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    Flash


    Flip


    Flip In X


    Flip In Y


    Heart Beat


    Jack In The box


    Jello


    Light Speed In


    Pulse


    Roll In


    Rotate In


    Rotate In Down Left


    Rotate In Down Right


    Rotate In Up Left


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    Rubber Band


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    ÍNDICE
  • FAVORITOS
  • Instrumental
  • 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • Bolereando - Quincas Moreira - 3:04
  • Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • España - Mantovani - 3:22
  • Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • Nostalgia - Del - 3:26
  • One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • Osaka Rain - Albis - 1:48
  • Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • Travel The World - Del - 3:56
  • Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • Afternoon Stream - 30:12
  • Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • Evening Thunder - 30:01
  • Exotische Reise - 30:30
  • Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • Morning Rain - 30:11
  • Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • Showers (Thundestorm) - 3:00
  • Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • Vertraumter Bach - 30:29
  • Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • Concerning Hobbits - 2:55
  • Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • Acecho - 4:34
  • Alone With The Darkness - 5:06
  • Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • Awoke - 0:54
  • Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • Cinematic Horror Climax - 0:59
  • Creepy Halloween Night - 1:54
  • Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • Dark Mountain Haze - 1:44
  • Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • Darkest Hour - 4:00
  • Dead Home - 0:36
  • Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:28
  • Everything You Know Is Wrong - 0:46
  • Geisterstimmen - 1:39
  • Halloween Background Music - 1:01
  • Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • Halloween Spooky Trap - 1:05
  • Halloween Time - 0:57
  • Horrible - 1:36
  • Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • Intense Horror Music - Pixabay - 1:37
  • Long Thriller Theme - 8:00
  • Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:42
  • Mix Halloween-1 - 33:58
  • Mix Halloween-2 - 33:34
  • Mix Halloween-3 - 58:53
  • Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • Movie Theme - Insidious - 3:31
  • Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • Movie Theme - Sinister - 6:56
  • Movie Theme - The Omen - 2:35
  • Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • Música - 8 Bit Halloween Story - 2:03
  • Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - 3:08
  • Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - Amanda Flores Todas Las Voces - 3:09
  • Música - For Halloween Witches Brew - 1:07
  • Música - Halloween Surfing With Spooks - 1:16
  • Música - Spooky Halloween Sounds - 1:23
  • Música - This Is Halloween - 2:14
  • Música - This Is Halloween - Animatic Creepypasta Remake - 3:16
  • Música - This Is Halloween Cover By Oliver Palotai Simone Simons - 3:10
  • Música - This Is Halloween - From Tim Burton's The Nightmare Before Christmas - 3:13
  • Música - This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • Música - Trick Or Treat - 1:08
  • Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • Mysterios Horror Intro - 0:39
  • Mysterious Celesta - 1:04
  • Nightmare - 2:32
  • Old Cosmic Entity - 2:15
  • One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • Pandoras Music Box - 3:07
  • Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:58
  • Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • Scary Forest - 2:37
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    Dos Puntos 1
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    Dos Puntos 2
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    Fecha
    0 grados
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    Hora, Minutos y Segundos
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    30 msg
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    Avatar 7
    0 grados
    30 msg
    0 seg
    VELOCIDAD-TIEMPO

    Tiempo Movimiento

    Tiempo entre Movimiento

    Rotar
    ROTAR-VELOCIDAD

      45     90  

      135     180  
    ROTAR-VELOCIDAD

    ▪ Parar

    ▪ Normal

    ▪ Restaurar Todo
    VARIOS
    Alarma 1
    ALARMA 1

    ACTIVADA
    SINCRONIZAR

    ▪ Si
    ▪ No


    Seleccionar Minutos

      1     2     3  

      4     5     6  

      7     8     9  

      0     X  




    REPETIR-APAGAR

    ▪ Repetir

    ▪ Apagar Sonido

    ▪ No Alarma


    REPETIR SONIDO
    1 vez

    ▪ 1 vez (s)

    ▪ 2 veces

    ▪ 3 veces

    ▪ 4 veces

    ▪ 5 veces

    ▪ Indefinido


    SONIDO

    Actual:
    1

    ▪ Ventana de Música

    ▪ 1-Alarma-01
    - 1

    ▪ 2-Alarma-02
    - 18

    ▪ 3-Alarma-03
    - 10

    ▪ 4-Alarma-04
    - 8

    ▪ 5-Alarma-05
    - 13

    ▪ 6-Alarma-06
    - 16

    ▪ 7-Alarma-08
    - 29

    ▪ 8-Alarma-Carro
    - 11

    ▪ 9-Alarma-Fuego-01
    - 15

    ▪ 10-Alarma-Fuego-02
    - 5

    ▪ 11-Alarma-Fuerte
    - 6

    ▪ 12-Alarma-Incansable
    - 30

    ▪ 13-Alarma-Mini Airplane
    - 36

    ▪ 14-Digital-01
    - 34

    ▪ 15-Digital-02
    - 4

    ▪ 16-Digital-03
    - 4

    ▪ 17-Digital-04
    - 1

    ▪ 18-Digital-05
    - 31

    ▪ 19-Digital-06
    - 1

    ▪ 20-Digital-07
    - 3

    ▪ 21-Gallo
    - 2

    ▪ 22-Melodia-01
    - 30

    ▪ 23-Melodia-02
    - 28

    ▪ 24-Melodia-Alerta
    - 14

    ▪ 25-Melodia-Bongo
    - 17

    ▪ 26-Melodia-Campanas Suaves
    - 20

    ▪ 27-Melodia-Elisa
    - 28

    ▪ 28-Melodia-Samsung-01
    - 10

    ▪ 29-Melodia-Samsung-02
    - 29

    ▪ 30-Melodia-Samsung-03
    - 5

    ▪ 31-Melodia-Sd_Alert_3
    - 4

    ▪ 32-Melodia-Vintage
    - 60

    ▪ 33-Melodia-Whistle
    - 15

    ▪ 34-Melodia-Xiaomi
    - 12

    ▪ 35-Voz Femenina
    - 4

    Alarma 2
    ALARMA 2

    ACTIVADA
    Avatar - Elegir
    AVATAR - ELEGIR

    Desactivado SM
    ▪ Abrir para Selección Múltiple

    ▪ Cerrar Selección Múltiple
    AVATAR 1-2-3

    Avatar 1

    Avatar 2

    Avatar 3
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    Varios
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    Avatar - Tamaño
    AVATAR - TAMAÑO

    AVATAR 1-2-3

    Avatar1

    Avatar 2

    Avatar 3
    AVATAR 4-5-6-7

    Avatar 4

    Avatar 5

    Avatar 6

    Avatar 7
    TAMAÑO

    Avatar 1(
    10%
    )


    Avatar 2(
    10%
    )


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    10%
    )


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    10%
    )


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    10%
    )


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    10%
    )


    Avatar 7(
    10%
    )

      20     40  

      60     80  

    100
    Más - Menos

    10-Normal
    ▪ Quitar
    Colores - Posición Paleta
    Elegir Color o Colores
    Filtros
    FILTROS

    ELEMENTO

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    FILTRO

    Blur
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    Contrast
    (1 - 1000)

    Hue-Rotate
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    Sepia
    (1 - 100)
    VALORES

    ▪ Normal

    Fondo - Opacidad
    Generalizar
    GENERALIZAR

    ACTIVAR

    DESACTIVAR

    ▪ Animar Reloj
    ▪ Avatares y Cambio Automático
    ▪ Bordes Color, Cambio automático y Sombra
    ▪ Filtros
    ▪ Filtros, Cambio automático
    ▪ Fonco 1 - Color y Cambio automático
    ▪ Fondo 2 - Color y Cambio automático
    ▪ Fondos Texto Color y Cambio automático
    ▪ Imágenes para Efectos y Cambio automático
    ▪ Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    ▪ Ocultar Reloj
    ▪ Ocultar Reloj - 2
    ▪ Reloj y Avatares 1-2-3 Movimiento Automático
    ▪ Rotar-Voltear-Rotación Automático
    ▪ Tamaño
    ▪ Texto - Color y Cambio automático
    ▪ Tiempo entre efectos
    ▪ Tipo de Letra y Cambio automático
    Imágenes para efectos
    Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    M-V-A-R IMAGEN DEL SLIDE

    VOLTEAR-ESPEJO

    ▪ Voltear

    ▪ Normal
    SUPERIOR-INFERIOR

    ▪ Arriba (s)

    ▪ Centrar

    ▪ Inferior
    MOVER

    Abajo - Arriba
    REDUCIR-AUMENTAR

    Aumentar

    Reducir

    Normal
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    Restablecer Reloj
    PROGRAMACIÓN

    Programar Reloj
    PROGRAMAR RELOJ

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    Programa 1
    H= M= R=
    ------
    Programa 2
    H= M= R=
    ------
    Programa 3
    H= M= R=
    ------
    Programa 4
    H= M= R=
    ------
    Prog.R.1

    H
    M

    Reloj #

    L
    M
    M
    J
    V
    S
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    Prog.R.2

    H
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    Reloj #

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    Prog.R.3

    H
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    Prog.R.4

    H
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    Reloj #

    L
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    Programar Estilo
    PROGRAMAR ESTILO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desctivar

    ▪ Eliminar

    ▪ Guardar
    Programa 1
    H= M= E=
    ------
    Programa 2
    H= M= E=
    ------
    Programa 3
    H= M= E=
    ------
    Programa 4
    H= M= E=
    ------
    Prog.E.1

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    Programar RELOJES
    PROGRAMAR RELOJES


    DESACTIVADO
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    Almacenar

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    Cambiar cada

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    Cambiar cada

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    RELOJES #
    Relojes a cambiar

    1 2 3

    4 5 6

    7 8 9

    10 11 12

    13 14 15

    16 17 18

    19 20

    T X


    Programar ESTILOS
    PROGRAMAR ESTILOS


    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar

    ▪ Guardar
    Almacenar

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    Cambiar cada

    1 2 3 4 5

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    X
    ESTILOS #

    A B C D

    E F G H

    I J K L

    M N O P

    Q R S T

    U TODO X


    Programar lo Programado
    PROGRAMAR LO PROGRAMADO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar
    Programación 1

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m
    ()

    ESTILOS:
    h m
    ()
    Programación 2

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m
    ()

    ESTILOS:
    h m
    ()
    Programación 3

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m
    ()

    ESTILOS:
    h m
    ()
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

    ▪1
    ▪2
    ▪3


    ▪4
    ▪5
    ▪6
    Borrar Programación
    HORAS

    1 2 3 4 5

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    MINUTOS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X


    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
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    ¡ES EL COLMO!



    ERUCTOS BOVINOS La Agencia de Protección Ambiental de Estados Unidos dio 500,000 dólares a la Universidad Estatal de Utah para equipar a unas vacas con aparatos que miden la cantidad de metano que los animales expelen al eructar. La subvención también permitirá a la universidad ampliar un estudio similar, financiado con 300,000 dólares de la agencia, cuyo propósito es averiguar si los eructos de las vacas contribuyen al calentamiento del planeta.
    —AP

    Selecciones, abril 1995

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    CATEGORIA: LIBROS-RELATOS CORTOS

    EUGÉNIE DE FRANVAL (Marqués de Sade)



    NOVELA TRÁGICA.

    Instruir al hombre y corregir sus costumbres, tal es el único objetivo que nos proponemos con esta anécdota. Que uno se penetre, leyéndola, de la magnitud del peligro que hay bajo los pasos de aquellos que se lo permiten todo para satisfacer sus deseos. Puedan ellos convencerse de que la buena educación, la riqueza, los talentos, los dones de la naturaleza, sólo son capaces de extraviarnos, cuando la moderación, la buena conducta, la prudencia, la modestia no les apoyan o no realzan su valor: he aquí las verdades que vamos a poner en acción. Que se nos perdonen los monstruosos detalles del crimen de los que nos vemos obligados a hablar; ¿es posible hacer detestar semejantes extravíos si no tenemos el valor de ofrecerlos al desnudo?

    Es raro que todo se acorde en un mismo ser, para conducirle hacia la prosperidad; ¿se ve favorecido por la naturaleza? la fortuna le rehúsa sus dones; ¿le prodiga ésta sus favores? la naturaleza le habrá maltratado. Parece como si la mano del cielo hubiese querido en cada individuo, como en sus más sublimes operaciones, hacernos ver que las leyes del equilibrio son las primeras leyes del Universo, las que regulan al mismo tiempo todo lo que ocurre, todo lo que vegeta y todo lo que respira.

    Franval, residente en París, donde había nacido, poseía, con 400.000 libras de renta, el mejor tipo, la fisonomía más agradable, y los talentos más variados; pero bajo esta envoltura seductora se escondían todos los vicios y desgraciadamente el crimen. Un desorden de imaginación superior a cuanto pueda pintarse era el primer defecto de Franval; uno no se corrige jamás de este defecto, la disminución de las fuerzas, aumenta sus efectos; cuanto menos se puede, más se emprende; cuanto menos se hace, más se inventa; cada edad trae nuevas ideas y la saciedad, lejos de enfriar, sólo prepara los refinamientos más funestos.

    Ya lo hemos dicho, todos los encantos de la juventud, todos los talentos que la adornan, Franval los poseía con profusión; pero lleno de menosprecio por los deberes morales y religiosos, había sido imposible a sus educadores hacerle adoptar ninguno.

    En un siglo en el que los libros más peligrosos están en manos de los niños, al igual que en la de sus padres y de sus gobernantes, donde la temeridad del sistema es tenida por filosofía, la incredulidad por fuerza, el libertinaje por imaginación, se reía del ingenio del joven Franval, puede que un instante después se le reñía, y enseguida se le elogiaba. El padre de Franval, gran partidario de los sofismas de moda, era el primero en animar a su hijo a pensar solidamente sobre todas estas materias; él mismo le prestaba las obras que podían corromperle más deprisa. ¿Qué instructor se hubiese atrevido, después de esto, a inculcar principios diferentes de los de la casa a la que estaba obligado a agradar?

    Lo cierto es que Franval perdió a sus padres muy joven y que a la edad de diecinueve años, un viejo tío que también murió poco después, le entregó, al casarle, todos los bienes que habrían de pertenecerle un día.

    El señor de Franval, con semejante fortuna, debía encontrar fácilmente con quien casarse; una infinidad de partidos se presentaron; pero habiendo rogado a su tío que le casara con una muchacha más joven que él y con los menos parientes posibles, el viejo, para satisfacerle, fijó sus miradas sobre cierta señorita de Farneille, hija de banquero, que no poseía más que una madre, todavía joven en realidad, con 60.000 libras de renta muy efectivas, quince años y la más deliciosa carita que hubiese entonces en París... una de esas caritas de virgen en las que se perfilan, a la vez, el candor y la simpatía, bajo los rasgos delicados del amor y de las gracias... de hermosos cabellos rubios flotando hasta más allá de la cintura, de grandes ojos azules, donde respiraban la ternura y la modestia, una cintura fina, sutil y ligera, la piel de frío y el frescor de las rosas, llena de talentos, una imaginación muy viva, pero un poco triste, un poco con esta melancolía dulce, que hace amar los libros y la soledad; atributos que la naturaleza parece atribuir sólo a los individuos que su mano destina a las desgracias, como para hacérselas menos amargas, por esta voluptuosidad sombría y enternecedora que saborean al sentirlas, y que les hacen preferir las lágrimas, a la alegría frívola de la felicidad, mucho menos activa y mucho menos penetrante.

    La señora de Farneille, de treinta y dos años de edad, cuando casó a su hija, tenía igualmente ingenio, encantos, pero puede que fuese un poco demasiado reservada y severa. Deseando la felicidad para su única hija, había consultado todo París sobre tal matrimonio; y como no tenia parientes y, como consejeros, algunos de estos fríos amigos a quienes todo les da igual, la convencieron de que el joven que proponían a su hija era, sin ningún género de dudas, lo mejor que se podía encontrar en París, y que cometería una imperdonable extravagancia si fallaba este arreglo. Se hizo, pues, y los jóvenes, sobradamente ricos para montar casa, se establecieron desde los primeros días.

    No había en el corazón de Franval ninguno de estos vicios de ligereza, de desconcierto o de atolondramiento que impiden a un hombre estar formado antes de los treinta años; contando muy bien consigo mismo, amigo del orden, experto como nadie para llevar una casa, Franval tenía para esta parte de la vida todas las cualidades necesarias. Sus vicios, de un género completamente distinto, eran mejor errores de la edad madura que inconsecuencias de la juventud... el arte, la intriga, la malignidad, la melancolía, el egoísmo, mucho de política, de picardía y cubriendo todo esto no sólo con las gracias y los talentos de que hemos hablado, sino incluso por la elocuencia... por infinidad de ingenio y por las apariencias más seductoras. Tal era el hombre que queremos pintaros.

    La señorita Farneille, que según la costumbre, había tratado a lo más durante un mes a su esposo antes de unirse con él, engañada por su falso brillo había sido víctima de su credulidad; los días no eran bastante largos para contemplarle con placer; le idolatraba y las cosas llegaron a tal punto, que hubiese habido motivos para temer por esta joven persona si algún obstáculo hubiese venido a turbar las dulzuras de un himeneo en el que, según decía, encontraba la única felicidad de su vida.

    En cuanto a Franval, filósofo a propósito de las mujeres, como sobre cualquier otro tema de la vida, era con extraordinaria flema que había considerado a tan encantadora persona.

    "La mujer que nos pertenece, decía, es una especie de individuo que el uso nos esclaviza; es necesario que sea dulce, sumisa... muy prudente; no es que yo tenga muchos prejuicios sobre el deshonor que puede causar una esposa cuando imita nuestros desórdenes; pero es que a uno no le gusta que venga otro a quitarle sus derechos; por lo demás, es absolutamente lo mismo: no añade nada a nuestra felicidad."

    Con tales sentimientos por parte del marido, es fácil adivinar que no eran rosas precisamente lo que podía esperar la desgraciada muchacha que se vio a él unida. Leal, sensible, bien educada y anticipándose amorosamente a los deseos del único hombre que le importaba en este mundo, la señora de Franval durante los primeros años arrastró sus cadenas sin enterarse de su esclavitud; tenía sobradas ocasiones de ver que únicamente espigaba en el campo del himeneo; pero, demasiado dichosa con lo poco que se le dejaba, su única preocupación, su mayor atención era que durante estos cortos momentos concedidos a su ternura, Franval pudiese encontrar, por lo menos, todo aquello que ella creía que era necesario para la felicidad de este esposo querido.

    La mejor de todas las pruebas, no obstante, de que Franval no descuidaba siempre sus deberes, es que el primer año de su matrimonio, su esposa que contaba entonces dieciséis años y medio, dio a luz una niña todavía más bonita que su madre y a la que el padre, desde el primer instante llamo Eugénie... Eugénie, a la vez horror y milagro de la naturaleza.

    El señor de Franval, que desde que esta niña nació, formó sobre ella los más odiosos designios, la separó enseguida de su madre. Hasta la edad de siete años, Eugénie fue confiada a mujeres de las que Franval estaba seguro y que, limitando sus cuidados a formarle un buen temperamento y a enseñarle a leer, se guardaron mucho de darle ningún conocimiento de los principios religiosos o morales, en los que una niña de esta edad debe generalmente ser instruida.

    La señora de Farneille y su hija, muy escandalizadas por esta conducta, se lo reprocharon al señor de Franval, quien contestó con despego que, siendo su propósito hacer feliz a su hija, no quería inculcarle quimeras que sólo servían para asustar a los hombres sin que jamás les aprovechasen para nada útil; que una chiquilla, que sólo necesitaba aprender a gustar, podía perfectamente ignorar esas bobadas, cuya fantástica existencia, turbando el descanso de su vida, no le proporcionarían ni una verdad de más en el orden moral, ni una mayor gracia en el orden físico. Tales palabras desagradaron soberanamente a la señora de Farneille que iba acercándose más a las ideas celestiales cuanto más se alejaba de los placeres de este mundo; la devoción es una debilidad inherente a las épocas de la edad, o de la salud. En el tumulto de las pasiones, el porvenir que se cree muy lejano, inquieta poco comúnmente; pero cuando su lenguaje es menos vivo... cuando se avanza hacia el fin... cuando ya todo nos abandona, uno se lanza en el seno del Dios del que se oyó hablar durante la infancia y, si según la filosofía, estas segundas ilusiones son tan fantásticas como las otras, no son por lo menos tan peligrosas.

    La suegra de Franval, careciendo de parientes... con escaso prestigio personal y, a lo más, como hemos dicho, con algunos de esos amigos de circunstancias... que nos rehuyen si los ponemos a prueba, teniendo que luchar contra un yerno amable, joven, bien situado, comprendió muy sensatamente que era más cómodo contentarse con alguna prédica que intentar medios de mayor rigor con un hombre que arruinaría a la madre y encerraría a la hija si se atrevía a plantarle cara; con lo que sólo aventuró algunas pocas observaciones y guardó silencio cuando vio que con esto no lograba nada.

    Franval, seguro de su superioridad, dándose cuenta de que era temido, pronto dejó de preocuparse por nada, contentándose, simplemente a causa del público, con cubrir con un ligero velo su proceder y marcho directo hacia su horrible fin.

    En cuanto Eugénie hubo alcanzado la edad de siete años, Franval la llevó a su esposa. Esta tierna madre, que no había visto a su hija desde que la puso al mundo, no pudiendo saciarse de caricias, la tuvo dos horas apretada contra su seno, cubriéndola de besos, inundándola con sus lágrimas. Quiso conocer sus pequeños talentos; pero Eugénie no tenía otros que el de leer corrientemente, gozar de la más vigorosa salud y ser hermosa como los propios ángeles. Nueva desesperación de la señora de Franval cuando hubo de reconocer que de verdad ignoraba incluso los primeros principios de la religión.

    —Pero cómo, señor, dijo a su marido; ¿la educáis exclusivamente para este mundo? ¿No os dignaréis considerar que sólo ha de habitar en él un instante, como nosotros, para hundirse después en una eternidad, que será fatal para ella si la priváis de lo que la puede hacer gozar de la suerte afortunada a los pies del Ser del que ha recibido la vida?
    —Si Eugénie no conoce nada, señora, respondió Franval, si se le ocultan con cuidado estas máximas, no podrá ser desdichada; pues si son verdaderas, el Ser supremo es demasiado justo para castigarla por su ignorancia y, si son falsas, ¿qué necesidad hay de hablarle de ellas? Por lo que respecta a los demás cuidados de su educación, fiaos de mí, os lo ruego; desde hoy mismo yo me convierto en su instructor y os respondo que, dentro de algunos años, vuestra hija será superior a todos los niños de su edad.

    La señora de Franval quiso insistir, apelando la elocuencia de su corazón al socorro de la de la razón, y algunas lágrimas hablaron por ella; pero Franval, al que no enternecieron, aparentó no darse siquiera cuenta de ellas e hizo que se llevaran a Eugénie diciendo a su esposa que, si intentaba contrariar en lo que fuese la educación que se proponía dar a su hija, o si le sugería principios diferentes a aquellos con los cuales iba a alimentarla, ella misma se privaría del placer de verla y que enviaría a su hija a uno de esos castillos de los que no se sale jamás. La señora de Franval, acostumbrada a la sumisión, se calló; suplicó a su esposo para que no la separara de un bien tan querido, y prometió llorando no estorbar en nada la educación que se le preparaba.

    A partir de este momento, la señorita de Franval fue instalada en un hermoso departamento vecino del de su padre, con una institutriz de mucho ingenio, una aya, una doncella y dos muchachitas de su edad destinadas exclusivamente a su diversión. Se le pusieron maestros de escritura, dibujo, poesía, historia natural, declamación, geografía, astronomía, anatomía, griego, inglés, alemán, italiano, armas, danza, equitación y música. Eugénie se levantaba todos los días a las 7 de la mañana en cualquier estación del año; iba a comerse, corriendo por el jardín, un gran pedazo de pan de centeno que constituía su desayuno; volvía a las 8, pasaba unos instantes en el departamento de su padre, que jugaba con ella enseñándole pequeños juegos de sociedad; hasta las 9 se preparaba para sus deberes; entonces llegaba el primer maestro; recibía a cinco hasta las 2 de la tarde. Se le servía aparte con sus dos amigas y la institutriz. El almuerzo estaba compuesto de legumbres, pescado, pasteles y frutas; jamás carne, ni potaje, ni vino, ni licores ni café. De 3 a 4 Eugénie volvía a jugar una hora en el jardín con sus pequeñas compañeras; se ejercitaban juntas a la pelota, al balón, a los bolos, a la raqueta o a recorrer un espacio determinado; se ponían cómodas según las estaciones; nada comprimía su talle; jamás se les encerró en ridículos corsés igualmente peligrosos para el estomago como para el pecho que, estorbando la respiración de las jóvenes, les atacan forzosamente los pulmones. De 4 a 6, la señorita Franval recibía nuevos instructores; y como todos no podían comparecer el mismo día, al día siguiente venían otros. Tres veces por semana Eugénie iba a un espectáculo con su padre, en pequeños palcos enrejados y alquilados al año para ella. A las 9 se retiraba y cenaba. Sólo se le servían entonces, legumbres y frutas. De 10 a 11, cuatro veces por semana, Eugénie jugaba con sus mujeres, leía algunas novelas y se acostaba enseguida. Los otros tres días, aquellos en que Franval no cenaba fuera, pasaba sola al departamento de su padre, y este tiempo era empleado en lo que Franval llamaba sus conferencias. En ellas inculcaba a su hija sus máximas sobre la moral y sobre la religión; le exponía, por un lado, lo que ciertos hombres piensan sobre estas materias, y por otro establecía lo que admitía él mismo.

    Con mucho ingenio, amplios conocimientos, una mente muy despejada y las pasiones que empezaban a manifestarse, es fácil juzgar los progresos que tales sistemas hacían en el espíritu de Eugénie; pero como el indigno Franval no tenía como simple objetivo el de reafirmar la cabeza, sus conferencias raramente terminaban sin inflamar su corazón. Este hombre horrible había encontrado tan acertadamente la manera de agradar a su hija, la sobornaba con un arte tal, se hacía tan útil a su instrucción y a sus placeres, se anticipaba con tal ardor a todo lo que podía serle agradable, que Eugénie, en medio de los círculos más brillantes, no encontraba nada tan agradable como su padre y que antes mismo de que este se explicara, la inocente y débil criatura había reunido para él en su joven corazón todos los sentimientos de amistad, de reconocimiento y de ternura que deben necesariamente conducir al más ardiente amor; no veía más que a Franval en el mundo, no se fijaba más que en él y se indignaba a la sola idea de cualquier cosa que pudiese separarla de él; le hubiese entregado no sólo su honor, no sólo sus encantos, todos estos sacrificios le hubiesen parecido ligeros para el querido objeto de su idolatría, sino su sangre, su vida misma, si ese tierno amigo de su alma hubiese querido exigirla.

    No eran iguales los impulsos del corazón de la señorita de Franval con respecto a su respetable y desgraciada madre. El padre, diciendo intencionadamente a su hija que la señora de Franval, siendo su esposa, le exigía cuidados que le privaban a menudo de hacer por su querida Eugénie todo lo que le dictaba su corazón, había encontrado el secreto de poder colocar en el ánimo de esta joven persona, mucho más odio y celos que sentimientos respetables y tiernos que debían nacer en él para semejante madre.

    —Amigo mío, hermano mío, decía a veces Eugénie a Franval que no quería que su hija empleara otras expresiones al referirse a él*; esta mujer que tú llamas tuya, esta criatura que, según tú, me ha traído al mundo, es muy exigente ya que, queriendo que siempre estés con ella, me priva de la felicidad de pasar mi vida contigo... Lo veo claro: la prefieres a tu Eugénie. Por mi parte, jamás amaré a aquella que me roba tu corazón.
    —Mi querida amiga, respondía Franval, no; no hay nadie en el universo, sea quien sea, que pueda tener tan poderosos derechos como los tuyos; los lazos que existen entre esta mujer y tu mejor amigo, frutos de la costumbre y de las convenciones sociales, vistos por mi filosóficamente, no compensarán jamás los que nos atan..., tú serás siempre la preferida, Eugénie; tu serás siempre el ángel y la luz de mi vida, el hogar de mi alma, el móvil de mi existencia.
    —¡Cuán dulces son estas palabras!, respondía Eugénie; repítelas a menudo, amigo mío... ¡Si tú supieras cómo me halagan las expresiones de tu ternura!

    Y tomando la mano de Franval, que apoyaba contra su corazón:

    —Toma, toma, las siento ahí, proseguía.
    —Que tus tiernas caricias me den tal seguridad, respondió Franval estrechándola en sus brazos..., y el pérfido acababa así, sin ningún remordimiento, la seducción de esta infortunada.


    Mientras, Eugénie cumplía sus catorce años, época en la que Franval quería consumar su crimen. ¡Estremezcámonos...! Lo hizo.

    En el mismo día en que llegó a esta edad, o mejor dicho, cuando completó su decimocuarto año, ambos estaban en el campo, sin parientes presentes ni nadie que los molestara. Aquel día, el Conde, habiendo hecho vestir a su hija como las vírgenes que en el pasado se consagraban en el templo de Venus, la condujo, a las once de la mañana a un salón voluptuosamente decorado, donde la luz del día entraba tamizada por cortinas de gasa y los muebles estaban sembrados de flores, En el centro se erigía un trono de rosas; Franval condujo a su hija hacia él.

    —Eugénie, le dijo mientras la sentaba en él, sed hoy reina de mi corazón y dejadme que os adore sobre mis rodillas.
    —¡Adoradme, hermano mío, cuando todo os lo debo, cuando me criasteis y educasteis! Dejadme antes bien que caiga a vuestros pies, es el lugar que me corresponde, y frente a vos, el único a que aspiro.
    —¡Oh, tierna Eugénie!; dijo el Conde mientras se sentaba a su lado sobre los almohadones sembrados de flores que iban a servir a su trabajo, si es verdad que me debéis algo, si realmente los sentimiento que guardáis para conmigo son tan sinceros como decís, ¿conocéis la forma de convencerme de los mismos?
    —¿Cómo, hermano mío? Decídmelo de inmediato que comprenderé.
    —Todos esos encantos, Eugénie, con que la naturaleza os ha dotado tan generosamente, todas las atenciones con que os ha embellecido, deben serme sacrificados de inmediato.
    —¿Pero qué me pedís? ¿No sois acaso el amo de todo? ¿No os pertenece vuestra creación, puede alguien que no seas vos disfrutar de vuestra obra?
    —Tened en cuenta los prejuicios de los hombres...
    —De ninguna manera me los habéis ocultado.
    —Por lo tanto, no quiero ir en contra de ellos sin vuestro consentimiento.
    —¿No los despreciáis tanto como yo?
    —Ciertamente, mas no quiero tiranizaros, y mucho menos seduciros; quiero recibir los favores que persigo, por amor. Sabéis cómo es el mundo, no os he ocultado ninguno de sus atractivos. Esconder los hombres a vuestra vista, no dejaros ver a nadie excepto a mí, hubiera significado una decepción indigna de mí; si existe en el universo un ser a quien preferís a mí, nombradlo de inmediato, iré hasta el fin del mundo para encontrarlo y conducirlo a vuestros brazos sin tardía. En realidad es vuestra felicidad la que persigo, ángel mío, vuestra felicidad mucho más que la propia. Los dulces placeres que podéis otorgarme nada significarían si no fueran el precio de vuestro amor. Por lo tanto, decidid vos, Eugénie. Ha llegado el momento en que habéis de ser sacrificada, debéis serlo. Pero vos misma debéis nombrar al hombre que llevará a cabo el sacrificio, rechazo los placeres que ese título me asegura si no los recibo de vuestro corazón, y si no soy yo a quien preferís, siempre seré digno de vuestros sentimientos si os traigo a aquel a quien podéis amar. Si no he podido cautivar vuestro corazón, por lo menos haber merecido vuestro afecto; y seré el amigo de Eugénie al no haber podido ser su amante.
    —Seréis todo, hermano, seréis todo, dijo Eugénie, ardiente de amor y deseo. ¿A quién queréis que me sacrifique, si no es al único hombre que adoro? ¿Que otro ser en el universo puede ser más digno que vos de estos pobres encantos que deseáis... y que vuestras manos ardientes ya acarician con vehemencia? ¿No veis en el fuego que me consume que estoy tan ansiosa como vos de experimentar el placer de que me habláis? Ah, tomadme, tomadme, hermano amante, mi mejor amigo, haced de Eugénie vuestra víctima; sacrificada por vuestros caras manos, siempre será victoriosa.

    El ardiente Franval, quien, de acuerdo con su carácter, se había armado de tanta delicadeza para seducirla con más fineza, pronto aprovechó la credulidad de su hija, y con todos los obstáculos puestos de lado, tanto por los principios con los que había nutrido a esa alma abierta a todo tipo de impresiones, como por el arte con el que la había cautivado en el último momento, completó su pérfida conquista, e impunemente destruyó la virginidad que por naturaleza y derecho era su responsabilidad defender.

    Varios días pasaron en mutua embriaguez. Eugénie, quien tenía la edad suficiente como para conocer los placeres del amor, era alentada por sus métodos y se abandonaba a él con entusiasmo. Franval la inicia en todos los misterios del amor y proyecta todas sus rutas; cuanto más aumentaba su adoración, tanto más esclavizaba su conquista. Ella hubiera deseado recibirlo en mil templos al mismo tiempo, mientras lo acusaba de no permitir que su imaginación se extraviara lo suficiente; creía que él le ocultaba algo. Se lamentó de su corta edad e ingenuidad que quizá no la hicieran lo suficientemente seductora; y si pedía más instrucción era para que ningún medio de excitar a su amante fuera desconocido por ella.]

    Volvieron a París; pero los criminales placeres con los que se había embriagado este hombre perverso habían halagado demasiado deliciosamente sus facultades físicas y morales, para que la inconstancia que ordinariamente rompía todas sus demás intrigas, pudiera romper los nudos de ésta. Estaba perdidamente enamorado y de esta peligrosa pasión hubo de nacer inevitablemente el más cruel abandono de su esposa... ¡Qué víctima, Dios mío! La señora de Franval, que a la sazón tenía treinta y un años, estaba en la flor de su mayor hermosura; una expresión de tristeza inevitable debida a los disgustos que la consumían, la hacía más interesante todavía; inundada por sus lágrimas, en el abatimiento de su melancolía, sus cabellos negligentemente esparcidos sobre su garganta de alabastro, sus labios amorosamente apretados sobre el retrato querido de su infiel y de su tirano, se parecía a una de esas hermosas vírgenes que pintara Miguel Ángel en el seno del dolor. No obstante, ignoraba todavía lo que tenía que completar su tormento. La manera como se educaba a Eugénie, las cosas esenciales que se permitía que ignorase o de las que sólo se le hablaba para hacérselas odiar; la certeza que tenía de que estos deberes, menospreciados por Franval, jamás serían conocidos de su hija; el poco tiempo que se le concedía para ver a esta joven persona; el temor de que la educación singular que se le daba no se convirtiera en crímenes, tarde o temprano, los extravíos de Franval, en fin, la acritud diaria hacia ella, sólo preocupada en atenderle y que no sabía de otro encanto que el de interesarle y complacerle; tales eran, por entonces, las únicas causas de su aflicción. ¡Con qué rasgos dolorosos iba a sentirse marcada, esa alma tierna y sensible, cuando se enterara de todo!

    Mientras, la educación de Eugénie proseguía; ella misma había expresado su deseo de seguir con sus maestros hasta los dieciséis años, y sus talentos, sus amplios conocimientos, y el encanto que cada día se desarrollaba en ella, todo contribuía a la fascinación de Franval: era fácil constatar que jamás había amado a nadie como a Eugénie.

    En el primer plan de vida de la señorita Franval solo había cambiado el tiempo dedicado a las conferencias: estas conversaciones privadas con su padre, eran mucho más frecuentes y se prolongaban hasta horas avanzadas de la noche. La única aya de Eugénie estaba al corriente de toda la intriga y se contaba solidamente con ella para no preocuparse de su posible indiscreción. Hubo también algunos cambios en las comidas de Eugénie, que ahora comía con sus padres. Esta circunstancia, en una casa como la de Franval, puso a Eugénie en trance de conocer a mucha gente y de ser pretendida por esposa. Fue pedida por varias personas. Franval, seguro del corazón de su hija, y no creyendo deber temer estos intentos, no había reflexionado, no obstante, que la fluencia de tales proposiciones acabaría por descubrirlo todo.

    En una conversación con su hija, favor tan deseado por la señora de Franval, y tan raramente obtenido, esta tierna madre informó a Eugénie de que el señor de Colunce la pretendía en matrimonio.

    —Conocéis a ese hombre, hija mía, dijo la señora de Franval; os quiere, es joven, amable; será rico y sólo espera vuestra decisión... vuestra única decisión; hija mía ¿cuál debe ser mi respuesta?

    Eugénie, sorprendida, se puso colorada y respondió que no sentía todavía ningún interés por el matrimonio; pero que se podía consultar a su padre, puesto que ella no tendría otra voluntad que la suya.

    La señora de Franval no vio nada de anormal en esta respuesta, espero algunos días y, encontrando por fin la ocasión de hablar del asunto con su marido, le comunicó las intenciones de la familia del joven Colunce y las que el joven había manifestado, añadiendo la respuesta de su hija.

    Es de imaginar que Franval lo sabía todo; pero disimuló sin, de todos modos, contenerse del todo.

    —Señora, dijo agriamente a su esposa, os pido con insistencia que dejéis de ocuparos de Eugénie. Por el cuidado que me habéis visto tomar para alejarla de vos, habéis debido comprender cuánto deseo que en lo concerniente a ella no intervengáis en absoluto. Os repito mis órdenes sobre este asunto...; espero que no las olvidaréis.
    —Pero ¿qué he de responder, señor, puesto que es a mí a quien se dirigen?
    —Diréis que soy muy sensible al honor que se me hace; pero que mi hija tiene defectos de nacimiento que se oponen a los lazos del himeneo.
    —Pero, señor, estos defectos no son reales, ¿por qué queréis que mienta y por qué privar a nuestra hija única de la felicidad que puede encontrar en el matrimonio?
    —Estos lazos, ¿os han hecho muy feliz, señora?
    —Todas las mujeres no cometen los errores que yo he cometido, sin duda, que no me han permitido encadenaros (y con un suspiro) o tal vez todos los maridos no se os parecen.
    —Las mujeres... falsas, celosas, imperativas, coquetas o devotas... Los maridos, pérfidos, inconstantes, crueles o déspotas: he aquí un resumen de todos los individuos de la tierra, señora; no esperéis encontrar un fénix.
    —No obstante, todo el mundo se casa.
    —Sí, los tontos o los vagos. Como dice un filósofo, la gente sólo se casa cuando no sabe lo que se hace, o cuando no sabe qué hacer.
    —Entonces, ¿habría que dejar perecer el universo?
    —Lo mismo daría; una planta que sólo produce veneno cuanto antes sea extirpada mejor.
    —Eugénie no os agradecerá mucho este exceso de rigor para con ella.
    —Este enlace ¿parece gustarle?
    —Vuestras órdenes son sus leyes, ha dicho.
    —Pues bien, señora; mis órdenes son que dejéis correr esta boda.

    Y el señor de Franval salió repitiendo a su esposa la prohibición más rigurosa de volverle a hablar de este asunto.

    La señora de Franval no dejó de contar a su madre la conversación que acababa de tener con su marido; y la señora de Farneille, más aguda, más acostumbrada a los efectos de las pasiones que su interesante hija, sospechó enseguida que había en aquello algo poco natural.

    Eugénie veía muy poco a su abuela, una hora a lo más, en los días de acontecimientos y siempre bajo la mirada de Franval. La señora de Farneille, deseando esclarecer el asunto, hizo rogar a su yerno que le mandara un día a su nieta, y que se la dejara toda una tarde para distraerla, de un acceso de jaqueca que la atormentaba. Franval mando responder agriamente que no había nada que Eugénie temiese tanto como los vapores, que la llevaría, no obstante, donde quisiera; pero que no podría quedarse largo rato, pues tenía que asistir a un curso de física al que iba con asiduidad.

    Fueron, pues, a casa de la señora Farneille que no ocultó a su yerno la sorpresa que le había causado que se rechazara el himeneo propuesto.

    —Creo que podréis sin temor, prosiguió, permitir que vuestra hija me convenza por si misma del defecto que, según vos, ha de privarla del matrimonio.
    —Que este defecto sea real o no, señora, dijo Franval un tanto sorprendido de la resolución de su suegra, la verdad es que me costaría muy caro casar a mi hija y que soy todavía muy joven para imponerme semejantes sacrificios; cuando haya cumplido los veinticinco años obrará como bien le parezca; que no cuente conmigo hasta llegar a aquella época.
    —¿Y vuestros sentimientos son los mismos, Eugénie?, dijo la señora de Farneille.
    —Difieren algo, señora, dijo la señorita de Franval con mucha firmeza; el señor me permite casarme a los veinticinco años y yo os aseguro a vos y a él, señora, que no he de hacer uso en la vida de semejante permiso..., que, según mi opinión, sólo contribuiría a la desgracia de mi existencia.
    —A vuestra edad no se tiene opinión, señorita, dijo la señora de Farneille, y hay en todo esto algo extraordinario, que será necesario que yo aclare.
    —Os lo ruego, señora, dijo Franval llevándose a su hija; haréis bien incluso en emplear a vuestro clero para que os ayude a aclarar este enigma, y cuando todas vuestras potencias habrán actuado hábilmente, cuando al fin seréis informada, ya me diréis si tengo razón o no al oponerme a la boda de Eugénie."

    El sarcasmo que se permitía sobre los consejeros eclesiásticos de la suegra de Franval, tenía por objetivo un personaje respetable, que es adecuado dar a conocer puesto que la continuación de los acontecimientos va a ponerle pronto en acción.

    Se trataba del director de la señora de Farneille y de su hija, uno de los hombres más virtuosos que hubiese entonces en Francia; honrado, bienhechor, lleno de candor y de prudencia, el señor de Clervil, apartado de todos los vicios propios de su hábito, sólo tenía cualidades dulces y útiles. Apoyo seguro del pobre, amigo sincero del opulento, consuelo de los menesterosos, este hombre digno, unía a todos los dones que le hacían amable, todas las virtudes que le hacían un hombre sensible.

    Clervil, consultado, respondió como hombre de sentido común, que antes de tomar ningún partido en el asunto, convenía desentrañar las razones del señor de Franval para oponerse a la boda de su hija; y aun cuando la señora de Farneille soltó algunas indirectas adecuadas para hacer sospechar la intriga, que desgraciadamente existía, el prudente director rechazó estas ideas, y encontrándolas demasiado ultrajantes para la señora de Franval y para su marido, se alejó de ellas siempre con indignación.

    —No hay nada tan lamentable como el crimen, señora, decía a veces este hombre honrado; es tan inverosímil suponer que un hombre inteligente pueda franquear voluntariamente todos los diques del pudor y todos los frenos de la virtud que es sólo con la más extrema repugnancia que me determino a suponer tales horrores; cedamos difícilmente a la sospecha del vicio, se trata la mayor parte de las veces de la obra de nuestro amor propio, casi siempre es el fruto de una comparación sorda que se hace en el fondo de nuestra alma; nos apresuramos a admitir el mal, para tener derecho a considerarnos mejores. Pensándolo bien, puede que fuera mejor, señora, que un error secreto no fuera jamás descubierto, que suponer ilusoriamente otros por una imperdonable precipitación, hiriendo así, sin motivo, a nuestros ojos, gentes que no han cometido jamás otras faltas que las que le supone nuestro orgullo; con este principio ¿no saldríamos todos ganando? ¿No es infinitamente menos necesario castigar un crimen que no es esencial evitar que se extienda? Si se le deja en la oscuridad que busca ¿no queda como anulado? El escándalo es seguro divulgándolo, la relación que de él se hace despierta las pasiones de aquellos que se sienten inclinados a la misma clase de delitos; el inseparable encegamiento del crimen halaga la esperanza que tiene el culpable de ser más afortunado que aquel que acaba de ser reconocido; no es una lección lo que se le ha dado, sino un consejo, y se entrega a excesos que tal vez jamás hubiese osado sin la imprudente publicidad,...tomada falsamente como justicia y que no es más que rigor mal concebido, o vanidad que se disfraza.

    No se tomó, pues, ninguna resolución en este primer comité como no fuera la de procurar verificar con exactitud las razones del alejamiento de Franval por el matrimonio de su hija, y las causas que hacían compartir a Eugénie esta misma manera de pensar: se decidió no intentar nada en tanto estos motivos no fuesen descubiertos.

    —Ya ves, Eugénie, dijo Franval por la noche a su hija; quieren separarnos; ¿lo conseguirán, niña mía?... ¿Lograrán romper los más dulces lazos de mi vida?
    —Jamás, jamás, no temas tal cosa, oh mi más tierno amigo. Estos lazos que a ti te deleitan me resultan igualmente preciosos; no me has engañado, formándolos, me has dejado ver hasta qué punto se apartaban de nuestras costumbres; y poco azarada de conculcar unos usos que, variando según el clima, no puede ser que tengan nada de sagrado, he admitido tales lazos, los he tejido sin remordimiento; no temas, pues, que los rompa.
    —¡Ay de mí! ¡Quién sabe!... Colunce es más joven que yo... tiene todo lo que hace falta para encantarte: no escuches, Eugénie, un resto de extravío que te ciega sin duda; la edad y la luz de la razón borrando el prestigio, producirán pronto remordimientos, tú los depositarás en mi seno, y jamás me perdonaré haberlos hecho nacer.
    —No, repuso Eugénie con firmeza; no, estoy decidida a amarte sólo a ti; me consideraría la más desgraciada de las mujeres si tuviese que tomar un esposo... Yo, prosiguió con calor, yo unirme a un extranjero que, no teniendo como tú, dobles motivos para quererme, elevaría a la medida de sus sentimientos lo que sería en realidad la de sus deseos... Abandonada, menospreciada por él, ¿qué sería de mí después? ¿Me convertiría en beata o en prostituta? ¡Oh no, no! Prefiero ser tu amante, amigo mío. Sí, te prefiero mil veces a verme reducida a representar en el mundo uno de estos dos papeles infames... Pero ¿cuál es la causa de todo este enredo?, prosiguió Eugénie con acritud... ¿La conoces, amigo mío? ¿Cuál es?... ¿tu esposa?... Ella sola... Sus implacables celos... No lo dudes más, estos son los únicos motivos de las desgracias que nos amenazan... ¡Ah! no se lo critico; todo es sencillo,... todo se comprende... se llega a todo cuando se trata de conservarte. ¿Qué no intentaría yo si estuviera en su lugar y quisieran robarme tu corazón?

    Franval, sorprendentemente emocionado, besa mil veces a su hija; ésta, más animada por estas criminales caricias, levantando su ánimo atroz con mayor energía, se atrevió a decir a su padre, con una imperdonable impudicia, que la única manera de verse menos observados uno y otro, era procurando un amante a su madre. Este proyecto divirtió a Franval; pero mucho más malo que su hija y queriendo preparar imperceptiblemente su joven corazón a todos los impulsos del odio que deseaba sembrar en él contra su esposa, le respondió que esta venganza le parecía demasiado dulce; que había otros medios para rendir a una mujer desgraciada cuando fastidiaba a su marido.

    Pasaron así algunas semanas durante las cuales Franval y su hija se decidieron al fin por el primer plan concebido para la desaparición de la virtuosa esposa de ese monstruo, creyendo con razón que antes de llegar a procedimientos más indignos, era necesario por lo menos ensayar el de un amante que, no solamente podría proporcionar materia para todos los otros, sino que, si tenía éxito, obligaría necesariamente entonces a la señora de Franval a no ocuparse tanto de los errores de los demás, puesto que ella misma tendría los suyos perfectamente constatados. Franval, para la ejecución de este proyecto, pensó en toda la gente joven que le era conocida y después de madura reflexión sólo encontró a Valmont que pudiera servirle.

    Valmont tenía treinta años, una figura encantadora, mucho ingenio y no poca imaginación, sin principio alguno y, en consecuencia, muy adecuado para representar el papel que iba a confiársele; Franval le invitó un día a almorzar, y llevándoselo aparte al levantarse de la mesa:

    —Amigo mío, le dijo; siempre te creí digno de mi; he aquí llegado el momento de demostrarme que no me equivoco: exijo una prueba de tus sentimientos..., pero una prueba verdaderamente extraordinaria.
    —¿De qué se trata? Explícate, querido, y no dudes nunca de mi deseo de serte útil.
    —¿Qué te parece mi mujer?
    —Deliciosa; si no fueras tú su marido, hace tiempo que sería su amante.
    —Esta consideración es muy delicada, Valmont; pero no me afecta.
    —¿Cómo?
    —Voy a sorprenderte... es precisamente porque me aprecias..., precisamente porque soy el esposo de la señora de Franval que exijo de ti que seas su amante.
    —¿Estás loco?
    —Loco no, pero fantástico... caprichoso. Ya hace tiempo que me conoces en este terreno... Quiero forzar una caída de la virtud y quiero que seas tú quien la coja en la trampa.
    —¡Qué extravagancia!
    —Ni una palabra, es una obra maestra de la razón.
    —¡Cómo! ¿Quieres que yo lo haga...?
    —Si, lo quiero, lo exijo, y dejo de mirarte como un amigo si me niegas este favor..., yo te serviré, te procuraré los momentos..., los multiplicaré... Tú los aprovecharás; y en cuanto estaré seguro de mi suerte, me echaré si hace falta a tus pies para darte las gracias por tu complacencia.
    —Franval, a mí no me engañas; hay en esto algo muy sorprendente... No intentaré nada mientras no me lo cuentes todo.
    —Sí..., Pero te tengo por un poco escrupuloso, no te considero todavía con suficiente fuerza de ánimo para creerte capaz de comprender el desarrollo de todo esto... Todavía los prejuicios..., el espíritu caballeresco... ¿Qué apuestas? Te estremecerás como un niño cuando te lo cuente todo y no querrás hacer nada.
    —¿Estremecerme yo?... En verdad que me sorprende tu manera de juzgarme; entérate, querido, que no hay extravío en el mundo..., no, ni uno solo, por muy irregular que pueda ser, que pueda alarmar un instante mi corazón.
    —Valmont, ¿has mirado alguna vez a Eugénie?
    —¿Tu hija?
    —O mi amante, si lo prefieres.
    —¡Ah! Desalmado; lo comprendo.
    —Es la primera vez en la vida que me pareces listo.
    —Pero ¿cómo? Por mi honor... ¿amas a tu hija?
    —¡Sí, amigo mío, como Loth! Siempre he sentido un gran respeto por los libros santos, siempre he estado convencido de que se puede ganar el cielo imitando a sus héroes... ¡Ah, amigo mío! La locura de Pigmalion ya no me sorprende... ¿Acaso el universo no está lleno de estas flaquezas? ¿No hubo que empezar por ahí para poblar el mundo? Y, lo que no era un mal entonces, ¿por qué ha de serlo ahora? ¡Qué extravagancia! Una chica bonita no podría tentarme porque habría cometido el error de traerla a este mundo; ¿esto que debe unirme más íntimamente a ella sería la razón que habría de alejarme de ella...? ¿Es porque se me parece, porque ha salido de mi sangre, es decir, porque reúne todos los motivos que pueden servir de base al amor más ardiente, que he de verla con ojos fríos...? ¡Ah, qué sofismas..., qué absurdo! Dejemos para los tontos esos ridículos frenos, no están hechos para almas como las nuestras; el imperio de la belleza, los sacros derechos del amor, no conocen esas fútiles convenciones humanas; su ascendente las aniquila como los rayos del astro del día diluyen en el seno de la tierra las nieblas que la cubren por la noche. Pisoteemos estos prejuicios atroces, siempre enemigos de la felicidad; si alguna vez sedujeron a la razón fue siempre a expensas de los más placenteros goces... que jamás hayan sido menospreciados por nosotros.
    —Me convences, respondió Valmont, y no me cuesta nada concederte que tu Eugénie ha de ser una amante deliciosa; belleza más vivaracha que la de su madre, si no tiene como tu mujer esa languidez que se apodera del alma con tanta voluptuosidad, tiene algo de picaresco que nos domina, que parece, en una palabra, que subyuga a cuanto pretenda resistírsele; si una tiene el aire de ceder, la otra exige; lo que una lo permite la otra lo ofrece y me imagino que ha de ser mucho más encantador.
    —Pero no es a Eugénie a quien te cedo, sino a su madre.
    —¿Y que razón te mueve a proceder así?
    —Mi mujer es celosa, me fastidia, me observa; quiere casar a Eugénie, es necesario que se haga culpable para que yo pueda ocultar mis culpas; es, pues, necesario que la logres, que te diviertas con ella por algún tiempo... que la traiciones luego... que yo te sorprenda en sus brazos... que la castigue o que, gracias a ese descubrimiento obtenga la paz de una y otra parte en nuestros mutuos errores... pero nada de amor, Valmont, sangre fría, encadénala y no te dejes dominar por ella; si se barajan los sentimientos, mis proyectos se van al diablo.
    —No temas nada, sería la primera mujer que lograría poner fuego en mi alma.

    Nuestros dos alocados convinieron los detalles de su arreglo y se acordó que, dentro de pocos días, Valmont atacaría a la señora de Franval con permiso absoluto de emplear cuanto quisiera para lograr el éxito... incluso la confesión de los amores de Franval como el medio más poderoso para decidir a esa mujer honesta a la venganza.

    Eugénie, a quien fue confiado el proyecto, lo encontró enormemente divertido. La infame criatura se atrevió a decir que si Valmont tenía éxito, para que la felicidad suya fuese completa, sería necesario que pudiese asegurarse con sus propios ojos de la caída de su madre; que pudiese ver a esa heroína de la virtud cediendo indiscutiblemente a los atractivos de un placer que condenaba con tanto rigor.

    En fin, llega el día en que la más prudente y la más desgraciada de las mujeres va, no solamente a recibir el golpe más lamentable que pueda dársele, sino en el que va a ser ultrajada por su odioso esposo al ser abandonada, al ser entregada por él mismo a aquel por quien él consiente que sea deshonrada... ¡Qué delirio!... ¡qué menosprecio de todos los principios y con qué fin puede crear la naturaleza corazones tan depravados como éstos!... Algunas conversaciones preliminares habían preparado esta escena; Valmont por otra parte era sobradamente íntimo de Franval, para que su esposa, a quien ya le había ocurrido otras veces sin ningún riesgo, pudiera suponer que hubiese ninguno por quedarse conversando a solas con él. Los tres estaban en el salón y Franval se levantó.

    —Me voy, dijo; un asunto importante me reclama. Es como si os dejara con vuestra aya si os dejo con Valmont; es tan modoso... pero si se desmanda me lo diréis, no llego a apreciarlo tanto como para cederle mis derechos...

    El imprudente se escapa.

    Después de algunas frases corrientes, nacidas de la broma de Franval, Valmont dice que encuentra a su amigo cambiado desde hace seis meses.

    —No me he atrevido a preguntarle el motivo, pero me parece que tiene preocupaciones.
    —Lo que sí es seguro, respondió la señora de Franval, es la terrible infelicidad que causa a quienes lo rodean.
    —¡Oh cielos!, ¿qué me decís?... ¿mi amigo se portaría mal con vos?
    —Si sólo fuese esto...
    —Dignaos informarme, ya conocéis mi celo... mi inviolable adhesión.
    —Una serie de desórdenes horribles... una corrupción de costumbres, errores, en fin, de todas clases... ¿podéis creerlo? Nos proponen para su hija el matrimonio más ventajoso... pero él no lo quiere...

    Aquí el taimado Valmont vuelve la vista con gesto de hombre que comprende... que lamenta... y que teme explicarse.

    —Cómo, señor, prosiguió la señora de Franval, ¿lo que os he dicho no os sorprende? Vuestro silencio es muy singular.
    —¡Ah señora!, ¿no es mejor callarse que hablar para desesperación de la persona que se ama?
    —¿Qué enigma es este? Explicádmelo, os lo ruego.
    —¿Cómo queréis que no me estremezca al abriros los ojos? dijo Valmont cogiendo con calor una de las manos de esta interesante mujer.
    —Oh señor, siguió la señora de Franval muy animada; o no digáis una palabra, o explicaos, lo exijo: la situación en que me colocáis es espantosa.
    —Puede que mucho menos que aquella a que me reducís vos misma, dijo Valmont, dejando caer sobre aquella a quien busca seducir, miradas inflamadas de amor.
    —Pero ¿qué significa todo esto, caballero? Empezáis a alarmarme, me hacéis desear una explicación y enseguida os atrevéis a hacerme escuchar cosas que no debo ni puedo tolerar; me quitáis los medios de saber a través vuestro lo que me inquieta de modo tan cruel. Hablad, caballero, hablad, o vais a sumirme en la desesperación.
    —Entonces seré menos oscuro, puesto que lo exigís, señora, y por mucho que me duela desgarrar vuestro corazón... sabed el motivo cruel que fundamenta la negativa que vuestro esposo ha dado al señor de Colunce... Eugénie...
    —¡Decid!
    —Pues bien, señora: Franval la adora; sintiéndose ahora menos padre que amante, preferiría renunciar a la vida antes que ceder a Eugénie.

    La señora de Franval no pudo escuchar esta fatal aclaración sin que una terrible indignación no le hiciera perder el sentido; Valmont se apresuró a socorrerla y, habiéndolo conseguido:

    —Ya veis, cuanto cuesta, señora, la confesión que habéis exigido... No quisiera por nada en el mundo...
    —Dejadme, caballero, dejadme, dijo la señora de Franval en un estado difícil de expresar; después de tan violentas sacudidas, necesito estar sola un momento.
    —¿Y querríais que os dejara en esta situación? ¡Ah! mi alma siente con demasiada intensidad vuestros dolores para que no os pida el permiso de compartirlos; soy yo quien abrió la llaga, dejadme que sea yo quien la cure.
    —¡Franval enamorado de su hija, justo cielo! Esta criatura que llevé en mis entrañas que ahora desgarra con tal atrocidad... Un crimen tan espantoso... ¡Ah caballero! ¿es posible?... ¿estáis seguro?
    —Si todavía lo dudase, hubiese guardado silencio; hubiese preferido mil veces no deciros nada que alarmaros en vano; es vuestro mismo esposo quien me ha confirmado semejante infamia: me ha convertido en su confidente. Sea lo que fuere, os ruego un poco de calma; ocupémonos antes de los medios de romper esta intriga que de los de aclararla; estos medios sólo están en vos misma...
    —¡Ah! apresuraos a mostrármelos; este crimen me da horror.
    —Un marido del carácter de Franval, señora, no se recupera por medio de la virtud; vuestro marido cree poco en la prudencia de las mujeres; a consecuencia de su orgullo o de su temperamento, pretende que lo que hacen para conservarnos es mucho más para su propia satisfacción que para gustarnos o encadenarnos... Perdón, señora, pero no he de ocultaros que, respecto a ese tema pienso bastante como él; no he visto jamás que sea con sus virtudes que una esposa logre destruir los vicios de su marido; un comportamiento más o menos parecido al de Franval le aguijonearía mucho más y os lo acercaría más fácilmente. Los celos serían su segura consecuencia, y ¡cuántos corazones ha rendido al amor este sistema infalible! Vuestro marido viendo entonces que esta virtud, a la cual está acostumbrado y que tiene el impudor de menospreciar, es más el fruto de la reflexión que de la indiferencia de los sentidos, aprenderá realmente a apreciarla en vos, en el momento en que os creerá capaz de faltar a ella;... imagina... se atreve a decir que si jamás habéis tenido amantes es porque jamás habéis sido atacada; demostrarle que, el serlo, sólo depende de vos, como de vos sólo depende el vengaros de sus engaños y desprecios. Puede que, según vuestros rigurosos principios, cometáis un pequeño mal... pero ¡cuántos males habréis prevenido! ¡a qué esposo habréis convertido! Y, por un ligero ultraje a la diosa que reverenciáis ¡qué sectario habríais conducido hasta su templo! ¡Ah señora! sólo acudo a vuestra razón. Con la conducta que me atrevo a prescribiros, os atraéis para siempre a Franval, le cautiváis eternamente. Os huye con una conducta contraria; se escapa para no volver jamás; sí, señora, me atrevo a certificároslo: o no amáis a vuestro esposo o no debéis dudar más.

    La señora de Franval, muy sorprendida por este discurso, paso algún tiempo sin responder, tomando luego la palabra, recordando las miradas de Valmont y sus primeras frases:

    —Caballero, dijo con tacto, suponiendo que cediera a los consejos que me dais, ¿sobre quién creéis que debería volver mis ojos para inquietar más a mi marido?
    —¡Ah!, exclamo Valmont, sin ver la trampa que se le tendía; querida y divina amiga... sobre el hombre que en todo el universo mejor os ama, sobre aquel que os adora desde que os conoce, y que jura a vuestros pies morir bajo vuestro mandato...
    —¡Salid, caballero, salid! dijo entonces imperativamente la señora de Franval, y no comparezcáis jamás ante mi vista. Vuestra trampa queda descubierta. Atribuís a mi marido faltas que es incapaz de cometer para mejor afianzaros en vuestras pérfidas seducciones. Sabed que, aun cuando fuese culpable, los medios que me ofrecéis repugnarían demasiado a mi corazón para que los empleara ni un solo instante; jamás las infidelidades de un esposo pueden legitimar las de una mujer; tienen que ser para ella nuevos motivos para ser prudente, a fin de que el Justo, el Eterno, encuentre en las ciudades afligidas y prestas a sufrir los efectos de su cólera, quien pueda apartarla si es posible de su seno evitando las llamas que van a devorarlas.

    La señora de Franval salió con estas palabras y llamando a la gente de Valmont le obligó a retirarse... muy avergonzado de sus primeros intentos.

    Aun cuando esta interesante mujer supo desentrañar las trampas del amigo de Franval, lo que éste había dicho concordaba tan bien con sus temores y los de su madre, que decidió intentarlo todo para convencerse de tan crueles verdades. Fue a ver a la señora de Farneille, le contó todo cuanto había sucedido y volvió decidida a llevar a cabo las actividades que le veremos emprender.

    Hace mucho tiempo que se ha dicho, y con mucha razón, que no tenemos mayores enemigos que nuestros propios criados; siempre celosos, siempre envidiosos, parece que pretenden aligerar sus cadenas desarrollando aquellos errores que nos colocan por debajo de ellos, permitiendo, por lo menos por algunos momentos, a su vanidad la preponderancia sobre nosotros que les quita la suerte.

    La señora de Franval sedujo una de las mujeres de Eugénie: una pensión segura, un porvenir agradable, la apariencia de una buena acción, todo decidió a esta criatura, que se comprometió, a partir de la noche siguiente, a poner a la señora de Franval en situación tal, que no dudase de su desgracia.

    Llega el instante. La desgraciada madre es introducida en un gabinete vecino al departamento donde su pérfido esposo ultraja cada noche sus lazos matrimoniales y el cielo. Eugénie está con su padre; muchas bujías siguen encendidas en una rinconera para iluminar el crimen... el altar está preparado, la víctima se coloca en él, el sacrificador la sigue... La señora de Franval sólo cuenta con su desesperación, su amor irritado, su furia... Rompe las puertas que la separan, penetra en el departamento y allí, cayendo de rodillas y llorando a los pies de este incestuoso:

    —¡Oh vos, que hacéis la desgracia de mi vida! exclama dirigiéndose a Franval. Vos de quien no he merecido semejante trato... vos a quien adoro todavía, sean cuales sean las injurias que de vos recibo, ved mi llanto... y no me rechacéis; os pido gracia por esta desgraciada que, engañada por su debilidad y por vuestras seducciones, cree encontrar la felicidad en el seno de la impudicia y del crimen... Eugénie, Eugénie, ¿quieres hincar el puñal en el seno que te dio a luz? No seas por más tiempo cómplice del crimen del que se te esconde el horror... Ven... corre... mira mis brazos prontos a recibirte. Mira a tu desgraciada madre, a tus rodillas, conjurándote para que no ultrajes a la vez el honor y la naturaleza... Pero si me rechazáis uno y otra, prosigue esa mujer desolada, apoyando un puñal contra su corazón, he aquí de qué modo voy a escapar de las infamias con que pretendéis cubrirme; haré que mi sangre se derrame sobre vosotros y será sólo sobre mi triste cuerpo que podréis consumar vuestros crímenes.

    Que el alma endurecida de Franval pudiera resistir este espectáculo, los que empiezan a conocer a este insensato, lo creerán fácilmente; pero que la de Eugénie no se rindiera, es algo inconcebible.

    —Señora, dijo esta hija corrompida con la flema más cruel, confieso que no veo concordancia entre vuestra razón y el escándalo que acabáis de armar en casa de vuestro marido; ¿acaso no es dueño de sus actos? y, puesto que él aprueba los míos, ¿qué derecho tenéis de criticar? ¿Acaso nosotros criticamos vuestras indiscreciones con el señor de Valmont? ¿Os estorbamos en vuestros placeres? Dignaos entonces respetar los nuestros y que no os sorprenda que yo sea la primera en dar prisa a vuestro esposo para que tome las medidas que os fuercen a hacerlo...

    En este momento la paciencia de la señora de Franval se agota, toda su cólera se vuelve contra la indigna criatura que puede engañarse hasta el extremo de hablarle así y, levantándose enfurecida se lanza contra ella... Pero el odioso, el cruel Franval, cogiendo a su mujer por los cabellos, la arrastra furioso lejos de su hija y de la habitación, y arrojándola con fuerza por la escalera de la casa, la deja caer desvanecida y ensangrentada ante el umbral de la puerta de una de sus mujeres que, despertada por este horrible ruido, sustrae a toda prisa a su dueña de los furores del tirano, ya descendido para acabar con su desventurada victima... Ella está en su casa, se la encierra en ella, se la cuida, y el monstruo que acaba de tratarla con tanta rabia, vuela de nuevo junto a su detestable compañera para pasar tan tranquilamente la noche como si no se hubiese mostrado inferior a las bestias más feroces, por sus atentados de tal modo execrables, cometidos para humillarla así... tan horribles, en suma, que nos avergonzamos de la necesidad en que nos encontramos de desvelarlos.

    Se acabaron las ilusiones para la desgraciada Franval; no queda ninguna que pueda permitirse; resultaba demasiado claro que el corazón de su esposo, es decir, el más dulce bien de su vida, le había sido robado... y ¿por quién?... por aquella que le debía mayor respeto... y que acababa de hablarle con la mayor insolencia. Había sospechado igualmente que toda la aventura de Valmont no era más que una detestable trampa tendida para hacerla culpable, si era posible y, en el caso contrario para atribuirle culpas y cubrirla con ellas a fin de legitimar otras, mil veces más graves, que se cometían contra ella.

    Nada más cierto. Franval, informado del poco éxito de Valmont, le había instado para que sustituyera la verdad por la impostura y la indiscreción, haciendo público con sus informaciones que él era el amante de la señora Franval y se había decidido que se fingirían cartas abominables que dejarían constancia, en forma nada equívoca, de la existencia de un comercio al que la desgraciada esposa había negado prestarse.

    Entre tanto, desesperada, herida incluso en varias partes de su cuerpo, la señora Franval se puso seriamente enferma. Su bárbaro esposo, que se negó a verla, no se informó siquiera de su estado y partió con Eugénie al campo, con el pretexto de que habiendo a1guien con fiebre en la casa, no quería exponer a su hija permaneciendo en ella.

    Valmont se presentó varias veces a la puerta de la señora de Franval durante la enfermedad; pero no fue recibido ni una sola vez; encerrada con su tierna madre y con el señor de Clervil, la enferma no vio absolutamente a nadie; consolada por amigos tan queridos y tan adecuados para ejercer influencia sobre ella, vuelta a la vida gracias a sus cuidados, al cabo de cuarenta días estuvo en situación de poder recibir visitas. Franval entonces trajo a su hija de nuevo a París y, con Valmont, dispuso las cosas de manera que le proporcionaran armas capaces de contrarrestar aquellas que parecía que la señora Franval y sus amigos iban a esgrimir contra ellos.

    Nuestro loco apareció en casa de su esposa en cuanto creyó que podría ser recibido.

    —Señora, le dijo fríamente, no podéis dudar del interés que me he tomado por vuestra salud; me es imposible ocultaros que es gracias a dicho interés que he logrado retener a Eugénie. Estaba decidida a formular las más severas reclamaciones por la forma como la tratasteis; por muy convencida que esté respecto al respeto que se debe a una madre, no puede ignorar, no obstante, que esta madre se colocó en la peor de las situaciones lanzándose contra su hija con un puñal en la mano; un impulso de tal naturaleza, señora, podría, si se abrían los ojos al gobierno sobre vuestra conducta, seros funesto un día, afectando a vuestra libertad y a vuestro honor.
    —No me esperaba esta recriminación, señor, respondió la señora de Franval; y cuando, seducida por vos, mi hija resulta ser al mismo tiempo culpable de incesto, de adulterio, de libertinaje y de la más odiosa ingratitud contra quien le dio la vida... sí, lo confieso, no esperaba que, después de tal complicidad de horrores, fuese yo quien debiera temer las quejas: es necesaria toda vuestra maña, toda vuestra maldad, señor, para, acusando el crimen con tanta audacia, resulte acusada la inocencia.
    —No ignoro, señora, que los pretextos para vuestra escena fueron la odiosa sospecha que formulasteis contra mí; pero las quimeras no legitiman los crímenes; lo que habéis imaginado es falso; lo que habéis hecho, desgraciadamente, es demasiado real. Os sorprendéis de los reproches que os hizo mi hija a propósito de vuestra intriga con Valmont: pero, señora, ella no es quien ha destapado las irregularidades de vuestra conducta a todo París; este enredo es tan conocido... las pruebas, desgraciadamente, tan evidentes, que quienes hablan de ello puede que cometan una imprudencia, pero de ningún modo una calumnia.
    —Yo, señor, dijo esta respetable esposa levantándose indignada... ¿yo, un enredo con Valmont?... ¡Justo cielo! Y sois vos quien lo decís... (Y en medio de un copioso llanto): ¡ingrato! he aquí el precio de mi ternura... he aquí la recompensa por haberte amado tanto: no te basta con ultrajarme tan cruelmente; no te basta con seducir a mi propia hija, hace falta además que te atrevas a legitimar tus crímenes atribuyéndome los que serían para mi más espantosos que la misma muerte... (Y sobreponiéndose): decís tener pruebas de esta intriga; mostradlas, exijo que se hagan públicas, os obligaré a hacerlas aparecer ante todo el mundo, si os negáis a mostrármelas.
    —No, señora, no las enseñaré a todo el mundo; generalmente no es el marido el que da publicidad a estas cosas; las sufre y las oculta lo mejor que puede; pero si vos las exigís, señora, seguro que no he de negároslas... (Y sacando una cartera de su bolsillo): Sentaos, dijo; esto hay que comprobarlo con calma; el enojo y el arrebato molestarían sin convencerme; tranquilizaos pues, os lo ruego, y discutamos esto con sangre fría.

    La señora de Franval, perfectamente convencida de su inocencia, no sabía qué pensar de estos preparativos y su sorpresa, mezclada de terror, la mantenía en un estado violento.

    —He aquí ante todo, señora, dijo Franval vaciando uno de los lados de la cartera, la totalidad de vuestra correspondencia con Valmont, desde hace alrededor de seis meses; no acuséis a este joven de imprudencia o de indiscreción; es demasiado honrado, sin duda, para atreverse a faltaros hasta ese punto. Pero alguien de su servicio, más listo de lo que es el cuidadoso, ha encontrado la manera secreta de proporcionarme estos monumentos preciosos de vuestra extremada prudencia y de vuestra eminente virtud. (Luego, hojeando las cartas que esparcía por encima de la mesa): Aceptad, prosiguió, que entre toda esta charlatanería grosera de una mujer fogosa... por un hombre tan amable, escoja una carta que me ha parecido más atrevida y más decisiva que las otras... Hela aquí, señora:

    "Mi enojoso esposo cena esta noche en su casita de las afueras con esta criatura horrible... y que es imposible que yo haya traído a este mundo: venid, amado mío, para consolarme de todas las penas que me causan estos dos monstruos... Pero ¿qué digo? ¿No es este el mayor servicio que pueden prestarme ahora, y no será esta intriga la que impedirá a mi marido darse cuenta de la nuestra? Que estreche cuanto quiera entonces estos lazos; pero que no se atreva jamás, por lo menos, a querer romper los que me atan al único hombre que verdaderamente he adorado en este mundo."

    —¿Basta con eso, señora?
    —Caballero, os admiro, respondió la señora de Franval; cada día añade algo a la increíble estima de que sois merecedor; a las grandes cualidades que os reconocí hasta ahora confieso que no sabía que tenía que añadir las de falsario y calumniador.
    —Entonces ¿negáis?
    —De ningún modo: sólo deseo ser convencida. Haremos nombrar jueces... expertos, y pediremos, si estáis de acuerdo, la pena más rigurosa para aquel de los dos que sea culpable...
    —Esto es lo que yo llamo desvergüenza; vamos, prefiero esto al dolor... Prosigamos. Que tengáis un amante, señora, dijo Franval sacudiendo la otra parte de la cartera, con una apuesta figura y un enojoso esposo, nada más simple naturalmente; pero que a vuestra edad entretengáis a este amante y esto a mi costa, ya comprenderéis que no me parece tan simple... No obstante, he aquí 100.000 escudos en facturas, pagadas por vos o liquidadas por vuestra mano en favor de Valmont; servíos examinarlas, os lo exijo, añadió este monstruo presentándoselas y sin permitir que las tocase...

    A Zaïde, joyero,

    Liquidad la presente factura por la suma de veintidós mil libras por cuenta del señor de Valmont, de acuerdo con él.

    FARNEILLE DE FRANVAL.


    —A Jamet, comerciante en caballos, seis mil libras..., se trata de ese atelaje albazano-morocho que hace ahora las delicias de Valmont y es la admiración de todo París... Sí, señora, aquí tenéis por valor de trescientas mil doscientas ochenta y tres libras y diez sueldos, de las que debéis todavía la tercera parte y cuyo resto habéis satisfecho lealmente... ¿Qué me decís, señora?
    —¡Ah! caballero, en cuanto a este fraude, es demasiado burdo para causarme la más mínima inquietud; sólo exijo una cosa para confundir a los que inventan cosas contra mí... que las personas a quienes, según dicen, he liquidado estas facturas, comparezcan y juren que yo tengo tratos con ellos.
    —Lo harán, señora, no lo dudéis. ¿Me habrían advertido de vuestra conducta si no estuvieran dispuestos a sostener lo que han declarado? Uno de ellos, sin intervención mía, pensaba haceros citar hoy mismo...

    Llantos amargos surgieron entonces de los hermosos ojos de esta desgraciada mujer; su valor deja de sostenerla, cae en un acceso de desesperación, mezclado de síntomas espantosos, golpea la cabeza contra los mármoles que la rodean y se magulla el rostro.

    —Señor, exclama echándose a los pies de su esposo, servíos deshaceros de mí por medios menos lentos y menos espantosos; puesto que mi existencia estorba a vuestros crímenes, destruidla de un solo golpe, no me hundáis tan lentamente en la tumba... ¿Soy culpable de haberos amado?... ¿de haberme revuelto contra lo que me robaba tan cruelmente vuestro corazón?... Pues bien, castígame por ello, bárbaro, sí, toma ese hierro, dijo echándose sobre la espada de su marido, tómalo te digo y rasga mi pecho sin compasión; pero que muera por lo menos digna de tu estima, que me lleve a la tumba, como único consuelo, la certeza de que me crees incapaz de las infamias de que me acusas... sólo para ocultar las tuyas...

    Estaba de rodillas, echada a los pies de Franval, sus manos sangrientas y heridas por el hierro que se esforzaba en quitarle para desgarrar su seno; este hermoso seno estaba descubierto, sus cabellos en desorden caían inundándose de lágrimas que derramaba a torrentes; jamás el dolor estuvo más patético y con mayor expresión, jamás había sido visto con detalles más emocionantes, más interesantes y nobles.

    —No, señora, dijo Franval oponiéndose a su movimiento, no; no es vuestra muerte lo que se quiere sino vuestro castigo; concibo vuestro arrepentimiento, vuestros llantos no me sorprenden; estáis furiosa por haber sido descubierta: me agradan estas buenas disposiciones, que permiten augurar un arrepentimiento... que precipitará sin duda la suerte a que estáis destinada y vuelo a preparárosla.
    —Detente, Franval, exclamó esta desgraciada; no divulgues tu deshonor, no informes tú mismo al público que eres a la vez perjuro, falsario, incestuoso y calumniador... Quieres deshacerte de mi, te huiré, iré a buscar un asilo donde hasta tu recuerdo escape de mi memoria... serás libre... serás criminal impunemente... sí, te olvidaré... si puedo, cruel, o si tu desgarradora imagen no puede borrarse de mi corazón, si me persigue todavía en mi profunda oscuridad... no la eliminaré, pérfido, este esfuerzo sería superior a mí; no; no la eliminaré, pero me castigaré de mi ceguera y enterraré desde entonces en el horror de la tumba el altar culpable donde fuiste demasiado querido...

    Con estas palabras, últimos alientos de un alma agotada por una enfermedad reciente, la infortunada se desvaneció y cayó sin sentido. Las frías sombras de la muerte se extendieron sobre las rosas de su hermosa piel, ya agostadas por el aguijón de la desesperación; no se vio más que una masa inanimada, que no podían, no obstante, abandonar las gracias, la modestia, el pudor... todos los atractivos de la virtud. El monstruo sale, va a gozar con su culpable hija del triunfo horrible que el vicio, o mejor dicho la infamia, se atreve a obtener sobre la inocencia y sobre la desgracia.

    Estos detalles complacieron infinitamente a la hija execrable de Franval, que hubiese querido verlos... que hubiese querido llevar el horror más lejos... que Valmont triunfara de los rigores de su madre, que Franval sorprendiera sus amores. ¿Qué medios, si todo esto ocurriera, que medios de justificación le quedarían a la víctima? y ¿no era importante quitárselos todos? Así era Eugénie.

    Entre tanto, la desgraciada esposa de Franval, teniendo sólo el seno de su madre que pudiese abrirse para recibir sus lágrimas, no tardó mucho tiempo en comunicarle sus nuevos motivos de desesperación; fue entonces cuando la señora de Farneille imaginó que la edad, el estado, la consideración personal del señor de Clervil, podrían tal vez producir algunos buenos efectos sobre su yerno; nada es tan confiado como la desgracia; lo mejor que pudo, informó a ese respetable eclesiástico acerca de todos los desordenes de Franval, le convenció de lo que jamás había querido creer, le instó sobre todo a que no empleara con semejante malvado esta elocuencia persuasiva hecha más para el corazón que para la inteligencia; luego que hubiese hablado con ese pérfido, le recomendó que obtuviera una entrevista con Eugénie, cerca de la cual pondría igualmente a contribución todo cuanto creyera más adecuado para iluminar a esta joven desgraciada sobre el abismo abierto bajo sus pasos y a devolverla, si es que era posible, al seno de su madre y de la virtud.

    Franval, informado de que Clervil iba a solicitar una entrevista con su hija y con él, tuvo tiempo de combinarse con ella y bien preparados ambos, hicieron saber al director espiritual de la señora de Farneille que estaban dispuestos a recibirle. La crédula Franval lo esperaba todo de la elocuencia de este guía espiritual; los desgraciados se agarran a las quimeras con tal avidez para procurarse la tranquilidad que la realidad les niega, que llegan a creer posibles todas las ilusiones.

    Clervil llega: eran las 9 de la mañana. Franval le recibe en el departamento donde tiene la costumbre de pasar las noches con su hija; lo había hecho adornar con toda la elegancia imaginable, dejando, no obstante, que reinara en él cierto desorden que constataba sus criminales placeres... Eugénie, junto a él, podía oírlo todo, a fin de estar más dispuesta para la entrevista que a su vez se le había señalado.

    —Es con el mayor temor de molestaros, señor, dijo Clervil, que me atrevo a presentarme ante vos. La gente de nuestro estado, en general, resulta tan pesada a las personas que, como vos, pasan la vida entre la voluptuosidades de este mundo, que ya me reprocho de haber consentido a los deseos de la señora de Farneille, haciéndoos pedir permiso para conversar con vos un instante.
    —Sentaos, señor, y mientras el lenguaje de la justicia y de la razón impere en vuestros razonamientos, no temáis jamás que pueda molestarme.
    —Sois adorado por una joven esposa llena de encantos y de virtudes, y se os acusa de hacerla muy desgraciada, señor. No contando más que con su inocencia y su candor; no contando con otro oído para escuchar sus quejas que el de su madre, idolatrándoos siempre pese a vuestros errores, imaginaréis fácilmente cuál ha de ser el horror de su posición.
    —Quisiera, señor, que nos concretáramos a los hechos; me parece que estáis empleando rodeos. ¿Cuál es el objeto de vuestra misión?
    —La de volveros a la felicidad, si es posible.
    —Puesto que me encuentro feliz como estoy, ¿no debéis tener nada más que decirme?
    —Es imposible, señor, que la felicidad pueda encontrarse en el crimen.
    —Estoy de acuerdo; pero aquel que gracias a estudios profundos, y a maduras reflexiones, ha podido elevar su espíritu hasta el punto de no sospechar el mal en nada, de ver con la más tranquila indiferencia todas las acciones humanas, a considerarlas todas como resultados necesarios de un poder, sea cual sea, que a veces bueno a veces perverso, pero siempre imperativo, nos inspira alternativamente, lo que los hombres aprueban o lo que condenan, pero nunca nada que le preocupe o que le turbe, éste, digo yo y vos estaréis de acuerdo, señor, puede sentirse tan feliz conduciéndose como yo lo hago, como los sois vos en la carrera que ejercéis; la felicidad es algo ideal, fruto de la imaginación; es una manera de estar maduro, que depende únicamente de nuestra manera de ver y de sentir; no existe, excepción hecha de la satisfacción de las necesidades, cosa alguna que haga igualmente felices a todos los hombres; todos los días vemos cómo a un individuo le hace feliz lo que desagrada soberanamente a otro; no hay, pues, una felicidad cierta y no puede existir otra, para nosotros, más que aquella que nos formamos en razón de nuestros órganos y nuestros principios.
    —Lo sé, señor; pero si el espíritu nos engaña, la conciencia no nos extravía jamás, y he aquí el libro donde la naturaleza escribe todos nuestros deberes.
    —Y ¿no hacemos lo que nos da la gana de esta conciencia ficticia? La costumbre la doblega, para nosotros es una cera blanda que toma bajo nuestros dedos todas las formas; si este libro fuese tan seguro como decís, el hombre ¿no tendría una conciencia invariable? De un extremo al otro de la tierra, todas las acciones ¿no serían iguales para él? Y, sin embargo, ¿es esto así? El hotentote ¿tiembla de aquello que horroriza a un francés? y éste ¿no comete todos los días actos que serían castigados en el Japón? No, señor, no, no hay nada real en este mundo, nada que merezca elogio o castigo, nada que sea digno de ser recompensado o castigado, nada que, injusto hache, no sea legítimo a quinientas leguas de distancia, ningún mal real, en una palabra, ningún bien constante.
    —No lo creáis, señor, la virtud no es una quimera; no se trata de saber si una cosa es buena aquí o mala a unos grados de distancia, para asignarle una determinación precisa de crimen o de virtud y asegurarse de encontrar en ello la felicidad en razón de la elección que uno haya hecho; la única felicidad del hombre sólo puede encontrarse en la sumisión más completa a las leyes de su país; es necesario o que las respete o que sea un miserable, sin término medio entre la infracción o el infortunio. No es, si queréis, de las cosas en ellas mismas que nacen los males que nos agobian cuando nosotros nos entregamos a ellas, cuando están prohibidas; es de la lesión que estas cosas, buenas o malas intrínsecamente, hacen a las convenciones sociales del clima que habitamos. Sin duda no hay mal alguno en preferir el paseo por los bulevares al de los Campos Elíseos; sin embargo, si se promulgara una ley que prohibiera los bulevares a los ciudadanos, quien infringiera esta ley puede que se preparara una cadena perpetua de desgracias, aun cuando no hubiese hecho más que una cosa muy simple al infringirla; por otra parte, la costumbre de romper los frenos ordinarios, hace pronto que se rompan los más serios, y de error en error se llega a los crímenes hechos para ser castigados en todos los países del universo, hechos para inspirar el horror a todas las criaturas razonables que habitan el globo, bajo el polo que sea. Si no hay una conciencia universal para el hombre, hay una de nacional relativa a la existencia que hemos recibido de la naturaleza, y en la que su mano imprime los deberes con trazos que no podemos borrar sin peligro. Por ejemplo, señor, vuestra familia os acusa de incesto. Sean cuales sean los sofismas de que se hayan servido para legitimar este crimen, para aminorar su horror, por especiosos que hayan sido los razonamientos sobre esta materia, sea cual sea la autoridad en que se hayan apoyado como ejemplos tornados de naciones vecinas, no por esto queda menos demostrado que este delito que sólo lo es para algunos pueblos, no sea ciertamente peligroso allí donde las leyes lo prohíben; no es menos cierto que puede arrastrar tras de sí los más espantosos inconvenientes, y los crímenes requeridos por este primero...; crímenes, digo yo, más apropiados para causar horror a los hombres. Si vos os hubieseis casado con vuestra hija a orillas del Ganges, donde estos matrimonios están permitidos, puede que hubieseis cometido sólo un mal muy ínfimo; dentro de un gobierno donde estas alianzas están prohibidas, al ofrecer este cuadro indignante al público... a los ojos de una esposa que os adora, y que esta perfidia llevara a la tumba, cometéis, sin duda, una acción espantosa, un delito que tiende a romper los más sagrados nudos de la naturaleza, aquellos que, atando vuestra hija al ser del que ella ha recibido la vida, deben convertir a este ser en el más respetable y el más sagrado de todos los objetos. Vos obligáis a esta hija a menospreciar deberes tan preciosos, le hacéis odiar a aquella que la ha llevado en su seno; preparáis sin daros cuenta las armas que puede dirigir contra vos; no le ofrecéis ningún sistema, no le inculcáis ningún principio, en el que no esté grabada vuestra condenación, y si su brazo atenta algún día contra vuestra vida, vos mismo habréis afilado los puñales.
    —Vuestra manera de razonar, tan distinta a la de las gentes de vuestro estado, respondió Franval, me inclina de momento a teneros confianza, señor; podría negar vuestra inculpación; mi franqueza al descubrirme por lo que a vos respecta, va a obligaros, espero, a creer igualmente en los errores de mi esposa, cuando emplearé, para exponéroslos, la misma verdad que va a guiar la confesión de los míos. Sí, señor, amo a mi hija, la amo con pasión, ella es mi amante, mi mujer, mi hermana, mi confidente, mi amiga, mi único dios sobre la tierra, tiene todos los títulos, en fin, que pueden obtener los homenajes de un corazón, y todos los del mío le son debidos; estos sentimientos duraran tanto como mi vida; debo, pues, justificarlos, sin duda, puesto que no puedo renunciar a ellos. El primer deber de un padre hacia su hija es indiscutiblemente, estaréis de acuerdo, señor, el de procurarle la mayor suma de felicidad posible; si no lo logra, está en deuda con su hija; si lo logra, está al abrigo de todos los reproches. Ni he seducido ni he forzado a Eugénie, esta consideración es importante, no la dejéis escapar; no le he ocultado el mundo, le he expuesto las rosas del himeneo al lado de las espinas que en el se encuentran; enseguida, me he ofrecido y he dejado a Eugénie que escogiera en plena libertad: ha tenido todo el tiempo para reflexionar; no ha dudado, ha hecho protestas de que sólo conmigo encontraba la felicidad; ¿he obrado mal al darle para hacerla dichosa, lo que, con conocimiento de causa, ha preferido a todo lo demás?
    —Estos sofismas no legitiman nada, señor; vos no debisteis dejar entrever a vuestra hija que el ser que ella no podía preferir sin crimen, podía convertirse en el objeto de su felicidad. Por muy hermosa que pueda ser la apariencia de un fruto, ¿no os arrepentiríais de ofrecerlo a alguien, si estuvieseis seguro que la muerte se oculta en su pulpa? No, señor, no, sólo os habéis tomado a vos como objeto en esta malhadada conducta y habéis convertido a vuestra hija en cómplice y víctima; estos procedimientos son imperdonables... y esta esposa virtuosa y sensible de la que desgarráis el seno a placer, ¿qué errores ha cometido, a vuestro juicio? ¿qué errores, hombre injusto, como no sea el de idolatraros?
    —He aquí donde os quiero, señor, y es sobre este tema que espero en vuestra confianza; tengo algún derecho a esperarlo sin duda, después de la manera plena de franqueza con que me habéis visto convenir en lo que se me imputa.

    Entonces Franval, mostrando a Clervil las falsas cartas y los falsos billetes que él atribuía a su esposa, le certificó que nada era más real que estas piezas y que la intriga de la señora de Franval con aquel a quien se referían.

    Clervil lo sabía todo:

    —Pues bien, señor, dijo entonces firmemente a Franval, tuve razón al deciros que un error considerado de momento como sin consecuencia puede, acostumbrándonos a rebasar los límites, conducirnos hasta los últimos excesos del crimen y de la maldad. Vos habéis comenzado por una acción, nula a vuestros ojos, y ya veis como, para legitimarla o cubrirla, cuantas infamias estáis obligado a cometer... ¿Queréis creerme, señor? arrojemos al fuego estas imperdonables atrocidades y olvidémonos de ellas, os lo ruego, sin conservar el menor recuerdo.
    —Estas piezas son reales, señor.
    —Son falsas.
    —Sólo pueden seros dudosas; ¿y esto es suficiente para desmentirme?
    —Permitid, señor; para suponerlas buenas, sólo cuento con lo que me decís, y vos tenéis el mayor interés en sostener vuestra acusación; para considerar estas piezas falsas, cuento con la confesión de vuestra esposa, que tendría igualmente el mayor interés en decírmelo, si fuesen verdaderas, en el caso de que lo fuesen; he aquí como juzgo, señor... El interés de los hombres, tal es el vehículo de todas sus gestiones, el gran resorte de todas sus acciones, allí donde lo encuentro, se ilumina para mí enseguida la antorcha de la verdad; esta regla jamás me engañó y hace cuarenta años que me sirvo de ella. La virtud de vuestra esposa, por otra parte, ¿no borrará ante los ojos de todo el mundo tan abominable calumnia? ¿Es con su franqueza, con su candor, con ese amor que todavía arde en ella por vos, que se permite uno tales atrocidades? No, señor, no: no se producen así los comienzos del crimen; conociendo tan bien los efectos, debisteis dirigir mejor los hilos.
    —¡Estas invectivas, señor!
    —Perdón, la injusticia, la calumnia, el libertinaje, revuelven tan tremendamente mi ánimo que algunas veces no soy dueño de la agitación que estos horrores me producen; quememos estos papeles, señor, os lo pido todavía insistentemente... quemémoslos, para vuestro honor y para vuestro descanso.
    —No imaginaba, señor, dijo Franval, levantándose, que con el ministerio que ejercéis, se convirtiera uno tan fácilmente en el apologista... el protector de la inmoralidad y el adulterio; mi mujer me hiere, me arruina, os lo demuestro; vuestra ceguera por ella os hace preferir acusarme a mí y suponerme antes un calumniador que a ella una mujer pérfida y alocada. Pues bien, señor, las leyes decidirán; todos los tribunales de Francia resonarán con mis quejas; llevaré mis pruebas, publicaré mi deshonor, y veremos entonces si todavía cometeréis la candidez, o mejor la idiotez, de proteger contra mí semejante criatura impúdica.
    —Entonces me retiro, señor, dijo Clervil levantándose también. Jamás imaginé que los desvíos de vuestro espíritu llegasen a alterar tanto las cualidades de vuestro corazón, y que cegado por una venganza injusta, fueseis capaz de sostener con sangre fría lo que pudo hacer nacer el delirio... ¡Ah! señor, todo esto me convence más que nunca que cuando un hombre ha transgredido el más sagrado de sus deberes, pronto se permite pulverizar todos los otros... Si vuestra reflexión os hace cambiar, dignaos hacerme advertir, señor, y encontrareis siempre en vuestra familia y en mí, amigos dispuestos a recibiros... ¿Se me permite ver un momento a la señorita hija vuestra?
    —Sois muy dueño, señor, e incluso os exhorto para que hagáis valer cerca de ella, o medios más elocuentes, o recursos más seguros para representarle estas verdades luminosas en las que yo he tenido la desgracia de percibir únicamente ceguera y sofismas.

    Clervil pasó al departamento de Eugénie. Le esperaba en ropa de interior, muy coqueta y muy elegante; esta especie de indecencia, fruto del abandono de sí mismo y del crimen, reinaba impúdicamente en sus gestos y en sus miradas y la perfidia, ultrajando las gracias que la embellecían a pesar suyo, reunía cuanto puede inflamar el vicio y cuanto repugna a la virtud.

    No correspondiendo a una muchacha entrar en detalles tan profundos como era adecuado a un filósofo como Franval, Eugénie se limitó a las burlas; poco a poco llegó a los arrumacos más audaces; pero dándose cuenta pronto de que sus seducciones eran tiempo perdido, y que un hombre tan virtuoso como aquel con quien tenía que habérselas, no caería en sus trampas, cortó acertadamente los lazos que retenían el velo de sus encantos y se puso de este modo en el mayor de los desórdenes antes de que Clervil tuviese tiempo de notarlo.

    —Miserable, dijo chillando indignada, ¡que alejen a este monstruo! por encima de todo, ¡que oculten este crimen a mi padre! ¡Justo cielo! esperaba de él consejos piadosos... y el muy descarado ataca mi pudor... Mirad, dijo a la gente que acudió al oír sus gritos, ved el estado en que me ha puesto este impúdico; aquí los tenéis a estos bienaventurados sectarios de una divinidad que profanan; el escándalo, el desenfreno, la seducción, he aquí cuáles son sus costumbres y víctimas de su falsa virtud; todavía les reverenciamos estúpidamente.

    Clervil, muy irritado por semejante escándalo, logró no obstante esconder su turbación, y retirándose, con sangre fría, a través de la multitud que le rodeaba:

    —Que el cielo guarde a esta infortunada, dijo tranquilamente... que la haga mejor, si puede, y que nadie de su casa atente más que yo contra sus virtuosos sentimientos... que vine más que a mustiar, a reanimar en su corazón.

    Este fue el único resultado que la señora de Farneille y su hija obtuvieron de una negociación de la que tanto habían esperado. Estaban muy lejos de conocer las degradaciones que el crimen ocasiona en el alma de los malvados; lo que actuaría sobre los otros, les agría y es en las mismas lecciones de la prudencia donde encuentran mayor acicate para el mal.

    A partir de este momento, todo se envenenó de una y otra parte; Franval y Eugénie comprendieron que era necesario probar los pretendidos errores de la señora de Franval de manera que no ofreciera lugar a dudas, y la señora de Farneille de acuerdo con su hija proyectó formalmente el rapto de Eugénie. Hablaron de ello con Clervil: este honesto amigo se negó a tomar parte en tan atrevidas resoluciones; había sido, dijo, demasiado maltratado en este asunto para poder hacer nada más que implorar el favor de los culpables cuya gracia imploraba con insistencia, absteniéndose de todo género de actos de mediación. ¡Qué sentimientos más sublimes! ¿Por qué tal nobleza es tan rara entre los individuos que llevan tales hábitos? ¿y por qué este hombre único los llevaba tan ajados? Pero empecemos por los intentos de Franval.

    Valmont reapareció.

    —Eres un imbécil, le dijo el culpable amante de Eugénie, eres indigno de ser mi discípulo. Te difamaré a la vista de todo París si, en una segunda entrevista, no te conduces mejor con mi esposa. Tienes que lograrla, amigo mío, pero lograrla auténticamente, es necesario que mis ojos se convenzan de su desastre... es necesario, en fin, que pueda quitar a esta detestable criatura todo medio de excusa y de defensa.
    —¿Pero si ella resiste?, respondió Valmont.
    —Emplea la violencia... yo cuidaré de alejar a todo el mundo... Asústala, amenázala, ¿qué importa?... miraré como otros tantos favores de tu parte, cuantos medios emplees para tu triunfo.
    —Oye, dijo entonces Valmont, consiento en lo que me propones, te doy mi palabra de que tu mujer cederá; pero exijo una condición, y no hay nada de lo dicho si tú lo niegas; los celos no tienen que entrar para nada en nuestros convenios, ya lo sabes; exijo, pues, que me dejes pasar un cuarto de hora con Eugénie... no imaginas cómo me portaré cuando haya gustado el placer de entretener un momento a tu hija...
    —Pero, Valmont...
    —Concibo tus temores; pero si me crees tu amigo, no te los perdono; sólo aspiro al encanto de ver a Eugénie sola y entretenerla un minuto.
    —Valmont, dijo Franval un poco sorprendido, pones a tus servicios un precio demasiado caro; conozco, como tú todas las ridiculeces de los celos, pero idolatro a aquella de quien me hablas, y antes cedería mi fortuna que sus favores.
    —No pretendo tal cosa, estate tranquilo.

    Y Franval, que comprende que entre el gran número de sus conocidos ninguno es capaz de servirle como Valmont, no queriendo de ningún modo que se le escape:

    —Está bien, le dijo con cierto mal humor; te repito; tus servicios son caros; pagándolos de ese modo queda liquidado mi reconocimiento.
    —¡Oh! el reconocimiento sólo es el precio de los servicios decentes; no se inflamará jamás en tu corazón por los que voy a prestarte; es más: van a hacer que nos peleemos antes de dos meses... Va, amigo... conozco a los hombres... sus defectos... sus extravíos, y todas las consecuencias que llevan consigo; coloca a ese animal en la situación que quieras, y no fallaré ningún resultado basándome en tus datos. De modo que quiero cobrar por adelantado, o no hago nada.
    —Acepto, dijo Franval.
    —Está bien, contestó Valmont; ahora todo depende de tu voluntad, empezaré cuando quieras.
    —Necesito unos días para mis preparativos, dijo Franval; pero dentro de cuatro, como máximo, estaré contigo.

    El señor de Franval había educado a su hija en forma que estaba muy seguro de que no sería el exceso de pudor lo que le obligaría a negarse a los planes que había combinado con su amigo; pero era celoso, Eugénie lo sabía; le adoraba por lo menos tanto como era querida y confesó a Franval, en cuanto supo de que se trataba, que temía muchísimo que esta entrevista privada tuviera consecuencias. Franval, que creía conocer suficientemente a Valmont, para estar seguro de que en todo esto sólo habría cierto fermento para su fantasía, pero ningún peligro para su corazón, disipó lo mejor que pudo los temores de su hija, y se hicieron los preparativos.

    Fue en este instante que Franval, a través de gente segura y totalmente suya de casa de su suegra, supo que Eugénie corría grandes riesgos y que la señora de Farneille estaba a punto de obtener una orden para quitársela. Franval dio por seguro que el complot era obra de Clervil; y detuvo por el momento los proyectos de Valmont ocupándose tan sólo de deshacerse del pobre eclesiástico al que equivocadamente creía instigador de todo. Siembra el oro; este vehículo poderoso de todos los vicios, es colocado por él en mil manos distintas: seis bribones fieles le responden de que sus órdenes serán ejecutadas.

    Una noche, en el momento en que Clervil, que cenaba a menudo en casa de la señora de Farneille, se retira solo y a pie, se le envuelve, se le coge... y se le dice que es de parte del gobierno. Se le muestra una orden falsificada y se le mete en una silla de posta que le conduce con toda diligencia a las prisiones de un castillo aislado que poseía Franval en el fondo de las Ardennes. Allí, el desgraciado es recomendado al conserje de la finca, como un loco que ha querido atentar contra la vida de su dueño; y las mejores precauciones se toman para que esta víctima infortunada, cuyo único error ha sido el de haber tenido excesiva indulgencia con aquellos que le ultrajaron tan cruelmente, jamás pueda reaparecer.

    La señora de Farneille se desesperó. No dudó ni por un momento de que el golpe partía de la mano de su yerno; los cuidados necesarios para encontrar a Clervil, retrasaron un poco los del rapto de Eugénie; con escaso numero de conocidos y un crédito bastante mediocre, era difícil ocuparse a la vez de dos objetivos tan importantes que por otra parte la actitud vigorosa de Franval hacia necesaria. Se pensó sólo en el director; pero todas las búsquedas fueron en vano; nuestro facineroso había tomado tan bien sus medidas que resultaba imposible descubrir nada. La señora de Franval no se atrevía a interrogar a su marido, todavía no habían vuelto a hablarse desde la última escena; pero la importancia del asunto anulo toda consideración; tuvo por fin el valor de preguntar a su tirano, si su intención era añadir a todos los malos procedimientos que seguía con ella, el de privar a su madre del mejor consejero que tuvo jamás en este mundo. El monstruo se defendió: llegó en su fingimiento hasta a ofrecerse para realizar su busca; viendo que, para preparar la escena de Valmont, tenía necesidad de endulzar el animo de su crédula esposa, le aseguró que, fuesen cuales fuesen sus infidelidades, le resultaba imposible no adorarla en el fondo de su alma; y la señora de Franval, siempre complaciente y dulce, siempre feliz de cuanto la acercaba a un hombre al que quería más que a su vida, se prestó a todos los deseos de ese esposo pérfido, les previno, les sirvió, los compartió todos, sin atreverse a aprovecharse de aquel momento, como hubiese debido, para obtener por lo menos de este bárbaro, una mejor conducta, y que no hundiera cada día a su desgraciada esposa en un abismo de males y tormentos. Pero, si lo hubiese hecho ¿el éxito hubiese coronado sus intentos? Franval, tan falso en todas las acciones de su vida, tenía que ser más sincero en aquella que, según él, no tenia más atractivo que cuando se saltaban algunos diques; lo hubiese prometido todo, sin duda, por el solo placer de faltar a todo lo prometido; puede que tal vez hubiese deseado que se exigieran de él juramentos para añadir la diversión del perjurio a sus espantables goces.

    Franval, en pleno descanso, no pensaba más que en turbar a los demás; tal era el género de su carácter vindicativo, turbulento, impetuoso, cuando se le inquietaba. Deseando su tranquilidad al precio que fuese, no tomaba desgraciadamente para lograrla, más que aquellos medios más susceptibles de hacérsela perder de nuevo. ¿La obtenía? era sólo en molestar que empleaba todas sus facultades morales y físicas; de este modo, siempre agitado, necesitaba el control de los artilugios que obligaba a los otros a emplear contra él, o necesitaba que él los dirigiera contra los demás.


    Todo estaba dispuesto para satisfacer a Valmont; y su visita privada duró cerca de una hora en el mismo departamento de Eugénie.

    [Allí, en una sala decorada, Eugénie, desnuda sobre un pedestal, representaba una joven salvaje fatigada por la caza, y apoyándose en un tronco de palmera, cuyas elevadas ramas escondían una infinidad de luces dispuestas de modo tal que los reflejos sólo recaigan sobre los encantos de esta hermosa muchacha, dándoles valor con más arte. La especie de teatrillo en done estaba esta estatua animada, se encontraba rodeada por un canal lleno de agua y de seis pies de ancho que servía de barrera a la joven salvaje e impedía que se le acercase por parte alguna. Al borde de esta circunvalación, estaba situada la silla [de Valmont]; un cordón de seda es manejada allí: maniobrando este cordoncillo, hacía girar el pedestal de tal manera que el objeto de su culto podía ser visto por él por todos lados, y la actitud era tal que, de cualquier manera que fuese dirigida, era siempre agradable. [Franval], escondido tras una decoración del bosquecillo, podía poner los ojos en su amante y su amigo, y el examen, según el último acuerdo, debía durar una media hora... Valmont se sitúa... se siente ebrio, nunca tantos atractivos, dice, se le han ofrecido a sus ojos; cede a los éxtasis que le inflaman. El cordón, cambiando sin cesar, le ofrece en todo momento nuevos atractivos: ¿a cuál ofrecerá sacrificios?, ¿cuál será el preferido, lo ignora; ¡todo es tan hermoso en Eugénie! Sin embargo, los minutos transcurren, pasan rápido en tales circunstancias; la hora suena; el caballero se abandona y el incienso vuela a los pies del dios cuyo santuario le está prohibido. Un velo cae, hay que retirarse.]

    —Bueno, ¿estás contento? dijo Franval reuniéndose con su amigo.
    —Es una criatura deliciosa, respondió Valmont; pero Franval, te aconsejo que no corras semejante riesgo con otro hombre, y felicítate de los sentimientos que, en mi corazón, han de garantizarte de todo peligro.
    —Cuento con ello, respondió Franval con bastante seriedad; ahora, actúa lo antes posible.
    —Mañana prepararé a tu mujer... comprenderás que es necesaria una conversación preliminar... cuatro días después, puedes estar seguro de mí.

    Comprometen su palabra y se separan.

    Pero, después de esta entrevista, Valmont estaba muy lejos de querer traicionar a la señora de Franval para asegurar a su amigo una conquista de la que se había sentido demasiado envidioso. Eugénie había producido sobre él impresiones demasiado profundas para que pudiera renunciar a ella; estaba decidido a obtenerla por mujer, al precio que fuese. Reflexionando sobre ello, puesto que la intriga con su padre no le repugnaba, estando seguro de que su fortuna igualaba la de Colunce pensaba que con el mismo título podía pretender a la misma alianza; pensó pues que, presentándose como esposo no podría ser rechazado, y que trabajando con ardor para romper los lazos incestuosos de Eugénie, dando palabra a la familia de poder lograrlo, obtendría indudablemente el objeto de su culto... a costa de una disputa más con Franval, de la que su valor y su pericia le permitían esperar salir vencedor. Veinticuatro horas bastaron para tales reflexiones y plenamente saturado de estas ideas Valmont se dirigió a casa de la señora de Franval. Ya estaba advertida; recordemos que casi ya se había sobrepuesto, o mejor que, habiendo cedido a los insidiosos artificios de este pérfido, ya no podía rehusar la visita de Valmont. Ella, no obstante, le había echado en cara las cartas, las palabras y los conceptos que a su propósito le había expuesto Franval; pero él, como si no esperara nada, le había asegurado que la manera más segura de hacer creer que todo esto era falso y que nada existía, era la de recibir a su amigo como lo hacia ordinariamente; negarse, legitimaría las sospechas; la mejor prueba que una mujer puede dar de su honestidad, le había dicho, es la de seguir viendo públicamente a aquel a propósito del cual se han hecho aquellas manifestaciones respecto a ella: todo esto era sofístico; la señora de Franval lo comprendía perfectamente, pero esperaba una explicación de Valmont; el deseo de recuperar a su esposo, junto al temor de enojarle, habían hecho desaparecer de sus ojos todo cuanto razonablemente debía impedirle ver a este joven. Llegó, pues, y Franval, apresurándose a salir, les dejó frente a frente como la última vez: las explicaciones debieron ser violentas y minuciosas; pero Valmont, imbuido de sus ideas, lo abrevia todo y llega a su tema:

    —¡Oh señora! no veáis en mí al mismo hombre que se hizo tan culpable a vuestros ojos la última vez que os habló, se apresuró a decir; entonces yo era el cómplice de los extravíos de vuestro marido, hoy me he convertido en el reparador; tened confianza en mí, señora; dignaos confiar en la palabra de honor que os doy de no venir aquí ni para mentiros ni para engañaros sobre nada.

    Entonces confesó la historia de las falsas notas y de las cartas contrahechas, pidió mil excusas por haberse prestado a ello, previno a la señora de Franval sobre nuevos horrores que se le exigían todavía y, para confirmar su franqueza, confesó sus sentimientos por Eugénie, descubrió cuanto se había hecho, se comprometió a romper con todo, a quitarle a Eugénie, a llevarla a Picardía, a una de las posesiones de la señora de Farneille, si una y otra de estas señoras le concedían su permiso y le prometían en matrimonio por recompensa, a aquella que habría salvado del abismo.

    Estas palabras, las confesiones de Valmont tenían tal sello de verdad, que la señora de Franval no pudo evitar que le convencieran; Valmont era un excelente partido para su hija; ¿después de la mala conducta de Eugénie podía esperar más? Valmont se hacía cargo de todo, no había otro medio de hacer cesar el crimen espantoso que desesperaba a la señora de Franval; ¿no debía confiar, por otra parte, en el retorno de los sentimientos de su esposo, después de la ruptura de la única intriga, que realmente pudo ser peligrosa, tanto para ella como para él? Estas consideraciones la vencieron, se rindió; pero a condición de que Valmont le diera su palabra de no batirse contra su marido, de trasladarse a un país extranjero después de haber entregado a Eugénie a la señora de Farneille, y de permanecer allí hasta que la mente de Franval estuviese más tranquila para consolarse de la pérdida de sus ilícitos amores y consintiera, al fin, con el matrimonio. Valmont se comprometió a todo; la señora de Franval, por su lado, le garantizó el consentimiento de su madre, le aseguró que no contrariaría en nada las resoluciones que tomaran conjuntamente, y Valmont se retiró, reiterando sus excusas a la señora de Franval por haber podido llevar a cabo contra ella todo aquello que su indecente esposo le había exigido. Informada la señora Farneille, partió el día siguiente para Picardía y Franval ahogado en el torbellino perpetuo de sus placeres, contando solidamente con Valmont, no temiendo ya a Clervil, se lanzó en la trampa preparada, con la misma buena fe que tan a menudo deseaba encontrar en los otros, cuando a su vez se proponía hacerles caer en una.

    Desde hacia unos seis meses, Eugénie, que rozaba los diecisiete años, salía bastante a menudo sola o con algunas de sus amigas. La víspera del día en que Valmont, según convenio con su amigo, debía atacar a la señora de Franval, ella se encontraba absolutamente sola en un estreno del teatro Francés, y debía ir igualmente sola a buscar a su padre a una casa donde le había dado cita para ir ambos al lugar donde tenían que cenar juntos... Apenas el coche de la señorita de Franval había salido del arrabal Saint-Germain, cuando diez hombres enmascarados detuvieron a los caballos, abrieron la portezuela, se apoderaron de Eugénie y la metieron en una silla de postas, al lado de Valmont, que tomando toda clase de precauciones para impedir sus gritos, y recomendando la mayor diligencia, se la lleva fuera de París en un abrir y cerrar de ojos.

    Desgraciadamente resultó imposible deshacerse de la gente y de la carroza de Eugénie, debido a lo cual Franval estuvo muy pronto informado de todo. Valmont, para ponerse a cubierto, contaba con la inseguridad en que se encontraría Franval respecto a la ruta que emprendería, y con las dos o tres horas de adelanto con que necesariamente podía contar. Con tal de que llegaran al límite de las propiedades de la señora de Farneille, se lograba el intento; puesto que allí, dos mujeres de confianza y un coche de postas esperaban a Eugénie para conducirla, por la frontera, a un asilo ignorado incluso por Valmont quien, pasando inmediatamente a Holanda, no reaparecería hasta que fuera para casarse con su amante en cuanto la señora de Farneille y su hija le hicieran saber que no había obstáculos; pero la fortuna permitió que estos inteligentes proyectos fracasasen ante los horribles designios del malvado de quien se trata.

    Franval, informado, no pierde un instante, se va a la posta y pregunta para qué ruta se han facilitado caballos a partir de las 6 de la tarde. A las 7 ha salido una berlina para Lyon, a las 8 una silla de postas para Picardía; Franval no duda: la berlina para Lyon no le importa, pero una silla de postas haciendo vía hacia una provincia donde la señora de Farneille tiene propiedades, es la que importa: sería locura dudarlo. Manda, pues, enganchar los ocho mejores caballos de la posta a su coche, hace montar en jacas a su gente, compra y carga pistolas mientras enganchan, y vuela como un rayo hacia donde le conducen el amor, la desesperación y la venganza. Al mudar de caballos en Senlis, se informa de que la silla que persigue, acaba de salir apenas... Franval ordena que corran hendiendo el aire; para desgracia suya alcanza el coche: su gente y él, pistola en mano, detienen al postillón de Valmont, y el impetuoso Franval, reconociendo a su adversario, le levanta la tapa de los sesos antes de que se apreste a la defensa, arranca a Eugénie moribunda y, lanzándose con ella en su carroza, se encuentra de nuevo en París antes de las 10 de la mañana. Sin preocuparse de todo cuanto tenía que suceder, Franval sólo se ocupa de Eugénie... El pérfido Valmont ¿no habrá querido aprovecharse de las circunstancias? Eugénie ¿es fiel todavía y no han sido ajados sus lazos culpables? La señorita de Franval tranquiliza a su padre. Valmont no ha hecho más que descubrirle su proyecto y lleno de esperanza de casarse pronto, se ha abstenido de profanar el altar ante el que quería ofrecer sus castos votos; los juramentos de Eugénie tranquilizan a Franval... Pero su esposa... ¿estaba al corriente de estas maniobras?... ¿se había prestado a ellas? Eugénie, que había tenido tiempo de informarse, certifica que todo es obra de su madre, a la que prodiga los nombres más odiosos y que esta fatal entrevista, en la que Franval se imaginaba que Valmont se preparaba para servirle, era la que había servido para traicionarle con la mayor de las impudicias.

    —¡Ah! dijo Franval furioso, así tuviese mil vidas para que pudiera ir a arrancárselas una tras otra... ¡Mi mujer!... cuando quería aturdirla, era ella la primera en engañarme... esta criatura que imaginan tan dulce... ¡ese ángel de virtud!... ¡Ah traidora! caro pagarás tu crimen... mi venganza necesita sangre y yo iré, si hace falta, a chuparla con mis labios de tus pérfidas venas... Tranquilízate, Eugénie, prosigue Franval en un estado de extrema violencia... sí, tranquilízate; te es necesario un descanso, vete a disfrutarlo por unas horas; yo solo cuidaré de todo esto.

    Entre tanto, la señora de Farneille, que había colocado espías a lo largo de la ruta, no tarda mucho tiempo en ser informada de todo do que acaba de suceder; sabiendo a su nieta rescatada y a Valmont muerto, corre rápidamente a París... Furiosa, reúne de inmediato su consejo: se le hace ver que el asesinato de Valmont va a poner a Franval entre sus manos, que la influencia que teme va a eclipsarse dentro de un instante y que inmediatamente va a ser dueña de su hija y de Eugénie; pero se le recomienda que prevenga el escándalo, y ante el temor de un proceso escandaloso, que solicite una orden que pueda poner a su yerno a cubierto. Franval, informado inmediatamente de este criterio y de las gestiones que inmediatamente se derivan de él, sabiendo, al mismo tiempo que su asunto es conocido, y que su suegra, según dicen, sólo espera su desastre para aprovecharse del mismo, corre inmediatamente a Versalles, ve al ministro, se lo cuenta todo, y sólo recibe por respuesta el consejo de que vaya cuanto antes a esconderse en las tierras que posee en Alsacia, junto a la frontera suiza. Franval vuelve de inmediato a su casa y con el designio de no fallar en su venganza, de castigar la traición de su esposa y de encontrarse siempre en posesión de los seres lo bastante queridos de la señora de Farneille, para que no se atreva, políticamente por lo menos, tomar partido contra él, se decide a no partir para Valmor, el lugar que le ha aconsejado el ministro, no partir, digo, como no sea acompañado de su esposa y de su hija... Pero ¿aceptará la señora de Franval? Sintiéndose culpable de esta especie de traición que ha ocasionado todo cuanto ocurre, ¿podrá alejarse tanto? ¿se atreverá a confiarse sin temor a los brazos de un esposo ultrajado? Tal es la inquietud de Franval; para saber a que atenerse, entra al instante a las habitaciones de su mujer que lo sabía ya todo.

    —Señora, le dice con sangre fría, me habéis hundido en un abismo de desgracias con vuestras indiscreciones tan poco meditadas; condenando los efectos, apruebo, no obstante, la causa puesto que está seguramente en vuestro amor por vuestra hija y por mí; y como los primeros errores me pertenecen, debo olvidar los segundos. Querida y tierna mitad de mi vida, prosigue cayendo de rodillas ante su esposa, ¿queréis aceptar una reconciliación que nada pueda turbar de ahora en adelante? Vengo a ofrecérosla, y he aquí lo que pongo en vuestras manos para sellarla...

    Entonces deposita a los pies de su esposa todos los papeles falsificados y la pretendida correspondencia de Valmont.

    —Quemad todo esto, querida amiga, os lo ruego, prosiguió el traidor con fingidas lágrimas, y perdonad lo que me hicieron hacer los celos: borremos todo resquemor entre nosotros; tengo grandes culpas, lo confieso; pero quién sabe si Valmont, para triunfar en sus proyectos, no me ha rebajado ante vos mucho más de lo que merezco... Si él se hubiese atrevido a decir que he dejado de amaros... que vos no habéis sido el objeto más precioso que para mí haya existido en el universo; ¡ah, ángel querido! si llegó a mancharse con semejantes calumnias, ¡qué bien he hecho privando al mundo de semejante bellaco y de tal impostor!
    —¡Oh señor!, dijo la señora de Franval llorando, ¿es posible concebir las atrocidades que inventasteis contra mí? ¿Qué confianza queréis que tenga en vos, después de semejantes horrores?
    —Quiero que me queráis todavía, ¡oh la más tierna y la más amable de las mujeres! Quiero que, acusando únicamente a mi cabeza de la multitud de mis extravíos, os convenzáis de que jamás este corazón, en el que reináis eternamente, pudo ser capaz de traicionaros... quiero que sepáis que no hay ni uno de mis errores que no me haya reprochado mucho más que vos... Cuanto más me alejaba de mi querida esposa, menos veía la posibilidad de compensarla con nada; ni los placeres ni los sentimientos igualaban aquellos que mi inconstancia me hacía perder con ella, y en los mismos brazos de su imagen, echaba de menos la realidad... ¡Oh querida y divina amiga! ¿Dónde encontrar un alma como la tuya? ¿Dónde gustar los favores que se reciben en tus brazos? Sí; abjuro de todos mis extravíos... no quiero vivir más que para ti sola en este mundo... que para restablecer en tu corazón llagado, este amor tan justamente destruido por mis errores... de los que abjuro hasta del recuerdo.

    Era imposible a la señora de Franval resistir a expresiones tan tiernas de parte de un hombre que adoraba siempre; ¿se puede odiar lo que tanto se ha amado? Con el alma delicada y sensible de esta interesante mujer, ¿puede mirarse con sangre fría a sus pies, ahogado por las lágrimas del remordimiento, el objeto que fue tan precioso? Los sollozos se escaparon...

    —Yo, dijo ella apretando sobre su corazón las manos del esposo..., yo, que jamás cesé de idolatrarte, ¡cruel! Es a mí a quien desesperas. El cielo me sirve de testigo de que de entre todos los azotes con que podía herirme, el temor de haber perdido tu corazón o de que sospecharas de mí, era el más sangrante de todos... Y además: ¿qué objeto eliges para ultrajarme?... ¡mi hija!... es con sus manos que traspasas mi corazón... ¿quieres obligarme a odiar lo que la naturaleza me ha hecho tan querido?
    —¡Ah!, dice Franval, cada vez más inflamado, quiero devolverla a tus rodillas, quiero que ella abjure, como yo, de su impudicia y sus errores... que obtenga, como yo, su perdón. No nos ocupemos, los tres, más que de nuestra mutua felicidad. Quiero devolverte a tu hija... devuélveme a mi esposa... y huyamos.
    —Huir, ¡Dios mío!
    —Mi aventura da mucho que hablar... Mañana puedo estar perdido... Mis amigos, el ministro, todos me han aconsejado un viaje a Valmor... ¿Te dignarías seguirme, amiga mía? Será en el mismo momento en que postrado a tus pies te pido perdón, que desgarrarás mi corazón rechazándome...
    —Me asustas... Cómo, este asunto...
    —Es considerado como un asesinato y no como un duelo.
    —¡Oh Dios! ¡Y soy yo quien tiene la culpa!... Ordena, ordena: dispón de mí, querido esposo... Te sigo, si hace falta, al fin del mundo... ¡Ah, soy la más desgraciada de las mujeres!
    —Di la más afortunada, sin duda, puesto que todos los instantes de mi vida van a estar consagrados a cambiar, desde ahora, en flores las espinas con que rodeaba tus pasos... ¿no basta un desierto cuando se quiere? Además, esto no será para siempre; mis amigos, advertidos, van a moverse.
    —Y mi madre... quisiera verla.
    —¡Guárdate de ello, querida amiga! Tengo pruebas seguras de que es ella quien solivianta a los padres de Valmont... junto con ellos busca mi perdición...
    —Es incapaz de ello; cesa de imaginar estos pérfidos horrores; su alma está hecha para amar, jamás conoció la impostura... jamás supiste apreciarla, Franval... si hubieses sabido amarla como yo... en sus brazos hubiésemos encontrado la felicidad en la tierra. Era el ángel de paz que ofrecía el cielo a los errores de tu vida, tu injusticia ha rechazado su seno, siempre abierto para ti con ternura, y por inconsecuencia o capricho, por ingratitud o libertinaje, te has privado voluntariamente de la más tierna amiga que hubiese creado para ti la naturaleza; pues bien: ¿quieres que no la vea?
    —¡No, te lo pido con insistencia... los momentos son tan preciosos! Tú le escribirás, le pintarás mi arrepentimiento... puede que se rinda ante mis remordimientos... puede que un día llegue a recobrar su estimación y su afecto; todo se apaciguará, volveremos... volveremos a gozar en sus brazos, de su perdón y su ternura... Pero alejémonos ahora, querida amiga... hay que hacerlo ahora mismo y los coches nos aguardan...

    La señora Franval, horrorizada, no se atreve a responder nada; se prepara: ¿un deseo de Franval no es una orden para ella? El traidor vuela hasta su hija y la conduce a los pies de su madre; la falsa criatura se prosterna con tanta perfidia como su padre: llora, implora su gracia, la obtiene. La señora de Franval la besa: es tan difícil olvidar que se es madre, sea cual sea el ultraje que se ha recibido de los hijos... la voz de la naturaleza es tan imperativa en un alma sensible que una sola lágrima de esos seres sagrados basta para hacernos olvidar veinte años de errores o de defectos.

    Se partió hacia Valmor. La exagerada prisa con que hubo que preparar el viaje legitimó a los ojos de la señora de Franval, siempre crédula y siempre ciega, el corto numero de domésticos que se llevan. El crimen evita las miradas... las teme todas; su seguridad no siendo posible más que en las sombras del misterio, se rodea de él cuando quiere actuar.

    Nada se desmiente en el campo: asiduidades, cuidados, atenciones, respeto, pruebas de ternura de una parte... del más violento amor de la otra, todo fue pródigo, todo sedujo a la desgraciada Franval... Al fin del mundo, alejada de su madre, en el fondo de una soledad horrible, se sentía feliz puesto que tenía, decía, el corazón de su marido y que su hija, sin cesar en sus rodillas, sólo se ocupaba de complacerla.

    Los departamentos de Eugénie y de su padre no estaban juntos; Franval habitaba en un extremo del castillo, Eugénie, junto a su madre; y la decencia, la regularidad, el pudor, reemplazaban en Valmor, en el grado más eminente, todos los desórdenes de la capital. Cada noche Franval acudía al lado de su esposa y el muy bribón, en el seno de la inocencia, del candor y del amor, iba alimentando impúdico la esperanza con sus horrores. Lo bastante cruel para no sentirse desarmado por estas caricias ingenuas y ardientes que le prodigaba la más delicada de las mujeres, era en la misma antorcha del amor mismo donde el malvado alimentaba la de la venganza.

    Como es de imaginar, las asiduidades de Franval por Eugénie no disminuían. Por la mañana, durante el baño de su madre, Eugénie encontraba a su padre en el fondo de los jardines, obteniendo de el al mismo tiempo las advertencias necesarias sobre la conducta del momento y los favores que estaba muy lejos de querer ceder totalmente a su rival.

    No hacia todavía ocho días que habían llegado a este retiro, cuando Franval supo que la familia de Valmont le perseguía formalmente y que el asunto iba a ser llevado de la forma más seria; decían que era imposible hacerlo pasar como un duelo pues desgraciadamente había habido demasiados testigos; nada más cierto, además, añadían a Franval, que la señora de Farneille estaba al frente de los enemigos de su yerno, para acabar de perderle privándole de su libertad u obligándole a salir de Francia, a fin de hacer entrar cuanto antes bajo sus alas a los dos seres queridos que se habían apartado.

    Franval mostró estas cartas a su esposa; ella tomó de inmediato la pluma para apaciguar a su madre, para inclinarla a una manera de pensar distinta, y para pintarle la felicidad de que estaba disfrutando desde que el infortunio había ablandado el alma de su desgraciado esposo; aseguraba además que emplearían en vano toda clase de procedimientos para hacerla volver a París con su hija, pues estaba decidida a no abandonar Valmor hasta que el asunto de su esposo no estuviese arreglado; y que si la maldad de sus enemigos o la absurda decisión de los jueces le hacían incurrir en un arresto que pudiese deshonrarle, estaba perfectamente decidida a expatriarse con él.

    Franval dio las gracias a su esposa; pero no teniendo ningún deseo de esperar la suerte que le preparaban, la previno de que iba a pasar una temporada en Suiza, que le dejaba a Eugénie y les conjuraba a ambas a no alejarse de Valmor mientras su destino no estuviese aclarado. Fuese como fuese, él volvería siempre para pasar veinticuatro horas con su querida esposa para decidir conjuntamente la manera de volver a París, si nada se oponía a ello, o de ir, en caso contrario, a vivir en algún lugar seguro.

    Tomadas estas resoluciones, Franval que no perdía de vista que la imprudencia de su mujer con Valmont era la única causa de sus reveses, y que sólo respiraba venganza, hizo decir a su hija que la esperaba en el fondo del parque y habiéndose encerrado con ella en un pabellón solitario, después de hacerle jurar la sumisión más ciega a todo lo que iba a prescribirle, la besó y le habló de la manera siguiente:

    —Hija mía, puede que me perdáis para siempre...

    Y viendo a Eugénie llorando:

    —Calmaos, ángel mío, le dijo, sólo depende de vos que nuestra felicidad renazca, y que en Francia, o fuera de ella, nos encontremos tan felices como éramos. Me place pensar, Eugénie, que estáis tan convencida, como es posible estarlo, de que vuestra madre es la única causa de todas nuestras desgracias; sabéis que no he perdido mi venganza de vista; si la he disfrazado a los ojos de mi mujer, conocéis los motivos y los habéis aprobado y me habéis ayudado a fabricar la venda con la que era prudente cegarla; he aquí el final, Eugénie; hay que actuar; vuestra tranquilidad depende de ello, lo que vais a hacer asegura la mía para siempre; confío que me comprenderéis y que tendréis sobrados ánimos para lo que voy a proponeros pueda alarmaros un solo instante... Sí, hija mía, hay que actuar, hay que hacerlo sin demora, hay que hacerlo sin remordimientos y esto ha de ser obra vuestra. Vuestra madre ha querido haceros desgraciada, ha manchado los lazos que reclama y ha perdido sus derechos; desde entonces no solamente no es para vos más que una mujer ordinaria, sino que se ha convertido en vuestra más mortal enemiga; la ley de la naturaleza más íntimamente grabada en nuestras almas es la de deshacernos, si podemos, de aquellos que conspiran contra nosotros; esta ley sagrada, que nos mueve y nos inspira sin cesar, no ha puesto en nosotros el amor al prójimo por delante del que nos debemos a nosotros mismos... Primero nosotros y en seguida los demás: he aquí el camino de la naturaleza; ningún respeto, en consecuencia, ninguna contemplación para los otros en cuanto han probado que nuestro infortunio o nuestra pérdida era el único objeto de sus votos: conducirse diferentemente, hija mía, sería preferir los otros a nosotros y esto sería absurdo. Ahora, veamos los motivos que deben decidir del acto que os aconsejo.

    "Estoy obligado a alejarme: vos conocéis los motivos; si os dejo con esta mujer, antes de un mes, convencida por su madre, os conduce a París, y como no podéis casaros, después del escándalo que se ha dado, estad segura que estas dos crueles personas se harán dueñas de vos para haceros llorar eternamente en un claustro vuestra debilidad y nuestros placeres. Es vuestra abuela, Eugénie, quien me persigue, es ella quien se une con mis enemigos para acabar de aplastarme; tal proceder de su parte ¿puede tener otro objeto que el de apoderarse de vos? ¿y podrá hacerlo sin encerraros? Cuanto más mis asuntos se envenenan, tanto más el partido que nos atormenta cobra mayor fuerza y crédito. No cabe duda de que, internamente, vuestra madre está a la cabeza de este partido, no hay que dudar de que se unirá a él en cuanto yo esté fuera; no obstante, este partido sólo quiere mi perdición para convertiros en la más desgraciada de las mujeres; hay, pues, que apresurarse para debilitarlo y es privarle de su mayor energía; sustraerle a la señora Franval. ¿Cabe otro arreglo? ¿os llevaría conmigo? Vuestra madre, irritada, se reuniría en seguida con la suya y desde entonces, Eugénie, no habría un momento de tranquilidad para nosotros, seríamos buscados, perseguidos por todas partes, ningún país tendría derecho a ofrecernos asilo, ningún refugio de la faz de la tierra sería sagrado... inviolable, a los ojos de los monstruos que nos perseguirían con su rabia; ¿ignoráis a qué distancia alcanzan esas armas odiosas del despotismo y de la tiranía cuando pagadas a peso de oro la maldad las dirige? Vuestra madre muerta, por el contrario, la señora de Farneille que la quiere más que vos, y que no se mueve en todo esto más que por ella, viendo su partido privado del único ser que realmente le liga a tal partido, lo abandonará todo, dejará de excitar a mis enemigos... no les inflamará más contra mí. A partir de este momento, de dos cosas una: o el asunto Valmont se arregla, y nada se opone ya a nuestro regreso a París, o se pone peor y obligados entonces a pasar al extranjero, por lo menos, estamos al abrigo de los disparos de la Farneille, que mientras vuestra madre viva, no tendrá más fin que nuestra desgracia, porque, te lo repito, se imagina que la felicidad de su hija no puede establecerse más que a base de nuestra caída. "

    "De cualquier lado que examinéis nuestra posición, veréis a la señora Franval cruzando sobre nuestro descanso, siendo su detestable existencia el mayor impedimento para nuestra felicidad."

    "Eugénie, Eugénie, prosiguió Franval con calor, cogiendo las dos manos de su hija, querida Eugénie, tú me amas; ¿quieres entonces por el temor a un acto... tan esencial para nuestros intereses, perder para siempre a quien te adora? ¡Oh querida y tierna amiga!, decídete, sólo puedes conservar a uno de los dos; necesariamente parricida, no tienes más que dejar que tu corazón escoja donde tus puñales deben hundirse; o tiene que perecer tu madre, o tienes que renunciar a mí... qué digo, es necesario que tú misma me degüelles... ¿Viviría, ¡ay de mi! sin ti?... ¿crees que me sería posible existir sin mi Eugénie? ¿Resistiré al recuerdo de los placeres que habré gustado en tus brazos... a estos placeres deliciosos, eternamente perdidos para mis sentidos? Tu crimen, Eugénie, tu crimen, es el mismo en uno y otro caso: o hay que destruir a una madre que te aborrece, y que no vive más que para tu desgracia, o hay que asesinar a un padre que sólo respira por ti. Escoge, escoge pues, Eugénie, y si es a mí a quien condenas, no dudes, hija ingrata, desgarra sin compasión este corazón cuyo único error ha sido quererte demasiado y bendeciré los golpes que vendrán de tu mano y mi último suspiro será para adorarte."

    Franval se calla para escuchar la respuesta de su hija; pero una reflexión profunda parece mantenerla en suspenso... pero se lanza al fin en brazos de su padre.

    —¡Oh tú, a quien amaré toda mi vida!, exclama, ¿puedes dudar del partido que tomaré? ¿puedes dudar de mi valor? Arma al instante mis manos y aquella a quien proscriben sus horrores y tu seguridad, pronto va a caer bajo mis golpes; instrúyeme, Franval, regula mi conducta, parte, puesto que tu tranquilidad lo exige... yo actuaré durante tu ausencia, te informaré de todo; pero sea cual sea el giro que tomen los asuntos... perdida nuestra enemiga, no me dejes sola en este castillo, lo exijo, ven a buscarme, o comunícame el lugar donde podré reunirme contigo.
    —Hija querida, dice Franval, abrazando al monstruo que ha sabido seducir demasiado, bien sabía que encontraría en ti todos los sentimientos de amor y de firmeza necesarios a nuestra mutua felicidad... Toma esta caja... la muerte está en su seno...

    Eugénie toma la funesta caja, reitera sus juramentos a su padre; se concretan las demás determinaciones, se decide que aguardará el desenlace del proceso y que el crimen proyectado se realizará o no, en razón a lo que se decida en favor o contra su padre... Se separan; Franval viene a encontrar a su esposa, lleva la audacia y la falsedad hasta a inundarla con sus lágrimas, hasta recibir, sin desmentirse, las caricias emocionantes y llenas de candor prodigadas por este ángel celeste. Luego, quedando convenido que ella permanecerá seguramente en Alsacia con su hija, sea cual sea el final de su asunto, el malvado monta a caballo y se aleja... se aleja de la inocencia y de la virtud; tan largo tiempo mancilladas por sus crímenes.

    Franval fue a establecerse en Bâle, a fin de encontrarse de ese modo al abrigo de las persecuciones que se hicieran contra él y al mismo tiempo tan cerca de Valmor como fuese posible para que sus cartas, en su lugar, pudiesen mantener en Eugénie la disposición de espíritu que deseaba... Había alrededor de veinticinco leguas de Valmor a Bâle; pero las comunicaciones eran bastante fáciles, pese a que estuviesen en medio de los bosques de la Selva Negra, para que pudiesen procurarse noticias de su hija una vez por semana. Para cualquier eventualidad se había llevado sumas inmensas; pero todavía más en papel que en dinero. Dejémosle instalar en Suiza y volvamos al lado de su mujer.

    Nada más puro ni sincero como las intenciones de esta excelente criatura; había prometido a su esposo quedarse en este lugar de la campiña hasta su nueva orden; nada hizo cambiar su resolución y así lo aseguraba todos los días a Eugénie... Desgraciadamente demasiado alejada para que tomara la confianza que esta respetable madre debía inspirarle, compartiendo siempre la injusticia de Franval cuyas semillas nutría con sus cartas, Eugénie no imaginaba que pudiese tener en el mundo mayor enemiga que su madre. No obstante, no había nada que ésta no hiciera para destruir en su hija el invencible alejamiento que esta ingrata conservaba en el fondo de su corazón; la colmaba de caricias y de amistad, se felicitaba tiernamente con ella del feliz retorno de su marido, llevaba su dulzura y simpatía hasta el extremo de darle las gracias a veces y de atribuirle todo el mérito de esta feliz conversión; en seguida se dolía de haberse convertido inocentemente en la causa de las nuevas desgracias que amenazaban a Franval; lejos de acusar a Eugénie, sólo se reprochaba a sí misma, y apretándola contra su seno le preguntaba llorando si podría perdonarla jamás... El alma atroz de Eugénie resistía tales procedimientos angelicales, esta alma perversa ya no oía la voz de la naturaleza, el vicio había cerrado todos los caminos que pudiesen llegar hasta ella... Se retiraba fríamente de los brazos de su madre; la miraba, algunas veces, con ojos extraviados y se decía para animarse: Cuán falsa es esta mujer... cuán pérfida... el mismo día que me hizo raptar, también me acarició; pero estos reproches injustos no eran más que sofismas abominables en los que se apoya el crimen cuando quiere ahogar la voz del deber. La señora de Franval, al hacer raptar a Eugénie, para la felicidad de una..., para la tranquilidad de la otra y por los intereses de la virtud, había podido disfrazar sus propósitos; pero tales ficciones sólo son desaprobadas por el culpable a quien engañan sin que ofendan a la probidad. Eugénie pues, resistía a toda la ternura de la señora de Franval porque estaba deseando cometer un horror y no a causa de los errores de una madre que seguramente no había cometido ninguno en lo que se refiere a su hija.

    Hacia el final del primer mes de estancia en Valmor, la señora de Farneille escribió a su hija que el asunto de su esposo se estaba poniendo muy serio y que ante la amenaza de una detención vergonzosa, el regreso de la señora de Franval y de Eugénie era absolutamente necesario, tanto para afrontar la voz pública que se permitía los peores comentarios, como para unirse a ella y solicitar un arreglo que pudiese desarmar a la justicia y responder del culpable sin sacrificarlo.

    La señora de Franval, que estaba decidida a no tener ningún secreto para con su hija, le mostró inmediatamente esta carta; Eugénie, con la mayor sangre fría, miró fijamente a su madre y le preguntó qué partido pensaba tomar a la vista de semejantes noticias.

    —Lo ignoro, respondió la señora de Franval... En realidad ¿qué hacemos aquí? ¿no seríamos mil veces más útiles a mi marido, siguiendo los consejos de mi madre?
    —Vos sois la dueña, señora, respondió Eugénie; yo estoy para obedeceros y podéis estar segura de mi sumisión...

    Pero la señora de Franval, adivinando por lo exiguo de la respuesta que este partido no convencía a su hija, le dijo que iba a esperar, que iba a escribir, y que podía estar segura que, si faltaba a las disposiciones de Franval, sería sólo si llegaba a convencerse absolutamente que podría serle más útil en París que en Valmor.

    Otro mes transcurrió de esta manera, durante el cual Franval no cesaba de escribir a su esposa y a su hija, de recibir las cartas que más agradables podían serle, puesto que no veía, en unas, más que una completa condescendencia a sus deseos y en las otras, la firmeza más absoluta en las resoluciones del crimen proyectado, en cuanto el desarrollo de los negocios lo exigieran o en cuanto la señora de Franval pareciera rendirse a las invitaciones de su madre; "pues, decía Eugénie en sus cartas, si no noto en vuestra mujer más que rectitud y franqueza y si los amigos que se ocupan de vuestros asuntos en París logran acabar con ellos, os devolveré el encargo que me habéis hecho, y podréis cumplirlo vos mismo cuando estaremos juntos, si entonces lo juzgáis oportuno, a menos no obstante que, en cualquier caso, me ordenaseis actuar, en cuyo caso me haría cargo de todo, podéis estar seguro. "

    Franval aprobó en su contestación todo cuanto le decía su hija y esta fue la última carta que recibió de ella y que él escribió. El correo siguiente no trajo otra. Franval se inquietó; poco satisfecho también del correo siguiente, se desespera, y su agitación natural no le permite esperar más, y concibe inmediatamente el proyecto de venir él mismo a Valmor para conocer la causa de estos retrasos que tan cruelmente le inquietaban.

    Monta a caballo seguido de un criado fiel; debía llegar al segundo día, bastante avanzada la noche, para no ser reconocido de nadie; a la entrada de los bosques que rodean el castillo de Valmor y que se reúnen a la Selva Negra hacia oriente, seis hombres bien armados detienen a Franval y a su lacayo; le piden la bolsa; estos maleantes están informados y saben con quién hablan; saben que Franval, implicado en un mal asunto, no va nunca sin su cartera y sin muchísimo oro... El lacayo resiste y es tendido sin vida a los pies de su caballo. Franval, con la espada en la mano, se apea de su caballo, ataca a esos desgraciados y hiere a tres y se encuentra rodeado por los otros; le quitan todo cuanto tiene, sin lograr, no obstante, arrebatarle el arma, y los ladrones escapan en cuanto le han despojado; Franval les sigue, pero los bandidos hendiendo el aire con lo robado y sus caballos, escapan sin que sea posible saber hacia que lado han dirigido sus pasos.

    La noche era horrible, el aquilón, el granizo... todos los elementos parecían haberse desatado contra ese miserable... Puede que se den casos en los que la naturaleza indignada por los crímenes de aquel a quien persigue, quiere anonadarle antes de excluirlo de ella, con todos los azotes de que dispone... Franval, medio desnudo, pero teniendo todavía su espada, se aleja como puede de este lugar funesto y se dirige hacia el lado de Valmor. Conociendo mal los alrededores de una tierra en la que sólo ha estado esta vez en que le hemos visto, se extravía por los senderos oscuros de este bosque que le es completamente desconocido... Agotado por la fatiga, anonadado por el dolor... devorado de inquietud, atormentado por la tempestad, se echa al suelo y allí, las primeras lágrimas de su vida vienen a chorros a inundar sus ojos...

    —Desgraciado, exclama, todo se junta al fin, para aplastarme..., para hacerme sentir remordimientos... era de mano de la desgracia que tenían que penetrar en mi alma; engañado por las dulzuras de la prosperidad los hubiese ignorado siempre. ¡Oh tú! a quien he ultrajado tan gravemente, tú, que puede que en este instante seas presa de mi furor y de mi barbarie... esposa adorable... el mundo, glorioso de tu existencia ¿te posee todavía? ¿La mano del cielo ha detenido mis horrores?... ¡Eugénie! hija demasiado crédula... tan indignamente seducida por mis abominables artificios... la naturaleza ¿ha ablandado tu corazón?... ¿ha suspendido los crueles efectos de mi ascendente y de tu flaqueza? ¿estoy a tiempo?... estoy a tiempo, justo cielo...

    De pronto, el son plañidero y majestuoso de muchas campanas, tristemente surgido de las nubes, viene a acrecentar el horror de su suerte... Se emociona... se asusta...

    —¿Qué oigo?, exclama levantándose... hija bárbara... ¿es esto la muerte?... ¿es esto la venganza?... ¿son las furias del infierno que vienen a terminar su obra?... ¿me las anuncian estos ruidos?... ¿donde estoy? ¿puedo oírlos?... ¡termina, cielo!... termina de inmolar al culpable...

    Y, prosternándose:

    —¡Dios grande!, permite que una mi voz a la de aquellos que te imploran en este instante... ve mi remordimiento y tu poder, perdóname por no haberte conocido... dígnate acoger mis súplicas... ¡las primeras súplicas que me atrevo a elevar hacia ti! Ser Supremo... salva la virtud, acoge a aquella que fue tu más bella imagen en este mundo; que estos sones ¡ay de mi! que estos lúgubres sones no sean los que me temo.

    Y Franval extraviado... no sabiendo ya ni lo que hace ni a donde va, profiriendo sólo palabras inconexas, sigue por el camino que se presenta... Oye a alguien... vuelve en sí... tiende el oído... es un hombre a caballo...

    —Quien quiera que seáis, grita Franval, avanzando hacia este hombre... quien quiera que podáis ser, tened compasión de un desgraciado al que el dolor extravía; estoy a punto de atentar contra mi vida... informadme, socorredme, si sois hombre y compasivo... dignaos salvarme de mí mismo...
    —¡Dios!, responde una voz demasiado conocida de este infortunado ¡cómo! vos aquí... ¡oh cielos, alejaos!

    Y Clervil... era él, era este respetable mortal escapado de los hierros de Franval, que la casualidad mandaba hacia este desgraciado en el instante más triste de su vida. Clervil saltó de su caballo y vino a caer en los brazos de su enemigo.

    —Sois vos, señor, dijo Franval, estrechando a ese hombre honrado contra su seno, ¿sois vos, contra quien tantos horrores tengo que reprocharme?
    —Calmaos, señor, calmaos; me estoy liberando de las desgracias que hasta hoy me rodearon, ya no recuerdo cuáles me trajeron, si el Cielo me permite seros útil... y os seré útil, en una forma cruel, sin duda, pero necesaria... Sentémonos... echémonos a los pies de este ciprés, sólo sus dolientes hojas pueden hacer ahora una corona que os convenga... ¡Oh mi querido Franval! de cuantas desgracias he de informaros... Llorad, amigo mío; las lágrimas os consolarán, y tengo que arrancar de vuestros ojos otras mucho más amargas todavía... Han pasado los días de delicia... se han desvanecido como un sueño para vos, sólo os quedan días de pena.
    —Os comprendo, señor... estas campanas...
    —Elevan a los pies del Ser Supremo... los homenajes, los votos de los tristes habitantes de Valmor, a quienes el Eterno permitió sólo conocer a un ángel para compadecerle y echarle de menos...

    Entonces Franval volviendo la punta de la espada contra su corazón, iba a cortar el hilo de sus días; pero Clervil, previendo esta acción enfurecida:

    —No, no, no amigo; no es morir lo que hay que hacer sino reparar. Escuchadme, tengo muchas cosas que deciros, y es necesario que os calméis para escucharlas.
    —Pues bien, señor, hablad, os escucho; hundid gradualmente el puñal en mi pecho, es justo que sea oprimido como ha querido hacer con los demás.
    —Seré breve en lo que a mí se refiere, señor, dijo Clervil. Al cabo de algunos meses de estancia espantosa donde me habéis recluido, tuve la suerte de ablandar a mi guardián; me abrió las puertas y yo le recomendé que ocultara con el mayor cuidado la injusticia que os habíais permitido con respecto a mí. No hablará de ello, querido Franval, jamás hablará.
    —Oh, señor...
    —Oídme, os lo repito; tengo muchas otras cosas que contaros. Vuelto a París me enteré de vuestra desgraciada aventura... de vuestra partida... Compartí las lágrimas de la señora de Farneille... eran más sinceras de lo que habéis creído; me uní a esta digna mujer para obligar a la señora de Franval a traernos a Eugénie, su presencia era más necesaria en París que en Alsacia... Le habíais prohibido salir de Valmor... os obedeció, nos mandó estas órdenes, nos habló de su renuncia a desobedeceros; vaciló tanto como pudo... fuiste condenado a muerte, Franval, esa condena pesa sobre vos. Vas a ser decapitado, como si fuerais asaltante de caminos: ni las instancias de la señora de Farneille, ni las gestiones de vuestros parientes y amigos, han podido soslayar la espada de la justicia; habéis sucumbido... estáis deshonrado para siempre... estáis arruinado... todos vuestros bienes han sido embargados... (Y ante un segundo movimiento furioso de Franval): Escuchadme, señor, escuchadme, lo exijo como reparación de vuestros crímenes; lo exijo en nombre del cielo que vuestro arrepentimiento puede todavía desarmar. En este momento escribimos a la señora de Franval informándole de todo; su madre le anunciaba que su presencia era indispensable y me mandó a Valmor para decidirla definitivamente a la partida; fui inmediatamente detrás de la carta; pero desgraciadamente ésta llegó primero; cuando llegué, era demasiado tarde: vuestro horrible complot había tenido pleno éxito. Encontré a la señora de Franval moribunda... Oh señor, ¡qué villanía!... Pero vuestra situación me emociona, dejo de reprocharos vuestros crímenes... Sabedlo todo. Eugénie no soportó este espectáculo; su arrepentimiento, cuando llegué, se manifestaba ya por las lágrimas y los sollozos más amargos... ¡Oh señor! ¿cómo expresaros el efecto cruel de semejantes situaciones?... Vuestra esposa expirando... desfigurada por las convulsiones del dolor... Eugénie, vuelta a su natural, profiriendo espantosos gritos, confesándose culpable, invocando a la muerte, queriendo dársela por su mano, tan pronto a los pies de aquella a quien implora, como pegada al pecho de su madre, queriendo reanimarla con su aliento, calentarla con sus lágrimas, enternecerla con su remordimiento; tales eran, señor, los cuadros siniestros que impresionaron mi vista. Cuando entré en vuestra casa, la señora de Franval me reconoció... me estrechó las manos... las mojó con su llanto y pronunció algunas palabras que comprendí con dificultad, sólo la pena se exhalaba de ese seno apretujado por las palpitaciones del veneno... os excusaba... imploraba al cielo por vos... pedía sobre todo gracia para su hija... Ya lo estáis viendo, hombre bárbaro, los últimos pensamientos, los últimos votos de aquella a quien estabais desgarrando, eran todavía para vuestra felicidad. Le prodigué todos mis cuidados, reanimé a sus dos criadas, recurrí a la gente más célebre del arte... me deshice procurando consuelos a vuestra Eugénie, emocionado por su horrible estado, no creí deber negárselos; nada se pudo; vuestra desgraciada esposa entregó el alma entre estremecimientos... en medio de suplicios imposibles de decir... En este mismo momento vi uno de los efectos súbitos del remordimiento que hasta entonces me era desconocido. Eugénie se precipitó sobre su madre y murió al mismo tiempo que ella; creímos que sólo se había desmayado... No, todas sus facultades estaban extinguidas; sus órganos absortos por el choque de la situación, se habían aniquilado a un tiempo expirando realmente por la violenta sacudida del remordimiento, del dolor y la desesperación... Sí, señor: ambas están perdidas para vos, y estas campanas cuyo son retumba todavía en vuestros oídos, conmemoran a la vez a dos criaturas, nacidas una y otra para vuestra felicidad, y que vuestras maldades han convertido en víctimas de su adhesión por vos y cuyas imágenes sangrientas os perseguirán hasta la tumba.

    "¡Oh querido Franval! ¿estaba equivocado al instaros en otro tiempo a salir del abismo a donde os precipitaban vuestras pasiones, y todavía maldeciréis y os burlaréis de los seguidores de la virtud? ¿Se equivocan en fin, incensando sus altares, cuando ven alrededor del crimen, tantos desastres y tanta calamidad?"

    Clervil se calla. Lanza sus miradas sobre Franval; le ve petrificado por el dolor; sus ojos estaban fijos, derramando lágrimas; pero ninguna palabra podía llegar hasta sus labios. Clervil le pregunta el motivo de la mudez en que se encuentra: Franval le responde brevemente.

    —¡Ah señor!, exclama este generoso mortal, cuán feliz me siento en medio de los horrores que me rodean de poder por lo menos remediar vuestro estado. Iba a encontraros a Bâle, iba a informaros de todo, iba a ofreceros lo poco que poseo... Aceptadlo, os lo ruego; no soy rico, bien lo sabéis..., pero ahí van cien luises... son mis ahorros, es todo cuanto tengo... exijo de vos...
    —Hombre generoso, dijo Franval besando las rodillas de este honrado y raro amigo, ¿para mí?... ¡Cielos! ¿tengo necesidad de nada después de las pérdidas sufridas? Y sois vos, vos a quien tan mal he tratado... sois vos que voláis en mi socorro.
    —¿Hay que acordarse de las injurias cuando la desgracia agobia a quien pudo hacérnoslas? La venganza que le corresponde es en este caso la de consolarle ¿por qué agobiarle todavía con reproches que han de desgarrarle?... Señor, he aquí la voz de la naturaleza; bien veis que el culto sagrado de un Ser Supremo no la contradice como imaginabais, puesto que los consejos que una inspira no son más que las leyes sagradas del otro.
    —No, respondió Franval levantándose; no tengo necesidad de nada, señor; el cielo dejándome este último recurso, prosiguió mostrando su espada, me enseña cómo debo usarla... (Y mirándola): es la misma, sí, querido y único amigo, es la misma arma que mi celestial esposa cogió un día para traspasarse el pecho cuando yo la llenaba de horrores y calumnias... es la misma... puede que encuentre el rastro de aquella sangre sagrada... es necesario que la mía lo borre... Sigamos... lleguémonos hasta alguna choza donde pueda comunicaros mis últimas voluntades... y luego nos dejaremos para siempre...

    Echan a andar. Iban buscando un camino que les acerque a algún lugar habitado... La noche seguía envolviendo al bosque con sus velos... tristes cantos se dejaban oír, la pálida luz de algunas antorchas vino de pronto a disipar las tinieblas poniendo en todo un tinte de horror que sólo puede ser concebido por las almas sensibles; se acentúa el son de las campanas; se une a esos acentos lúgubres, que apenas si llegan a distinguirse, el rayo que se ha callado hasta este instante, estalla en los cielos y mezcla su fragor a los sones lúgubres que se oyen. Los relámpagos que cruzan las nubes, eclipsan por intervalos el siniestro fuego de las antorchas, pareciendo disputar a los habitantes de la tierra el derecho a conducir al sepulcro a aquella a quien acompaña ese cortejo; todo hace nacer el horror, todo respira la desolación... parece que sea el luto eterno de la naturaleza.

    —¿Qué es esto?, dice Franval emocionado.
    —Nada, responde Clervil, cogiendo la mano de su amigo y desviándole de este camino.
    —Nada, me engañáis: quiero ver qué es...

    Se abalanza... ve un ataúd:

    —¡Justo cielo!, exclama; hela aquí, es ella... es ella, Dios permite que la vea de nuevo...

    A petición de Clervil, que ve la imposibilidad de calmar a ese desgraciado, los sacerdotes se alejan en silencio... Franval enajenado, se lanza sobre el ataúd, arranca de él los tristes restos de aquella que tan vivamente ha ofendido; coge el cuerpo entre sus brazos, lo pone junto a un árbol y precipitándose encima con el delirio de la desesperación:

    —¡Oh tú!, exclama fuera de sí; tú de quien mi barbarie pudo extinguir los días, objeto emocionante que idolatro todavía; mira a tus pies a tu esposo que osa todavía pedir su perdón y su gracia; no imagines que es para sobrevivirte, no; es para que el Eterno, movido por tus virtudes, se digne, si es posible, perdonarle como tú... necesitas sangre, querida esposa, es necesaria para que seas vengada... vas a serlo... ¡Ah! mira antes mi llanto y ve mi arrepentimiento; voy a seguirte, sombra querida... pero ¿quien recibirá mi alma asesina si no intercedéis por mí? Rechazado por Dios como por vos misma, ¿queréis que sea condenado a terribles tormentos en el infierno cuando me arrepiento tan sinceramente de mis pecados? Perdona, querida alma, perdónalos y mira cómo los vengo.

    Con estas palabras, Franval, escapando a la vista de Clervil, atravesó su cuerpo dos veces con la espada que sostenía; su sangre impura corre sobre la víctima y parece hacerla florecer en vez de vengarla.

    —¡Oh, amigo mío!, dice a Clervil, muero; pero muero en el seno del remordimiento... Informad a aquellos que me quedan sobre mi deplorable fin y sobre mis crímenes, decidles que es así como debe morir el triste esclavo de sus pasiones, lo bastante vil para haber extinguido en su corazón la voz del deber y de la naturaleza. No me neguéis, pues, la mitad del ataúd de esta desventurada esposa, no lo hubiese merecido sin mis remordimientos; pero ellos me hacen digno de él y lo exijo: adiós.

    Clervil ejecutó los deseos de este infortunado, el cortejo se puso nuevamente en camino; pronto un lugar de descanso eterno engulló para siempre a los esposos que habían nacido para amarse, hechos para la felicidad, y que hubieran podido gozar de ella sin remordimiento si el crimen y sus temibles desórdenes, bajo la mano culpable de uno de ellos, no hubiera transformado en serpiente todas las rosas de su vida.

    El honorable eclesiástico trajo pronto a París los espantosos detalles de la horrible catástrofe; nadie se sobresaltó por la muerte de Franval, que sólo había causado enojos en su vida; pero su esposa fue llorada... lo fue muy amargamente. Es lógico que lo fuera aquella criatura tan preciosa y tan interesante a los ojos de los hombres que sólo amó, respetó y cultivó las virtudes de este mundo, para encontrar a su paso el infortunio y el dolor.


    Fin

    GOOFY - TRIBILIN

    Publicado en marzo 02, 2010


    Goofy, también llamado Tribilín, es un personaje de ficción creado por Art Babbitt de los estudios de Walt Disney. Es un perro de características antropomórficas y es uno de los mejores amigos de Mickey Mouse. Padre de Maximiliano "Max" Goof, en lugar de los sobrinos que tiene la mayoría de los personajes (Mickey, Minnie, Donald..)

    Su primera aparición fue el 25 de mayo de 1932 en Mickey Revue. Este corto de animación dirigido por Wilfred Jackson muestra a Mickey Mouse, el caballo Horacio y a la vaca Clarabella cantando y haciendo un espectáculo de baile. En esta época, los cortos de Mickey y su pandilla animada hacían canciones y números bailados casi rutinariamente. Lo que le daría a esta animación un carácter distintivo fue el debut de un nuevo personaje, cuya forma de actuar serviría como fuente de chiste.




    HISTORIA


    Dippy Dawg, tal como fue llamado por los artistas de los Estudios Walt Disney era un miembro de la audiencia. Él molestaba constantemente a los demás espectadores por pelar y comer ruidosamente maníes o cacahuates y por reirse estrepitosamente, hasta que dos de ellos lo golpean con sus bolsos.

    Esta primera versión de Goofy tiene otras diferencias más allá del nombre con el personaje que resultaría más tarde. En esta animación luce como un viejo, con barba blanca, la cola prominente y sin pantalones o ropa interior. Por otro lado, este corto ya contaba con la risa distintiva del personaje. Ella fue realizada por el actor vocal VAnce DeBar Colving, más conocido como Pinto Colving, quien haría la voz de este personaje hasta el año 1965

    Un Dippy Dawg considerablemente más joven apareció en "The Whoopee Party", el 17 de septiembre de 1932, como un invitado a la fiesta y amigo de Mickey y su pandilla. Dippy Dawg hizo en total 4 apariciones en 1932 y dos más en el año 1933, pero la mayoría de ellas fueron pequeñas. En su séptima aparición, en "The Orphan's Benefit" (cuya primera emisión fue el 11 de agosto de 1934 él obtuvo su nuevo nombre como Goofy y se convirtió en un miembro regular del grupo junto con el Pato Donald, Clarabella y bean fox.

    "Mickey's Service Station", dirigida por Ban Sharpsteen y estrenada el 16 de marzo de 1935 fue el primero de los cortos cómicos clásicos 'Mickey, Donald y Goofy'. Estas animaciones tenían al trío intentando colaborar entre ellos para llevar a cabo una cierta tarea que se les había asignado. Más adelante se separarían como personajes independientes. De esta forma cada corto alternaría la aparición de cada uno enfrentando distintas situaciones o problemas e intentando resolverlas, de acuerdo al estilo personal de cada personaje resultando en estilos de comedias diferentes. Pero al final de cada corto, los tres volvían a reunirse para compartir los frutos de sus esfuerzos, generalmente fracasados.

    "Clock Cleaners", estrenada el 15 de octubre de 1937 y "Lonesome Ghosts", del 24 de diciembre de 1937 son generalmente consideradas lo más sobresaliente de estas series y clásicos animados. El último corto mencionado, con el trío como miembros de la agencia "Ajax Ghost Exterminators" por lo general es tomado como el antecesor de Los cazafantasmas. En él, ellos son contratados por teléfono para sacar a cierto número de fantasmas de una casa embrujada. Lo que ellos ignoran es que fueron los mismos fantasmas quienes llamaron; cuatro solitarios espectros que se encuentran aburridos porque nadie ha visitado la casa que ellos encantan desde hace largo tiempo. Ellos quieren hacerles algunas bromas a los mortales, y lo consiguen a través de una serie de ingeniosos chistes, pero al final, el trío se las arregla para expulsar a los fantasmas de la casa. Aquí Goofy da lo que es considerada la frase más memorable del corto, mientras mira cautelosamente a su alrededor: "Soy feroz, pero cuidadoso".

    Progresivamente durante las series, la participación de Mickey se ve disminuida en favor de Donald y Goofy. La razón es simple: mientras que el fácilmente frustrado Donald y Goofy que siempre está en su propio mundo, Mickey parece actuar como el personaje sincero del trío, y progresivamente se vuelve más caballero y tranquilo. Los artistas de Disney encontraban que era más fácil hacer nuevos chistes para Goofy y Donald que para Mickey, hasta el punto que su rol se vuelve innecesario. "Polar Trappers", del 17 de junio de 1938 fue la primera animación en caracterizar a Donald y Goofy como dúo. El corto los muestra como compañeros y dueños de "Donald & Goofy Trapping Co.". Ellos están establecidos en el Ártico por un período indeterminado, para capturar morsas y llevarlas vivas a la civilización. Sus provisiones consisten en habas enlatadas. La trama alterna entre Goofy intentando poner trampas para las morsas y Donald tratando de capturar pingüinos para alimentarse. Ninguno de los dos consigue su tarea. Mickey retornaría en "The Whalers" el 19 de agosto de 1938, pero éste sería el último corto de la década de 1930 en mostrar a los tres personajes juntos.

    Seguidamente, Goofy protagonizó su primera animación en "Goofy and Wilburg", dirigida por Dick Huemer, el 17 de marzo de 1939. El corto muestra a Goofy pescando con la ayuda de Wilburg, su mascota. Continúa haciendo animaciones como protagonista hasta el año 1953. En la mayoría de ellos aparece como un personaje tradicional, no particularmente goofy(tonto). Goofy adquirió el poder de convertirse en Super Goofy (o Super Tribi) comiendo las super gramineas una planta de cacahuetes que crecía en su jardin (Super Maníes).




    SU HISTORIA IMPRESA


    Al igual que en las animaciones, en las tiras cómicas fue llamado originalmente Dippy Dawg, pero cambiaron su nombre en el año 1939.

    Su dibujante Floyd Gottfredson habitualmente se basaba en lo que sucedía en los cortos de Mickey de ese tiempo. Cuando el Pato Donald ganó la suficiente popularidad como para tener su propia historieta, no se permitió que siguiese apareciendo en las tiras cómicas de Gottfredson. Por este motivo, Goofy se quedó como único compañero de Mickey.

    En las historietas Goofy posee una identidad secreta que es Supergoofy.




    CURIOSIDADES


    Algunos han puesto en duda que Goofy sea realmente un perro, ya que pese a que habla, va vestido y camina sobre dos piernas, no deja de resultar curioso el que el personaje tenga a su cuidado al perro Pluto que, éste sí, ladra y camina a cuatro patas.




    GOOFY EN CINE Y TELEVISION


    ● La tropa goofy (Goof Troop) 1992
    ● Goofy e Hijo (A Goofy Movie) 1995
    ● Mickey's Once upon a Christmas 1998
    ● Extremadamente Goofy (An Extremely Goofy Movie) 2000
    ● El show del ratón (House of mouse) 2001
    ● Mickey, Donald, Goofy: The Three Musketeers
    ● Mickey's Twice upon a Christmas 2004


    GOOFY EN OTROS IDIOMAS


    ● Idioma Nombre
    ● Alemán Goofy
    ● Esloveno Pepe
    ● Español Goofy-Tribilin
    ● Francés Dingo
    ● Indoneso Gufi
    ● Inglés Goofy
    ● Italiano Pippo
    ● Noruego Langbein
    ● Portugués Pateta
    ● Japanese グーフィー(Gū-Fī,Goofy)






    Fuente WIKIPEDIA

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