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octubre 28, 2024
En la ciudad de Umbra, envuelta en una eterna niebla que oscurecía sus calles incluso a mediodía, corría la leyenda de un taxi que se deslizaba sigilosamente por las sombras. Sus pasajeros nunca volvían a ser vistos, y se decía que el conductor era un ser oscuro, con ojos que brillaban como brasas.
Una noche, mientras una tormenta eléctrica azotaba la ciudad, María, una joven periodista, se encontraba trabajando hasta tarde. Necesitaba un taxi para regresar a casa y, desesperada, salió a la calle. Un coche negro, reluciente a pesar de la lluvia, se detuvo frente a ella. El conductor, un hombre alto y delgado con un sombrero que ocultaba su rostro, la invitó a subir.
María dudó un instante, pero el frío y la lluvia la convencieron de aceptar. El interior del vehículo era opresivo, con un olor a humedad y a algo más, algo podrido, que le erizó la piel. El conductor no habló, simplemente encendió el motor y comenzó a conducir.
A medida que avanzaban, María notó que el taxi no seguía las rutas habituales. Se adentraban por callejones oscuros y abandonados, cada vez más lejos del centro de la ciudad. El miedo comenzó a apoderarse de ella, pero se obligó a mantenerse calmada.
De repente, el taxi se detuvo bruscamente. El conductor se volvió hacia ella y, con una voz fría y metálica, le dijo: "Has llegado a tu destino". María intentó abrir la puerta, pero estaba bloqueada. Aterrorizada, miró hacia el asiento del copiloto y vio que estaba ocupado por una figura encapuchada.
La figura se levantó y se colocó frente a ella. María gritó con todas sus fuerzas, pero su voz se perdió en la oscuridad. La figura se quitó la capucha, revelando un rostro desfigurado y lleno de cicatrices. Sus ojos, vacíos y sin vida, la miraron fijamente.
La figura se abalanzó sobre ella, y María cerró los ojos esperando lo peor. Sin embargo, en lugar del dolor que esperaba sentir, sintió una sensación de vacío y se desmayó.
Cuando abrió los ojos, se encontró en una habitación blanca y sin ventanas. El aire era frío y húmedo, y un extraño olor a medicamentos impregnaba el ambiente. Intentó moverse, pero se dio cuenta de que estaba atada a una camilla, acostada. A su alrededor vio otras camillas, todas vacías.
Pánico y confusión se apoderaron de ella. ¿Dónde estaba? ¿Qué había pasado? De repente, la puerta se abrió y entró el conductor del taxi. Su rostro, ahora completamente descubierto, era una máscara de horror.
—Bienvenida, María, a mi colección —dijo con una voz ronca y gutural—. Pronto formarás parte de nosotros.
María luchó por liberarse, pero sus esfuerzos fueron en vano. El conductor se acercó a ella y comenzó a examinarla con una mirada fría y calculadora. Sus dedos largos y huesudos acariciaron su rostro, y María sintió un escalofrío recorrer su cuerpo.
—Eres perfecta —murmuró el conductor—. Tu miedo me alimenta.
En ese momento, María escuchó unos pasos que se acercaban. La puerta se abrió de nuevo y entró una figura envuelta en una capa negra. Era una mujer joven y hermosa, pero sus ojos estaban vacíos y sus labios mostraban señas de haber sido cosidos.
—Doctor, he traído otra —dijo la mujer con una voz suave y melodiosa.
El conductor sonrió y se volvió hacia María.
—Creo que empezaré con ella y luego contigo, María.
La mujer se acercó a María y la tomó de la mano. María sintió un dolor agudo y se desmayó.
Cuando volvió en sí, se vio en la misma habitación. Ahora estaba sentada en una silla y sus manos atadas a la misma. Frente a ella había un espejo grande. Al mirarse, se horrorizó al ver que su rostro estaba cambiando. Su piel se volvía pálida y cerosa, y sus ojos se oscurecían cada vez más.
Una voz suave susurró a sus espaldas:
—Bienvenida, María.
María se giró y vio a la misma mujer que había visto anteriormente. Solo que ahora, tenía una bata de médico y una mesita con utensilios de cirugía a su lado.
—Ya no serás la misma —dijo la mujer.
Y así, María se convirtió en una más de las muchas víctimas del taxista de la medianoche, condenada a una eternidad de sufrimiento y soledad.
Fuente del texto: IA-Gemini