EL HOMBRE DE MUCHAS MENTES (E. Everett Evans)
Publicado en
abril 22, 2012
Título de la obra en inglés: MAN OF MANY MINDSI
El cadete George Hanlon se puso en posición de firmes y permaneció así, rígido y tenso. Pero mientras transcurrían los largos, larguísimos minutos, se encontró con que sus manos, su columna vertebral y su frente quedaban bañadas por el frío sudor del miedo. Trató virilmente de mantener los ojos fijos e inmóviles en el rostro inexpresivo que tenía delante, pero halló que le era casi imposible lograrlo.
La tensión creció y creció hasta que las paredes parecieron combarse, o las ventanas estallar para dar salida a la inmensa presión. El cadete se dio cuenta de que no podría aguantar un minuto más sin emitir un grito. ¿Por qué no decía algo aquel monstruo? ¿Y por qué estaba él mismo allí, en primer lugar? Por más que pensaba le era imposible hallar que hubiera contravenido a alguna ordenanza... ¿sin embargo, que otra cosa le habría hecho ser llamado por el almirante Rogers, el temido comandante en jefe de los cadetes?A pesar de sus descomunales esfuerzos por mirar a los ojos del comandante, Hanlon no podía mantener tranquila su vista sobre aquel temido rostro. Sus ojos insistían en desviarse, vez tras otra, aunque siempre los obligaba a volver a su primera posición. Percibió fragmentariamente y a retazos los conmutadores y pantallas del intercomunicador instalado sobre el enorme escritorio metálico. Vio una minúscula parte de paisaje exterior a través del trozo de ventana que podía contemplar con el rabillo del ojo. Reparó en los retratos de los grandes héroes del Cuerpo que adornaban las paredes. En realidad, tenía enormes deseos de mirar a todo excepto a aquellos molestos e impasibles ojos que se clavaban imperturbables en su propio rostro. Deseó, al menos, poder poseer el perfecto control de sus nervios que tenía su superior. ¡Y deseó mucho más conocer el motivo de su presencia en aquel despacho del comandante!Por el gran cronógrafo de la pared se dio cuenta de que llevaba ya cinco larguísimos minutos en posición de firmes. El minutero dio otra vuelta. ¡Seis minutos! Volvió a recorrer la esfera de nuevo. Siete minutos.Entonces, el insoportable silencio fue piadosamente roto por la voz del almirante.—En cierto modo caballero, es usted un joven estúpido —dijo—. Me siento inclinado a mostrarme desilusionado con respecto a usted.Hanlon dio un respingo de sorpresa y se forzó a sí mismo para escrutar con más cuidado aquel rostro enigmático.—¿Qué... qué quiere usted decir, señor?Aquellos ojos severos parecían horadarle. Pero ahora, el cadete pareció advertir una cierta porción de burla tras ellos.—¿Por qué se tortura usted de ese modo? Sabe el medio de enterarse de lo que ocurre... Lo sabe perfectamente.La mente de George Hanlon experimentó una extraña desazón. ¿Acaso tenía miedo de comprender el verdadero significado de las palabras de su superior?Con su cerebro tanteó mentalmente el pensamiento que se ocultaba tras aquel rostro inexpresivo. Creía que le iba a ser difícil hacerlo, debido al tiempo que hacía que no utilizaba tal facultad, pero se quedó sorprendido al darse cuenta de la facilidad con que volvía a recuperar la técnica de aquellos sondeos mentales y, también, por el sentimiento de cálida amistad, muy semejante al orgullo paternal, hallado en El cerebro de su almirante.Volvió a tantear, un poco más profundo esta vez, y quedó convencido de no haber hecho nada que mereciera castigo. En realidad, captó exactamente el sentimiento opuesto.Debió dejar traslucir su alivio, porque el rostro serio del comandante se relajó en una amplia sonrisa, mientras su recio cuerpo se arrellanaba cómodo en el sillón.—Eso está mejor. Descanse y... siéntese.Lentamente, sin querer creer en el súbito cambio, el asombrado cadete sentóse al borde de la silla. Sus piernas parecían de goma.—No... no comprendo nada, señor.El almirante se inclinó hacia él antes de hablarle con tono impresionante.—¿Cree usted, cadete Hanlon, que permitirían que alguien llegara hasta muy cerca de los exámenes finales sin conocer «todo» lo referente a él?Loa ojos del joven se abrieron desmesuradamente y sus manos se aferraron a sus rodillas en un intento de evitar que se viese su temblor.—Oh, sí, lo sabemos todo sobre usted, cadete George Spencer Newton Hanlon —y los ojos del muchacho se abrieron todavía más al oír aquel nombre—. Conocemos su talento para leer mentes cuando era un niño y como usted prescindió de él al hacerse mayor y darse cuenta de los disgustos que le acarreaba. Conocemos perfectamente el deshonor de su padre y su desaparición; la muerte de su madre; la fuga de usted y su adopción por los Hanlon, cuyo apellido escogió usted como suyo.—¿Cómo... cómo han sabido todo eso, señor?—El Cuerpo tiene sus medios. Y por esa razón está usted aquí ahora. Oh, todos los cadetes del Quinto Año serán entrevistados por mí mismo o por mis ayudantes durante la semana que viene, para decidir cuál será su destino tras el examen de grado. Pero le llamé hoy a usted por un motivo «muy» especial. Y su habilidad para leer mentes es parte del motivo. El cadete se puso en pie muy rígido. —Señor, ¡definitivamente abandoné esa práctica! El comandante le contempló enigmático durante un momento.—¿Y qué espera hacer en el Cuerpo, caballero?—Oh, supongo que lo que me manden, señor. O lo que sea capaz de hacer.—¿Y hasta dónde iría en bien del Cuerpo? —El almirante se inclinó hacia delante y lo contempló con aire crítico.—Hasta el fin, señor, naturalmente.—¿No cree usted que un miembro del Cuerpo debería utilizar todas sus facultades en misión de servicios? —La pregunta salió tajante.—Con toda seguridad, señor —respondió Hanlon pero se dio cuenta de que al admitir aquello había caído en una trampa.—Es usted una de las pocas personas conocidas que son actualmente capaces de leer la mente de otro individuo. Es pues importante, muy importante, para el Cuerpo. ¡Es preciso utilizar tal facultad!Los ojos de Hanlon aún seguían tormentosos, pero mantuvo los labios cerrados con fuerza.—Sabemos los disgustos que tuvo cuando era niño —el rostro del comandante readquirió una expresión amable—, porque los otros chiquillos se enfadaban o trataban de evitar su compañía o le golpeaban por utilizar en ellos tal facultad. Pero ahora será de gran ayuda para usted... y para el Cuerpo. Estamos seguros de que utilizará ese don con prudencia, porque nos lo ha demostrado más de una vez, saliendo con éxito de las innumerables pruebas a que le hemos sometido y que han conseguido convencernos de su inconmovible honradez. En repetidas ocasiones, jugando a las cartas, ha perdido usted el dinero de sus gastos cuando pudo haber ganado leyendo mentalmente las cartas que tenían sus adversarios. Ha fallado asimismo preguntas en los exámenes, pudiendo haber leído la mente del profesor para hallar la respuesta.—No, eso no, señor —Hanlon sacudió la cabeza—Jamás he podido leer en una mente una información tan específica como son las respuestas a las preguntas o las soluciones a los problemas.—Me imagino que lo logrará cuando su talento adquiera la máxima madurez —El almirante Rogers se encogió de hombros con indiferencia—. Pero por el momento quiero hablar seriamente de su destino en el Cuerpo. Primero, sin embargo, debe jurarme solemnemente no revelar nunca lo que le voy a decir y que constituye nuestro secreto más celosamente guardado.—Le juro, señor, por la memoria de mi madre no revelar jamás nada de lo que se me diga confidencialmente.—Muy bien. He recibido el encargo del Alto Mando de pedirle a usted que ingrese en el Servicio Secreto del Cuerpo Interestelar.El cadete George Hanlon dio un agudo respingo de asombro y medio se levantó de su asiento.—¿El... el Servicio Secreto, señor? No sabía que existiera...—Ya le dije que era algo reservadísimo —dijo de manera impresionante el almirante Rogers—. Creemos que fuera de los miembros de ese servicio y de los jefes, del rango del contraalmirante para arriba, haya nadie que conozca ni siquiera su existencia.El joven cadete permaneció sentado, silencioso con la mirada fija en la reluciente puntera de sus botas, como si pudiera ver en ellas reflejada la respuesta a aquella asombrosa situación que acababa do crearse en su consciencia.Todo era extremadamente imprevisto. Claro es que había soñado en realizar grandes hazañas perteneciendo al Cuerpo, pero nunca esperó que le destinasen desde el primer momento a algo que nada tenía que ver con una misión o trabajo rutinarios. Su mente era un caótico torbellino de conjeturas. ¿Cómo podía encajar en tal organización? ¿Por qué le habían elegido a él precisamente? Con toda seguridad, el hecho de que poseyera desde la niñez tan extraordinaria facultad no podía ser suficiente motivo... ¿o acaso sí?Al cabo de un rato levantó la vista.—No creo que pueda ser un buen detective, señor.El almirante Rogers echó la cabeza atrás y rompió a reír, desvaneciendo la tensión.—Pues yo creo, y lo mismo opinan los altos cargos del Servicio Secreto, que le han estado estudiando a usted concienzudamente, que no tardará en ser uno de nuestros miembros más útiles.Aquello le produjo otra fuerte impresión, pero también le hizo nacer una mayor confianza.—Muy bien, señor probaré.—¡Estupendo! Pero no «probará», Hanlon. Una vez se ingresa en ese servicio, es para toda la vida. Y hay otra cosa más que todavía no le he dicho. Me era imposible decírselo hasta que usted no hubiera aceptado ingresar. Quizá eso le haga cambiar de idea, cosa que aún está a tiempo de hacer.En la garganta del cadete se formó un nudo y tuvo que humedecerse los labios al ver el aspecto terriblemente sombrío del almirante.—Quiero que se piense esto muy en serio —dijo ceñudo y despacio y, el cerebro tanteador de Hanlon percibió el aura de importancia que ocupaba la mente de su superior—. Tómese tiempo y considere con cuidado todos los ángulos y particularidades inherentes, porque la decisión no le será cosa fácil.Hizo una pausa impresionante y luego prosiguió.—¡Ahí va el jarro de agua fría! En apariencia tendrá que ser expulsado del Cuerpo y perderá el honor. Ya nos damos cuenta de que esto entraña una terrible dureza —añadió con rapidez y de modo compasivo al darse cuenta de la mirada de desalentada tristeza aparecida en el rostro del cadete—. Pero tenemos años de experiencia que nos demuestran que es el sistema de hacer que los miembros del S.S.() nos sean más valiosos. Cada uno de ellos ha pasado por lo mismo, si es que eso le sirve de consuelo o para darle ánimos.El alma del joven Hanlon pareció sumirse en la nada.—¿Ni... siquiera podré graduarme? —susurró en agonía.—Públicamente no... con su curso, no. Pero percibirá una graduación privada, puesto que seguirá siendo miembro del Cuerpo.Se quedó silencioso otra vez para que el joven se recobrara algo y luego prosiguió con tono paternal.—Sabemos que es pedir a un hombre que pague un precio terrible. Se necesita valor para soportar pública y voluntariamente el deshonor, la pérdida de los amigos y el aprecio de la gente que le conoce a uno. Eso significa la deshonora de por vida a los ojos de la gente y de aquellos miembros del Cuerpo que le hayan conocido o que oyeron hablar de él.El rostro de Hanlon parecía haber perdido definitivamente toda su sangre y su respiración era rápida y trabajosa. El corazón del almirante se impresionó, llenándose de simpatía, pero se dio cuenta de que tenía que seguir adelante. Sin embargo, intentó suavizar el golpe.—No obstante, hay recompensas honoríficas para aquellos que las merecen. Provienen, más que nada, de la satisfacción interior de saber que se han consagrado muchos años de la vida y toda la capacidad al tremendo servicio de mantener la paz y la seguridad en toda la humanidad que forma la Federación de los Planetas. En la actualidad, el S.S. hace más para conservar esta paz que todo el resto del Cuerpo. Por eso estas cosas, según la estimación de quienes las han vivido, valen la pena de aguantar el dolor y la humillación sufridos.Su tono era tan amable que Hanlon encontró un cierto consuelo en las miradas y la actitud de su jefe, que había perdido su aspecto severo y amenazador sustituyéndolo por un aire paternal, de amigo comprensivo.George Hanlon permaneció con los ojos bajos, pensando más rápida y seriamente que lo había hecho en su vida. Había entrado en aquel despacho siendo un muchacho a pesar de sus veintidós años. Ahora, bruscamente, se veía obligado con aspereza a ser un hombre.Como tal adulto, entonces, se dio rápida cuenta de que se hallaba en el punto crucial de su vida. Pero la idea de perder el respeto y la amistad de cuantos conocía le hizo estremecerse. ¡Debería ser un hombre despreciado, un proscrito!Pero el almirante Rogers le acababa de decir que todos los hombres del S.S. habían pasado por lo mismo y eso le hizo vislumbrar que el trabajo que realizaban debía valer la pena de sufrir la deshonra y el desprecio.Toda su existencia la había pasado, especialmente en la escuela del Cuerpo, adiestrándose para examinar minuciosamente todos los datos que pudiera reunir con respecto a un problema, para luego tomar una inmediata e inteligente decisión. Se puso en pie erguido y pleno de resolución.—Sigo de acuerdo con ingresar, señor, si tanto usted como los altos jefes consideran que vale la pena utilizar mis modestos servicios.El almirante se levantó con rapidez y rodeó el escritorio para tomar entre las suyas las manos del cadete.—Estoy orgulloso de usted, hijo mío. Se necesita tener una verdadera fuerza de voluntad y una entereza de carácter muy firme para tomar esa decisión. Estoy seguro de que no lo lamentará jamás, aunque habrá momentos penosos, especialmente durante los primeros días, en que su alma parecerá vacilar.Los ojos del cadete volvieron a nublarse y un estremecimiento convulsivo le recorrió el cuerpo.—Esa parte, señor, me repugna y me hace desear echarme atrás. ¿Cree usted que tendré fuerzas como para soportarlo y no arrepentirme en el último minuto?De nuevo la cordialidad y estridente risa del comandante pareció llenar la estancia.—¡Por Snyder, claro que podrá, hijo..., podrá hacerlo como el mejor! —Volvió tras su escritorio y, de repente, se mostró una vez más como el jefe que exige disciplina—. ¡Cadete Hanlon, firmes! —ordenó.El joven se puso rígido.—Levante su mano derecha. ¿Jura usted ante la Infinita Esencia defender con todas sus fuerzas el Cuerpo Interestelar y las leyes y decisiones de los Planetas Federados?—Por mi honor, y con la ayuda de Dios, señor, juro fidelidad al Cuerpo Interestelar y a las personas y gobiernos de los Planetas Federados.Hanlon saludó a la manera marcial y reglamentaria y el almirante Rogers le devolvió el saludo del mismo modo antes de volver a sentarse.—Teniente mayor George Hanlon, en su lugar descanso. —Sonrió complacido al ver el sobresalto de sorpresa del joven—. En el Servicio Secreto se asciende con rapidez, Hanlon,. Ahora, salga por aquella puerta. Allí encontrará a su inmediato superior quien le dará instrucciones. Y, Hanlon, personalmente le deseo la mejor de las suertes. Felices vuelos, teniente.—Gracias por todo, señor.II
El teniente mayor George Hanlon abrió la puerta indicada y entró en el despacho contiguo. Un hombre de cabello gris, llevando los Cometas Gemelos de almirante Regional, estaba sentado tras el escritorio examinando algunos documentos. Continuó así sentado con los papeles levantados ocultándole el rostro, tan aparentemente inmerso en su trabajo que no había percibido la entrada de nadie.
Pero Hanlon conoció por instinto que no era así y permaneció en posición de firmes, esperando a que el otro tuviera a bien mirarle. Pronto aquel hombre bajó los papeles... y Hanlon lanzó un respingo de asombro.—¡Pa...! —cerró la boca bruscamente y sus ojos adquirieron una hostil dureza del recuerdo del odio que aquel hombre había originado dentro de sí durante tantos años. Quiso salir, pero la disciplina le encadenaba al lugar en donde estaba. Su voz, sin embargo; era fría cuando habló—. El teniente mayor George Hanlon se presenta a usted, señor.El hombre de detrás de la mesa era una edición mayor y de más edad del recién nombrado teniente, sólo que había gris en donde el joven era color rubio; seguridad, debido a la larga y amarga experiencia, en donde el otro se veía solamente indeciso. Se puso en pie, devolviendo el saludo.—Descanse. Puedo imaginar su sorpresa al verme —y no se lo podía censurar porque en su mirada hubiese un poco de dolor al ver el odio implacable y el desprecio en los ojos de su hijo—. Sin embargo, creo que su experiencia de la hora pasada puede haberle preparado para verme de uniforme. Sí —entonces vio una súbita sorpresa en los ojos del joven—; esa fue la razón de mi aparente desgracia y deshonor. Espero que me perdones, ahora que sabes que fue necesario.—Claro —le respondió aún con cierto resquemor y sus ojos siguieron siendo duros y tormentosos—, sólo que... ¿era tan importante como para destrozar el corazón de mamá?La voz del anciano se hizo blanda y pareció sacudirse con genuina emoción.—Tú y todo el mundo teníais que creerlo, Spence, durante todo este tiempo, he estado suspirando porque llegase el día en que pudiera explicártelo todo. Te aseguro, hijo —añadió con toda la sinceridad con que pudo impregnar a su voz—, que ella no murió con el corazón...—Sé muy bien...—¡Tú no sabes nada bien! —le interrumpió su padre con firmeza—. Por favor, espera hasta que acabe de explicarte. No, Spence —su voz seguía enfática, pero ablandada otra vez, casi suplicante—. Ella lo sabía y lo aprobó. Tu madre fue una de las mayores heroínas de la Tierra.Hanlon estaba aún erguido, pero sus ojos estaban nublados con una mezcla de emociones en las que la duda predominaba. Su mente tanteó la de su padre y pareció leer la verdad allí. Pero, ¿podía creer aquello, ahora... después de unos años tan terribles?—En la actualidad —continuó su padre—, tu madre ha sido víctima de una esclerosis múltiple. Cuando supimos que ella tenía menos de dos meses de vida, le hable, con el permiso del Cuerpo, sobre mi entrada en el Servicio Secreto. Con la muerte tan próxima, quedó convencida. Creyendo que tú algún día comprenderías y lo aprobarías, tu madre aceptó. Siento terriblemente todo lo que has tenido que sufrir durante estos años pasados. Te ruego, te pido que me perdones.Mientras su padre hablaba, los ojos de Hanlon y su corazón perdieron gradualmente su dureza y por último se adelantó y cogió caluroso las manos del autor de sus días.—¡Oh, papá, lo siento! Te he estado odiando. Si no hubiese sido por las largas charlas que tenía conmigo el abuelo y la abuela. Hanlon, jamás hubiese creído posible haber entrado en la Escuela de Cadetes.El viejo acarició a su hijo ansioso.—Créeme, Spence, tampoco fue fácil para mí. Pero nunca he desertado de ti, incluso aunque pareciera que lo hiciese. Sé dónde has estado siempre, todo lo que has hecho. Te he vigilado sin perder un momento. Yo logré que te adoptasen los Hanlon —el que llamas abuelo Hanlon era un miembro del Cuerpo, retirado, ya sabes— yo he pagado tus gastos. Mira, hijo, te quiero mucho, muchísimo...—Yo también te he amado con locura. Por eso me dolió..., dime, —¿verdad que puedo recobrar ahora mi nombre? Ya sabes que los Hanlon murieron los dos cuando empecé en la Escuela de Cadetes.—Bueno... no, creo que no, por lo que pueda venir. Tú eres conocido como Hanlon ahora y será mejor que lo dejes así durante cierto tiempo, por lo menos. Sin embargo, encontrarás necesidad de emplear un alias de vez en cuando en tu nuevo trabajo —en ese caso puedes utilizar tu nombre verdadero. Estaré muy orgulloso de ver que llevas mis apellidos otra vez.Pero ambos hombres se desviaban embargados por las emociones que les dominaban y Hanlon, dándose cuenta de lo que requería de él la disciplina, retrocedió un paso.—¿Cómo ha ocurrido que jamás te he visto aquí en los edificios o en los terrenos de los alrededores?—Jamás me veo de uniforme, excepto en el despacho de esta u otra Base y en ocasiones especiales. Fuera, siempre voy disfrazado. Cuando entro en una Reserva voy con barba o con cualquier otro disfraz. No tardarás en aprender tú mismo el arte del maquillaje.Entonces el anciano ensombreció el rostro, se acordó de los asuntos que tenía que tratar y regresó a su escritorio.—Siéntese, teniente. Tengo que decirle muchas cosas y usted debe prestar toda su atención para comprenderlo todo en nuestra entrevista, porque quizá no pueda haber otra. Comprenda que atraería mucho la atención y los comentarios si fuese llamado aquí alguna vez más.Volvió a sonreír con orgullo paternal.—Primero déjeme felicitarle, oficialmente, por su decisión y darle la bienvenida sincera al Servicio Secreto.Hanlon se inclinó agradeciendo el cumplido, se sentó y se dispuso a escuchar atento.—Trataré de cogerlo todo, señor.—Primero, el asunto de su expulsión. Ocurrirá en cualquier tiempo dentro de los siguientes pocos días, pero ni yo mismo sé el lugar ni la hora en que suceda. Algunos hombres del S. S. desconocidos en la Tierra estarán presentes. Pero cuando ocurra usted los reconocerá al instante y tendrá que representar su papel con toda perfección. No permita de ningún modo se sospeche de que lo que suceda no es real y sincero. Usted «debe» impresionar a sus compañeros de estudio y a cualquiera otra persona que le conozca o que le llegue a conocer en el sentido de que parezca real y que su expulsión se haya producido para siempre del Cuerpo siguiendo toda ley, orden y gobierno.El joven asintió, pero no dijo nada, porque tenía, la garganta seca y su espíritu se contraía de temor ante aquella desgracia pública. Se había sentido tan orgulloso allí, en la Escuela, que..., ¿cómo le iba a ser posible soportar toda aquella indignidad? Quizás había sido un loco aceptando.Pero el almirante continuaba. Empujó por encima del escritorio un paquete de billetes.—Aquí tiene mil créditos. Úselos para comprarse ropas civiles y equipo una vez haya sido expulsado. Compre algunas acciones de la Bolsa, también —el importe del valor es igual. Consiga una pequeña póliza de seguros. Sí —viendo la mirada interrogadora de su hijo añadió—, hay un motivo. Después de que usted consiga ropas y las cosas necesarias y se haya deshecho de su uniforme, alquile una habitación en un hotel, luego vaya al Banco Interestelar y alquile una caja de seguridad. Es una de las primeras cosas que debe hacer en cada ciudad o planeta al que se le envíe en misión de servicio. Mire, aquí hay dos llaves que abren la caja número 1.044 en todos los Bancos I. E,(). Son llaves maestras especiales de nuestro propio diseño. La caja 1.044 se usa por causa de su proximidad a los departamentos privados, en la instalación universal de los Bancos I.E. Esa caja es nuestro medio de comunicación confidencial. Después de que entre usted en la Cámara ostensiblemente para llegar hasta su propia caja, utilice estas llaves para abrir la 1.044. Hay un mecanismo electrónico en cada 1.044. Cuando usted necesite servicio inmediato sobre algo lo coloca dentro de la caja, oprime el botón rojo del mecanismo y vuelve unas cuantas horas después para cerciorarse de que ha sido atendido. Ahora, cuando entre en el Banco, coloque una nota allí indicando la habitación de su hotel y el número de la llave de su nuevo depósito. Vuelva al cabo de un par de horas y encontrará una llave con el número de la caja o compartimiento de alquiler estampado allí, pero que también abrirá ambas cajas, la suya y la 1.044. Luego deje su vieja llave y una de estas dos en la caja oficial 1.044 y se lleva la otra y la nueva.—Oh, comprendo. Las acciones y la póliza de seguros de mi propia caja son para dar visos de verosimilitud al asunto, ¿verdad?—Sí. Coloque usted todos sus informes en la caja 1.044 y de allí recibirá las órdenes. Todos usamos el 1.044, así que tendrá que mirar por entre los sobres en busca del que tenga su nombre. La misma llave cierra también el cubículo a prueba de sonidos del departamento del Banco, así que nadie, ni siquiera otro miembro del S.S., puede interrumpirle a menos que usted le permita la entrada.—Mi propia caja fuerte de alquiler para disimular; la 1.044 para asuntos de servicio; la llave abre ambas cajas y cubículos; el botón rojo para servicio urgente. Sí, señor.—Cuando llegue a una nueva ciudad o planeta, coloque su dirección local en la caja en cuanto le sea posible. Eso es su único contacto seguro. También, en cada caja encontrará usted dinero siempre. Tome el que precise para los gastos y sepárese su salario. Si su trabajo necesita más del que en algún tiempo haya en la caja, deje una solicitud y oprima el botón rojo. Se le proporcionará más dinero por el mismo conducto inmediatamente.—Eso es mucha confianza, señor —dijo Hanlon—. Espero que sabré ser digno de ella. Su padre sonrió asintiendo.—Lo harás, Spence. No te hubiésemos pedido que ingresaras con nosotros de no estar seguros de ti. Como padre tuyo, estoy muy orgulloso de tenerte por hijo. Como asistente-jefe del S. S., estoy convencido de que no nos defraudarás.—Ahora —de nuevo el anciano adquirió un tono oficial en sus palabras—, un somno-instructor() y algunos carretes sobre idiomas y otras informaciones acerca de Simónides Cuatro le serán entregados en su habitación del hotel. Simónides Cuatro es su primer servicio. Ocurre algo allí que no hemos sido capaces de descubrir, pero que creemos que usted es capaz de conseguirnos algunas buenas pistas. No trate de resolverlo solo, envíenos información únicamente. Hijo, utilice su habilidad para leer mentes. Oí por intercomunicador todo lo que usted dijo a Rogers y aún cuando eso no fue la única razón por la que se le pidió que entrase en el S.S., créame, le servirá de gran ayuda y nos será tremendamente importante utilizar esas facultades para el trabajo..., puesto que nos servirán en donde ningún otro agente puede hacer una comprobación sin despertar sospechas. Además tengo el presentimiento de que usted desarrollará otras actividades mentales una vez su mente de en el blanco. Usted se dará cuenta en su trabajo que todo talento y habilidad que pueda desarrollar serán cosas útiles y necesarias.—Sí —asintió Hanlon lentamente—. Comienzo a darme cuenta. Haré prácticas.—En cuanto por el dinero, no sea mezquino..., gaste lo que usted quiera y siempre resérvese y lleve encima una buena cantidad para casos de emergencia. Viva bien, aunque no de manera extravagante a menos de que la ocasión del servicio lo requiera. No ahorre dinero, pero permanezca tan inconspicuo como pueda...—El Servicio lo tiene todo pensado, ¿verdad? —la admiración brillaba en los ojos del joven teniente.—Han tenido muchos años para ello, Spence. Ahora, hay otro medio de contacto, para casos de emergencia. Haz llegar una palabra, o celebras una entrevista con cualquier oficial del rango de contraalmirante para arriba. La palabra o consigna es «Andrómeda Siete». Con ella él sabrá quién eres y lo que haces. Una vez que hayas establecido contacto, puedes pedir algo o bien ordenar cualquier servicio que necesites para tu ayuda.—Comprendo, señor —Hanlon se puso rígido para recobrar con prontitud todo aquello. Luego—: estoy seguro de haberlo cogido todo. Equipo civil; habitación del hotel; póliza de seguro y acciones; cajas de depósito; la mía y el 1.044; somno-instructor de Simónides; «Andrómeda Siete».—Correcto, hora, quizá te interese hacerte una pequeña composición de lugar sobre el Servicio Secreto. Fue John Snyder en persona quien lo organizó poco después de su creación de la Patrulla Snyder. Se dio cuenta en seguida de que era preciso tener una organización desconocida, y poderosa. Ordinariamente no pasamos de dos centenares. Se admite nuevos miembros como reemplazo de los existentes o cuando se descubre en el Cuerpo algún individuo con habilidad especial, como la tuya de leer mentes. Trabajamos en cualquier parte del espacio, en donde nuestros servicios son necesarios, pero siempre hay uno o dos de los nuestros residiendo en cada planeta de la Federación. Si no tenemos ninguna misión especial entre manos los mantenemos ocupados en algún planeta que no sea el nuestro natal, inspeccionando a los cadetes y a cuanto les rodea o a los trabajadores especiales del Gobierno, guardando a las personalidades y en otras materias de vital importancia. ¡Pero sea lo que fuere lo que hagamos, o lo que estemos haciendo, somos el Cuerpo! Nos sentimos muy orgullosos de que jamás ningún hombre del S.S. haya traicionado la confianza en él depositada, ni siquiera para salvar su vida. Nuestro trabajo es peligroso en extremo, pero sin excepción todos somos hombres de gran habilidad mental —rápidos en el pensar, listos y sumamente capaces de descifrar la menor pista—. Sonrió un poco maquiavélicamente—. Aprendemos a manejarnos rápidamente en las misiones que se nos confían... si es que vivimos lo suficiente. Y para todos nosotros, nuestro trabajo peligroso, anónimo y jamás reconocido públicamente es una satisfacción altamente personal. Sabernos que somos los guardianes de la paz de la Federación, incluso a pesar de que jamás podremos llegar a ser héroes porque el populacho no conoce nuestra existencia.Hanlon asintió lento y pensativamente.—Sólo una cosa me asombra, papá. Tú y el almirante Rogers hablasteis de cuan secreto es todo esto, no obstante, se me dio la oportunidad de retirarme luego de haber sido informado de la existencia de la rama del Cuerpo.Su padre sonrió.—Varios lo han hecho, hace años. Pero antes de retirarse recibieron un tratamiento que les borró de la mente todo lo que se les había hablado en plan confidencial. —Se puso en pie y dio la vuelta al escritorio para reunirse con su hijo que también se había levantado— Quizá no te vea ya antes de tu partida, Spence..., quiero decir, George —sonrió pensativo y luego adquirió un poco más de alegría su mirada—. Pero te deseo la mejor de las suertes, hijo y ten en cuenta que tienes el honor de pertenecer al mejor Cuerpo de todo el Universo. Trata de ser siempre digno de tal confianza.—Lo haré, señor —respondió Hanlon con gravedad—. Parece demasiada responsabilidad para un cachorro como yo y me siento algo asustado. Haré cuanto pueda.—Tómatelo con calma al principio. No intentes muchas cosas ni te coloques en más peligro del que sea necesario hasta que aprendas a resguardarte; lo que harás, más deprisa de lo que ahora te puedas imaginar. En esta misión, todo lo que te pedimos es que nos proporciones algunas pistas sobre las que podamos trabajar.—¡De acuerdo! No quiero precipitarme en estos asuntos. Me queda mucha vida por delante especialmente ahora que he recobrado de nuevo a mi padre. Espero que consigamos vernos más a menudo.—Oh, confío en que sí, excepto cuando uno de los dos esté ocupado en una larga misión. Nos reuniremos en... alguna parte... con cierta frecuencia.—Sobre esta misión mía, papá. ¿Puedes anticiparme en qué consiste?—Ya lo sabrás cuando escuches los carretes grabados y conocerás también hasta el último dato en el momento en que tengas que comenzar la misión. Oh, sí, de poco se me olvida. El papel que utilizamos es de plástico digestible, así que «cómete» todas las órdenes y comunicaciones confidenciales que recibas. La caja siempre contiene papel de esta clase suficiente para tus informes o solicitudes y puedes utilizarlo a tu mejor conveniencia.—Eso ahorra dinero en productos alimenticios, ¿eh?Su padre sonrió apreciativo, luego se puso serio.—Asegúrate de comprender cada paso que das al principio y no trates de correr hasta que sepas andar con perfección. Bueno, felices vuelos Spence.—Felices vuelos a ti también, papá, siempre. Y quiero que sepas que estoy muy contento de haber desterrado de mi mente todos esos malentendidos y odios.—Té echaré mucho de menos, hijo mío. Pero el servicio es el servicio, ya lo sabes.Con una mezcla de sensaciones diversas entre las que destacaba un miedo preocupado y una incierta euforia, el joven atravesó el hermoso parque que rodeaba el rascacielos de acero que servía de albergue a los cadetes durante su período de enseñanza. Sus pensamientos estaban tan retorcidos como los sinuosos senderos y paseos en los que circulaba de ordinario por aquel mismo parque.III
Cuando Hanlon entró en su dormitorio, su compañero de habitación levantó la vista de los: libros.
—¿Qué quería el jefazo, Han? —¿Eh? —Hanlon salió de su abstracción y sonrió—. Nada importante. Pronto te enterarás. Se trata da nuestras primeras misiones luego del examen final.—Pensaba rápidamente—. ...Ejem, me darán cierta instrucción en el pilotaje y en los controles de vuelo espacial.—Hola, espero que a mí me permitan trabajar en la sección de cifra y descifra.Hanlon se encogió de hombros.—Probablemente sí, Dick. Tratan de encajarnos donde podamos ser más útiles —dijo el almirante Rogers—. Recogió el libro y se sentó, estudiando en apariencia. El joven Trowbridge volvió a sus propias ocupaciones.Halon comenzó a practicar su facultad de leer mentes en la primera oportunidad. Al principio le pareció que lo había logrado, pero rápidamente recordó que, cuando niño, sus víctimas nunca llegaron a sospechar que estaban siendo invadidas mentalmente a menos de que él se lo dijese o que actuase tan descuidado que revelase una información adquirida directamente del cerebro, pero que su oponente no se la había indicado con palabras.Sin embargo, entonces obraba su orgullo atávico e infantil y eso le hacía fanfarronear ante sus compañeros de juego de su habilidad, demostrándoles, contándoles cosas que había aprendido al invadir su mente sin que ellos se hubiesen dado cuenta. Todo aquello, naturalmente, le causó muchos disgustos y no pocas peleas y, lo que es peor, la pérdida de casi todos sus amigos de niñez. Por eso es por lo que había dejado de utilizar aquel talento natural y se había prometido a sí mismo no volverlo a emplear nunca, como aseguró al almirante Rogers.Pero ahora se daba cuenta de que debía utilizar toda la habilidad y pericia de que fuera capaz. Aquella facultad lectora de mentes, que él podía desarrollar, era decididamente su mejor arma. El Servicio Secreto le encargaría de todas las tareas en donde su facultad fuera más necesaria, si demostraba que podía desarrollar tal facultad.Sin embargo, con su capacidad actual, Hanlon sabía que era capaz de conseguir muy poco. Tal y como había dicho el comandante, no podía leer actualmente ninguna mente hasta el extremo de conseguir las palabras definitivas o la información específica que en ella hubieran. Pero le era posible hacerse una impresión claramente sensitiva que le ayudara a deducir lo que la otra persona pensaba.Parcialmente había aprendido —y ahora lo practicaba con todas sus facultades y con el mayor conocimiento para mejorar y perfeccionar la técnica —a calibrar las miradas de los otros, su aspecto, su expresión, etc. Por si todo aquello, junto con la impresión del carácter y los pensamientos que aparecían en sus mentes, le hacían posible conocer casi con certeza la corriente de los pensamientos del sujeto observado, en el momento en que hacía la observación.En los cuarteles, más tarde, aquella primera noche, participó en un juego de cartas y se concentró tratando de ganar por aquel método. Por cuestiones de dignidad escogió una partida en que las apuestas eran mínimas, ya que su sentido de la honradez no le hubiese nunca permitido ganar grandes sumas estafando de aquel modo a sus compañeros de juego.Durante algún tiempo ganó con facilidad y consistencia. No podía saber qué cartas tenían sus oponentes, ni la clase ni el número, pero podía decir sin dificultad si cada uno de los otros jugadores tenía un juego bueno, mediano o malo. Mirando el suyo consecuentemente, sus ganancias fueron mayores que sus pérdidas. Después de una hora o así de jugar se demostró a sí mismo que podría hacerlo y que su práctica aumentaba considerablemente. Luego, Hanlon cerró su mente a sus impresiones. Jugó sus cartas de tan mala manera, tan descuidado, que pronto perdió lo ganado. Entonces abandonó el juego bajo la excusa de tener que estudiar.A la mañana siguiente, durante la primera clase, se abrió la puerta y el almirante Rogers entró en el aula.—¡Fir...mes! —ordenó el profesor, poniéndose en pie de un salto.—Siga, siga. Yo me llevaré prestado a uno de sus jóvenes caballeros para todo el día de hoy, comandante. Una P.M.I.(), está en la ciudad y queremos proporcionarle un ayudante—. Miró por la habitación, como si tratase de elegir a un candidato de buen aspecto. ¿Qué le parece el cadete Hanlon? ¿Necesita hoy alguna clase especial de lecciones?—Oh, no, señor, es uno de nuestros estudiantes más destacados.El almirante Rogers miró directamente a Hanlon que se había puesto firmes al oír mencionar su nombre.—Le espero en mi oficina, con uniforme completo, para entrar de servicio.—Puede marcharse, Hanlon —ordenó el instructor y el cadete salió.En el despacho del almirante Rogers, diez minutos después, Hanlon recibió las instrucciones.—Preséntese en la Embajada de Simónides y póngase a disposición de Héctor Abrams, primer secretario del primer Ministro simonediano. Pero primero, colóquese este equipo. Este espadín de gala es un poco especial... La funda es un poco más redonda que de ordinario, pero no lo parece. En realidad es un modelo de fusil manual; el gatillo está aquí en el mango y queda debajo de los dedos cuando se le empuña. Póngase estos cordones distintivos del uniforme..., las puntas metálicas son como los silbatos de la policía. No —dijo viendo la mirada interrogadora de Hanlon—, no es que esperemos hoy ningún jaleo... es sólo cosa de rutina, porque nos gusta estar dispuestos para cualquier emergencia...Hanlon se colocó del pecho a las hombreras los cordones y se envainó el peculiar espadín de una longitud de medio metro. El almirante oprimió un conmutador de su escritorio y habló al micrófono.—Que mi coche personal lleve a Hanlon a la Embajada de Simónides, y luego que vuelva.En la Embajada, Hanlon se presentó al recepcionista quien lo hizo conducir con la debida deferencia a uno de los despachos particulares en donde fue presentado a varios hombres entre los que estaba El secretario a quien debía escoltar.—Tengo que hacer muchas cosas hoy, pero la primera y más importante es colocar la primera piedra de nuestro futuro nuevo edificio de Embajada. Éste que ocupamos está alquilado, si le interesa saberlo.—Estoy enteramente a su disposición, señor —Hanlon saludó militarmente y se colocó un paso detrás del político cuando salían del edificio.Se trasladaron al lugar de la inauguración en un coche abierto con conductor uniformado y seguidos por los otros vehículos del séquito, mientras recorrían las calles, Hanlon probó la mente del enviado de Simónides, pero encontró sólo una tensión preocupada que dedujo que era debida al discurso inminente que tenía que pronunciar, más que al pensamiento de alguna intriga o maquinación ilegal.Cuando llegaron a la sección griega de la ciudad, el desfile alcanzó un aspecto más parecido a una parada que a otra cosa, ya que el enviado de Simónides fue reconocido.Hanlon abrió por completo su mente e intentó analizar las sensaciones de pensamiento que recibía del público. Eran todas de una especie de buen humor y alegría y le recordaban el modo en que su mente infantil interpretaba los pensamientos de la multitud en el circo, en las fiestas del cuatro de julio, en las excursiones, etc.Desde el momento en que entró en la Embajada, Hanlon había estado probando por completo su habilidad, en la esperanza de encontrar una pista que le indicase lo que preocupaba al Cuerpo sobre Simónides, pero nada halló de siniestro o amenazador ni tampoco podía encontrar tales sensaciones en la multitud que les vitoreaba.Pero ahora se concentró más en vigilar el creciente y denso tronco de pensamientos de la gente, porque el coche estaba muy cerca de su destino. Todos los edificios de los alrededores estaban decorados con banderas de Simónides y de la Tierra y del populacho surgía un chorro continuo de vítores. Abrams se había puesto de pie en el coche, sonriendo y agradeciendo los aplausos mediante inclinaciones y reverencias a un lado y otro.Hanlon, sentado en posición de firmes, sin embargo, mantenía sus ojos asaetando las cercanías, vigilando tan cuidadosamente como podía cualquier posible demostración hostil.Una vez llegados al lugar de la ceremonia, Abrams fue recibido y saludado por las autoridades y acompañado con mucha pompa hasta la tribuna adornada con reposteros desde la que debía de pronunciar su discurso. Las manifestaciones de júbilo de la multitud aumentaron su potencia.El jefe de ceremonias se adelantó hasta el micrófono público y levantó sus manos reclamando silencio. La banda de música interrumpió la pieza que estaba ejecutando, los vítores de la masa fueron acallándose gradualmente y la ceremonia comenzó.Hanlon, que ocupaba su puesto en una esquina de la tribuna, apenas prestaba atención a lo que ocurría, como si ni le interesase o no pudiese comprenderlo demasiado, a pesar de que sabía bastante de griego. De nuevo sus ojos se vieron atareados continuamente examinando a la multitud que les rodeaba.Nada de particular ocurrió hasta que el jefe de ceremonias comenzó a presentar a Abrams y entonces voces entre el gentío gritaron:—¡Libertad para los griegos de Simónides!—¡Los Imperios están pasados de moda; que el pueblo se gobierne a sí mismo!—¡Viva la democracia!Estos gritos fueron pocos al principio, pero los hombres que los emitían tenían buenos pulmones. El rostro del jefe de ceremonias se volvió colorado y con las manos hizo gestos en mitad de su discurso, luego levantó su propia voz en un intento de acabar las interrupciones.Más gente se unía a los gritos, a pesar de que seguían siendo pocos en comparación, pero la ceremonia, a pesar de las intemperancias, continuaba y Abrams, una vez presentado, se puso en pie y comenzó su bien preparado discurso.Hanlon, más alerta que nunca, pudo ver cómo la policía local se abrió paso entre la multitud, tratando de detener y silenciar a los alborotadores. Desde su ventajosa posición, Hanlon los vio cambiar rápidamente de lugar, en parte para escapar de la detención, según dedujo al instante, y en parte para parecer que eran más y más las personas que se unían en los vituperios contra aquel acto.De reojo, vio que el secretario quedaba apabullado ante los disturbios y que su color era pálido a pesar de que continuaba hablando con valentía. La mayor parte del público le prestaba atención y encontraba interesante lo que decía, porque así se lo demostraba con abundantes aplausos.De repente, en un lado, pareció haber una demostración más determinada, más concreta y Hanlon apartó la vista no queriendo mirar, al acordarse de los consejos de su instructor:«Desconfiad de las cosas que os llamen la atención a un solo lugar. ¡Eso lo manejará la policía muy bien..., vosotros deberéis vigilar más cuidadosamente hacia otras cosas, en previsión de posibles asesinos!»Se sintió más alerta y auscultó con más cuidado toda la escena que se desarrollaba ante sus ojos.Un destello de luz solar procedente de un tejado cercano le hizo levantar la vista y lo que vio obligóle a, en un rápido movimiento, sacar su falsa espada, apuntar con cuidado y apretar el gatillo.Se produjo el resplandor de un fogonazo y un terrorista, semioculto tras una chimenea, gritó, medio se incorporó y después, su cuerpo calcinado por La fuerza del disparo, se precipitó a la calle, cayendo su rifle muy cerca de él.—¡Cubran a Abrams! —gritó Hanlon en tono conminatorio y él mismo se puso delante del secretario mientras los demás de la tribuna rodeaban por completo al enviado de Simónides y evitaban que corriese más peligro.Hanlon se llevó a la boca uno de los silbatos disimulados en los cordones de adorno y emitió un penetrante sonido. Ahora podía ver a varios policía locales corriendo hacia la tribuna, quienes, al cabo de pocos segundos, rodearon a Abrams formando una escolta armada y atenta, que lo metió en un coche policial, que partió raudo hacia la Embajada.El de Simónides estaba pálido y tembloroso, completamente trastornado por el incidente.—¿Por qué? —seguía preguntando, pero nadie le respondía—. Yo no soy lo bastante importante para que nadie quiera matarme —Abrams sacudió la cabeza—. Al pueblo de Simónides le gusta la forma de gobierno imperial..., ¿por qué algunas gentes de aquí de la Tierra han de hacer objeciones a eso?—Siempre hay indeseables en las multitudes —le dijo un capitán de la policía—. Tenemos alborotos como éste cada vez que se celebra una ceremonia pública. La mayor parte no tienen fundamento... Solamente de vez en cuando hay uno que resulta ser promovido por alguna enemistad personal.—Pero éste, con tanta gente participando, parecía planeado —objetó Hanlon—. Yo estaba más alto que ustedes y vigilando y pude ver por lo menos una docena de hombres que gritaban al principio, comenzando todos al mismo tiempo, como si se hubiesen puesto de acuerdo. Debe de haber sido un complot de no sé que clase...Su mente volaba. ¿Era esto parte de lo que tenía que investigar en Simónides? Había tratado de tantear las mentes, de la multitud, pero había tantas emociones contradictorias, tal mezcla de sensaciones, que le era imposible aislar una, sola, ni tampoco estados de ánimo individuales o pensamientos.En la seguridad de la Embajada, Abrams pareció relajarse un poco. Se volvió hacia Hanlon.—Mis más sinceras gracias, joven, por su atención y presteza en salvarme la vida. Le estaré eternamente agradecido.Hanlon agitó la mano modestamente. —Era mi trabajo, señor. Siento que le hayan estropeado el día de ese modo.—Sigo sin poder imaginarme el porqué —dijo lentamente el simonediano y Hanlon, tanteándole, percibió que su mente estaba llena de preguntas—. Yo no soy importante. Si hubiese sido el emperador...—Hanlon captó una expresión de lealtad y amor hacia su suprema autoridad—, o siquiera el ministro —aquí percibí un sentimiento de duda y de un poco de disgusto—, eso tendría sentido, no puedo imaginarme porqué he sido aquí enviado a esta ceremonia... es casi... —se quedó silencioso y las exploraciones de Hanlon encontraron en su cerebro sólo confusión.—¡Cáscaras! —él joven miembro del Cuerpo se sintió decepcionado y pensó—: ¡Si al menos pudiese leer mentes en realidad! Creo que este individuo sabe algo que yo quisiera conocer, pero no puedo hacerme la menor idea de lo que se trata.Sin embargo, siguió intentándolo y no sólo con la mente de aquel hombre al que le habían encomendado custodiar. Tanteó a todas las demás mentalidades de la habitación, pero ninguna de esas parecía poseer pensamientos acerca del porqué de aquel inesperado acontecimiento. En su mayor parte las sensaciones eran de cólera y de frustración ante la idea de que la ceremonia de la colocación de la primera piedra en el nuevo edificio de la Embajada no había tenido la brillantez esperada.Abrams se había hundido en un sillón y pronto se dio cuenta Hanlon de que no tenía el propósito de atender a las otras visitas de aquel día.—¿Me necesita para algo más, señor? —le preguntó finalmente después de un considerable periodo de desazón. El simonediano salió de su abstracción y se puso en pie.—No, me estaré aquí sin salir durante el resto de la jornada. Puede volver a sus ocupaciones habituales, de nuevo, muchas gracias, personalmente por salvarme la vida y, por favor transmítalas también a los jefes del Cuerpo por enviarlo a usted. Sin embargo, sigo sin comprender... —Le dio la espalda y se alejó: murmurando.Hanlon saludó a los otros miembros del personal da la Embajada y subió a una de las aceras rodantes en dirección a la base, informando después al almirante Rogers extensa y concisamente de todo lo ocurrido.—Piense lo que piense el señor Abrams y la policía, sigo creyendo que todo fue cuidadosamente planeado —concluyo—. Si se hubiese tratado de un hombre solo, porque pude contar hasta una docena. Sin embargo, claro —añadió rápidamente—, quien tiene que estar detrás de todo es un solo individuo.—Sin lugar a dudas —admitió el almirante—. Como había una posibilidad de que ocurriese algo así, por eso fue por lo que le escogí a usted para el trabajo, en la esperanza de que pudiese hallar alguna pista útil para nosotros.—Ya le dije que no podía leer en los pensamientos específicos o de información —dijo Hanlon—. Si usted y el Alto Mando me eligieron para el Servicio Secreto porque creyeron que podía hacerlo, será mejor que me devuelvan a mi destino habitual. Yo no puedo trabajar en absoluto entre una multitud, porque hay una mezcolanza enorme de pensamientos que me impiden separarlos y diferenciarlos. Incluso trabajando con un individuo, yo apenas puedo presentir algo de lo que siente. Precisamente como ahora —sonrió con un poco de malicia—, usted está desencantado porque no le he traído ningún dato y cree que mi facultad para leer la mente es una filfa.El almirante casi se puso de pie de un salto.—¿Eh? Yo no... —luego mostró sorpresa y se echó a reír—. ¡Por Snyder, que tiene usted razón! —se serenó—. Pero si usted puede hacer eso que ha hecho, aunque no pueda leer las palabras que delimitan el pensamiento, estoy seguro de que es capaz de ayudarnos. No, siga estudiando. Apuesto a que antes de mucho es usted capaz de hacer bastantes más cosas.—También lo espero yo —Hanlon se quitó lentamente los cordones y el cinturón con la espada, depositándolo todo en una esquina del escritorio. Al tocar el arma se dio cuenta de repente de lo que había hecho y se estremeció, mientras su rostro se ponía blanco como la cera.—¿Qué le pasa? —preguntó ansioso el almirante.—Que... he matado... a... un hombre —dijo Hanlon de manera entrecortada.—¡No! ¡Mató a una víbora! —el almirante Rogers puso su brazo consolador en el hombro del joven—. Que no es lo mismo. No se preocupe por eso.Hanlon trató débilmente de sobreponerse a su humor sombrío.—En cierto modo, tiene usted razón, señor, y trataré de verlo a su manera. En cuanto a lo de leer los pensamientos, seguiré ensayando y espero poder llegar a ser útil.El almirante le dio unas palmaditas en el hombro.—Lo conseguirá, muchacho. Puede retirarse.IV
Los cadetes estaban todos preocupados por los próximos exámenes, ahora muy próximos y la mayor parte de ellos aprovechaban cada oportunidad para ahondar en las materias en que ellos mismos se notaban flojos. Tal tensión es natural antes de cualquier examen final, pero en su caso lo era mucho más de lo que pudiera haberlo sido en un colegio ordinario o en una Universidad.
Porque hasta que las notas finales hubiesen sido enviadas por correo dando el resultado del último examen, mas también las notas del conjunto de los cinco años, ninguno de ellos —excepto, Hanlon, naturalmente— sabía con seguridad que alcanzaría la graduación y pasaría a ser un miembro permanente del cuerpo Interestelar. ¡Y con cuánta intensidad lo deseaban todos y cada uno de los cadetes!Habían pasado cuatro días desde que George Hanlon celebró la azarosa entrevista con el comandante de los cadetes. Apenas podía creer todavía que ya era un hombre actual del desconocido Servicio Secreto del Cuerpo. Sólo por la alegría interior que le producía el haber recobrado a su antaño adorado padre y el verse libre para siempre de aquellos odios negros producidos por no conocer la verdad, le daban prueba fehaciente de que todo no había sido un sueño fantástico.Hanlon no había experimentado nada desusado en la vida rutinaria del cadete, sino ponerse más y más nervioso como si aguardase el examen que esperaba a los demás. Pero la causa de la ansiedad era la espera de aquella prueba terrible, de aquella comedia que para todos sería una realidad y en la que se vería oficialmente expulsado del Cuerpo. Y toda aquella espera, toda aquella preocupación, todo aquel preguntarse cuándo, no le facilitaba la vida. ¡Si al menos hubiese pasado ya!Pero trató de mostrarse normal y hacer las cosas lo mejor que podía y aquello fue como una medida de su inherente estabilidad porque no permitió que sus camaradas, ni su propio compañero de habitación, advirtieran lo aprensivo que se sentía.Llegó por fin el día del examen final. Hanlon nunca se había preocupado por tales ejercicios de examen, porque había sido siempre uno de los primeros alumnos de su curso. Ahora, especialmente, desde que ya estaba graduado como teniente mayor, pudo haberse tomado las cosas con calma. Pero el orgullo por sus estudios que siempre lo dominaba, le obligó a hacer el examen lo mejor que supo.La primera asignatura en que iban a rendir examen escrito era de Historia, una de las materias favoritas de Hanlon, porque amaba aquella historia de la Humanidad, sus altibajos y su crecimiento gradual.Cuando se entregaron los papeles para que en ellos contestaran al cuestionario y leyó la primera pregunta, el cadete sonrió. Si todas eran tan fáciles...«Haga un breve resumen de los acontecimientos que llevaron a la creación del Cuerpo Interestelar»Hanlon destapó su pluma y comenzó:«En mitad del siglo XX los varios gobiernos de la Tierra tendían o hacia el totalitarismo o hacia una forma cómoda del Estado. Cada vez se asignó más fuerza al Poder Ejecutivo; máximos ciudadanos trabajaban directamente para el Gobierno, o recibían un salario de créditos estatales. Los negocios eran, pese a su gran, incremento, agobiados por un sobre control. Las deudas públicas llegaron a formar una carga abrumadora y los trabajadores notaban cómo cada vez les quedaba menos de su salario para subvenir a sus necesidades vitales.»Cuando se descubrió la energía atómica por los Estados Unidos en forma de una bomba durante cierta guerra, los militares controlaron por completo esa forma de energía. Ni las entidades privadas ni los científicos industriales o técnicos tuvieron permiso para experimentar con las posibilidades de obtener energía directamente de la fisión atómica.»En 1958, un joven llamado Travis Burkett, fue elegido como miembro del Congreso de los Estados Unidos representando a California. Durante sus cuatro mandatos como miembro de la Cámara Inferior se dio a conocer como una de las mentes más preclaras de la vida pública. En 1966 consiguió un puesto en el Senado y pronto se convirtió en uno de los miembros principales.»En 1976 (Año profético) se presentó para Presidente apoyándose en la sencilla plataforma de «Devolver el país al pueblo». Sus ideas y puntos de vista inflamaron las mentes y esperanzas de los ciudadanos americanos, disciplinados y rebajados por el canceroso crecimiento de la burocracia, hasta tal punto que la mayor parte de los burócratas y de los que vivían del Estado, se unieron para elegirle por una de las mayorías más notables de toda la historia americana.»Durante sus dos legislaturas de mandato, con la ayuda de un Gobierno de hombres que creían lo mismo que él, cumplió sus promesas. La tremenda fuerza del poder ejecutivo fue devuelta gradualmente al poder Legislativo al que pertenecía. Los departamentos duplicados, innecesarios y que se dificultaban el trabajo unos a otros y las agencias del Gobierno quedaron reducidas a un mínimo. Sólo las personas entonces necesarias siguieron perteneciendo a las nóminas del presupuesto público. En donde casi el ochenta por ciento de los ciudadanos había estado trabajando, por o comiendo del Gobierno, cuando ocupó el cargo de presidente, menos de un quince por cien lo hacían cuando se retiró.»Restricciones de impuestos y las medidas gubernamentales de mediar en la industria y los negocios quedaron reducidos excepto en las referentes a las pocas salvaguardias necesarias para obtener un mínimo de cooperación y un máximo de leyes proteccionistas. Quitadas estas restricciones y con el control de muchas ciencias vitales y tecnológicas recién arrancado de manos de los militares, las invenciones tomaron un incremento considerable.»Las gentes de los otros países, inflamadas al darse cuenta de lo que podía hacerse, promovieron revoluciones, felizmente incruentas, y pronto, trabajando otra vez en el Consejo de las Naciones Unidas, el Gobierno del mando unido se hizo una realidad siendo Burkett uno de sus primeros Presidentes.»Un americano, llamado John Snyder, había, años antes, trabajado secretamente en la creación de un método sencillo y poco costoso de obtener fuerza prácticamente ilimitada de la fisión atómica. Entonces pudo con toda legalidad ofrecer eso al público y pronto los hogares, los transportes ciudadanos y la industria utilizaron su método de obtener energía.»Snyder atrajo hasta él a un grupo de científicos preclaros y técnicos. Todos ellos dirigieron su atención hacia el vuelo espacial y al hombre, el insaciable, extendió sus codiciosas manos hacia las estrellas.»Enviaron en menos de dos años un cohete-robot a la Luna. Su tercer cohete llevó a bordo a dos científicos que no regresaron, sino que se quedaron en el satélite para estudiar y aprender. Cinco años después desembarcó en Marte la primera espacio-nave y al cabo de una década aquel planeta estaba perfectamente colonizado. Así, otros dos años después, se siguió con Venus. Quince años más tarde vieron la colonización de la mayor parte de las lunas, de los planetas exteriores().»Utilizando nuevas técnicas e invenciones aprendidas de multitud de experimentos, las lunas y los planetas tuvieron aire artificial, agua y tanto calor como era necesario. Robots androides(), perfeccionados por Varney, uno de los científicos del grupo de Snyder, ayudaron grandemente en este trabajo, en especial una joven hembra androide que era algo verdaderamente genial.»Entonces el hombre llegó hasta las estrellas... Y a los planetas de aquellos soles distantes. En aquella nueva era Snyder volvió a demostrarse a sí mismo y a los demás ser uno de los más grandes bienhechores de la Humanidad que jamás han existido. Promulgó la ley que aún está vigente:“El hombre nunca debe colonizar cualquier planeta que tenga habitantes inteligentes lo bastante como para mostrar actividad cultural y progreso.”
»Controlando todos los medios de transporte entre los planetas, como él hacía, porque poseía las patentes básicas, Snyder tuvo fuerzas suficientes para hacer cumplir aquella ley. Una vez hecho eso, y para mejor marcha de la legalidad, organizó la «Patrulla Snyder», que más tarde fue adoptada por todos los Planetas Federados cuando se creó esa organización, llegando a ser el Cuerpo Interestelar de hoy día.»En el presente hay cincuenta y siete planetas colonizados por primitivos habitantes de Tello o sus descendientes de otros planetas colonizados. Cada uno de éstos tiene su propia soberanía y escoge una forma de Gobierno, pero están estrechamente unidos en una Federación que es un Tribunal Supremo para los negocios interplanetarios. El I.C.I.E. es el brazo armado e investigador de la Federación, y no ninguna patrulla militar o gubernamental.»Hanlon había acabado aquella pregunta y la segunda, que solicitaba fechas de las guerras entre las colonias de Marte y los satélites de Júpiter. Descansaba sus ojos mirando sin ver por toda la habitación antes de comenzar a responder a la tercera pregunta, cuando oyó una voz alta y airada procedente del profesor encargado de la vigilancia.—Cadete, Hanlon, en pie, caballero. ¿Me quiere usted decir si piensa tener éxito en este fraude que está cometiendo durante el examen final?La cabeza de Hanlon se levantó y su rostro quedó mortalmente pálido al quedarse sin una gota de sangre. Se puso en pie torpemente dándose cuento de la expresión confusa de sus compañeros quienes miraban al profesor.—Pero..., pero no lo entiendo, señor. No estaba copiando.—¡No me mienta! —la voz fue como un latigazo—. Vi con toda claridad cómo miraba hacia el papel del cadete Fox. Es inconcebible que un cadete que está próximo a la graduación haga cosa tan condenable.El azoramiento de Hanlon se estaba convirtiendo en cólera ante tal injusta acusación, cuando de repente un pensamiento le asaltó...«¡Eso era!»El copiar en los exámenes siempre significaba la expulsión y el deshonor.Tenía que hacer todo lo posible por evitar traicionarse a sí mismo mientras tanteaba con rapidez en la mente del profesor. Percibió en ella un sentimiento de conmiseración que desmentía la seriedad y calor de los ojos de dicho profesor.Hanlon recordó las instrucciones de su padre acerca de «hacer una buena representación». Miró airado al maestro y sus ojos azules tomaron la dureza glacial del hielo.—Señor, está cometiendo un error colosal —su voz era más alta y colérica de lo que debía de haber sido—. Si fuese nuestro instructor de siempre el que supervisara este examen, jamás se le hubiese ocurrido hacer una acusación de esa índole. He alcanzado este curso gradualmente a través de toda la Academia. Y no copiando nunca, ¿me entiende?—Baje su voz, caballero, y no me replique—. Pero ahora Hanlon percibía mediante la mente del instructor una, cálida alabanza por la forma que tenía de llevar aquel asunto—. Le vi copiar, estoy completamente seguro. ¿Quiere usted dimitir o me obligará a llevarle a presencia del comandante?—¡No sé quién es usted, pero me imagino que es un loco estúpido! —Hanlon había perdido aparentemente el control de sí mismo y su voz y su rostro rojo mostraban la cólera que tan bien simulaba—. ¡Si cree que va a calumniarme y echarme de esta clase y evitar que me gradúe, es usted idiota de remate! Pregunte a mis compañeros... todos saben que no soy un copión.Pero los cadetes, aun sintiéndose turbados y confusos eran demasiado listos para mezclarse en aquella inesperada disputa. Permanecieron todos sentados con los ojos bajos pero con los rostros hacia delante, los brazos cruzados en el pecho y sin dar muestras de querer intervenir.El examinador, un hombre mucho mayor y pesado que los 1,80 metros de estatura de Hanlon y los setenta y nueve kilos de peso, bajó de un salto de la tarima. Cogió el brazo del cadete, pero Hanlon se apartó, retrocedió y dirigió un puñetazo al oficial.¡Aquello era insubordinación! Era increíble que un cadete golpease a un oficial, aunque mediaran circunstancias de provocación.El profesor, sin embargo, apresó al joven en una presa de neojudo que ningún neófito, por muy experto y fuerte que fuera, podía romper. Arrastró al forcejeante Hanlon hasta la tarima y con el codo, accionó el conmutador del intercomunicador.—Pidan al comandante que venga a la aula 12-B. Un cadete, pillado copiando en los exámenes, se ha alzado violentamente contra el instructor.Aun sujetando al airado Hanlon, el oficial recriminaba a su víctima por tal infracción del Código de los cadetes. Hanlon, mientras tanto, se deshacía en insultos y juramentos. Se retorcía como tratando de escapar, aunque se había dado cuenta pronto de que le sujetaban no con mucha fuerza y que le era posible y fácil deshacerse de la presa en cuanto deseara.Sin embargo, durante todo aquello, Hanlon recibía de la mente del oficial la impresión distinta al odio que reflejaban las palabras y una especie de aprobación por el modo que el nuevo miembro del Servicio Secreto estaba representando su papel. Además, Hanlon se daba cuenta de que era bien recibido entre las corrientes de simpatía de aquellos hombres desconocidos del S.S. de los cuales era un nuevo hermano. Pronto el almirante Rogers seguido por dos marinos espaciales de gordo corpachón, entraron en el aula.—¿Qué ocurre aquí? —gritó.Rápidamente el profesor repitió sus acusaciones, mientras Hanlon gritaba negando y salpicándolo todo con vituperaciones en las que trataba al oficial de imbécil por atreverse a acusarle de tal falta de juego limpio.—¡Estoy avergonzado de usted, Hanlon! —dijo el almirante con frialdad—. Teníamos muchas esperanzas puestas en usted, como le dije cuando celebramos la entrevista para tratar de su primer destino.—¡Entonces, por qué no me escucha a mí en lugar de aceptar la palabra de esta víbora que se llama a sí mismo instructor? ¡Bah! ¡Debía estar matando moscas!—¡Basta! —el disgusto se mostraba en el rostro del almirante mientras hacía gestos a los marinos, quienes se adelantaron y cogieron los brazos de Hanlon, retorciéndolos hacia su espalda y esposándolos.—George Hanlon, ¡queda oficialmente expulsado de la Escuela de cadetes del Cuerpo Interestelar!Y al decir eso, el almirante Rogers arrancó todas las insignias del uniforme de Hanlon, volviéndose hacia los marinos.—Échenle de la Reserva.Levantaron a Hanlon, aún agitándose y maldiciendo, y lo sacaron del aula, luego del edificio, atravesando el parque y por fin llegaron a la puerta, de los terrenos del Cuerpo.Allí le quitaron las esposas y burlándose de él, los marinos no demasiado gentilmente le lanzaron a la calle, en donde quedó extendido boca abajo sobre el embarrado suelo.Hanlon se levantó, se irguió, en apariencia estaba enloquecido. Sacudió sus puños en dirección a los sonrientes marinos reunidos en la parte interior de la puerta. Los maldijo y los insultó de una manera fluente y extraordinaria, empleando cada juramento y cada blasfemia que no recordaba haber oído. Siendo por naturaleza limpio de pensamiento y palabra, aquel modo de maldecir le asustó. Pero se dio cuenta de que estaba representando muy bien la escena.Durante algún tiempo los marinos aguantaron sus insultos, pero cuando comenzó a meterse con sus personas y familias, un par de ellos se adelantaron hacia él, habiendo perdido las risas que les dominaban. Para mejorar su actuación, pretendió Hanlon asustarse cobardemente y acompañado por las burlas de los curiosos civiles que se habían congregado rápidamente para ver todo aquel jaleo, echó a correr calle abajo alejándose de la Reserva.En la primera oportunidad, una vez se hubo distanciado bastante de sus perseguidores, Hanlon se metió en un callejón. Corrió por él hasta divisar la puerta trasera de un cafetucho y abriéndola, la franqueó. Allí, en el lavabo, se limpió lo mejor que pudo.De nuevo presentable en cierto modo, salió por la puerta principal y montó en una de las aceras dirigiéndose a la sección de la ciudad en donde podía, comprar ropas buenas pero no demasiado caras.Una vez vestido de forma ordinaria, alquiló una habitación en el hotel, luego se dirigió a un Banco en donde compró acciones negociables, concertó una póliza de seguros y alquiló una caja de valores.V
En su habitación del hotel, George Hanlon se echó sobre la cama y durante una hora permaneció recordando el súbito giro de los acontecimientos y lo que todo aquello presagiaba. Trató en vano de olvidar la estupefacta consternación de sus condiscípulos, las burlas de los marinos y las risas de los paisanos que contemplaron la escena de la puerta y que significaba su deshonor. Casi con lágrimas en los ojos se dio cuenta por fin que aquello no era más que el preludio a los muchos años en que tendría que soportar que lo vituperaran y lo mirasen como un despreciable proscrito.
Finalmente se calmó un poco, luego se levantó y comenzó a pasear por la habitación preguntándose cuál sería su próximo movimiento. La respuesta le llegó casi en seguida. Una llamada a la puerta dio paso a un mensajero que le entregó un paquete. Al abrirlo, una vez que aquel hombre se hubo ido, Hanlon encontró el somno-instructor y los carretes. El primero de todos estaba etiquetado: «Núm. 1. Escuche esto despierto».Lo colocó en la máquina y la puso en funcionamiento. Era la voz de su padre.«Al recibir esto comienza, su verdadero trabajo. Es preciso que se aprenda de memoria el contenido de estos carretes en un plazo de dos semanas. En resumen, he aquí su contenido: Simónides Cuatro fue colonizado bajo la dirección de un griego que le dio su nombre. El Cuatro es el único planeta habitable de ese sistema. La mayor parte de los habitantes primitivos de Simónides Cuatro eran compatriotas del griego y, por tanto, su idioma actual es una evolución del moderno idioma helénico, que usted ya ha estudiado. Naturalmente que ahora hay muchas variaciones y palabras nuevas, términos lexicográficos debidos al progreso y a la evolución de la cultura. Los carretes le ampliarán estos conceptos.»«El último carrete le cuenta la historia, geografía y situación económica del país hasta la actualidad. Hay también detalles acerca de varias grandes ciudades en especial de Nueva Atenas, su capital. Creemos que esa ciudad puede ser el mejor punto de partida para iniciar sus investigaciones. Una vez se haya aprendido el contenido de los carretes, vaya al banco, tome sus instrucciones finales de la caja y el dinero para el viaje.»«En cuanto al problema, en síntesis es el siguiente: Sobre el pasado año los agentes de la Federación han advertido allí cierto movimiento, pero no han sido capaces de darle una interpretación. Sea lo que sea se mantiene celosísimamente en secreto —los agentes ni siquiera han podido decir si se trata de algo político, religioso o meramente social—. Han descubierto además que docenas de hombres importantes —quizá cientos— o de segunda categoría, han desaparecido envueltos en el mayor de los misterios. Todo esto huele a chamusquina para la Federación.»«Por último fue llamado el Servicio Secreto. Primero enviamos a un hombre, luego a otro. Trataron de «actuar desde dentro» uniéndose al movimiento cualquiera que fuera su índole. Pero no han logrado establecer ni un punto de partida, puesto que han sido inútiles todos sus esfuerzos. El segundo de nuestros hombres está allí todavía tratando de averiguar algo.»«En realidad, no tenemos la menor evidencia de nada, sólo una especie de “presentimiento” de que se está fraguando un complot contra la paz y el bienestar de los Planetas Federados. Puede que resulte que nada hay de malo, pero no podemos correr el riesgo de que sea todo lo contrario. Con su habilidad para leer mentes es posible que podamos descubrirlo. Esa es nuestra esperanza.»Hanlon creyó que el mensaje había terminado, pero la voz volvió a oírse.«Me han dicho que hiciste una buena representación en la escena de tu expulsión de la escuela. Sé lo que debes estar sintiendo, Spence —cuanto debe sufrir tu corazón— y lo único que deseo es que encuentren algún modo de calmar esa pena. El tiempo será el mejor remedio.»«Buena suerte, hijo, y felices vuelos. Cuídate mucho. Todos estamos tras de ti y por los medios que conoces puedes pedir el auxilio de uno o de todos, si nos necesitas. Estos carretes son solubles en agua, por tanto disuélvelos en el lavabo y espera a que sus restos se pierdan por el sumidero una vez hayas acabado con ellos.»***Durante las dos semanas siguientes, Hanlon vivió casi encerrado en su habitación, de día estudiando en los libros que sacaba de la biblioteca las cosas que por la noche aprendía con el somno-instructor.La víspera del día de la graduación se sentó triste ante la pantalla de televisión de su cuarto contemplando la emisión de la solemne ceremonia en la que hubiera tomado parte de no haberse decidido a ingresar en el Servicio Secreto.Todos sus sueños desde la niñez habían cristalizado en un deseo ferviente de pertenecer al Cuerpo Interestelar; todas las esperanzas y planes elaborados durante sus cinco años de estancia en la escuela de cadetes; todo el excitante orgullo, de saber que iba a formar parte de la mayor organización del Universo, se agitaron en su interior y le acongojaron.Cuando, por último, todo el curso se puso en pie para pronunciar el Juramento de Fidelidad, Hanlon se encontró a sí mismo en posición de firmes y repitiendo en alta voz las palabras emocionantes de ritual.Entonces, por primera vez, a pesar de su decisión y de su graduación en privado, se sintió verdaderamente como formando parte vital del Cuerpo.***Al día siguiente, cuando iba por la calle camino de la biblioteca, Hanlon se tropezó casualmente con un grupito de antiguos compañeros de estudios, vestidos ya con los nuevos uniformes azul celeste y carmesí, en los que relucían las barras de teniente.—¡Hola, amigos! —les saludó, recibiendo en respuesta sólo silenciosas miradas de desdén.—¡Eh, camaradas, sabéis muy bien que me calumniaron! —Hanlon se plantó ante ellos y no le costó ningún trabajo aparentar sentirse dolido. Aquello iba a serle muy desagradable, pero comprendió que reforzaría la impresión de que había sido expulsado perdiendo el honor—. Sabéis muy bien que no soy capaz de hacer lo que me acusaron —prosiguió plañidero—. No copié..., no me era necesario. Reconozco que perdí la cabeza cuando aquel tipo me acusó, pero a cualquiera le habría pasado lo mismo.—Querrás decir que nunca te pillaron copiando con anterioridad —exclamó Trowbridge burlón—. Estoy seguro de que me tenías... nos tenías a todos engañados. Ahora, o te largas o... —Cerró los puños y avanzó hacia Hanlon.El joven siguió representando su incordiante papel, pero le dolía hacerlo. Tenía cariño a aquellos muchachos; habían sido sus amigos, sus mejores amigos, durante cinco largos y felices años. Sólo entonces comenzaba realmente a comprender qué tremendo precio había pagado... y tendría que seguir pagando de por vida.Se adelantó y se revolvió e inmediatamente fue el blanco de una serie de puños. Le derribaron varias veces, pero siempre logró volverse a levantar. Había recibido un concienzudo entrenamiento en toda clase de géneros de lucha —y en aquellos momentos ponía en práctica los conocimientos adquiridos— pero sólo para defenderse de falsos ataques.Aun así recibía terribles y efectivos golpes, porque los cadetes, hoy ya tenientes, eran cinco contra uno y además bien entrenados. Su traje estaba sucio y roto por causa de los puñetazos y las repetidas caídas y le faltaba un botón. Tenía los nudillos en carne viva y podía darse cuenta de que su rostro se estaba convirtiendo en una masa informe y tumefacta. Recibió el impacto de un duro zurdazo en la boca y escupió los fragmentos de un diente.—¡Fir-mes! —una voz autoritaria resonó por encima del alboroto.Al instante, los cinco miembros del Cuerpo retrocedieron de un salto, automáticamente impulsados a hacerlo por el esmerado adiestramiento recibido y lo mismo hizo Hanlon. Todos ellos se quedaron en posición de saludo y adoptó una cínica postura.—¿Qué ocurre aquí? —preguntó el alto jefe con un tono glacial.—Ese hombre es un cadete expulsado, señor. Se le pilló copiando en el examen final —explicó uno de los nuevos tenientes—. Trató de hablarnos.—¡Eso es una mentira ruin! —contestó Hanlon—. Me calumniaron. ¡El Cuerpo, puaff! —y escupió con pretendido disgusto—. Me voy a marchar de aquí lo más pronto que pueda y cuanto más lejos mejor. ¡Si consigo bastante dinero trataré de llegar por lo menos a Andrómeda Siete!Sólo él percibió en apariencia como los ojos del almirante se abrían asombrados al oír las palabras clave. Luego, el alto jefe se volvió muy serio hacia los recién nombrados tenientes.—Se supone que un miembro del Cuerpo es capaz de vérselas con cinco paisanos a la vez y no el caso contrario de cinco tenientes del Cuerpo contra un civil. Si ese hombre es un cadete deshonrado, tienen ustedes derecho a sentir desprecio hacia él. Pero déjenlo tranquilo... los años venideros le causarán más pena y dolor que el que puedan inferirle los puños de ustedes Y usted, amigo —dijo volviéndose hacia Hanlon—. No crea que he intervenido para salvar su despreciable pellejo —su tono era de profundo desdén—. Lo que pasa es que no me gusta que los miembros del Cuerpo peleen en la calle. Pueden marcharse.Los cinco tenientes saludaron marcialmente y se fueron. El almirante hizo un breve guiño respetuoso hacia Hanlon antes de volver a entrar en su coche.Pero mientras el joven se apresuraba a regresar al hotel para curarse, lavarse y limpiarse de las huellas de la refriega, su corazón estaba dolorosamente contraído al recordar los muchos meses de agradable compañerismo vividos con aquellos jóvenes que le habían atacado. En especial Dick Trowbridge, que había sido con quien compartía su habitación y su camarada predilecto en la escuela, y que hoy parecía particularmente agresivo durante la pelea.Renunciando a todo lo que puede hacernos felices en la vida, es algo más de lo que puede soportar una persona normal. Hanlon se censuraba a sí mismo, llamándose loco por haberse dejado arrastrar hasta aquello. ¿Dónde estaban las «grandes recompensas» que su padre y el almirante Rogers habían mencionado con tanta elocuencia? ¿Cómo era posible que hubiera algo capaz de compensar la pérdida del respeto y la amistad de los seres que había conocido toda su vida?¡Sin embargo, tenía que admitir, aunque con ciertas dudas, que su padre había pasado por todo aquello y más, ya que hasta tuvo que renunciar a su hijo y a las pocas semanas de vida que le quedaban a su adorada esposa, y no obstante, ahora parecía satisfecho y contento. Quizá... quizá hubiera algo tras todo aquello, que el tiempo sacaría a la luz. Pero era muy duro tener que soportar el presente.Y aquel fortísimo dolor de muelas no le servía tampoco para consuelo de sus sentimientos. El nervio dental de aquel diente roto había quedado expuesto al aire y le dolía de una manera infernal. Sería mejor ir a un dentista para que le arreglara la boca o acabaría volviéndose loco de dolor.Cuando estaba a punto de salir se detuvo al darse cuenta de que no tenía dinero propio para pagar a un dentista por la extracción y el puente.«¿Qué debo hacer en un caso así?», se preguntó. «¿Es correcto que para un asunto puramente personal utilice fondos del Cuerpo? Mi padre no mencionó nada a este respecto. Por otra parte, me dijo que me cobrara los salarios y gastos de la caja oficial. Además, podría decir con justicia que he perdido el diente en acto de servicio y por tanto compete al Cuerpo reemplazarlo.»¡Salió, encontró un dentista y se arregló la boca. Nunca jamás volvió a sentir dudas acerca de gastar el dinero del Cuerpo para cosas que necesitaba con urgencia... pero tampoco lo gastó jamás en placeres puramente personales o en comodidades extraordinarias, excepto cuando las necesitaba para desempeñar un papel de categoría social que creía conveniente para llevar a buen fin alguna misión.La noche, sin embargo, le sobrevino mientras experimentaba aquel sentimiento de autocompasión por aquella pelea con sus compañeros lo que persistió incluso después de haberse acostado. ¡Por la sombra de Snyder que no era fácil que un muchacho se acostumbrase en seguida a todo aquello!Hasta pasadas dos horas de inquieto agitarse sin poder conciliar el sueño, no se acordó de que no había puesto en marcha el somno-instructor. De mala gana, se levantó y lo puso en funcionamiento... y aquella leve actividad le quebró el mal humor. Nada más acostarse se quedó profundamente dormido.***Al fin de las dos semanas, Hanlon conocía el lenguaje de Simónides y sus costumbres lo bastante bien como para empezar a trabajar. Se fue al banco y, naturalmente, abrió la caja 1.044.Rebuscando por entre un grueso fajo de sobres encontró uno con su nombre. Se lo llevó hasta uno de los cubículos, cuya puerta cerró por dentro, para mayor aislamiento y seguridad.Mientras leía el contenido del sobre en su cerebro, como un relámpago, desfilaba el escenario de aquel otro planeta y su situación. Por su conocimiento de la historia política de la Federación, sabía que existía un férreo acuerdo que permitía a cada planeta elegir su propia forma de gobierno. La mayor parte escogió la democracia, pero había quienes tenían un tipo de estado fascista. Uno o dos —los más avanzados— incluso poseían un estado anarquista, con un mínimo de leyes gubernamentales.Simónides, casi un siglo antes, se había convertido en un estado imperial, siendo el único planeta de la Federación que se gobernaba de ese modo. Originalmente fue colonizado como república amplia, abarcando todo aquel mundo, pero con posterioridad se subdividió en cinco países independientes, al verse pobladas distintas partes por gente de otra procedencia nacional distinta a la griega primitiva. Aquellas cinco naciones se reagruparon tras un golpe de estado espectacular, formando un imperio.Después el Cuerpo comenzó a sospechar que algo se maquinaba allí que podría afectar la paz de la Federación, sobreviniendo luego el fracaso de los agentes que fueron enviados a investigar.Ahora las órdenes del teniente mayor Hanlon del Servicio Secreto eran tomar una espacionave para Simónides Cuatro y tratar de averiguar cuanto pudiera, lo antes posible, de aquella maquinación que se sospechaba estaba en gestación. Si lograba captar impresiones de que, quién o qué grupo, estaba tras el presunto movimiento, debía tratar de unirse a los intrigantes y comunicar cuantos secretos pudiera llegar a conocer.Una vez en posesión de tales informes, el Cuerpo sabría si había algo contrario a la paz y a la seguridad de la Federación y tomaría las medidas necesarias para abortar toda intriga.Sus instrucciones acababan: «El coste de un billete de primera clase hasta Simónides es de cuatrocientos cincuenta créditos, por tanto, debe usted retirar bastante dinero como para que le queden por lo menos quinientos créditos para cualquier gasto necesario e imprevisto. Tome el «Helena», que parte del espacio-puerto de Centrópolis el viernes de la presente semana. Tenemos buenas razones para creer que “personas interesantes” viajarán a bordo».La mente de Hanlon volaba. Con toda seguridad alguien quería que él viera qué impresiones o evidencias podía recoger de aquellas personas sospechosas. Frunció el ceño al darse cuenta de que el S.S. le había dejado que descubriera por sí mismo quiénes eran «las personas interesantes». Quizás aquello fuera una especie de prueba.Pero se sintió impresionado por la maravillosa eficiencia y la competente organización del S.S. que vigilaba cuidadosamente a todos sus miembros y les prestaba asistencia de todas las maneras posible.Se «comió» las hojas de papel plástico digestible y luego salió del departamento de cajas de valores. Resolvió lo de su billete y reservas en la sección de viajes del banco y luego regresó a su hotel para hacer las maletas.VI
Y así aquella mañana del viernes, George Hanlon, aún vestido con ropas civiles, claro, llegó hasta la gran nave de pasajeros que iba a partir para el lejano Simónides. Se sentía emocionado por la idea de hacer tal viaje, porque amaba las profundidades del espacio, su inmensidad y su misterio y porque sentía una impresión fantástica de grandeza e inmensidad.
Jamás había estado mucho más allá del sistema solar. No era necesario durante sus cruceros de adiestramiento, porque todos los detalles del pilotaje —la rama del Servicio en que había esperado entrar— eran los mismos tanto para los vuelos interplanetarios como para los viajes interestelares. Era el trabajo de navegante el que era más duro y complicado en las largas expediciones hasta destinos que no se podían ver cuando se despegaba.Este «Helena» en el cual iba a viajar tenía un diámetro de unos veinte metros y aproximadamente sesenta de longitud. La propulsión era, según reconocían los constructores e ingenieros, no del último modelo, pero le faltaba muy poco. Se seguía constantemente experimentando con la esperanza de viajar con mayor rapidez. Sin embargo, aquella espacio-nave poseía una enorme velocidad.Existía una cierta medida de antigravedad para ayudar al despegue del cohete desde un planeta. Hanlon recordó que debía ser del orden del veintidós por cien. Tenían que utilizar todavía cohetes pequeños y auxiliares cuando se acercaban a un lugar de aterrizaje, pero aquellos cohetes eran muy distintos de los rudimentarios con los que Snyder y sus hombres colocaron sus primeras naves en la Luna y en los planetas. Los actuales podían desarrollar mucha más potencia y durante mucho más tiempo que los antiguos.Para largas distancias se utilizaba una especie de «combado» que hacía que la nave se introdujese entre las líneas de fuerza que hacían permeable el espacio. Hanlon nunca pudo comprender exactamente cómo se hacía la maniobra ni tampoco la técnica especial que requerían los motores. Aquello era «instrucción ultra superior» que los cadetes no aprendían en los cursos regulares; era trabajo de los que ampliaban estudios tras la graduación porque querían llegar a ser Doctores de Ingeniería.Cuando subía por la escalera mecánica hasta el interior de la nave, Hanlon se encontró, en la escotilla exterior, con un camarero que le enseñó el camino hasta el nivel en donde estaba situado su camarote.Aquélla era la primera vez que Hanlon subía a bordo de una de las espacio-naves lujosas de línea regular, tan diferentes a las atestadas naves que poseía el Cuerpo y en las que había efectuado sus cruceros de práctica.—Como usted debe saber, señor —le dijo el camarero mientras caminaban— no hay noche ni día en el espacio, pero utilizamos el tiempo de la Tierra en la nave y las luces se encienden y se apagan conforme al día regular terrestre. Se sirve el desayuno de siete a nueve, el almuerzo de doce a catorce y la cena de dieciocho a veintiuna.—Gracias —un billete de un crédito cambió de mano a mano; la propina aún estaba de moda. El obsequioso camarero se deshizo en darle instrucciones para encontrar los juegos y salas recreativas y otros; puntos de interés a bordo.Hanlon deshizo la maleta y colocó sus cosas en los armarios compactos; luego, habiendo oído el primero y segundo avisos se apresuró a ir hasta la mesa de observación para contemplar la partida. Apenas había llegado y se había puesto el cinturón y sujetándose bien al sillón de aceleración, volviendo su rostro a la larga y estrecha ventanilla de cuarcita, cuando el tronar de las sirenas indicó el tercer y último aviso.Las comunicaciones interiores de la nave comenzaron a funcionar: «Todos los pasajeros y personal sujétense bien los cinturones. Cinco minutos hasta el despegue... cuatro minutos... tres... dos... uno... treinta segundos... quince... diez... cinco, cuatro, tres, dos, uno, ENCENDIDO».A través del casco aislado e insonorizado Hanlon percibió el débil ruido producido por la inmensa potencia de los motores. Después, se sintió empujado profundamente en los cojines de su sillón. Una banda constrictiva pareció aplastarle el pecho, mientras al mismo tiempo experimentaba un curioso sentimiento de pérdida de peso. Era la peculiar sensación que combinaba la antigravedad y el impulso que producían los cohetes.Por experiencia sabía cómo regular su respiración y cómo dejar que sus músculos se relajasen lo más posible, de modo que para él, sólo se produjese un breve momento de incomodidad. Luego le fue posible contemplar la escena que se desplegaba por delante y debajo de él.El suelo y aquel extenso reguero de llamas casi intolerables se alejaron rápidamente y al cabo de unos minutos la escena se extendió hasta que le fue posible ver cientos de kilómetros cuadrados de ciudad, campo y océano. Pronto pudo divisar las distantes montañas; pero gradualmente el panorama se empobrecía en detalles y seguía empobreciéndose hasta que estuvieron muy lejos, fuera de la atmósfera. Entonces las grandes masas continentales se hicieron visibles en su totalidad, pero sin poder percibir particularidades.Dos horas y media más tarde habían pasado la Luna y comenzaban a remontarse a tremenda velocidad que les iba a llevar a través de las profundidades interestelares en cosa de pocos días. Y cuando la Luna se convirtió en una esferita tras ellos, Hanlon sintió el crecer de la aceleración hasta una medida constante, entonces se desató y se puso en pie. Desperezóse con indolencia, para aliviar sus músculos del entumecimiento y luego se encaminó a dar un vistazo a sus compañeros de viaje.Advirtió que había varios hombres con el uniforme del Cuerpo y esperó que ninguno de ellos le reconociera, y que de ser así, fuera lo bastante bueno como para no hacer correr la voz de su deshonor. Eso le hubiera hecho el viaje incómodo, solitario e improductivo, porque se habría visto obligado a pasar la mayor parte del tiempo en su camarote. Pensó en las «personas interesantes» de que le habían hablado... tratando de averiguar el significado de aquella pequeña pista.Para George Hanlon, el hombre más joven jamás destinado al Servicio Secreto del Cuerpo Interestelar —a pesar de que no lo supo hasta más tarde— sentía en su mente la preocupación constante y primordial por la misión encomendada.Acostumbrado desde muy temprana edad a la creciente tarea de mantener oculta su facultad de leer mentes, se daba cuenta ahora de que tenía que operarla casi continuamente para llegar a alcanzar el nivel más alto posible de eficiencia. Sólo conociendo cada faceta de su habilidad podría realizar lo que tenía que hacerse en su nueva tarea.Se sentó de nuevo y cerró los ojos para estudiar mejor aquel problema sin que le distrajeran los acontecimientos de su alrededor. Se dio cuenta un poco asustado del peso de sus nuevos deberes y responsabilidades, incluso aun cuando había pensado en ello varias veces antes. De cualquier manera, su estancia a bordo le parecía hacer más terrible y honrosa la responsabilidad.¿Por qué se tenía que ver agobiado por tal carga que otros, sus superiores, le habían adjudicado? ¿En qué pensaba el Alto Mando del Cuerpo para nombrar a un joven inexperto y recién salido de la escuela para una misión tan espinosa?Por último comenzó a pensar menos en su propia responsabilidad y a concentrarse en ver lo que podía recoger mentalmente. Mantuvo los ojos cerrados, pero abrió su mente por completo y dejó que el chorro de sus impresiones pensativas se extendiera sin rumbo fijo.A su alrededor habían muchas risas y alegría, cosa natural en un transporte de lujo. Había algo de miedo hacia el espacio y el vacío; unos cuantos se sentían enfermos por la partida. Se notaban muchas corrientes en el subconsciente y en una de las ocasiones pensó captar vagos rastros de intriga siniestra, pero le fue imposible localizarlos o enfocarlos de un modo más claro y distintivo. Con toda evidencia, los hombres —o mujeres— que tenían tales pensamientos eran capaces de cerrar sus mentes en alguna extensión... o es que, quizás, él era demasiado torpe en sus intentos de leerlos. Se dio cuenta, también, que a lo mejor no pensaban siquiera en tal cosa; recordó que una vez cuando era niño creyó haber captado una clase de pensamiento, luego encontró más tarde que era simplemente que un vecino leía una historieta con un argumento siniestro.La lectura de las mentes, díjose a sí mismo, era el campo en el que le habían indicado que trabajara. El Cuerpo y el S.S. se habían asegurado de encomendarle trabajos en donde otros agentes habían fracasado, en la esperanza de que pudiera obtener algunos puntos iniciales de contacto. Así tenía que procurarse y aprender como desenvolver mejor sus facultades.La llamada para el almuerzo le encontró estudiando su habilidad, pero tenía hambre y fue a comer. Allí podía trabajar tan bien como en la cubierta de observación.Al entrar en el comedor, el camarero le asignó una mesa casi en el centro de la gran y bien decorada habitación. Durante algunos momentos estuvo atareado estudiando el menú y cuando hubo pedido su comida levantó la vista para mirar a los otros comensales.Había sido presentado a aquella matrona y a su hijo, que parecía ser de su propia edad. Los tanteó brevemente, encontrando en ella una buena intención disminuida un poco por sentirse la mujer demasiado pagada de su propia importancia; dedujo que sería una nueva rica. El muchacho le disgustó en seguida, sintió antipatía hacia él, le pareció egoísta, fanfarrón. Los olvidó y se concentró en dejar que su mente vagara por el comedor, en busca de información y tratando de refinar y desarrollar su habilidad de lector de mentes. Le pareció que esa facultad mejoraba... y eso fue considerado por él como un buen presagio.Después del almuerzo regresó a la cubierta de observación y allí, mientras pasaba lentamente la tarde, permaneció sentado en su sillón con los ojos cerrados y la mente completamente abierta.Varias veces percibió alguna impresión pensante más distinta que el nivel general y se concentró tratando de localizarla; para leer más claramente y con más minuciosidad. Pero no tuvo mucho éxito y eso comenzó a irritarle y a ponerle furioso consigo mismo.«Sigue y no esperes milagros», se dijo a sí mismo. «¡Claro, has conseguido algo, pero nada —ninguna habilidad mental o muscular— se puede desarrollar sin entrenamiento y práctica!»Después de cenar aquella primera noche Hanlon se dirigió al salón de recreo. Había docenas de mesas en donde la gente se dedicaba a distintos juegos. Les vio a muchos sentados mientras que otros permanecían de pie, contemplando las partidas, sin que nadie se sintiera irritado contra los mirones, ya que eso constituía una costumbre social.Aprovechándose de ella caminó hasta encontrar una mesa en donde cuatro hombres jugaban al «poker». Se quedó allí, mirando la partida, pero concentrándose en la mente del hombre opuesto a él, comprobando sus impresiones mentales más que nada producidas por las ganancias y las pérdidas.No pudo, en ningún momento, leer en la mente de aquel hombre cuál era la carta que buscaba. Pero sí le fue fácil percibir del cerebro del jugador si la recibida era buena o mala o indiferente. Contemplando el juego también, como estudiando los sentimientos de aquel individuo, los movimientos faciales y los retorcimientos musculares o la tensión, Hanlon se vio pronto capaz de formular predicciones con bastante seguridad en lo que al juego se refería. Comprobando sus deducciones con los naipes cuando éstos eran mostrados sobre la mesa, se dio cuenta de que gradualmente se iba acercando más y más hasta un tipo perfecto de «lectura».***Al día siguiente Hanlon se pasó la mayor parte del tiempo sentado en el diván, con los ojos cerrados, dejando que su mente se empapase de cuantas impresiones y vibraciones podía percibir. Cuando una de ellas le parecía particularmente fuerte, trataba en seguida de localizar a la persona que la emitía —con la mente, no con los ojos— y de leer todo el pensamiento completo.En su mayor parte encontró otra vez excitación y placer. Todo el mundo a bordo parecía estarlo pasando bien y disfrutando del viaje hasta el máximo. Era lo que podía esperarse, un grupito de gente alegre que comenzaba sus vacaciones.No obstante hubieron, ocasionalmente percibidos, algunos pensamientos siniestros y profundos de los que le habían turbado desde que los advirtió por primera vez el día anterior. Nunca fueron muy destacados, ni continuos... Era como si una o dos mentes fueran las que albergaran tal idea y los propietarios no estaban todo el día en la cubierta de observación, sino que entraban y salían con frecuencia.Trató de analizar la raíz de aquellos pensamientos. Eran malévolos, eso lo había notado desde el principio. Y, finalmente, a última hora de la tarde, la persona o personas que los pensaban pasaron algún tiempo cerca de él en la cubierta, porque el sentimiento se hizo mucho más claro al joven del S.S.Hanlon siguió manteniendo sus ojos cerrados. No hizo ningún esfuerzo esta vez para identificar la procedencia de aquellas sensaciones amenazadoras. Eso vendría más tarde. Por el momento estaba más interesado en tratar de descubrir lo que significaban las siniestras impresiones.Gradualmente su mente se vio forzada hasta llegar a la conclusión de que podía únicamente significar una cosa: asesinato.Hanlon estaba dedicando casi toda su mente a este problema cuando otra emisión mental se entrometió y se hizo más fuerte, exigiendo más su atención.Era un sentimiento de interés simpático, y sin embargo, desconfiado, apologético. Lo notó crecer y fortalecerse, pareciendo que se le aproximaba, que se le dirigía a él.Durante un instante dejó de preocuparse del otro asunto y examinó aquella nueva idea.A cada momento cogía más fuerte y más cercana. Lo sabía, sin saber cómo. Dirigió su atención hacia adelante cuando creyó que allí estaba la fuente originaria, pero de un modo molesto, medio airado al ver que le habían interrumpido otros pensamientos más importantes. Era enfrente de él... y de repente, como un brillante rayo de luz blanca, su mente se alargó y rozó directamente la otra mente pensante.¡Había rozado... increíblemente, en el interior de aquel otro cerebro!¡Se veía capaz, ya, de leer los pensamientos superficiales!Con claridad, con distinción, como si fueran suyos, Hanlon se dio cuenta de que estaba en contacto con un camarero, le había visto allí todo el día actual y el anterior, con los ojos cerrados y rostro tenso. (Sus esfuerzos de concentración debían de haber sido demasiado aparentes... tenía que aprender a disimularlos; a conservar su rostro más impasible.)Ahora el camarero se acercaba para ver si se encontraba enfermo. Y en aquel instante una voz suave y amable habló ante él... Pronunció palabras que ya había oído en aquella mente.—Le ruego que me perdone, señor Hanlon, pero ¿se encuentra mal?Abrió los ojos con pereza y dejó que una sonrisa aflorase a sus labios al ver el rostro solícito y la chaqueta blanca del camarero.—¿Yo? Pues no. Sólo me encuentro un poco molesto, pero ya estoy bastante mejor.—Me alegro. Sin embargo, señor, no titubee usted en llamarme si necesita algo.—Gracias, lo haré —Hanlon echó mano al bolsillo y sacó un billete que depositó en la mano del hombre.Y mientras el camarero se alejaba la mente de Hanlon se veía confusamente embarcada en un torbellino de alegría por aquella habilidad recién descubierta. Estaba asombrado y encantado, claro... pero también un poco confuso.«¡He estado dentro de la mente de este muchacho!», pensó turbado. «¡Eso ha sido bueno para mí! Me fue imposible lograr una cosa así antes. ¡Leí realmente sus pensamientos! Tengo que estudiar más este asunto. Veamos ahora, ¿cómo lo hice?».VII
Hanlon miró a su alrededor, en la cubierta de observación y vio a la misma distancia al joven que se había sentado con él en el comedor. Hanlon sonrió un poco y dirigió su mente hacia allí.
Para mejorar la operación se concentró haciendo lo mismo que había hecho cuando logró meterse dentro de la mente del camarero. Estuvo forcejeando durante largos y ansiosos minutos. Se sintió tenso y el esfuerzo hizo que su corazón latiera aceleradamente. Por último se hundió en su silla.—Me parece que el otro era un individuo fácil —frunció disgustado consigo mismo—. ¡Pienso que he conseguido algo bueno... y luego fracaso!. —Sin esperanzas dirigió su mente hacia el muchacho otra vez... y de pronto se encontró por segunda ocasión dentro de la mente de otra persona.Era un sentimiento extraño y poco natural aquel de poseer dos juegos de pensamiento al mismo tiempo. También sintió Hanlon un poco como ese remordimiento o ese reproche de conciencia que siente el que invade un templo prohibido. No obstante, perseveró, tratando de ver si podía leer algo... y sufrió un desencanto al encontrar que lo único que lograba percibir y comprender eran los pensamientos superficiales.Con todo su poder, pensando como pensase, utilizando todos los medios, trató de tantear y revolver aquellos conceptos pasajeros, pero no le fue posible conseguir información del pasado o de los conocimientos del joven. Sólo pensamientos vacíos; egoístas, que fluían sin rumbo a través de la parte de la mente que él podía registrar.Se preguntó si podría influenciar al otro a hacer algo. Si pudiese controlar otra mente —incluso aunque fuese muy poco— serviría de ayuda verdadera en su trabajo. Intentó cada método que se le ocurrió y que le pudo dictar su cerebro para hacer que el muchacho recogiese el libro que yacía junto a su sillón. Se concentró, insistió, «lo quiso» pero en vano... No lograba ejercer ninguna impresión.Hanlon retiró su mente. «No tengo control», pensó para sí. «No puedo apoderarme de su mente de ningún modo. Ni leer el pasado; sólo sus pensamientos presentes. Eso no está mal a pesar de que esperaba haber dado en el clavo por último.»Después de mayor reflexión se le ocurrió una idea: «Quizá tendría más éxito con cualquier otro ser vivo».Durante el resto del día siguió tratando de leer las mentes de los demás compañeros de viaje, pero en cada caso encontró los mismos resultados. Sin embargo, desarrolló y, mejoró la técnica para entrar más rápidamente en contacto con la mente, para poder leer a mayor velocidad.«He conseguido algo. Logro mejor las aproximaciones relajándome y no poniéndome tenso como al principio», admitió finalmente.Pero cuando se trataba de tantear y leer toda la mente, incluyendo los pensamientos pasados y los recuerdos, nada lograba. Nada en absoluto.Sintiéndose pesimista comenzó a creer que no le iba a ser muy útil su mente lectora como habían esperado él y sus superiores.¿Significaba esto que iba a ser un fracasado en el Servicio Secreto? Se preguntó desconsolado mientras iba a su camarote. Luego sintió un momento de brillantez, ¿o acaso podría desarrollar otros métodos de conseguir informaciones? Pero eso, se dijo a sí mismo de corazón, era distinto. ¿Qué sabía acerca del trabajo del detective? El S.S. tenía ya los mejores detectives del Universo.Aquel mal humor persistió mientras se fue a dormir y quedó sumido en un profundo sueño. Pero cuando al día siguiente despertó se sintió animoso otra vez. Había conseguido mucho y lograría todavía más.Desayunó con apetito y luego volvió a su silla de cubierta y allí, resueltamente, abrió su mente una vez más a las impresiones generales. Siguió trabajando con mayores esperanzas. Miró lo lejos que había llegado ya. Bastante más de lo que tenía desde los comienzos. Y ante aquello, probablemente —no, sin lugar a dudas— podía hacer más que cualquier otro individuo en ciertos problemas. Por lo que sabía —y su padre y el almirante Rogers habían hablado como si fuera el único capaz do poseer tal facultad— nadie más podía leer ni siquiera los pensamientos superficiales.Por eso continuó con diligencia en el trabajo, y muy pronto, de una manera, tan fuerte que dedujo que esa mente debía estar muy cérea de él captó de nuevo aquellas impresiones siniestras que tanto le tenían preocupado.Esta vez miró a su alrededor, con aspecto de casual curiosidad, pero tanteando mente tras mente de todos cuantos estaban cerca de él.¡Y dio en el blanco!Era aquel pelirrojo de buen aspecto que se sentaba en el tercer sillón a su derecha. No parecía malo, eso con toda seguridad, a pesar de que su mandíbula se ajustaba en el rostro de una forma áspera, ceñuda y firme. Pero sus pensamientos superficiales mostraban que el hombre era duro, frío e implacable —El tipo duro del asesino—. Hanlon presintió que era aquel uno de esos hombres que tienen tal fuerza de voluntad que las vidas y los derechos de los demás son considerados de una forma desdeñosa. De la clase que, si alguien se interpone en su camino, lo apartan... Pero sin preocuparse, a menos que su propia piel se vea en peligro. Sin embargo, también percibió que era de aquellos que prefieren utilizar a terceros para hacer el trabajo sucio. Tales asesinos sin conciencia suelen ser de ordinario cobardes y Hanlon lo sabía.Había alguien en aquella nave que se había interpuesto en el camino de aquel hombre de eso estaba seguro Hanlon. El asesino estaba decidido a destruir a ése en la primera oportunidad. Su mente sopesaba las oportunidades y las posibilidades..., mientras que Hanlon leía y aprendía.Sí, aquél debía ser una de esas «personas interesantes» que el informe de las S.S. allá en la Tierra había mencionado. ¿Era la víctima otra? Probablemente. Pero porque Hanlon todavía no había leído ningún pensamiento en la mente del asesino que concerniera a posibles aliados.Hanlon mantuvo vigilancia estrecha en la mente de aquel hombre y recogió otras porciones de información, incluyendo su nombre, Panek. Nada parecía ser de demasiada importancia inmediata en lo concerniente al asunto entre manos. Pero todos esos retazos dieron al joven del S.S. una nueva imagen de la personalidad del asesino.De repente, y casi como un susurro de pensamientos, Hanlon captó el concepto de que la muerte de la presunta víctima era necesaria para el golpe que «ellos» planeaban en Simónides.Hanlon se puso alerta al percibir el nombre de aquel planeta. Quizá aquello era la pista definida que necesitaba. Se esforzó por conseguir más. El pensamiento del asesino formó el nombre de un individuo llamado «El Jefe». Aquel asesino no tenía una mente de las de tipo visual. No veía con claridad en términos pictóricos ni a las personas ni a las escenas acerca de las que pensaba.Hanlon se impresionaba gradualmente con lo hallado, a pesar de que comprendía que aquel individuo tenía mucho miedo de su jefe. Luego percibió que cada vez que evocaba la figura de su desconocido superior, un escalofrío le recorría por completo la mente. Parecía haber algo de un fracaso anterior y dé lo que le podría ocurrir a menos que ahora tuviera éxito, pero Hanlon no pudo sacar bastante de aquello para que tomase un sentido concreto y descifrable.De nuevo Panek comenzó a pensar, aunque muy imprecisamente, sobre «Sime», como él nombraba a Simónides de manera abreviada, y del «complot» que allí se estaba organizando. Hanlon advirtió en el hombre un cierto desdén hacia «aquellas bestias», pero no pudo comprender a quién se refería.En cierto modo aquel rompecabezas parecía hacerse más dificultoso en lugar de mejorar y Hanlon conoció un momento de frustración. Pero vino en su ayuda el sentido del humor. «¿Verdad que quieres que te lo den todo escrito en blanco y negro para poderlo leer con facilidad ?» —se dijo para si. «¡Vamos ya, deja de ser derrotista !»Trató con más intensidad de tantear en la mente de aquel individuo. Si al menos pudiese leer por debajo de aquellos pensamientos superficiales; seguirlos, rastrearlos hasta la mente total, siguiendo la cadena de recuerdos. Necesitaba poder hallar cuantas ideas pudiese encontrar, para obtener rápidos resultados y convencerse de que era posible alcanzar una técnica perfecta de lectura de mentes.Pero por mucho que tanteó, por más que trató de profundizar, los recuerdos enterrados en los pensamientos profundos continuaron cerrados para él.Y entonces Panek se levantó y dejó la cubierta de observación.***Un leve roce en su rodilla algún tiempo después hizo que George Hanlon abriese los ojos por completo y al mirar hacia abajo viera a una cosa pequeña, un perrito lanudo que estaba contemplándole mientras con la cola hacía señales de querer buscar su amistad y con la lengüecita intentaba lamerle la mano que quedaba un poco alta y que el animalito no podía alcanzar.—Bueno, hola, amigo —Hanlon extendió la mano y cogió al perrito colocándolo en su regazo en donde el animalito saltó y se contorsionó en una especie de alegría, tratando de trepar por el torso del joven, lamiéndole las manos e intentando llegar hasta su rostro. El cachorro se sentía tan extremadamente feliz y ansioso de trabar amistad que Hanlon pronto se puso a reír de manera casi convulsiva mientras trataba de evitar aquellos bien intencionados, pero demasiado húmedos besos—. Espera, muchacho, ten calma. Me gustas y eres simpático, pero no nos descompongamos. Ten tranquilidad.Hanlon .comenzó a rascar al perro tras una de sus lanudas orejas y le sujetó firme, pero suavemente para que no saltara de sus piernas.—Eso está mejor. Estate quieto ahí y tómatelo con calma.Un súbito pensamiento surgió en la mente del joven. Trató de adentrarse en el cerebro del animal... y consiguió una verdadera sorpresa. Tras unos cuantos ansiosos momentos de probar y ensayar, lo logró. Consiguió dominar los pensamientos del perro y percibir el placer que el animal sentía por haber encontrado un nuevo amigo maravilloso que olía de un modo agradable. Hanlon entonces trató de ver si podía alcanzar las profundas partes de la mente del perro y utilizando aquel caudal de técnica que había aprendido en sus infructuosas intentonas con los humanos, encontró después de otros cuantos minutos más de ansia que se podía seguir la memoria canina hasta bien lejos, hasta lo poco que podía recordar aquel cachorro. Es decir, toda la mente del perro le estaba abierta.El animal tenía más mentalidad de la que Hanlon hubiese podido sospechar que poseían los perros... Y eso que sabía que estaban muy lejos de ser animales estúpidos. La menta de aquél, lo podía ver ahora, no era madura pero capaz, en potencia.¡Aquello era grande! Hanlon tanteó más y más y encontró muchos hechos sueltos —sueltos porque los pensamientos eran incompletos para el perro, estaban más allá de su experiencia, y no porque el hombre no pudiese leer perfectamente lo que allí había. El animal conocía en apariencia a una mujer —Hanlon obtuvo una impresión de faldas— le respondía cuando aquella dicha celestial pronunciaba la palabra «Gitano».—¿«Gitano», eh? —dijo Hanlon en alta voz e inmediatamente el perro se agitó debajo de su mano y trató de trepar por el pecho de Hanlon y lamerle la cara en un frenesí de admiración.—¡Acuéstate, caballerete y estate quieto! —dijo muy serio Hanlon, y el animal lo hizo inmediatamente sin titubeos ni preguntas.Hanlon estaba encantado al darse cuenta de que no eran sus palabras las que habían logrado aquel efecto de inmediata obediencia, sino el hecho de que seguía estando dentro de la mente del perro y que el animal había obedecido su voluntad mejor que sus palabras.«¡Eh, eso necesita ulterior examen !»Sin pronunciar las palabras en voz alta esta vez Hanlon ordenó al perro —o mejor, impresionó la orden directamente en la mente del cachorro mediante la suya— exigiéndole que saltase de sus piernas al suelo. De inmediato el animal saltó, «Acuéstate.» El perro lo hizo.«Revuélcate». De nuevo silencioso. Pero el animal se limitó a mirarlo, suplicante, estremeciéndose en una aparente indecisión. Hanlon se dio cuenta de que el perrito no sabía cómo «revolcarse».«Creo que necesita aprender cómo hacerlo antes de enseñarle, o mejor, mandarle que lo haga.» Hanlon sonrió para sí. Pero se había dado cuenta de que para hacerlo tendría que aprender cómo controlar cada uno de los músculos del perro y para eso necesitaba saber qué parte del cerebro controlaba los nervios que hacían que aquellos músculos obedecieran a sus órdenes.Y eso, si era posible en absoluto, llevaría una infinidad de tiempo de estudio y práctica.Durante los siguientes minutos se concentró en hacer que el perrito realizara cierto número de movimientos sencillos, vigilándole cuidadosamente para ver, si era posible, los lazos de conexión entre el cerebro, nervios y músculos.Comenzaba a abrirse un poco de camino en la comprensión de esta triple correlación, cuando oyó un súbito respingo. Levantó la vista y vio a una joven señora de pie ante él, con los ojos y la boca ampliamente abiertos de sorpresa.—¡Oh...oh! «Gitano» nunca hizo estas cosas antes. ¿Quién es usted, un domesticador de animales?Hanlon se puso en pie de un salto.—El mejor del Universo, señora —sonrió—. Este perrito debe ser estupendo, se me acercó y se presento a sí mismo y nos hemos divertido bastante juntos.—Sí, se me ha escapado y lo he estado buscando por todas partes. Pero, ¿cómo diablos ha podido usted enseñarle tan rápidamente?—Es un don —dijo Hanlon burlón pero luego se puso más serio—. De veras, señora, que no lo sé. Parece que tengo cierta gracia con los perros, eso es todo. A propósito, ¿quiere usted venderme El perrito?—¿Vender a «Gitano» No, gracias —comenzó a alejarse llamando al perro para que la siguiera. Pero el animal permaneció indeciso, mirando de uno a otro, pareciendo no saber a quién seguir si a su amada dueña o quedarse a jugar con aquel estupendo y nuevo amigo.Hanlon se introdujo rápidamente en la mente del animal y le ordenó que siguiese a la mujer y que hiciera siempre lo que ella, le mandara. El perrillo se alejó entonces corriendo, contento.George Hanlon se hundió en su sillón. Aquello necesitaba una meditación seria, se dijo a sí mismo. Tendría que trabajar tanto con los animales como con las mentes humanas. Porque si podía controlar a los animales... ¿podría hacerlo también con pájaros o insectos? ¿Con peces quizá?... Y entonces podía alcanzar lugares en que él, corno hombre, jamás hubiera podido La dama y el perro habían desaparecido cuando Hanlon tuvo la inspiración de ver si su mente podía encontrarles; si le era posible establecer contacto con el perro cuando no estaba a la vista y saber dónde se hallaba exactamente.Al instante, sin esfuerzos, como si meramente ocurriese porque lo deseaba, se encontró nuevamente dentro de la mente del perrito. ¿Era porque ya conocía la estructura de aquel cerebro? Esa pregunta se la formuló varias veces.De todos modos, allí estaba y ahora trató de ver si podía mirar a través de los ojos de «Gitano»... y después de muchos ensayos, lo consiguió. Pero la visión era tan distorsionada que se preguntó si su control era el defectuoso, luego recordó haber leído u oído decir que los ojos del perro no trabajan exactamente como los del hombre.Finalmente se acostumbró a ellos lo bastante como para distinguir que iban por un corredor estrecho y descendente y que luego se detenían delante de una puerta que no tardaba en abrirse. El perro, sin una orden, atravesó el umbral y corrió a meterse en un cesto en el camarote, en donde permaneció jadeante, acostado y mirando a su ama. VIII
George Hanlon se retiró de la mente del cachorro y comenzó a pensar con firmeza. Sí, ese asunto de controlar en las mentes de los animales requería mucha meditación y estudio y una tremenda cantidad de práctica le pareció lo bastante importante para justificar todas aquellas pérdidas de tiempo. Fue en busca del camarero.
—¿Dónde guardan los pasajeros sus animales domésticos?—Algunos los tienen en los camarotes, señor, pero los demás en las perreras, abajo, en la cubierta «H».—Gracias. ¿Me permite el Reglamento ir allá abajo y echar un vistazo? Me gustan los animales, en especial los perros.—Oh, sí, señor. Cualquiera puede bajar. Está a mano derecha, casi a mitad de la cubierta.Una vez llegado a las perreras, Hanlon encontró que las jaulas contenían una docena de perros de varias castas y razas, edades y tamaños. Había abundancia de mentes de animales para sus experimentos y estudios.Después de pasear mirándolos durante varios minutos, se sentó en un banco a un lado de las jaulas y se concentró en el perro más cercano. Era un dogo grande y blanco y dedujo que su edad sería de cinco o seis años. Eso era lo que necesitaba, una mente adulta para estudiar, no la de un inexperto cachorro.No tuvo dificultad en entrar dentro de la mente del perro y durante una hora permaneció allí sentado, estudiándola línea por línea, canal por canal, conector por conector, mientras el perro yacía como adormecido. Gradualmente Hanlon comenzó a sentir que empezaba a saber algo entre la correlación cuerpo y alma del perro y su manera de operar.Entonces, y sólo entonces, despertó al perro y comenzó a experimentar en los controles hallados. Le fue fácil hacer que el animal hiciera algo que él deseara y que estuviera dentro del previo conocimiento y experiencia de la bestia. Lo que necesitaba era ver si podía obligarle a hacer movimientos y acciones que estuvieran fuera de su condición animal y de su entrenamiento. Después de algunos titubeos, se sintió encantado al hallar que de vez en cuando algunas de las cosas más sencillas no eran demasiado difíciles, a pesar de que otras presentaban dificultades casi insalvables. Su estudio le enseñó en aquella ocasión cómo activar los centros cerebrales que controlaban los nervios que enviaban mensajes a los músculos adecuados lo que permitía al perro cumplimentar sus mandatos. Pero aún necesitaba mucho estudio. Sabía que apenas había comenzado a aprender lo que debía saberse con rapidez y seguridad.El camarero de servicio en las perreras debió advertir la extraña actitud del dogo y luego, viendo la intensa concentración de Hanlon; se figuró que podía haber alguna conexión entre los dos, porque se levantó y se acercó al banco y miró de un modo hostil al hombre que estaba allí sentado. Sin embargo, su voz, cuando habló, sonó educada.—¿Puedo hacer algo por usted, señor? Hanlon había estado tan profundamente concentrado que no le había oído llegar y la voz, hablando tan de repente junto a él, le asombró y le confundió. Levantó los ojos y su mente le pareció torpe y débil, casi como si siguiese experimentando los efectos de la droga.—¿Eh? —preguntó con cierta estupidez.—Le decía —el tono de aquel hombre era un poco más agudo—, que si puedo hacer algo por usted...—Oh, no. No, gracias —Hanlon se obligó a prestar atención—. Lo único que pasa es que me gustan los perros y que vine para mirarlos. Debo de haberme dormido.—¿Tiene usted algún perro de su propiedad aquí?—No, por el momento no tengo ninguno. —¿Qué es lo que le hacía a este dogo blanco? Se ha comportado de un modo muy peculiar desde que entró usted aquí.—¿Yo? —Hanlon aparentó sorpresa—. Oh, nada. Me he limitado a permanecer sentado; no he dicho ni una sola palabra.—Bueno, no estoy seguro de que deba usted estar aquí no teniendo como no tiene ningún perro en las jaulas.—Lo siento. Si le molesta, me iré.Hanlon comenzó a marcharse... Luego, al poco se detuvo. Se había notado inquieto por cierta curiosa sensación de su mente. ¡Y ahora, con un sobresalto que apenas supo ocultar, comprendió repentinamente un hecho verdaderamente asombroso!¡Había visto y oído aquella conversación desde dos puntos de vista distintos y separados! ¡Y ahora se veía a sí mismo marchar!«¡Había oído y visto por si mismo... y a través de la mente del perro!»¡Sí, comprendió de repente que el animal había escuchado y comprendido todas las palabras de la alegre conversación... no como pudiera hacerlo un perro, «¡sino como lo haría un hombre!». De repente se vio inundado de un frío sudor. Hanlon comprendió que no se había limitado meramente a estar dentro de la mente del perro, observando y controlando, sino que había logrado transferir una porción de su propia mente dentro del cerebro del dogo.No le maravillaba que su propia mente —lo que quedaba de su cerebro— hubiese sentido en cierto modo inadecuada de algo durante un momento. Es porque no estaba completa. Cuando el mozo le sobresaltó, se había olvidado de retirarlo del interior del cerebro del perro.Ahora lo hizo cuidadosamente y con sus sentidos casi perturbados regresó corriendo a su camarote.Hanlon se arrojó sobre del lecho y permaneció allí, temblando al darse cuenta de la inmensidad de lo que había logrado.¿Cómo era posible, en el nombre de Snyder, hacer tal cosa? Leer las impresiones mentales, incluso los pensamientos superficiales, estaba bien puesto que cabía dentro de las posibilidades de que él sabía capaz porque lo había experimentado. Incluso cientos de años antes, se creía que tales cosas eran posibles y habían sido estudiadas con extensión y de modo científico. Mucha gente a través de los siglos había pretendido tener la habilidad de leer los pensamientos, aunque sólo unos cuantos lograron probar sus fuerzas satisfactoriamente bajo condiciones cuidadosamente controladas de laboratorio.El mismo hasta el pasado día o cosa así, no fue capaz de leer una mente directamente, ni incluso lo podía hacer todavía con los seres humanos.También, admitió, era un concepto razonable que si tenía una habilidad mental para con los seres humanos, sería mayor y más eficiente con los animales. Porque ellos tenían menos fuerza cerebral; sus mentes eran mucho menos complejas, que las de los cerebros humanos.«¡Pero ser capaz de transferir parte de su mente... de separarla —disociarla— y tenerla fuera de su cuerpo y dentro de la mente de otro cuerpo !»—¿No estaré delirando? —musitó para sí, confuso.Recobrándose con un gran esfuerzo de voluntad, se puso a revisar cuidadosamente todo aquel episodio, para descubrir cómo podía encajar todo aquello en el negocio que llevaba entre manos.«Cuando me metí por primera vez dentro de la mente del perrito pensé que podría serme de alguna ayuda... y, en efecto, lo será. Pero es que aún hay más si es que puedo realmente controlar a los animales y ver y oír con sus ojos y oídos. ¡Sería tremendo que pudiera mandarlos donde quiera que vayan, enviando con ellos parte de mi mente para saber qué es lo que hacen!»Recordó que había sido capaz de volverás a meter dentro de la mente del perrito luego de haberlo perdido de vista y para experimentar más envió su pensamiento a las perreras. De nuevo, sin dificultad alguna, sin retrasos ni titubeos, se encontró dentro de la mente del dogo y pudo mirar a través de los alambres de la jaula y vio el resto de la cubierta de perreras.Se retiró y permaneció inmóvil, casi abrumado.«¿Cómo he conseguido tal habilidad?», se preguntó. «Nadie más en nuestra familia la tiene. ¿Es que soy una especie de mutante? Pero si lo soy, ¿cómo o por qué? Nunca oí que papá o mamá lo mencionaron.»Tenía muchas preguntas, pero no hallaba ninguna respuesta.Sin embargo, pensando en su nueva habilidad y en su trabajo para el Servicio ¡Secreto, se acordó de repente de aquel asesino en potencia que había estado vigilando. Con cierto desaliento comprendió que por causa de su excitación ante el desarrollo de los últimos acontecimientos, había olvidado por completo aquel aspecto de su trabajo. ¡Sería mejor que volviera de prisa a su tarea!Se levantó, se echó un poco de agua fría en la cara, se secó, se peinó y volvió al vestíbulo.***El tal Panek no estaba en el vestíbulo observatorio, así que Hanlon se fue a buscarlo. Al acercarse a la sala de juegos, le vio salir de allí. Permitiéndole que se le adelantara un poco, Hanlon lo siguió con el mayor cuidado de que fue capaz, tratando de leer lo que aquel asesino tenía en su mente.No muy sorprendido, Hanlon se dio cuenta de que podía ahora leer los pensamientos superficiales con más facilidad que antes. Así supo pronto, enfáticamente, que aquel tipo estaba en definitiva preparado para asesinar en aquel momento, que su víctima estaba en el camarote propio y que iba a salir en respuesta a una falsa llamada por espaciovideo.Hanlon se enteró también que el criminal llevaba un cuchillo escondido en la manga... y que era aficionado a utilizarlo.La mente del agente del S.S. funcionó a gran velocidad. ¿Qué tenía que hacer? No deseaba que se cometiera el asesinato, pero tampoco le convenía que aquel hombre muriera o fuese encarcelado —por lo menos— hasta que supiera muchas más cosas de él concernientes a su parte o conocimientos sobre el complot de Simónides que tanto Hanlon como el Servicio Secreto deseaban resolver con urgencia.«Tengo que aprender a considerar con cuidado todos los puntos de vista, incluso en las cosas más insignificantes en apariencia», pensó. «No puedo correr el riesgo de estropear las cosas, pero, por otra parte, necesito entrar en contacto con esa banda.»Una posibilidad se le ocurrió. La meditó un rato y luego sonrió con malicia. Era peligroso, pero si podía llevarla a cabo, quizá le proporcionara esa «introducción» que tanto necesitaba.Apresuró sus pasos y alcanzó al hombretón cuando éste se detenía cauteloso para mirar por la esquina hacia el corredor que, Hanlon lo pudo leer en su mente, conducía al camarote de su víctima.Hanlon llamó al hombre tocándole con la mano en el brazo. Cuando el individuo giró, con el rostro irritado, el joven retrocedió un paso y extendió sus brazos como diciendo «no voy armado». Luego, antes de que Panek pudiese hablar, se acercó un poco y comenzó a susurrarle.Pero el bribón estaba a la vez airado y despiadado al ver que le estropeaban su plan tan cuidadosamente preparado y no parecía tener ganas de conversación. El cuchillo mortal pareció brotar de su manga y dirigirse hacia Hanlon, en un gesto fuerte, enérgico que demostraba la práctica del criminal.El agente del .Servicio Secreto retrocedió de un salto, luego sus propias manos volaron para asir las muñecas del otro tal como le habían enseñado. Cogió la derecha, la mano armada, pero su contrincante era tan diestro como él, incluso aunque no parecía capaz de tan rápida acción. La otra mano eludió la presa de Hanlon y con ella Panek lanzó un golpe, seguido de otro, al rostro y frente de Hanlon.El joven encajó los puñetazos lo mejor que pudo, al mismo tiempo tratando de hacer que sus palabras sonaran bajas pero penetrantes.—¡Estése quieto, loco! ¡Trato de ayudarle, no de atacarle! ¡Basta, condenado, y escúcheme!Pero era igual que si estuviera hablando a la pared, a las paredes metálicas. Uno de sus ojos se hinchaba rápidamente y recibió un pinchazo en el brazo que rápidamente empapó de sangre la manga de su chaqueta. Viendo que no podía obligar a aquel sujeto que le escuchara, Hanlon le aplicó una llave de súper-judo que lo dejó sentado.—¡Cállese y escúcheme, Panek! —le susurró apremiante, utilizando toda su técnica de luchador para mantener al otro inmóvil—. Trato de avisarle que el individuo tras el que usted va lleva a un tipo armado con una pistola lanza agujas... y que esas agujas tienen la punta envenenada. También, es el hombre más rápido sacando que he visto en mi vida... Lo he contemplado haciendo ejercicios. Con una sola de esas agujas moriría usted antes de que pudiera gritar.***—¡Oh !... ¿Cómo ?... ¿Qué quiere usted decir, ejem, qué quiere usted decir?El hombre dejó de esforzarse por el momento, mientras su rostro mostraba con claridad cuan asombrado estaba por aquel desconocido que parecía conocer perfectamente sus intenciones.—¿Quién es usted, ejem, cuál es su juego, cuál es su juego?Hanlon hizo que su voz sonase amistosa y calculadora y siguió hablando con su explicación antes de que el tipo recomenzara la pelea.—Me han avisado de que se tramaba algo en Simónides, en donde un buen muchacho, un tipo decidido como yo, podría ganar créditos en abundancia. Y tras esos créditos es lo que yo voy...—¿Qué tiene eso que ver conmigo, ejem, qué tiene que ver?—Yo estoy en camino hacia Simónides para ver cuáles son mis oportunidades de entrar en el juego. Por eso naturalmente intenté aprender todo lo que pudiera del asunto, de antemano. Me lo dijo, precisamente me lo dijo un pajarito, que tras usted, está un hombre importante del planeta. Una de las primeras cosas que descubrí sobre él era que llevaba una de esas armas lanza agujas, Juntos, usted y yo, podremos desembarazarnos de él... pero tenemos que jugar nuestra baza con la mayor seguridad, ¿eh?El desconocido le dirigió una mirada fría y calculadora, con ojos recelosos.—Déjeme levantar, hermano, déjeme levantarme. Me mantendré quieto mientras hablamos.Hanlon lo soltó, pero permaneció alerta mientras el otro se ponía en pie con torpeza. Sin embargo, no lo suficiente, porque la mano de Panek salió disparada incluso antes de que pareciera acabar de levantarse y la hoja del cuchillo hendió la cartera de piel del bolsillo interior de la americana de Hanlon.Pero el agente del S. S., viendo lo que buscaba el otro, permaneció allí sin hacer la menor resistencia.—Tome mi cartera, amigo, y examínela cuanto quiera —dijo tranquilo—. Estoy limpio. Puede comprobarlo. Hace poco tiempo que me han expulsado de aquel nido de víboras que es la escuela del Cuerpo en la Tierra.La cabeza del asesino pareció contraerse al oír mencionar el Cuerpo y miró más duro y más sospechoso que nunca a los ojos de Hanlon.—Dijeron que copiaba en los exámenes y no me dieron oportunidad para defenderme —prosiguió Hanlon rápida y acaloradamente—. Aquello me sublevó. ¡Así que me dije al diablo con la Ley! De ahora en adelante me voz a poner al otro lado. Junto con el que valga lo bastante para un muchacho que puede ser de gran utilidad. Sabiendo como trabaja la «poli» y su sistema de organización, creo que me será fácil siempre eludirla.Dijo aquello con una voz tan seria que a pesar de que todo resultaba una bravata Panek se sintió en cierto modo confiado. Hanlon había creído que yendo adelante y atacando desde un principio a su modo, tenía todas las de ganar. Primero le contó su versión del asunto, porque si tenía que entrar en alguna banda, todos se asegurarían de comprobar su historial y descubrirían de todos modos que había sido cadete. «Pega primero antes de que te ataquen», era su criterio.Su plan pareció dar resultado, porque mientras continuó explicando el asesino le miró con una especie de respeto, a pesar de que sus ojos y modales estaban llenos de sospechas.—¡Puede censurarme de que desconfíe de usted, puede censurarme ? ¿Cómo sé que lo echaron? ¡Jamás he creído lo que han dicho los que alguna vez tuvieron relación con los «polis»! ¡No me fío de esos!—¡Mire, hermano, use la cabeza! ¿Si yo fuese un polizonte cree que me hubiese limitado a detenerle? Le hubiese arrestado... o matado por sacar su cuchillo contra mí. Le aseguro que estoy limpio... y que lo que yo quiero es «entrar» en Simónides.—Yo también he oído que hay buenas perspectivas en Simo —dijo lentamente el asesino—. Claro que yo no he conocido ninguna en especial por mí, ni estoy tampoco dentro de una de esas posibilidades, esto es algo personal, cuestión de rencor hacia un tipo. Pero probablemente usted me ha hecho un favor, un buen favor y si quiere buscarme una vez toquemos tierra quizá podría presentarle a un par de personalidades. Yo no sabía que el viejo Abrams llevase uno de esos lanza agujas, no lo sabía. El agradecimiento de aquella voz hosca pareció mostrar tras de sí un cierto respeto hacia aquellas pistolas pequeñas pero mortíferas.El nombre —Abrams— hizo sonar una campanita dentro de la mente de Hanlon, no obstante pensó rápidamente que sería mejor dejarlo estar por el momento y empezarlo después en sus futuras investigaciones. Sonrió al asesino en plan amistoso.—El modo en que usted actuaba me hizo pensar que no lo sabía. Y gracias. Quizás usted me permita subir. No conozco a nadie en Simónides y no es nada malo tener a un amigo o más allí. ¿Dónde podremos encontrarnos una vez en tierra?—Por las noches suelo ir a menudo a la Taberna Baco. Y —habló con una sonrisa siniestra—, si viene usted, será mejor que pida al cielo que «él» sienta simpatía por usted, ¡será mucho mejor!IX
El miembro del S.S. George Hanlon regresó lentamente a su habitación en donde podría pensar con tranquilidad y sin las distracciones del mundo exterior que con toda seguridad encontraría en cualquiera de las salas públicas.
Había efectuado un buen envite, pensó, al ponerse en contacto con lo que estaba convencido era el grupo que buscaba. Hanlon creía que la categórica afirmación de Panek sobre no estar personalmente mezclado en tal grupo, no dejaba de ser una cortina de humo para ocultarse a sí mismo y encontrar cierta protección ante lo que pudiera venir. Aquella última observación hecha al decirle «será mejor que le caigas simpático a “él”» era casi una prueba segura.Pero, ¿qué significaba? ¿Quién era ese «él» y por qué Hanlon tenía que caerle simpático para que vaya todo bien? Probablemente sería el jefe... y si era así, se trataría sin lugar a dudas de un hombre peligroso para jugar con él. Hanlon se acordó del miedo cerval a su patrón leído en la mente de Panek.Y también, ¿qué pasaba con Abrams? Hanlon estaba convencido de que se trataba del mismo hombre que custodió y dio escolta aquel día. Oh, oh, ¿era ese el fracaso que leyó también en la mente de Panek y que él mismo, Hanlon, había hecho fracasar? ¿Estaba Panek —y tras él el temido jefe— quien preparó el intento contra la vida de Abrams .A esas preguntas todavía no podía dar una respuesta satisfactoria. ¿Aquellos individuos parecían estar lo bastante a salvo para actuar como un puñado de mortíferas cobras. Durante largo rato sintió el frío del miedo; un terror paralizante, mortal, que le retorcía las entrañas. ¿Por que tenía que mezclarse con unos asesinos implacables corno aquéllos?Por otra parte, se consoló a sí mismo al cabo de un rato, siendo capaz de leer sus pensamientos superficiales podría estar sobre aviso si en su conducta ante ellos cometía el más ligero desliz. Entonces, o cuando lo hiciese, podría escaparse más sutilmente, evadiéndose centímetro a centímetro, sin intentar siquiera meterse en el meollo de las cosas hasta que tuviera más informes... y más experiencia en lo concerniente a los propósitos y modos de operar del gangsterismo.Pero de pronto sintió que le volvía el miedo helado. Aquellos hombres eran —debían ser— asesinos duros, implacables y diestros. El tal Panek no era siquiera el jefe, sino uno de los pistoleros. Y los de las altas esferas serían mucho peores que Panek —más implacables y con más desprecio hacia las vidas y los derechos humanos—. Era preciso que lo fueran, porque de otro modo no estarían en la cima de aquel bajo mundo. Y Hanlon presintió que en tal grupo el Poder constituía el Derecho única y exclusivamente... el Poder y la fuerza.Le llevó algún tiempo aquietar sus exacerbados nervios. Pero no pudo llegar a olvidar aquel miedo que por poco le hace perder el control. Por otra parte, jamás volvió a sentirse dominado por un pánico tan profundo. Finalmente se levantó, tomó un baño, se vistió para comer. Pero mientras lo hacía su mente era un torbellino tal que a duras penas podía aparentar calma exterior. Por primera vez en muchos años se limitó a juguetear con los alimentos, él que gozó siempre de envidiable apetito.Pero aquella noche tenía que hacer algo muy importante y no quería bajo ningún concepto que nada se lo impidiera. Así que se dirigió a la biblioteca del «Helena» y estudió cuantos libros de biología y psicología pudo encontrar, deteniéndose en especial en lo concerniente a los nervios que formaban el lazo de unión con los distintos músculos. Siguió estudiando hasta que la disminución de las luces artificiales de a bordo le indicó que el día había «pasado».Entonces envió su mente al interior del cerebro del dogo y miró a través de los ojos del can contemplando toda la perrera hasta que el mozo encargado de su servicio fue a acostarse. Entonces Hanlon se levantó y se trasladó a las perreras.Sentado en el mismo banco que antes, Hanlon instaló su mente en la de aquel perro blanco. No encontró de nuevo dificultad alguna en hacer penetrar una parte de su mente en el cerebro del animal. Un pequeño experimento le bastó para conocer cuánto de su personalidad había logrado contener aquel cerebro extraño, animal.Luego, desde el «interior», estudió la mente del can línea por línea con su enlace con cada músculo, cada nervio, cada canal colector, con mayor seguridad de la que lo había podido hacer antes.La primera cosa .que aprendió y puso en práctica fue hacer que el perro durmiera, ya que no quería cansarlo demasiado. Después de cerca de tres horas de estudio intensivo, quedó convencido de que empezaba a conocerlo completamente bien, aunque se dio cuenta de cuánto le faltaba todavía por aprender y cuánto estudio y práctica le iba a ser necesarios.Entonces despertó al perro y, mientras dejaba aquella parte de su mente en el cerebro del animal, exploró la siguiente jaula que contenía a una hermosa hembra de raza Airedale. Entrando en los sesos de la perra con otra parte de su mente, siguió haciendo lo mismo con el siguiente can y luego con el otro, y el otro, hasta lograr haber destacado casi tres cuartas partes de su mentalidad, controlando por ello a ocho perros en forma directa.¡Su cuerpo se sintió débil y descuidado, hundido en el banco, yaciendo en la semioscuridad. Y sintió miedo porque se notaba sin bastante mente en su cuerpo para conservar sus funciones vitales de una manera semiautomática.Fue la sensación más espeluznante que se pueda imaginar aquella de tener su alma en nueve sitios a la vez, disfrutando de nueve puntos de vista simultáneos.Descubrió que podía hacer, aunque no tan bien como al principio, nueve cosas distintas al mismo tiempo, o que podía obligar a aquellos cuerpos que controlaba a que hicieran conjuntamente la misma cosa.«Jugó» con los perros, ordenándoles que se incorporaran, que caminaran hacia la izquierda, o hacia la derecha, que retrocedieran, todo al unísono. Halló que mientras su mente estaba dividida y controlando diferentes cuerpos, había un lazo, una conexión entre todos ellos de manera que sabía lo que cada uno de los perros estaba haciendo. No obstante, no había un «comando» central, porque cada porción de mente individual podía tomar sus decisiones, ordenarse a sí misma con independencia, controlar el cuerpo canino que ocupaba.Durante cuatro horas practicó Hanlon con los perros hasta descubrir el modo de hacerlos operar á voluntad —de uno en uno, como un grupo, o haciendo que cada can realizara cosas distintas pero encaminadas a un fin común— hasta conseguir con relativa facilidad que hicieran cualquier trabajo posible de llevar a cabo por sus músculos, o que previamente se les hubiera enseñado.Retirando su porción de mente de los cerebros de siete de los perros tras haberles ordenado que durmieran, se acercó a la jaula del Airedale en cuya mentalidad mandaba, todavía. Sacó del bolsillo un lápiz y un pedazo de papel, lo introdujo todo por entre los barrotes y lo puso a los pies de la perra.Luego, mientras miraba con sus propios ojos a través de la mente y los ojos de la bestia utilizó su fuerza mental para ordenar que la Airedale cogiera el lápiz con los dientes, lo sujetara con fuerza y manteniendo el papel liso con las patas delanteras tratara de escribir lo que le dictaba.Pasaron minutos tensos y llenos de ansiedad durante los cuales Hanlon se esforzó por conseguir su propósito. Por último, el perro logró escribir con torpes caracteres de imprenta, llenos de irregularidades, unas cuantas letras. Hanlon se dio cuenta de que la pobreza del resultado obtenido no se debía a que no pudiera controlar por completo los músculos de la perra, sino que esos músculos no estaban hechos para realizar tales tareas, por lo menos sin un largo y penoso entrenamiento.Cuando finalmente la «mañana» pareció estar próxima, comprendió que era preciso dejar ya la tarea y salió de las perreras yéndose a la cama. Aún estaba confuso, excitado y asombrado por aquella extraña y casi diabólica habilidad suya, pero también se sentía satisfecho de sus estudios. Si alguna vez se le presentaba ocasión para utilizar animales en su trabajo, se sentía capaz de hacerlo. Sin embargo, comprendió que todavía le quedaba mucho que aprender; que debía aprovechar cualquier oportunidad para seguir estudiando y practicando.¿Acaso los gatos, o los caballos, o los pájaros, o los insectos tenían cerebros que trabajaban igual que los de los perros? Tendría que hacer muchos otros experimentos para averiguarlo y los haría en cuanto se lo presentara la ocasión.Pero ahora tenía otro problema mucho más serio ocupando su atención. Había tenido un gran principio al conseguir una «entrada» con Panek, el hampón de Simónides. Ahora, ¿cómo podía aprovecharse mejor de tal ventaja?Pasó algún tiempo meditando antes de caer profundamente dormido, pero nada resolvió.Al instante de despertar, ya bien entrada la mañana, se dio cuenta de que había alcanzado la solución ansiada. Su subconsciente le había resuelto el problema durante el sueño.Durante el almuerzo mantuvo los ojos bien abiertos y al cabo de poco tiempo vio entrar a Panek. Hanlon le hizo una seña y su nuevo conocido se dirigió hacia su mesa. Una vez eligieron la comida y se hubo ido el camarero, Hanlon abordó el tema.—Mire, hermano, no quiero meterme en sus asuntos, pero si desea quitarse de en medio a ese tal Abrams, me alegraré de hacer la faena por su cuenta. El de Simónides le miró con desdén. —¿Se cree bueno, eh? El mejor liquidando a un tipo molesto, ¿no? ¿Mejor que yo?—¡Oh, no! —Hanlon hizo que su rostro pareciera apenado y como excusándose—. Ni mucho menos me creo mejor que usted, ni tampoco critico su manera de operar...—¡Mejor será pues que siga así!—Pero cada hombre tiene su propia técnica. Mire, en este caso, a bordo de la nave en el espacio, ¿dónde puede usted huir o esconderse? Por eso creo que mi sistema sería mejor.El otro estaba interesándose cada vez más, a su pesar y toda su truculencia pareció fundirse un poco; no obstante su tono siguió desdeñoso.—Está bien, maestro, ¿quiere hacer el favor de decirme cómo manejaría usted este asunto?—Una pistola o un cuchillo van bien para algunos trabajos —Hanlon se le acercó más y habló casi en un susurro, pero en serio—. Pero hay ocasiones en que es una locura ir tras un hombre y darle un golpe en la cabeza con una cachiporra.—Sí. Parece ser que por lo menos razona usted bien.—En tal caso, me parece que es muchísimo mejor hacerse amigo del tipo ése, invitarle a cenar, después echar un poco de cianuro en su café... o digo así...Panek estaba impresionado. Hanlon «leyó» que rápidos pensamientos atravesaban la mente del hampón. No le agradaba la idea de utilizar el arma blanca en la espacionave. Pero tampoco se atrevía a informar a aquel temido «jefe» que había fracasado en su atentado contra Abrams.—Sí, eso puede resultar bien —Panek habló dubitativo—, pero no cuando la víctima presunta le conoce a uno. No es posible entonces prepararle una encerrona... recela de uno porque le conoce.—Ahí es donde yo quería ir a parar —exclamó Hanlon con ansia—. Yo soy la «Cantidad Desconocida», la «incógnita». Nadie me conoce. Me es posible acercarme al viejo Abrams de un modo natural.—No es un hombre tan loco como usted supone. No, no lo es.—De eso estoy seguro. Pero puesto que yo quiero «hacer carrera» y ganar dinero en Simónides, me parece que vale la pena arriesgarme a probar...—Bueno —Panek dudaba y sus ojos glaciales trataban de perforar los del joven—. Todavía sigo sin confiar en usted. Me parece que es una especie de «poli»...Hanlon medio se levantó con el rostro oscuro por la cólera.—¡No me vuelva a llamar «poli»! —bramó aunque sin alzar demasiado la voz—. ¡Los odio! Cuando era un chaval creí que los polizontes eran lo mejor del mundo e hice cuanto pude por ingresar en su escuela. Pero no tardé en convencerme de cuan equivocado había estado. Me dieron asco casi en seguida y estaba a punto de renunciar, de dimitir, cuando me expulsaron acusándome falsamente de copión... ¡pero si sabía mucho más que aquellos cabezones instructores! ¿Por qué tenía que copiar?—Calma, hermano, tómeselo con calma. —sólo querían utilizar su alta e infalible autoridad —Hanlon ignoró la interrupción de Panek—. Les gusta ir avasallando a la gente sólo para presumir de su lindo uniforme.Su voz había ido elevándose de tono hasta que Panek tuvo que cogerle del brazo y sacudirle para lograr hacerle entrar en razón. Los comensales de la mesa más próxima comenzaban ya a mirar hacia ellos. Pero Panek estaba impresionado por la sinceridad de Hanlon —el joven miembro del S.S. lo pudo leer en su mente.—Está bien, hermano. No te sulfures. Tú deshazte del viejo Abrams sin que te pillen y yo te introduciré en una banda en «Simo» en la que podrás hacer carrera... ¡vaya si la harás!Hanlon asintió brevemente y se levantó.—Me mantendré en contacto con usted. Y su hombre puede considerarse cadáver desde ahora.¡Su corazón estaba jubiloso, su plan daba rápidos resultados, Ahora si aquel miembro del Gobierno tenía cerebro y quería seguirle el juego...Hanlon encontró a Abrams en la biblioteca y se deslizó en el asiento próximo a él. Abriendo una revista y manteniéndola bien alta para que pareciese estar leyéndola, Hanlon comenzó a hablar en tono bajo pero penetrante.—No levante la vista, señor Abrams, pero escúcheme. Puede que usted lo sepa o puede que no, pero lo cierto es que hay un complot contra su vida. Ayer logré retrasar el atentado pero se intenta acabar con su vida antes de llegar al espaciopuerto. Tengo un plan. Le ruego seriamente que me escuche y coopere conmigo.El de Simónides tuvo un leve sobresalto al oír las primeras palabras de Hanlon, pero había sufrido un duro entrenamiento en la escuela de la vida y no hizo ningún otro signo de haber escuchado lo que le decían. Pero, sin embargo, habló de un modo tan cauteloso como lo había hecho Hanlon.—¿Quién trata de matarme?—Un hombre llamado Panek, pero alguien está tras él, alguien a quien no conozco todavía. Pero la cuestión es: ¿quiere usted cooperar conmigo?—Sí, si me es posible.Abandonando sus intentos de secreto, Hanlon comenzó a reír en voz alta, como si hubiera leído algo gracioso. Cuando Abrams levantó la vista sorprendido, Hanlon le tendió la revista, señalando algo de ella.—Siga fingiendo —dijo en un susurro y el diplomático, cogiendo la intención, aparentó mirar lo que Hanlon le mostraba y se echó a reír a su voz. Luego, roto ya el hielo, los dos se pusieron a conversar con naturalidad como harían cualquier par de conocidos de viaje.—¡Oh! —Abrams miró a Hanlon por primera vez—. ¡Usted es el joven que me salvó la vida en la Tierra! ¿Verdad?—Sí, pero consérvelo en secreto. Deseo que permanezcamos juntos más o menos el resto del día, como si acabáramos de conocernos y simpatizáramos mucho. Después cenaremos juntos. ¿Tiene usted algún criado particular?—¿Ayuda de cámara? Sí, y es de absoluta confianza. ¿Por qué?—Mientras estemos comiendo aparentaré dejar caer algo en su bebida cuando usted no mire. Unos pocos momentos después, actúe usted como si se sintiera súbitamente enfermo y váyase a su camarote. Más tarde haga que su criado circule la voz de que usted está muy grave y que pida por espaciovideo una ambulancia para que salga al eapaciopuerto a recibir a nuestra nave. Poco antes de tomar tierra, que diga su ayuda de cámara que usted ha muerto. La ambulancia se hará cargo de su persona como si se tratara de un cadáver y así permanecerá escondido algún tiempo, sin dejarse ver por nadie, hasta que yo le avise. ¿Puede hacerlo?—Hummm —el diplomático pensó breve e intensamente durante algunos minutos—. Con unas pocas variaciones de detalle, sí. ¿Pero por qué ?... ¡Oh, comprendo! Usted quiere introducirse en la banda, ¿no? —Cuando Hanlon asintió, Abrams prosiguió—: Es un juego peligroso, pero es lo menos que se puede esperar de un miembro del Cuerpo. ¡Vaya organización.—Gracias —Hanlon no le quiso explicar nada, así que los dos continuaron hablando amistosamente de diversas cosas mientras paseaban por la nave con absoluta naturalidad. Oyeron durante un rato un concierto en la sala de música, luego jugaron varias partidas a las cartas. Cada vez que el diplomático trató de formularle preguntas. Hanlon las evadió.El miembro del S.S. se dio cuenta de que Panek les espiaba cauteloso de vez en cuando, y al sentarse en el comedor, el rufián ocupó también una mesa cercana, pero en un lugar en que Abrams no podía verle. Hanlon había estado tanteando la mente del diplomático durante todo el tiempo, pero le fue imposible hallar una pista que le dijera qué clase de complot se fraguaba contra la paz de su mundo, o de la Federación. Hanlon se dio cuenta de que aquel hombre era un intenso patriota y llegó a la conclusión de que Abrams no simpatizaba particularmente con el Primer Ministro. Pero no pudo averiguar el «porqué» de aquélla antipatía.Ambos estaban a punto de acabar de cenar y ya habían servido el café. Hanlon llamó entonces la atención de su compañero acerca de algo que ocurría detrás. Cuando el diplomático se volvió, la mano del agente secreto voló hacia la taza de café de Simónides.Minutos más tarde Abrams representó su papel a la perfección. Tomó un sorbo, luego otro y casi antes de dejar la taza sobre la mesa, emitió un gemido y se agarró el estómago y la garganta.Se levantó vacilante y se fue caminando inseguro y apoyado en el brazo del camarero que había acudido solícito a su auxilio.Hanlon, a pesar de que también se había levantado con rapidez y pareciendo interesado y compasivo, volvióse a sentar y se acabó el café. Cuando regresó el camarero le llamó y pareció tranquilizarse al saber que el señor Abrams había dicho que se trataba de un ataque de indigestión a los que era predispuesto y que su criado se ocupaba ya de él.Pero el día siguiente por el navío circuló la noticia de que Abrams estaba muy enfermo y que no se esperaba que viviera hasta el día siguiente. Panek abordó a Hanlon mientras éste estaba leyendo, con la excusa de pedirle lumbre para su cigarro puro.—Buen trabajo, hermano, buen trabajo —susurró mientras encendía—. Reúnete conmigo en Baco.Pero sus pensamientos, cuando los exploró Hanlon, musitaban malévolos: «¡Ya le rebajaré esos humos si es que pretende erigirse en un tío grande gracias a sus planes! ¡Vaya si se los rebajaré!»Y un poco más tarde, cuando Hanlon repasó todo el episodio completo, dio gracias a los cielos de que Panek no fuera ninguna lumbrera intelectualmente hablando. Un hombre poco más agudo que él se hubiera preguntado cómo diablos Hanlon llegó a saber al dedillo sus planes homicidas y cómo es que también llevaba encima y dispuesto para su uso una dosis de veneno. Pero no tenía ni rastro de que a Panek se le hubieran ocurrido tales preguntas.X
Lo notó casi al instante de bajar de la nave y entrar en la ciudad de Nueva Atenas. Había un clima de misterio, de secreto, de intriga que no podía por menos que ser advertido por cualquiera menos sensitivo a las impresiones y sensaciones que el agente del S.S. George Hanlon.
Salió de su coche de superficie a la entrada de un gran parque del centro de la ciudad, pero ordenó al conductor que llevara su equipaje al hotel. Luego Hanlon fue a sentarse en un banco bajo las frondosas y floridas ramas de un hermoso árbol tropical.Una vez allí, abrió su mente hasta el máximo y permitió que se empapara de cuantas impresiones y sensaciones pudiera captar de aquel mundo nuevo para él. No pudo, como es natural, percibir detalles precisos por aquel sistema, pero tampoco lo esperaba. Lo que quería, y comenzó a conseguir, era pulsar el ritmo de la ciudad. Y cuanto más estaba sentado pulsándolo, menos le gustaba.Porque podía advertir con claridad que «había moros en la costa» por doquier. Pero quiénes eran tales moros, eso no logró averiguarlo.Advirtió, por casualidad, que por el parque deambulaban los desocupados habituales y cientos de niños acompañados por sus institutrices o por sus padres.Pero no había ninguno de esos tipos hundidos moralmente que se suelen ver en los parques de las grandes ciudades. La mayor parte de la gente parecía bien vestida y no demasiado pobre. En ocasiones logró percibir retazos de pensamiento concerniente a diversas clases de negocios,Al cabo de un rato notó que allí, como en la mayoría de los jardines, cientos de pichones o pájaros nativos volaban y picoteaban por todas partes, en busca de las migajas que habían dejado caer quienes almorzaban, o de las pequeñas semillas que les arrojaban para alimentarles los visitantes habituales o esporádicos.Se preguntó si le sería posible introducirse en la mente de un pájaro y para comprobarlo tanteó a uno de los más cercanos. Descubrió que le era tan fácil como con los perros, que no sólo podía «leer» lo que había en el cerebro del pichón, sino que era capaz de controlarlo, que no tenía dificultad en hacer entrar dentro de la cabeza del ave parte de su mente.La estructura cerebral era distinta, pero al cabo de otra hora de estar allí sentado, conoció todas las diferencias. Porque ahora sabía qué y cómo buscar y no le costó casi tiempo dominar el conocimiento de aquella mentalidad alada. Finalmente llegó a la conclusión de que podía ver y comprender lo que hacía la gente a su alrededor, no a través de su observación directa; sino por mediación de los sentidos del pichón. Mandó a varias avecillas que volasen alto y así obtuvo una buena perspectiva aérea de toda la ciudad.Por último recobró su mente y se encogió de hombros, luego se levantó del banco.«Estoy atascándome, obcecándome en algo que no corre prisa», se dijo a sí mismo. «Será mejor que me vaya al hotel, que me inscriba y que luego eche un vistazo a las cajas de valores del banco. ¡Tengo una misión que cumplir, así que... andando!»Desde el hotel se dirigió al banco y contrató una caja fuerte. Todavía no había nada para él en la caja 1.044, así que dejó una nota dirigida «a cualquier miembro del S.S.», avisando que se encontraba en la ciudad y dispuesto a empezar su trabajo.De regreso al hotel, deshizo sus maletas, tomó una ducha y luego dio una cabezadita. No sabía lo que le podría deparar la noche y era mejor que para entonces dispusiera de todas sus fuerzas e inteligencia.Nueva Atenas era una hermosa ciudad, como correspondía a la capital del planeta más rico de la Federación. Porque Simónides Cuatro lo era, sobrepasando incluso a la Tierra en la riqueza de sus manufacturas y exportaciones. Sus embarques de minerales, joyas, pieles exóticas, mercancías industrializadas, herramientas de precisión y productos artísticos, al mismo tiempo que de alimentos básicos y manufacturados; alcanzaba una suma astronómica de trillones de créditos al año.La plaza mayor evidenciaba haber sido construida por un arquitecto o urbanista enamorado de las líneas clásicas. Los edificios eran versiones modernas de los grandes templos y construcciones públicas del Siglo de Oro de Grecia, en la Tierra. Eran espaciosos casi hasta la exageración, rodeados de césped y de jardines.Millares de luces, ocultas con verdadero arte, acentuaban la belleza de aquellos magníficos edificios y Hanlon retuvo el aliento asombrado al ver por primera vez de noche aquella maravillosa plaza. De día la había considerado grandiosa, pero ahora admitía sin reservas que era el conjunto más magnificente que vio jamás.Finalmente hizo una seña a un coche de superficie —Nueva Atenas carecía de aceras rodantes— y ordenó al conductor que le llevara a Baco. Estaba a varias manzanas de la plaza, pero cada calle que atravesaron le pareció igualmente hermosa y señorial.La taberna estaba instalada en un enorme edificio de un solo piso con fachada de columnas. La habitación principal se hallaba a ras del suelo de una terraza-jardín a cinco peldaños de la calle.Dentro, el local estaba decorado con gusto en colores tenues. La iluminación era débil y procedente de fingidas antorchas, clavadas en las paredes. El centro de la sala estaba ocupado por docenas de mesas de variados tamaños, mientras que a lo largo de un lado y en parte del fondo se alzaban los reservados, todos rodeados por espesos cortinajes. Por toda la extensión del otro costado se extendía un mostrador de bar delicadamente adornado.Hanlon se abrió paso hasta dicho mostrador y se sentó en uno de los altos taburetes. Las camareras de la barra, en las que se fijó con interés, iban vestidas con pseudos-peplos de un tejido casi transparente y purpúreo. No llevaban blusa, pero largas bandas de tela, pasando por la nuca y cruzándose en los senos, sujetaban la túnica y la falda en el sitio adecuado de la cintura. Una de las chicas se le acercó para servirle.—Soy recién llegado a esta planeta —la dijo sonriendo—. Sírvame un poco del mejor y más suave vino del país.La camarera le trajo un vaso lleno de un líquido dorado y burbujeante y esperó a que diese unos sorbos, probando la bebida.—Le llamamos «Néctar de Oro» —dijo la camarera al verle dar muestras de aprobación.—¡Delicioso! —exclamó Hanlon chasqueando los labios y al ver que la muchacha hacía ademán de alejarse le preguntó—: ¿Conoce usted al señor Panek? Tenía que reunirme con él aquí, pero no lo veo.La camarera abrió los ojos con asombro.—Veré a ver si lo puedo localizar para usted, señor —dijo y se fue.Algunos minutos más tarde, mientras Hanlon seguía tomando la bebida, alguien le rozó el hombro.—¡Bien, bien, bien..., pero si es mi amigo el de la espacionave! ¡Bienvenido a Simo, hermano, bienvenido a Simo!—¡Hola, Panek! Espero que me dijera de veras que viniera a buscarle a este local, porque ya me tiene aquí.Hanlon dejó sobre el mostrador un billete de un crédito y siguió a Panek. Se dirigieron hacia uno de los rincones posteriores, pero allí, en lugar de entrar a algún reservado, Panek entró en una salita casi escondida. Llamó a la puerta de un modo peculiar y antes de abrir se descorrió una mirilla. Cuando el guardián vio de quien se trataba, franqueó la entrada por la que desaparecieron los dos hombres.Hanlon, de un rápido y penetrante vistazo, vio que se trataba de un despacho de considerable tamaño, ocupado entonces por cuatro personas.—Este es George Hanlon —Panek inició así las presentaciones—, el chaval que hizo el trabajito con el viejo Abrams, el mismo chaval, Hanlon se dio cuenta de que Panek no nombró a ninguno de los presentes, pero pudo advertir que los cuatro parecían estar al corriente de todo cuanto a él se refería y que le dedicaban una mirada escrutadora. Hanlon se la devolvió con la misma intensidad y descaro, su mente tanteó la de cada uno de los tres que se sentaban en los sillones. Sólo eran legibles sus pensamientos superficiales y por eso supo desde el principio que se trataba de enlaces del bajo mundo, al igual que Panek. También advirtió cierta impresión favorable a su persona, pero con reservas.Dirigió su atención al hombre bien vestido y de impresionante aspecto que se sentaba tras el escritorio de plasticeno. Advirtió con interés que tenía el rostro redondo y liso, los ojos algo grandes y verdosos y su cabello era de lo más fino, suave y gris que Hanlon viera en su vida. Instantáneamente pensó que debía ser como el pelaje de una piel preciada.¡Luego se llevó una sorpresa! Aquel hombre era diferente... ¡Ni siquiera pudo rozar su mente! Tuvo la extraña sensación de... de que se trataba de un ser extraño, casi de un espíritu o fantasma. La mente de aquel individuo era radicalmente distinta a las de los demás seres cuyos pensamientos fue capaz de leer.Pero tuvo buen cuidado de no dejar que su rostro expresara nada de sus pensamientos interiores cuando saludó muy serio tras la primera pausa breve.Luego, de súbito, hizo que en su faz apareciera un entusiasmo infantil... casi ingenuo.—Quizá el señor Panek les ha hablado ya de mí. Busco una oportunidad para ganar un buen fajo de créditos... y no tengo manías sobre los medios que tenga que emplear para obtenerlos.Pero su mente permanecía tensa y ansiosa. ¿Cuál era el juego de todos aquellos individuos? Y en especial le preocupaba el que se sentaba tras el escritorio. ¿Quién era? Hanlon sabía que tendría mucho trabajo en averiguarlo... ¡Pero era su deber!—Ese es un deseo... ejem... bastante condenable —dijo el jefe con voz suave, baja y educada, que encajaba a la perfección con su apariencia exterior, mientras asentía con la cabeza—. Podemos siempre dar trabajo a cualquier hombre que valga... siempre y cuando que no sea un mojigato... o un cobarde.—¿Desea un pistolero? —exclamó Hanlon encogiéndose de hombros—. Si lo pagan bien, acepto.Su interlocutor pareció retroceder y sus manos delicadas revolotearon un instante de modo casi femenino.—No, no, mi querido jovenzuelo. Usted me ha entendido mal. No somos tan crudos, tan vulgares..., tan brutales. Oh, algunas veces nosotros..., ejem..., preparamos las cosas para que a alguien le suceda un accidente. Pero nada, usted ya comprende, que nos complique en algo. Su técnica con el pobre señor Abrams, se puso enfermo tan de repente..., me hace pensar que posee usted más delicadezas...—Le ruego que me perdone —el tono de Hanlon era ahora excusatorio—. Soy capaz de delicadezas, de acuerdo, pero yo no sabía que usted hablaría conmigo en privado. Tendré en cuenta y respetaré de ahora en adelante sus deseos.En su interior se encontraba turbado. Siguió tratando de tantearle la mente, no pudo. ¿Acaso era aquel individuo un ser humano..., o tenía alguna especie de autocontrol mental? ¿Estaría acostumbrado a leer mentes y, por tanto, había desarrollado una defensa contra eso? ¿O —Hanlon casi se quedó sin respiración por miedo— era un maestro leyendo el pensamiento? Un verdadero As, no un principiante como él mismo.Pero el jefe estaba contestándole, todavía en aquel tono suave, como si nada hubiese ocurrido.—Está bien..., está bien... No me gusta pensar en derramamientos de sangre, y me molestan también la dureza en las acciones o en las palabras. Es lamentable, claro, que algunas veces los hombres sean tan estúpidos como para oponérsenos, pero... —de nuevo repitió el gesto femenino.Aquella situación era la más singular y extraña que George había enfrentado y de nuevo su corazón pereció encogérsele.«Si yo fuese el dueño de mis actos», se estremeció interiormente, «nunca me aliaría con un individuo como éste.»Porque no había ni una simple tilde de compasión en aquella mente gélida que se ocultaba tras aquel rostro educado..., de eso Hanlon estaba seguro.Hubo un momento largo, impregnado de silencios, durante el cual los cinco hombres miraron a Hanlon con más cuidado. Finalmente el hombre de detrás del escritorio habló con cierta lentitud.—Quizá... sólo quizá, comprenda usted... que no hay nada definitivo aún... tengamos un trabajito para que nos lo realice. En otro planeta. ¿No tendrá usted inconveniente en viajar, verdad?—No si hay un buen fajo de billetes al fin del viaje —Hanlon sonrió avaricioso. Pero su mente buscaba respuesta. ¿Por qué querían enviarle lejos? ¿Era aquello un trabajo de buena fe, o una trampa? ¿Tendría que irse a algún otro planeta? ¿Podría allí, en otro mundo conseguir mejores pistas? Quizá... si el tiempo en que estaba fuera no era demasiado largo, claro.El jefe sonrió de súbito mientras Hanlon seguía pensando, todos los demás sonrieron también como si hubieran estado esperando la forma de reaccionar de aquel otro hombre para relajar su vigilancia.—Habrá un manojo muy abultado..., ejem... —Se detuvo un momento, luego prosiguió—. Necesitamos más inspectores en... cierto planeta. Es una tierra rica en diversos metales. Los nativos hacen oficios de minerías bajo nuestra dirección y...Y Hanlon le interrumpió.—No sé ni palote acerca de minería. ¿Importa eso mucho? —Allí, pensó rápidamente, estaba la prueba. Si aún seguía necesitándole y tenían una respuesta razonable, podría ser un trabajo de buena fe.—Ninguna en absoluto... el jefe volvió a sonreír—. Tenernos al frente ingenieros de minas. El trabajo será meramente conservar, hacer que los nativos trabajen a gran velocidad. Es..., ejem..., una desgracia que estén en una escala cultural lo bastante alta para que nosotros no podamos, según las leyes de Snyder, colonizar su planeta y trabajarlo nosotros mismos. Pero nosotros tan... —se interrumpió como si se diese cuenta de que decía demasiado y Hanlon, interiormente, se puso rígido.Aquello era una verdadera pista. ¿De qué planeta hablaba aquel hombre? Mas pese a tener tantos para leer la mente, no pudo conseguir la respuesta de ninguno de los presentes..., para los demás aquello era sólo un planeta, no otra cosa. El jefe, con su perfecto control mental, no dejaba resquicio para averiguar nada.Pero el jefe se reprimió a sí mismo y continuó hablando, pero dando un nuevo giro a la frase.—Pero lo cambiaremos utilizándole a usted, eso creo. Si es así, su salario será de mil créditos al mes, más gastos. Y una buena prima bastante a menudo, dependiendo ésta, claro, de que usted tenga pocos jaleos con su cuadrilla de trabajadores y de que les haga trabajar mucho.Hanlon mostró en sus ojos aquel resplandor de avaricia de antes.—Eso suena interesante —entonces se inclinó hacia adelante—. Una cosa más. ¿Cuánto tiempo durará ese trabajo?—Varios años, si usted quiere y si nosotros continuamos estando satisfechos con su trabajo. Pero hacemos volver a los hombres cada pocos meses para que se pasen unas vacaciones. Hemos creído que es lo mejor para la mayor parte de ellos..., el clima allí no es muy agradable y las condiciones son un poco duras... por la soledad, se entiende.—¿Nada que hacer excepto el trabajo, verdad?—Eso mismo. Los turnos son de ocho horas de nuestro tiempo y entre ellas usted puede comer, dormir, leer jugar a las cartas..., pero no se le permite hacer exploraciones ni nada por el estilo. La espacionave llega allí cada tres semanas y nosotros hacemos que se estén allí unas dieciocho semanas y luego que se pasen veintiún días aquí de vacaciones. Los guardias y los demás hacen turnos giratorios en ese sentido. Si no lo hiciesen mostrarían una tendencia a... estropearse..., ejem...Hanlon se estremeció, pero sonrió al mismo tiempo.—Ahora hay una cosa que no quiero hacer..., me refiero a aplicar el hombro, a doblar el espinazo. Uno no puede ganar dinero mientras trabaja duramente.El jefe levantó la mano.—Creo que usted comprende..., habrá, como es natural un breve período de..., ejem..., de pruebas antes de que decidamos enviarle en misión especial.La voz de Hanlon era casi servil y no obstante mostraba confianza.—Lo comprendo, señor. Ustedes dirán lo que quieren que haga, y yo lo haré.Seguía todavía tanteando con todas sus fuerzas, pero sin conseguir nada importante. Un par de hombres parecían estar disfrutando en lo que podría ocurrirle si fracasara en las pruebas..., pero eso ya se lo había sospechado antes.De repente, el jefe se inclinó por encima del escritorio y sus maneras suaves y educadas se desvanecieron como por encanto. Sus ojos se transformaron en cristales de hielo.—No se meta ideas extrañas en la cabeza Hanlon. Nosotros no somos tontos. Ni le vamos a ofrecer la oportunidad para que averigüe nuestros planes completos. Yo le estoy alquilando o contratando, posiblemente para que haga un trabajo sencillo.—Oh, no. señor, jamás se me ha ocurrido pensar tal cosa —Hanlon pareció ofendido—. Tenga en cuenta que soy muy joven. Sé que no puedo esperar nada mejor al principio. No, hasta que haya demostrado a ustedes quién soy, o hasta que haya hecho un buen saco de dinero y conseguido una posición sólida. Entonces, naturalmente, yo querré entrar en algo que me pueda llevar hasta la cumbre. Pero eso, me doy cuenta, que es cuestión de dejar pasar muchos años.Los duros ojos le examinaron cuidadosamente, pero con cierto aire de duda. Cuando el jefe habló, era más cordial, aunque su voz seguía dura y no tan blanda como al principio.—Voy a ser franco, Hanlon. No estamos muy seguros de usted... todavía..., porque usted fue un cadete. Oh, ya sabemos —hizo con un gesto una interrupción a Hanlon cuando éste inició una protesta—, conocemos todo acerca de su despido. Ahora podemos ver que ese acto, esa expulsión no ha podido excitarle lo bastante para querer vengarse de algún modo, aunque sólo sea para demostrar al CUERPO quién es usted. Pero tiene que comprender nuestras dudas, me parece…—Claro, señor. Sin embargo, no tienen por qué preocuparse —hizo que su voz sonara tan amargada y dura como le fue posible—. Yo ya estoy harto de todas esas monsergas de ley y orden. Yo era un joven inocente, lleno de altos ideales y de romanticismo hacia el CUERPO y hacia aquella gente. Pero esas víboras hipócritas lograron sacar de mí esas nociones. ¡Si puedo hacer algo para darles una patada en los dientes, lo haré con gusto y alegría!—Magníficas palabras —saltó el jefe—, ¿pero podré usted mantenerlas si las cosas se ponen duras?Hanlon estaba aprendiendo de prisa. Miró fijamente a los ojos duros.—¿Es que acaso ustedes no se atreven? —su tono era casi insolente.XI
Una mirada negra apareció en los ojos del jefe ante la impertinencia de Hanlon. Cuando se levantó de su asiento mientras que sus cuatro hombres alargaron sus manos en busca de las armas.
Luego, despacio, el jefe se volvió a sentar, relajado y sonriente..., tenía una sonrisa abierta y amistosa que se ceñía a su cordialidad. Sus hombres también se relajaron.—Lo podrá usted hacer, Hanlon, por el gran..., ejem..., Zeus, que lo hará. Pero —añadió significativamente—, creo que se enterará de que puedo yo manejar a esos polizontes si me lo propongo. Aunque será mejor que no me lo proponga nunca.—Estupendo —Hanlon se encogió de hombros indiferente.—Los muchachos le llevarán fuera y lo mostrarán la ciudad, si es su gusto —el jefe sonrió—. Ya le avisarán cuando le tenga preparado el trabajo, lo que puede ocurrir dentro de un par de días...Hanlon le dio las gracias y le pareció correcto salir con los chicos, «los muchachos», incluso aunque él se opusiera a estar bajo una estrecha vigilancia. Aquella noche no disfrutó ni lo más mínimo.Cuando se retiró al hotel dejó advertido al conserje que le despertase a las diez en punto. Al producirse la llamada por el visofono abrió a medias un ojo y su mano buscó a tientas el conmutador.—Hola.—Las diez en punto de una mañana estupenda, señor Hanlon.—Oh, no —gruñó.—Oh, sí —se rió el conserje—. ¿Tanto sueño tiene?—Más no podía tenerlo. Pero gracias de todos modos...Oyó la risa del conserje, mientras desconectaba.Hanlon durmió con las punzadas de un penetrante dolor de cabeza. La luz del Sol entrando a chorros por la ventana abierta y dándole en los ojos, no le sirvió de ninguna mejora. Volvió a taparse en el lecho, aunque sabía que tenía que levantarse.Salió de la cama y se dio una ducha fría. Y un minuto después comenzó a sentirse más animado y humano y decidió que después de todo aún seguiría viviendo.—¡Nunca jamás! —juró con fervor—. Yo no estoy acostumbrado a beber tanto. Pero debo haberme marchado de la lengua con esos muchachos anoche.Se vistió despacio, mientras luchaba con el dolor de cabeza lo mejor que pudo y trataba de recordar su situación. Estaba complacido con el éxito logrado, pero aún sentía cierto miedo interior. Había recorrido parte del camino con el cumplimiento de la misión asignada, pero... se daba cuenta de que no iba a ser todo una alegre excursión al campo. Recordó que el aviso principal fue que se tomara al principio las cosas con calma y sonrió con tristeza.Desayunó en el comedor del hotel, después de tomarse un refresco efervescente para aliviar su jaqueca y trató, mientras comía, de planear sus siguientes acciones. No podía hacer mucho hasta que le avisaran. Se daba cuenta de que acababa de efectuar su envite... y que no debía arriesgar mucho en la jugada, porque podría despertar sospechas en aquellas mentes desconfiadas.Se encogió de nuevo de hombres de manera involuntaria, pensando en aquel enigmático jefe. ¿Quién... o qué... era aquel individuo?Hanlon se dirigió primeramente al banco y abrió su propia caja. Pero en seguida, una vez se marchó el empleado, abrió la 1.044. Había una nota par él.«Bienvenido a Simónides», leyó. «Mi nombre es Art Georgopoulis. Trabajo actualmente como mozo de mostrador en “La Telaraña Dorada”, calle de Las Termólpilas. Loa peces gordos del hampa se reúnen aquí y de cuando en cuando recojo alguna noticia. Si viene usted, preséntese pidiendo “un buen julepe a la menta de Kentucky”. Prácticamente nadie pide esa bebida. Yo soy el empleado rubio, delgado, que está en el extremo del mostrador. Y si le puedo a usted servir de algo, no tiene más que decirlo. Yo por mi parte no he conseguido nada definitivo, pero sigo intentándolo. Espero que usted obtenga mejores resultados. — Curt Hooper.»Hanlon «se comió» la nota, luego escribió unas líneas diciendo concisamente lo que sabía de nuevo hasta la fecha, lo que sospechaba y lo que trataba de hacer. No se refería para nada a sus facultades mentales recién descubiertas. No es que desconfiara de aquel agente del S.S., claro, pero si el individuo no sabía que era un superdotado mejor sería no decírselo.Cuando Hanlon salió del banco comenzó a sentir la impresión de que era seguido, pero no pudo localizar a nadie que lo hiciera, aunque, como es natural, no se atrevió tampoco a mirar hacia atrás con toda franqueza. Trató de leer por casualidad la mente de quien le siguiera, pero la multitud de las calles era muy grande y las sensaciones que recibía eran diversas y multiformes.Paseó durante casi todo el día, en apariencia recorriendo la ciudad, pero con la mente siempre abierta. Entró en varios edificios públicos, se sentó algunos ratos en uno o en otro de los inmensos parques y realizó, en fin, lo que podría esperarse de un turista en una nueva ciudad.La sensación de ser vigilado le hizo mostrarse precavido, por eso no práctico demasiado su control mental con los pájaros de aspecto de pichones. Sin embargo, hizo un viaje hasta el zoológico local y se detuvo momentáneamente delante de cada una de las jaulas, para mirar el ejemplar que contenía. Con brevedad hizo una excursión dentro de la mente de cada una de las bestias, animales cuadrúpedos, pájaros o reptiles. Dejando a un lado las pequeñas diferencias de composición, todas las mentes de aquellos bichos parecían estar construidas bajo el mismo esquema. Cada uno de ellos tenía, naturalmente, distintas habilidades musculares que necesitarían un estudio considerable si alguna vez trataba de usarlas en su beneficio.Y a cada minuto estaba buscando, inquiriendo la menor pizca de evidencia que fuera la causa de aquella corriente de secreta intriga que percibía su mente supersensitiva.Pero no pudo encontrar ningún dato. Sólo «el sentimiento, la presencia» de esa sensación en el aire. No obstante, al transcurrir el día, llegó a creer que la mayor parte de lo que presentía no era debido a ese complot que despertaba el interés del CUERPO. Más bien parecía como si toda la gente de allí estuviera dominada por una secreta agresividad mutua.Y finalmente forzó su conciencia hasta el punto de convencerse que las preocupaciones de la gente eran de índole «comercial» y no política. Porque era bien sabido que Simónides, incluso tras haber llegado a ser el mundo más rico de la Federación, no se sentía satisfecho..., que sus comerciantes y hombres de empresa querían abarcar más y más de los negocios del Sistema.Habían demasiadas mentes enzarzadas en un sentimiento agresivo para que se tratara de una revolución política, de eso estaba seguro. De haber sido la conspiración tan abierta y de tanta amplitud, cualquier miembro del Cuerpo, del Servicio Secreto, hubiera descubierto con facilidad algo definido. No, cualquier cosa que fuere, su claridad y distinción nada tenía que ver con los motivos de su estancia allí.La sensación de que era espiado estaba más o menos presente, pero no pudo localizar al hombre u hombres que le estaban vigilando. O eran varios trabajando en turnos bien cortos, o el perseguidor se mantenía muy lejos de él, tanto que la multiplicidad de pensamientos de los centenares de personas que circulaban por doquier enmascaraban el propio del espía.Hanlon comió displicentemente en un pequeño restaurante y por la tarde continuó su aparente paseo por la ciudad. Si le estaban espiando nada tendrían que informar. Sonrió para sí al considerar esto. Por lo menos no durante el día, aunque lo que pasara por la noche era harina de otro costal.Estaba decidido a ponerse en contacto por lo menos con el agente del S.S. que le había escrito aquella nota. Cenaría en «La Telaraña Dorada», si es que allí servían comidas. En caso contrario, tendría que tomar alguna bebida. Así él y el otro agente se conocerían de vista cuando menos.Estuvo breve rato en el hotel, pero no se había recibido ninguna llamada o recado para él. Un coche de punto le condujo al café buscado, que resultó ser un establecimiento ostentoso y deslumbrante, con una barra muy concurrida y al servicio de un hombre rubio y delgado. Hanlon se instaló en un taburete.—¡Sírvame «un buen julepe a la menta de Kentucky» —ordenó— y que este bien hecho.El camarero le miró de un modo bastante peculiar.—¿Dónde está ese Kentucky y qué es julepe de menta?—¡En la Tierra, claro! ¿O es que se creía que estaba en Andrómeda Siete? —respondió Hanlon fingiendo enojo.—Perdóneme, señor. Ahora me parece recordar haber oído hablar de esa bebida. Voy a mirar el recetario..., no me acuerdo muy bien de los ingredientes.Hanlon sonrió y perdió su aparente truculencia.—Se hace en parte con hierba Azul, como el cuello de un caballo. Pero si le es muy difícil sírvame una «Cola».—De eso sí que tengo, amigo —contestó el camarero mientras servía sonriente la bebida pedida.Hanlon permaneció un rato dando sorbos del inocuo refresco, mirando tranquilo a su alrededor. El establecimiento comenzaba a llenarse de gente bien vestida, con toda evidencia personas acomodadas, pero pudo advertir que no pertenecían a la clase superior de la sociedad, sino a estamentos más inferiores y oscuros.Una vez acabado el refresco, Hanlon hizo una señal a su amigo el mozo de bar.—¿Qué tal se come aquí, bien? .Si la cocina corresponde al resto del local, presumo que no estará del todo mal.—Sí, se come bien. A menudo se oyen cosas interesantes en un establecimiento como éste. La comida es buena y no muy cara. Hay una especie de ave nativa parecida al pollo que creo que le gustará. Pida que se lo guisen al estilo que más le apetezca... Me alegro de poderle ser de utilidad, señor. Me tendrá a su disposición cuando quiera y para lo que quiera —las últimas palabras las pronunció con cierto énfasis.Hanlon estaba sentado en una mesa del comedor tras haber encargado el menú, cuando un desconocido se le acercó, sentándose en el asiento de enfrente.—El jefe quiere verte.—¿Sí? —Hanlon miró de pies a cabeza casi con desdén—. ¿Y quién es ese jefe que se interesa por mí?—¡Deja de hacer el payaso! ¡Ya sabes quién es! ¡Te espera en «Baco»! ¡Ahora...!—Ya —Hanlon aparentó sentir poquísimo interés—. Bueno, cuando acabe de cenar, si no me sale algo más interesante, puede que me deje caer por allí...—¡Harías mucho mejor yendo ahora! —saltó el hombre, aparentemente turbado por las maneras de Hanlon—. Al jefe no le gusta que le hagan esperar.—¡Y a mí tampoco que me den prisas! —le respondió Hanlon—. Si voy, y date cuenta que digo «sí», estaré allí dentro de una hora. Por el momento, ¿te importaría dejarme cenar tranquilo?El hombre se levantó aún perplejo. Era evidente que no estaba acostumbrado a que la gente no se pusiera en movimiento instantáneamente cuando el «jefe» formulaba una invitación..., que era en realidad una orden. Sacudió la cabeza lentamente y dijo:—Por tu bien espero que lo encuentres de buen humor —luego se fue.La mente de Hanlon no estaba tan tranquila mientras cenaba e incluso, por culpa de eso, no pudo saborear los alimentos como se merecían y sin duda hubiera hecho, de no haber soportado aquella interrupción, se estremeció recordando la fría crueldad presentida tras las suaves maneras del jefe. Pero debía seguir representando su papel de jovencito fanfarrón que ni teme a nadie ni a nada. Durante la primera entrevista se había apuntado un buen tanto con sus insolentes respuestas al jefe, pero era preciso que no abusara demasiado de su buena suerte.Así que media hora más tarde se presentó en «Baco».—Se ha tomado bastante tiempo para venir —el jefe miró a Hanlon con curiosidad.—Tenía hambre —respondió con sencillez Hanlon—. Acababa de pedir la cena cuando me dieron su recado. Vine en cuanto acabó.—Los que trabajan para mí, ordinariamente...; ejem... vienen a escape cuando les llamó.—Quizá es que le tengan miedo —Hanlon sonrió lobunamente.—¿Y usted no me lo tiene?—¿Por qué habría de tenerlo?—No me gusta ni el descaro ni la insolencia —la voz ahora era más tajante y los ojos perdieron algo de su tranquilidad relampagueando cólera.Hanlon comprendió que ya había ido demasiado lejos y al instante dejó todas sus petulancias y fanfarronerías a un lado, mostrándose más dócil.—Si acepto algún empleo que usted me ofrezca, señor, obedeceré toda orden con la mayor rapidez y me dedicaré por completo a la misión encomendada, naturalmente, en una entrega total. Pero sepa que no soy un tipo de esos que disfrutan mostrándose serviles cuando no es necesario.El jefe le miro una vez más con silenciosa aprobación y una cierta dosis de respeto. Hanlon, tanteando las mentes de los demás se sintió interiormente divertido al comprobar el grado de asombro que su temeridad les había causado... y la perplejidad que les producía el verle salirse de rositas tras tanto desparpajo y atrevimiento.Al cabo de varios minutos el jefe asintió con la cabeza, como si indicara que había tomado una decisión.—¿Qué estuvo haciendo esta mañana en el banco?—Uh, sólo guardar algo de mi dinero en una caja de segundad —dijo sorprendido—. ¿Por qué me lo pregunta?—¿Y cómo es que ha conseguido una caja de valores tan rápidamente?—¿Qué quiere usted decir con eso de tan rápidamente?» Estuve ayer en el banco y pregunté si había alguna disponible, la empleada me hizo llenar una solicitud y me dijo que desde hoy podría utilizarla...—Uh, comprendo. Se me informó que usted tenía caja de valores en el banco y..., ejem..., sentía curiosidad por comprobarlo.Hanlon rebuscó en sus bolsillos y después arrojó una llave sobre la mesa.—Vaya e inspecciónela por sí mismo, si es que cree que contiene algo importante. Y de paso —dijo con desdén—, todo el día me han estado siguiendo. —Pero inmediatamente lamento haberlo dicho.En el tono del jefe apareció una mortal frialdad y sus ojos se iluminaron con el siniestro resplandor capaz de enfermar a cualquiera.—Comprendo. Bueno, dejémoslo estar por ahora —empujo la llave hacia Hanlon, que se la guardó en el bolsillo dándole las gracias. Su «farol» había dado resultado. Allí estaba la llave, en su propio bolsillo, claro, pero la llave maestra especial la tenía oculta en un bolsillo secreto del dobladillo de sus pantalones.El jefe se arrellanó en el sillón y permaneció silencioso largo rato, pensando profundamente, mientras que Hanlon esperaba con paciencia, todavía tratando de percibir algún destello de pensamiento de aquella mente impenetrable, hermética, distinta a las conocidas. Los esfuerzos del joven ex-cadete fueron inútiles y comenzó a sentirse desalentado, inquieto casi sin esperanza alguna y con menos fe que antes en su capacidad tan particularísima.Finalmente el jefe habló, pero sin dirigirse a Hanlon.—Panek, los otros y tú íd a buscar a Rellos y traedlo aquí.Cuando se quedaron solos, el jefe se inclinó hacia adelante y muy serio dirigió unas palabras a Hanlon, vigilándole con el mayor cuidado.—Me gusta usted, Hanlon, y voy a ponerle a prueba. Todavía no estoy muy seguro de su lealtad, pero si llego a estarlo, puede ir usted muy lejos... muy, muchísimo, conmigo. Ese tal Rellos a quien he mandado buscar es el hombre que le ha estado siguiendo hoy. No puedo... ¡ni quiero! —casi escupió esas palabras a impulsos del desdén— consentir el fracaso o la incompetencia. Voy a ofrecerle una tarea agradable y poco costosa... la de que..., ejem..., le ocurra un accidente a Rellos. Y me parece que ese accidente debe ser... ejem..., definitivo..., ¿me comprende...? ¡Definitivo!El estómago de Hanlon se revolvió con una náusea profunda hasta casi dolerle, pero logró varonilmente impedir que sus verdaderos sentimientos permanecieran ocultos y sin manifestación exterior alguna. Al instante se dio cuenta de cuál iba a ser su postura en el problema que se le venía encima y comprendió que de su satisfactoria resolución dependía la estabilidad de su carrera como agente secreto y la solidificación de los lazos que tenía establecidos con aquella organización que tanto inquietaba al Cuerpo.Conoció así mismo que aquella vez tendría que recurrir al asesinato si no quería fracasar inexorablemente. Porque sabía que de no matar a aquel hombre, la puerta recién abierta se le cerraría. Por otra parte si él tenía que desistir de la misión y daba las pistas conocidas a otro agente del S.S., ese hombre, ese compañero que le remplazara seguramente se tendría que ver abocado a la misma situación, se enfrentaría con el mismo problema de supervivencia que él tenía entre manos. Por tanto, por mucho que le repugnara, tenía que hacerlo. Quizá le sirviera de ayuda considerarse a sí mismo como un soldado en campaña y a Rellos como un enemigo.Exteriormente en calma se encogió de hombros.—Cualquier tipo que no sepa cumplir lo mandado no merece seguir viviendo —dijo—. ¿Quiere que lo haga de algún modo en particular?—No... me parece que prefiero ver cómo se las arregla usted. Planéelo a su gusto. Pero si no lo hace, será mejor que ni yo ni mis hombres le volvamos a ver.—Perfecto. Si yo no fuera capaz de hacer un trabajo tan sencillo como ese, le aseguro que no me creería en condiciones de realizar mayores empresas.Hubo un nuevo silencio, pero la mente de Hanlon estaba sombría ante lo que le esperaba. No era ningún asesino; creía, por el contrario, en lo sagrado de la vida humana. No obstante, sabía muy bien que tendría que endurecerse para cumplir la misión encomendada. El trabajo que llevaba entre manos era mucho más importante que la vida de un bribón. ¡Pero eso de matar a sangre fría..., eso de planear con todo cuidado un asesinato, era algo muy fuerte y pesado para él! Precisamente entonces volvió Panek con un tipo delgado y de mediana edad,—Ah, Rellos —le saludó el jefe—. Quiero que conozcas al nuevo miembro de nuestro grupo. Se llama George Hanlon. Acaba de llegar de la Tierra y no ha estado antes en Simónides. Me gustaría que le llevaras por toda Nueva Atenas y le enseñaras los lugares de diversión. Puedes venir mañana a cobrar tu salario y el importe de la cuenta de gastos de esta noche.Hanlon pensó que aquella era la treta más baja y mezquina que pudiera haberse imaginado, luego pasó por su mente otro pensamiento cargado de odios: «Si algún día aquel “jefe” tenía que morir a manos de alguien, él mismo realizaría la tarea sin que nunca le turbara la conciencia y sin que ningún sentimiento piadoso le hiciera temblar la mano ejecutora».Se levantó, no obstante, y sonrió al hombrecillo mientras le tendía la mano.—Me, alegro de conocerle, Rellos. Será divertido comparar los lugares de esparcimiento de Simónides con los de la Tierra.Rellos pareció estar de malhumor, no obstante, era evidente que no se atrevía a demostrarlo delante del jefe. Hanlon pudo leer bastante de su pensamiento como para saber cuan miedo frenético tenía hacia su superior y cómo le odiaba al mismo tiempo.«¿Por qué sentirá de ese modo?», se preguntó Hanlon y durante toda la noche trató de describirlo sin el menor éxito —Rellos parecía vacío de pensamientos importantes.Cuando los dos salieron de la habitación, el de Simónides le preguntó cortés:—¿Vino, mujeres o canciones?—¿Y por qué no de todo un poco? —Hanlon se carcajeó levemente—. Pasemos la velada a su gusto. Elija usted mismo los placeres que más le agraden.El otro se inclinó un poco.—Entonces, iremos primero a «Fobo». Tienen buenos licores y un magnífico conjunto de atracciones en la pista. Mujeres de formas perfectas y que no acostumbran a disfrazarlas con demasiada ropa.Hizo una seña a un coche de alquiler y los dos subieron a él.Hanlon no pudo disfrutar de la noche. En primer lugar, aquellas bebidas eran insoportables para él que odiaba el alcohol y que debía permanecer tan sereno como le fuera posible. Luego, y lo más importante, era lo que debía hacer, aquel acto horrible que debía planear con el máximo cuidado. No podía utilizar la pistola, el cuchillo o el veneno, porque el crimen debía parecer un mero accidente para que nadie le echara las culpas ni la policía le detuviera impidiéndole proseguir con su misión durante algún tiempo.Imaginó y descartó un plan tras otro; luego se acordó de algo que había visto mientras paseaba sin rumbo: un paso superior para peatones tendido sobre una carretera donde abundaban los camiones de transporte que la recorrían a gran velocidad y casi sin dejar espacio entre uno y otro vehículo. «Lo llevaré hasta allí, le haré asomarse y lo arrojaré por encima de la barandilla», pensó. «Estoy seguro de que algún camión lo atropellará y morirá en un momento, sin padecimiento alguno.»La desnudez de las chicas de «Fobo», los chistes de subido tono y los mal llamados comediantes, las risas ramplonas y soeces de los borrachos, disgustaron a Hanlon, de tal manera que se alegró cuando se fueron—Caminemos un poco y veamos los lugares más típicos de la ciudad —sugirió y Rellos aceptó la sugerencia tras una breve discusión, porque quería seguir recorriendo clubs nocturnos.Habían recorrido un par de manzanas a lo largo de una calle residencial, cuando un perrito, un cachorrito lulú, corrió por la acera alegre y juguetón.—¡Qué monada...! —comenzó a decir Hanlon pero Rellos con un juramento dio una brutal patada al perrillo, enviándolo a la otra parte de la acera entre una sarta de aullidos de dolor.Un fuerte gruñido de angustia se oyó entonces y Hanlon envió su mente en busca del ser que había emitido aquella nota ronca, y dolorosa. Lo encontró, era la madre del cachorrillo, y al instante entró en la mente canina y la controló.Con un salto la perra, ya de por sí demasiado grande para su raza, saltó el cercado contiguo del jardín que colindaba con la acera y se lanzó sobre Rellos. El peso del animal hizo que el cruel granuja retrocediera, luchando por salvar su vida, tratando de mantener lejos de su garganta los afilados, blancos y relucientes colmillos de la perra.Hanlon intervino en la pelea, pero mientras trataba ostensiblemente de apartar al can, retrasó durante unos segundos el curso de su acción y dejó que las mandíbulas de la bestia se cerraran sobre la garganta de Rellos.Acudió gente corriendo y cuando llegaron los primeros, vieron a Hanlon esforzándose por mantener aparte a la perra, mientras que Rellos yacía en el suelo en medio de un charco de sangre.El propietario de la perra se acercó y con una correa comenzó a sujetar al animal.—Lo siento muchísimo, caballero —dijo Hanlon—. Mi amigo estaba borracho y le dio una patada al cachorro. Su madre se ha limitado a vengarse.—¡Qué extraño! —exclamó el hombre evidentemente impresionado—. «Kaiserina» nunca ha sido feroz ni siquiera con los desconocidos...—No creo que vuelva a hacer una cosa como ésta, caballero —dijo Hanlon consolador—. ¿Se encuentra bien el perrito? —preguntó y un muchacho se acercó llevando al cachorro entre sus brazos.—No —sollozo el niño—. «Fluffy» está muerto.—¿Qué ocurre aquí? —exclamó una voz autoritaria y dos policías se abrieron paso por entre la gente.El propietario del perro lo explicó en breves palabras, librando por completo de culpas la responsabilidad de Hanlon.—Ese hombre ha tratado de evitar que mi perro destrozara la garganta de la pobre víctima Cuando llegué estaba sujetando a «Kaiserina» —y los demás presentes corroboraron sus palabras.—Será mejor que haga matar a la perra —dijo un policía, pero Hanlon intervino.—No, el animal sólo ha atacado al hombre que ha matado a su hijito. La perra no tiene culpa alguna, y estoy convencido de que no es mala en absoluto.Los policías parecieron quedar finalmente satisfechos y mientras llamaban a una ambulancia, Hanlon regresó despacio y andando a su hotel, con el corazón aún enfermo de aprensiones, pero algo más consolado que en los primeros momentos.«Le tenía que suceder», pensó con amargura. «¡Se necesita ser bestia para matar a un perrito como aquel!»XII
A la mañana siguiente Hanlon volvió a «Baco». En lugar de detenerse en el mostrador se dirigió directamente a la habitación trasera y llamó a la puerta. Cuando abrieron la mirilla preguntó:
— ¿Está el jefe?—No.—Tengo que hacer el informe.—Espera en el bar. Me pondré en contacto con él.Un cuarto de hora después el hombre le avisó y entrando en la ya familiar habitación Hanlon vio abierta una puertecita en el fondo que daba acceso a un armario en cuya pared trasera se veía la pantalla de un visofono y en ella el rostro del jefe.—¿Bueno?—Sí.—¡Ah! Hubo un rápido brillo en aquellos ojos verdosos. Tras un momento de silencio el jefe dijo:—¿Aún quiere ese trabajo?—¿Por mil al mes y la manutención? ¡Definitivamente, sí!—Muy bien, le pondremos a prueba. Zeller le dará una lista de las cosas que usted necesitará allá... Vestidos especiales y otros géneros. Ejem... ¿Tiene usted dinero para comprar lo que haga falta?—Lo tendré cuando usted me pague el dinero que gasté con Rellos anoche.Los ojos del jefe se contrajeron en súbita cólera.—No tiente mi paciencia demasiado, Hanlon.—Está bien —Hanlon se encogió indiferente de hombros—. Pero nunca me imaginé que usted fuese tacaño. Hubo un respingo, como si el propio jefe se quedase asombrado por la temeridad de Hanlon. Pero rápidamente recobró el control de sí mismo y un instante después comenzó a sonreír, luego a reír francamente y por último a romper en carcajadas.—¡Por Zeus, Hanlon, me gusta, usted! Nadie más se hubiera atrevido a tratarme así. Usted gana. Dígale a Zeller..., no, que se ponga, yo se lo diré..., Zeller, dale a Hanlon la lista de las cosas que necesita para el empleo de guarda-mina y págale cien créditos a cargo del «sueldo de accidentes». Dile que esté aquí, con las maletas preparadas, a las trece en punto. —Comenzó a alargar la mano para accionar el conmutador, pero Hanlon preguntó entonces:—¿No quiere ninguna otra cosa?—No, a menos que usted vuelva a salir de ronda con los muchachos. Pasará algún tiempo antes de que pueda salir de noche y divertirse.Hanlon hizo un signo de disgusto y sacudió la cabeza.—Ajajá, gracias, dos cabezotas en fila son demasiado para mí. Voy a ver si duermo un poco.El jefe sonrió amistoso.—El descanso quizá sea mejor, porque le espera un viaje duro. Embarcará usted en un transporte, no en una nave de lujo.—¿Puedo preguntar dónde me van a llevar? —¿Importa mucho eso?—No en especial —Hanlon se encogió de hombros—. Sólo era curiosidad.—Entonces, no se molestará particularmente si nosotros..., ejem..., mantenemos en secreto durante una temporada su destino.—No, si es que usted así lo quiere —bostezó con indiferencia. Pero su mente estaba tan ansiosa que le costo trabajo no demostrarlo en su rostro, en su mirada. ¿Cómo iba a conseguir la localización de aquel puesto? Pensó con rapidez y concibió una posibilidad.—¿En el bar éste de aquí sirven «Colas»?—¿Qué es eso?—Un refresco suave muy popular en la Tierra y en muchos otros planetas. Me gustaría llevarme una caja conmigo, si es que me lo permiten.—No veo ningún inconveniente. Jamás lo oí nombrar, pero si usted pregunta a las camareras del mostrador...—La puedo conseguir en «La Telaraña Dorada» si no la tienen aquí. La otra noche tomó un par de botellas.Contempló atónito el rostro del jefe pero no vio en él ningún signo de sospecha, ni siquiera de interés.Hanlon blanqueó la pantalla, cogió la lista y el dinero que le entregaba Zeller y salió. En «Baco» no había «Cola», así que se subió a un coche de alquiler terrestre y llegó hasta «La Telaraña Dorada».Pretendiendo estar medio borracho, entró y le pidió la caja de bebidas a su colega. Mientras se tomaba un vaso, parloteó en tonos más o menos coherentes. En medio de palabras sin significado informó al agente del S.S. que partía la tarde siguiente hacia otro planeta cuyo nombre y situación no le había sido posible conocer.—Tengo un pez gordo corno jefe —dijo con voz espesa—. Un pez muy gordo... Estoy seguro de que sabe muchísimas cosas. Su cuartel general está en «Baco».Hooper, con la rápida comprensión de todos los del S.S., se limitó a decir en una voz el convencional: «Felices vuelos», pero Hanlon se dio cuenta de que haría cualquier cosa por conseguir la información necesaria acerca de la posición del planeta.Y Hanlon se sintió contento mientras se dirigió hacia el hotel y se acostó. Había hecho todo lo que podía hacerse.Tan pronto corno hubo desayunado a la mañana siguiente, Hanlon pidió la cuenta del hotel, salió luego y compró las ropas especiales y las demás mercancías de la lista. Cuando todo lo tuvo acomodado dentro de las maletas se presentó en «Baco» precisamente poco antes de las trece en punto.Cuando salió del coche y mientras daba órdenes al portero para que le cuidara el equipaje mientras se disponía a ultimar los detalles de la partida, Hanlon se alegró al ver a Hooper, leyendo en apariencia un periódico y apoyado contra la fachada de un edificio cercano.En la habitación trasera, el jefe y los otros tres, incluyendo el oblicuo Panek, le esperaban. Le entregaron un sobre.—Cuando usted llegue, entregue estas credenciales a Peter Philander, el superintendente. El será su superior allí. Haga lo que él diga y no meta sus narices en donde no le llaman... Así todo irá bien.—No se preocupe que mantendré mis manos limpias. Por si acaso me llevo una docena extra de toallas...Habían desaparecido sus últimas dudas sobre la conveniencia de dejar Simónides y trasladarse al otro planeta desconocido. Estaba seguro de que allí encontraría las pistas que tan desesperadamente necesitaban... Y posiblemente las encontraría con más facilidad,Recogieron su equipaje, luego entraron todos en un coche de superficie grande y negro y cuando se puso en marcha los hombres bajaron las cortinas de las ventanillas. Y mientras Hanlon se estaba preguntado los motivos, uno de ellos le sujeto los brazos bruscamente a un costado, mientras que otro le colocaba una pieza de cinta adhesiva en los ojos, alisándola para que le tapara bien la visión.Hanlon respingó, pero no hizo resistencia.—Está bien, no se moleste —la voz del jefe era casi amable—. Lo que pasa es que no queremos que sepa... todavía, dónde vamos...***El coche viajó algunos kilómetros, luego se detuvo y luego bajaron. Los hombres le ayudaron a descender a Hanlon, le condujeron unos cuantos pasos y después le auxiliaron para que subiera a otra máquina. Al momento se dio cuenta de que estaba ahora en un vehículo aéreo que había partido, y frunció el ceño. Creyendo que Hooper le había seguido, calculó que en aquellos momentos le habían despistado definitivamente. Se había quedado solo.Durante varios instantes Hanlon trató en vano de leer en las mentes de los otros dónde iban. Casi había abandonado toda esperanza cuando oyó el inconfundible jadeo de un perrito y se dio cuenta que un miembro de la tripulación de la aeronave debía tener un cachorrillo consigo.Rápidamente su mente se puso en contacto con el animal y al instante se encontró dentro, mirando a través de los ojos del perro. Le controlo el cerebro ordenándole que trepase por las piernas del hombre y, con sus patas delanteras colocadas en el hombro del individuo, mirase por la ventanilla del vehículo aéreo. Nadie pareció encontrar nada raro en las acciones del perro. Su propietario se limitó a acariciarlo mientras Hanlon podía pecibir cosas y detalles a través de los sentidos del animal.Ahora Hanlon pudo ver que estaban acercándose a unas montañas y se fijó particularmente en todo lo que pudiese recordarle detalles para la identificación. Pronto comenzaron a descender sobre un vallecito escondido, en donde se veía una espacionave de carga de tamaño bastante grande.Le hicieron entrar en aquel cohete y perdió al perro, así que no pudo ver a dónde le llevaban, Finalmente se dio cuenta de que estaban en una habitación pequeña y entonces la cinta adhesiva le fue arrancada del rostro.El jefe y Panek estaban de pie en la cabinita con Hanlon.—Este será su camarote. Lamento las precauciones, pero ya comprenderá usted las razones, estoy seguro. Aunque si su comportamiento y su historial le hacen digno de confianza..., ejem..., no tendrá que preocuparse más. Partirá casi inmediatamente, así que nosotros nos marchamos. Felices vuelos y espero que tenga éxito.Miró con fijeza a Hanlon durante un largo rato, larguísimo minuto y el joven le devolvió la mirada con tranquilidad.—Haré mi trabajo —dijo Hanlon con honradez después de aquel momento—, pero se refería a la misión encomendada por el Servicio Secreto—. Adiós y gracias. Gracias también a usted, Panek, por su ayuda.—Me alegro de haberlo hecho, hermano, me alegró.—Entonces le veré dentro de cuatro meses —fue la despedida de Hanlon y los otros dos se fueron.El ex-cadete colocó su equipaje en los compartimentos destinados para ello, luego comenzó a salir para ver lo que ocurría fuera. Pero se encontró la puerta cerrada.«Seguro que no quieren que sepa dónde vamos», sonrió pensativo mientras se sentaba al borde de su camastro. «Eso significa que es importante y algún día lo averiguaré.... No pueden mantenerlo en secreto para siempre.»Las sirenas sonaron anunciando la partida y el joven se ató en el lecho. Cuando sintió disminuir la presión y se dio cuenta de que estaban en el espacio se desligó y se relajó. Pero no podía hacer ninguna otra cosa más.Más tarde se oyó el sonido de una llave en la cerradura. Cuando se abrió la puerta, un hombre pesado que llevaba un detonador, entró.—Hágase para atrás hermano, y tenga las manos a la vista.Hanlon levantó las manos mientras el individuo dejaba paso a un camarero que portaba una bandeja y que la colocó sobre la cama. Cuando ya iban a salir Hanlon les habló:—¿Tenemos otros libros a bordo? No me importa estar encerrado y prometo no causar ninguna molestia, pero, por favor, dadme algo que hacer.No le respondieron, pero cuando volvieron a por los platos vacíos dejaron un par de revistas.Más tarde, al día siguiente, después del mediodía, la sirena anunció el próximo aterrizaje y Hanlon se volvió a ligar en el camastro de nuevo. Después de haberlo hecho notó las sensaciones propias del aterrizaje y cuando todo movimiento cesó uno de los oficiales del navío entró y abrió la puerta.—Lo siento, señor, pero teníamos nuestras órdenes —dijo excusándose con sinceridad.—No se preocupe, no ha sido ninguna molestia —dijo Hanlon animoso—. No me importa donde vaya mientras me paguen bien.—Veo que se ha puesto usted las ropas ligeras.Está bien..., estamos en una planeta muy cálido. ¿Son éstas sus maletas?Hanlon asintió y cada uno tomó una. El oficial abrió la marcha hacia la escotilla de aire y ambos descendieron hasta pisar un nuevo mundo.El aire era espeso y húmedo. Hanlon calculó que el termómetro marcaría unos cuarenta y cinco grados centígrados. Se veía actividad en el campo de aterrizaje. Maquinaria automática descargaba la nave, depositando el cargamento en camiones. Había varios hombres con el equipaje puesto de pie por allí.Uno era un hombre grande, de aspecto brutal; otro un joven esbelto de aproximadamente la misma edad de Hanlon, bien educado en apariencia, lo que se apreciaba por su conducta, pero con una cierta inquietud en sus ojos; los otros debían ser trabajadores comunes.—¿Alguno de ustedes ha estado aquí antes? —preguntó el oficial.Dos de los hombres asintieron y comenzaron a alejarse del campo. Hanlon vio que más allá del terreno se veía un denso bosque, casi una jungla, pero extraña y remota.Cuando se acercaron y finalmente entraron en dicho bosque, el joven agente del S.S. vio que era, además, distinto a cualquier jungla que hubiese visto antes o que hubiera oído hablar. Árboles altos, cuyas ramas se agitaban como si estuviesen vivas, sin golpear nunca unas con otras. La maleza era tan espesa que parecía infranqueable, y no obstante se retorcía al acercarse ellos como si tuvieran un recio contaminador, para después volverse a colocar en su sitio en cuanto los hombres hubieron pasado.Hanlon, caminando y fijándose en todo, pareció percibir débiles susurros de pensamiento, pero sin poderlos precisar. Se preguntó qué sería, ¿quizá alguna vida animal extraña muy baja en la escala viviente?El suelo era blando y fangoso. Uno de los más jóvenes advirtió a los demás.—No se salgan del camino, parte de este terreno es parecido a arenas movedizas.—Hay un camino hasta la mina —respondió a una pregunta de Hanlon—, pero da vueltas y revueltas durante cerca de ocho kilómetros, mientras que este atajo sólo tiene unos ochocientos metros. El suelo de esta zona no permite cargas pesadas.—¿Es muy grande este planeta? La gravedad parece que sea la misma que en Simónides y en la Tierra.—No es tan grande, pero parece compuesto principalmente por materiales pesados. La gravedad es unas 0,93. El tiempo permanece igual casi todo el año; muy pocas tempestades se ven, a pesar de que cada noche cae una lluvia cálida que dura media hora. La temperatura baja por la noche hasta unos treinta y cinco grados centígrados y sube durante el día por entre los cuarenta y cinco hasta casi cincuenta.—No me extraña entonces que me dijesen que me comprara ropa ligera.—Sí, hace mucho calor. Iríamos mejor desnudos, lo malo es que el calor solar es realmente terrible. Tú lleva cuidado de ponerte sombrero cuando salgas y guantes ligeros. Si tus ojos comienzan a escocerte, no titubee en llevar gafas oscuras.—Gracias por los consejos, camarada, se lo agradezco. Ya empiezo a notar la picazón del sol, pero quizá sea por esta jungla.Atravesaron la última parte de follaje y Hanlon vio un espacio grande y claro delante que debía de haber sido desbrozado por manos humanas. Tendría unos ochocientos metros de diámetro. Había allí una gran cantidad de edificios, en su mayor parte sin ventanas, por lo que imaginó que serían almacenes.—Ahí están los comedores — señaló su nuevo amigo. Siguieron hasta llegar a otro edificio del tipo «bungalow», dentro del cual Hanlon vio un gran vestíbulo al que se abría docenas de puertas a ambos lados. Los otros hombres desaparecieron en una u otra de las habitaciones y el joven se detuvo ante otra puerta.—Tome la primera habitación que tenga la llave puesta en la cerradura —dijo—. Todas son iguales.El agente del S.S. encontró una, el número 17, y entró. El cuarto era pequeño, pero confortablemente amueblado. La cama tenía un buen colchón y sábanas blancas de lino, además de una manta fina plegada a los pies. También había un sillón comodísimo, un armario para los vestidos y una cómoda con cuatro cajones. Luces fluorescentes estaban instaladas en el techo y había una lámpara de pie junto al sillón para facilitar la lectura. Una puerta daba acceso a otro cuarto en donde resultó haber un conjunto de aseo muy bien distribuido, junto con una ducha. Todo estaba inmaculadamente limpio y el aire era frío y dulce, como procedente de algún acondicionador.—No está mal, no está mal —dijo Hanlon semi en alta voz mientras deshacía las maletas. Luego se ducho—. Hombre, me parece que esta ducha va a tener trabajo en abundancia con todo este calor —dijo mirando con cierto agradecimiento el chorro de agua. Volviéndose a vestir, salió para localizar a Peter Philander, su nuevo jefe.Se detuvo en el comedor y allí encontró al cocinero, un hombre rollizo y rechoncho. Se presentó a sí mismo y charlaron durante unos cuantos minutos.«Creo que me va a gustar este individuo... Espero que todos los demás sean tan sociables», pensó Hanlon.—¿Dónde está el despacho del superintendente? —preguntó en voz alta y el cocinero se lo indicó.Entrando en el antedespacho, Hanlon encontró que tenía delante una habitación bastante grande con cierto número de escritorios y varias mesas de dibujo con planos a medio hacer sobre ellas. Tras uno de los mayores escritorios había un hombre fornido con una cicatriz que le recorría la mejilla izquierda llegándole hasta el cuello; que iba desde el puente de la nariz hasta debajo de la oreja.Algo en aquel hombre parecía mostrar desconfianza hacia Hanlon, quizá su aspecto, porque la terrible cicatriz le hacía parecer un pirata sanguinario.Hanlon discretamente no permitió que ninguna de estas cosas apareciese en su voz o sus ademanes cuando se levantó sonriendo y portando en la mano las cartas credenciales.—¿El señor Philander? Yo soy George Hanlon, un nuevo guardián.El otro asintió sin decir palabra y cogió los documentos, fulminando a Hanlon con una mirada sospechosa.Hanlon tanteó la mente de su oponente y pudo percibir una sensación de miedo, sospecha e intranquilidad. Todavía le fue posible captar un pedazo de pensamiento: «¿ otro que viene a quitarme el puesto... ?» y en un relámpago de inspiración comprendió lo que le ocurría. Aquel superintendente debía tener un terrible complejo de inferioridad, al que la cicatriz que le desfiguraba no servía en absoluto de alivio. Sin lugar a dudas era competente, puesto que de ser de otro modo no estaría allí, pero le parecía ver que cada hombre era un posible reto a su destitución.Conociendo que sus documentos no mencionaban que había sido cadete, Hanlon inició una aproximación con él superintendente.—Créame, señor Philander, que le envidio —dijo en cuanto el hombre levantó la vista—. Eso de conocer tanto acerca de metales y minería... Desearía tener una oportunidad para aprender algo tan valioso como eso. Pero yo creo que soy un cabezota; uno de esos atontolinados incapaces de estudiar.El superintendente le miró inquisitivo durante largó tiempo, como si tratase de averiguar si aquello era sincero o se trataba de un sarcasmo sutil. Seguramente creyó lo primero, porque se relajó un poco.—Sí, —gruñó con una voz de bajo profundo que parecía algo más placentera—. Lleva mucho tiempo estudiar minería y se necesita mucha inteligencia para aprender todo lo que yo sé. Pocos hombres son capaces de alcanzar la graduación oficial.Y Hanlon, que se había vuelto en un buen conocedor de caracteres, se dio cuenta de que acababa de justipreciar a aquel hombre y que mientras podría ser peligroso si se le traicionaba, manejado en propiedad era factible convertirlo en un instrumento útil.—¿Cuáles van a ser mis obligaciones, señor? ¿O ha usted delegado la jefatura de los hombres en cualquier otro individuo de menos importancia?—No, los dirijo yo mismo. Soy partidario de la máxima de «el ojo del amo engorda al caballo». Le llevaré fuera y se lo enseñaré todo. ¿Está usted bien instalado?—Oh, sí, señor. Tengo una habitación muy buena, la número 17 y ya he deshecho las maletas. Buscando su despacho entré en los comedores y el cocinero me habló de las horas de comida. Estoy seguro de que me desenvolveré bien por aquí... Todo lo que me permita este terrible calor. No bromeaban cuando me dijeron que el clima era infernal. Yo quiero tranquilizarlo, señor, de que trabajaré con todas mis fuerzas y me comportaré estrictamente de una manera comercial... y nada más.El superintendente se iba ablandando cada vez más. Ya sonreía un poco compasivo y la simpatía de Hanlon quedó captada por aquel gesto.—Entonces nos llevaremos bien —dijo Philander—. Recuerde que su trabajo es procurar únicamente que los nativos trabajen durante su turno y que en sus horas libres no tienen porque ir husmeando por ahí cosas que no les importan.—Oh, naturalmente, señor. Usted dígame hasta donde puedo llegar y no se preocupe, que no me desmandaré. Después de todo lo que yo quiero es ganar un buen puñado de créditos al mes y cuantas primas me sea posible. Mire, soy un individuo que quiere enriquecerse sin perder mucho tiempo, para no tener que trabajar durante toda mi vida. Los haré que se esfuercen a los nativos, seguro, pero eso sí, que no me hagan a mí doblar el espinazo.—¡Hummm! —Philander se levantó y salió de detrás del escritorio—. Vamos, y le enseñaré todo esto.XIII
Durante una hora el superintendente Philander acompañó a George Hanlon por todas las instalaciones, mostrándole los distintos edificios y la empalizada de los trabajadores. («Prisión» hubiese sido la palabra más adecuada, pensó Hanlon, enfurecido de que aún hubiesen hombres que esclavizaban a los demás para su propio beneficio personal).
El joven terrestre se llevó una verdadera sorpresa al ver a los nativos por primera vez. Eran tan enteramente diferentes de lo que él había visto, que el asombro fue mayúsculo. Se les veía altos y delgados y de una piel de un pardo verdoso, áspera e irregular. Sin embargo, parecían poseer considerable fuerza física.Hanlon tuvo el sentimiento peculiar de que había en ellos algo familiar, que ya sabía, incluso aunque le parecieran tan raros. Pero por más que se esforzó en descubrir el qué, no pudo sacar nada en limpio.Examinó con más detalle cada aspecto exterior de los nativos. Tenían ojos pequeños y triangulares, muy espaciados en sus rostros estrechos, casi como los de los pájaros, aunque no tan distantes. Podían ver hacia adelante y a ambos lados, con un campo de visión mucho mayor que el de los seres humanos. Tenían la boca de forma triangular, que parecían trabajar de un modo parecido a los esfínteres. Incluso aunque sus rostros eran de un aspecto algo simple, inocente, había en ellos una extraña belleza.Advirtió que cuando se encaraban dos o más de ellos hacían trabajar sus bocas y dedujo que conversaban, a pesar de que no pudo oír ni un solo sonido provinente de ellos, a no ser un murmullo peculiar y débil que producían al andar.Fue aquello lo que le dio la pista. «¡Árboles animados!» Eso es lo que le recordaban. La piel era como corteza nueva; sus miembros eran irregulares, sugiriendo remotamente las ramas de un árbol, mejor que la redondez graciosa de las extremidades humanas o de los animales terrestres.Se volvió excitado hacia Philander.—¡Eh, esos nativos son parte de vegetales! ¿Verdad? Parecen árboles que puedan moverse y pensar.—Eso es lo que dicen —dijo lacónico Philander—, no obstante, no creo que piensen. Nadie ha sido capaz de descubrir rastro de pensamiento. No hablan ni tampoco parecen oírnos, por más que gritemos fuerte. Tenemos que señalarles todo lo que queremos que hagan y darles órdenes por signos. Los látigos no sirven de nada cuando holgazanean... Creo que ni los sienten. Por eso utilizamos descargadores eléctricos, como aquél que lleva el guardia que los conduce.Hanlon se quedó silencioso durante unos instantes, pero su mente trataba de introducirse en la del nativo más próximo. De repente quedó sorprendido al descubrir que aquel individuo tenía un cerebro verdaderamente respetable, alerta y perspicaz.Hanlon pudo «leer» imágenes fáciles de varias cosas, pero no logró interpretarlas. No obstante sintió su sentido de vergüenza y degradación ante tal condición de esclavos y la torpe cólera que sentían hacia los humanos que les habían esclavizado.Aquello prometía ser un fértil campo de estudio y el joven agente del S.S. sintió un escalofrío de alegría al pensar que sin romper los reglamentos podía dedicarse a estudiar a los nativos que Philander pusiese a sus órdenes. «Este es mi campo con toda seguridad», pensó. «Me alegro de haber decidido aceptar la oportunidad de venir aquí... El Cuerpo debe enterarse de esta situación.»El superintendente interrumpió sus pensamientos.—Tengo que volver al despacho antes de comer. Siga hasta el almacén del comisario y que le cambien el cronómetro por otro que señale el tiempo Algoniano. El suyo será guardado hasta que se marche de aquí.Mientras se alejaba Hanlon pensó en las cosas que había aprendido y que constituían fragmentos valiosos de información.Primero, y lo más importante, el nombre del planeta: Algón. Segundo, pero esto un poco desalentador, que las palabras del superintendente reflejaban alguna duda sobre si le sería posible alguna vez regresar a Simónides. ¿Es que había algún peligro del cual no le habían advertido... o es que la promesa del jefe de cuatro meses de trabajo y luego vacaciones en Simónides no significaba nada en absoluto?Era algo más que sudor producido por el terrible calor lo que humedecía la piel de Hanlon mientras caminaba pensativo hacia el almacén. Se le mezclaba a la percepción del conocimiento de que al menos sabía donde estaba. Ahora, su mayor preocupación era informar al Cuerpo.A la hora de cenar, un poco más tarde, tuvo su primera oportunidad para conocer a los hombres con quien trabajaría. El superintendente se los presentó a todos cuando se sentaron en una larga mesa. Había otros once guardias, todos mayores, más fuertes que él. Eran muy semejantes en todo lo que parecía ser carácter pendenciero y podía imaginárselos bien dispuestos a utilizar los hostigadores eléctricos u otras formas de brutalidad para torturar a los algonianos a la menor provocación, o quizá sin provocación alguna. No había excepción entre aquellos guardias de rostros patibularios, la mayor parte sin afeitar, y con cejas espesas y rizadas. Aún en la estancia con aire acondicionado, la general suciedad de sus personas era fácilmente percibidle.Hanlon se dio cuenta por instinto de que no sería amigo de ninguno de ellos. «Sólo espero no tener enemigos. ¿Y por qué me han escogido a mí, tan diferente de todos ésos, para ser un guardián como ellos? ¿Qué pensaba el jefe al encomendarme esta tarea?»Había cuatro ingenieros de minas y aquellos hombres eran agudos, despiertos. Uno parecía tener cuarenta y cinco años, otro treinta y tantos y los dos más jóvenes daban la sensación de haber salido poco tiempo antes de la Facultad. Iban perfectamente afeitados y se mostraban sociables allá donde los guardias parecían hoscos y burlones ante la delgadez y juventud de Hanlon.Había un contable, el empleado del almacén, dos inspectores que clasificaban el mineral traído por cada turno. Otra media docena, en apariencia conductores de camión y de grúas de carga, completaban, con Philander, el cocinero y el encargado de la limpieza de los dormitorios, la plantilla humana de aquella mina.Hanlon estaba sentado entre uno de los guardias, un hombretón llamado Grotón, y uno de los jóvenes ingenieros. El último le dio la bienvenida y le preguntó cuál era su planeta de procedencia.—Acababa de ser trasladado a Simónides cuando tuve la oportunidad de venir aquí —explicó Hanlon—. Nací y me crié en la Tierra.—¡La Tierra! —la voz del joven mostraba interés y otros comensales de la mesa levantaron la cabeza al oír el nombre—. Siempre he deseado ver el Mundo Madre.Cuando acabaron todos de comer, varios de los otros que no habían visto nunca el planeta Tierra se acercaron a Hanlon, asediándole con preguntas.—Tengo entendido que la Tierra tiene los mejores técnicos del Universo —dijo uno de los mecánicos de las grúas.—Eso solía ocurrir —le respondió Hanlon con sinceridad—, pero ahora me parece que es Simónides quien los tiene, por lo mismo que es el planeta más rico. Naturalmente que la Tierra siendo el mundo original estaba indicado para proporcionar lo mejor de la raza en todas las líneas de la Ciencia. Pero cuando emigró tanta gente a otros planetas, gradualmente perdió muchos de sus cerebros más preclaros. Más tarde, esos otros planetas ofrecían salarios tan fabulosos a los hombres y a las mujeres con talento y enseñanza, que tanto faltaba a sus primeros habitantes, que la Tierra se quedó prácticamente seca.—Eso es lo malo de la colonización —suspiró el más viejo de los ingenieros—. Construye nuevos países a expensas de los viejos, tomando a sus hijos más fuertes, más aventureros y más emotivos. Pronto el lugar original o continente o planeta queda poblado solamente por los detritos.—No me gusta pensar que la Tierra tiene sólo detritos. Después de todo, han de saber que vengo de allí —Hanlon sonrió y todos le devolvieron la sonrisa amistosamente—. Pero sé que tienen en parte razón... al menos, que ése será probablemente el caso con el tiempo. Precisamente lo mismo les ocurrirá a los demás planetas cuando sus mejores cerebros y sus jóvenes más audaces tengan que salir a abrir nuevos mundos para la colonización.En medio de aquella primera noche en Algón, algo quizá de su subconsciente despertó a George Hanlon, con todas sus facultades mentales alerta.¡Click! ¡Click! ¡Click!... como las piezas de un rompecabezas que cayeran en su lugar, la mayor parte de los singulares acontecimientos y los cabos sueltos de información aparentemente inconexa comenzaron a encajar en aquel enigma.Se acordó con claridad de un incidente que cuando sucedió simplemente le produjo sorpresa. Aquellos últimos minutos antes de que la espacionave partiera. El jefe le había mirado largo rato y de forma inquisidora a los ojos y Hanlon, intrigado y confuso, sin saber que es lo que pretendía aquel hombre, se limitó a devolverle la mirada con cierta torpeza. Ahora se acordaba de la fulminante idea que se le ocurrió —rápidamente desechada, por ridícula y absurda— de que si alguna vez descubría adonde le llevaban, jamás debería decírselo a nadie, sino que tenía que olvidarlo al instante bajo pena de severas torturas.Sí, el jefe debió haber tratado de implantar en su mente alguna orden hipnótica... y se creyó que lo había conseguido, de otro modo Hanlon no hubiese llegado vivo a aquel planeta. Por eso no podía leer en la mente de nadie de cuantos conocía quién era el que dominaba el juego, ni siquiera de la mente de aquel oficial de la nave, que debería saber más cosas que los otros; en especial el nombre del planeta y su situación en la galaxia.Pero, había algo, sí. ¿Qué tal Philander? Ese hombre sabía. ¿Acaso la hipnosis no había dado resultado en él? ¿O es que el nombre «Algón» era sólo una palabra que el superintendente utilizaba para designar un planeta cuyo verdadero nombre desconocía? ¿Pero no podía ser también que fuera un hombre de tanta confianza a quien se le permitiera saber sin reservas datos como aquél?Una de aquellas tres posibilidades era la verdad, razonó Hanlon. Posiblemente la última.Había otro punto. El tono con que Philander pensó «hasta que se marche de aquí» presuponía una cierta duda. Con toda posibilidad el superintendente presumía que Hanlon estaba allí a prueba, aunque quizás ese período de ensayo era reglamentario para los nuevos reclutas del movimiento clandestino. «He de vigilar mis pasos a cada instante», pensó Hanlon en consecuencia, «y he de procurar que ni lleguen a sospechar los motivos de mi estancia aquí». Pero al cabo de otros minutos de intensa concentración, Hanlon llegó a la razonable conclusión de que podría acallar cualquier sospecha acatando las órdenes que se le dieran y demostrando la máxima eficiencia en el trabajo.«¿O acaso —y al pensar esto el ex-cadete sintió un fuerte escalofrío de terror que le hizo abrigarse más con la manta por instinto, como si buscara alguna incierta protección— ya lo sabían todo con respecto a él, y le habían enviado a aquel mundo para desembarazarse de su persona sin estorbos? ¿Es que iba a ser otra de las víctimas de lo que el jefe llamaba "pequeños accidentes"»?Sí, si ellos no habían creído la historia de su expulsión, podrían estar decididos a desembarazarse de él utilizando algún medio que no hiciera recaer sospechas o culpas sobre ellos. Sabiendo que Hanlon era miembro del Cuerpo era fácil considerar que su muerte originaría una serie de minuciosas investigaciones que podrían poner en peligro la estabilidad y el secreto del complot.Quizá... pero si el caso era así, ¿por qué le habían dejado llegar tan lejos? Su «accidente —fatal, claro, ¡qué lástima!— podía haberle ocurrido durante el viaje, sí no habría sido necesario aquel período de prueba. Con toda posibilidad lo que ocurría es que no estaban seguros de él y le concedían el beneficio de la duda. Lo cierto es que, de un modo curioso, el jefe parecía tenerle simpatía.Bueno, ahora estaba sobre aviso y tendría que vigilarse más que nunca... había aprendido mucho y todavía aprendería más. Sonrió contento y se dispuso a dormir.Al día siguiente hizo su primera guardia de vigilancia a los obreros nativos. El superintendente en persona le explicó prácticamente sus obligaciones.Poco antes de la hora de empezar los trabajos, Philander se presentó en la habitación de Hanlon en el momento en que el joven se vestía con las ropas especiales que le habían indicado tenía que llevar durante su trabajo en la mina.—¿Listo? —Philander parecía extrañamente cortés y cooperativo—. Vamos, pues, a recoger a su cuadrilla.Camino de la empalizada el superintendente entregó a Hanlon una llave con la que abrieron las puertas. Hanlon vio que el corral estaba dividido en doce secciones.—Cada guarda se encarga de los nativos de una sección y todos ellos trabajan durante todo el turno —explicó Philander.***—¿Qué ocurre si alguno se pone enfermo?—No enferman —la voz del hombre era áspera y el primer pensamiento de Hanlon fue que sus palabras no tenían significado oculto, aunque después pensó que quizá los nativos eran obligados a trabajar cualquiera que fuese su estado. Pero se avergonzó inmediatamente de tal pensamiento —no sabía nada en realidad acerca de los nativos y quizás eran seres que no enfermaban jamás. Era precipitado llegar a conclusiones como aquélla— porque eso podría retardar con prejuicios su facultad de llegar a deducciones correctas.Al llegar a la sección trasera, Philander abrió otra puerta con la misma llave y enfocó su linterna hacia el interior del cobertizo que cubría la mayor parte de la sección. Hanlon, muy cerca, pudo ver a una veintena de «verdosos nativos», como les solían llamar los humanos del campamento, de pie o acostados. No había muebles, ni sillas, ni taburetes, ni mesas, ni camas allí dentro.—Comen y duermen de pie... por eso los cobertizos no necesitan muebles —le explicó Philander.A la vista de los dos hombres y de la luz, la mayor parte de los nativos comenzó a moverse hacia la puerta. Unos cuantos del fondo no avanzaron lo bastante rápidos a gusto de Philander, que con un juramento echó a correr y los tocó con la varilla eléctrica a la que llamaban hostigador.Hanlon advirtió una expresión de agonía en los que fueron rozados por aquella especie de bastón largo y delgado y al verlos alejarse del arma comprendió que aquel tratamiento debía ser particularmente penoso si no, torturante para aquellos pobres seres.Con profunda compasión, Hanlon vio cómo los individuos afectados se apresuraban a acercarse patéticamente a la puerta.Philander sacó del bolsillo una cuerda fina pero resistente que tenía una serie de lazadas a lo largo de su extensión. Pasó cada lazada por la muñeca de los nativos y apretó la ligadura. Luego medio los condujo, medio los arrastró fuera de la empalizada, en dirección a la entrada de la mina, bajando por la rampa y desviándose por una galería hasta llegar al tajo en el que tenía que trabajar la cuadrilla de Hanlon.Una vez allí, y sueltos de la cuerda, los nativos parecieron saber lo que tenían que hacer y se pusieron manos a la obra.—De ordinario se emplean tres nativos con el pico, cuatro con las palas, otros cuatro como entibadores, tres para escoger el mineral y seis en las carretillas —le explicó Philander—. Algunas veces, si la vena es lo bastante ancha, se pueden obtener más peones para explotarla, pero por lo general el número de individuos que componen esta cuadrilla es el más conveniente. Uno se acostumbra con rapidez a calcular el trabajo con los nativos de que dispone. En caso de necesitar más, no tiene más que pedirlos y se los proporcionaremos. Si se da el caso de que la vena se estrecha de manera que usted no puede emplear a todos sus peones a la vez, los que poseen una vena más amplia utilizarán el excedente suyo de peonaje, aunque sólo temporalmente.—Entiendo —Hanlon estaba muy atento, se había decidido a aprenderse su trabajo por completo lo antes posible, con el fin de labrarse un buen historial en su hoja de servicios.Philander mostró a Hanlon la diferencia entre el mineral y las rocas que le rodeaban y le explicó con cuidado cómo debería prestar particular atención a las venas laterales que se ramificaban de la principal.—Asegúrese de que los «verdaderos» arranquen todo el mineral mientras utilizan los picos para abrir galería, antes de que al entibar el pozo se cubran las paredes con la madera y eso tape las posibles venas secundarias.—Lo comprendo perfectamente.—Obligue a los perezosos a trabajar con todas sus fuerzas —Philander parecía enfático—. No les deje holgazanear o se le subirán a las barbas. No permita que se escapen de su control o que estén más altos que usted, en especial si los ve que están escogiendo mineral de entre las rocas. Son gente muy traicionera. Utilice el hostigador al menor signo de rebelión u holgazanería. Hágase respetar. Los nativos saben que es preferible que no intenten escapar, porque el castigo del hostigador es terrible para ellos.—¿Qué efecto les produce?—No lo sabemos con exactitud, sólo conocemos que les duele y que serían capaces de cualquier cosa con tal de permanecer lejos de los hostigadores.—Quizás es porque les causa un dolor horrendo...—¡Mire, hermano de la caridad!—Philander perdió todo su aire condescendiente y se volvió hacia Hanlon con el rostro contraído—. ¡Nos importa un pito que les guste o no! ¡Conocen muy bien su trabajo y saben que no se les castigará si lo hacen a plena satisfacción! ¡Así que eso es cuestión de ellos mismos! Es preferible que no se cree nociones equivocadas acerca de los «verdosos» esos del infierno. ¡Sólo son bestias torpes buenas para el trabajo... así que hay que hacerlos trabajar!—Los haré, no se preocupe, señor, que los haré trabajar y muy duro —respondió Hanlon.XIV
Sí, Hanlon haría trabajar a los nativos, pero sin crueldades. Sus pensamientos temblaban, de asco hacia todos aquellos brutales bribones. Estaba dispuesto a apostar, ahora mismo, sin conocer nada acerca de la situación, que aquellos nativos podían ser controlados sin avasallarlos o hacerles daño... y quizás aún se pudiera sacar más rendimiento de ellos.
Por tener un adiestramiento militar, Hanlon sabía que era posible instalar la disciplina más estricta sin tener necesidad de emplear tales medios coercitivos y que cualquier hombre... o entidad, probablemente... podría y querría subordinarse a la disciplina por las buenas, con menos animosidad y menos dificultades y con mayor productividad que si se les obligaba por la fuerza o el temor irracionales.«¡Todo el mundo trabaja mejor con unas palmaditas en los hombros que con una patada en el trasero!», pensó indignado.Philander permaneció junto a él cosa de una hora y cuando vio que Hanlon había comprendido a la perfección lo que se esperaba de él y de su cuadrilla—cuando vio que el joven corregía varias veces a los que escogían mineral y que habían dejado demasiada roca entre la parte útil— se volvió para marcharse.—La sirena le indicará el final del turno —dijo—. Lleve a su cuadrilla, a su parte de empalizada y enciérrelos con llave. Asegúrese de que deja bien cerradas las dos puertas.—El cocinero me dijo que a mediodía nos servían un almuerzo —contestó Hanlon—. ¿Qué pasa con los nativos? ¿Se les da de comer también entonces?—No, esos no comen —fue la sorprendente respuesta—. Una vez al día hunden sus manos en el suelo durante casi una hora. Deben nutrirse de esa manera.—Quizás eso demuestre que son vegetales. Puede que sus dedos sean una especie de raíces u órganos de nutrición similares —observó Hanlon con sagacidad—. Desde luego son los seres más extraños que vi en mi vida.El superintendente se encogió de hombros y se marchó sin decir palabra.Hanlon miró a su alrededor, encontró una roca cerca de los que escogían mineral y se sentó en ella. Permaneció allí vigilando la labor de los nativos, especulando acerca de ellos y también sobre todo aquello tan nuevo para él. La mina le parecía muy rica y utilizando mano de obra de esclavos aquellos hombres debían estar amasando una enorme fortuna. No le extrañaba que pudieran permitirse el lujo de pagar a los guardas mil créditos al mes.Al cabo de un rato, uno de los nativos, viendo a Hanlon simplemente sentado allí en lugar de estar alerta, de guardia, cerca de ellos, dejó caer la pala y comenzó a alejarse de su puesto de trabajo. Hanlon se levantó con calma, pero caminó decidido al encuentro del «verdoso». Le sonrió y le hizo un gesto para que se reintegrase al trabajo.La cara del «verdoso» demostró sorpresa ante la actitud de Hanlon, pero no hizo gesto de obedecer. Sin embargo, mantuvo los ojos fijos en el temido hostigador que pendía de la mano del joven. El guarda pudo ver por el rabillo del ojo cómo los demás nativos habían dejado de trabajar y contemplaban con atención el pequeño drama que parecía avecinarse.Hanlon sonrió y volvió a hacer un gesto indicando al nativo que volviera a su puesto y al ver que no le obedecía extendió la mano, le tomó suavemente por el hombro y sin brusquedad alguna le empujó en dirección a su pala dándole un cariñoso golpecito en la espalda.Los rostros de los nativos demostraron una sorpresa rayana en la estupefacción. El que había dejado primero de trabajar recogió la pala, y se reintegró a su tarea y los demás siguieron el ejemplo. Hanlon volvió a su asiento, todavía con el rostro distendido por la .amistosa sonrisa. Advirtió con satisfacción que los «verdosos» parecían trabajar con mayor ahínco y rapidez que antes del incidente.—Yo tenía razón —dijo en voz baja, pero hablando para sí.El turno de seis horas acabó sin otra demostración de indisciplina. Es decir, seis horas algonianas que correspondían a ocho terrestres. Pues en Algón aunque el día había sido dividido por los humanos en veinticuatro horas, lo mismo que en la Tierra, cada una de esas horas duraba casi setenta y ocho minutos terrestres. Pero, en compensación, dividían el año en semanas de cinco días, lo que venía a ser lo mismo.Cuando sonó la sirena Hanlon sonrió alegre a su cuadrilla y mientras los reagrupaba hizo gestos con las manos de aplaudir, preguntándose si ellos comprenderían lo que les quería decir.Una vez encerrados sus nativos en la empalizada, alcanzó a los controladores preguntándoles:—¿Qué tal lo hago ? ¿ Me he acercado a la cantidad que se suponía tenían que extraer los de mi cuadrilla?Uno de los controladores sumó las cifras, luego le miró sorprendido.—¡Eh, chaval, lo has hecho muy bien! Casi cincuenta kilos por encima del nivel ordinario y además limpio. Eso es algo estupendo no sólo para un nuevo guarda, sino para cualquier veterano. ¿No has tenido dificultades?—¿Dificultades? —preguntó Hanlon con ingenuidad—. ¿Es que debía haberlas tenido? —entonces no pudo evitar sonreírse—. Gracias por el informe —y se dirigió a su cuarto, tomó una ducha para librarse del pegajoso calor de la mina, luego se tumbó en la cama para dar una cabezada antes de la cena.Aquellos primeros días disgustaron tanto a George Hanlon al ver las continuas e inútiles brutalidades que los guardas tenían para con los indígenas esclavos, que a duras penas pudo ocultar sus sentimientos. Siguió tratando a sus «verdosos» con el respeto que le merecían y no pudo por menos que advertir como le miraban cada vez más amistosamente. Siempre que fijaba sus ojos en uno de ellos el indígena parecía elaborar una mueca semejante a una sonrisa y al cabo de pocas jornadas descubrió satisfecho que su cuadrilla estaba realizando más trabajo que cualquier otra. Tanteándoles con la mente se convenció de que los nativos estaban lo bastante altos en la escala de la evolución como para comprender el significado de la gratitud y pudo decir, asimismo, que le devolvían sus amabilidades con una franca cooperación.Había comenzado a comprender con mayor racionalidad las imágenes que veía en sus mentes y a obtener algunos retazos de comprensión acerca de sus conceptos tan particulares y extraños como correspondía a seres no humanos. Además, se iba incrementando su criterio de que los «verdosos» hablaban unos con otros y dedujo con sagacidad que no podía oír sus voces porque estaban por encima... ¿o por debajo?... del tono que el oído humano era capaz de captar. Tras alguna meditación decidió que el tono estaba por encima, que las vibraciones de la frecuencia eran muy altas.Eso le dio la idea de realizar un experimento y se puso a silbar lo más agudo que le fue posible levantando el tono gradualmente hasta su máxima capacidad. Vio con interés y excitación que las dos últimas notas parecían despertar la atención de los «verdosos». Su boquita triangular de aspecto inocente formó un círculo de asombro y sus orejitas comenzaron a agitarse inquietas. Giraron sobre sí mismos como si quisieran localizar la procedencia del sonido, con las respectivas bocas moviéndose con rapidez mientras que sus mentes reflejaban estados de sorpresa, admiración y curiosidad.Aquello le convenció y así sus siguientes horas de ocio las pasó reuniendo subrepticiamente varios artículos y pedazos de material con los que construyó en su cuarto una máquina de pequeño tamaño. Durante sus estudios en la escuela del Cuerpo había recibido clases sobre construcción de aparatos y maquinaria electrónica, haciendo prácticas con los dispositivos utilizados en el servicio.Lo que trataba de construir ahora era un «transformador de frecuencias». Si lo lograba, y estaba convencido de lograrlo, y si tenía razón en cuanto a su creencia en la habilidad parlante de los algonianos, le sería posible oír sus conversaciones y quizás algún día podría llegar incluso a aprender su lenguaje lo bastante bien como para conversar con ellos.Tras muchas tentativas y una dosis considerable de paciencia acabó el artefacto, lo escondió en sus ropas y logró introducirlo en la mina, ocultándolo en su tajo. Una vez tuvo a su cuadrilla trabajando como de ordinario, sacó de su escondite la cajita. Dio al conmutador que daba paso a la corriente eléctrica de la diminuta batería de su interior y comenzó a hablar al mismo tiempo que giraba el reóstato aumentando cada vez más la frecuencia sonora. Finalmente advirtió que aquellas orejitas movibles comenzaban a agitarse y a medida que subía el tono de emisión sonora más y más nativos dejaron de trabajar y se volvieron hacia él. Por último, se dio cuenta de la excitación que se había apoderado de ellos y de cómo dejaban caer sus herramientas y se le acercaban, con los ojillos casi despidiendo chispas de emoción.Se sintió encantado al ver que su aparato había tenido éxito. Dio vuelta a otro mando y fue aumentando la potencia poco a poco, entonces y de manera gradual del altavoz salió una mezcolanza de sonidos parecidos al «murmullo de la multitud», pero en tono muy bajo. ¿Siguió ajustando el potenciómetro hasta que las voces audibles alcanzaron el mismo nivel que la suya propia.La excitación de los nativos había crecido hasta alcanzar enormes proporciones y equipararse a la suya propia. Sus boquitas trabajaban a gran velocidad y una expresión casi de risa iluminó sus caritas cuando identificaron la voz que oían como procedente de su amigo el guarda.Hanlon distendió su rostro con una sonrisa. Se dio cuenta de que acababa de aprender algo que los ambiciosos y poderosos intrigantes de Simónides desconocían y presintió que aquello podía ser el principio de su campaña de liberación de aquellos pobres esclavos nativos.Hizo un gesto a uno de los más próximos para que se pusiera a su lado y luego indicó a los demás que reanudaran su trabajo. Le miraron un instante interrogadores, pero les sonrió para tranquilizarlos y todos volvieron a su tarea, dejando tan sólo al nativo junto a él.Hanlon se volvió a mirar muy serio al «verdoso». Tenía que iniciar una conversación y empleó para ello el método más sencillo y rudimentario. Con un dedo se señaló a sí mismo mientras hablaba por el micrófono de su transformador.—Hanlon —dijo despacio y vocalizando exageradamente. Luego lo repitió cierto número de veces acompañándose con el gesto de señalarse cada una de ellas.Una sonrisa de comprensión cruzó por el rostro verdusco del nativo, que se señaló a sí mismo de idéntica manera y pronunció una palabra que el altavoz hizo sonar como «Geck».Hanlon extendió la mano y tocó al nativo diciendo:—Geck.El «verdoso», a su vez, rozó con la punta de sus dedos a Hanlon y murmuró:—An-yon.De aquel modo entablaron las primeras bases para un mutuo conocimiento.Desde entonces aquel indígena fue relevado de todo trabajo mientras la cuadrilla de Hanlon estaba de servicio y tanto el terrestre como el algoniano dedicaron todos sus esfuerzos a aprender mutuamente sus diversos idiomas.Hanlon quedó complacido, aunque no se sorprendió demasiado, al notar que el resto de la cuadrilla —ahora casi por entero sin su supervisión— trabajaba con más ahínco que nunca y que su tarea diaria aumentaba progresivamente día a día, produciendo un mineral limpio por completo.El primer pensamiento de Hanlon había sido correr a Philander y decirle lo que había descubierto referente a la habilidad para hablar de los nativos y cómo era posible que los humanos pudiesen conversar con ellos.Pero reflexiones más tranquilas realizadas durante el turno laboral le hicieron más precavido. Decidió al fin que debía guardar aquel descubrimiento para sí el mayor tiempo posible. Esperaba conservarlo en secreto hasta que supiera como hablar con aquel pueblo y aprendiera más cosas sobre ellos, sobre su situación y sobre los medios de mejorar su destino.Sabía que los otros hombres consideraban a los nativos como simples bestias y que probablemente le quitarían su transformador en lugar de utilizarlo para adquirir más conocimientos acerca de los «verdosos» como él tenía intención de hacer.Al cabo de un mes él y Geck hablaban como si fueran hermanos. Cada uno había aprendido lo bastante el lenguaje del otro como para utilizar una mezcla de los dos intercambiar los pensamientos y conceptos deseados.La habilidad de Hanlon para leer los pensamientos superficiales de los nativos le fue de gran ayuda, en especial cuando comenzó a entender las peculiares formas de raciocinio de aquellos seres no humanos. Incluso así se sorprendió al ver lo rápidamente que Geck aprendía su propio lenguaje.Hanlon se encontró con que ese pueblo, aun cuando no poseían conocimientos científicos o mecánicos o entrenamiento adecuado, tenían unos principios éticos muy altos que gobernaban tanto las acciones individuales como colectivas. Eran una, gente sencilla, natural, con una dignidad innata que Hanlon casi envidió.Descubrió, también, que su intuición primera estaba acertada; los cuerpos eran de materia vegetal, en vez de protoplasma. Se reproducían por yemas y vio a cierto número de «hembras» con, floraciones ramificadas de distintos tamaños. Un día vigiló intensamente mientras uno de los «hijuelos», parecido a un injerto, ya un individuo completo pero sólo de unos 15 centímetros de alto, se separaba de su madre y caía al suelo. Yació allí por espacio de varios minutos mientras su progenitora lo miraba con atención. Luego se levantó solo y se alejó trotando mientras ella reanudaba su trabajo —era una miniatura de nativo que, según le informó Geck más tarde, tardaría un par de años en alcanzar la madurez—. A las preguntas de Hanlon, su amigo le respondió que el pequeño podía y sabía cuidar de sí mismo sólo en la jungla, por tanto Hanlon procuró dejarlo que escapara hacia los bosques, en donde sería libre.Geck le habló también de los años anteriores a la llegada del gran «huevo» que aterrizó en Guddu, como llamaban los indígenas a su propio planeta. De su interior salieron los hombres y se esparcieron por doquier, en busca de los yacimientos mineros que ahora estaban en explotación.Los nativos, sociables y presas de una curiosidad infantil, se agruparon para contemplar a aquellas criaturas tan extrañas y por causa de su naturaleza confiada fueron atrapados con facilidad, encarcelados y obligados a trabajar duramente horas y horas, ensanchando y profundizando los agujeros marcados por los hombres.—Morimos rápidamente si nos falta la luz del sol —dijo Geck con tristeza—. Nuestra vida suele ser muy larga, pero debajo de tierra el trabajo nos la acorta muchísimo. Hemos discutido muchas veces acerca de suprimir la reproducción, porque de todos modos pronto se extinguirá nuestra raza.Aquella afirmación tranquila y desesperada despertó el mal humor de Hanlon y su odio hacia aquellos miembros de la Humanidad capaces de tamaño crimen.—¿Qué efecto os producen los hostigadores? —preguntó al cabo de un rato.—En cierto modo afectan a nuestro sistema nervioso. Nos producen terribles calambres. La agonía es horrorosa. Te estamos muy agradecidos por no utilizar nunca el tuyo contra nosotros.—Sé que trabajaréis sin ellos, siempre y cuando se os trate debidamente.Pero para su interior Hanlon se juró acabar con toda aquella crueldad de un modo u otro. Conocía sus propias limitaciones —era un joven inexperto enfrentado a veinte rufianes codiciosos y sin compasión alguna... y solo allí, en la mina. No podía calcular cuántos enemigos más había en Algón, además de los que estaban en Simónides y quien sabe en qué otros planetas participantes en el complot, pero imaginaba que deberían ser muchos.Su corazón clamaba por una acción rápida; su cerebro le aconsejaba precaución y planear las cosas con detenimiento.XV
Cierto día, Hanlon estaba en la mina, sentado en el sitio de costumbre, cuando uno de los hombres que manejaban las carretillas subió corriendo y habló rápidamente a Geck, quien se volvió a Hanlon con la alarma reflejada en el rostro.
—Viene el gran patrón.Hanlon se puso de pie de un salto.—¡Todo el mundo al trabajo; que actúen como si estuviesen realmente atareados! —gritó—. ¡Tú también!Escondió en un agujero preparado para el caso su transformador de frecuencia, cogió el azuzador eléctrico y se acercó más a los nativos. Estaba allí de pie, con el aspecto de ocuparse de que los cargamentos no sufrieran solución de continuidad, cuando Philander se acercó trepando por la colina hasta la bolsa en donde su cuadrilla extraía el mineral blancuzco y lustroso de uranio.—¿Qué tal van las cosas? —preguntó el superintendente a modo de saludo con un tono de incierta amistosidad.—Estupendamente bien —respondió Hanlon—. Todo lo tengo bajo control.—He estado mirando los informes y veo que su cuadrilla saca más mineral que cualquiera de las demás —la voz del superintendente tenía una pizca de ansiedad y Hanlon comenzó a tantear su mente para ver si podía descubrir a qué se debía.—Es que yo los hago trabajar —se encogió de hombros.—¿Ningún jaleo?—No, ningún jaleo, mírelos —hizo un gesto con la mano señalando a la atareada cuadrilla.El hombretón los miró atentamente y pudo ver que cada uno de los nativos trabajaba en lo que debía ser su más alta velocidad y sin que ninguno aflojara ni un segundo. Incluso los de la carretilla marchaban casi al trote en vez de esa andadura perezosa que utilizaban los demás nativos en un esfuerzo de no hacer más de lo que les obligaban a hacer.—¿Cómo lo ha conseguido? —preguntó Philander sacudiendo la cabeza—. Los otros guardias tienen que estar azuzando a uno tras otro de esos perros perezosos, no obstante usted no tiene amenazado a ninguno... y los tiene trabajando como desesperados. Jamás vi a una cuadrilla comportarse con tanta disciplina.Hanlon quería desesperadamente decírselo, pero decidió que no era la ocasión. Simplemente se limitó a encogerse de hombros como si la pregunta no tuviera importancia.—No hago nada, señor. Estoy por aquí vigilándoles y ellos trabajan —sonrió al rostro del superintendente—. Quizá sean mis encantos personales... los que les impulsen a trabajar —rió. Luego se puso serio.... Quizás el motivo sea el que los cambio de turno. Cualquier tarea se convierte en monótona con el tiempo, así que cada hora les hago cambiar de trabajo de escoger mineral al portearlo en carretillas y a estar con el pico... etc., etc.Un ceño de enojo apareció en el rostro de Philander, pero rápidamente desapareció. Después de todo, aquel hombre estaba sacando más mineral que los demás y eso era lo que importaba, como lo hiciese, o que medios empleaba, después de todo, eran cosas secundarias mientras consiguiera mantener el alto nivel alcanzado.Pero Hanlon estaba leyendo los pensamientos superficiales, sabía que el oficial sentíase receloso y preocupado. Hanlon conocía que tenía que desarmar al superintendente de alguna manera, que sacarle de aquel mal humor. Decidió que con su aire de indolencia podría intentar conseguir su propósito.—Señor Philander —su voz sonaba ingenua—, yo no quiero meterme en nada que no sea de mi incumbencia, ¿pero le importaría decirme qué es todo este material que estamos sacando de aquí? No será nada peligroso, ¿verdad? Quiero decir, que no será nada de eso... de ese mineral radiactivo que hace estériles a los individuos, ¿verdad? Quizás algún día quiera casarme, por tanto no me gusta correr riesgos...El ingeniero de minas lo miró inexpresivo durante un momento, luego echó la cabeza para atrás y comenzó a reírse a carcajadas. Hanlon se dio cuenta rápidamente que empezaba aclararse de toda sospecha... al menos durante cierto tiempo.Philander dejó caer su mano amistosamente en el hombro del joven.—No, no es nada de eso, no se preocupe. Y con la primas que usted conseguirá, si puede mantener este estado de rendimiento, podrá usted casarse con la mejor de las mujeres cuando le llegue la hora de volver a Simónides.—Bueno, esto está bien —Hanlon hizo que su voz y su rostro demostraran el alivio que sentía—. Me tenía preocupado, incluso aunque todavía no tengo novia.El superintendente parecía de buen humor ahora. Hanlon captó el pensamiento de que lo conceptuaba como un buen guarda, brillante y capaz. El plan de rotación de los trabajadores era bueno, ordenaría a los demás guardias que lo utilizaran. Este Hanlon probablemente no sería una amenaza a sus planes allí, después de todo. En realidad, quizá más tarde podrían utilizarlo para una tarea de mayor importancia. Él (Philander) le recomendaría a Su Alteza cuando preparase su próximo informe.Después de unas cuantas palabras más o menos indiferentes se fue el superintendente y Hanlon volvió a sentarse en su sitio favorito, pensando con seriedad en todo aquel asunto.De nuevo acababa de tropezar con el pensamiento de alguien referido a un tal «Su Alteza», pero no había ninguna indicación de quien era aquel hombre, que posición ocupaba. Era ahora aparente que ese individuo era El que tenía que descubrir, cuyos planes necesitaba enterarse antes de que el Cuerpo pudiese realizar alguna acción.Con certeza esperó que ése fuese el hombre cumbre. Iba a ser bastante difícil conseguir entrar en contacto con él... así que ni que pensar tiene que las dificultades aumentarían si había otro todavía más alto.Una tarde, algún tiempo después, a la hora d» cenar, Hanlon se dio cuenta de que el guardia Gorton le miraba ceñudo. Levantó la vista sorprendido y se obligó a prestar atención a las palabras del hombretón.—¿Te estoy preguntando qué es lo que intentas, mamarracho? —sus ojillos de cerdo le miraban flamígeros y la voz áspera y amarga—. ¿Tratas de ponernos en evidencia a los demás guardias? ¿Cuál es tu gran idea sacando más mineral del que nosotros podemos conseguir? Hanlon le devolvió la mirada contuso y su voz cuando respondió, parecía dominada por la sorpresa.—Oh..., oh..., yo no trato de hacer nada..., excepto mi tarea —admitió con más decisión.—Nosotros sacamos por lo regular tres toneladas en cada turno —el feo rostro se acercó al suyo y Hanlon se hizo atrás al percibir el tufo a alcohol del aliento de su oponente—. ¿Por qué estás haciendo que tu cuadrilla saque de tres toneladas y media a cuatro?—Se me ordenó que mantuviese a mis hombres trabajando y eso es lo que he hecho... ¡nada más que eso! —le respondió Hanlon—. ¡Y haz el favor de quitar tu feo rostro de las proximidades del mío!El disgusto que sintió ante la brutalidad de aquellos guardias se transformó en asco hacia ellos y en el propósito de no consentirles ninguna libertad. Incluso pensando que Gorton le sobrepasaba en peso unos treinta kilos y probablemente medía una docena de centímetros más que él, Hanlon no le tenía miedo.En aquellos momentos se sentía de humor para la lucha que iba a originar el guardia porque a las palabras de Hanlon la mano ajamonada y enorme de Gorton abofeteó el rostro de Hanlon. Hanlon no pudo esquivar por entero, aunque para hacerlo se acercó a su oponente lo más que pudo. Su cabeza osciló al recibir el terrible golpe. Cogió la taza de café caliente y la arrojó al rostro de Gorton.Gritando de pena y cólera, el guardia se puso en pie de un salto, derribando el banco y haciendo casi caer a Hanlon con él. Pero el joven era ágil y se mantuvo en pie. Mientras Gorton se abalanzaba con sus largos y pesados brazos oscilando, Hanlon retrocedió saltando lo bastante lejos para conseguir una posición firme en un espacio del suelo libre de obstáculos.Todos los cadetes del Cuerpo estaban entrenados tanto en las reglas de boxeo del Marqués de Queensburg, judo y en el arte de pelear sin regla alguna. Sabía todas las preguntas... y todas las respuesta.Por tanto Hanlon retrocedió rápidamente. Mientras Gorton estaba fuera de posición, en una postura que no le permitía utilizar su poderoso directo. Entonces, el ex-cadete, dirigió su puño hundiéndolo hasta la muñeca en la blanda panza del hombretón. Cuando Gorton se dobló con un explosivo gemido de dolor, Hanlon giró sobre sus talones, su gancho cogió al grandullón en la mandíbula y le hizo retroceder tambaleándose.Pero Gorton podía encajarlo todo bien y volvió a cargar, mascullando juramentos. Por la ligereza de su peso Hanlon se plantó en otro lugar de la sala y conectó un par de fuertes golpes. La izquierda de Gorton rozó la mejilla del ex-cadete que se vio lanzado a varios metros de distancia por el simple golpe recibido de refilón. La mejilla derecha de Hanlon mostró una despellejadura y el ojo de aquel lado se le entrecerró. Pero siguió peleando con método, con malicia. Entraba y salía, azotando la cara de Gorton hasta convertirla en una masa informe de porciones tumefactas.Los demás guardias gritaban encantados al ver el combate y mostraban su odio hacia el bravucón recién llegado que estaba poniéndoles en evidencia al obtener más rendimiento de su cuadrilla. Era evidente que estaban todos de parte de Gorton y que esperaban ver a Hanlon recibiendo una paliza mortal.—¡Córtale las orejas, Gort!—¡Métele a golpes un poco de sentido común!—¡Demuéstrale quién es el que manda aquí!Uno de ellos no se contentó con gritar. Mientras Hanlon se hacía a un lado para esquivar otro ataque de Gorton, un individuo extendió la pierna e hizo una zancadilla al joven, que cayó hacia atrás. Al instante Gorton se lanzó sobre él y con una de sus patazas le lanzó un golpe que podría haber fracturado todas las costillas de Hanlon. Pero el agente del S.S. esperaba esta clase de ataque. Su pie salió disparado y alcanzó a Gorton por alto y para lejos que salió volando hasta caer en el suelo como un árbol derribado por el hacha del leñador. Hanlon se puso en pie y avanzó para colocarse frente a su enemigo. Pero la cabeza de Gorton sangraba en abundancia, sus ojos estaban cerrados y su rostro distorsionado. Estaba fuera de combate.Al instante Hanlon cayó de rodillas junto al caído, con suavidad levantó la cabeza y pidió agua fría y una toalla. Cuando el cocinero vino corriendo con lo ordenado por Hanlon, trabajó rápidamente por revivir al guardián como lo hubiera hecho por uno de sus mejores amigos.Los otros guardias estaban tan sorprendidos por aquel acto de piedad que se sentaron como autómatas. Un par de ingenieros se levantaron y fueron en ayuda de Hanlon. Uno de los comprobadores, por su parte corrió al despacho de Philander en busca del botiquín de primeros auxilios.Estaban todos trabajando desesperadamente para contener la hemorragia cuando el superintendente Philander entró apresurado en compañía del botiquín que llevaba su empleado. Haciéndose cargo de la situación de una mirada, exigió que le explicaran lo sucedido.—¡Ese individuo le provocó! ¡Trató de matar a Gorton! —gritó uno de los guardias, pero los ingenieros le obligaron a callar, junto con los comprobadores y el cocinero mucho antes de que los poco escrupulosos compañeros de la guardia tuvieran bastante sentido como para corroborar la mendaz acusación.El ingeniero jefe explicó completamente y de un modo conciso lo que en realidad había pasado.—No obstante después de todo eso, el chaval fue el primero en ayudarle, aunque Gorton comenzó la pelea sin motivo alguno.Entonces el aludido comenzó a gruñir y empezó a recobrar el conocimiento. Le ayudaron a ponerse en pie. Se quedó unos momentos parpadeando, como si intentara descubrir que es lo que le había ocurrido, luego le sobrevinieron los recuerdos.—¡Oh, esa ardilla del diablo me ha dado un golpe, con una silla! —gritó y se esforzó por atacar a Hanlon de nuevo, impidiéndoselo los hombres que le sujetaban los brazos.Philander se plantó delante del airado guardia.—¡Cállate! —vociferó, y el tono de orden surtió su efecto. Gorton miró estúpidamente a su jefe, como si no pudiese creer lo que oía—. ¡No volváis a molestar a Hanlon! —el superintendente dio énfasis a sus palabras apuntando con el dedo el pecho de Gorton—. Si vuelven a decirme que ha ocurrido una cosa así, la próxima vez que venga el navío, os volvéis a Simónides. —Volvió para enfrentarse con los restantes—. ¡Eso va para todos vosotros! ¿Habéis oído? ¡Si Hanlon hace mejor trabajo que vosotros, es porque vale mas! ¡Tratad de imitarle... y no dejéis que la envidia os haga cometer estupideces como ésta!—¿Verdad que es tu favorito, Pete? —preguntó uno burlón.—No, no es mi favorito —la voz, del superintendente aumentó de tono, aunque su rostro se volvió rojo por la acusación—. Y no quiero que este campamento se vea destrozado por inútiles peleas. Eso rebajaría, la producción y «el Gran Jefe» quiere que saquemos mineral a toda prisa. Si Hanlon puede hacer trabajar a su pandilla mejor que vosotros, lo que tenéis que hacer es enteraros de cómo lo consigue, y no de evitar que continúe dándoos lecciones, ¿les gustaría tener que volver a Simo y explicar a «Su Alteza» el porqué no sacáis tanto mineral como otros pueden obtener?Eso enfrió los ánimos. Hanlon, contemplando sus rostros y leyendo sus mentes, les vio estremecerse ante la idea de tener que encararse con aquel temido individuo quienquiera que fuere. Tenían más miedo a él que al diablo, eso era evidente.Los hombres reanudaron su comida sin decir palabra. Aquella amenaza les había acobardado más que cualquier castigo físico o moral pudiera haberlo hecho. Philander se puso a coser y a vendar la herida de la cabeza de Gorton, logrando al poco tiempo contener la hemorragia.Hanlon volvió a ocupar su asiento después de lavarse y arreglar un poco sus ropas con la ayuda del cocinero. Mientras comía lanzó su mente por la de cada uno de sus vecinos para ver si podía descubrir cualquier retazo de información acerca de aquel enigmático y desconocido «Alteza».Pero nada logró, nada definido, sólo lo que ya sabía. Los pensamientos superficiales de cada hombre mostraban claramente el miedo a la maldad implacable y al cerebro maligno del jefe, pero ninguno de ellos tenía una imagen de su apariencia física.Sabían que no les aceptaría ninguna excusa por fracaso. Conocían que los más terribles castigos serían aplicados contra cualquiera que tuviese la mala suerte de incurrir en el disfavor del monstruo.Pero Hanlon se estremeció él mismo cuando se dio cuenta de con cuanta claridad aquellos criminales endurecidos temían al hombre misterioso. Por un momento retrocedió ante la idea de lo que le ocurriría si lo pillaran tratando de localizar al jefe y de averiguar sus planes.Hanlon conoció un momento largo de profundo desánimo. Era mucho lo que tenía que saber antes de poder informar al Cuerpo para que se aclarase todo aquel caos, se mencionaba muchas veces un «plan principal» por lo que deducía que aquella minería ilegal y la esclavitud eran sólo una pequeña parte de lo que estaba... debía estar maquinándose.No, tendría que seguir investigando, continuar en el trabajo. Al pensarlo con más detenimiento, se dio cuenta de que había ido muy lejos y eso le dio cierta confianza para continuar desempeñando tal misión.Pero todavía no había averiguado nada definitivo.Aun incluso en sueños aquel problema permaneció dentro de su mente, pero por la mañana tuvo una gran idea.Tan pronto como hubo conducido a su cuadrilla a la mina y la vio trabajando, sacó el transformador de frecuencia y llamó a Geck.—¿Puedes tú enterarte de lo que ocurro en otras partes de Guddu?La respuesta del nativo le asombró.—Sí, An-yon, todos nosotros podemos hablar mentalmente con cualquier guddu esté donde esté. ¿Qué deseas saber?XVI
El conocimiento de que aquellos guddus de Algón eran telepáticos impresionó profundamente a George Hanlon. Era una cosa que nunca se podía haber imaginado. Parecían una raza simple, casi infantil y por tanto aquella habilidad no era cosa presumible en ellos.
—¿Si podéis hablar con vuestras mentes? —preguntó a Geck maravillado— ¿Por qué os molestáis en hablar de palabra de uno a otro?—Porque hablar mentalmente nos cansa, nos agota —fue la simple explicación—. Necesita buena parte de nuestras fuerzas. Al cabo de mucho tiempo nos deja débiles.—Eso me hace dudar el pedirte que hagas algo, entonces —dijo el joven del S.S.—. Esperaba que pudieses descubrir para mí cuantas minas trabajan en el planeta y si todas ellas utilizan guddus como esclavos.—Oh, sí, An-yon, eso lo sé ya —la carita peculiar de Geck, que había llegado a ser cosa familiar para Hanlon a través de su larga asociación, se distendió en una sonrisa ensombrecida rápidamente por la pena de pensar en la suerte de su pueblo—. Hay nueve minas. Los amos humanos hacen a los guddu trabajar en todas.—Nueve, ¿eh? —exclamó Hanlon y pensó con rapidez durante un momento—. ¿Todas ellas producen los mismos minerales que ésta?—Eso tendremos que averiguarlo para ti, An-yon. No tendrás que esperar mucho tiempo.El nativo se quedó silencioso y tenso como demostración de lo concentrado que estaba. Hanlon tanteó su mente preguntándose si podría seguirla. Y al principio con interrupciones, pero luego con más habilidad comprendió la estructura, descubriendo que podía viajar a lo largo del rayo telepático.Los pensamientos eran demasiado rápidos para que pudiera coger algo más que un concepto ocasional, pero se sintió encantado al comprobar que estaba telepatizando incluso a través de otro ser.Pudo darse cuenta de que mente tras mente se unían a la conferencia. Hubo mucha hostilidad y temor cuando Geck trató al principio de explicar que el humano era amigo suyo y que había aprendido a hablar con él. Luego los nativos del otro extremo de aquella «línea» se mostraron tremendamente escépticos, temerosos y con mucho recelo ante lo que ellos sabían de la conducta humana.Pero Geck era elocuente y persuasivo. Antes de mucho sus temores comenzaron a disminuir y más tarde parecieron aceptar sus seguridades de que An-yon, era, en realidad, amigo y decidido a ayudarles a escapar de la esclavitud.«El humano An-yon no es más que uno entre la mayoría inmensa de humanos que son amables, justos y éticos», se sorprendió de oír transmitir a Geck por telepatía y al poco logró comprender sin dificultad. «Son unos pocos esos que están aquí, quienes desconocen la Ley. Son malos y han venido para conseguir cosas necesarias a sus propios fines egoístas y los hombres buenos, la mayoría, los detendrán en cuanto puedan. An-yon vino aquí precisamente para eso, para descubrir lo que hacen los hombres malos y luego detenerlos.» Aquella conversación fue otra grata impresión para Hanlon, porque jamás le había dicho a Geck nada de aquello.Los nativos distantes finalmente aceptaron las aseveraciones de Geck y le dieron la información específica que les pedía.Había otras dos minas que producían el mismo mineral de uranio que la de Hanlon. Existían otras tres minas de hierro y el joven no se sorprendió demasiado al enterarse de que junto a cada una de esas minas se habían edificado fundiciones. Se enteró de que los humanos eran utilizados en su mayor parte para el trabajo de la fábrica y que los nativos se empleaban para el trabajo exterior, porque les era imposible soportar el calor.«Nos quemamos rápidamente», fue el pensamiento triste y horrorizado que captó.Había otras tres minas, pero los nativos no conocían ni los nombres ingleses de los metales que se extraían de allí. Incluso tras el considerable interrogatorio hecho de Hanlon a Geck, de Geck a los guddus, de los guddus a Geck y de Geck a Hanlon; le fue imposible conseguir al joven del S.S. la información necesaria.—Si te cansas demasiado, Geck, por favor, descansa, pero si aún puedes pregúntales si hay más edificios además de las fundiciones junto a las minas de hierro —pidió Hanlon.Pronto otras mentes de todo el planeta intervinieron y la historia comenzó a revelarse. Había varias fábricas que fabricaban mucha maquinaria. Pero ninguno de los nativos tenía la menor idea de su utilidad práctica.«Piensan que las van a meter dentro de unos huevos enormes de metal hechos por los humanos» —pensó alguien y Hanlon clavó instantáneamente esa idea en la mente.—¿Qué clase de huevos de metal?—Cosas que parecen cilindros redondos enormemente altos.—¿Quiere decir naves espaciales?Otro se incorporó a la conversación.—Sí, como las naves en que los humanos vinieron, pero mucho más grandes.Hanlon estaba que echaba humo. Oh, si al menos pudiera ver... pero tengo que esperar, quizá pudiera conseguir la información necesaria.—Pregunta si alguien está mirando alguno de esos globos ahora —ordenó a Geck a través del transformador.—¡Sí, An-yon, varios guddus están en los límites de una gran replaza y los están viendo. Un hermano mío, Nock, está allí.—Pregúntale, por favor, que describa lo que vea. Quizá me pueda proporcionar una breve idea de lo que se trata.—Nos alegraremos de intentarlo, pero no conociendo tu idioma y no pudiendo comprobar tus medidas en las nuestras, me parece que los resultados no van a ser los que esperas —dijo Nock a través de Geck.Esto, también sorprendió a Hanlon. Los nativos poseían un verdadero cerebro, capaz de percibir las dificultades que se presentasen y de darse cuenta de las limitaciones de la conversación telepática con un ser de otra raza.«Por favor, que fotografíen en vuestra mente lo que veáis y utilizad objetos comunes en el planeta para comparar los tamaños», apremió Hanlon a través de la mente de Geck. «Creo que así podremos conseguir algo.»Casi al instante la imagen de un avión gigantesco formóse en la mente pero con distintas variaciones que hicieron que Hanlon comprendiera que se trataba de una nave del espacio. No tardó Hanlon en ver un árbol reflejado junto a la nave y debajo del árbol a uno de los nativos de pie.Hanlon calculó con rapidez. Los adultos nativos tenían casi todos un metro ochenta de alto. De lo que se podía deducir que aquel árbol tenía nueve veces la altura del guddu y la nave era casi del mismo tamaño del árbol y casi tres veces de ancha.¡Uf! ¡Vaya nave! Pero Geck estaba equivocado. Incluso las mayores espacionaves del Cuerpo ni se acercaban a tal tamaño. Ni los cohetes de carga ordinarios. Aquellas medidas debían estar equivocadas.—¿Estás viendo lo que yo veo en la mente de Nock? —preguntó a Geck a través del transformador.—Sí, An-yon, y lo que calculas está bien. Es así de grande.Hanlon sacudió la cabeza lentamente. Si aquello era una nave de combate, significaba un gran peligro. Durante varios instantes meditó muy serio, luego telepático a Nock: «¡Construyen más de un navío de esos?»«Oh, sí, hay muchos, muchísimos.» La imagen de una fila, completa de navíos apareció en el cerebro de Nock y Hanlon contó con rapidez.¡Dieciocho!¿Con qué propósito se construía tal flota? Los hombres no desafiarían al Cuerpo Interestelar y a la Federación de Planetas de aquel modo simplemente por motivos comerciales, de eso estaba seguro. ¡Se preparaba con toda certeza un complot... y vaya complot! Notó la mano de Geck en su brazo y oyó su voz —Hay dos sitios más en donde los humanos construyen otras naves, An-yon. Mientras tú pensabas yo he hablado con otros hermanos. En uno de esos lugares hay catorce huevos grandes. En otro hay muchos, muchísimos pequeños de una altura de cinco a diez guddus.¡Sorpresa tras sorpresa! Alguien construía una tremenda flota. Era necesario que comunicara la noticia al Cuartel General del Cuerpo... Si aquellos navíos llegaban a terminarse, serían capaces de dominar a todo el Sistema. Porque el Cuerpo sólo poseía una flota únicamente nominal. Jamás la había necesitado mayor.Según los datos que poseía el Cuerpo poseía veintiuna naves de combate de primera línea, mucho más pequeñas que aquéllas. La Flota poseía cincuenta cruceros pesados, un centenar de cruceros ligeros y mil exploradores tripulados por una dotación que iba desde un hombre hasta doce.—Por favor, entérese de cuántos de esos navíos han partido ya del campo de construcción.—Solamente los pequeños —informó Geck después de unos segundos—. Desaparecieron en el firmamento y luego volvieron tras pasado algún tiempo para volver a partir.Viajes de pruebas o de entrenamiento para las tripulaciones, dedujo Hanlon.Bueno, ahora tenía datos concretos, por lo menos. Lo bastante para que una vez hubiese avisado al Cuartel General produjera un ataque a aquel lugar con fuerza suficiente para detener las maquinaciones... si es que... si es que podía avisarles a tiempo.«Veamos ahora», calculó con rapidez, «Yo he estado aquí casi cuatro semanas. Eso significa que me quedan seis o siete semanas antes de que me permitan volver a Simónides. Hummm. Desearía saber para entonces si esos grandes navíos estarán a punto de ser terminados.»Hubo un momento de meditación. «No me atrevo a correr el riesgo de salir de este campamento», razono con lógica. «Tengo que hacer cuanto pueda para asegurarme mi viaje de vuelta en cuanto hayan pasado mis dieciocho semanas. Si me dejo capturar o cometo algún error, eso lo estropearía todo. Me vería en una situación insostenible, apurada.»Incluso si podía llegar hasta la zona donde estaban las naves, en el momento que lo localizaran tratando de entrar dentro de alguno de los vehículos espaciales, los guardias le matarían, puesto que las órdenes que debían tener aquellos individuos sería disparar primero y preguntar después.Tampoco había allí aves nativas o animales de Algón que pudiera usar, porque se había enterado de que los hombres los mataron a todos cuando llegaron.«No, tendré que seguir probando y alcanzando cuantos datos pueda sin exponerme yo mismo. Dentro de un mes y medio sabré muchas más cosas y con lo que ya se, el Cuerpo podrá dar los pasos necesarios, pero de prisa».De pronto una nueva idea le cruzó la menta. ¿Dónde estaba? En su excitación, mientras hacía planes, se olvidó de aquel punto.La tarde misma en que estableció comunicación telepática, después de cenar, salió al exterior, paseando de manera ostensible sin rumbó fijó, pero en realidad estudiando las estrellas cuando se convenció de que nadie le vigilaba.No pudo divisar ninguna de las constelaciones más familiares como la Osa Mayor, la Cruz del Sur, etc. Sabía que estaba bastante lejos de la galaxia con respecto a la Tierra, en otro confín de la misma galaxia, de manera que su punto de vista referente a las constelaciones, debería ser distinto y lateral. Pero logró identificar unos pocos de los mayores soles y una nebulosa distante.Había allí varias estrellas de tipo gigante de las que conocía. Aquella era Andrómeda, esa otra Orión sin lugar a dudas... ninguna constelación contenía tantas estrellas de dimensión de 4,0 ó 5,2, además del gigante Rigel, Betelgeuse y Belletrix.Bueno, dejaría todo aquello en su mente con bastante precisión para cuando volviesen los planetarios del Cuerpo y localizasen el sistema según sus instrucciones. La distancia... había que calcularla. Se esforzó por recordar el tiempo que tardó el navio de carga en llegar allí y calculó que, con su mayor velocidad, Algón estaba en alguna parte entre diez y quince años luz. Cuando volviese cronometraría el tiempo con más cuidado y trataría de calcular lo más aproximadamente posible la velocidad de la nave.El joven George Hanlon estaba madurando rápidamente bajo la tensión de la tremenda tarea que le había sido asignada. Aprendía que debía pensar en terminar con anticipación. Se dio cuenta de que no podía arriesgarse a cometer graves errores al menos mientras su trabajo estuviera incompleto, porque su vida en aquellos instantes era inapreciable.Sabía ahora que era absolutamente imperativo volver a Simónides lo antes posible y que el medio más seguro de conseguirlo era convencer a Philander para que no abrigase recelos y concediese a Hanlon las vacaciones reglamentarias al fin del tiempo mínimo de estancia.Por tanto, Hanlon dedicó muchas horas de seria meditación a este problema. Finalmente descubrió varios cursos de acción. Al siguiente día tan pronto como terminó su turno, Hanlon llamó a la puerta del despacho del jefe. Cuando le permitieron entrar lo hizo con el sombrero en la mano.—¿Tiene usted media hora libre para hablar, señor Philander? —preguntó—. Hay cosas que me gustaría discutir con usted y que quizá sirviesen para aumentar la producción todavía más.El hombre le miró sorprendido y sus ojos trataban de perforar la mente de Hanlon.—¿Pretende decir usted que puede enseñarme el modo de dirigir todo esto? —respondió.—Oh, no, señor. Yo no trataba de inmiscuirme en la supervisión. Se trata de la forma de manejar a los nativos y conseguir que trabajen más. Usted ha dicho que yo he logrado mejor rendimiento que mis compañeros y creo que con unas cuantas ideas, una especie de presentimiento, para conseguir que los nativos produzcan en mayor cantidad.—Bueno, entre, entre entonces. ¿De qué se trata?—He estado pensando muchísimo acerca de estos salvajes, señor. Debe usted acordarse que cuando los vi creí que eran vegetales y del modo que se alimentan me parece que necesitan que el suelo donde extraen los elementos nutritivos precisan materias químicas, es decir que están bien fertilizados para mantenerlos sanos y fuertes. Siendo ese el caso, el polvo que constituye el suelo de sus empalizadas, no tardarán mucho en quedar agotados de esas sales minerales vitales para ellos. Los nativos comenzarán a sufrir de desnutrición, según creo. Mi cuadrilla ha comenzado a disminuir de rendimiento en los últimos días, a pesar de que parecen trabajar con tanta intensidad como antes.—Oh... oh... sí —los ojos del superintendente se abrieron sorprendidos al oír las palabras de Hanlon—. Esto parece que tiene sentido común. ¡Y que ninguno de nosotros lo haya pensado con lo sencillo que es! Pero entonces, es que nosotros los considerábamos como bestias torpes y nada más...—Pues yo me he estado preguntando si sería una buena idea el cambiarlos de sitio de trabajo cada mes o dejar que los nativos «pastasen» cada día en la jungla abierta... y ahora la vida al sol quizá nos sirviese de ayuda, también, siendo vegetales. Se les pueden atar juntos y estar vigilados, claro, para que no se escaparan.Philander se arrellanó en su sillón y se enfrascó en una profunda meditación y Hanlon interiormente, estaba satisfecho con la esperanza de que se obtuviera algún resultado de su plan. De ser así le sería de gran ayuda para ganarse por completo el favor de Philander. También, serviría de mejora para los guddus, del que Geck a veces se ponía histérico cuando hablaba de la terrible hambre que todos sentían de un modo casi continuo.De repente Philander se incorporó.—Creo que tenemos unos cuantos sacos de nitratos comerciales en el almacén. Hagamos un experimento con ellos y veamos qué resultado se obtiene.Se levantó decidido, dejó el escritorio y en compañía de Hanlon partieron hacia uno de los almacenes. Allí Philander no tardó en encontrar los sacos de productos químicos y con Hanlon sacó alguno llevándolo hacia el corral más próximo.—¿Querría darlo primero a mi cuadrilla, señor? —preguntó el joven ansioso—. Parece que me tienen cierta simpatía y yo he aprendido poco más o menos a deducir por sus reacciones y sus movimientos faciales si están contentos o no. De ese modo me será más fácil averiguar si lo que hemos hecho les gusta o les disgusta.—No está mal pensado, tiene usted razón —y se dirigieron a la empalizada que albergaba a la cuadrilla de Hanlon.Dentro, mientras el joven escogía aparentemente uno al azar, eligió a Geck y le llamó con un gesto. Cuando el nativo se acercó, fingiendo miedo y desgana —Hanlon apenas pudo ocultar una sonrisa al ver la brillante representación de Geck— el joven abrió el saco y vertió un poco de nitrato.Una vez hecho esto metió sus dedos en el producto y luego se levantó haciendo gestos a Geck para que hiciera lo mismo. Entretanto Hanlon recomendaba por telepatía, indicándole lo que esperaba conseguir.De mala gana Geck se detuvo y después de unas cuantas falsas tentativas metió uno de los dedos en la pequeña pila de nitrato y activó las células intuitivas. Durante un buen rato permaneció así, dudoso, luego su conducta indicó con claridad su alegría y su sorpresa. Comenzó a, maniobrar con su boquita triangular y los demás nativos se acercaron.Por telepatía informó a Hanlon que aquello era maravilloso, exactamente el alimento que tanto necesitaban.—Parece que todo va bien —dijo Hanlon a Philander—. Voy a extender un poco más de nitrato para todos —y sin esperar permiso vació el saco formando una larga y estrecha fila de fertilizante que cruzaba toda la amplitud del cercado. Al instante el resto de los nativos metieron los dedos alimentadores dentro del fertilizante. No tardaron sus rostros ingenuos en expresar su completa satisfacción y la mente de Hanlon se vio sofocada por pensamientos de placer y gratitud a causa de su amabilidad.XVII
El superintendente Philander contempló cómo los nativos se alimentaban y no pudo por menos que reparar cuanto parecían apreciar el nuevo alimento.
—Parece que usted ha dado en el clavo, George —dijo al cabo de algún tiempo—. Si esto sigue dando resultados les alimentaremos con nitratos y haré que en el próximo carguero me remitan una buena cantidad de sacos.Salieron de la empalizada cerrando con cuidado ambas puertas y caminaron hasta la oficina.—Veo que tiene usted un ajedrez —dijo—Hanlon, una vez en el interior—. ¿Le gusta jugar? A mí me encanta.—¿De veras? —los ojos de Philander se iluminaron—. Hace muchísimo tiempo que se fue de aquí mi último compañero de juego.—Entonces, espero que me permita venir de cuando en cuando para echar una partidita. Me siento muy solo aquí. Con los demás guardas más vale no hablar y carezco de conocimientos técnicos y científicos bastantes como para participar en las conversaciones de los ingenieros y demás técnicos.—Claro, claro, venga cuando quiera. Me alegraré de su visita porque debo confesarle que adoro el ajedrez. También yo me siento solo, y he de estar en este planeta por espacio de un año cada vez. Es usted libre de venir las noches que se le antoje.De vuelta en su habitación Hanlon se sintió muy satisfecho por los últimos acontecimientos. Había logrado hacer algo en bien de los nativos, algo que lea ayudaría a hacer más soportable su situación hasta que llegase la hora en que pudieran ser libertados de su esclavitud... y también había hecho un nuevo amigo que podría serle muy útil.Se sentía impaciente porque llegase el próximo día de trabajo, para hablar con Geck mediante el transformador de frecuencias. Porque todavía no era lo bastante adepto a la telepatía para estar tan seguro de obtener la información que necesitaba sobre el uso de nitratos en la dieta de los guddu.Pero cuando a la mañana siguiente fue a recoger a su cuadrilla de su sección de empalizada para conducirla a la mina, le bastó un simple vistazo para darse cuenta de lo más animados que aparecían sus nativos comparados con los de las demás cuadrillas. Nada más llegar al tajo desenterró la máquina de su escondite y se puso a hablar animadamente con Geck.—¿Os fue bien el alimento? —preguntó con ansia— ¿es algo que os puede ser útil?—Oh, sí, An-yon —Geck casi tartamudeó de alegría y emitió un chorro de palabras que Hanlon a duras penas pudo traducir—. ¡Es maravillosa! ¿Puedes arreglar que se nos sirvan a todos raciones de esas?—Sí, de ahora en adelante tendréis alimento de esa clase en abundancia, aunque quizá no de sobra hasta que no tome tierra la nave de carga que traiga más de otros planetas. No sé cuánto debe haber en existencia, pero al jefe le ha gustado mi idea y procurará que se disponga de alimentos de esos para todos los nativos. Probablemente avisará, también, a las demás minas y factorías.—Nosotros casi comimos demasiado anoche —Geck emitió lo que Hanlon dedujo era una risita avergonzada—. Es tan bueno para nosotros que nos hace sentirnos como... —se quedó dudando.—Borrachos, ¿verdad? —Hanlon soltó una carcajada—. Ya me doy cuenta del efecto que te ha producido a ti. Tendrás que advertir a tus compañeros para que no se extralimiten.Permanecieron charlando unos minutos y Geck comunicó a Hanlon que los Guddu le estaban muy agradecidos por las atenciones que había tenido para con ellos.—Dime una cosa, tengo curiosidad —interrumpió Hanlon las expresiones de agradecimiento de Geck—. ¿Tenéis alguna idea de la situación en el espacio de vuestro planeta? Quiero decir, ¿conocéis a los soles más cercanos a vosotros, sus distancias y magnitudes? La expresión y los pensamientos de Geck estaban en blanco y al ex-cadete le costó la mayor parte de la jornada de trabajo hacerse entender. Cuando finalmente lo logró, la respuesta del «verdoso» fue totalmente negativa.—No, An-yon, no sabemos nada de otros soles u otros planetas. Antes de la llegada de los humanos nos creíamos la única raza inteligente del Universo. Lo que vosotros llamáis soles nosotros creíamos que eran fuegos pequeños encendidos en el cielo nocturno. Muchas veces nos preguntábamos quién los habría encendido. Nos intrigaba el que se quemara algo donde no había nada. Nos asombraba el que de día sólo hubiera un fuego único. Teníamos curiosidad porqué moría la gran hoguera y venía la noche.El desencanto de Hanlon al oír aquello quedó en parte paliado cuando uno de los controladores entró corriendo en su cuarto durante el descanso anterior a la cena para decirle que su cuadrilla había extraído casi media tonelada más que el máximo alcanzado anteriormente.***Recientemente se había incorporado a la mina un nuevo cocinero. Poseía un «fox-terrier» y Hanlon adquirió la costumbre de jugar con el perro, para conservar su facultad de manejar las mentes animales y aprender más de la técnica necesaria. Tenía la precaución siempre de decir en voz alta la orden para cualquier maniobra que deseaba hiciera el can, pero cuando hablaba estaba ya controlando el cerebro, los nervios y los músculos del animalito.Una tarde, estaba trabajando así con el perro cuando Gorton, con la cabeza todavía vendada, entró en el comedor. Al ver a Hanlon con el terrier, su boca adquirió una expresión de desprecio.—De manera que el chico guapo es también domador de animales, ¿eh?—Sí, señor —dijo el cocinero desde el umbral de la puerta de la cocina—. ¡Y bien bueno que lo es! Ha logrado que «Bruto» haga cosas que no he visto hacer a otros perros.—Enseñar cosas a los animales es cosa de crios —se burló otra vez Gorton—¿Es que tú eres capaz de hacerlo? —preguntó sarcástico el cocinero.—No vale la pena molestarse.Hanlon levantó la cabeza con expresión inocente.—Amigo cocinero, no se le puede pedir al señor Gorton que enseñe al perrito cosas que ni él mismo sabe hacer.—¡Oh, te... te voy a...! —Gorton avanzó con el rostro encendido, mientras los demás guardas se tronchaban de risa ante la cómica expresión de su compañero.Pero el grandullón no llegó a alcanzar a Hanlon. Uno de los nuevos guardias, un gigante sueco llamado Jenssen, le detuvo.—¡Eh, deja estar al chico, Gorton! ¡Tiene razón! La idea suya de proporcionar fertilizante a los «verdosos» les ha hecho trabajar más y por esa causa todos nosotros cobraremos primas más crecidas.Pero Gorton no era de los que saben cuándo deben retirarse. Ni estaba lo suficientemente alto en la escala ética como para apreciar que aquel hombre a quien quería atacar había sido el primero en acudir en su ayuda cuando se lastimó.Hanlon, por el contrario, se había dado cuenta de que el grandullón trataba de provocarle a otra pelea. Se daba cuenta de que los temperamentos, con aquel calor pegajoso, se tornaban explosivos y de ordinario solía sufrir en silencio las mezquindades e insultos de Gorton. Nunca hubiera querido descender a nivel del guarda... aunque en ocasiones, cuando el calor era demasiado incluso para él, como aquella noche, no pudo contenerse ni evitar responder al grandullón como se merecía.Se había dado cuenta desde hacía bastante tiempo que Gorton era uno de esos hombres que, no teniendo nada de valor que ofrecer al mundo, dedican sus máximos esfuerzos a hacer trizas y a humillar a cualquiera que valiese un poco. Y su pequeñez de alma e intelecto se manifestaban por las continuas bromas de mal gusto que hacía y que le parecían fruto de su «exquisita agudeza mental».Muestras de tales bromas «inteligentes» era escribir con tiza en la puerta del cuarto de Hanlon la siguiente inscripción: «El favorito del super»; volcar el vaso de agua del ex-cadete aparentando torpeza al alcanzar algo de la mesa del comedor, o dejar caer «accidentalmente» desperdicios de su propia comida en el plato del joven, etc., etc.Claro es que Hanlon pudo haberse cambiado de sitio en la mesa, pero no quiso proporcionar al grandullón una satisfacción de tal género y permaneció impasible a su lado.Pero una de las sucias jugarretas de Gorton tuvo unos resultados tan imprevistos que resultaron en prejuicio del malintencionado guarda que la realizó. Fue la noche en que él, sabiendo que Hanlon había sido el último en encerrar su cuadrilla en la empalizada, se deslizó sin ser visto del comedor y abrió todas las puertas. Se imaginó, claro, que todo el mundo pensaría que la culpa era de Hanlon por su descuido y que esa negligencia del joven había dado lugar a que se escaparan todos los «verdosos».Pero para sorpresa general —excepto de Hanlon—ni uno solo de los nativos aprovechó la oportunidad para evadirse; a la mañana siguiente todos ellos estaban tranquilamente en el interior de sus respectivos cobertizos.Philander acudió presuroso al enterarse.— ¿Quién lo hizo? —demandó airado.—¡El niño bonito, claro! —respondió Gorton desdeñoso.Philander se encaró a Hanlon sorprendido.—¿Fue usted, George? ¿Se olvidó de cerrar las puertas?—No, señor. Pasé la llave a todas antes de irme a cenar.—¡Miente! ¡Fue el último en retirarse con su cuadrilla!—Eso es verdad, lo fui. Pero estoy seguro de haber cerrado con llave todas las puertas, como siempre hago.Uno de los ingenieros intervino.—Yo vi cómo cerraba, Pete. También vi a otro de los guardianes salir del comedor unos cuantos minutos antes de que nos sentáramos para la cena. Cuando regresó me di cuenta de que sonreía con misterio, como si se sintiera satisfecho de algo.—¿Quién fue ese guarda?—Lo siento pero no puedo dar nombres,—Yo lo diré —hablo el gigantón de Jenssen—. Fue Gorton. Le tiene manía a George. ¡Es un estúpido de pies a cabeza!Philander se revolvió furioso.—Ya te dije, cretino del infierno, que dejases en paz a Hanlon... ¡Y te va a costar caro no haberme hecho caso! ¡Métete esto en la cabeza: si vuelves a cometer una sola tontería de esas te encerraré en una celda y te devolveré a Simónides en el primer carguero para que Su Alteza se las entienda contigo! De todas maneras, en el próximo viaje te marcharás de aquí. Ya me tienes harto.El resto de los hombres permaneció en un silencio hostil y era evidente por su actitud que creían que aquella vez Gorton había ido demasiado lejos. Aunque el hecho de que ninguno de los nativos hubiera escapado, los tenía confundidos.Pero Hanlon sospechó, y nada más llegar con su cuadrilla al tajo se lo preguntó a Geck, cuál era la razón de tan extraña actitud.Su amigo el nativo le informó con todo detalle a través del transformador de frecuencias.—Fue uno de los Guddu del cobertizo cercano a la puerta principal quien se dio cuenta primero que estaba abierta. Por telepatía nos indicó a los demás que aprovecháramos el momento para huir al bosque. Nuestra cuadrilla convenció a todos de que deberíamos quedarnos. Los otros Guddu saben lo bueno que eres. Como nos has proporcionado buen alimento. Les hemos contado que trabajas para conseguir nuestra libertad dentro de poco tiempo. Les hicimos ver que escapándonos sólo lograríamos estar libres escasas horas, porque vendrían los humanos con los hostigadores, nos capturarían, nos torturarían, nos harían trabajar más, serían más crueles con nosotros. Les dijimos que fugándonos te pondríamos en una situación apurada que no te permitiría liberar a todo nuestro pueblo a la vez.Hanlon inclinó la cabeza en un silencioso gesto de agradecimiento por aquella atención tan delicada y efectiva a la vez.—Mi única esperanza es poder justificar vuestra fe en mí, Geck —dijo con humildad—. Será un milagro si salgo adelante con mis propósitos, pero utilizaré todas mis fuerzas para conseguirlo. Has de saber que me llevará algún tiempo. Posiblemente no podré hacer nada hasta que me marche de aquí. Pero si es humanamente factible, traeré a este planeta toda una flota de naves espaciales para liberarlos.—Sabemos que será difícil, que quizá nunca llegue nuestra libertad —dijo el Guddu—. Pero también sabernos que tú eres nuestra única esperanza Por eso te ayudaremos en todo lo que podamos. Los Guddus de las minas procurarán sacar tanto mineral como tú dices. Pero los Guddu que ayudan a los humanos a construir grandes huevos que tú llamas «naves», harán algo más. Cada día encontrarán un medio u otro para romper algo, para equivocarse en su tarea. Dos Guddu pueden estropear mucho metal cuando se dejen caer dentro de los crisoles de la fundición.—¡Oh, no! —exclamó angustiado Hanlon—. Eso sería un acto de valor maravilloso, pero nadie debe recurrir a ese extremo. ¡Nadie! ¡Diles que no sacrifiquen sus vidas! Por todo lo que he podido averiguar me parece que no es necesario. Volveré dentro de unas pocas semanas y para entonces, los humanos todavía no tendrán acabados los navíos grandes. Esos son los que hay que temer, porque las naves pequeñas no cuentan.A Hanlon le sabía mal no estar enterado de qué otras cosas más hacían los humanos, a parte de las naves de los campos de aterrizaje.La campaña de Hanlon para «ponerse a bien» con Philander empezaba a dar jugosos frutos, porque los dos se hacían amigos con mucha rapidez. Se pasaban la mayor parte de las noches enzarzados en disputadas partidas de ajedrez. Era notorio que los nervios y la preocupación que sentía el superintendente se relajaban en compañía de aquel joven guarda que no representaba peligro alguno ni amenaza para su puesto. Además se veía bien a las claras que apreciaba a Hanlon por sí mismo. Día a día su actitud para con él era más paternal.Hanlon, por su parte, llegó a evaluar con justeza la calidad cierta e innata de Philander como hombre, como caballero, como ingeniero. Era muy inteligente, era muy culto y conocía al dedillo muchas otras materias que nada tenían que ver con su especialidad técnica.«Todo lo que necesitaba es un tratamiento psiquiátrico que le libre del terrible complejo de inferioridad», pensó Hanlon una noche mientras volvía paseando a sus habitaciones «Entonces será el gran hombre que es capaz de ser y olvidará toda esta estúpida conspiración en que se ha metido.»Y así Hanlon se dio cuenta una noche de que no corría riesgo alguno cuando estando los dos en el porchecito de la oficina, una vez acabadas las partidas, con Hanlon a punto de marcharse, el joven miró hacia el cielo estrellado.—Estoy seguro de que desde aquí se ve de modo distinto a desde la Tierra —dijo en tono conversador—. Es natural, ya que estamos muy alejados de mi planeta natal. Pero nunca me canso de mirar hacia el firmamento y a veces incluso trato de reconocer a alguno de los soles más brillantes —señaló a una de las estrellas más refulgentes que estaba precisamente encima de sus cabezas—. Por ejemplo, sé que ese es Sirio. Se le ve encima de nosotros.Philander se echó a reír de buena gana.—No, Sirio está casi exactamente en el lugar opuesto. No se olvide que nos hallamos a cien años luz del Sol.Hanlon fingió estar apabullado.—¡Y yo que estaba seguro de conocer por lo menos una estrella! —bostezó de manera ostensible—. Bueno, creo que metí la patita. De todos modos a los astros les es indiferente que se les reconozca o no...Philander volvió a reír y palmeó la espalda del joven amistosamente.—No me extraña. Buenas noches, George.—Buenas noches, señor Philander —y mientras Hanlon caminaba en dirección a sus habitaciones se sentía alegre. Acababa de reunir otro dato importante para su localización en el espacio: su distancia aproximada al Sol.XVIII
Unas cuantas noches más tarde uno de los jóvenes ingenieros, entró corriendo en la oficina donde Hanlon y Philander estaban jugando al ajedrez.
—Hay jaleo en el Tajo cuatro —exclamó.Philander se puso en pie de un salto, derribando las fichas del tablero, Cogió su linterna y se dirigió hacia la salida.—¿Quiere que vaya con usted, señor? —preguntó Hanlon.—Quizá sea mejor —le respondió, y Hanlon salió detrás de los dos hombres.Abajo en la mina encontraron, después de un examen, que la cosa no era tan mala como parecía al principio. Algunos troncos estaban podridos —quizá la madera no era buena— y al ceder había ocasionado un desprendimiento de rocas. Pero una vez se pusieron a trabajo, descubrieron que no era muy grave. Hanlon fue enviado en busca de algunos hombres y al cabo de pocas horas todo estaba en orden de nuevo.De regreso al despacho Hanlon recogió las piezas del ajedrez, mientras Philander y el ingeniero hablaban durante algún tiempo.—¿Quiere usted que acabemos la partida... o mejor, ya que el tablero estaba en desorden, comencemos una nueva? —preguntó Hanlon una vez se fue el ingeniero.—Será mejor que lo dejemos por esta noche. Tengo que redactar unos nuevos documentos. Mañana continuaremos.—Por mí está bien. Me voy a mi cuarto.—Gracias por su ayuda esta noche, George. Se ofreció usted de una forma tan voluntaria cuando los otros no hacían más que protestar y soltar reniegos. Me he dado cuenta de su actitud y se lo agradezco. Es usted un buen muchacho. Quisiera tener un hijo como usted.Hanlon se ruborizó un poco y no pudo aguantar la mirada amistosa de su amigo.—Fue un placer para mí ayudarle —dijo con sencillez—. Buenas noches —y salió. «Maldita sea», pensó, «me sabe mal utilizar a Pete así, porque en realidad es bueno en el fondo. Pero mi misión encomendada es mucho más importante.»Unas cuantas noches después habían acabado la segunda partida, también ganada por el superintendente. Todavía de buen humor, porque eran jugadores de parecida pericia y era raro que uno de los dos ganase la misma noche.Philander se arrellanó en su silla y sonrió al joven.—Bueno, George, el carguero estará aquí dentro de tres días y yo le doy permiso para que se tome sus vacaciones.—Oh, gracias, jefe, es usted muy amable. Voy a echarle mucho de menos, pero admito que me alegro de alejarme de este clima terrible durante una temporada. En este planeta uno se ahoga, aún no me he acostumbrado por completo.—¿Entonces no querrá usted volver? —había un cierto desencanto en la pregunta.—Oh, no, no quería decir eso. Claro que quiero volver si es que me admiten. Quizá el trabajo no es exactamente lo que yo había pensado —tuvo que suavizar su afirmación un poco y trató de que su explicación sonase a sincera—, pero ¡esos mil créditos al mes son tentadores!—Eso me recuerda... de que debo recomendarle para que le den una buena prima. Trabaja usted más que ninguno de los otros guardias que hemos tenido en la mina. Además, por otra parte, sus ideas de cambiar el trabajo a su cuadrilla y especialmente lo del fertilizador, han aumentado el nivel de vida y la capacidad del trabajo de los nativos casi un treinta por ciento. Le aseguro, y en Simónides serán muy roñosos si no se lo conceden, que por mi recomendación le darán dos meses de paga como mínimo.—¡Estupendo! —gritó Hanlon, haciendo que su rostro mostrase excitación y avaricia para evitar que la gente sospechara de él—. ¡Eso hará que haya ganado seis mil créditos en cuatro meses, voy a ser rico!—Me hace usted gracia con sus ansias de dinero —rió Philander aunque había un cierto tono subrepticio de casi desdén en su voz—. ¿Por qué está usted tan emperrado en eso del dinero?Hanlon sonrió también con cierta malicia.—La vida es una cosa real, la vida es seria y todo lo que me interesa es poder vivir bien —luego se serenó un poco—. Con dinero uno puede conseguirlo todo. Cuando yo tenga un buen fajo de billetes, iré a donde quiera ir, seré lo que quiera ser y haré que la gente comprenda que está hablando con alguien que pisa fuerte.Philander se encogió de hombros.—Quizá tenga usted razón, pero yo diría que hay otros modos mejor, George.Hanlon pareció aniñarse.—Tengo el máximo respeto a su idea, le sobrará experiencia, claro, señor, pero ¿qué es mejor que un buen fajo de billetes?Philander le miró de un modo tan serio que impresionó a Hanlon porque jamás le había visto en aquella actitud. Se quedó silencioso unos momentos y luego respondió con lentitud:—Quizá le parezca sermones de viejo quisquilloso, pero yo creo que se puede progresar en el trabajo que uno escoja; seguir conociendo muchísimas cosas; poseer imaginación creativa y utilizarla en cosas constructivas; el tener el respeto creciente y cada vez mayor responsabilidad de los jefes si usted trabaja para alguien, el de sus vecinos si uno trabaja para sí... esas cosas son, en mi opinión, de mucho más valor que la mera acumulación de dinero. Y lo mejor de todo es, subiendo de este modo, que ese dinero extraordinario le viene a uno, aunque como mero corolario aditicio de otras mejoras todavía más importantes.—Comprendo su punto de vista —Hanlon estaba muy impresionado por la serenidad de Philander—. Quizá tenga usted razón. Me parece que todavía soy un crío con mis particulares puntos de vista poco maduros. Por eso aprecio tantísimo su amistad y sus consejos, señor. Usted casi ha sido un segundo padre para mí —aquello era verdad, apreciaba a Philander ahora más que nunca.El aspecto del rostro del superintendente, también, desafiaba toda descripción, pero era evidente que se mostraba complacido.—Bueno, siga adelante entonces, yo le facilitaré esa carta. Entretanto haga sus maletas para que esté dispuesto para partir en cuanto llegue la nave. Y, George, hijo mío, espero que vuelva. Me sentiré muy solo sin usted aquí.—Le aseguro que haré todo lo posible por volver, señor. Buenas noches y gracias de nuevo... por todo.Hanlon odiaba aquella mentira y mientras caminaba lentamente dirigiéndose a su habitación decidió dejar a aquel hombre lejos de los intrigantes y colocarle en una posición mejor y más legal.Con toda seguridad le recomendaría al Alto Mando del Servicio Secreto después de que todo aquel caos estuviera acabado.Los siguientes días los pasó Hanlon durante la jornada de trabajo hablando seriamente con Geck.—Quiero influir en las mentes de todos vosotros que estaré trabajando con todas mis fuerzas por vuestro bien cada minuto que esté fuera —dijo impresionado—. No permitas que ninguno cometa locuras hasta que estéis completamente seguros de que he fracasado. Si puedo hacer algo, algo efectivo, será dentro de un trimestre después de mi marcha, quizá mucho antes, si tengo éxito, todos seréis libres y esos hombres no volverán a capturaros en vuestro planeta ni a mataros tampoco.—Lo comprendemos, An-yon. Sabemos que eres un verdadero amigo, nos damos cuenta de que quieres ayudarnos. Seguiremos trabajando, no intentaremos escapar. Estamos seguros de que si lo hiciésemos nos matarían o nos volverían a capturar. Nuestras condiciones de vida antes de ahora eran tan malas que sólo deseábamos que acabara nuestra raza. Ahora tenemos esperanzas. Ahora creemos que la mayoría de los humanos son buena gente, por tanto, quedamos confiados en que tengas éxito.—Ese es el espíritu que debéis conservar. Sé que es duro para todos vosotros, pero también sé que el Cuerpo Interestelar es tenaz y que harán cuanto puedan tan pronto como se enteren de vuestro estado.Unió su mente con la de Geck mientras éste transmitía por telepatía a los nativos a las otras partes del planeta y así hacer posible mantener una serie de descripciones finales de lo que ellos podían contar que se hacía en cada mina-factoría y campos de aterrizaje. Supo con exactitud cuántos navíos habían sido construidos y estaban en periodo de fabricación y aproximadamente lo que tardarían en estar completados los cascos de los más grandes. También le fue posible conseguir un conocimiento general bastante bueno del tamaño y de la descripción estructural de cada tipo de navio.Pero de su armamento y métodos propulsivos no logró adquirir información alguna; ambas cosas estaban demasiado lejos de la sencilla habilidad de los nativos para descubrirlas e imaginarlas.La facultad de Hanlon de telepatizar, a través de Geck, se hacía cada vea más fuerte, aunque todavía no era capaz de comunicarse en directo con cualquier guddu distante. Sin embargo, podía lograr la comunicación con cualquiera que estuviera cercano.Pero seguía sin poder leer las mentes humanas, a excepción de los pensamientos superficiales. ¡Y cómo podía usar tal habilidad! Con ella, con el conocimiento de los pensamientos profundos, su tarea hubiera sido mucho más fácil.Sin embargo, había aprendido a contentarse con lo que tenía, dándose cuenta de que era un caso único en la historia humana. Aquello le había permitido ir lo bastante lejos y recoger una cantidad de información que de otro modo le hubiese sido imposible adquirir informes que podía facilitar al Cuerpo en cuanto volviese a Simónides y tuviera la oportunidad de ir al Banco o ponerse en contacto con ellos de alguna otra manera.—Día de la liberación —le llamaba Hanlon mentalmente y por fin llegó. Tenía las maletas hechas y estaba esperando a la nave. Cuando apareció a la vista, él y Philander salieron a su encuentro en el campo de aterrizaje.Al salir el capitán, los tres permanecieron conversando mientras la tripulación se apresuraba a descargar los suministros traídos y los pasajeros quo hicieron el viaje a bordo. El capitán entregó a Philander algunas cartas, pero el superintendente las metió en el bolsillo sin detenerse a mirarlas.Por último llegó el momento de la partida y Hanlon se despidió de Philander, luego entró para colocar sus maletas en el camarote y prepararse para el despegue. Esperaba que le encerrasen otra vez y probó la puerta solamente por curiosidad. Pero para su sorpresa no estaba cerrara con llave así que pudo salir. Fue lo bastante prudente para no intentar entrar en la sala de control, pero ocupó una de las ventanillas y se ligó él mismo a su silla, instalada de manera de que se pudiera observar las cosas por el tragaluz.Manipuló los mandos hasta sintonizar una vista exterior mientras el piloto comenzaba a actuar las turbinas. Hanlon vio cómo Philander venía corriendo por un senderillo que atravesaba la jungla, de regreso hacia el campo de aterrizaje, agitando una carta, tratando de llamar la atención.Pero con toda evidencia ni el capitán, ni el piloto ni ningún oficial de guardia reparaban en él, porque en aquel momento una gran cantidad de llamas salió de los tubos borrando la escena y Hanlon se vio hundido profundamente en su silla mientras la nave partía a varias gravedades de aceleración.El viaje de vuelta fue monótono y sin acontecimientos. Hanlon conservó perfecto control del tiempo y agudizó todos sus sentidos de hombre del espacio para calcular la velocidad. Mientras la nave frenaba para su aterrizaje sobre Simónides completó sus cálculos y estuvo completamente seguro de que la distancia entre los dos planetas era de doce y cuarto años luz, con un error más o menos de un dos por ciento, y que Algón estaba en alguna parte cercana a una ascensión recta de unas dieciocho horas y a una declinación de más de quince grados.Cuando atravesó la escotilla y bajó por la pasarela, se vio sorprendido y un poco desencantado al ver a Panek y a dos de los pistoleros que conoció en la habitación trasera del bar, esperándole, con los rostros inescrutables, impasibles.—Un comité de bienvenida, ¿eh? —les saludó con una sonrisa que trató de cubrir su desencanto—. ¡Hola, Panek! ¡Hola, amigos!Pero su corazón se sentía angustiado. Aquellos hombres no estaban allí sólo porque tenían ganas de verle, de eso estaba seguro. Tanteó sus mentes e incluso antes de que Panek hablase, y lo supo.—El jefe nos ha enviado para llevarte a que le veas lo primero de todo, esas son las órdenes —la voz de Panek era hosca, aunque amistosa en cierto modo.—Es una gentileza de su parte —Hanlon trató de no dejar trascender su sentimiento, sino demostrar hacia el gesto del jefe agradecimiento por lo que tenía de deferencia. Pero necesitaba ir al Banco directamente—. Naturalmente que iba a informar en seguida —comentó—. Tengo una carta para él del superintendente Philander, además, se me deben una buena porción de créditos. ¡Muchachos, me los he ganado! Ese planeta es un infierno, hace un calor insoportable. Me siento como nuevo al ver luces brillantes otra vez, además, que deseo vivir en un clima más decente.Los dos hombres gruñeron y rieron de forma misteriosa, pero Panek se limitó a indicar el camino hacia el coche aéreo. De nuevo le pusieron a Hanlon una venda en los ojos, pero no le importé, sabía ahora la situación de aquel cráter que servía de campo de aterrizaje.Hubo silencio durante la mayor parte del viaje. Hanlon balbucía algunas cosas al principio, pero cuando no respondió nadie gradualmente fue disminuyendo sus palabras hasta callarse por completo.Sus tanteos mentales le dijeron que le esperaba un mal rato y obtuvo la sensación de que no esperaba verle allí, por alguna razón oculta.«¡Oh, oh!», casi preso de pánico. «Algo va mal. ¿He metido la pata en alguna parte? ¿Se han enterado de lo que sé hasta ahora? ¿Pero cómo..., cómo les ha sido posible?»En lugar de llevarle a la habitación trasera de «Baco», Hanlon se encontró cuando le quitaron la venda en el interior de una habitación con muros de piedra, parecida a una especie de celda instalada dentro de un enorme edificio. Casi no había muebles a excepción de dos sillas y de las lámparas, una de las cuales estaba en un soporte de forma que parecía un foco de los empleados en el cine.Antes de que tuviese tiempo de imaginar lo que ocurría, se abrió la puerta y el hombre que había considerado simplemente como «el jefe», entró y se sentó en una de las sillas. Hizo un gesto y sus subordinados empujaron a Hanlon hasta obligarle a ocupar el asiento opuesto, ajustaron las luces de modo que le dieran en los ojos. Luego se le pusieron detrás.—¿De modo que ha vuelto? —dijo el jefe en voz baja.—Claro —Hanlon se obligó a sí mismo a actuar como si todo fuera normal, pero le costó un terrible esfuerzo sonreír y hablar con naturalidad cuando en realidad tenía la boca seca y los nervios tan tensos que parecían a punto de romperse—. Se acabó mi tiempo de trabajo, por eso el señor Philander me envió de vuelta. Tengo para usted una carta suya.Comenzó a buscarla dentro de su bolsillo, pero Panek de un manotazo le apartó la mano y le arrebató la carta entregándosela al jefe, que la abrió y la leyó en silencio.Luego aquel hombre extraño le miró a la cara, turbado.—Parece que usted..., ejem..., se ha desenvuelto bien allí —dijo casi complacido—. Nuestro superintendente informa que hizo usted un trabajo excelente. Parece muy satisfecho de su persona.—Ya le dije que haría cuanto estuviera en mis manos por tener éxito —respondió Hanlon, pero ahora hizo que su voz sonase más erguida—. ¿Qué ocurre con todo eso? Me parece una recepción bastante divertida, después de haber trabajado con tanto ahínco. ¿Por qué esa luz en mis ojos y esos individuos preparados para atacarme si parpadeo demasiado fuerte? ¿Es que ustedes no confían en mí?—No estoy seguro de que confiemos —dijo el jefe arrastrando las palabras.—¿Todavía volviendo a las andadas? —preguntó con calor Hanlon—. ¿Qué es lo que le hace pensar que no soy de buena clase? He trabajado mucho en ese planeta infernal. He logrado extraer más mineral que los demás. Y mis sugerencias cerca de los nitratos...—Ah, sí, el asunto ése del..., ejem..., del fertilizante. ¿Cómo se le ocurrió?—Nada más vi aquellos «verdosos» deduje que eran árboles animados, Cuando contemplé cómo estaban hundiendo sus dedos en el suelo del cobertizo, me imaginé que la tierra perdería gradualmente cuantos alimentos nutritivos contuviera, lo mismo que en los campos de labor pierden su fertilidad. Todos los campos que conozco extraen nitrógeno y otros minerales del suelo. Por tanto me imaginé que los «verdosos» necesitarían fertilizantes para hacer que el suelo de sus cobertizos recobrara la riqueza nutritiva. Era una cosa bastante sencilla.—¡Hum! En apariencia tenía usted razón. Es una gran contribución en nuestro trabajo y le estamos muy agradecidos —miró a Hanlon largo rato, luego preguntó con agudeza—. ¿Cómo logró que muriese Rellos?—Un perro le cortó la garganta.—Lo sabemos... Pero usted dijo que le había matado personalmente.—¿Cómo supone, pues, que el perro saltó sobre él? Marchábamos paseando por la calle y yo di una patada al cachorro del animal para matarle. Cuando la perra saltó, puse a Rellos en su camino, por eso clavó en su garganta los dientes y los colmillos y lo mató...—¡Ah! ¡Bueno! ¡Muy irracional! ¡Muy..., ejem..., muy ingenioso! —El jefe pareció complacido, pero lentamente su sonrisa apareció y volvió a fruncir el ceño—. Todo esto me hace creerle, Hanlon, pero de algún modo no puedo despejarme de la creencia de que siga aún en conexión con el Cuerpo. Oh, deje —dijo interrumpiendo la protesta de Hanlon—, todo eso de su expulsión y de caer en desgracia, y de la pelea que tuvo usted con algunos de sus antiguos compañeros de estudios pocos días después. Incidentalmente, ¿no le parece demasiada coincidencia que pasase un almirante a tiempo de que le salvase? Mire, todo eso puede haber sido preparado a propósito. Yo..., ejem..., no soy tan candido, jovencito.—¡No, usted lo es más, pensando tal como piensa! —dijo disgustado Hanlon.—Creo que va a cambiar pronto de opinión —el tono de la voz hizo que el joven agente del S.S. se estremeciese y tuviera dificultad en encontrar el impulso de humedecerse sus labios secos—. Debo estar equivocado..., espero estarlo sinceramente..., pero no voy a dejar pasar mucho tiempo antes de convencerme de una cosa u otra. Es más, intento saberla antes de que salgamos de aquí, de esta habitación. Panek, trae a nuestro otro..., ejem..., invitado.Hanlon escuchó como el pistolero se marchaba y como volvía momentos después. Apareció en la línea de visión del joven empujando a un hombre despejado.Al verle, Hanlon no pudo por menos que emitir un respingo.XIX
¡Oh! —dijo el jefe triunfante cuando vio el sobresalto de sorpresa de George Hanlon—. Me parece que reconoce a nuestro invitado.
—Claro que le conozco —saltó Hanlon, obligándose a mantener el control de sus nervios—. Es Abrams. Creí que le había matado.—Ah, ¿de veras? —de nuevo el jefe sonrió, con aspereza—. Ahora vamos al meollo de la cuestión. Usted dice que creyó haberle matado, pero ahora vemos que no lo hizo. Su pretendido asesinato de un modo tan listo fue todo un engaño..., no le envenenó. Solamente fingió colocar algo en su copa.—¡Eso es mentira! Quizá no hizo efecto, pero...—Lo siento, señor Hanlon —el tembloroso Abrams interrumpió con voz meliflua—. Me obligaron a contar toda la historia a Su Alteza después de que él descubrió donde me escondía.«¡Su Alteza!»De modo que aquel era el fabuloso monstruo a quien todos temían. Hanlon sintió que le flaqueaban las rodillas. ¿Qué posibilidad tenía de sobrevivir ahora? Jamás saldría vivo de aquel cuarto, ni para informar siquiera al Cuerpo.—Sí, señor Hanlon —la voz suave, pero venenosa y despreciativa volvió a atormentar los oídos del joven—. Tenemos..., ejem..., modos de hacer que la gente hable. Este Abrams, como un estúpido, no se contentó con seguir trabajando como secretario mío. Tuvo que albergar estúpidas nociones de ética y tecnicismo y tratar de..., ejem..., oponerse a mi política. ¿Por qué le hizo creer usted que era todavía un miembro del Cuerpo... sino lo es? —le preguntó con brusquedad.Hanlon le devolvió la mirada con insolencia Quizá le mataran... No, a decir verdad, indudablemente le matarían... Pero por la Sombra de Snyder no iban a obligarle a demostrar el miedo que sentía.—Utilice su cabeza, hermano. Yo necesitaba causar buena impresión a Panek para que me presentase a alguien aquí en Simónides, que me indicara el modo de ganar mucho dinero de prisa, que es lo que busco —replicó con una bravuconería que no sentía, pero que esperaba les convenciera de lo contrario. Cuando me enteré de que Panek iba a asaltar a Abrams, me metí por medio, y busqué el modo más fácil de lograr que Abrams hiciera mi juego... Yo no tenía nada contra él, y en realidad tampoco debía matarle, por eso le hice creer que seguía siendo miembro del Cuerpo, puesto que me había visto cuando era todavía cadete. No sabía que este pobre hombre iba a convertirse en un cobarde y llorón.Miró con desdén a Abrams, luego volvió la cabeza hacia el jefe e hizo que su voz sonase seria y enfática.—¡Pero le he dicho la verdad! ¡Yo sigo sin tener relación con esos podridos polizontes y está usted equivocado si piensa otra cosa!—¡No mienta a Su Alteza! —interrumpió Panek—, No me gusta que le digan mentiras, no le gusta.—¡Mantén la boca cerrada y no te metas en esto, hermanito! —se burló Hanlon y recibió como recompensa un puñetazo al lado de la cabeza que le hizo tambalearse. Pero Su Alteza intervino.—Déjale estar, Panek. Yo soy quien maneja la situación. Ahora, Hanlon, creo que será, mejor que piense las cosas en serio. Puede comprender que sigo desconfiando de usted. Todo va en contra suya..., ejem..., excepto su propia palabra y el hecho de que en apariencia trabajase duro y bien de mis intereses en la mina. Ese punto, se lo concedo de buena gana, habla mucho en su favor. Estoy siendo muy paciente con usted porque, si dice la verdad, puede ser un hombre muy valioso para mí. Tiene usted verdadera habilidad y otras cualidades. Pero si usted no es nuestro por completo, es que se nos enfrenta, es que se interpone en nuestro camino.—Le aseguro que...—No me interrumpa, por favor. Debo informarle que le envié al otro planeta no sólo para probarle, sino también para tenerle fuera del camino mientras investigábamos su pasado con cuidado para que me permitiese llegar a una decisión. Todavía no le esperábamos de vuelta. Envié a Philander una carta a este efecto, pero él radioespació que usted estaba ya de camino cuando abrió la misiva.Como un relámpago Hanlon se acordó de la partida. Philander se había limitado a meterse el correo en el bolsillo cuando se lo entregaron y con toda evidencia comenzó a leerlo mientras volvía hacia la mina. Eso explicaba su vuelta corriendo agitando una carta y tratando de llamar la atención antes del despegue.En aquella parte de su mente destacaba que prestaba atención a los demás hombres de la habitación y fue como Su Alteza decía: «Minucia, llévense a Abrams. Es..., ejem..., ya no sirve de nada. Y esperadme fuera hasta que yo... os llame a todos».Cuando se hubieron ido Su Alteza se inclinó hacia adelante y Hanlon comprendió que tenía que prestar total atención y mantener su valor ante él en busca de cualquier resquicio que le proporcionara una, mejora en su peligrosa situación.—Voy a hablar con más franqueza ahora que estamos solos, Hanlon. Me ha impresionado usted. Creo que tiene usted..., ejem..., magníficas posibilidades y le quiero a mi lado. Pero tengo que estar seguro. Yo le aconsejaría, por su propio bien, que fuese sincero y franco conmigo.—Lo estoy siendo, pero usted no quiere creerme —dijo Hanlon muy serio—. Cuando acepto el pago de un hombre, señor, le doy cuanto puedo. Usted me ha conseguido una oportunidad de ganar el dinero que quiero y estoy haciendo todo lo que me es posible para ganar tanto el dinero como su confianza. ¡Me echaron del Cuerpo a patadas y haría cualquier cosa para vengarme!—Le dije antes., que tenemos..., ejem..., modos de hacer que nos diga la verdad —precisó el jefe como si Hanlon no le hubiese interrumpido—, pero usted no nos sería de utilidad a nosotros ni al Cuerpo si pudiésemos compensar..., ejem..., la persuasión. Yo no quiero verle a usted derrumbado. Recuerdo que una vez me dijo de un modo desafiante que sí era capaz de manejar las cosas. Le aseguro que sí que puede.—¿Pero cómo puedo demostrar nada cuando usted ya se ha decido a no creerme? —preguntó Hanlon—. Hago mis mejores esfuerzos por convencerle a usted. Admito que alguno de esos puntos que usted trae a colación son un poco sospechosos vistos desde su punto de vista, pero le aseguro que se equivoca al interpretarlos. Si usted no hubiese estado desde mi interior, comprendería que cuanto le digo es cierto.Su Alteza miró a Hanlon silencioso, pero con calmosa contracción durante algunos minutos.—Puede que sea verdad, yo había comenzado a creer en usted cuando encontramos a Abrams y luego, al interrogarlo..., ejem..., admitió lo que usted había hecho y nos dijo el porqué. ¿Se presta usted voluntario a que ensayemos en su persona una droga de la verdad.Hanlon casi respingó con desaliento, pero se incorporo. Conocía demasiado bien la eficacia de las modernas drogas de la verdad. Ellas podían revelar cada conocimiento que hubiese adquirido tanto sobre el Cuerpo, el Servicio Secreto y demás.Su rostro adquirió una expresión de herido dolo:—Le aseguro que me gusta mucho, señor —dijo— Yo no tengo nada que ocultarle, pero a ningún hombre le gusta que le invadan su propia mente de ese modo... Que se adentren en sus pensamientos particulares. No veo porqué necesita recurrir a tal cosa. Le he dicho la verdad en las materias que usted debe conocer y le conciernen.—En apariencia sí, y con toda honradez quiero creerle. Pero comprenda, Hanlon, le quiero conmigo. Usted es mi clase de hombre. Me gusta porque tiene una tremenda iniciativa, imaginación y habilidad.... Sí, y quizá porque le he conocido, pero nunca... ejem..., ha demostrado tenerme miedo. Tengo planes tremendos para el futuro... Me gustaría tenerlo conmigo como mi primer ayudante para realizarlos. Yo le adiestraría como nunca podría imaginarse que fuera capaz de prepararse a un hombre. ¡Y entonces, juntos, Hanlon, podríamos gobernar al Universo!Pero Hanlon apenas le escuchaba, ni siquiera en lo último, era sorprendente. Allí estaba el complot que había estado buscando, el complot que el Cuerpo necesitaba conocer desesperadamente. No obstante, su crisis personal era, por el momento, más importante que nunca, cuya descripción podía beneficiar al Servicio Secreto o al Cuerpo. Para utilizar este recién descubierto conocimiento, había que hacer alguna otra cosa primero.De momento, por tanto, buscaba una escapatoria. Sabía muy bien que una vez le fuese suministrada la droga de la verdad —y Su Alteza no se viera satisfecho con algo menos— él podía considerarse, muerto. Rescribirían la realidad al cabo de pocos minutos y entonces no les quedaría otro recurso que matarle.Su espíritu se hundió casi en la nada al darse cuenta de que había fracasado... fracasado para el Servicio Secreto y el Cuerpo, fracasado para su padre, fracasado para los guddus, fracasado para sí mismo. Con curiosidad, quizá en aquel momento el pensamiento de los fracasos era mucho más importante que la inminencia de la muerte, como tal.Medio inconsciente advirtió cuando dio una primera mirada a la habitación, que había un pequeño ventilador cerca del techo, en un rincón, .Desesperado hendió su mente a través y pudo darse cuenta de que abría a una plaza parecida a un parque, probablemente rodeando a uno de los palacios de la ciudad.Hanlon finalmente oyó hablar a Su Alteza.—Panek, tú y los otros traed la aguja hipodérmica. Tendremos que darle el suero de la verdad. Lo siento, Hanlon —se dirigió de nuevo al joven—, pero es el único medio. Espero que no sea necesario emplear demasiado para dañarle, pero eso depende de su cooperación, si usted quiere decirnos la verdad tranquila y amablemente ya puede, como le dije..., ejem..., emplearlo y usted se beneficiaría muchísimo con ello.Hanlon no forcejeó cuando le ataron a la silla con esposas manos y pies. Creyó que de todos modos resultaría inútil. Dejó su cuerpo fláccido en el sillón y de nuevo dirigió su mente a través del ventanillo. ¡No podía dejar que le derrotaran! ¡Tenía que sobrevivir..., que enviar un mensaje al Cuerpo!Entonces su inquisitiva mente entró en contacto con otra... débil, primitiva, pero mente al fin. Con avidez se introdujo en ella, se mezcló... y se encontró en el interior del cerebro de uno de aquellos pichones de Simónides.¡Ah! Esto es maravilloso. Los pichones suelen volar solos raras veces. En donde se encuentra uno, siempre pueden encontrarse otros más. Mirando a través del pájaro hizo que hiciese una llamada a los demás de su clase comunicándoles que acababa de encontrar comida en abundancia. Pronto más y más de ellos volaron hasta donde estaba el esclavizado pichón y mientras se acercaron, Hanlon envió a su cerebro todas las partes de su mente que eran capaces de contener.Dentro de la celda Su Alteza se adelantó hacia el cuerpo de Hanlon, con la aguja hipodérmica en su mano.—Sacadle la chaqueta y subidle una manga —ordenó a Panek y la pequeña parte de la mente de Hanlon que permanecía aún en su cuerpo se dio cuenta de que el aludido cumplía la orden. Un instante después sentía el pinchazo de la aguja.Poco a poco al principio, luego con creciente rapidez sintió que lo que quedaba de su mente se entorpecía y que su voluntad comenzaba a debilitarse. Su cuerpo quedó sujeto medio derrumbado por las esposas.—¿Puede usted oírme, George Hanlon? —apenas escuchó débilmente la voz de Su Alteza.—Sí —la palabra sonó como un susurró.—¿Es usted miembro del Cuerpo Interestelar?—Yo..., yo... —se esforzó por no contestar.—¡Dígamelo!—Yo..., yo... —y entonces, hizo un último y desesperado esfuerzo para evitar decir lo que no podía, George Hanlon hizo algo que jamás se había atrevido antes. Envió las partes que le quedaban de su mente al último de los pichones.Uno de los primeros pájaros se había colocado ya en el ventilador cumpliendo una orden suya, y desde allí podía ver lo que ocurría en la estancia. Llegó a tiempo de oír el respingo de desaliento del jefe al ver cómo el cuerpo de Hanlon quedaba aparentemente sin vida.—Está muerto, patrón, ¿verdad? —oyó preguntar a Panek con ansiedad.Su Alteza tomó el pulso de la muñeca de Hanlon y el de la garganta.—No, todavía vive.El hombre permaneció allí pensando profundamente con la frente crispada con el ceño de la concentración.—Hay algo peculiarmente extraño aquí —dijo, por fin, el jefe en voz alta—. Algo muy oscuro y muy extraño. Este desmayo no es un desvanecimiento corriente. Es..., ejem..., queda fuera de mi experiencia anterior. —Se incorporó y se dirigió una vez más al cuerpo de Hanlon—. ¿Puede todavía oírme, George Hanlon? No hubo respuesta, ni la más leve indicación de que se hubieran escuchado sus palabras. Extendió la mano y levantó el cuerpo colocándole en posición más vertical dentro del sillón.—Respóndeme, George Hanlon. ¿Me oye? Le ordeno que me diga si es usted miembro del Cuerpo.No hubo respuesta, ni retorcimiento muscular, ni movimiento de ninguna clase. Sacudió el cuerpo un poco y levantó su voz todavía más.—¡Le exijo una respuesta, George Hanlon! ¡El suero de la verdad debe obligarle a hablar!Pero sólo silencio y cuando soltó el cuerpo cayó hacia atrás en la silla y la cabeza osciló hacia adelante como si el cuello estuviera roto.—Déjeme que le trabaje, patrón —dijo Panek—. Déjeme que le de una buena pasada de golpes.Apenas esperando ver que Su Alteza no se lo prohibiese, el rufián levantó un pedazo de tubo de goma y golpeó el cuerpo desmadejado una y otra vez y otra... en la cara, en la cabeza, en la nuca, golpes malignos en los riñones e incluso en el escroto.Por igual podía haber estado golpeando a un saco de arena. El cuerpo se agitaba bajo los golpes, y se hacía sangriento y descolorido, pero no se movía, no realizaba ningún movimiento consciente.—Basta, Panek —ordenó finalmente Su Alteza—. Eso no sirve de nada. No puedo comprenderlo, pero sé que hay..., ejem..., algo peculiar aquí. Es como si... —se detuvo y volvió a fruncir el ceño—. ¡Pero eso es ridículo!—¿Qué cosa es ridícula, patrón, qué cosa?—Es como si ahí..., ejem..., no quedase mente dentro del cuerpo —dijo Su Alteza con lentitud. Luego añadió bruscamente—: ¿Está usted seguro de que había suero de la verdad dentro de la jeringuilla?—Fue usted quien lo preparó, patrón.Su Alteza giró sobre sus talones repentinamente, con rudeza, viendo interrumpidos sus pensamientos por el ruido que por el altavoz emitía uno de los guardias. Se quedó asombrado al ver a aquel hombre haciendo gestos vanos hacia el pichón cuya cabeza se asomaba por la abertura del ventilador.Pero el pájaro no se marchaba.—¡Basta! —ordenó impaciente el jefe—. Tenemos cosas más importantes...Reaccionó y se volvió para mirar maravillado al pájaro, que devolvía la mirada sin aparentar miedo en absoluto, con los ojos inquietos, moviendo su cabecita a un lado y luego al otro, como si intentara ver mejor lo que ocurría.—Esto es raro —dijo pensativo Su Alteza—. Jamás he visto a un pájaro actuar así. ¡Hum¡ ¿no será...? Pero no, es absurdo.Se volvió a Hanlon como si estuviera disgustado consigo mismo por distraerse en una visión tan fantástica. Tenía las manos atrás, el ceño de la concentración originando profundas líneas en su rostro. Se puso a pasear por la habitación volviendo la mirada una y otra vez en un gesto de desespero hacia aquel cuerpo desmadejado, muerto, pero vivo.¿Quién era aquel sorprendente joven? ¿Qué clase de talento y habilidades poseía, que era capaz de reaccionar así al suero de la verdad? ¿Había sido tratado por los expertos del Cuerpo para que su mente se volviese blanda en casos como aquél? ¿Era alguna especie de mutante con fuerzas jamás conocidas? ¿Oh —pensamiento asombroso— era en realidad un ser humano?Mejor que nadie más, Su Alteza podía apreciar el hecho de que el Universo contenía muchos tipos de vidas inteligentes y de alto desarrollo mental además de aquellas originarias de la Tierra. Puesto que él había llegado a Simónides y se había abierto camino hasta la posición más alta por debajo del emperador —un hombre viejo y débil al que no tuvo dificultad de dominar— se sentía receloso por naturaleza de cualquiera que intentara destruir sus bien planeados proyectos.Ahora estaba convencido de que aquel joven Hanlon era un enemigo. Era una cosa sencilla matar aquel cuerpo medio muerto pero eso no resolvería el problema. Si Hanlon, quizás otros miembros del Cuerpo también, tenían poderes, podía no ser el único. No, alguien con tal número de facultades debía vivir. Era necesario conservarlo y estudiarlo y aprender el secreto si era posible.Pero sus pensamientos eran interrumpidos por Panek.—Ese estúpido de pájaro sigue ahí, sigue ahí. ¿Es otro de sus favoritos, patrón?Su Alteza giró sobre sus talones. Se había olvidado del pájaro. ¿Era posible que Hanlon, de algún modo inexplicable, hubiese transferido... sus pensamientos?... Oh, era un concepto absurdo. Pero, había seres mágicos en su planeta natal que podían hacer cosas prodigiosas.De repente tomó una decisión.—¡Matadlo! —ordenó.Panek podía tener muchos defectos, pero una de sus virtudes era ser muy rápido con una pistola. Apenas se había apagado el eco de las palabras cuando había sacado el arma de la funda y disparado.XX
La vigésima parte de la mente de Hanlon activando al pichón del ventilador le ordenó que se hiciera atrás en el instante mismo en que se dio cuenta del significado de la orden. Pero no lo hizo con bastante rapidez.
Notó una sensación ardiente en el costado del pájaro y la misma agonía mortal que el ave. El ala casi había quedado cercenada por el disparo y la vida del pichón se le escapaba a chorros de su débil organismo.Tenía que salir de aquella mente y bien de prisa... pero no se veían más pichones por los alrededores a excepción de los otros diecinueve cuyas mentes ocupaba ya. Ni siquiera otro cerebro con capacidad suficiente como para contener aquel vigésimo pedazo de su mentalidad.Desesperado envió al resto de la bandada a que volase por el aire describiendo círculos en busca de otras formas de vida cercanas. No había otros pichones en las proximidades que pudieran oír las llamadas y acudiesen a tiempo ¡y el pájaro herido se moría con rapidez!Tampoco había perros cerca, ni gatos, ni animales de ninguna clase. En su desesperación Hanlon incluso probó en los árboles y plantas por si poseían mentes como los Guddu... pero no las tenían.Temía pensar lo que podría ocurrir a su cerebro si una parte de su mente, la que ocupaba el pichón, moría con la misma ave. ¿Qué porción de su intelecto sería la que pereciese? No tenía modo de saberlo, ni se sentía inclinado a correr el riesgo, porque temía terriblemente a los resultados. Y sabía con certeza que no tenía partes de su mente de las que pudiera prescindir, pensó disgustado. Había enredado las cosas en su misión. El único medio que tenía de informar al Cuerpo de lo que sabía era a través de su propio cuerpo y si recuperaba aquella porción de mente que peligraba dentro del pichón, reinstalándola en su propio cerebro, se vería obligado por el suero de la verdad a hablar y le matarían sin remisión. Porque comprendía que aquella vigésima parte bastaba para desatarle la lengua. ¿Por qué no se daban prisa los pichones?No obstante, sabía que buscaban con desmedido afán. Aquella era la más fantástica de las situaciones imaginables. Las personas expresaban a menudo el deseo de poder estar en dos lugares a la vez... ¡él se hallaba en veinte! Y cada cuerpo estaba conectado con los otros por un débil lazo de consciencia, aunque pensaba y actuaba de manera independiente.¡Su mente compuesta casi sonrió, si alguien le hubiera dicho un año antes que tal cosa era posible, hubiera llamado a una ambulancia del manicomio más cercano y habría conseguido que se llevaran internado al insensato.Las otras partes de su mente estaban volando por el enclaustrado parque que era una porción de un gran palacio, buscando, escrutando desesperadas cualquier forma de vida que pudiera utilizarse como albergue por la sección moribunda de la mentalidad de Hanlon.De pronto una de ellas musitó un grito que hizo que los demás pichones se reagruparan en su torno, para ver posado en un árbol a un enjambre de abejas de Simónides.«¿Servirá la reina?», se preguntó ansiosa una porción mental.Hubo un estremecimiento convulsivo en todas las mentes, porque los pájaros sabían —y Hanlon había oído hablar— de lo venenosas que eran tales abejas y con cuanto ahínco se las buscaba para exterminarlas. Eran dos veces mayores, y otras muchas más venenosas, que las abejas terrestres, incluso en aquel momento dos jardineros se encaminaban al árbol con una gran red de metal y lanzallamas.Pero Hanlon estaba desesperado. «Tendrá que hacerlo», decidió la mente agregada.Al instante, entonces, la parte de su mente del pájaro moribundo se desprendió a sí misma y entró en el cerebro de la abeja reina. Durante algún tiempo se produjeron movimientos y forcejeos para encajarse dentro del cerebro del maligno insecto. Finalmente lo logró, se hizo cargo del control a pesar de que era un organismo desconocido. Ver a través de los multifacetados ojos aquellos era tarea mucho menos que imposible si debía empaginarse con la tarea de aprender en poco tiempo la contextura del ser vivo.Pero el nexo de unión entre las diversas porciones de su mente era una buena guía. La reina voló rápidamente hacia el ventilador con todo el enjambre obedeciendo ciego su orden.Atravesaron la pequeña abertura y entraron en la estancia y casi antes de que los cuatro hombres percibieran el extraño zumbido, la reina dirigió contra ellos a su enjambre.—¡Abejas! —gritó aterrorizado Panek y los cuatro comenzaron a luchar con los centenares de insectos qua se precipitaban sobre sus personas. Y cometieron un gran error. De haberse quedado Panek y los otros dos completamente quietos hubieran tenido una ligera posibilidad de sobrevivir, a pesar de que Hanlon estaba decidido a acabar con ellos.No es que el joven se sintiera particularmente furioso contra los pistoleros, ni siquiera contra Panek, a pesar de que le hubiese propinado tan soberana paliza a su inmóvil cuerpo, porque Hanlon comprendía que se debía todo a la naturaleza cruel y sádica de aquel hombre, que no podía actuar de otro modo.Pero Hanlon comprendía que la paz de la Federación exigía que él siguiera viviendo y pudiera escapar para presentar su informe y sólo la muerte de Su Alteza y de los demás podría depararle una posibilidad de huida o salvación.Así, por mucho que le repugnara, Hanlon tuvo que seguir adelanté y los aguijones de las abejas se clavaron a centenares en los cuatro hombres y el veneno obró con mayor rapidez que el de sus congéneres terrestres —quizás el veneno aquél se parecía más al de la mamba— y uno tras otro los cuatro fueron cayendo al suelo inmóviles, muertos.Hanlon envió al exterior a la reina y a su enjambre, tras imprimir primero en la mente del insecto que debería alejarse lo más posible si es que quería sobrevivir. Fue una especie de muestra de su agradecimiento por la ayuda recibida, ya que se vio incapaz de enviar al enjambre para que cayeran en manos de los jardineros, luego de haberle salvado la vida.Y mientras la abeja reina se alejaba recuperó su propia mente y las porciones que estaban desparramadas por entre los pájaros, reintegrándolas todas a su cuerpo. Una vez más se incorporó, pero fue tal la oleada de dolor que le inundó que por poco se desmaya, porque toda la agonía producida por la paliza la experimentó de repente.Su mente, también, parecía desmadejada y torpe una vez acomodada en su propio cerebro en donde la droga había hecho efecto. Pero sintió una intensa satisfacción y gratitud por el hecho de haber podido sobrepasar con éxito tan terrible prueba. La droga pasaría, las heridas cicatrizarían y el dolor desaparecería con el tiempo. Mientras tanto él estaba vivo... ¡parecía imposible, pero vivía!Sin embargo, George Hanlon poseía bastante fuerza mental en funcionamiento pese a la droga de la verdad, para darse cuenta de que aún no había salido del atolladero. Su cuerpo permanecía esposado al sillón que a su vez estaba atornillado al suelo, de manera que no podía moverse.Seguía dentro del palacio de los conspiradores y sin duda pasaría mucho tiempo antes de que entrara alguien buscando a Su Alteza y le encontrarían a él junto a los muertos.Durante desesperados minutos Hanlon consideró la cuestión bajo todos los ángulos y descubrió sólo una única posibilidad que podía ofrecerle alguna remota salida que representara la seguridad y la libertad.Una vez más envió una porción de su mente a través del ventilador y encontró a uno de los pichones que estaba todavía cerca. De nuevo tomó posesión del cerebro del ave con toda la porción de su mente que fue capaz de contener. Luego el pájaro voló remontando los tejados del palacio y adentrándose en el cielo.Allá arriba, en el aire, planeó mientras contemplaba la ciudad, buscando puntos de referencia. Hanlon, a través de los ojos del pichón, localizó pronto la parte baja de la urbe, porque las luces estaban encendidas en aquel tranquilo atardecer.Eso le orientó, pero el hecho de ser tan tarde le produjo desilusión. ¿Se habrían ido a casa ya los oficiales del Cuerpo? Y si así era, ¿cómo podrían localizar a alguno aquella noche para establecer una posible comunicación? No había pensado en eso antes, su mente funcionaba como la de un hombre y no como la de un pájaro. Pero aun cuando estos pensamientos le acosaban, volaba fácilmente y con rapidez transportado por las alas del pichón, dirigiéndose derecho al imponente edificio que albergaba al personal del Cuerpo destacado en Simónides.Tardó pocos minutos el ave en llegar a las inmediaciones de la gran edificación y con rapidez, miró por las ventanas. Se veían luces en casi todos los departamentos y la mente de Hanlon dio gracias al hecho de que la mayor parte de los oficiales superiores estuvieran aún trabajando.Ventana tras ventana el pájaro fue mirando en prisa furiosa buscando el despacho de algún almirante. Si podía lograr entrar, había pensado Hanlon en varias maneras de establecer la comunicación... siempre y cuando el almirante no tuviera mentalidad ortodoxa.Pero, se dijo a sí mismo para mantenerse animado, cualquier hombre que pueda ascender hasta aquel grado en alguno de los distintos tipos de almirantes que había, por fuerza tenía que ser una persona poco común en cuanto inteligencia y recursos. De otra manera no se sube en el Cuerpo.La suerte y la constancia alcanzaron su premio, porque finalmente localizó el despacho del almirante Planetario y el propio titular y su secretaria estaban todavía atareados.Hanlon hizo que el pájaro se posara en el alféizar de la ventana y que luego picoteara los cristales. Lo repitió varias veces hasta que las dos personas del interior, atraídas por el sonido, se volvieron a mirar.—Fíjese, almirante Hawarden, se trata de un pichón que picotea la ventana —exclamó la secretaría riendo.—Puede que se figure que aquí dentro hay algo de comer —comentó el almirante.—Realmente se comporta como si tratara de llamarnos la atención —dijo la muchacha segundos más tarde.—Humm, quizás —el almirante habló semi en voz alta, luego, mientras el ave seguía picoteando reconoció la llamada S.O.S. hecha en el código Interestelar. Se levantó rápido, fue a la ventana, la abrió y se hizo atrás.El pájaro, demostrando no temer a los humanos, entró volando hasta posarse en el escritorio. La secretaria se levantó también y se apretaba contra la pared, con una mano en la boca y a punto de gritar.—Es cosa de brujería —dijo asustada—. Jamás un pájaro se comportó así.—Reconozco que se sale de lo corriente —admitió el almirante con la turbación reflejada en sus ojos—. No lo entiendo.El pichón voló hacia el oficial y batiendo las alas se paró en el aire delante de él, mirándole fijamente con sus ojuelos atontolinados. Luego se dirigió hacia la puerta. Pero al ver que el almirante no hacía ademán de seguirle, retrocedió y de nuevo repitió la operación.—Parece como si quisiera que le acompañara a alguna parte —comentó el militar cada vez más confuso—. ¿Estamos soñando todo esto, Thelma?—No... no lo sé, señor. Pue-puede que... sí —balbuceó la muchacha—. No puede haber otra explicación.Pero ahora el pichón había visto en apariencia alguna otra cosa en la habitación, porque voló hasta el escritorio de la secretaría y se posó en el tablero. Luego caminó hasta colocarse enfrente de la máquina de escribir eléctrica.Aquello era ya demasiado. La chica avanzó agitando las manos.—¡Fúuuu! —gritó—. ¡Fuera de mi mesa, criatura estúpida!Pero el almirante Hawarden no fue tan inconsecuente. Aquello quedaba fuera de sus experiencias anteriores, pero allí había cierta intencionalidad en las acciones del pájaro, extrañas y desusadas como parecían, y comprendió que debía dejar actuar al ave sin tratar de interrumpirla.—¡Déjelo tranquilo! —ordenó tajante en un tono que asombró a la mujer, por ser muy distinto al de su manera corriente y educada de mandar las cosas.Mirándole perpleja, la chica retrocedió y se dedicó a mirar conjuntamente con el general los sorprendentes actos del ave.Hanlon hizo que el pichón pulsara con la pata el interruptor que ponía en funcionamiento al mecanismo escritor y luego con el pico comenzó a tocar las teclas. Por fortuna había papel en la máquina de una carta no terminada por la secretaria. El almirante se adelantó hasta un lugar desde el que pudiera ver bien, pero hizo un gesto a la muchacha cuando ella trató de hacer lo mismo. Parecía imposible que un pájaro pudiese escribir algo inteligible... pero el almirante comenzaba a no estar muy seguro de tal concepto.Sus ojos se abrieron desmesuradamente por la sorpresa al ver las letras que aparecían una a una en el papel:andrma7
No le cupo ya la menor duda. Cómo era aquello posible, lo diría el tiempo por venir. Pero sabía el significado y la urgencia del mensaje. Arrancó el papel de la máquina, luego saltó a su escritorio y conectó el intercomunicador.—¡Capitán Jessup! Quiero que dentro de un par de minutos esté en la puerta principal y en sus camiones a toda una compañía de infantería con armamento completo y toda clase de armas. ¡Rápido!Corrió al armario del rincón y abrió la puerta.—¡Vamos, ayúdeme! —ordenó a la atónita muchacha, mientras sacaba su propia armadura espacial tanto tiempo inactiva y comenzaba a ponérsela. Con el auxilio de la joven logró encajársela en un minuto y luego se enfundó las armas—. Puede irse a casa —ordenó a su secretaria.Se volvió hacia el escritorio en donde el pájaro le miraba con sus inexpresivos ojuelos y le tendió el brazo curvado. Con un rápido aletear el pichón atravesó el aire y se posó cerca de la muñeca como si se tratase de un ave de cetrería.El almirante atravesó la puerta y entró en el vestíbulo donde le esperaba su ascensor particular.—¡Abajo! —ordenó, y el pájaro se desprendió de la muñeca a causa del brusco descenso, pero revoloteó y volvió a su sitio anterior cuando el militar ya salía del ascensor. Atravesó con él los vestíbulos y llegó a la puerta en donde esperaba la compañía de infantería. Varias manos se tendieron para ayudarle a subir al camión de cabeza, pero antes lanzó al aire al pichón.—¡Sigan a ese pájaro! —ordenó, y el incrédulo conductor así lo hizo, preguntándose para sí si el viejo había perdido el juicio.El almirante Hawarden no pudo reprimir un respingo al darse cuenta de la dirección tomada por el pájaro, pero para un soldado muy veterano para detenerse entonces. Había allí algo o alguien que le necesitaba a él y a sus hombres y acudiría no importa dónde fuera.Conocía el calibre de los agentes del S.S. y aun cuando no sabía cómo le era posible a uno de ellos domesticar a un pichón de aquel modo, sabía, que su misión era respaldar lo que estaba haciendo aquel individuo.Mientras los camiones se desviaron hacia la acera para detenerse en la entrada del lujoso palacio del Primer Ministro, impartió unas cuantas órdenes rápidas. Sus hombres no hicieron el menor caso a los gritos de indignación que lanzaban los guardias de palacio; que trataron de contener aquella increíble invasión y avasallamiento de sus derechos, y se desplegaron ocupando las posiciones señaladas de antemano con las armas prestas para ser utilizadas.A los oficiales de la guardia que trataron de barrerles el paso, les habló el almirante en persona.—Ya me excusaré más tarde. ¡Ahora apártense de mi camino!Luego, con un pelotón de valientes infantes de marina pisándole los talones, siguió al pichón a través de las puertas abiertas, a lo largo de un pasillo y escaleras abajo.Pero allí el pájaro pareció haberse perdido, pues revoloteó de una puerta a otra, en busca de determinación.—¡Abran todas las puertas! —exclamó a gritos con voz autoritaria.Mientras abrían apresuradamente las puertas —cerradas con llave o no, pues eso no pareció importar nada a los infantes— el pichón se asomaba, miraba hacia el interior de cada cuarto y salía volando en dirección al siguiente. Luego desapareció por fin en una de las estancias.—¡Por aquí! —gritó el almirante que se había mantenido lo más cerca posible del ave y que siguió su gesto entrando con sus hombres detrás.—Bienvenido a nuestro confortable nido, señor —exclamó una voz desde las profundidades de un gran sillón y el almirante se adelantó presuroso a ver quién era—. Han llegado a tiempo y me alegro de verle a usted y a sus soldados. Tengan la bondad de quitarme esto —y Hanlon agitó las esposas.A un gesto del almirante, los infantes manipularon brevemente en las ligaduras metálicas y abrieron la cerradura. Hanlon se puso en pie, se tambaleó un instante y hubiera caído de no haberle sujetado el amistoso brazo de Hawarden. Se encontraba mareado todavía, a pesar de que el efecto del suero de la verdad estaba disipándose. Sin embargo, mantenía completo el control de su mente.—¿Hemos llegado pues a tiempo? —preguntó con ansia el almirante.—Sí, gracias a este amiguito —Hanlon cogió al pájaro y se lo entregó a uno de los infantes, imprimiendo en la mente del animal mientras tanto que se encontraba en manos seguras—. Cuídalo bien —y retiró su mente del interior del cerebro del ave.—No tendrá que preocuparse este pichón de nada, mientras viva —fue la respuesta del almirante que ordenó a sus hombres—: Esperen fuera. Hawarden paseó la mirada por la estancia. —¿Quiénes son estos hombres... y qué diablos les ha pasado? —preguntó perplejo.—Las picaduras de abejas les han causado la muerte —contestó Hanlon y en su voz había cierto acento vindicativo—. Uno de ellos es el Primer Ministro; los otros, sus pistoleros.—¡Cielo santo! —exclamó el almirante—. ¡Esto colma la medida!—Aún se asombrará más antes de que termine —Hanlon estaba ceñudo—. Lléveme a su despacho y avise a un médico. Me inyectaron suero de la verdad y todavía no me he recobrado. Además tengo hambre —añadió de un modo tan plañidero que Hawarden lo bastante acostumbrado a ver muertos para no impresionarse por ello, se echó a reír. —¿Qué haremos con los cuerpos?—Guarden celosamente el del Primer Ministro. Limítense a avisar a las gentes de aquí donde encontrarán a los otros.Hawarden llamó a un par de infantes.—Ese cuerpo nos lo tenemos que llevar con nosotros —y los soldados obedecieron.A la entrada el almirante reunió a sus hombres.—El Primer Ministro ha muerto —explicó parcialmente al jefe de la guardia de palacio— nos llevamos su cadáver. En la habitación 37-B de los sótanos hay tres de sus hombres también muertos. Yo avisaré al emperador y, mientras, asumo toda la responsabilidad.Se instaló en el asiento delantero del primer camión, junto a Hanlon y al conductor.—¡Regresemos a la base! —ordenó.XXI
El doctor, avisado por la onda corta del camión, estaba esperando en la oficina para dar a Hanlon la dosis de antídoto y curar sus heridas. Apenas había terminado cuando entró un camarero con alimentos.
Una vez se hubieron ido los dos, Hawarden se sintió en libertad de preguntar a Hanlon sin testigos.—Cuéntemelo todo, por favor. ¿De qué se trata?—¿No nos puede oír nadie? —preguntó Hanlon intencionalmente.El almirante pulsó un par de conmutadores de su pupitre.—Ahora nadie.—Le contaré la historia abreviadamente, pero hay que hacer unas cuantas cosas de prisa.Describió la situación del espaciopuerto oculto.—Envíe unos cuantos exploradores allí rápidamente, pero si el carguero no está a punto de partir, que se mantengan escondidos sólo vigilando. Yo no quiero que se haga nada hasta momentos antes de la partida... lo importante es que los arrestemos a todos, a la tripulación y a los pasajeros.—¡De acuerdo! —el almirante Hawarden se volvió a sus comunicadores y emitió unas cuantas órdenes.—Tendrá usted que indicarme el procedimiento aquí, señor, porque no sé cómo conseguir lo que necesito. Deseo recomendar que toda la flota entera del Cuerpo se reúna cerca de un modo inmediato para que podamos llegar a un planeta llamado Algón y ocuparlo. Pero primero tendremos que descubrir exactamente dónde está situado Algón en el espacio. ¿Puedo hablar con sus planetógrafos, por favor?El almirante le miró intrigado.—Usted no. llevará mucho tiempo en el S.S., ¿verdad, Hanlon?—No —el joven levantó la vista sorprendido—. Esta es mi primera misión. ¿Por qué lo pregunta?—Porque en casos de emergencia es usted quien debe de dar las órdenes, no pedir permiso. Cada recurso del Cuerpo entero es suyo para ordenar lo que considere necesario.—Oh..., oh no, sabía nada de eso —Hanlon se quedó asombrado—. Usted... ¿usted quiere decir que se permite a un recluta como yo impartir órdenes a todo el Cuerpo?—Cierto que sí, señor. Yo no sé si usted se da cuenta de ello todavía o no, pero nadie entra en el servicio secreto a menos que el alto mando esté muy seguro de que tenga facultades extraordinarias. Así que lo que usted desee no tiene más que pedir. Estoy enteramente a su servicio.Hubo un momento de incredulidad en el joven, luego se incorporó y aquella profundidad de carácter que los hombres que se creían superiores habían previsto salió a la superficie y comenzó a impartir enérgicas órdenes.—Muy bien, señor, le tomo la palabra. Por favor, conécteme con los planetógrafos, luego lléveme a presencia del Gran Almirante.Hawarden activó el intercomunicador y cuando apareció una faz en la pantalla ordenó:—Déle a este joven cualquier información que desee.—¿Conocen ustedes un planeta llamado Algón o Guddu? —preguntó Hanlon—. Está a doce y cuarto años luz de distancia, ascensión directa unas dieciocho horas, declinación cerca de quince grados. Aquí les doy una idea tosca de lo que pude ver desde allí. —Levantó hasta la pantalla una hoja en la que apresuradamente había marcado los soles supergigantes y las nebulosas que recordaba—. ¿No lo conocen? Entonces encuéntrelo inmediatamente. Corre prisa. ¡Debe tener su localización aproximada dentro de dos horas!Cerró el conmutador y miró al almirante Hawarden que le entregaba un micrófono.—El Gran Almirante de la flota Ferguson, espera sus órdenes, señor.La mano de George Hanlon temblaba cuando tomó el micrófono, pero su voz era tranquila y enérgica.—Almirante Ferguson, señor, habla George Hanlon del Servicio Secreto. Se me ha encargado de una misión en Simónides. Acabo de regresar de un planeta que se conoce como Algón y como Guddu. Los planetógrafos están buscando ahora su localización exacta. El enemigo, y todavía no sé con certeza quién es, a pesar de que el Primer Ministro de Simónides era uno de los hombres destacados, sino la cabeza actual, está construyendo allí una gran flota. Tienen ya por lo menos treinta y dos grandes navíos en construcción y cada uno de ellos es aproximadamente del tamaño de nuestro navío de combate mayor. Si no me equivoco, el doble de tamaño. Sin embargo, por lo que he podido descubrir, ninguno está lo suficiente terminado para volar y quizá ni siquiera para pelear. Y hay también cerca de un centenar de cruceros ligeros y medios y doscientos navíos pequeños, exploradores, destructores, etc. La mayor parte de estos últimos están completos y al menos tripulados parcialmente. Esa flota tiene que ser capturada o destruida antes de que la acaben de armar. Conozco que usted sabrá mejor que yo, señor, pero necesita que el asunto se tome en consideración de inmediato... oh, no, señor, no se puede bombardear el planeta. Hay nativos allí que tienen un nivel bastante alto en la escala cultural para que el planeta no pueda ser colonizado, pero deben ser libertados de la esclavitud en que ahora se ven sojuzgados. Son gente buena y amistosa... ¿Reunirá usted inmediatamente a la flota? Estupendo, señor. Oh, una cosa más, por favor notifiquen al almirante regional del servicio secreto Newton que envíe a todos los hombres disponibles del S.S. aquí en seguida. Hay que hacer una buena limpieza en Simónides... Gracias, señor, espero que esta información llegue a tiempo.Hanlon interrumpió la conexión, luego se hundió en el sillón durante algunos minutos, pensando intensamente mientras el almirante respetaba su silencio. Pero al cabo de un rato el olor de aquellas deliciosas viandas despertó el hambre de Hanlon y le obligó a reaccionar. Dándose cuenta de que había hecho cuanto podía por el momento, se incorporó, acercó su silla al escritorio y quitó el mantelito de la bandeja.—Hablaré mientras como, si usted me permite la descortesía, señor —comenzó, recogiendo cuchillo y tenedor. Y mientras ingería los alimentos proporcionó a Hawarden un relato completo de la situación, evitando hacer referencia a sus facultades mentales y al papel que ellas habían representado en la solución de aquel embrollo.El almirante le escuchó atento y cuando Hanlon se detuvo en lo que parecía el fin de la narración, el oficial se incorporó decidido.—Entonces lo que hay que hacer es descubrir quién respalda todo esto. Quizá es por eso por lo que pidió que enviasen a todos los hombres de la S.S. disponibles. Pero, ¿y Su Alteza... era el hombre clave?Hanlon frunció el ceño concentrándose.—No...- lo... sé —dijo con lentitud—. Nadie habló de que hubiese alguien superior a él. Es el hombre que todos temían..., —se detuvo un momento y luego añadió todavía más despacio—: Tengo un presentimiento especial. Desearía que usted hiciese que los mejores médicos examinasen el cuerpo. Tendrán que utilizar rayos X y fluoroscopios, mejor que una autopsia. No estoy seguro de que fuese un ser humano.—¿Qué? —había incredulidad en aquella garganta—. ¿Qué es lo que le ha dado tal idea?—Lo siento, señor, ahora no puedo explicarle mis razones —el rostro de Hanlon se ruborizó, sus ojos se mostraron suplicantes—. No es que no confíe en usted, señor, pero hay un secreto que no debo revelar. Quizá, más tarde... y si yo se lo digo a alguien fuera del S.S., le aseguro que será usted el primero, a quien pueda contárselo todo.—De acuerdo, señor. No insistiré —el almirante no mostró resentimiento para alivio de Hanlon—. Usted no tiene más que ordenar, como ya le dije antes.Se acercó al escritorio y pulsó un botón. Cuando el rostro del doctor apareció en la pantalla, dio las órdenes necesarias.—Mire cuidadosamente para ver si el orden interno de huesos y órganos es humano..., pero no intervenga con el bisturí sin órdenes específicas.—¿Qué hay del emperador, señor? —preguntó Hanlon—. Indudablemente usted se habrá formado una opinión acerca de él.—Era un soldado magnífico y de acción cuando joven y al llegar a la madurez —dijo Hawarden pensativo y en cierto modo triste, lo que no dejó de chocar a Hanlon—. Fue su abuelo quien planeó el golpe original que hizo de este planeta un imperio, nombrándose él mismo como primer emperador. Su hijo, el segundo emperador, era también un buen coordinador y solidificó la constitución imperial. El actual emperador entró en el ejército a los diecisiete años y subió rápidamente más por sus propios méritos que por ser hijo de la más alta dignidad. Todos los historiadores están de acuerdo en eso. Precisamente antes de que llegase a los treinta ocupaba el alto mando. A los treinta y seis cuando murió su padre, llegó a ser el tercer emperador.—¿Entonces usted cree que él puede estar detrás de todo este desconocido complot?—No —el almirante sacudió la cabeza—. De todos modos no estoy muy seguro. Durante sus primeros años como emperador fue uno de los cooperativos gobernantes de los planetas en el seno de la civilización.— ¿Qué hay de su Primer Ministro... y a propósito, cómo se llamaba? ¿Jamás oí que le llamasen otra cosa que «Su Alteza»?—Su nombre era Gorth Bohr. Parece que apareció de no sé dónde y de la noche al día se hizo un personaje importante. Le hemos investigado su pasado, y vino a Simónides hace catorce años, de Sirio tres. Ha sido Primer Ministro unos diez años y es de notar que ganó tal vez más poder durante el último período de su mandato, mientras que el emperador comenzaba a flaquear física y mentalmente.—Yo me pregunto...—¿Si?—¿Supone usted que esa debilidad de salud y menté pudiera haber sido causada por alguien, en lugar de ser natural?El almirante pareció impresionado.—¿Causada por alguien?Hanlon asintió.—Eso precisamente. Por lo poco que sé de Su Alteza él era capaz de hacer una cosa así... Y podía hacerla también —se arrellanó pensando profundamente durante algún tiempo, lo mismo que Hawarden. Fueron interrumpidos por un zumbido del escritorio.—Diga —dijo el almirante irguiéndose con rapidez y dando al conmutador del intercomunicador.—Bohr no era un ser humano —informó el doctor y Hanlon pudo ver la sorpresa y maravilla de su rostro en la pantalla. Hay diferencias estructurales bastante marcadas con respecto a nuestra constitución y eso demuestra que no desciende posiblemente del Homo Sapiens.—¿Tiene usted alguna idea de dónde vino? —preguntó Hanlon, y el almirante maldijo, la pregunta.—Nunca vi nada cómo esto antes —respondió el doctor—, y acabo de hacer una rápida búsqueda de todos mis libros que contienen diagramas y fotografías de las razas que conocemos.Hanlon sacudió la cabeza resignado y Hawarden, tras dar las gracias al doctor e impartir unas órdenes concernientes a lo que debía de hacerse con el cuerpo del Primer Ministro desconectó.—¿Es demasiado tarde para conseguir una audiencia con el emperador? —Hanlon preguntó de pronto incorporándose.El almirante miró a su reloj de pulsera.—Es tarde, pero lo puedo intentar. Estaba accionando la mano el almirante para operar el conmutador, cuando sonó el zumbador del intercomunicador. Activó la pantalla y apareció la imagen del planetógrafo.—No podemos hallar tal sistema en nuestros mapas.Hanlon se sintió desalentado.—¡Continúen mirando! —ordenó— Consulten con los astrónomos. Está por allí en alguna parte... Acabo de venir de ese planeta. El sol es cálido..., parece como nuestro astro rey visto desde Venus, a pesar de que no me parece que sea tan grande como el Sol.Hawarden hizo entonces su llamada al palacio imperial, ayudándose de su puesto como jefe del Cuerpo Interestelar para conseguir ser atendido con rapidez.Después de alguna espera y unas palabras cambiadas con el secretario del emperador, luego de insistir en que era asunto de la máxima importancia que no podía esperar hasta la mañana siguiente, le dijeron que Su Majestad le recibiría.—Conseguido —Hawarden se levantó—. Vamos.Hanlon se dirigió hacia la puerta, luego se miró a sus ropas, ajadas y sucias.—No estoy muy presentable. —Podemos conseguir un uniforme en el cuartel. Hanlon pensó con rapidez.—No, será mejor no arriesgarme, aunque me gustaría mucho.El almirante meditó un momento, luego volvió a su escritorio y apretó un botón.—Roberts, venga aquí.Un joven de casi el tamaño de Hanlon, que vestía ropas civiles, entró en el despacho.Hawarden sonrió.—¿Le gusta esa ropa?El agente del S.S— sonrió.—De acuerdo.—Desnúdese —ordenó el almirante al asombrado empleado—. Necesitamos sus ropas de prisa para este hombre. Vamos, no se duerma, venga que no podemos discutir —añadió mientras el joven dudaba.Hanlon ya se estaba quitando su traje.—Le daré cien créditos por esas ropas, Roberts, pero yo las necesito con toda urgencia.El otro se rió entonces y comenzó a quitarse el conjunto lo más rápido que pudo.—Un traje nuevo vale mucho menos de cien créditos..., no está mal el trato.Se hizo el cambio con toda rapidez. Hanlon entregó al empleado el dinero y luego él y el almirante se dirigieron hacia palacio, en donde fueron introducidos sin retraso hacia el despacho privado del emperador.—Vigílele con atención —le susurró Hanlon mientras atravesaban un pasillo—. Si meneo la cabeza es que el emperador miente.Los ojos del almirante se abrieron desmesuradamente de asombro y a pesar de todo estaba pensando: «Este es el joven más asombroso que he visto en mi vida. ¿De dónde los saca el S.S.?»Apenas habían entrado en el despacho cuando se abrió una puerta en el extremo lejano y entró el emperador, apoyándose en el brazo de un ayuda de cámara. Se dejó caer pesadamente en el sillón que estaba detrás del adornado escritorio.—Bien, bien, bien —dijo con cierta melifluosidad—. ¿A qué viene todo esto, señor? ¿Qué cosa tan importante tiene usted para haberme hecho salir de la cama?—Siento en el alma haber causado tantas molestias a Su Majestad —dijo con diplomacia el almirante Hawarden—, pero pronto se dará usted cuenta de que se trata, de veras, de algo muy urgente. Es también del máximo secreto y con todo respeto solicito que se me permita hablar con usted a solas.El emperador agitó la mano impaciente y el ayuda de cámara se retiró de la habitación.El almirante sacó una cajita de uno de los bolsillos, la puso sobre la mesa y dio vuelta al conmutador.—Es sólo un detector de espías portátil —explicó.—Lo sé, lo sé —dijo con voz exasperada—. Vamos adelante, hombre; estoy cansado.—Permítanle que le presente a George Hanlon miembro del Cuerpo. Tenemos, primero, unas malas noticias que darle a Su Majestad y luego debemos hacerle unas cuantas preguntas de urgente respuesta para que usted las conteste con toda la amplitud que pueda.El emperador no pareció complacido ante tal sugestión, pero no dijo nada.—Su Primer Ministro, Gorth Bohr, ha muerto hace pocas horas, señor.—¿Qué dice? —el emperador se incorporó con el rostro mostrando profunda incredulidad, pero la mente de Hanlon estaba preparada para tal reacción, y tanteando el cerebro del emperador se dio cuenta de que ni lo lamentaba ni se entristecía.De pronto el monarca se hundió en la silla y un largo y profundo suspiró de alivio se escapó de sus labios. Cerró los ojos y su rostro se relajó por último un poco. De repente se volvió a incorporar.—¿Está usted seguro? —gritó.—Efectivamente —le aseguró el almirante—, El cuerpo está en la Base desde hace varias horas,—¿Cómo murió?—Le mataron las picaduras de abejas, señor —respondió Hanlon.—¿Abejas? —preguntó incrédulo el soberano.—Cierto, señor. He visto a sus hombres ser atacados por un enjambre de abejas en una de las habitaciones de la planta baja del palacio. Murieron en pocos minutos.El emperador permaneció silencioso durante un rato, su mente bullía. Luego sacudió la cabeza como si no se atreviera a creer la noticia.—Quizá parezca extraño, Hawarden —dijo por último—, pero creo que nunca me he sentido tan alegre en la vida como ahora. Ese hombre era un diablo, a pesar de que no comencé a sospecharlo hasta años después de haberle nombrado primer ministro. Pero entonces me di cuenta de que era demasiado tarde ya, Había... logrado conocer algo sobre mí que... me impedía tener voluntad propia y decidir por mí mismo.El almirante se arriesgó a mirar a Hanlon de reojo y vio que el joven asentía.—¿Sabe Su Majestad lo que Bohr estaba planeando?—¿Planeando? ¿Planeando? ¿Quiere usted decir algo que estuviese más allá de las leyes de Simónides para sobrepasarme o posiblemente suplantarme por entero?—Me temo que sí, señor. ¿Sabe usted que estaba construyendo secretamente una gran flota de guerra en otro planeta?Hubo una pausa antes de que se produjese la respuesta.—¡No diga tonterías, señor! ¡Eso no lo puedo ni creer!Hanlon sacudió la cabeza. El emperador mentía ahora, ¿Por qué? ¿Era parte; quizá cabeza del complot?Le tanteó la mente y no llegó a obtener respuesta a aquellas preguntas tan importantes. Era preciso interrogarle con pericia y hacerle pensar en las cosas que Hanlon tan desesperadamente necesitaba, saber.XXII
Ciertamente están construyendo una gran flota, señor, en un planeta llamado Algón —afirmó Hanlon con energía y casi dio un grito de júbilo cuando la mente del emperador se formó una imagen distorsionada como si procediera de una simple descripción, de uno de los «verdosos». Apresuradamente siguió acosando —fue que Su Alteza era la mente creadora que estaba tras de todo eso, porque suponía que trabajaba para él y he estado haciéndolo durante estos cuatro últimos meses.
El emperador comenzó a negarlo, pero el almirante Hawarden se acercó más al escritorio y miró fijamente al monarca a los ojos.—No queremos ser descorteses o insolentes, señor, pero sabemos que usted conoce algo de todo esto. Espere, por favor —levantó la mano cuando el emperador abrió la boca, en apariencia para pedir perdón por el delito de lesa majestad de llamarle embustero—. No creemos que haya usted estado haciendo esto por su propia voluntad, y que usted iniciase la conspiración. Pero estamos positivamente seguros de que sabe algo de cuanto se maquina. Y por la paz de la Federación necesitamos cualquier retazo de información que pueda proporcionarnos.El emperador comenzó poco a poco a ceder y su rostro se enrojeció mientras sus ojos miraban suplicantes.—Yo..., yo..., yo... —se esforzó por proseguir, luego dándose cuenta de que algo se lo impedía, cambió de asunto—. Espero, caballeros que me perdonen. Yo no sé lo que me ha ocurrido estos años pasados. Creo que usted, Hawarden, sabe que siempre estuve de corazón a favor de la Federación y que hice cuanto pude por mantener la paz en todo el Sistema. Conozco demasiado bien lo que sería una guerra interplanetaria que destruiría todas nuestras economías y eso no lo quiero para mi pueblo. Pero parece que he... cambiado... estos últimos años... ¡Y fue contra de mi voluntad! Esto último casi lo dijo en un sollozo.El almirante, de hombre a hombre, dio la vuelta al escritorio y puso su mano amistosa consoladoramente en el hombro imperial.—Nos damos cuenta de eso, señor. Usted fue un gran gobernante para haber cambiado de una manera tan radical. Nos turbó y nos entristeció a todos, pero ahora creemos que podemos adivinar las razones... Y eso no le perjudica en nuestra estimación, ahora que estamos seguros que no pudo evitarlo.El emperador levantó unos ojos turbados.—¿Qué quiere decir con eso?— ¿Puedo responder yo, señor? —Hanlon se levantó—. Creemos que ese Gorth Bohr no era humano..., era un ser extraño de...—¿Un... extraño? —el emperador se estremeció.—Sí, señor, definitivamente. Todavía no sabemos de dónde vino ni cual fue su origen, pero conocemos que tenía fuerzas mentales considerables, o diferentes, en ciertos aspectos, que la mayor parte de los humanos. Usted estuvo bajo una especie de sugestión o hipnosis que le impedía hablar con claridad. El hecho de que su salud disminuyera y que su cuerpo envejeciese tan rápidamente demuestra que todo se hizo contra vuestros deseos.El emperador estaba asombrado por lo que oía y su cuerpo se agitaba a impulsos de las emociones encontradas en su interior. Una y otra vez repetía su torpe pregunta:—¿Un... extraño?Hanlon y Hawarden asintieron en silencio. Al cabo de un momento Hanlon aspiró profundamente y formuló una pregunta:—¿Puede usted darnos permiso para registrar las posesiones de Bohr y sus despachos con el fin de tratar de encontrar cualquier evidencia que nos aclare todavía más sus proyectos?Su Majestad se irguió decidido y los años parecieron huir de su rostro y de su figura.—Seguro que sí. Daré órdenes en seguida y pueden enviar cuantos expertos deseen. Me doy cuenta de la necesidad de darse prisa.Hanlon le dio las gracias con una reverencia y el almirante mediante palabras.—Es usted muy gentil, señor. El Cuerpo se lo agradece.El emperador estaba recobrando fuerzas y su agudeza de antaño.—¿Qué hay de esa flota que dijo usted que estaba construyendo en... en algún otro planeta?Hanlon se dio cuenta de las dudas y comprendió el motivo.Durante algún rato permaneció callado y luego respondió:—Todavía no es una amenaza grave, señor, pero lo será dentro de poco si no cae en manos del Cuerpo.El almirante Hawarden explicó con más detalle que la Gran Flota se estaba reuniendo y que abordaría el problema al cabo de pocos días.—Bien. Bien. Pídannos cuanta ayuda necesiten.Siguieron hablando de algunos detalles durante algún tiempo, luego el almirante se levantó como si fuera a marcharse.Pero Hanlon no estaba todavía dispuesto. Quería aclarar un asunto que haba dejado pasar mucho antes. Se adelantó hacia el escritorio y miró fijamente a los ojos imperiales.—Señor, piense, por favor, con todas sus fuerzas y toda su voluntad. Yo creo que usted sabe algo acerca de los planes de Bohr, pero ese conocimiento le fue impuesto por hipnotismo en su subconsciente. Bohr tenía sus fuerzas, lo sabemos. Por favor, trate de romper ese lazo invisible. Bohr ha muerto ahora... Su hipnotismo ya no puede obrar sobre usted.El emperador parecía dudoso, pero la firme insistencia de Hanlon, accedió a probar. Se concentró durante largos, larguísimos y agonizantes minutos. Gruesas gotas de sudor corrieron por su rostro blanco y tenso y sus manos se apretaron convulsas una contra otra.Hanlon casi se arrepintió y pensó en romper el hechizo y decir al sufrido gobernante que eso no importaba mucho, que podrían enterarse por otro conducto. Pero tenía que conocer aquellos detalles y si él había podido sufrir lo que el destino le deparó, igual podían sufrir los demás.Entonces precisamente el emperador se relajó. Sus rasgos se hicieron normales y compuestos y sonrió aliviado.—Ahora viene —se secó la cara con el pañuelo de seda—. Bohr fanfarroneó diciendo que algún día dominaría la Galaxia. Pero luego me dijo que debía olvidar lo que me había dicho y yo lo olvidé.Esa conversación pareció mejorarlo mucho y rebajar la terrible tensión que le había mantenido sujeto durante tantos años.Se le veía cansado, pero feliz.—El detalle no me dijo mucho, por lo menos que yo pueda recordar. Simplemente que había hecho planes para lograr el control primero de este planeta, luego la Federación, después la Galaxia entera.—¿Dijo quiénes eran sus cómplices en este terrible complot? —preguntó Hawarden y Hanlon le ayudó:—Queremos decir si estaba solo o había algún otro en este planeta ayudándole...El emperador pensó durante algún tiempo, luego sacudió la cabeza.—Me parece que no recuerdo —suspiró con tristeza. Y tampoco pudo después de media hora más de concentración—. Lo siento, no puedo darles ningún informe, caballeros. Pero ustedes los conseguirán pronto, aunque confío en que no tenga razones para creer que no estamos deseosos de contribuir a la paz y al bienestar de la Federación.Había lágrimas en el rostro del almirante Hawarden quien impulsivamente se levantó estrechando la, mano del emperador.—Bienvenido a la razón, señor —dijo sinceramente.De regreso a la Base encontraron tres mensajes esperando, llegados mientras estuvieron fuera. El almirante entregó uno de ellos a Hanlon. Una intensa, felicidad y una sonrisa apareció en el rostro del joven.«Ven inmediatamente, con todo el personal. Felicidades. — Newton. »***Otro era de la Gran Flota, tratando de medidas de urgencia tomadas para la concentración y especificando la parte del sector de Simónides en que iban a poder llegar. Otro era del planetógrafo dando la situación de Algón, con nota de que finalmente lo habían encontrado en un mapa estelar y que habían enviado un navío explorador inmediatamente.Hanlon pulsó un botón.—Aléjense de Algón —gritó cuando apareció el rostro de un científico en la pantalla—. No envíen nada hasta recibir mi aviso. El anciano miró interrogativo al joven civil que le daba tales órdenes.—Yo no sé... —dijo.—Al habla Hawarden —el almirante apartó a Hanlon a un lado y miró hacia la pantalla con ojos llameantes—. ¡Es una orden! ¡Cúmplanla como se les ha dicho!Hanlon se volvió cansino hacia el almirante.—Estoy agotado, tengo sueño y no puedo más, señor. Creo que me iré a descansar un poco. Por la mañana volveré y comenzaremos a registrar los papeles de Bohr.—De acuerdo. Yo también me retiraré ahora. Daré un par de órdenes y me iré a casa.—¿Quiere que le proporcionemos cama aquí en la Base?—No, creo, que será mejor que me vaya al hotel. Debe usted saber que no he de mostrarme mucho por aquí... Podía ser reconocido por algún oficial terrestre. ¿Cuál será mi condición ante los pelotones que hagan el registro?—Especialista civil llamado por el Cuerpo —Hawarden estaba acostumbrado a decisiones rápidas—. Los usamos a menudo. Le firmaré un pase. Mejor que utilice un disfraz y un nombre diferente, ¡no le parece?Hanlon asintió.—Bigote postizo, lentes de contacto para cambiar el color de mis ojos. Y puedo llamarme Spencer Newton.Hawarden lo miró sorprendido.—Ha escogido usted pronto el nombre.El agente del S.S. le sonrió.—Es el que me dieron al nacer —y entonces el almirante se quedó realmente sorprendido, pero no hizo preguntas. Miró el pasaporte con aquel nombre.—¡Será mejor que venga directamente a su despacho particular —dijo.***Cuando se reunieron por la mañana Hawarden felicitó a Hanlon por su disfraz, luego informó rápidamente que ya tenía reunido al personal y que un grupo estaba trabajando en el palacio imperial y otro en la propia residencia del ex-primer ministro.—Bueno —Hanlon había descansado bien y tenía un aspecto muy natural—. Creo que yo comenzaré el caso de Bohr.Los dos oficiales dejaron la Base, y un coche los condujo a toda velocidad a la residencia: ministerial. Entraron y Hawarden abrió la marcha hasta llegar al despacho privado de Bohr.Pero precisamente cuando llegaron a la puerta y estaban a punto de entrar, Hanlon apartó con brusquedad al almirante y luego saltó cruzando la abertura. Hawarden se quedó confuso, pero Hanlon, que le miraba silencioso, le condujo a una salita de recepción adjunta.—Hay un hombre ahí dentro del que tendrá que desembarazarse antes de que pueda entrar yo —explicó en un rápido susurro—. El joven teniente llamado Dick Trewdridge. Me reconocería aun incluso con este disfraz. ¿Cómo es que está aquí en Simónides?—¿Trewdridge? ¡Oh, sí, le enviaron de la Tierra cuando pedí un experto en códigos!—¡Humm! Es verdad, Dick tenía, esa especialidad —Hanlon asintió—. Fue mi compañero de habitación durante toda mi estancia en la escuela de cadetes. —explicó—. Haría fracasar nuestros propósitos si me viese aquí.—Es nuestro único experto en códigos —exclamó el almirante Hawarden frunciendo el ceño—. Perdimos al anterior. Tenemos que utilizarlo por si sale algo cifrado.—Me doy cuenta pero, por favor, aléjelo de aquí ahora. Si conseguimos algo en clave se lo enviaremos a la Base.—De acuerdo, señor, inventaré una excusa.Cinco minutos más tarde Hawarden regresó.—Tiene el camino despejado, señor.Entraron, entonces Hanlon detuvo al almirante cogiéndole por el brazo.—Por favor, señor —su rostro llameaba, sus ojos parecían tristes, pero su voz parecía tranquila—. Por favor, no me llame «señor» todas las veces. Creo que mi posición de agente del S.S. requiera esa distinción, pero me pone nervioso. Un jovenzuelo como yo no está acostumbrado a, que le llamen «señor», y menos si es un jefe de la categoría de usted que ha trabajado casi medio siglo hasta conseguir el ascenso.El almirante Hawarden le sonrió de repente y abarcó a Hanlon con un gesto paternal.—Tienes razón, hijo, y estoy contigo, De ahora en adelante serás simplemente Newton. ¿Tienes algo que...? ¿Eres...?Hanlon asintió.—Sí, soy su hijo.Los ojos del almirante relucieron.Gran hombre tu padre, un tipo maravilloso. Uno de los mejores del Cuerpo.El joven se sintió henchido de orgullo.—Eso creo también, señor.Estuvieron trabajando cerca de un cuarto de hora, examinando todos los documentos del escritorio y los dos archivos, cuando otro teniente del Cuerpo entró, con la mano vendada.—¿Qué le ha ocurrido, Patrick? —le preguntó Hawarden sorprendido.—Bien, ese condenado tucán me picó y me han tenido que vendar la mano.—¿Qué tucán?—Uno que debe de haber sido el animal favorito de Bohr. Volaba por todo el cuarto cantando y maldiciendo. Cruzó hasta una esquina de la habitación, cuando gritó echó a volar, me picó en la mano y tuve que vérmelas muy negro para proteger mi rostro,Otro de los hombres habló.—Hemos tenido que ser tres personas reuniendo nuestros esfuerzos los que le capturamos y yo le quería retorcer el cuello, pero el capitán Banmster no me lo permitió. Así que lo metimos en su jaula y lo mandamos al zoo.Hanlon pareció muy interesado por aquello, pero una cosa le turbaba. Hizo una seña a Hawarden para que se retirara aparte con él y le preguntó en un susurro. —¿Qué es un tucán?—Un pájaro nativo de aquí muy parecido a los tucanes terrestres y a los loros, pero con un plumaje más hermoso y que puede hablar mejor que los loros y periquitos. Parece que tienen los de su raza bastante inteligencia.Hanlon notó que su instinto le daba un aviso.—Que lo traigan rápidamente.Turbado, pero sin hacer preguntas, el almirante se dirigió al visófono y marcó el numero del zoo.—El almirante Hawarden, procurador, Creo que el tucán del primer ministro acaba de seros entregado. Fue un error. Por favor, devuélvannoslo... Es importa, señor, no es necesario que busquen razones, limítense a devolverlo inmediatamente.Cerró el conmutador con impaciencia y miró al joven del S.S. con ojos maravillados. ¿Un tucán? ¿Para que diablos lo quería aquel individuo...? Era el hombre más sorprendente que había visto jamás. Pero seguramente alcanzaría el resultado que se propusiera. Se volvió hacia sus hombres.—¿Algo más? ¿Quiero decir si han encontrado documentos de interés?—Nada excepto los papeles rutinarios, señor —fue la respuesta general.—Sigan buscando. Recuerden, especialmente queremos cualquier mención de planetas cuyos nombres no reconozcan; algo sobre construcción de aeronaves, o sobre minería en otros astros.Hanlon entregó a Hawarden una nota y El almirante despachó a, un par de infantes da marina a la carrera. Media hora más tarde llegaba un camión y de él bajaron otro escritorio. Era el que estaba en la habitación de la taberna de «Baco».Hanlon en persona lo registró, pero sufrió un desencanto. No había ninguna cosa de las que buscaba en los cajones. Volvió patas arriba el escritorio, trató de localizar algún compartimiento secreto. No había ninguno y ordenó a los marinos que lo desmontaran en piezas. A un gesto del almirante desmantelaron la mesa.Pero fue completamente inútil.Hanlon se apartaba disgustado cuando un hombre vino del zoo con el enjaulado tucán. A la vista de la habitación familiar el pájaro comenzó a parlotear.—¡Eh, patrón! —llamó con una voz clara pero algo sibilante—. He vuelto a casa.Hanlon no tuvo dificultad en comprender las palabras habladas en el idioma de Simónides, claro, pero se preocupó de examinar la mente del ave. Se dirigió hacia el mensajero y extendió la mano,—Me hago cargo del pájaro.El empleado del zoo le miró incierto.—Es un animal maligno, señor —dijo—. Tenga cuidado..., ya ha herido a un hombre. Me han dicho que sólo el primer ministro podía tratar con él.—No se preocupe —dijo el almirante—. Gracias por traerlo. Eso es todo.Hanlon tomó la jaula dando al almirante una mirada significativa, salió de la habitación llevándose al pájaro.XXIII
En la habitación contigua George Hanlon se instaló en un confortable sillón, abrió luego la puerta de la jaula y el tucán salió revoloteando para posarse en el brazo del mueble. El joven encajó su mente todavía más en el cerebro del ave y comenzó a tantear. Con cuidado estudió cada línea y canal, olvidándose de cuanto le rodeaba y era extraño a su tarea.
Su primer examen le hizo emitir un leve sonido da sorpresa. Aquel pájaro tenía una verdadera mente, mucho más desarrollada que las que conocía de otros animales o aves, incluso más que las de los perros. Y podía leerlo todo, todo lo que impresionó el cerebro del tucán.Pero lo mejor era que el pajarraco poseía una mente pictórica —recordaba escenas tan bien como las palabras. La primera imagen que percibió fue la del ser que Hanlon había conocido con el nombre del jefe, más tarde como Su Alteza y por último como Gorth Bohr, con ligeras discrepancias debidas a la diferencia entre la capacidad de visión de las aves y el hombre.Como en un película tridimensional, Hanlon vio al ministro trabajando en su escritorio, paseando por la habitación, recibiendo llamadas y visitantes, jugando con el tucán, comiendo —y compartiendo su alimento con el ave— hablándole al pájaro de un modo confidencial como lo hubiera hecho a un ayuda de cámara de la máxima confianza.Durante una hora Hanlon permaneció allí sentado, con el pájaro en apariencia adormecido, posando en el brazo del sillón sin hacer el menor movimiento. Por último Hanlon se levantó y el tucán voló para posarse en su brazo extendido tal y como lo haría un adiestrado halcón. De aquella manera regresaron a la oficina principal donde los demás todavía trabajaban.Se quedaron sorprendidos al verles aparecer de aquella guisa, pero sólo el almirante Hawarden llegó muy cerca de sospechar la verdad de lo que pasaba. El recuerdo de las asombrosas acciones del pichón quizá le hicieron sospechar que el joven había estado leyendo los pensamientos del ave o cosa parecida e igualmente fantástica.Hanlon colocó al tucán en una esquina del gran escritorio, luego caminó hacia un armario sito en uno de los rincones. Mientras se acercaba el pájaro pareció recobrar la vida.—¡No es necesario mirar ahí! ¡No hay nada dentro! —se puso a gritar—. Nadie puede examinar el interior de ese armario ! ¡Avísame si lo intentan, tucán guapo!Se lanzó contra Hanlon, con el pico abierto y chillando de rabia. Pero la mente del hombre y su mano fueron más rápidas. Tomando posesión del cerebro del tucán, le obligó a callar y le cogió por el cuello, sujetándolo con suavidad, pero con fuerza bajo el brazo.—Abran ese armario y regístrenlo sin dejar nada —ordenó Hawarden.Varios miembros del Cuerpo se adelantaron a cumplir la orden y de nuevo el tucán comenzó a forcejear, pero Hanlon lo sujetaba con firmeza impidiéndole atacar, mientras reforzaba su control mental, que la potente sugestión que Gorth Bohr había impreso en la mentalidad del pájaro casi había hecho romper momentáneamente.A los pocos minutos el armario estaba abierto y mientras varios oficiales lo examinaban milímetro a milímetro con potentes linternas, otros estudiaban los papeles y documentos hallados en las estanterías. Había también una escalera de tres peldaños dentro del armario y uno de los miembros del cuerpo la utilizó para examinar el techo.Pero al momento en que comenzó a subir, la mente del pájaro dio a Hanlon una imagen clara del procedimiento que tantas veces había presenciado. Respingó y llamó al oficial.—¡Esa escalera! ¡No importa lo que contenga el armario en sí mismo o en los documentos que encerraba! ¡Traiga aquí esa escalera!El asombrado teniente bajó de un salto y llevó la escalerilla hasta donde Hanlon estaba con el tucán.—Desenrosque esa pata trasera izquierda..., me parece que por su mitad.El teniente puso patas arriba a la escalera y tras unos segundos de tanteo consiguió desprender la pata que poseía rosca contraria, es decir a la izquierda. Todos emitieron una exclamación de asombro.La pata estaba hueca y en su interior había cierto número de hojitas enrolladas de un papel muy fino y fuerte.—Yo me haré cargo he eso, teniente. Creo que, por una temporada por lo menos, no necesitaremos seguir registrando más. Puesto que la mayor parte de estos documentos que hemos encontrado tratan de materias puramente planetarias no debemos inmiscuirnos en su contenido, aunque quizás tengamos permiso para hacerlo. Regresemos a la Base, si esto no es lo que queremos siempre estaremos a tiempo de volver.Mientras los hombres salían en fila, Hawarden puso en funcionamiento el visófono y estableció comunicación con el oficial encargado del registro en el palacio imperial.—¿Encontró algo que pueda interesarnos, capitán? —preguntó.—Todavía no, señor.—Vuelvan a la Base, creo que nosotros hemos tenido más suerte.Desconectó y entregó los documentos a Hanlon que, entretanto, había vuelto a encerrar al pájaro en su jaula y estaba sentado tranquilamente. El rostro del joven mostró desencanto al echar un vistazo a los papeles.—¿Qué ocurre?—Están en clave —fue la rápida respuesta mientras Hanlon examinaba cada página de pasada—. En clave... o en el idioma natal de Bohr, que también puede ser.—¡Uf! Si es así estamos en la sopa. Mejor será recurrir a Trowbridge de todos modos, ¿no?—Sí, eso es lo único que podemos hacer por ahora —y al cabo de unos momentos Hanlon añadió—: Me parece que me quitaré de en medio por una temporada. Me vuelvo al hotel. Allí puede ponerse en contacto conmigo. Aún no me he recuperado de la paliza y necesito descanso.—¿Quiere que le vuelva a examinar un médico?—No, creo que no es necesario. Me dijeron que dentro de dos días me cambiarían los vendajes, así que iré al doctor mañana.—De acuerdo, Newton, Si algo ocurre, le avisaré.—Oh, le ruego que me haga saber lo de ese carguero. ¡Supongo que todavía no tendrá noticias.—Sólo que todavía sigue en el mismo sitio, mientras lo cargan. Los exploradores no le quitan la vista de encima, dispuestos a asaltarlo al menor signo de que intente despegar.—Avíseles que queremos que capturen a toda la tripulación y al pasaje.Comenzaron a salir, pero de súbito, el almirante Hawarden detuvo a Hanlon sujetándolo por el brazo.—Referente a ese asunto del tucán. No quiero forzarle a hablar, pero ¿cree que es prudente que advierta a los hombres que le han visto que guarden silencio?—¡Por la sombra de Snyder, sí! Estoy muy interesado en que todo el mundo olvide lo que me ha visto hacer. Sí, absolutamente sí, nadie debe comentar ni palabra. —Volvió a mirar al almirante con ojos plañideros—. Lo... lo siento, señor..., pero ya sé que usted es lo bastante inteligente para imaginarse el quid de la cuestión. Está bien, estrictamente confidencial, puedo leer parcialmente las mentes, en especial las de los animales y pájaros, que no son tan complejas como las humanas. Incluso soy capaz de controlar a las bestias hasta ciertos límites.El almirante asintió.—Una cosa así me había figurado dados los asombrosos actos de aquel pichón. Su secreto está seguro conmigo... y admito que no debe extenderse por ahí. Pero no me importa decirle que me alegro de que sea usted quien posee esa facultad y no yo —añadió medio riendo.—Es una carga —admitió Hanlon muy serio, luego se iluminó—, pero con toda seguridad que me salvó el pellejo cuando Bohr me tenía prisionero y estaba a punto de torturarme.El almirante le miró sorprendido, luego se estremeció.—¡Las abejas! ¡No había caído en ello...! —su voz se apagó y tras un breve segundo de duda salió, mientras Hanlon le seguía despacio.Una vez en la calle tomó un coche de superficie y dio orden de que le condujeran al hotel.***Sobre las cinco de la madrugada siguiente un leve sonido de alguien introduciendo una llave en la cerradura de su cuarto despertó a Hanlon. Su mano se deslizó debajo de la almohada asiendo con firmeza el estallador.Cuando vio que la puerta acababa de abrirse y una figura oscura se deslizó en el interior del cuarto, Hanlon se incorporó como una centella y encendió la luz de la cabecera.—¡Arriba las manos! —ordenó al hombre que estaba ocupado cerrando de espaldas al lecho.El desconocido obedeció y se volvió de cara poco a poco.—¡Papá! —exclamó Hanlon aliviado y. saltó de la cama —¿Cómo has venido tan pronto?Su padre se reunió con él a mitad del camino y dijo mientras le abrazaba:—Estaba en Estrella cuando se recibió tu llamada. Eso está a pocos años luz de aquí y me facilitaron una nave ultra-rápida —luego sonrió—. Me alegro de que hayas aprendido a tener los ojos abiertos, incluso cuando duermes.Hanlon comenzó a vestirse mientras hablaban. En rápidas frases le contó a su padre cuanto le había ocurrido desde el principio de la misión.—Buen trabajo, Spence —aplaudió su padre sonriendo otra vez al acabar el joven su relato— a pesar de que debiera reñirte por correr demasiados riesgos después de haberte advertido que, al principio, te tomaras las cosas con calma. Cuando desapareciste me preocupé un poco, hasta que Hooper nos informó que estabas sobre la pista. Pero en cuanto a tu trabajo —prosiguió al cabo de un instante— no creíamos que alcanzaras un resultado tan completo. Esperábamos que hallaras una buena pista o dos para que los demás nos pusiéramos a trabajar sobre ellas. Sin embargo, prácticamente nos los has entregado ya resuelto.—No, no, no —exclamó su hijo— falta mucho para dejarlo acabado. Tenemos que ir a Algón y apoderarnos de esas naves. Y si alguna de ellas o su mayoría están en condiciones de pelear, me parece que nos darán trabajo... si es que logramos vencer. Entonces, nos quedará aún el problema de averiguar de dónde vino Bohr y saber si ese planeta o sistema constituye una amenaza.—Claro, claro, me doy cuenta, hijo. Pero esos son casos incidentales. Pero tú nos has dado el «qué» y el «quién» que necesitábamos saber. Vaya, veo que ya estás vestido y yo tengo hambre. Vamos a desayunar.Mientras comían, su padre le preguntó varios detalles y Hanlon explicó el desarrollo sufrido por sus facultades mentales y cuánto le habían ayudado.—No puedo hacer mucho con los hombres, excepto leer sus pensamientos superficiales —comentó—. Pero con animales tengo más éxito. Puedo incluso ahondar en sus recuerdos y examinar su mente por completo y hasta ocuparla y controlar el animal enteramente. Pero con la gente no me da resultado... los seres humanos parece que poseen una especie de bloqueo o pantalla natural que no puedo franquear.El rostro de Newton estaba serio mientras sacudió la cabeza.—¡Y pensar que mi hijo puede hacer cosas así!—¿Cómo supones que he adquirido esas facultades, .papá?—No las has heredado de mí, eso te lo aseguro —su padre se sonrió pensativo—. Quizás a través de tu madre, de tu abuelo. Era un hombre singular. Solían llamarle «psíquico» a causa de ciertos locos «presentimientos»... por llamarlos de algún modo ya que carecemos de la palabra adecuada. A menudo parecía saber cosas que nadie podía imaginar como había aprendido. Por ejemplo, ahora que me acuerdo, solía tener buena mano con los animales también, aunque dudo que poseyera facultades como las tuyas.—Dijiste que probablemente desarrollaría otras habilidades mentales —sonrió Hanlon nervioso—, pero nunca me imaginé una cosa así.—Yo tampoco. ¡Es cosa de brujería!Casi habían acabado de comer cuando el camarero colocó sobre la mesa un visófono portátil.—Una llamada para usted, señor Hanlon —y enchufó el aparato en un tomacorrientes de pared.Hanlon tomo el conmutador y vio el rostro sonriente del almirante Hawarden en la pantalla.—Hace pocos minutos hemos capturado al carguero —informó—. Uno de nuestros hombres se mezcló con la tripulación cuando ésta embarcaba y estropeó el mecanismo de la escotilla para que no pudieran cerrarla. Los hemos arrestado a todos con sólo dos hombres nuestros heridos y cinco del enemigo. Ahora nos los traen a la Base.—Buen trabajo, señor. El almirante Newton está aquí conmigo... le veremos a usted en su ofi... espere, señor... Papá me dice que será mejor que venga usted al hotel. Habitación 946.Apenas habían regresado al cuarto de Hanlon cuando llamó el almirante Hawarden. El y Newton eran viejos amigos y se saludaron con sincera alegría.—Tú hijo es todo un hombre, Newt. El solo ha cumplido una difícil misión...—Sí, me siento muy orgulloso de él. Ha hecho un gran trabajo, especialmente siendo su primer servicio.—¿Tiene alguno de ustedes órdenes para mí con respecto a la operación? —preguntó Hawarden, pero mirando a Hanlon.—Pregúnteselo a mi padre...Pero su padre le interrumpió.—Esta es tu fiesta, hijo. Habla tú. Ahora ya no eres un jovenzuelo recién salido de la academia, sino miembro del Cuerpo Interestelar —añadió ceremoniosamente. Hanlon se ruborizó, pero había seguridad en su voz al responder, una seguridad que sólo las amargas experiencias que había pasado últimamente podían proporcionarle, madurándole de un modo definitivo.—Tenemos que ir a liberar Algón y capturar esos nuevos navíos de combate lo antes posible, claro. Pero al mismo tiempo tenemos que tratar de descubrir de qué planeta o sistema vino Bohr y dar los pasos necesarios para evitar que los de su raza puedan dañarnos. Eso significa que tendremos que hacer los máximos esfuerzos para detener a todas las personas que trabajaran con o para Bohr y en especial descubrir si tenía o no superiores.—De acuerdo. La flota deberá estar aquí dentro de dos días y entonces Ferguson querrá partir para Algón. Los otros asuntos dependen de muchas cosas que todavía no sabemos.—¿Ha descifrado ya Trowbridge esos documentos cifrados?—A primera hora de esta mañana ha informado que ha logrado dar con la clave, consiguiéndolo anoche tarde. He nombrado a varios hombres para que le ayuden y pronto los tendrán transcritos por completo. Hanlon se volvió hacia su padre.—¿Tus hombres están ya aquí?—Están viniendo a toda velocidad.—Será mejor examinar primero a los hombres del carguero y seguir investigando todas las pistas. Para conseguir información se les tendrá que librar de la hipnosis de Bohr. No obstante —hizo una pausa y su rostro reflejó la intensa meditación a que se hallaba sumido— me pregunto si hay alguien además de Bohr que sepa realmente lo que él planeaba. Comienzo a creer que era un lobo solitario.—Yo también he llegado a la misma conclusión —asintió el almirante Hawarden.Algo pasó por la mente de Hanlon.—El emperador —exclamó—. Quizá sea mejor que le hagamos otra visita. Apuesto a que su mente está más libre ahora de la sugestión y quizá pueda recordar otras cosas que Bohr le confió hipnotizándole para que guardara silencio.—Es una buena apuesta —asintió Hawarden—. Concertaré la audiencia.Dos horas después el emperador les recibía, y pronto los cuatro se encerraron en el despacho particular.—Caballeros, es una sensación extraña y fantasmal la que siento —dijo en cuanto le hubieron explicado lo que querían—. Es como si tratara de leer el pensamiento de otra persona. Me he dado cuenta de que la influencia de Bohr iba amainando y he tratado de ver qué más podía hallar en mí. —Permaneció silencioso algunos momentos, luego dijo lentamente con voz cantarina, como si leyera una página de papel impreso—: Sabía que estaba construyendo naves en Algón, pero no sabía que se tratara de naves de combate. El me dijo que eran un modelo con un sensacional sistema de propulsión descubierto por nuestros científicos.—Hay siempre esa posibilidad, claro —apuntó Newton.—¿Qué excusa le dio para justificar la construcción de esas naves en otro planeta distinto a éste? —preguntó Hawarden.El emperador frunció el entrecejo al concentrarse, luego sus rasgos tomaron un aspecto peculiar.—Es raro —dijo maravillado—. No puedo encontrar ningún recuerdo que haga referencia a una excusa de esas.—Algón tiene la mayor parte de los recursos naturales para la construcción de tales naves —rumió en voz alta Hanlon—. Hay allí minas, bosques, mano de obra esclava para disminuir los costos. Supervisaban los trabajos ingenieros, científicos y técnicos especiales en su mayoría.—No puedo encontrar en mi mente los nombres de algunos otros que pudieran estar en la conspiración con Bohr —respondió el emperador a otra pregunta—. Sólo me trajo a un hombre para que me viese, con la solicitud de que le concediera una condecoración. Me dijo que se trataba de un científico que había inventado un nuevo motor. Un tal profesor Panek, creo...—¿Panek? —le interrumpió Hanlon—. ¿Un hombre fornido, de rostro rudo, pelirrojo?—Sí, encaja en esa descripción.—¡Pero si Panek era sólo uno de sus pistoleros! —el joven agente del S.S. estaba perplejo—. Ni siquiera tenía seso suficiente para imaginar una excusa.—¿Qué es lo que se propondría Bohr al traer aquí á un hombre como ése? —preguntó Hawarden frunciendo el ceño.—Quizás era una añagaza para dejar desprevenido a Su Majestad —sugirió Newton.—O una maniobra para satisfacer la vanidad de Panek, para tenerlo más ligado a la persona de Bohr —dijo Hanlon—. Una cosa así habría encantado a Panek.—Tendremos que tratar de detener a ese hombre inmediatamente.—No es necesario, señor —explicó Hanlon—. Era uno de aquellos hombres que me estaban torturando y que murieron por las picaduras de las abejas...El emperador miró intrigado al joven y una sonrisa comprensiva despejó la mayor parte de la tensión de su rostro.—He oído hablar de ese incidente. ¿No es muy raro que usted no sufriera el menor daño de tan feroces insectos?Hanlon trató de aparentar la mayor inocencia.—Tenga en cuenta, señor, que yo estaba sentado inmóvil, maniatado y debe usted recordar que ellos se movían y trataban de luchar contra las abejas...El emperador le guiñó el ojo y Hanlon tanteando su mente recibió una clara impresión de amistad, mientras que sus pensamientos superficiales decían: «No te lo preguntaré, pero daría cualquier cosa por saber lo que ocurrió allí en realidad... y cómo».—El Cuerpo le da las más expresivas gracias, Majestad —el almirante Hawarden se levantó para marcharse y Newton y Hanlon hicieron lo mismo, luego añadió—: Le tendremos bien informado del curso de los acontecimientos.Y los tres salieron del despacho, inclinándose con respeto.XXIV
La Gran Flota se había reunido rápidamente en la región cercana a Simónides fuera del ángulo visual y lejos de las zonas ocupadas por las líneas de pasajeros y de carga. La movilización era completa. El almirante Newton y el teniente mayor Hanlon fueron invitados para viajar en el «Sirio», nave insignia del gran almirante Ferguson, y estaban satisfechos por gozar de tal privilegio. Usaban uniformes de acuerdo con su rango, pero estaban instalados de un modo que ninguna amistad ocasional pudiese reconocerlos, a pesar de que a bordo no iban otros terrestres.
Tras severas órdenes y estricta información, la Flota partió para Algón. Primero despegó una gran pantalla de exploradores, desperdigándose en todas direcciones partiendo de un centro común, los pequeños navíos del espacio dominaban también los flancos y gracias a su gran velocidad formaron una especie de continuo círculo para asegurar el resto de la formación. Después todas las naves igualaron la velocidad. Cuando llegasen a Algón englobarían completamente al planeta colocándose más allá del rango de detección.Los cruceros ligeros, en una formación parecida, formaban la segunda fila. Una vez llegasen a Algón entrarían por dentro del círculo de exploradores para acercarse a la superficie del planeta. Luego los cruceros pesados y los acorazados descenderían en una formación de tres masas, cada una de ellas dirigida a uno de los tres campos de aterrizaje.—Si alguno de los navíos que construyen allí está en condiciones de atacar, si tienen armas instaladas y tripulaciones —fueron las órdenes del gran almirante Ferguson—, derríbenlos sin miramiento. De no ser así, preferimos coger esas naves intactas.George Hanlon estaba encantado con la emoción de lo que se presentía aunque no podía tener un resto de miedo. Nunca había entrado en fuego y sabía únicamente, por lo que lo contaron, lo que significaba estar en una nave que podía ser destruida en cualquier instante sin permitirle la menor oportunidad de escape.En la guerra espacial no había supervivientes. El que ganaba, vivía... el que perdía era desintegrado por completo.Pero ahora no duraría mucho, los exploradores estaban ya estableciendo su vuelo fuera del campo de detección.—No hay signos de haber sido descubiertos todavía —informaron.Luego los cruceros ligeros comenzaron a deslizarse a través de exploradores para ocupar sus posiciones. De repente, un número considerable de rayos de energía partió hacia ellos desde abajo y las pantallas de los cruceros señalaron con brillantes destellos flamígeros al chocar contra los poderosos rayos.—¡Que los cruceros y los exploradores no corran riesgos inútiles! —gritó el gran almirante Ferguson por el micrófono—. ¡Si esos rayos son demasiado calientes, que retrocedan de prisa! ¡Cruceros pesados y acorazados, adelante!Inmediatamente Hanlon ordenó el crecimiento de la aceleración mientras la gran nave caía como un plomo hacia el planeta. En la plataforma él y su padre cayeron por los suelos, se levantaron, se sujetaron con fuerza a los asientos y vieron los mantos de luz azul que identificaban a los exploradores más próximos y un momento más tarde los resplandores verdes de los cruceros ligeros.Un cambio de color a un extremo de su pantalla le llamó la atención y vio cómo una de las naves más cercanas a su derecha empezaba a relucir mientras caía enfocada de lleno en un rayo que procedente de la superficie del planeta parecía quemarlo todo, tratando de entrar, intentando desintegrar a la gran espacio-nave. Corrientes de rayos chocaron y volvieron a chocar en sus pantallas, que comenzaron a dar cada vez más luz espectral de mayor potencia, producida por el reflejo de los rayos enemigos. El aire en el «Sirio» comenzó a calentarse, su padre respondió a su mirada inquisitiva.—Nos atacan también, y eso es lo que nos calienta. Espero que nuestras pantallas aguanten —y sonrió un poco preocupado.—Y que lo digas —un estremecimiento de temor se apoderó del joven y pudo darse cuenta de que temblaba. Su padre le pasó un brazo protector por encima de los hombros.—Nuestras primeras batallas son siempre las peores —dijo con llaneza y Hanlon se calmó al instante.Dirigió toda su atención de nuevo a la pantalla. La nave vecina se esforzaba por escapar, sabiendo que no podría soportar mucho más aquel calor.—¿Qué le pasa a aquel piloto? —gritó Hanlon—. ¿Por qué no aumenta la velocidad y escapa?—Parece que hay algo que le sujeta —la ansiosa voz de su padre sonaba tensa—. ¿Es que tienen alguna, especie de rayo tractor estos enemigos?—¿Rayos tractores? —Hanlon levantó la vista sorprendido—. He vivido cerca de ellos, pero creí que era imposible.—Imposibles para nosotros que no los hemos conseguido todavía —dijo Newton distraído—. Pero en teoría se pueden lograr.Cada rayo procedente de las naves del Cuerpo perforaba el espacio en dirección al planeta. De repente aparecieron otras naves y el joven se dio cuenta de que los cruceros ligeros bajaban a ayudar con su poder a los acorazados y a las demás naves de combate.Cuatro de los cruceros ligeros maniobraron con velocidad por debajo de la nave cercana a «Sirio», uno tras otro y al instante de alinearse la gran nave se vio libre, mientras las otras caían hacia abajo, alejándose de aquel rayo tractor o lo que fuere.Parecieron pasar horas, tantas que los ojos de Hanlon le dolían al intentar ver lo que ocurría. Habían disminuido la marcha, su sentido de hombre espacial se lo advertía, y ahora le era posible ver que estaban dentro de la atmósfera, no a mucha altura del suelo. Divisó los enormes y macizos mecanismos productores de los rayos mortales.Los guddu con su falta de conocimiento de los artificios mecánicos, no habían informado de aquello a Hanlon, por tanto le fue imposible avisar al almirante Ferguson del peligro que corrían, ya que de haberlo hecho el ataque hubiera sido dirigido de un modo distinto.—El Sector Dos en nuestras manos —se oyó por el altavoz—. Sin pérdidas totales. Un cierto número de exploradores enemigos ha logrado escapar... Son mucho más rápidos que los nuestros.Un grito partió al unísono de cada garganta en la torre de control.El Sector Dos, sabía Hanlon, era el espacio-fuerte en donde construían los exploradores y cruceros ligeros.—Probablemente no han armado este campo tanto como los demás —dijo a su padre.Newton asintió, luego los dos se dirigieron hacia el puesto de mando del gran almirante y miraron en la enorme fila de pantallas.Ahora pudo ver Hanlon con claridad y del primer vistazo supo que ninguno de los nuevos ingenios enemigos de allá abajo luchaba... Sólo las baterías del suelo que circundaban el espacio-puerto. Pudo advertir que la mayor parte de éstas ahora estaban fuera de acción, destruidas por las naves federales. Las demás estaban sufriendo un bombardeo terrible, no sólo por los rayos de las espacio-naves, sino también por las bombas y proyectiles teledirigidos.Por el aspecto de las baterías destruidas, Hanlon dedujo que las bombas explosivas habían sido seguidas por las termo-nucleares para completar la destrucción.—¿Hemos perdido muchas naves? —preguntó Newton.—En total no —la voz de Ferguson pareció satisfecha—, a excepción de un crucero ligero. Los hemos cogido desprevenidos. Si no pueden alinear más fuerzas, dentro de un par de minutos todo habrá terminado. «¡Un par de minutos!» Hanlon se quedó sorprendido. Miró su cronómetro y su sorpresa creció. Le había parecido que aquella batalla había durado horas, pero en realidad había durado menos de diez minutos. Era increíble, pero se acordó en seguida de lo que había aprendido en la escuela y de los conocimientos obtenidos acerca de aquellas fuerzas terribles que entraron en combate. Lo maravilloso le pareció ahora que hubiese durado tanto.—¡El almirante Houghton informa! —se oyó por el altavoz—. Ocupado Sector Tres. Dos de nuestros cruceros desintegrados y un acorazado con averías. Otro acorazado enemigo trató de oponérsenos y lo tuvimos que destruir. Creo que han conseguido algo asombroso, señor, será preciso que lo estudiemos con detenimiento una vez nos hayamos apoderado del resto.Otro grito de triunfo salió de las gargantas de los hombres del Cuerpo y Hanlon sintió un escalofrío de orgullo por la parte que le había correspondido en el servicio.Un momento después el almirante Ferguson llamó por su micrófono.— ¡Alto el fuego, pero continúen vigilando con atención! «Orion» y «Athenia», envíen abajo especialistas en los transportadores auxiliares. Allí nos encontraremos.El aterrizaje se completó sin más actividad, enemiga, Ferguson, cierto número de especialistas; Newton y Hanlon, algunos técnicos y una compañía de infantería de marina de combate, desembarcaron y caminaron hacia la parte más segura del aún humeante espacio-puerto.Tras un cuidadoso examen de los navíos que estaban allí alineados, los técnicos comenzaron a informar uno tras otro diciendo que ninguno de aquellos navíos parcialmente en construcción parecía excesivamente dañado.—Gracias al cielo que construyesen esas baterías terrestres bien alejadas del espacio-puerto, aun corroborándolo —dijo Ferguson a Newton y a Hanlon. Enviaremos pelotones allí en seguida y tripulaciones para completar esas naves.George Hanlon, tras un rápido vistazo a los daños hechos, envió su mente a lo lejos, tratando de entrar en comunicación telepática con alguno de los nativos, pero sin conseguirlo. ¿Los habían matado a todos? Aquellos del espacio-puerto probablemente sí, tuvo que admitir con tristeza. El calor terrible los habría hecho arder. ¿Pero y los demás? ¿Por qué no podía entrar en contacto con ellos?—Perdóneme, señor —dijo dirigiéndose al gran almirante—. ¿Qué ha ocurrido con las minas y fábricas?—Todo está bajo control sin ninguna dificultad, a excepción de unas pocas bajas individuales. Los cruceros ligeros y los exploradores se han cuidado de eso mientras se libraba la batalla principal.—Me gustaría que un crucero pequeño me llevase a la mina en donde trabajé —pidió Hanlon e inmediatamente el almirante dio las instrucciones para que se cumpliera el deseo del joven.—¿Quieres venir conmigo, papá? —preguntó a su padre.Los dos almirantes intercambiaron miradas y Ferguson asintió.—Vete delante si quieres. Por ahora no te necesitamos aquí.En la escotilla del crucero Hanlon se quitó el disfraz y apareció con su aspecto algoniano y vestido con ropas civiles traídas por él con aquel propósito. Y así descendio en el pequeño pero familiar espacio-puerto.Su padre se quedó muy interesado por aquella jungla semiviva a través de la que caminaron en dirección a la mina.—Jamás he visto cosa así —comentó confuso—. ¿Tienen consciencia estos árboles y arbustos también?—Muy poca —le dijo su hijo—. Los guddu les llaman sus «primitos» y creo que pueden llegar a comunicarse limitadamente, aunque yo no lo logré.Cuando salieron de la jungla vieron una doble fila de infantes de marina de guardia. Se les permitió atravesar las líneas y entraron en el despacho. Detrás de su escritorio con la cara mortalmente pálida, estaba Peter Philander y esparcidos por la habitación los ingenieros, guardias y demás trabajadores.—¡Hola, señor Philander! —exclamó Hanlon animoso y al sonido de aquella voz recordada la cabeza del superintendente y las de los demás, se levantaron.—¡Usted! —había incredulidad en la voz del superintendente.—Sí, soy yo —le sonrió Hanlon—. Me alegro de que no les haya ocurrido nada a ninguno de ustedes.—¡Hummmm! —gruñó Philander con acento de vencido—. ¿Qué diferencia hay entre que le maten limpiamente a uno en una pelea o que se muera en una cárcel al cabo de unos cuantos años de vida... o que lo fusilen ante el paredón.—Usted no sufrirá ni de una cosa ni de otra —dijo Hanlon con tranquilidad, recordando la fuerza que tenía como miembro del Servicio Secreto—. Naturalmente que habrá un juicio, pero sé que usted, por lo menos, y los demás, están limpios de toda culpa...—Es un jefe, ¿verdad? —preguntó uno de los guardas con truculencia—. ¿Por qué no nos libera entonces desde ahora?—Ninguno de ustedes sufrirá ningún daño por causa de la parte que hayan tenido en el complot de Su Alteza Gorth Bohr. Todo está arreglado. Sabemos que todos ustedes eran simplemente herramientas, gente sin importancia. Lo que sí se les juzgará será por sus actos con respecto a los «verdosos». Si se demuestra brutalidad en contra de ellos, serán ustedes condenados sólo por eso —se volvió hacia Philander—. ¿Se encuentran bien los nativos?El hombre levantó la vista con cierta desesperanza incapaz de creer la afirmación de Hanlon.—¿Cómo voy a saberlo? —parecía desanimado—. Cuando el Cuerpo nos capturó, nos arrancaron de nuestros lugares de trabajo y, por lo que he podido ver, los «verdosos» escaparon. Probablemente han vuelto todos a los bosques.Hanlon miró a su padre.—Me voy a buscarlos. Tengo un presentimiento... —y salió sin decir más.Se quedó gratamente sorprendido al ver a los nativos sentados o de pie tranquilamente dentro de la empalizada. Algunos comiendo del fertilizante que les habían seguido proporcionando, otros esperando simplemente mientras descansaban.Las puertas, claro, estaban abiertas por completo, así que Hanlon pudo caminar rápidamente hacia el cobertizo ocupado por su cuadrilla y entrar sin ninguna traba. Mientras esperaba a que sus ojos se acostumbrasen a la oscuridad vio que una figura se abalanzaba sobre él. Pero al retroceder temeroso de que fuese un ataque, se dio cuenta de que era Geck.—¡Has vuelto, has vuelto! —el nativo balbucía telepáticamente en un exceso de alegría—. Cuando vinieron los nuevos humanos y tomaron prisioneros a los viejos, yo me dije que era cosa tuya. Yo sabía que volverías. Yo se lo dije a los demás guddus que esperasen tu llegada aquí.—¿Qué hay de aquellos que estaban cerca de los lugares en donde construían las naves? —preguntó Hanlon ansioso utilizando también la telepatía. Traté de entrar en contacto con ellos pero no pude.—La mayoría murieron, pero no obstante muchos consiguieron escapar a los bosques cuando se iniciaron los grandes fuegos que destruyen —fue la triste respuesta.Hanlon se quedó silencioso un momento, luego volvió a telepatizar.—No hay necesidad de que vosotros os quedéis aquí más tiempo. Di a vuestra gente que pueden volver a los bosques, porque son libres.Geck se volvió a los otros nativos que se habían apiñado y Hanlon pudo advertir cómo hablaban rápidamente con aquella boquita triangular de aspecto tan cómico. Pronto su mente se vio sofocada con una tremenda oleada de alegría y éxtasis y todos comenzaron a marcharse. Hanlon pudo verles hablar con los nativos de los cobertizos y al cabo de un momento todos los «verdosos», a excepción de Geck, corrían felices hasta los bosques próximos. Hanlon se volvió hacia Geck.—Me gustaría que te quedases conmigo o donde yo pudiese hablar contigo algún tiempo. En cuanto tengamos todas las cosas acabadas, podremos concretar un acuerdo para ayudaros en lo posible.—Yo me quedaré con mi amigo An-yon —dijo Geck con sencillez y Hanlon se alegró y se sintió orgulloso de aquella amistad que le profesaba tan extraño ser.Caminaron de regreso a la oficina de la mina y allí Hanlon dijo a su padre lo que había hecho con los nativos.El almirante Newton estaba muy interesado y estudió con detenimiento la extraña y fantasmal apariencia de Geck. Era la primera vez que veía una de aquellas criaturas vegetales. «Árboles animados», les había llamado Hanlon por primera vez; a pesar de que ahora le eran muy familiares y les conocía tan bien que ya pensaba en ellos como en un «pueblo».El joven miembro del Servicio Secreto explicó a su padre lo del transformador de frecuencia que había construido, pero que desmontó antes de partir de Algón. Sugirió que se enviaran allí especialistas para ver lo que podía hacerse para enseñar a los nativos cualquiera de las cosas que quisieran saber.—Pero que no se fuerce a los guddus a adoptar una civilización moderna —suplicó—. Dejémoslos crecer a su modo, y hagamos que el progreso venga a ellos de un modo natural.—Claro —asintió su padre con rapidez—. Ese es el modo que tenemos siempre de trabajar con los primitivos. Les hablamos y les mostramos lo que tenemos, después les damos lo que nos piden específicamente, o lo que creemos que deben tomar o no. No te preocupes, tus amigos quedarán en buenas manos. Pero —hubo una luz peculiar en sus ojos—, estoy seguro de que te gustará presenciar la autopsia de uno de ellos. Un cerebro vegetal...—Sí, es muy interesante —admito Hanlon—, pero me repugna el pensar en ver un cadáver de uno de mis amigos—. Se volvió hacia Geck y le explicó telepáticamente lo hablado lo mejor que pudo.—Tú quédate aquí con nosotros —pidió el guddu con esperanza.—Lo siento, pero tengo otro trabajo que hacer —y entonces, al ver cómo su amigo mostraba desolación, se apresuró añadir—: Tengo que ayudar a otros pueblos esclavos de otros mundos.—Entonces no trataremos de retenerte. Pero esperamos que vengas a vernos muchas veces.—Lo haré, Geck, amigo mío. Lo haré a cada oportunidad qué se me presente.XXV
Se nos presenta un problema aquí —dijo el almirante Newton mientras seguían a la infantería de marina que llevaba a los empleados de la mina al crucero que los conduciría a Simónides para ser juzgados.
—Lo sé —respondió Hanlon pensativo—. Los guddu están demasiado altos en la escala para colonizar el planeta y demasiado bajos en la actualidad para ser admitidos en la Federación como miembros reales. No obstante poseen una inmensa riqueza y recursos naturales que la Federación podría utilizar, pero algo se tendrá que hacer para protegerlos de ladrones y demás que puedan intenta esclavizarlos de nuevo.—Eso no se consentirá nunca. Tendremos que hacer una especie de tratado con los nativos, estableciendo probablemente una base aquí, y quizá concertar algunos convenios para industrializar sus minas, si es que podernos darles algo en pago. Me parece que lo mejor será tenerte disponible para que encabeces la comisión que venga a negociar el tratado.—Bien, gracias por eso, papá. Cuando se les conoce se da uno cuenta de que son buena gente. De ordinario viven como criaturas hijas de la Naturaleza, sin necesitar casas, herramientas ni nada. Se nutren de los elementos del suelo, por tanto no hay problema alimenticio. Les dimos nitratos pero porque habían agotado los elementos nutritivos del suelo de sus cobertizos-prisión. En los bosques no los necesitan. Oh, bueno, cuando enviemos aquí técnicos, con transformadores de frecuencia, sabremos qué es lo que se puede hacer en favor de los nativos.—Me voy a reintegrar a la flota ahora —dijo su padre—. Supongo que querrás volver a Simónides para manejar los detalles de los juicios a esos hombres. A propósito, ¿qué hay de ese... Philander, dijiste que se llamaba? ¿Por qué no crees que será necesario castigarle?—Mira, con un buen tratamiento psiquiátrico estoy seguro de que podrá verse libre de su complejo de inferioridad y entonces podrá sernos útil a nosotros o a quien le dé trabajo —un súbito brillo animó sus ojos—. Por ejemplo, si concertamos ese tratado con los guddu, él, bajo la dirección del Cuerpo, podría ser el encargado aquí.—Bueno, ya lo estudiaremos más adelante. Y, Spence, ¿me acordé de decirte que estoy muy orgulloso de ti?Hanlon abrazó a su padre.—Gracias, papá. Espero que lo estés siempre. ¿Crees que el comandante del crucero me dejará hacer el viaje con ellos?Newton sonrió divertido.—No «te dejará», hijo. Sólo tienes que decirle que irás a bordo. El almirante Ferguson te ha asignado esa nave para tu servicio.—Sigo creyendo que soy demasiado crío para tanta responsabilidad —contestó Hanlon con una sonrisa de embarazo.—Deja de querer inspirar lástima —le respondió su padre con un guiño.—Está bien, entonces. Felices vuelos, padre... te veré pronto en Simo.—Sí, probablemente llegaré un par de días después que tú. Felices vuelos.***Una vez estuvo el crucero en el espacio y desapareció la presión de la aceleración, Hanlon ordenó a los guardias que trajesen a Philander a su camarote. Cuando lo hubieron hecho, los despidió diciendo que se hacía responsable de la seguridad del prisionero.—Siéntese, señor —dijo Hanlon con amabilidad al asombrado ex-superintendente.—¿A qué viene todo esto, Hanlon? —preguntó turbado Philander—. ¿Quién es usted?—Me ordenaron descubrir qué es lo que se centraba en Simónides amenazando la paz de la Federación. Una pista me condujo a Algón.—¿Entonces me utilizó a mí como instrumento para alcanzar el éxito en sus planes, verdad? —el tono era amargo.—Por favor, señor Philander, no me juzgue mal hasta que lo sepa todo. Primero, déjeme preguntarle, ¿sabía quién era en realidad «Su Alteza»?El ingeniero de minas se encogió de hombros.—Si probablemente lo sabe ya, ¿por qué me lo pregunta? El Primer Ministro de Simónides, claro... pero, un momento... ¿dijo usted «era»?—Ha muerto ya, por eso dije «era». ¿Sabía que no era un ser humano, sino un ser de otro...?—¿Que no era humano? ¡Usted está loco! Era tan humano como nosotros.—Si así lo desea, cuando tomemos tierra le mostraré una radiografía completa de él. Estaba planeando la conquista de nuestra Federación y de la Galaxia. Los peritos del Cuerpo todavía están trabajando para descubrir los detalles de su plan, pero ya sabemos mucho. ¿Estaba enterado usted de que en Algón se construían naves de combate?— ¿Naves? ¿En Algón? —las sorpresas se sucedían demasiado de prisa para que Philander las asimilara.—Sí. ¿Es que acaso creía que la mina era lo único que se explotaba allí? Conocemos nueve minas de una clase u otra, cierto número de factorías, fundiciones y tres enormes espacio-puertos con astilleros incluidos. En la actualidad, todo está en poder del Cuerpo.Philander sacudió la cabeza estupefacto.—No le voy a llamar embustero, señor, pero es duro de creer. Sabía que había minas, pero no tantas y desconocía la existencia de todo lo demás.—Pues todo es cierto. Y yo sigo siendo «George» a secas para usted, así que no me llame más «señor», amigo mío.Aquello era ya demasiado para Philander.—¡Cielos, cómo he destrozado mi vida! —gimió.Hanlon sintió infinita lástima y simpatía hacia él, pero en cierto modo se alegraba de verlo de aquel humor. Eso facilitaría lo que se proponía hacer. Se levantó, se sentó en el brazo del sillón de Philander y le rodeó los hombros con su brazo. Con suavidad le rozó la terrible cicatriz del rostro.—¿Cuándo y cómo se hizo esto?Philander se apartó bruscamente, pero la historia atravesó la superficie de su mente y Hanlon pudo leerla.Cuando él (Philander) tenía unos ocho años, jugando con una pandilla de chicos en un viejo edificio en ruinas, sin saber cómo arrancó uno de los puntales que mantenían en pie los muros; se produjo un derrumbamiento, tres de los niños quedaron lastimados, Philander se causó aquella cicatriz y su hermano murió.—¡Y todo ese tiempo usted se ha considerado culpable del accidente que le costó la vida a su hermano! —exclamó Hanlon—. En cuanto tornemos tierra haré que el mejor cirujano plástico le quite esa cicatriz, así no le servirá de perenne recordatorio. Luego un eminente psiquiatra le hará seguir un tratamiento que tranquilizará su conciencia. Después quedará en condiciones de ocupar su puesto en la sociedad como ciudadano muy valioso.—Se olvida de lo que me ocurrirá por haber tomado parte en el complot —Philander seguía amargado y sin convencerse.—Nada le va a ocurrir... usted no es culpable de ningún delito excepto de haber sido hipnotizado por una mentalidad extra-humana —dijo Hanlon en tono convincente—. Yo en persona me encargaré de que así sea.Philander levantó la vista sorprendido.—¿Quiere decir que... un joven como usted... puede decir que...?—No con exactitud —le interrumpió Hanlon con una sonrisa—. Pero esta misión me la confiaron a mí y mis recomendaciones serán atendidas. Lo principal es ¿acepta el plan que le he sugerido?Philander permaneció sentado largos y pensativos minutos, luego le miró con ojos suplicantes.—¡Si al menos pudiera realizarse!***Cuando el crucero llegó a Simónides y Hanlon vio a los otros trabajadores de la mina sanos y salvos en la prisión del Cuerpo en la Base y a Philander instalado en la habitación contigua a la suya del hotel, visitó al almirante Hawarden.—Felicidades por el éxito de la expedición, que me parece fue un verdadero éxito —le dijo el alto jefe del Cuerpo.—Sí, ya tenemos otro cabo controlado. ¿Qué hay de las notas de Bohr?—Anoche acabaron de transcribirlas. Tenemos una lista completa de cuantos sabían cosas de importancia relacionadas con la conspiración y los agentes del S.S. los han detenido ya a todos.—Buen trabajo.—Fue usted quien hizo el buen trabajo, señor. Le felicito de nuevo.—Gracias, almirante Hawarden. Ahora tengo mi tiempo lleno preparando mi informe al Consejo.—Si puedo ayudarle en algo no tiene más que pedírmelo. Si no fuera secreto le ofrecería mi secretaría confidencial para que se lo dictara.—Gracias. Sería una buena ayuda, pero es imposible, pese a ser muy guapa.—¿Cómo sabe que es guapa?—Incluso un pichón; es capaz de admirar un rostro bonito y un cuerpo bien formado —dijo Hanlon desde la puerta.Al día siguiente el joven agente estaba casi finalizando su informe cuando el almirante Newton entró en su cuarto del hotel.—¡Cielos, papá, esta vez me alegro particularmente de verte! —exclamó Hanlon contento—. Necesito que repases este informe.—¡Veamos que es lo que has hecho —Newton se instaló en el sillón para estudiar el informe, mientras jugueteaba impaciente por la habitación.—Un informe muy claro, conciso y completo, Spence —alabó Newton al finalizar la lectura.—¿Dónde he de enviarlo y a quién he de dirigirlo?Su padre le miró inquisitivo.—¿Te has olvidado de que existe una caja postal especial para los miembros del S.S.?El joven le miró atónito.—¿Quieres decir que una cosa como ésta se echa allí dentro sin más ni más?Newton asintió.—Sin embargo, puesto que en este caso hubiera sido yo quien lo recogiera, me lo llevaré a la Base y lo remitiré al Consejo. En lo futuro, los demás informes como éste deberán ir en un sobre dirigido a «Consejo Federado - Informe especial».Un par de horas más tarde el almirante Hawarden llamó a Hanlon al hotel donde el joven acababa de ajustar los últimos detalles para la operación y tratamiento de Philander.—Su padre y yo queremos que venga a la Base en seguida, señor.Cuando llegó al despacho particular de Hawarden, el almirante le entregó un par de barras plateadas.—Son suyas, «Capitán» Hanlon.El joven le miró sorprendido.—Se te dijo que en el S.S. los ascensos son rápidos... si se merecen —le dijo su padre riendo—. El Consejo está satisfecho con tu informe y ha decretado tu ascenso.Hanlon miró las dos insignias y las acarició con ternura.—Echas de menos el uniforme, ¿verdad, Spence? —preguntó su padre con simpatía.Hanlon tragó saliva y asintió en silencio con las lágrimas asomando a sus ojos.—¿Lamentas la decisión que tomaste y que te obligó a renunciar a todo?Hubo un largo y tenso momento de silencio, luego, Hanlon echó atrás la cabeza en un gesto de orgullo.—No, papá. Me alegro de veras de haberlo hecho. Ser capaz de liberar de la esclavitud a esos pobres guddu y salvar a la Federación de tan horrible complot... compensa del pequeño sufrimiento que el aceptar me ocasionó. Pero... —su sonrisa se hizo patética—, echo de menos el uniforme. Estaba muy orgulloso llevándolo.Una pausa, después habló Hawarden.—Aquí están las transcripciones de las notas de Bohr —y al instante los dos miembros del S.S. se enfrascaron en el estudio de los papeles. Cuando algún tiempo después hubieron acabado, estuvieron de acuerdo de que era un plan muy comprensible.—¿Pero se han dado cuenta ustedes de que no dice nunca la parte que su planeta o sistema iba a representar en la conquista? —observó Hanlon con los ojos nublados.—Sí, me he fijado —dijeron los otros dos a coro y Newton añadió—: Por lo que se ve aquí, uno casi podría asegurar que Bohr obraba por cuenta propia.—Es cierto —corroboró sentencioso Hawarden— y si lo es ninguno de los hombres que tenemos detenidos importa nada... muy bien podríamos ponerlos en libertad.—Eso mismo opino yo —asintió Newton—, si podemos demostrar que Bohr controlaba solo la situación.—Por lo poco que le conocí —dijo Hanlon tras reflexionar un momento—, diría que ese ser era capaz de intentarlo. Hay que reconocer que tenía «ansias de poder». Y no era tonto... su inteligencia era muy aguda. Pero tras sus suaves maneras y porte externo era frío. No era capaz de sentir la menor compasión, piedad o cualquier sentimiento de justicia. No le importaba qué o quién podría salir perjudicado mientras consiguiera lo que quería. Dudo que llegase jamás a poseer un amigo o alguien en quien confiarse sin reparos.—Excepto aquel pájaro de que me hablaste... —empezó su padre a decir en tono distraído, cuando Hanlon le interrumpió con una exclamación.—¡Eh, eso es! —se puso en pie de un salto, corrió al visófono y marcó el número del zoo. Cuando apareció la imagen del encargado le ordenó—: ¡Traigan a la Base aquel tucán de Bohr!—¿Otra vez? —exclamó indignado el aludido.—Lo siento, señor, pero probablemente lo necesitaremos por última vez. Tenga la bondad de hacer que lo traigan inmediatamente.—¿A qué viene tanta excitación? —preguntó curioso Newton.—Tu observación me recordó algo que vi muy débil en la mente del bicho y que no exploré entonces. —Y mientras esperaban la llegada del pájaro, Hanlon preguntó—: ¿Qué se sabe de las nuevas naves? desentrañaron ya los peritos todos sus secretos?—No por completo. Los cascos son iguales a los de las naves Snyder, sólo que más grandes. Pero hay un sistema de propulsión radicalmente distinto que aún están estudiando. Y para colmo, tenían rayos tractores.En cuanto el mensajero hubo entregado el tucán, Hanlon lo sacó de la jaula y lo hizo posarse en el brazo de su sillón. Luego permaneció allí casi una hora, inmóvil, torpe y ciego a lo que le rodeaba, enfrascado en el examen de cada ganglio y .circunvalación de la mente aviar.—¡Ya lo tengo! —gritó por último y el ave, libre del control, voló por la estancia tratando de escapar.—¿Qué es lo que ha averiguado? —los almirantes estaban tan excitados como él.—No tenemos nada qué temer. Bohr trabajaba solo por completo. La gente de su sistema planetario, Canopus, está tan adelantada que viven sobre bases cooperativas absolutas, cada individuo trabaja instintivamente por el bien común de los demás. Bohr era un atavismo, le pillaron tratando de conseguir el Gobierno y lo desterraron. Se vino aquí, porque su mentalidad inquieta y salvaje le impulsaba a dominar a los demás y no podría descansar hasta que fuera el dictador absoluto de algún mundo o sistema... cuanto más grande mejor, según su punto de vista.— ¡Y ha sacado usted todo eso de un pájaro? —preguntó incrédulo Hawarden.—Sí. Mi padre tenía razón cuando dijo que Bohr no tenía ningún amigo a excepción del tucán. Creo que por eso me tomó simpatía... quizás imaginó que podría ser el camarada anhelado. Todos los hombres necesitan algunas veces hablar con alguien, por eso Bohr eligió al tucán, que en realidad es muy inteligente para poder hablar con él. El pájaro no lo «recuerda» todo, como es natural, pero lo tenía bien grabado en su cerebro.—Entonces, eso significa —dijo Newton satisfecho—, que no tenemos que preocuparnos de una guerra con otro sistema o galaxia.—Sí, y es un gran alivio —añadió Hawarden—. Incluso un hombre o entidad como Bohr podría habernos hecho pasar un mal rato e incluso fraccionado la Federación.—Bueno, creo que eso lo liquida todo, aun cuando quede un montón de trabajo rutinario —Newton se levantó—. Tengo que reintegrarme a mis ocupaciones en Estrella. Hawarden, haz el favor de llamar al espacio-puerto y ordena que tengan lista mi nave. Y me alegro de haberte vuelto a ver. Gracias por todo.—Felices vuelos, Newton —y el almirante comenzó a llamar al espacio-puerto.—Recibirás las órdenes un par de días antes de que tengas que volver a Algón con la comisión —dijo Newton a su hijo—. Puedes quedarte por aquí hasta entonces.Después de un afectuoso adiós se dirigió a la puerta pero al llegar a ella se detuvo echándose a reír.—¿De qué te ríes, papá?—Se me acaba de ocurrir que ésta es la primera vez que un hijo da lecciones a su padre acerca de pájaros y avispas.—Bueno —respondió Hanlon mirándole fijamente pero con ojos burlones—. He creído que ya eras bastante mayor para entender esas cosas.Fin