Publicado en
octubre 16, 2024
La vieja mansión al final de la calle siempre había sido un misterio para los vecinos. Sus ventanas oscuras parecían ojos vacíos que observaban el mundo sin pestañear. Los rumores sobre la familia que la habitaba eran tan oscuros como las sombras que se escondían en sus rincones.
Los abuelos, un matrimonio anciano y taciturno, vivían allí con su nieto, un niño de unos ocho años con una mirada que helaba la sangre. El pequeño, llamado Samuel, era conocido por sus extraños juegos y sus risitas siniestras que resonaban en la noche. Los vecinos aseguraban que veían su figura pálida asomándose en las ventanas, observando con una sonrisa macabra los juegos de los niños en la calle.
Un día, los abuelos fueron encontrados sin vida en el salón principal. La policía, tras una investigación superficial, concluyó que se había tratado de un robo que había terminado mal. Sin embargo, los vecinos no creyeron esa versión. Algo no encajaba en esa historia.
Samuel fue llevado a un Hogar de Acogida. La casa quedó vacía y cuando el niño cumpla mayoría de edad, la casa pasaría a ser suya. Pero los rumores del barrio no cesaron. Se decía que la antigua mansión estaba llena de secretos oscuros y que había sido Samuel quien asesinó a sus abuelos.
Con el pasar del tiempo, un grupo de jóvenes, atraídos por la leyenda, decidió entrar a la casa una noche. Armados con linternas y una dosis de valentía, exploraron las habitaciones polvorientas y los pasillos oscuros. De repente, escucharon una risita infantil que les heló la sangre.
Al llegar a la habitación principal, encontraron un espectáculo macabro. En el centro de la habitación, había un gran reloj de péndulo detenido a las doce. Alrededor del reloj, había una colección de muñecas antiguas con los ojos vacíos y los brazos extendidos. Y en medio de todo, sentado en una silla, estaba un niño, con una sonrisa que revelaba una inteligencia maligna más allá de su corta edad.
Los jóvenes intentaron escapar, pero las puertas se cerraron de golpe. Los relojes de la casa comenzaron a sonar todos a la vez, creando una cacofonía ensordecedora. Las muñecas cobraban vida, arrastrándose por el suelo y dirigiéndose hacia ellos y el niño los miraba fijamente sin dejar de sonreir.
En ese momento, uno de los jóvenes notó algo extraño en el reloj principal. Detrás de la esfera, había una pequeña palanca. Se sintió atraído por la misma e hizo unos movimientos rápidos, hasta que la movió. El reloj comenzó a girar hacia atrás, y el tiempo pareció retroceder. Las muñecas se congelaron en sus posiciones, y el niño desapareció como si nunca hubiera estado allí.
Los jóvenes escaparon de la casa aterrorizados. Al salir, se dieron cuenta de que la mansión había desaparecido. En su lugar, solo había un terreno vacío y un gran reloj de arena que se vaciaba lentamente.
Los vecinos reportaron a la policía la desparición de la mansión. Pidieron a las autoridades que fueran a ver al niño, porque para ellos, Samuel estaba detrás de todo lo malo que ocurrió en ese lugar.
La policía, incrédula, se dirigió al Hogar de Acogida y preguntaron por Samuel. La persona encargada fue a buscarlo y regresó asustada al ver que el niño no estaba en su habitación. Buscaron por todos lados y ni pistas.
Nunca más se supo de Samuel ni qué pasó con la mansión. Pero los vecinos seguían asegurando que, en las noches sin luna, podían escuchar el tic-tac de un reloj y las risitas escalofriantes de un niño.
Fuente del texto: IA-Gemini