando estrepitosamente. El acero relucía en las sombras de donde provenían las risas estridentes de las mujeres y los ruidos de escaramuzas y peleas. La pálida luz de las antorchas se reflejaba a través de las ventanas rotas y de las puertas abiertas de par en par, y en el exterior, el olor a rancio del vino y de los cuerpos sudorosos, el clamor de los bebedores que golpeaban las duras mesas con los puños y cantaban canciones obscenas, sorprendían como una bofetada en pleno rostro.



    Las risotadas resonaban estrepitosamente en el techo bajo y manchado por el humo de uno de aquellos antros donde se reunían pícaros de todo tipo luciendo toda clase de andrajos y harapos; había rateros furtivos, raptores lascivos, ladrones de dedos ágiles, bravucones jactanciosos con sus mozas, mujeres de voces estridentes vestidas con ropas no menos chillonas. Los bribones del lugar eran mayoría: zamorios de piel oscura y ojos negros, con dagas en sus cintos y astucia en los corazones. Pero también había allí lobos de varios pueblos extranjeros. Llamaba la atención un gigante hiperbóreo renegado, taciturno, peligroso, con un sable colgando de su lúgubre y feroz corpachón, puesto que los hombres llevaban el acero sin disimulo en el Maul. Había también un falsificador shemita, de nariz ganchuda y rizada barba de color negro azulado. Un poco más allá, una moza brithunia de mirada descarada sentada sobre las rodillas de un hombre de Gunderland de cabello leonado; se trataba de un mercenario errante, un desertor de algún ejército derrotado. Y el obeso y grosero bribón, cuyas bromas procaces eran motivo de regocijo general, era un secuestrador profesional que había venido de la lejana tierra de Koth para enseñar a los zamorios a raptar mujeres, si bien estos conocían mucho mejor este arte de lo que aquel hombre pudiera saber jamás. El kothio hizo una pausa en la descripción de los encantos de una de sus posibles víctimas y se llevó a la boca una enorme jarra de espumosa cerveza. Luego se lamió los gruesos labios y dijo:

    —Por Bel, dios de los ladrones, que voy a enseñarles cómo se roba una mujer; estará del otro lado de la frontera de Zamora antes del amanecer, y allí habrá una caravana esperándola. Un conde de Ofir me prometió trescientas piezas de plata por una esbelta joven brithunia de buena familia. Estuve vagando varias semanas por las ciudades fronterizas, donde me hacía pasar por mendigo, hasta que encontré una que valiera la pena. ¡Ah, qué guapa es esta golfa!

    Cuando terminó de decir esto echó al aire un beso lascivo.

    —Conozco señores de Shem que darían por ella el secreto de la Torre del Elefante —dijo volviendo a su cerveza.

    Alguien tiró de la manga de su túnica y el hombre volvió la cabeza, frunciendo el entrecejo por la interrupción. Vio entonces a un joven alto y corpulento que se encontraba de pie a su lado. El desconocido estaba tan fuera de lugar en ese antro como un lobo gris entre las ratas de las cloacas. Su pobre y raída túnica dejaba ver las fornidas líneas de su fuerte cuerpo, sus anchos y recios hombros, el pecho macizo, la fina cintura y los brazos fuertes y musculosos. Su piel estaba bronceada por soles remotos, sus ojos eran azules y fogosos, y una desgreñada melena negra coronaba su amplia frente. De su cinto colgaba una espada dentro de una vieja vaina de cuero.

    El hombre de Koth retrocedió involuntariamente, porque el hombre no pertenecía a ninguna de las razas civilizadas que conocía.

    —Has mencionado la Torre del Elefante —dijo el forastero hablando en lengua zamoria con acento extranjero—. He oído muchas cosas acerca de esa torre. ¿Cuál es su secreto?

    La actitud del muchacho no parecía amenazadora, y el valor del kothio había aumentado por efectos de la cerveza y la manifiesta aprobación del público. El hombre lo miró henchido de vanidad y dijo:

    —¿El secreto de la Torre del Elefante? —exclamó—. Bueno, cualquier imbécil sabe que el sacerdote Yara vive allí con la enorme joya llamada Corazón de Elefante; ése es el secreto de su magia.

    El bárbaro estuvo callado un momento asimilando estas palabras.

    —Yo he visto esa torre —dijo—. Está en un enorme jardín situado en lo alto de la ciudad y rodeado de elevadas murallas. No he visto guardianes. Las murallas parecían fáciles de escalar. ¿Por qué nadie ha robado esa misteriosa piedra preciosa?

    El hombre de Koth se quedó boquiabierto ante la ingenuidad del muchacho y se echó a reír con carcajadas burlonas, a las que se sumaron todos los presentes.

    —¡Escuchad a este pagano salvaje! —vociferó—. ¡Pretende robar la joya de Yara! ¡Escucha, muchacho! —dijo dirigiéndole una mirada siniestra al joven—. Vaya, supongo que eres una especie de bárbaro del norte.
    —Soy cimmerio —respondió el forastero con tono poco amistoso.

    La respuesta y el modo en que lo dijo no significaban casi nada para el hombre de Koth; se trataba de un remoto reino del sur, en las fronteras de Shem, y él sólo conocía vagamente a las razas del norte.

    —Entonces presta atención y aprende, muchacho —dijo apuntando con su jarra de cerveza al desconcertado joven—. Debes saber que en Zamora, y especialmente en esta ciudad, hay más intrépidos ladrones que en cualquier otro lugar del mundo, incluido Koth. Si algún mortal hubiera sido capaz de robar la piedra preciosa, puedes estar seguro que habría desaparecido hace mucho tiempo. Tú hablas de escalar las murallas, pero una vez que lo hubieras hecho, desearías irte inmediatamente. Por la noche no hay guardianes, es decir, guardianes humanos, en los jardines por una buena razón. Pero en el cuarto de guardia, en la parte inferior de la torre, hay hombres armados, y aun si lograras escabullirte entre los que rondan por los jardines de noche, tendrías que eludir a los soldados, porque la gema está guardada en algún lugar de la parte superior de la torre.
    —Pero si alguien consiguiera atravesar los jardines —arguyó el cimmerio—, ¿por qué no iba a poder llegar hasta la gema por la parte superior de la torre, eludiendo de ese modo a los soldados?

    El hombre de Koth lo miró atónito una vez más.

    —¡Oíd lo que dice! —gritó en tono burlón—. ¡Este bárbaro debe de ser un águila capaz de volar hasta el borde enjoyado de la torre, que se halla a tan sólo cincuenta metros de altura, y que tiene las paredes más lisas y resbaladizas que el cristal pulido!

    El cimmerio miró furioso a su alrededor, molesto por las carcajadas burlonas con que los presentes acogieron estas palabras. Él no veía nada gracioso en ello y era demasiado ajeno a la civilización para comprender la falta de cortesía. Los hombres civilizados son menos amables que los salvajes porque saben que pueden ser más descorteses sin correr el riesgo que les partan la cabeza. Estaba desconcertado y contrariado y habría salido corriendo de allí, avergonzado, pero el kothio decidió seguir mortificándole.

    —¡Anda, anda! —gritó—. ¡Cuéntales a estos pobres hombres, que han sido ladrones desde antes que a ti te engendraran, diles cómo robarías tú la piedra!
    —Siempre hay alguna manera de hacerlo, si el deseo está unido al valor —contestó el cimmerio en tono tajante y lleno de rabia.

    El hombre de Koth lo tomó como un insulto personal y se puso rojo de ira.

    —¡Cómo! —bramó—. ¿Te atreves a enseñarnos nuestro oficio, y a insinuar que somos unos cobardes? ¡Vete! ¡Fuera de mi vista! —gritó empujando al cimmerio con violencia.
    —¿Primero te burlas de mí y ahora me pones las manos encima? —dijo el bárbaro con tono crispado, sintiendo que le invadía la cólera y devolviendo el empujón con un manotazo que hizo caer al hombre que lo molestaba de espaldas sobre la tosca mesa.

    La cerveza se derramó sobre la cara del kothio y éste desenvainó la espada hecho una furia.

    —¡Perro pagano! —vociferó—. ¡Te voy a arrancar el corazón por esto!

    El acero centelleó y los presentes se apartaron rápida y desordenadamente. En su desbandada tiraron la única vela que había allí, y el antro quedó a oscuras; se oyó el ruido de bancos rotos, los pasos rápidos de la gente que huía, gritos y blasfemias de individuos que tropezaban y caían encima de otros, y un estruendoso grito de agonía que cortó el alboroto como un cuchillo. Cuando volvieron a encender la vela, la mayor parte de los parroquianos habían huido por las puertas y ventanas rotas, y los demás se apretujaban detrás de los barriles de vino y debajo de las mesas. El bárbaro había desaparecido; el centro de la habitación estaba desierto, con excepción del cuerpo apuñalado del hombre de Koth. El cimmerio lo había matado en medio de la oscuridad y la confusión, con el infalible instinto de los bárbaros.

    Las pálidas luces y el jolgorio de los borrachos se desvanecían detrás del cimmerio. El joven se quitó la desgarrada túnica y caminó desnudo por las callejuelas oscuras sin más atuendo que el taparrabo y las sandalias atadas con correas a sus piernas. Se movía con la suave agilidad natural de un tigre, y sus músculos acerados se marcaban como ondas bajo la piel bronceada.

    Llegó al sector de la ciudad reservado a los templos. Por todas partes brillaban a la luz de las estrellas las níveas columnas de mármol, las cúpulas doradas y los arcos plateados, los altares de los innumerables y extraños dioses de Zamora. El muchacho no pensó mucho en esos dioses; sabía que la religión de los zamorios, como todo lo que se refería a un pueblo civilizado y asentado desde hace mucho tiempo en el lugar, era intrincada y compleja y había perdido en gran medida su prístina esencia original en medio de un laberinto de fórmulas y rituales. Había estado muchas horas en cuclillas en los patios de los filósofos, escuchando los razonamientos y discusiones de teólogos y maestros, y se había ido de allí confuso y perplejo y con una sola idea clara: que estaban todos locos.

    Sus dioses eran simples y comprensibles; Crom era su jefe y vivía en una gran montaña, desde donde sentenciaba el destino y la muerte de los hombres. Era inútil invocar a Crom, porque era un dios tenebroso y salvaje que odiaba a los débiles. Pero insuflaba valor a los hombres en el momento de nacer, así como la voluntad y el poder de matar a los enemigos, lo que, para la mentalidad del cimmerio, era lo único que cabría esperar de un dios.

    Las sandalias del joven no hacían ruido al caminar por el reluciente empedrado. No había guardianes, porque hasta los ladrones del Maul evitaban los templos, pues se sabía que habían caído extrañas maldiciones sobre los violadores. Delante de él, recortada contra el cielo, Conan vio la Torre del Elefante. Se preguntó asombrado por qué le habrían dado ese nombre. Nadie parecía saberlo. Nunca había visto un elefante, pero tenía la vaga noción que se trataba de un animal monstruoso, con una cola delante y otra detrás. Eso, al menos, es lo que le había dicho un shemita errante, que le juró que había visto miles de animales como ésos en la tierra de los hirkanios; pero era bien sabido lo mentirosos que son los hombres de Shem. De todos modos, no había elefantes en Zamora.

    La torre resplandecía con un fulgor frío bajo el cielo nocturno. A la luz del sol, en cambio, su brillo era tan deslumbrante que pocas personas podían soportarlo. Se decía que estaba hecha de plata. Era redondeada y tenía la forma de un cilindro fino y perfecto, de casi cincuenta metros de altura, y su borde brillaba a la luz de las estrellas debido a las enormes joyas que lo adornaban. La torre se alzaba entre los árboles exóticos y cimbreantes de un jardín situado a gran altura. Había una gran muralla alrededor de este jardín y por fuera un terreno intermedio rodeado asimismo por un muro. No se veía ninguna luz; parecía que la torre no tuviera ventanas, al menos por encima del nivel de la muralla interior. Tan sólo las gemas de la cúpula brillaban con un resplandor helado bajo el firmamento.

    Los matorrales cubrían parte de la muralla exterior, de menor altura. El cimmerio se acercó al paredón y lo midió con la mirada. Era alto, pero él podría saltar y alcanzar el borde con los dedos. Luego sería un juego de niños tomar impulso y pasar al otro lado, y no tenía ninguna duda que podría salvar la muralla interior de la misma manera. Pero vaciló al pensar en los extraños peligros que, según se decía, le esperaban a quien entrase allí. Esa gente le resultaba extraña y misteriosa; no eran de raza y ni siquiera tenían la misma sangre que los brithunios más occidentales, los nemedios, los kothios y los aquilonios, de cuyas culturas y misterios había oído hablar. Los zamorios, en cambio, eran un pueblo muy antiguo y, por lo que pudo apreciar, muy maligno.

    Pensó en Yara, el sumo sacerdote que condenaba a los hombres y lanzaba extrañas maldiciones desde su enjoyada torre, y se le pusieron los pelos de punta al recordar la leyenda que le contó un paje ebrio de la corte, según la cual Yara se había reído en la cara de un príncipe hostil y alzó delante de él una gema que brillaba con un resplandor incandescente y maligno de la que emergieron unos rayos cegadores que envolvieron al príncipe; éste cayó al suelo dando un grito y quedó reducido a un marchito bulto oscuro que se convirtió en una araña negra y, cuando ésta trató de huir frenéticamente, Yara la aplastó con el pie.

    Yara no salía con frecuencia de su torre mágica, y cuando lo hacía era para lanzar una maldición y hacer el mal a algún hombre o pueblo. El rey de Zamora le temía más que a la muerte, y estaba siempre borracho porque era la única forma de soportar el miedo. Yara era muy viejo; la gente decía que tenía cientos de años y agregaba que viviría eternamente debido al poder mágico de su piedra preciosa, que los hombres llamaban Corazón de Elefante. Ésta era la única razón por la que llamaban Torre del Elefante a su morada.

    El cimmerio, enfrascado en estos pensamientos, corrió rápidamente hacia la muralla. Oyó unos pasos quedos dentro del jardín y un sonido metálico de acero y se dijo que, a pesar de lo que afirmaban, un guardián rondaba por aquellos jardines. Conan esperó para ver si lo oía pasar nuevamente, pero el silencio era total en aquellos misteriosos jardines.

    Finalmente la curiosidad pudo más que él. Dio un ligero salto, apoyó una mano en la muralla y de un impulso saltó hacia arriba. Se tendió de bruces sobre el ancho borde y miró hacia abajo para observar el amplio espacio que había entre las murallas. No había ningún arbusto, pero vio unas matas cuidadosamente recortadas cerca de la muralla interior. La luz de las estrellas alumbraba el cuidado césped y se oía el rumor de una fuente.

    El cimmerio se dejó caer sigilosamente hacia el interior y desenvainó la espada mirando en todas direcciones. Se estremeció de miedo como todos los salvajes cuando se ven sin protección bajo la desnuda luz de las estrellas, y avanzó con paso ligero hacia la curva de la muralla, pegado a su sombra, hasta que se encontró frente al matorral que había visto antes. Entonces corrió velozmente hacia allí y casi tropezó contra un bulto que había en el suelo entre los arbustos.

    Una rápida mirada en todas direcciones le aseguró que no había ningún enemigo a la vista; entonces se agachó para investigar. Sus agudos ojos le permitieron descubrir, aun en la semioscuridad, a un hombre corpulento que llevaba una armadura plateada y el casco con penacho de la guardia real zamoria. Junto a él había un escudo y una lanza y se dio cuenta de inmediato que el hombre había sido estrangulado. El bárbaro miró preocupado a su alrededor. Supo en seguida que aquel hombre debía de ser el guardia que había oído pasar desde su escondite. En ese breve intervalo de tiempo unas manos anónimas habían emergido de la oscuridad para quitarle hasta el último hálito de vida al soldado.

    Aguzando la vista en la penumbra, vio que alguien se movía entre los arbustos próximos a la muralla. Se dirigió hacia allí empuñando la espada. No hizo más ruido que el que hubiera hecho una pantera acechando furtivamente en la noche, pero a pesar de ello el hombre al que seguía lo oyó. El cimmerio alcanzó a ver un enorme cuerpo cerca de la muralla y se sintió aliviado al comprobar que al menos era una figura humana; entonces el individuo giró rápidamente sobre sus talones y lanzó un grito de asombro que denotaba pánico, hizo ademán de dar un salto hacia adelante, con las manos extendidas, pero retrocedió al ver el brillo de la espada de Conan. Durante unos segundos llenos de tensión ninguno dijo una palabra, sino que esperaron atentos a lo que pudiera ocurrir.

    —Tú no eres soldado —dijo finalmente el extraño en voz muy baja—. Tú eres un ladrón igual que yo.
    —¿Y quién eres tú? —preguntó el cimmerio con un susurro receloso.
    —Soy Taurus de Nemedia.

    El joven bárbaro bajó su espada y dijo:

    —He oído hablar de ti. Todos te llaman el príncipe de los ladrones.

    El extraño le contestó con una risa contenida. Taurus era tan alto como el cimmerio, pero más corpulento; aunque tenía un voluminoso vientre y era gordo, cada uno de sus movimientos denotaba un magnetismo dinámico y sutil, que se reflejaba en sus penetrantes ojos que brillaban como centellas, llenos de vida, aun a la luz de las estrellas. Iba descalzo y llevaba algo que parecía una cuerda fuerte y delgada enrollada, con nudos distribuidos en forma regular.

    —¿Quién eres? —susurró.
    —Soy Conan el cimmerio —contestó el joven—. He venido a ver si podía robar la gema de Yara, que todos llaman Corazón de Elefante.

    Conan notó que el enorme vientre se sacudía por las risas contenidas del nemedio, pero se dio cuenta que no eran despectivas.

    —¡Por Bel, dios de los ladrones! —dijo Taurus entre dientes—. Yo había pensado que era el único con valor suficiente para intentar este robo. Estos zamorios se consideran ladrones. ¡Bah! Conan, me gusta tu osadía. Nunca he compartido una aventura con nadie, pero por Bel que vamos a intentar esto juntos, si estás de acuerdo.
    —Entonces, ¿tú también estás en busca de la gema?
    —¿Qué otra cosa podía buscar? He estado trazando mis planes durante meses, pero me parece que tú, en cambio, has actuado en forma impulsiva, amigo.
    —¿Eres tú quien ha matado al soldado?
    —Por supuesto. Me arrastré por la muralla cuando él estaba en el otro extremo del jardín. Cuando me escondí entre los matorrales me oyó, o creyó haber oído algo. En el momento en que cometió el error de venir hacia mí, fue muy fácil ponerme detrás de él y apretarle el cuello por sorpresa, asfixiándolo hasta que exhalara el último suspiro de su necia vida. Era, como casi todos los hombres, medio ciego en la oscuridad.
    —Pero has cometido un error —dijo Conan.

    Los ojos de Taurus se encendieron de cólera cuando dijo:

    —¿Un error, yo? ¡Imposible!
    —Deberías haber ocultado el cadáver entre los arbustos.
    —El novato pretende enseñar su arte al maestro. Debes saber que no cambian la guardia hasta pasada la medianoche. Si alguien viene a buscarlo ahora y encuentra su cuerpo, irá a comunicarle inmediatamente la noticia a Yara, lo que nos daría tiempo para escapar. Pero si no lo hallaran, rastrearán los arbustos y nos atraparán como a ratas en una trampa.
    —Tienes razón —admitió Conan.
    —Así es. Ahora escucha. Estamos perdiendo tiempo con esta maldita discusión. No hay guardianes en el jardín interior, quiero decir guardianes humanos, aunque hay centinelas que son mucho más peligrosos aún. Es su presencia la que me ha detenido durante tanto tiempo, pero finalmente he descubierto una forma de burlarlos.
    —¿Y qué me dices de los soldados que vigilan en la parte inferior de la torre?
    —El viejo Yara vive en las habitaciones superiores. Por ese camino entraremos... y saldremos, espero. No me preguntes cómo. He planeado una forma de hacerlo. Nos introduciremos furtivamente por la parte superior de la torre y estrangularemos al viejo Yara antes que nos pueda hechizar con alguno de sus condenados maleficios. Al menos lo intentaremos; corremos el riesgo que nos convierta en arañas o en sapos asquerosos, pero por otro lado tenemos la posibilidad de obtener toda la riqueza y el poder del mundo. Un buen ladrón debe saber correr riesgos.
    —Iré hasta donde sea —dijo Conan, quitándose las sandalias.
    —Entonces, sígueme.

    Taurus terminó de decir esto y se volvió, tomó impulso, se aferró a la muralla y saltó. La agilidad de aquel hombre era asombrosa, teniendo en cuenta su tamaño; parecía casi deslizarse hacia el borde del muro. Conan lo siguió y cuando estaban de bruces sobre el ancho paredón, hablaron en voz baja.

    —No veo ninguna luz —dijo Conan entre dientes.

    La parte inferior de la torre se parecía mucho a la parte que se veía desde fuera del jardín: un cilindro perfecto y brillante, que no parecía tener ninguna abertura.

    —Hay puertas y ventanas hábilmente construidas —respondió Taurus—. Pero están cerradas. Los soldados respiran el aire que viene de arriba.

    El jardín era un vago conjunto de sombras cubiertas de pequeños árboles donde se balanceaban sobriamente en la oscuridad ligeros arbustos. El cauto espíritu de Conan sintió el aura amenazadora que se cernía sobre aquel lugar. Percibió la mirada ardiente de unos ojos invisibles y sintió un aroma sutil que le erizó instintivamente el pelo de la nuca como a los sabuesos cuando huelen la presencia de su antiguo enemigo.

    —Sígueme —susurró Taurus—. Ven detrás de mí, si aprecias en algo tu vida.

    Extrayendo de su cinto lo que parecía ser un tubo de cobre, el nemedio se dejó caer nuevamente encima del césped interior. Conan lo seguía de cerca con la espada preparada, pero Taurus lo empujó hacia atrás, contra la pared, y se quedó inmóvil. Estaba en una actitud de tensa expectación y su mirada, al igual que la de Conan, estaba fija en las sombras de los arbustos que había cerca de allí. La mata se movía a pesar que la brisa había dejado de soplar. En ese momento vieron dos enormes ojos resplandecientes entre las ondulantes sombras y detrás de estos pudieron ver otros destellos de fuego que centelleaban en la oscuridad.

    —¡Leones! —musitó Conan.
    —Sí. De día los encierran en unas cavernas subterráneas que hay debajo de la torre. Por eso no hay guardianes en este jardín. Conan contó rápidamente los ojos y dijo:
    —Yo veo cinco, pero quizá haya más en los matorrales. Nos atacarán de un momento a otro.
    —¡Silencio! —dijo Taurus en voz muy baja apartándose del muro con prudencia, como si estuviera caminando sobre cuchillas, y alzando el delgado tubo.

    Se oían ruidos sordos provenientes de las sombras y se veía avanzar los ojos resplandecientes. Conan percibió las inmensas mandíbulas babeantes y las colas que azotaban el aire en todas direcciones. La tensión era insoportable. El cimmerio empuñó la espada, a la espera del inevitable ataque de los gigantescos cuerpos. Entonces Taurus se llevó el extremo del tubo a los labios y sopló con fuerza. Un gran chorro de polvo dorado salió por el otro extremo y se extendió instantáneamente formando una densa nube de color verde amarillento que cubrió los arbustos, ocultando los resplandecientes ojos.

    Taurus corrió apresuradamente hacia el muro. Conan lo miró sin comprender. La densa nube ocultaba los matorrales y no se oía nada.

    —¿Qué es ese polvo? —preguntó el joven, preocupado.
    —¡Es la muerte! —dijo el nemedio con tono sibilante—. Si se levantara viento y soplara en nuestra dirección, tendríamos que huir saltando la muralla. Pero no, no se ha levantado viento y la nube se está disipando. Espera hasta que desaparezca del todo. Respirar ese polvo supone la muerte.

    Finalmente quedaron flotando sólo unas tenues nubecillas amarillentas en el aire; cuando desaparecieron, Taurus indicó a su compañero con la mano que avanzara. Se dirigieron sigilosamente hacia los arbustos y Conan se quedó boquiabierto. Tendidos en el suelo entre las sombras yacían cinco cuerpos de color pardo cuya mirada feroz se había extinguido para siempre. Un olor dulzón y empalagoso persistía en el aire.

    —¡Murieron sin lanzar un solo rugido! —murmuró el cimmerio—. Taurus, ¿qué era ese polvo?
    —Estaba hecho con flores de loto negro, que crecen en las selvas remotas de Khitai, en la que sólo habitan los monjes de cráneo amarillo de Yun. Esas flores causan la muerte al que las huele.

    Conan se arrodilló al lado de los enormes animales muertos, asegurándose que no podían hacerle daño. Movió la cabeza pensando que la magia de las tierras exóticas era terrible y misteriosa a los ojos de los bárbaros del norte.

    —¿Por qué no matamos a los soldados de la torre de la misma manera? —preguntó el muchacho.
    —Porque ése era todo el polvo que tenía. Su obtención fue una hazaña que por sí sola hubiera bastado para hacerme famoso entre todos los ladrones del mundo. Lo robé de una caravana que se dirigía a Estigia, y me apoderé de él, con su bolsa tejida con hilos de oro, tomándola entre los anillos de la inmensa serpiente que lo cuidaba, sin siquiera despertarla. ¡Pero, vamos ya, por Bel! ¿Vamos a pasar toda la noche hablando?

    Entonces se arrastraron entre los arbustos hasta llegar a la fulgurante base de la torre, y allí, imponiendo silencio con un gesto, Taurus desenrolló la cuerda de nudos, en uno de cuyos extremos había un fuerte gancho de acero. Conan intuyó cuál era su plan y no hizo ninguna pregunta. Entre tanto, el nemedio tomó la soga a corta distancia del gancho y comenzó a hacerlo girar sobre su cabeza. Conan apoyó su oreja sobre la lisa superficie del muro para ver si escuchaba algo, pero no oyó nada. Evidentemente, los soldados que estaban dentro no sospechaban la presencia de los intrusos, que habían hecho menos ruido que el viento de la noche soplando entre los árboles. Sin embargo, el bárbaro sentía un extraño nerviosismo. Tal vez fuera por el olor de los leones, que se percibía en todas partes.

    Taurus lanzó la cuerda con un movimiento uniforme y ondulante de su fuerte brazo. El gancho trazó una extraña curva, difícil de describir, y desapareció por encima del enjoyado borde. Aparentemente quedó bien sujeto, pues los cuidadosos tirones del hombre no consiguieron aflojarlo.

    —Suerte al primer intento —murmuró Taurus—. Ahora...

    El salvaje instinto de Conan hizo que se volviera súbitamente, porque la muerte que estaba encima de ellos era silenciosa. Un vistazo bastó para que el cimmerio viera la gigantesca sombra parda, erguida bajo el firmamento, preparándose para el ataque mortal. Ningún hombre civilizado se habría movido con la rapidez del bárbaro. Su espada centelleó helada bajo la luz de las estrellas, impulsada por la fuerza y el valor desesperado del joven, y en ese momento el hombre y la bestia rodaron juntos por el suelo.

    Maldiciendo de modo incoherente para sus adentros, Taurus se agachó para observar los cuerpos y vio que las extremidades de su compañero se movían tratando de quitarse de encima el enorme peso fláccido que tenía sobre su cuerpo. El nemedio miró y vio asombrado que el león estaba muerto, con el cráneo partido en dos. Taurus sujetó el cuerpo del animal muerto y; con su ayuda, Conan lo empujó a un lado y se levantó aferrando aún su espada manchada de sangre.

    —¿Estás herido, amigo? —preguntó boquiabierto Taurus, todavía perplejo por la pasmosa rapidez con la que había ocurrido todo.
    —¡Por Crom, no! —respondió el bárbaro—. Pero me he librado por poco. ¿Por qué esa maldita bestia no rugió en el momento de atacar?
    —Todo es extraño en este jardín —dijo Taurus—. Los leones atacan en silencio, al igual que las otras muertes. Pero sigamos; aunque hemos hecho poco ruido en la pelea, los soldados pueden haber oído algo, a menos que estén dormidos o borrachos. Esa fiera estaba en alguna otra parte del jardín y escapó a la muerte de las flores, pero seguramente ya no hay más animales. Ahora debemos trepar por esta cuerda; imagino que no es necesario preguntar a un cimmerio si puede hacerlo.
    —Si resiste mi peso —dijo Conan con un gruñido, mientras limpiaba su espada en la hierba.
    —Puede aguantar tres veces mi propio peso —repuso Taurus—. Está hecha con trenzas de mujeres muertas, que yo mismo tomé de sus tumbas a medianoche, y que luego sumergí en la mortífera savia del árbol de upas, para hacerlas resistentes. Yo subiré primero, y luego me seguirás tú de cerca.

    El nemedio aferró la soga enganchando una rodilla en ella, y comenzó el ascenso; subió como un gato, a pesar de la aparente torpeza de su pesado cuerpo. El cimmerio fue tras él. La cuerda oscilaba y giraba sobre sí misma, pero los hombres siguieron escalando. Ambos habían trepado por lugares más difíciles en otras ocasiones. Veían el resplandor del borde enjoyado de la torre por encima de ellos, que sobresalía un poco de la pared perpendicular, de modo que la cuerda colgaba unos cincuenta centímetros a los lados de la torre, lo que facilitaba el ascenso.

    Continuaron trepando en silencio, viendo cómo las luces de la ciudad se hacían más pequeñas a medida que subían, y el brillo de las estrellas se atenuaba por el resplandor de las joyas que adornaban el borde del edificio. Por fin Taurus tendió una mano y se aferró al borde y con un impulso saltó al otro lado. Conan se detuvo un momento en el borde mismo, fascinado por las enormes y frías joyas cuyo fulgor lo deslumbraba. Había diamantes, rubíes, esmeraldas, zafiros, turquesas y piedras de la luna incrustadas como rutilantes estrellas en un cielo de plata luciente. Desde lejos su brillo se fundía en un solo resplandor blanco, pero ahora, de cerca, centelleaban con un millón de matices que cubrían todo el arco iris, hipnotizando al muchacho con sus reverberaciones.

    —Aquí hay una fabulosa fortuna, Taurus —susurró el joven.
    —¡Apresúrate! Si conseguimos el Corazón, esto y todo lo demás será nuestro —le contestó el nemedio con un gesto de impaciencia.

    Conan trepó por el fulgurante borde. El techo de la torre estaba unos metros por debajo del saliente enjoyado. Era plano y estaba hecho de una sustancia de color azul oscuro, amalgamado en oro, de modo que el conjunto parecía un enorme zafiro salpicado de brillantes polvos de oro. Del otro lado parecía haber una especie de habitación construida sobre el techo, del mismo material que las paredes de la torre, adornada con figuras hechas con gemas más pequeñas; la única puerta que se veía era de oro macizo con paneles labrados e incrustaciones de piedras preciosas que resplandecían con un fulgor helado.

    Conan lanzó una mirada hacia el rutilante océano de luces que se desplegaban a lo lejos, y miró a Taurus. El nemedio estaba recogiendo y enrollando la soga. Enseñó a Conan el lugar en el que se había enganchado el acero y pudieron ver que la punta había quedado sujeta debajo de una resplandeciente joya en el lado interior del borde.

    —Tuvimos suerte una vez más —musitó el hombre—. Era de imaginar que el peso de ambos podría haber destrozado la piedra. Ahora sígueme, que los verdaderos peligros de nuestra aventura acaban de empezar. Estamos en la guarida de la serpiente, y no sabemos dónde está escondida.

    Atravesaron a rastras la misteriosa y brillante terraza como tigres detrás de su presa y se detuvieron delante de la puerta de oro. Con mano cautelosa y hábil, Taurus la empujó un poco y ésta se abrió sin ofrecer resistencia; ambos miraron hacia el interior, en guardia contra lo que pudiera suceder. Por encima del hombro del nemedio, Conan vio una resplandeciente habitación, cuyas paredes, cielo raso y suelo estaban cubiertos de enormes joyas blanquecinas que la iluminaban con un brillo deslumbrante. No había señales de vida.

    —Antes de cortar nuestra retirada —dijo Taurus en voz baja—, vuelve al borde de la torre y mira en todas direcciones. Si ves algún movimiento de soldados en los jardines o cualquier otra señal sospechosa, vuelve a decírmelo. Yo te espero aquí.

    Conan no veía razones para ello, por lo que tuvo una leve sospecha en su cauto ánimo respecto a su compañero, pero a pesar de ello hizo lo que Taurus le pedía. En cuanto Conan se dio la vuelta, el nemedio se deslizó hacia el interior de la habitación y la cerró por dentro. Conan se arrastró hacia el borde de la torre y después de comprobar que no había ningún movimiento sospechoso en los ondulantes matorrales de abajo, regresó a la puerta de la torre, y de repente oyó un grito ahogado desde el interior.

    El cimmerio, electrizado, dio un salto y la puerta se abrió de par en par, dejando ver la silueta de Taurus recortada contra el frío fulgor del fondo. El hombre se tambaleó y sus labios se entreabrieron, pero sólo se oyó un estertor seco. Aferrándose a la puerta dorada en busca de apoyo, dio unos pasos vacilantes por la terraza y luego se desplomó de bruces, apretándose la garganta. La puerta se cerró a sus espaldas.

    Conan, encogido como una pantera acorralada, no vio nada detrás del nemedio herido en el breve instante en que la puerta estuvo abierta, salvo una engañosa sombra que cruzó como una flecha por el reluciente suelo. Nadie vino detrás de Taurus a la terraza, y Conan se inclinó sobre el hombre caído.

    El nemedio miró hacia arriba con los ojos dilatados y vidriosos, con un desconcierto aterrador. Sus manos se clavaron en la garganta, sus labios babearon y emitieron un murmullo, y de pronto se puso rígido; el atónito cimmerio se dio cuenta que estaba muerto. Tuvo la sensación que Taurus había lanzado su último suspiro sin saber qué clase de muerte se había abatido sobre él. Conan miró perplejo hacia la enigmática puerta de oro. En aquel recinto vacío, de paredes llenas de deslumbrantes joyas, la muerte había sorprendido al príncipe de los ladrones tan rápida y misteriosamente como la que él había ocasionado a los leones del jardín.

    El bárbaro pasó su mano con cuidado por el cuerpo semidesnudo del hombre tratando de ver si había una herida, pero las únicas señales de violencia que tenían estaban entre los hombros, en la base de su cuello de toro; eran tres heridas pequeñas como si tres uñas afiladas se hubieran hundido profundamente en su carne. Los bordes de las heridas eran negros y emanaban un leve hedor putrefacto. ¿Serían dardos envenenados? —se preguntó Conan—. Pero en ese caso, deberían estar clavados todavía en las heridas.

    El cimmerio se acercó cautelosamente a la puerta dorada, la empujó y vio ante sus ojos una habitación vacía, bañada por el resplandor helado y rutilante de miríadas de piedras preciosas.

    En el mismo centro del cielo raso observó distraídamente un dibujo extraño; se trataba de un diseño octogonal de color negro en cuyo centro brillaban cuatro piedras preciosas con un fulgor rojo distinto al resplandor blanco de las demás joyas. En el extremo opuesto de la habitación había otra puerta, igual a aquella en la que él se hallaba, aunque no tenía paneles tallados. ¿La muerte habría venido de allí y, una vez logrado su designio, se habría alejado por el mismo sitio?

    Después de cerrar la puerta, el cimmerio dio unos pasos por la habitación. Sus pies desnudos no hacían ruido sobre el suelo cristalino. No había sillas ni mesas; se veían tan sólo tres o cuatro lechos cubiertos de seda, con extraños bordados en oro, y varios cofres de caoba con refuerzos de plata. Algunos de estos estaban cerrados con pesados candados dorados; otros, tenían las tapas talladas abiertas, y en ellos se veían montañas de joyas en un exuberante y desordenado derroche de color para asombro del cimmerio. Conan lanzó un juramento entre dientes. Aquella noche había visto más riquezas que las que jamás hubiera imaginado que existieran en todo el mundo y sintió vértigo de sólo pensar en el valor de la joya que estaba buscando.

    Se encontraba en el centro de la habitación y avanzó cautelosamente con la cabeza alta y empuñando la espada, cuando la muerte lo atacó de nuevo silenciosamente. Una sombra pasó volando por el resplandeciente suelo como única advertencia, y lo que le salvó la vida fue el instintivo salto que dio hacia un lado. Vislumbró por un instante una cosa negra y peluda que pasó por encima de él con un chasquido de colmillos, y algo que le salpicó el hombro desnudo; eran como gotas de fuego líquido. Al dar un salto hacia atrás, con la espada en alto, vio que esa cosa horrible cayó al suelo, giró y corrió hacia él con asombrosa velocidad; se trataba de una araña negra, imposible de imaginar, salvo en las pesadillas más horrendas.

    Era grande como un cerdo, y sus ocho patas gruesas y peludas transportaban su monstruoso cuerpo a gran velocidad; sus cuatro ojos de brillo maligno centellearon con una expresión de una inteligencia terrible, y sus colmillos destilaban un veneno que Conan ya conocía por las quemaduras que unas pocas gotas le habían producido en el hombro; entonces comprendió que el veneno estaba cargado de muerte, de una muerte rápida y segura. Éste era el asesino que se había dejado caer desde el centro del cielo raso y había atacado al nemedio en el cuello. ¡Qué necios habían sido, por no sospechar que las habitaciones superiores estarían tan bien cuidadas como las inferiores!

    Estos pensamientos pasaron rápidamente por la cabeza de Conan mientras el monstruo se abalanzaba sobre él. Dio un gran salto y la araña pasó por debajo, giró y volvió al ataque. Esta vez el joven la eludió dando un salto hacia el costado y le asestó un golpe con la espada. Su afilada hoja le cercenó una de las patas peludas y volvió a salvarse cuando el monstruo se revolvió contra él, con los colmillos chasqueando endiabladamente. Pero la araña abandonó la persecución; se volvió, salió corriendo por el suelo cristalino y subió por la pared hasta el cielo raso, donde se encogió por un instante, mirándolo fijamente con sus demoníacos ojos rojos. Entonces, sin mediar señal alguna, se lanzó hacia el espacio, dejando tras de sí una hebra de una sustancia gris y pegajosa.

    Conan retrocedió para eludir el cuerpo que caía violentamente sobre él, y luego se agachó frenéticamente justo a tiempo para no quedar atrapado en la gruesa hebra de la tela de araña. El joven vio la intención del monstruo y saltó hacia la puerta, pero la araña fue más rápida y lanzó una hebra pegajosa hacia allí, aprisionándolo. No se atrevió a cortarla, porque sabía que aquella sustancia se quedaría pegada a la hoja y, antes que pudiera limpiarla, el monstruo endemoniado le habría clavado sus colmillos en la espalda.

    Entonces comenzó un juego desesperado, en el que el ingenio y la agilidad del hombre se enfrentaban a la astucia demoníaca y a la rapidez de la gigantesca araña. Ésta no volvió a correr por el suelo atacando directamente, ni lanzó su cuerpo por el aire contra él, sino que corrió por el cielo raso y por las paredes, tratando de enredar al muchacho con los lazos que formaba la sustancia gris y pegajosa, que arrojaba con diabólico acierto. Aquellas hebras eran gruesas como sogas, y Conan se dio cuenta que si quedaba envuelto en ellas, ni siquiera su fuerza desesperada podría librarlo del ataque del monstruo.

    Aquella danza diabólica continuó por todo el recinto en medio de un silencio absoluto, sólo interrumpido por la respiración agitada del hombre y el ruido sordo de sus pies desnudos arrastrándose por el brillante suelo, y por el terrible castañeteo de los colmillos del monstruo. Las hebras grises yacían enrolladas sobre el suelo; estaban adheridas a las paredes, cubrían los cofres llenos de joyas y los lechos de seda y pendían como oscuros festones del cielo raso enjoyado. La increíble agilidad de los ojos y de los músculos de Conan lograron mantenerlo a salvo, aunque las pegajosas hebras le habían pasado tan de cerca que llegaron a lastimar su piel desnuda. El muchacho sabía que no podía eludirlas por mucho tiempo; no sólo tenía que prestar atención a las hebras que colgaban oscilantes del techo, sino también a las que estaban en el suelo. Tarde o temprano las hebras pegajosas lo envolverían como una serpiente, y entonces, envuelto como un gusano en el capullo de seda, estaría a merced del monstruo.

    La araña atravesó la habitación corriendo, con la hebra gris ondulando detrás. Conan dio un gran salto y se subió a uno de los lechos; con un rápido giro el monstruo se subió por la pared y la hebra saltó del suelo como si estuviera viva, apresando el tobillo del cimmerio. Éste cayó al suelo tironeando frenéticamente para librarse de la tela de araña que lo tenía cogido como un tornillo blando o el anillado cuerpo de una serpiente. El peludo monstruo bajó corriendo por la pared para consumar su captura. En el frenesí de la batalla, Conan cogió uno de los cofres de joyas y lo arrojó con todas sus fuerzas. El imponente proyectil fue a dar en medio de las negras patas y aplastó al monstruo contra la pared con un crujido sordo y repugnante. La sangre y la baba verdosa salpicaron en todas direcciones y el destrozado cuerpo cayó al suelo junto con el cofre. La araña negra quedó aplastada entre una cantidad enorme de rutilantes joyas; las patas peludas se movieron caóticamente, los ojos moribundos de la araña lanzaron una última mirada que brilló como un rubí entre las centelleantes piedras preciosas.

    Conan miró a su alrededor y al ver que no aparecía otro monstruo se aplicó a quitarse la telaraña que lo apresaba. La sustancia gris se adhería tenazmente a su tobillo y a sus manos, pero por fin consiguió liberarse. Cogió su espada y se abrió camino eludiendo los grises anillos y las hebras y se dirigió hacia la puerta interior. No podía imaginar los horrores que le esperaban allí. El cimmerio estaba enardecido y, puesto que había venido de tan lejos y superado tantos peligros, estaba resuelto a ir hasta el final de la aventura, ocurriera lo que ocurriese. Tuvo la sensación que la joya que buscaba no se encontraba entre las que estaban desparramadas desordenadamente por la resplandeciente habitación.

    Cuando hubo pasado por entre las hebras que obstruían la puerta interior, advirtió que ésta no estaba cerrada. Se preguntó si los soldados habrían descubierto su presencia. Lo cierto es que él se encontraba encima de ellos y, si era cierto lo que se decía, estaban habituados a oír ruidos extraños en la torre, sonidos siniestros y gritos de agonía y horror.

    El cimmerio no dejaba de pensar en Yara, y no se sentía del todo confiado cuando abrió la puerta. Pero sólo alcanzó a ver un tramo de escalones plateados que descendían, apenas iluminados por una luz que no podía adivinar de dónde venía. Bajó silenciosamente, empuñando la espada. No oyó ningún ruido, y poco después llegó hasta una puerta de marfil con hematites incrustados. Se detuvo a escuchar, pero no oyó nada desde el interior; sólo se veían salir lentas volutas de humo por debajo de la puerta, que despedían un olor extraño y desconocido para el cimmerio. Más abajo, la escalera plateada seguía descendiendo hasta perderse en las sombras, y del tenebroso agujero no provenía sonido alguno. Tenía la extraña sensación que estaba solo en una torre habitada por espectros y fantasmas.

    Conan empujó sigilosamente la puerta de marfil, que se abrió en silencio hacia adentro, y permaneció en el reluciente umbral mirando fijamente a su alrededor como un lobo en un lugar extraño, dispuesto a luchar o a huir en un santiamén. Se hallaba ante una amplia habitación con una enorme cúpula dorada; las paredes eran de jade verde y el suelo de marfil estaba parcialmente cubierto por gruesas alfombras. El humo y el olor exótico del incienso provenían de un brasero apoyado sobre un trípode dorado, detrás del cual había un ídolo sentado sobre una especie de altar de mármol. Conan miró horrorizado; la imagen, desnuda, tenía cuerpo de hombre y era de color verde, pero la cabeza semejaba una loca pesadilla. Era demasiado grande para el cuerpo y no tenía atributos humanos. Conan contempló las enormes orejas resplandecientes, la rizada trompa y los blancos colmillos de elefante que nacían a ambos lados de la trompa y terminaban en unas esferas de oro. Tenía los ojos cerrados, como si estuviera durmiendo.

    He aquí, entonces, el motivo del nombre —la Torre del Elefante—, ya que la cabeza de la cosa se parecía mucho a la de los animales descritos por el shemita errante. Aquél era el dios de Yara. Pero, ¿dónde podía estar la gema sino escondida en el interior del ídolo, puesto que la piedra se llamaba Corazón de Elefante?

    A medida que Conan avanzaba, con los ojos fijos en el inmóvil ídolo, ¡éste abrió súbitamente los ojos! El cimmerio se quedó paralizado por la sorpresa. ¡No era una imagen, sino una cosa viva, y él estaba atrapado en su habitación!

    Un indicio del terror que lo paralizaba es el hecho que no reaccionara al instante en un arrebato de frenesí, dejando libres sus instintos homicidas. Un hombre civilizado en su situación sin duda habría buscado refugio creyendo que estaba loco, pero a Conan no se le ocurrió dudar de sus sentidos. Sabía que se encontraba cara a cara con un demonio del antiguo mundo, y esa seguridad lo privó de todas sus facultades, salvo la de la vista. La trompa de esa cosa horrorosa se alzó como buscando algo, y los ojos de topacio miraban sin ver. Entonces Conan se dio cuenta que el monstruo era ciego. Este pensamiento calmó sus tensos nervios, y comenzó a retroceder en silencio en dirección a la puerta. Pero el engendro oía. La trompa sensible se estiró hacia él y el muchacho quedó nuevamente helado de espanto cuando el extraño ser habló con una voz extraña y entrecortada, siempre en el mismo tono. El cimmerio comprendió que aquella boca no fue creada para hablar un lenguaje humano.

    —¿Quién está ahí? —preguntó—. ¿Has venido a torturarme de nuevo, Yara? ¿No te vas a cansar nunca? ¡Oh, Yag-kosha! ¿No tendrá fin esta agonía?

    Las lágrimas rodaron por sus mejillas, y Conan observó las extremidades extendidas sobre el lecho de mármol. Sabía que el monstruo no podría levantarse para atacarlo. Conocía las marcas del tormento y las quemaduras del fuego, y por más duro que fuera, no podía evitar estar impresionado por las deformidades de lo que parecía haber sido un cuerpo tan bien constituido como el suyo. Y súbitamente todo el miedo y el asco se convirtieron en una profunda compasión. Conan no sabía quién era ese monstruo, pero era tan evidente su terrible y patético sufrimiento que, sin saber por qué, le embargó una abrumadora tristeza. Sintió que estaba presenciando una tragedia cósmica y sintió vergüenza, como si la culpa de toda una raza hubiera caído sobre él.

    —No soy Yara —dijo—. Soy solamente un ladrón. No te haré daño.
    —Acércate para que pueda tocarte —dijo la criatura con un titubeo, y Conan se aproximó sin miedo, con la espada olvidada en su mano.

    La trompa sensible se alzó y palpó su rostro y sus hombros, como hacen los ciegos. El contacto era tan suave como el de la mano de una muchacha.

    —Tú no perteneces a la raza maligna de Yara —suspiró la criatura—. Llevas la marca de la fiereza pura y esbelta de las tierras desérticas. Conozco a tu gente desde antiguo. Los conocí con otro nombre hace mucho, mucho tiempo, cuando un mundo distinto alzaba sus brillantes torres hacia las estrellas. Pero... hay sangre en tus manos.
    —Es de la araña que había en la habitación de arriba y de uno de los leones del jardín —musitó Conan.
    —También has matado a un hombre esta noche —respondió el otro—. Y hay muerte arriba en la torre. Lo siento; lo sé.
    —Sí —admitió el cimmerio—. El príncipe de los ladrones yace allí sin vida, víctima de la picadura de un bicho.
    —¡Así es! —dijo con una extraña voz inhumana en una especie de canto monótono—. Un muerto en la taberna y un muerto en la terraza; lo sé; lo siento. Y el tercero producirá un efecto mágico que ni el mismo Yara imagina. ¡Oh, hechizo de la liberación, dioses verdes de Yag!

    Las lágrimas rodaron nuevamente por sus mejillas mientras el torturado ser se estremecía presa de las más variadas emociones. Conan seguía mirándolo perplejo.

    Entonces cesaron las convulsiones, los suaves ojos ciegos se volvieron hacia el cimmerio y le hizo una seña con la trompa.

    —Escucha, hombre —dijo el extraño ser—. Te parezco repugnante y monstruoso, ¿no es cierto? No, no contestes; lo sé. Pero tú me parecerías igual de extraño si pudiera verte. Existen muchos mundos además de esta tierra, y la vida adopta diferentes formas. No soy ni un dios ni un demonio, sino que soy de carne y hueso como tú, aunque la sustancia sea en parte distinta y la forma esté creada con modelos diferentes. Soy muy viejo, hombre de la selva; he venido a este planeta hace mucho, mucho tiempo, con otros seres de mi mundo, el planeta verde Yag, que da vueltas eternamente en el límite de este universo.

    »Viajamos por el espacio con poderosas alas que nos transportaron por el cosmos a mayor velocidad que la luz, porque habíamos luchado contra los reyes de Yag y fuimos derrotados y desterrados. Y jamás pudimos regresar, porque en la tierra nuestras alas se marchitaron. Aquí vivimos alejados de la vida terrenal, luchamos contra los extraños y terribles seres que en ese entonces poblaban la tierra, y por ello fuimos temidos y nadie nos molestó en las sombrías selvas del este, donde teníamos nuestra morada.

    »Hemos visto cómo los monos se transformaban en hombres y los vimos construir las rutilantes ciudades de Valusia, Kamelia, Commoria y otras. Los hemos visto tambalearse ante los ataques de los paganos atlantes, pictos y lemurios. Hemos visto cómo los océanos se levantaban y sumergían a la Atlántida y Lemuria, las islas de los pictos y las brillantes ciudades de la civilización. También vimos cómo los sobrevivientes de los reinos pictos y los atlantes construían su imperio de la Edad de Piedra y luego cayeron en la ruina, enzarzados en sangrientas batallas. Hemos visto cómo los pictos se hundían en los abismos del salvajismo y cómo los atlantes volvían a descender al nivel del mono. Hemos visto cómo los nuevos salvajes se dirigían hacia el sur desde el Círculo Ártico, en oleadas conquistadoras, para construir una nueva civilización con los nuevos reinos llamados Nemedia, Koth, Aquilonia y otros.

    »Vimos cómo tu pueblo surgía con un nuevo nombre de las selvas de los monos que habían sido los atlantes. Hemos visto a los descendientes de los lemurios que habían sobrevivido al Cataclismo levantarse una vez más superando el salvajismo y dirigirse hacia el oeste convertidos en hirkanios. Y hemos visto cómo esta raza de seres malignos, sobrevivientes de la antigua civilización que existía antes del hundimiento de la Atlántida, volvía a tener cultura y poder: se trata de este maldito reino de Zamora. Hemos visto todo esto, sin ayudar ni entorpecer las inmutables leyes del cosmos, y nos fuimos muriendo uno tras otro; porque nosotros, los hombres de Yag, no somos inmortales, si bien nuestras vidas son como las vidas de los planetas y de las constelaciones. Finalmente quedo yo solo, soñando con los tiempos pasados entre los ruinosos templos perdidos en la selva de Khitai, venerado como un dios por una antigua raza de piel amarilla. Después llegó Yara, versado en oscuros conocimientos transmitidos a través de los años de barbarie, antes del hundimiento de la Atlántida. Al principio Yara se sentó a mis pies para que yo le transmitiera mi sabiduría. Pero no estaba satisfecho con lo que yo le enseñaba, porque se trataba de magia blanca y él deseaba conocer la ciencia del mal, a fin de esclavizar a los reyes y saciar su ambición demoníaca. Yo no estaba dispuesto a enseñarle ninguno de los secretos de la magia negra que había adquirido, a pesar mío, a través de los siglos. Pero su inteligencia era mayor de lo que yo había creído; con argucias aprendidas entre las polvorientas tumbas de Estigia, me engañó y me obligó a revelarle un secreto que yo nunca quise contar a nadie, y volviendo mi propio poder en contra mío, me convirtió en su esclavo. ¡Oh, dioses de Yag, qué amarga ha sido mi vida desde aquel día! Me trajo desde las remotas selvas de Khitai, donde los monos bailan al compás de la flautas de los sacerdotes amarillos y donde las ofrendas de frutos y vinos atestaban mis rotos altares. Nunca volví a ser el dios de las buenas gentes de la selva, sino que me convertí en el esclavo de un demonio con forma humana.

    Sus ojos ciegos se volvieron a inundar de lágrimas.

    —Me recluyó en esta torre, que construí para él por orden suya en una sola noche. Me dominó por medio del fuego y de la tortura, así como por medio de extraños tormentos sobrenaturales que tú no podrías comprender. Si pudiera, hace mucho tiempo hubiera puesto fin a esta larga agonía, quitándome la vida. Pero él me mantuvo vivo (deforme, ciego y destrozado), para que realizara sus asquerosos deseos. Y durante trescientos años he hecho su voluntad, desde este lecho de mármol, ensuciando mi alma con pecados cósmicos y mancillando mi sabiduría con crímenes, porque no podía hacer otra cosa. Pero no he revelado todos mis antiguos secretos y mi último don será el hechizo de la Sangre y la Joya porque presiento que se acerca el fin. Tú eres la mano del Destino. Te ruego que tomes la piedra preciosa que hallarás en aquel altar.

    Conan se volvió hacia el altar de oro y marfil que le había señalado el extraño ser y tomó una enorme joya redonda, clara como un cristal carmesí, y en ese momento descubrió que era el Corazón del Elefante.

    —Y ahora la gran magia, la poderosa magia, que nadie ha visto ni verá jamás en millones de milenios. Por mi alma y mi sangre lanzo el conjuro; por la sangre del pecho verde de Yag, que sueña a lo lejos en el inmenso y vasto Espacio Azul. Toma tu espada, hombre, y corta mi corazón, luego estrújalo de modo que la sangre fluya sobre la piedra roja. Después baja por esa escalera y entra en la habitación de ébano en la que está sentado Yara envuelto en sueños malignos. Pronuncia su nombre y despertará. En ese momento has de colocar esta gema delante de él y repetir estas palabras: «Yag-kosha te ofrece su último don y su último encantamiento». Después márchate de la torre rápidamente. No temas, que no habrá obstáculos en tu camino. La vida del hombre no es la vida de Yag, ni la muerte humana es la muerte de Yag. Libérame de esta prisión de carne ciega y volveré a ser Yogah de Yag, coronado y rutilante, con alas para volar, pies para danzar, ojos para ver y manos para tocar.

    Conan se acercó con gesto vacilante y Yag-kosha, o Yogah, como si notara su indecisión, le indicó dónde debía clavar la hoja afilada. El joven apretó los dientes y hundió profundamente la espada. La sangre fluyó abundante empapando la hoja de la espada y su mano, y la extraña criatura se agitó convulsivamente y luego quedó completamente inmóvil. Cuando estuvo seguro que ya no estaba vivo, al menos en el sentido que él entendía la vida, Conan se aplicó a la espantosa tarea y en seguida extrajo algo que él supuso que sería el corazón de aquel ser extraño, aunque curiosamente era distinto de cualquier corazón que él había visto. Sosteniendo la víscera, que aún latía, sobre la deslumbrante joya, la apretó con ambas manos y un río de sangre cayó sobre la piedra. Para su sorpresa, la sangre no se derramó, sino que fue absorbida por la gema, como si fuera una esponja.

    Sosteniendo la joya con todo cuidado, el muchacho salió del fantástico recinto y se dirigió hacia la escalera de plata. No miró hacia atrás, pero supo instintivamente que el cuerpo que reposaba sobre el lecho de mármol estaba sufriendo algún tipo de transmutación, y también tuvo la sensación que era algo que no debía ser presenciado por ningún ser humano.

    Cerró tras de sí la puerta de marfil y bajó la escalera de plata sin vacilar. No se le ocurrió desobedecer las instrucciones que había recibido. Se detuvo ante la puerta de ébano, en cuyo centro había una sonriente calavera de plata, y la abrió. Su mirada recorrió la habitación de ébano y azabache y vio, reclinada sobre un lecho de seda negra, una figura alta y delgada. Delante de él estaba Yara, el sacerdote y brujo, con los ojos abiertos y dilatados por los vapores del loto amarillo, mirando a lo lejos, como sumido en abismos nocturnos que están más allá de la percepción humana.

    —¡Yara! —exclamó Conan, como un juez que pronuncia una condena—. ¡Despierta!

    Los ojos se abrieron al instante y se volvieron fríos y crueles como los de un buitre. La negra figura vestida de seda se irguió lúgubre sobre el cimmerio.

    —¡Perro! —dijo con voz sibilante como la de una cobra—. ¿Qué haces aquí?

    Conan depositó la joya sobre la enorme mesa de ébano.

    —El que envía esta gema me mandó decir: «Yag-kosha te ofrece su último don y su último encantamiento».

    Yara retrocedió; su rostro era oscuro y ceniciento. La joya ya no era cristalina y pura; su turbio centro palpitaba y vibraba, y en su superficie flotaban curiosas volutas de humo de colores cambiantes. Como atraído hipnóticamente, Yara se inclinó sobre la mesa y tomó entre sus manos la gema, mirando fijamente su sombrío interior, como si se tratara de un imán que le fuera a extraer su convulsiva alma del cuerpo. Cuando Conan miró, pensó que sus ojos lo engañaban porque cuando Yara se había levantado del lecho, el sacerdote le había parecido gigantesco, y ahora vio que la cabeza de Yara apenas le llegaba al hombro. El joven parpadeó desconcertado y por primera vez en toda la noche dudó de sus sentidos. Luego, conmocionado, se dio cuenta que el sacerdote se hacía cada vez más pequeño delante de sus propios ojos.

    Conan observó con indiferencia, como quien ve una representación. Abrumado por la sensación de irrealidad, el cimmerio ya no estaba seguro de su propia identidad; sólo sabía que estaba contemplando las manifestaciones externas de un juego invisible de colosales fuerzas exteriores que estaban más allá de su comprensión.

    Ahora Yara tenía el tamaño de un niño, y luego se tumbó sobre la mesa como un bebé, pero todavía aferraba la joya. De pronto el hechicero se dio cuenta de cuál era su destino y dando un brinco soltó la gema. Pero se hizo más pequeño aún, y Conan lo vio convertido en un cuerpo minúsculo que corría frenéticamente sobre la mesa de ébano, agitando los diminutos brazos y chillando como una rata.

    Ya era tan insignificante que la gran joya parecía una montaña a su lado; Conan vio que se cubría los ojos con las manos como si quisiera protegerse del fulgor, mientras se tambaleaba como un poseído. El muchacho sintió que una fuerza magnética invisible atraía a Yara hacia la gema. Dio tres vueltas como un loco alrededor de la piedra, e intentó volverse tres veces y escapar a través de la mesa. Entonces el sacerdote lanzó un grito que sonó apagado, alzó los brazos y corrió directamente hacia la resplandeciente bola.

    Inclinándose más aún, Conan vio cómo Yara trepaba por la superficie lisa y redondeada con grandes esfuerzos, como un hombre que asciende por una montaña de hielo. Por fin el sacerdote llegó a la parte superior agitando los brazos, e invocó los nombres de seres terribles que sólo los dioses conocen. Y de repente se hundió en el centro mismo de la joya, como un hombre que se hunde en el mar, y Conan vio cómo las volutas de humo se cerraban sobre su cabeza. Luego la divisó en el centro carmesí de la gema, que se volvió transparente y cristalino, como quien contempla una imagen lejana en el tiempo y en el espacio. Entonces apareció en el mismo centro otra figura de color verde, brillante y halada, con cuerpo de hombre y cabeza de elefante, que ya no era ciego ni deforme. Yara extendió sus brazos y corrió como un loco, pero el vengador fue tras él. En ese momento la enorme joya desapareció, estallando como si fuera una pompa de jabón en medio de fulgores iridiscentes, y la mesa de ébano quedó vacía al igual —intuyó Conan— que el lecho de mármol de la habitación de arriba en el que había estado el cuerpo del extraño ser transcósmico llamado Yag-kosha o Yogan.

    El cimmerio se volvió y huyó de la habitación descendiendo por la escalera de plata. Estaba tan perplejo que no se le ocurrió escapar de la torre por donde había entrado. Bajó corriendo por el sinuoso y sombrío agujero plateado hasta llegar a una habitación más grande al pie de la resplandeciente escalera. Allí se detuvo un instante; había llegado al cuarto de los soldados. Vio el brillo de sus plateadas corazas y de las enjoyadas empuñaduras de sus espadas. Se habían desplomado sobre la mesa de banquetes, con las plumas oscuras ondeando sobriamente sobre los cascos de las cabezas caídas; yacían entre los dados y entre las copas caídas, cuyo vino manchaba el suelo de color lapislázuli. Conan no sabía si se trataba de brujería o de magia o de la oculta influencia de las enormes alas verdes, pero su camino estaba libre de obstáculos. Había una puerta de plata abierta, recortada contra la claridad del alba.

    El cimmerio salió a los verdes jardines y cuando la brisa del alba sopló inundándolo de la fresca fragancia de exuberantes plantas, se estremeció como si se despertara de un sueño. Se volvió con un gesto vacilante para mirar fijamente la enigmática torre en la que había estado hace un momento. ¿Estaba embrujado y preso de un encantamiento? ¿Había soñado todo lo que creía haber vivido? Mientras se hacía estas preguntas, vio de repente que la rutilante torre, recortada contra el cielo escarlata del alba, y la cúpula incrustada de relucientes joyas que brillaban cada vez con más intensidad por los primeros rayos del sol, se tambaleó y cayó estrepitosamente desintegrándose en minúsculas partículas resplandecientes.


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