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agosto 07, 2025
TOMÁS ALVA EDISON, inventor del fonógrafo, la bombilla eléctrica incandescente, la cámara cinematográfica, el mimeógrafo, el transmisor de gránulos de carbón (que hizo el teléfono comercial posible) y más de 1000 invenciones patentadas, fue un norteamericano admirado y querido probablemente como el que más en su tiempo. La noche de su funeral, a las 9:59 (era el 21 de octubre de 1931), millones de hogares apagaron durante un minuto en su honor la luz que él había inventado.
¿Por qué inspiraba tal afecto este genio de 84 años? He aquí algunas vislumbres de la vida íntima de Edison en sus horas de trabajo y esparcimiento, recogidas por Don Wharton entre los escritos de quienes mejor lo conocían: parientes, amigos y colaboradores. Son fragmentos que ayudan a comprender cuán profundamente humano era el célebre inventor.
TENÍA unos seis años de edad cuando averiguó por qué permanecía echada la gansa y cuál era el sorprendente resultado de sus cuidados. Un día no lo podíamos encontrar por ninguna parte. Por último mi padre lo halló acurrucado en un nido que él mismo fabricó y llenó de huevos de gansa y gallina, sentado encima de ellos y tratando de empollarlos.
—Marion Edison Wheeler, hermana de Tomás
Edison nació en Milan (Ohio) en 1847, pero su familia se trasladó a Port Huron (Michigan) cuando él tenía siete años. Poco después de haber llegado a esta población contrajo escarlatina, probable causante de la sordera parcial que padecía. A los ocho hubo que sacarlo de la escuela porque su padre se arruinó y él, además, no se entendía con el maestro, demasiado severo e incompetente. A partir de entonces sólo recibió instrucción de su madre. A los diez años instaló un laboratorio en el desván de la casa en que vivían en Port Huron.
Siempre andaba haciendo experimentos con la telegrafía, y en una ocasión tendió una línea desde su casa a la mía, que estaba a una calle de distancia. Se oía mal, y a veces yo me trepaba a la cerca y le preguntaba a gritos qué había dicho. Esto siempre indignaba a mi amigo; lo tomaba como un insulto a su telégrafo.
—James Clancy, amigo de infancia de Edison en Port Huron
A los 16 años consiguió el puesto de telegrafista en la oficina de Port Huron.
Durante el invierno de 1864 el peso del hielo cortó el cable telegráfico entre Port Huron y Sarnia, en la ribera canadiense del río Saint Clair. También se interrumpieron el servicio del trasbordador y todas las comunicaciones de ese cruce internacional. Entonces Edison propuso que llevaran una locomotora hasta el muelle de Port Huron. Allí, dirigido por él, el maquinista comenzó a dar silbidos cortos y largos con el silbato de la locomotora, según el alfabeto Morse. Por último un telegrafista de la orilla opuesta interpretó las señales, y desde el muelle de Sarnia otra locomotora contestó de igual manera. Así se restablecieron las comunicaciones, salvando los 1500 metros de anchura del río.
—Edison y otras fuentes
En 1869 Edison, que entonces tenía 22 años, se estableció en Nueva York y se dedicó a trabajar como inventor independiente. Un año más tarde, tras varias invenciones de poca importancia relacionadas con el telégrafo, el general Marshall Lefierts, director de una compañía subsidiaria de la Western Union, le pidió que mejorara un mecanismo destinado a imprimir los precios de las acciones en las oficinas de los corredores de bolsa. En tres semanas Edison inventó un dispositivo que ajustaba automáticamente los elementos impresores cuando comenzaban a imprimir cifras sin orden ni concierto.
Entonces recibió el primer cheque de su vida, por valor de 40.000 dólares. Cuando lo presentó en un banco, el cajero le dijo algo que él, en su sordera, no comprendió. Le devolvieron el cheque y lo llevó al despacho del general, quien le explicó que debía endosarlo. Finalmente le dieron la suma en fajos de billetes de baja denominación. Edison, muy serio, comenzó a guardárselos en los bolsillos del sobretodo y del traje. Luego regresó a su casa de Newark y se quedó en vela toda la noche por miedo de que le robaran.
—William Meadowcroft, secretario del inventor
En 1876 Edison decidió dedicarse de lleno a la invención. En Menlo Park, aislada aldea de Nueva Jersey, construyó un laboratorio de 30 metros de largo por nueve de ancho, que parecía un granero, y reunió un grupo de ayudantes. Allí inventó en 1877 el fonógrafo, probablemente su creación más original. Ciertamente, nadie había conseguido reproducir por medios mecánicos la voz humana. Muchas personas creyeron durante algún tiempo que se trataba de una engañifa.
Una mañana el obispo John Vincent acudió al laboratorio y me pidió que le permitiera ver el aparato. Se lo mostré y él (después de examinar la habitación para asegurarse de que no había allí algún ventrílocuo) me preguntó si podía probarlo pronunciando algunas palabras. Puse un rollo nuevo en el cilindro y el obispo comenzó a recitar nombres bíblicos con asombrosa rapidez. Cuando el fonógrafo los reprodujo, me dijo: "Ahora sí estoy convencido. No hay en los Estados Unidos otra persona capaz de recitar esos nombres con la misma velocidad".
—Notas de Edison
Réplica de Edison a un empleado nuevo que le preguntó cuáles eran los reglamentos y las normas del laboratorio:
—¡No hay reglas! ¡Aquí tratamos de hacer algo!
UN DÍA un labriego me preguntó si yo conocía algún método para combatir una plaga que le comía las patatas; había sembrado ocho hectáreas y estaba perdiendo la cosecha. Envié algunos hombres para que recogieran una buena cantidad de insectos, y, para destruirlos, probé todas las sustancias químicas que tenía a mi disposición. El bisulfuro de carbono resultó eficaz. Inmediatamente busqué un barril, fui a la granja y rocié con el líquido las hojas. Todos los insectos murieron. A la mañana siguiente el labriego volvió, muy enojado, y me anunció que las plantas habían muerto también. Tuve que pagarle 300 dólares por no haber hecho el experimento con el debido cuidado.
—Tomás Edison
Durante el otoño de 1878, hasta la noche del triunfo, del 21 al 22 de octubre de 1879, Edison trabajó intensamente para encontrar un filamento que, al ponerse incandescente, diera luz sin quemarse.
Durante ese período se mostraba a menudo tenso y fatigado. Entonces se sentaba ante el órgano, tocaba con torpeza alguna melodía y luego volvía a bromear con sus ayudantes.
—Francis Upton, principal colaborador científico del inventor en el laboratorio de Menlo Park
Edison define el genio:
"Uno por ciento de inspiración y 99 por ciento de traspiración".
Edison fue al Oeste de los Estados Unidos para observar el famoso eclipse total de Sol del 29 de julio de 1878. Por intervención de Jay Gould, principal accionista del ferrocarril Union Pacific, se le permitió viajar en el rastrillo quita piedras que entonces llevaban al frente las locomotoras.
Los maquinistas me prestaban todos los días un cojín, y así hice el recorrido desde Omaha hasta Sacramento Valley (2700 kilómetros), salvo en lo alto de las sierras, al atravesar la zona de los deshielos. De esa forma no me molestaba el polvo ni tenía nada al frente que me obstruyera la vista.
—Edison, citado por William Meadowcroft
Mary Stillwell, primera esposa de Edison, murió en 1884. En 1886 se casó con Mina Miller, hermosa muchacha de negra cabellera, mucho más joven que él.
Mi sordera me ayudó durante el galanteo. Enseñé a mi amada el alfabeto Morse, y cuando ella lo aprendió nos entendimos mucho mejor de lo que hubiera sido posible con palabras. Nos transmitíamos nuestras observaciones dándonos golpecitos en la mano. Por último le pregunté, siempre por este medio, si quería casarse conmigo. Es fácil telegrafiar "sí", y ella lo hizo.
Más tarde, durante un largo viaje por las montañas Blancas, pudimos decirnos palabras cariñosas sin vergüenza alguna, a pesar de que venían otras tres personas en el carruaje. Todavía usamos de vez en cuando el alfabeto Morse. Cuando vamos al teatro, ella pone la mano sobre mi rodilla y me transmite el diálogo de los actores.
—The Diary and Sundry Observations of Thomas Alva Edison, editado por Dagobert Runes
Edison tuvo seis hijos: el penúltimo, Charles Edison, fue gobernador de Nueva Jersey.
Mi padre siempre nos hacía andar descalzos durante el verano. También, y especialmente el 4 de julio, insistía en que nos levantáramos temprano. Le gustaba desayunarse a primera hora y salir con nosotros por la puerta cochera de nuestra casa de Glenmont, en West Orange (Nueva Jersey). La primera diversión eran los buscapiés; le encantaba arrojarlos entre el aserrín, cerca de nuestras piernas, para vernos saltar. No había en eso nada de sádico, y naturalmente nosotros le hacíamos la misma jugarreta. Luego venían los petardos chinos. Toda la mañana nos divertíamos con petardos, girándulas y buscapiés.
—Gobernador Charles Edison
CREO QUE no ha ocurrido jamás nada tan extraño en un almuerzo en Nueva York o en parte alguna. Después del primer plato, Edison (que entonces tenía 69 años) señaló una araña de considerable tamaño que colgaba del techo en medio de la habitación y, dirigiéndose a Henry Ford, el fabricante de automóviles, le dijo:
—Henry, te apuesto lo que quieras a que puedo dar una patada al globo inferior de esa araña.
Ford contestó que aceptaba la apuesta. Edison se levantó, empujó la mesa a un lado, se preparó en el centro y, con los ojos fijos en la araña, alzó repentinamente un pie hasta la mayor altura que jamás he visto en un caso así. El globo se hizo mil pedazos. Después dijo:
—Ahora prueba tú, Henry.
Ford apuntó cuidadosamente y dio un puntapié que por poco pega también en la araña. Durante el resto del almuerzo Edison hizo alarde de su hazaña. Probablemente no se hubiera sentido tan orgulloso si hubiese inventado un medio para decidir la lucha antisubmarina contra los alemanes.
—Josephus Daniels, secretario de Marina con Woodrow Wilson
UN DÍA Edison y yo visitamos a Luther Burbank en California, y éste nos pidió que firmáramos en el libro de visitantes, el cual tenía una columna para firmas, otra para direcciones, una tercera para ocupaciones y, por último, otra más cuyo encabezamiento decía: "Interesado en". Sin vacilar un instante, Edison escribió: "En todo".
—Henry Ford
EDISON fue a Dearborn (Michigan) para ver una réplica de su laboratorio de Menlo Park (que Henry Ford había construido con un costo de 10 millones de dólares) y comprobar si la reconstrucción era fiel. Tras examinarla, dijo a Ford:
—Está bien; es casi noventa y nueve y medio por ciento perfecta.
—¿Y cuál es el otro medio por ciento? —preguntó Ford.
—Que nunca teníamos tan limpio nuestro laboratorio —repuso el inventor.
—E.G. Liebold, ayudante de Ford
EDISON jugaba con un matraz que contenía mercurio. Me preguntó si no creía que el mercurio era un metal maravilloso. Asentí, y de pronto su rostro adquirió una involuntaria expresión de reverencia.
—La gente me considera un gran inventor —dijo—. Pero en realidad no lo soy. Cuando me veo impotente para crear siquiera un monigote estúpido y capaz de imaginar y decir la más absurda tontería, comprendo que mi inventiva es muy limitada.
Entonces, señalando el cielo con el dedo, añadió:
—¡Allí está el verdadero inventor!
—Martin André Rosanoff, químico al servicio de Edison