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octubre 18, 2024
Eran cinco amigos, unidos por la curiosidad y el ansia de lo desconocido. Juan, el líder, siempre buscaba aventuras extremas; María, la escéptica, solo había accedido por insistencia de sus amigos; Carlos, el miedoso, se arrepentía ya de haber ido; Ana, la más sensible, sentía una extraña inquietud; y David, el tecnológico, el que había investigado sobre la ouija.
Se reunieron en una vieja casa abandonada en las afueras de la ciudad. La noche era oscura y el viento aullaba como un lobo hambriento.
Recorrieron la planta baja de la casa. Luego se dirigieron a la sala. David sacó de su mochila una tabla y velas, y los colocó en la mesa de centro. Ordenó todo y reunió al resto. Estaban listos para su primera experiencia con la Ouija.
Con las luces apagadas, solo iluminados por la tenue luz de las velas, comenzaron el ritual. Las manos de los cinco amigos se posaron sobre el planchette, esperando ansiosos una señal. Al principio, el planchette se movía lentamente, deletreando palabras sencillas y sin importancia. Pero conforme pasaban los minutos, los movimientos se volvieron más bruscos y las respuestas más inquietantes.
—Hay alguien aquí, —dijo Juan, con voz temblorosa.
—No seas tonto, —respondió María, intentando sonar valiente.
Pero la ouija seguía moviéndose, deletreando palabras cada vez más oscuras y amenazantes. "Salgan de aquí", "No pertenecen aquí", "Se quedarán".
El miedo se apoderó de ellos. Carlos intentó levantar la mano, pero estaba como paralizado. Ana empezó a llorar, convencida de que estaban haciendo algo terrible. David, el más racional, trató de explicar lo sucedido como un fenómeno psicológico, pero su voz sonaba débil.
De repente, las luces parpadearon y las velas se apagaron por completo. Un frío intenso envolvió la habitación. Sintieron una presencia, una fuerza oscura y poderosa que los oprimía.
El planchette continuaba escribiendo palabras sin sentido y su movimiento era rápido. Juan, con un grito desesperado, intentó levantarse, pero algo lo empujó hacia el suelo dejándolo incosciente. Los demás amigos quisieron ayudarlo, pero sus manos estaban pegadas en el planchette, que no paraba de moverse. El terror se apoderó de ellos y todo se convirtió en pesadilla.
Cuando las velas volvieron a encenderse, el planchette liberó las manos de los muchachos. Vieron a Juan que estaba inconsciente, aunque su cuerpo estaba frío y rígido, como si hubiera estado muerto durante horas. Todos estaban aterrorizados sin saber qué ocurrió.
A los segundos reaccionaron y llamaron a una ambulancia. Cuando los paramédicos llegaron, Juan ya había fallecido. La causa de la muerte fue un paro cardíaco, pero los médicos no pudieron explicar porqué un joven sano había muerto de esa manera.
Años más tarde, María, que no había querido hablar del incidente, decidió confesar todo. Fue entonces cuando se descubrió que la casa donde habían realizado el ritual había sido el escenario de un trágico suceso años atrás. Una familia había sido asesinada en esa misma habitación, y se decía que sus espíritus atormentaban el lugar.
La ouija había sido la puerta de entrada para que esos espíritus se manifestaran y tomaran venganza. Y Juan, el líder del grupo, había sido elegido por las almas en pena para pagar las consecuencias.
La casa abandonada continúa vacía. Ahora es un recordatorio macabro de la noche en que cinco amigos jugaron con fuerzas que no comprendían. Y la ouija, ese objeto aparentemente inofensivo, se convirtió en un símbolo de terror y muerte.
Fuente del texto: IA-Gemini