PROMOTOR PARA LOS NECESITADOS
Publicado en
agosto 28, 2024
Al enterarse de que le quedaban pocos años de vida, Tom McDonald resolvió hacer un último esfuerzo para ayudar al prójimo.
Por James Roper y Michael Fedo.
EN AGOSTO de 1969 Tom McDonald yacía en un hospital de Minneápolis (Minnesota), aquejado de un doloroso ataque cardiaco. Sus médicos le recomendaron dejar de trabajar y abstenerse en lo sucesivo de hacer esfuerzos de cualquier clase.
McDonald, hombre de 53 años de edad, había trabajado mucho en su vida. Durante la gran depresión económica que se abatió sobre los Estados Unidos a fines del tercer decenio de este siglo, se dedicó a vender ampliaciones fotográficas de puerta en puerta y, tras una larga lucha, logró establecer su propio negocio como fotógrafo de niños, al mismo tiempo que probaba suerte en la política. Con su enfermedad, todo cuanto ganaron él y su esposa Lallie parecía derrumbarse.
"Calculaba yo", cuenta McDonald, "que me quedaban dos o tres años de vida, cuando mucho. Pero mi seguro de invalidez me pagaría 400 dólares mensuales. Y decidí que tendría tiempo de hacer un último esfuerzo para ayudar a mis semejantes".
Desde la cama del hospital pidió que publicaran un anuncio en los dos diarios de la ciudad. "Ayude usted a los necesitados", decía. "Colabore con la Operación Fraternidad. Comuníquese al teléfono 7248298".
McDonald explicaba a quienes le llamaban que buscaba voluntarios para desempeñar gratuitamente algún trabajo en favor de personas que se hallasen en mala situación económica. No les pedía dinero ni que firmaran ningún documento; lo único que esperaba era una colaboración activa. Hablaba con tanto entusiasmo que hasta los simples curiosos se ofrecían de voluntarios. El hombre fue registrando en un fichero los nombres, los números telefónicos y el tipo de trabajo que sabían hacer los posibles colaboradores.
Al enterarse los médicos de lo que estaba haciendo McDonald, ordenaron que le desconectaran el teléfono, pues temían que su debilitado corazón no resistiera el esfuerzo. Cuando volvió a casa, sin embargo, reanudó la publicación de sus anuncios, y llovieron las llamadas telefónicas: no sólo de voluntarios, sino también de necesitados de ayuda.
La primera petición de auxilio fue la de una mujer indigente, madre de seis hijos. Alguien respondió que le regalaría un refrigerador, si la señora mandaba a recogerlo. Tom revisó sus tarjetas y encontró el nombre de un transportista de desperdicios, al que telefoneó en seguida. Éste, concluida su jornada de trabajo, llevó el refrigerador a la mujer necesitada, que por todo pago le brindó justamente lo que esperaba: una sonrisa de gratitud.
Cierta dama de 73 años de edad, que vivía completamente sola y por su mala vista no podía atender bien el hogar, llamó desesperada para decir que el municipio había condenado su casa a la demolición, pues constituía un peligro para la salud pública, y le había ordenado desocuparla en el término de tres días. McDonald convocó a 40 voluntarios: electricistas, fontaneros, carpinteros, amas de casa, muchachos exploradores. Entre todos fregaron pisos y paredes y repararon la vivienda de la anciana, tras lo cual el municipio revocó la orden de desalojar el inmueble.
"Los indigentes se vuelven a menudo rencorosos, pues tienen que soportar humillaciones y un complicado papeleo antes de recibir algún auxilio", dice McDonald. "Nosotros hemos querido que miren con simpatía a la sociedad. Lo único que necesitan es telefonearnos".
Desde el principio la Operación Fraternidad se propuso obrar con rapidez y sin mayores indagaciones. En cierta ocasión una joven ama de casa cuyo esposo cumplía el servicio militar en el extranjero, llamó alarmadísima para decir que su calentador de agua había estallado y que el sótano se inundaba. McDonald encontró entre sus tarjetas la del mecánico de una gran tienda, a quien telefoneó inmediatamente. Aunque el hombre estaba enfermo en cama, acudió a reparar el aparato.
Una noche Tom rogó a un voluntario y a su esposa que recibieran en su casa a una familia cuya habitación se había incendiado. El matrimonio quedó asombrado al ver llegar a 11 personas, pero no les negó su hospitalidad.
La publicidad que recibieron tales incidentes ocasionaron tantas Ilamadas telefónicas que McDonald consiguió un fichero de mayor tamaño para las 400 fichas que había reunido ya. Pero la fama atrajo también a un visitante indeseable: el inspector de la compañía de seguros, quien declaró que si aquel enfermo estaba lo bastante fuerte para dirigir la Operación Fraternidad, también podría trabajar, y en consecuencia no tenía derecho a seguir recibiendo la pensión de invalidez. McDonald respondió que seguiría trabajando en la Operación. "Nuestra obra funcionaba demasiado bien para que la abandonáramos. Además, ¿cuánto tiempo podría yo seguir con vida?" comentó después el filántropo.
Y en efecto, el corazón se le seguía debilitando. El 31 de agosto de 1971, precisamente el día que le suspendieron la pensión, se sometió a una operación intracardiaca. Hombre espigado y flaco, de 1,75 metros de estatura, perdió casi 20 kilos de peso. Con todo, se recuperó paulatinamente y volvió a tomar las riendas de la Operación Fraternidad con mayor vigor que antes.
Asistía a las juntas de los sindicatos obreros y hablaba allí con tanta elocuencia de la Operación Fraternidad que si algún afiliado al sindicato no se ofrecía de voluntario, se tildaba a sí mismo de miserable egoísta. También intervino en un programa radiofónico en el cual relató las dificultades que sufría cierta familia paupérrima. Un caballero que lo oyó cuando se dirigía al aeropuerto hizo que el taxista se desviara inmediatamente y fue a llevar a aquella familia un saco de comestibles, y sólo después reanudó su camino para alcanzar el avión.
McDonald decidió proporcionar ayuda a las familias de los reclusos de la Penitenciaría Estatal de Minnesota. Cuando varios convictos fueron puestos en libertad al purgar su condena, establecieron en Minneápolis un refugio para ex presidiaríos; McDonald reunió a 35 colaboradores, a quienes asignó la tarea de restaurar el edificio. Un sujeto que se hospedaba allí tras cumplir una sentencia de 18 años, declaró: "Si la comunidad hubiese dado tales muestras de interés por mí mientras fui adolescente, probablemente no hubiera ido a parar a la cárcel".
El promotor de la Operación Fraternidad estima que su institución ha atendido, en total, más de 7000 casos importantes, sin contar asuntos de tan poca monta como trasladar a un enfermo canceroso al hospital para someterlo a las radiaciones de cobalto, o limpiar la nieve acumulada en la entrada de la casa de un anciano.
Actualmente McDonald cuenta con 2000 voluntarios dispuestos en todo momento a hacer lo que él les asigne.
Hace poco tiempo un suicida en potencia telefoneó muy nervioso para decir que le zumbaban tanto los oídos que sólo anhelaba morir.
—¿Se siente usted agotado? —le preguntó McDonald.
—Así es —contestó el cuitado.
—¿Le preocupan mucho sus problemas? —insistió Tom.
—Sí, señor.
McDonald lo tranquilizó con un consejo tan conmovedor como inesperado:
—Si quiere superar sus propias aflicciones, comience pensando en los problemas de los demás. Es un remedio infalible.
Y acaso nadie sepa eso mejor que Tom McDonald.