Publicado en
abril 20, 2009
Un señor estaba en su mejor ronquido; ¡cuando suena el teléfono a las 3 de la madrugada!
¡Ringggggg...!
―Alo, ¿Doctor?... Habla Aristides, el capataz de su hacienda.
―¡Hola Aristides! ¿Pasó alguna cosa grave?
―No, nada serio doctor, solo quería avisarle que su lorito se murió.
―¿Mi lorito? ¿Aquel que compré el mes pasado?
―¡Si patrón, ese mismo!
―¡Coño qué lástima!, yo que había pagado una pequeña fortuna por el, pero... ¿de qué murió?
―Comió carne podrida.
―¿Carne podrida? ¿Y Quién le dio carne podrida?
―Nadie doctor, el se la comió de uno de los caballos que estaban muertos.
―¿Caballos? ¿Qué caballos?
―Dos de sus caballos pura sangre, los pobres se murieron de cansancio por tener que jalar la cisterna de agua.
―¿Y por qué jalaban la cisterna de agua?
―¡Para apagar el fuego!
―¿Fuego?... ¿Qué fuego? ¿Dónde?
―En su casa patrón, una vela se cayó debajo de una cortina y prendió fuego a la casa.
―¿Vela? ¿Quién encendió una vela si la casa tiene electricidad?
―Fue una de las velas usadas en el velorio.
―¿Velorio? ¿Cuál velorio?
―El velorio de su mamá, patroncito. Ella llegó a la madrugada sin avisar y yo le metí un balazo pensando que era un ladrón.
―¡Nnnnnooooooooooooooooo! ¡No puede seeerrrrr!
―¡Ya patrón no exagere! No arme tanto escándalo por un lorito de mierda.