Publicado en
junio 06, 2010
Envío un cuento escrito a seis manos, los autores somos Nicolás, Ariel y yo Ana; buscamos algún nombre que nos sintetice para firmarlo...no tuvimos mucho éxito en la búsqueda. La única palabra que se nos ocurrió fue Libustrina. He aquí nuestra nueva identidad.
Aquí va el cuento.
Ana.
Con esta carta, recibi por correo electronico este cuento, el cual francamente me ha encantado y espero que al amable lector tambien.
diaspar
Ruleta rusa.
Ruleta rusa
Jao terminó de masturbarse y se limpió la pija con el mantel, largó un ronco y gorgoteante gemido, agarró el atado de cigarrillos y le sonrió a Marina como pidiendo disculpas. --- Me das fuego bombón ? ---.
Marina le acercó el encendedor sin prestarle demasiada atención, estaba concentrada en la casita de cartas de tarot que ya ostentaba la dudosa marca de cuatro pisos delante de las habilidosas manos del fantasma.
A mi me aburrían. Me hubiera gustado proponer una caminata nocturna por el barrio, un paseo largo como para renovar el aire de encierro que sentía en el pecho, pero descarté la idea por temor a ser tildado de cobarde, y yo no era ningún cobarde. Me puse a hacer zapping con la televisión sin volumen, había como doscientos canales de cable y en ninguno pasaban algo bueno, era una mierda. Dejé un documental sobre hormigas coloradas mientras esperaba mi turno. Le guiñé un ojo a Ceci que en ese momento se estaba escarbando la nariz con ganas, se saco un moco de considerable tamaño y lo pegó en el borde de un vaso lleno de vino tinto. Me gustaba bastante el estilo de esa putita roñosa. Me excitaba.
--- Vuelta a empezar ---. Dijo Nico abruptamente y tosió a proposito sobre el castillo de cartas.
Todos se rieron, menos Marina y el fantasma.
--- Pará, pelotudo !! ---. Marina se puso a juntar las cartas desparramadas y se las devolvió al fantasma con cara de madre preocupada. Estaba claro que desde la noche del cumpleaños de Ceci,el fantasma se habia ganado la simpatía de todas las chicas, sobre todo después de haber demostrado sus increibles condiciones de medium. Si hubiera sido un poco menos idiota, podría haberse cogido a cualquiera de las pendejas con solo desabrocharse el pantalon. Pero bueno, ninguno de nosotros sabía muy bien lo que pasaba dentro de su cabeza. Tal vez era mejor así.
El fantasma rechazó las cartas que le ofrecía Marina con un movimiento de manos. Casi nunca decía nada. Yo no entendía por qué lo habíamos aceptado en nuestro grupo a pesar de la desconfianza que nos inspiraba con su desagradable silencio. Encontré las respuestas en los ojos de ternera adolescente de Marina. Las chicas necesitaban un heroe, las chicas necesitaban un puto y caballeroso heroe para sentirse importantes, alguien que las ignorara con altura, alguien distante y misterioso para tomarlo como un desafío y competir entre ellas por seducirlo. Prendí un cigarrillo para distraer la idea de agarrarme a trompadas con el fantasma.
--- Dale rata, te toca a vos ---. Dreamhead le paso el fierro al rata y le dio llama a un porro que tenia el tamaño de una salchicha casera.
--- Esperá, primero quiero fumar---. Por extraño que resultara en nuestro ambiente, el rata parecía nervioso.
--- Dale loco ---. Lo apuro Jao. --- quiero ver como te volás los sesos, despues si querés fumás ---.
El único boludo que festejó el chiste fui yo. Después me dí cuenta de que ya todos estaban jugando en serio otra vez. Me quedé mirando fijo al rata, esperando mi turno.
--- Dejame elegir mi carta ---. Graznó el rata, y se pasó una mano por la boca. El fantasma mezcló el mazo y lo plantó frente a él. Con un movimiento rápido y elegante extendió los veintidos arcanos mayores en un abanico perfecto.
--- Ésta ---.
El fantasma dio vuelta la carta.
--- La rueda de la fortuna ---. Dijo.
--- La verdad es que tenés bastante ojete ---. Observó Jao. Pero el rata no parecía muy feliz. Agarró el revolver y lo miró como si fuera a morderlo. En cambio preguntó: --- ¿tengo derecho a sacarle una bala, no?
--- Si, a sacar una bala y a girar el tambor --- Afirmé con brusquedad, me estaba empezando a molestar que tardara tanto.
Finalmente siguió mis indicaciones, levantoó el arma y se la apoyó en la sien con mano temblorosa, todos guardamos silencio y esperamos.
El rata cerró los ojos y apretó el gatillo.
Click.
--- Hijo de puta, que bien que zafaste!!. ---.
Festejamos a los gritos mientras lo veíamos ponerse pálido de alivio.
Yo no festejé tanto porque era el siguiente.
Ceci se levantó y caminó hasta el dormitorio.
--- Voy a poner música ---.
--- Poné el compact de Primus que te regalé para tu cumpleaños ---.
Le gritó Jao. Nico le pateó un tobillo con fuerza.
--- Ese compact se lo regalé yo, la concha de tu hermana ---.
--- Sí boludo, pero vos no te la pudiste cojer esa noche... ja-jaa-jaaa!!!---.
--- Y vos tampoco pajero de mierda ---. Contestó Ceci desde la habitación. Jao se encogió de hombros y esperó que volviera para sacarle la lengua.
--- Concha de plastico ---.
--- Tu madre ---.
Desde el dormitorio estallaron unos acordes distorcionados y una voz gutural y caver~osa empezó a gritar demencialmente algo acerca del fin de la humanidad y la llegada de satanás a la tierra.
--- ¿Que carajo es eso?---. Preguntó Marina. --- Parece una riña de políticos chiflados ---
--- Se llama Deicide, ¿esta bueno no ? ---.
--- A mí me gusta ---. dijo Nico y aceptó el porro que le pasaba Dreamhead.
--- Dame, me toca a mí ---. Yo estaba impaciente por terminar con el juego, despues podría proponer sin culpas salir a caminar por ahí.
Incluso la expectativa de alojar una bala dentro de mi cabeza me resultaba aburrida. Tenía necesidad de moverme, de escapar a cualquier otro lugar que no fuera dentro de esas cuatro paredes asfixiantes.
Tome el revolver y sin pensar en otra cosa apunte derecho a mi frente y aprete el gatillo.
Click.
Nada. En las últimos fines de semana que nos habíamos reunido para jugar, el asunto habí ido pasando de original y emocionante a una especie de rutina infantil, un ritual absurdo sin gracia ni significado.
--- Bueno, visto y considerando que...
--- No. Estás haciendo trampa loco, se supone que tenés que hacer girar el tambor antes de tirar ---. La voz gangosa de Nico me tomó por sorpresa. Con la ansiedad de apurar los trámites no me había dado cuenta de respetar las reglas del juego.
--- Sí ---. apuntó Marina con enojo. --- Y además te olvidaste de sacar tu carta. El rata tiro con una sola bala porque le correspondía, no te hagas el boludo Peta, tenés que jugar en serio ---.
Los demas asintieron.
El fantasma me sonrió con una de sus mejores sonrisas falsas y empezó a mezclar para mí. Sus manos eran envidiablemente habilidosas.
--- Está bien, está bien. No me gustaría que piensen que los quiero cagar, yo no soy de esos tipos, saben ---.
Elegí una carta sin entusiasmo.
El fantasma me miró como si supiera cosas decisivas acerca de mí.
El muy hijo de puta.
--- La muerte ---. Dijo, y me volvió a sonreir con esa sonrisa de mierda.
Me prometí en lo mas profundo tomar revancha en un futuro cercano.
--- Esto comienza a ponerse interesante ---. comentó Ceci, sin dejar de sacarse los mocos.
Yo me lo tomé con calma, agregué las cinco balas que me correspondían y cerré el tambor. Seis sobre dos, pensé mientras sopesaba mis razones. Todavía tengo chances.
El rata siguió mis movimientos con una sincera expresión de pánico pintada en el rostro. Observé que estuvo a punto de decir algo, pareció reflexionar un momento y finalmente optó por quedarse callado.
--- Esto va a durar poco ---. Dije haciendo alarde de un coraje que verdaderamente no sentí a.
Giré el tambor y destrabé el seguro.
Cuando sentí la punta del cañón sobre mi frente, un súbito pensamiento me despojó de toda incertidumbre. La noche estaba empañada de tragedia, nosotros la habíamos desafiado. Una sombra mas negra que la oscuridad del cielo se posaba sobre el techo de la casa como un pajaro gigantesco. No habría ningún lugar seguro donde escondernos. Tal vez ni siquiera en la muerte.
Apreté el gatillo al mismo tiempo que apretaba la mandíbula, completamente seguro de no pasar de esa ronda. El ángel de la suerte lejos de mí, perdido y desesperado en algun extraño paraje sin fronteras.
Click.
Fue casi una desilución permanecer sentado en la misma silla, mirando el asombro en la cara de mis amigos. No atiné a sonreir cuando estallaron en gritos y aplausos de admiración. De eso no me importaba nada. Una tristeza enorme fue ocupando el lugar de mi ansiedad, como convencida del derecho a ocupar el trono de mis sentimientos. Ni siquiera me quedaron ganas de salir a caminar.
Nico me palmeó la espalda y me dio un sonoro beso en la mejilla.
--- Te debo una botella de Vodka, loco ---.
Dreamhead me arrebató el revolver de las manos y apagó la tuca del porro contra el cenicero atiborrado de colillas.
--- ¿Cuantas vueltas hace que salio Analía ? ---. Preguntó señalando con la cabeza al cuerpo despatarrado en un charco de sangre que descansaba en la alfombra.
--- No sé, diez, once vueltas ---. Dijo Marina.
--- Me debía plata ---. Bromeó Jao. Y ésta vez todos nos largamos a reir, incluso el fantasma.
Dreamhead eligió su carta.
La justicia.
Sacó las cinco balas del arma y se mordisqueó los labios. Hacía algún tiempo que la idea de volver a conseguir heroina le martillaba los nervios.
--- Ésta va por nosotros ---. susurró mientras cerraba sus grandes ojos grises.
El disparo sonó como un estampido en la habitación. Se desplomó contra la mesa como una marioneta sin dueño, salpicando con sangre mi remera nueva de los Misfits.
Creo que fue Ceci la que se largó a llorar, la situación se me tornó un poco confusa mientras ayudaba a Jao a arrastrar el cuerpo hasta el otro cuarto.
--- Nadie nos dijo como termina esto ---. Me pareció ver lagrimas en los ojos de Jao.
--- Esto no termina viejo, esto sigue, y sigue, y sigue...---.
Cuando volvimos al living los demás estaban jugando a hacer fondo blanco con el vino tinto que habíamos robado del supermercado.
En la pantalla muda del televisor un ejercito de hormigas coloradas estaba devorando enloquecidamente a una mariposa moribunda.
Marina eligió su carta.
Del otro lado de la ruleta
Siempre intuí que había algo maligno en esto, una mala señal (como cuando se queman los cigarrillos), y ahora entiendo lo horroroso de negarle la voz a los muertos. Acá tirada escucho, alguien pone una música grandilocuente que no me gusta, ardo en deseos de escuchar Cienfuegos “no puedo yo seguir alimentando mi destino con tu propia suerte” cantaba Sergio hiperquinético entre la marejada, en el escenario, arrebatándole el micrófono que el concedía mientras seguía saltando como un ángel poseido. Por qué recuerdo esto como si hubiese sido el episodio más importante de mi vida. Creía que en una ráfaga se me mostraría toda mi vida, y en vez de eso sólo esa imágen fijada del recital y especialmente esos dos chetitos incoherentes y lindos saltando entre el hermoso tumulto. Hace rato largo que estoy aquí tirada y nadie osa mirarme, siguen. Yo no la veo porque no puedo girar mi cabeza, pero sé de la sangre que ya dejó de fluir de mi cabeza agujereada hace rato. Jao se hace una paja mirándome y me salpica de semen el brazo, necrófilo del carajo. Manga de enfermitos.
Jao se quiere rajar, lo escucho, lo piensa con tanta insistencia que a pesar del asco siento compasión por él. Yo tenía un parcial de historia la semana que viene, que se le va a hacer. El chico ese que no sé como se llama cree que tiene miedo, cree que quiere salir a caminar, pero ahora puedo escuchar por debajo y sé que no es así.
Desde aquí abajo veo la mano de esa puta de Ceci pegando su asqueroso moco en el borde de un vaso, el pibe del que no sé el nombre le guiña el ojo, ella se entusiasma como una perrita contenta porque llegó su dueño pero lo disimula muy bien, a él le gusta, y es obvio (y no puedo entender por qué le gusta una mujer poseedora de tantos mocos). Es una pena que tengan tan poco tiempo.
Mi cara no está deformada, sólo un agujero en el craneo, de sien a sien escucho el aire que pasa a travéz de mi cabeza ya hueca.
Marina, pobrecita, mira como el fantasma arma castillos con las cartas, ella tiene miedo aquí. No es la única que tiene miedo.
La idea fue algo así como colectiva, pero no. Ahora se que no.El fantasma inoculó sutilmente sus ganas en todos nosotros. Yo tengo el desagradable honor de haber sido la primera víctima. Mi carta fue la Duplicidad, arcano menor, número 38, al derecho: “Influencia de mujeres al resolver asuntos con sabiduría, virtud y honradez.” El Axioma trascendente rezaba: “Mujer virtuosa, no todos los que ven tus obras ven tus acciones” Marina sonrió al leerlo, ‘dale, dispará...hoy no es tu día’. Le hice caso, a ella y a la carta. El disparo fue la sorpresa más grande de mi vida, ahora veo claro: yo no creía que en mí la muerte fuese posible. Creo que sólo el revolver podría atestiguar que no temblé, juro que no temblé.
Como venía diciendo, fue el fantasma. Él manipula las cartas. Ahora es el turno de Federico, para los amigos “rata”, qué sé yo lo que piensa, nunca me interesó mucho sondear a ese pibe, y ahora menos. Antes de probar quiere fumar, tiene razón. El chiste de Jao es tonto, pero a mí también me da risa. Para matarse cierra los ojos!!!!, increible. Yo morí con mis ojos bien abiertos, y así quedé. A ninguno de estos se les va a ocurrir cerrarlos, es la regla de la casa: como te morís, así te quedás. Federico va a gatillar , sólo sé que no le va a pasar nada...dicho y hecho, sólo un click vacío. Es una mierda, ni tiempo para dejar un testamento, y mis últimas palabras fueron “podés cambiar esa música de mierda?”...patético. Demasiada confianza. No, no, no, no!!!!!! Van a poner Primus, la vida que no tengo por Cienfuegos. Ahora es el turno del pibe anónimo, no se su nombre, mi omnisciencia es imperfecta. Alguien le dice Peta, prefiero llamarlo pibe. El fantasma, el muy turro, hace trampa, se lo leo en la sangre. Le va a dar la carta. Ahí está La Muerte. Pobre pibe. El fantasma no se ríe, pero él cree que el fantasma se ríe. Cree que está aburrido, que se quiere ir. Él también cierra los ojos. No va haber disparo!! Él fantasma no quiere, y aunque sea su turno lo deja pasar, en la versión correcta a este pibe la bala le tendría que haber triturado los sesos, tendría que haberse caído hacia atrás y haberse quedado tirado del otro lado de la mesa, a dos metros de mí, sabiendo lo mismo que yo. Le dicen que hace trampa, que siga las reglas y eso, que gire el tambor...ya es obvio, no se muere, pero estuvo a punto. Ahora el fantasma sí se ríe. Nicolás le da un beso en la mejilla, aliviado. Quién se la chuparía si no, porque aunque no sea oficial yo insisto que entre esos dos hay algo. Aunque reconozco que siempre tuve el vicio de inventar relaciones inexistentes. Pequeñas diversiones inofensivas. Y bueno, yo voy a seguir aquí, sola hasta que le toque a “cabeza soñadora”: Dreamhead en su versión anglosajona.
Todos creen que si el fantasma está aquí es porque nosotras estamos (en mi caso “estaba”, si queremos hablar correctamente) calientes con él. En fin...Yo tampoco sé quien es, pero jamás me podría atraer ese tipo, no estoy tan enferma, y Marina tampoco. Esa otra, no sé.
Ahora hablan de mí, ese forro necrófilo hace bromas, yo no le debía nada, se ríen. Viene de nuevo la muerte. Dreamhead cae bajo el signo de La justicia. Jao se pone trágico, pero la tragicidad en sus labios es tan cursi como esa manía de decirle bombón a las minas: -Nadie nos dijo como termina esto- le escucho decir. ¿Qué? ¿No es obvio?
Ahora Dreamhead está tirado a dos pasos de mi, sé que él ve lo que veo yo, sé que él sabe que yo veo lo que él ve, pero no hay caso, no nos comunicamos. Comprendo, esta es las más grande y puta compresión de mi vida. No lo puedo creer.
Marina elige su carta, me lo veo venir, el fantasma se está aburriendo. Sale La resurrección, al revés, carta 20, arcano mayor: “Ganancias que se postergan; amigos traidores socavan el éxito” le lee Nico. No quiero que se muera, ahora que comprendí no quiero que nadie más se muera. Se que Dreamhead siente lo mismo. Esto no está copado. El fantasma está muy cabrón, aunque no hubiese balas la bala saldría igual. Marina se desploma. Mierda.
Después de lo de Marina el fantasma se relajó y decidió dejar de jugar, por hoy. Tomaron unas cervezas y se pusieron a cavar en el patio de atrás de la casa. El pozo no es profundo todavía, no lo suficiente, no quiero entrar y se que Dreamhead tampoco, que Marina tampoco quiere entrar. Somos los tres primeros. En algún momento van a terminar. No voy a pensar, no voy a pensar, no voy a pensar, no voy a pensar. Quiero perderme, que no me tiren al pozo, por favor. Nos van a meter a los tres juntos, y en parte es un consuelo. Ellos lo hacen por fiaca, y no los culpo. Ya terminaron, era inevitable. Lo están metiendo a Dreamhead, les cuesta un poco, lo levantan entre Peta y Nicolás, Jao mira, Cecilia está durmiendo y Federico con ella, el fantasma se fue. Nos miran a nosotras, no se deciden por cual seguir, se les nota en la piel lo enajenados que están. “tiramos una moneda” dice Nico, “si sale cara es Ana, si es seca, Marina”. Peta asiente en silencio. Jao no se va a acercar, ya no le atraemos. Mierda, salió cara. Me están levantando, Nico de los brazos y Peta de las piernas, sólo los veo, no los siento. Ahora me sueltan, caigo al fondo, arrinconada junto a Dreamhead. Mi cabeza quedó apoyada en su hombro, con la cara un poco torcida, y sigo con los ojos abiertos. Él como Marina, los tienen cerrados. Veo la espalda de Marina, cae a mi lado y queda en una pose nada elegante, al igual que Dreamhead y yo. Empiezan a tirar la tierra. No puedo sentir su contacto, pero la veo y oigo sus golpes cuando llega al fondo, es extraño como algunos sentidos permanecen intactos y otros han desaparecido al punto que casi no recuerdo qué era sentir al tacto. Nico está junto a Peta al borde del foso tirando las paladas, de repente me mira y se detiene. Ya no puedo o no quiero saber que piensan. “Boludo, Ana, tiene los ojos abiertos”, “son las reglas” le contesta Jao desde lejos, “la tenemos que dejar así, no?” pregunta, titubeante. “No creo que importe” dice el pibe anteriormente anónimo. Nico salta y se mete en el pozo, veo su mano que se acerca haciendo zoom, ya no veo nada. Es un alivio, el más grande, no quiero ver lo que va a pasar de ahora en más.
En algún momento empecé a escuchar que las paladas de tierra contra la tierra se hacían cada vez más débiles, hasta que desaparecieron. Escuché sus pasos que se alejaban, y después nada, cada vez oigo menos. Supongo que era cierto eso de que la naturaleza es sabia, me estoy perdiendo. Se que van a seguir jugando hasta que ya no quede ni uno que los pueda enterrar. Sé que antes de morir el pibe del que no sabía el nombre va escribir un cuento sobre esta noche donde yo aparezco tirada en un charco de sangre, tal vez agregue algunas cosas necesarias para crear la ficción; tal vez en otra vida lo pueda leer.
En el centro de la ruleta
A nadie se le ocurrió preguntarle al fantasma de dónde había sacado el revolver. No me tomé la molestia de contarlos ni de aprenderme sus nombres, pero se que a ninguno (y eso que eran muchos) se le ocurrió preguntarlo. En realidad tampoco tenían muchos motivos para hacerlo. Varios se dieron cuenta de que el fantasma hacía trampas con las cartas. Aún así siguieron jugando. La primera en perder (la única de la que recuerdo el nombre: Ana) era una de las que sabía de los trucos de magia barata del fantasma. No tembló antes de disparar, no cerró los ojos. Solamente yo me percaté de estos detalles que hicieron la situasión más divertida. No hay mucho que contar de los demás. Jugaron hasta que sólo quedó uno. Algunos tiraron dos veces en un mismo turno y sobrevivieron, creyendo que el fantasma tenía algo que ver en esto. Tenían razón a medias. El miedo de otros fue casi satisfactorio por momentos. No fueron el peor grupo, pero tampoco fueron excepcionales. A su favor hay que decir que es difícil ser excepcional para alguien con mi experiencia. Cuando sólo quedó uno, el fantasma, según estaba estipulado, murió asesinado por el sobreviviente. La regla de oro reza que nunca deben superponerse los fantasmas más tiempo del que necesita el ritual. A nadie se le ocurrió preguntarle al fantasma de dónde había sacado el revolver. De todas maneras ni siquiera era la pregunta correcta. Deberían haberme preguntado de dónde saca un revolver a sus fantasmas.
Libustrina.
julio de 1999