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    Flip


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    Flip In Y


    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:54
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:28
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:46
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:37
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:42
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música - 8 Bit Halloween Story - 2:03
  • 132. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - 3:08
  • 133. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - Amanda Flores Todas Las Voces - 3:09
  • 134. Música - For Halloween Witches Brew - 1:07
  • 135. Música - Halloween Surfing With Spooks - 1:16
  • 136. Música - Spooky Halloween Sounds - 1:23
  • 137. Música - This Is Halloween - 2:14
  • 138. Música - This Is Halloween - Animatic Creepypasta Remake - 3:16
  • 139. Música - This Is Halloween Cover By Oliver Palotai Simone Simons - 3:10
  • 140. Música - This Is Halloween - From Tim Burton's The Nightmare Before Christmas - 3:13
  • 141. Música - This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 142. Música - Trick Or Treat - 1:08
  • 143. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 144. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 145. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 146. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 147. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 148. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 149. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 150. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 151. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 152. Mysterious Celesta - 1:04
  • 153. Nightmare - 2:32
  • 154. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 155. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 156. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 157. Pandoras Music Box - 3:07
  • 158. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 159. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 160. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 161. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:58
  • 162. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 163. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 164. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 165. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 166. Scary Forest - 2:37
  • 167. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 168. Slut - 0:48
  • 169. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 170. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 171. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 172. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:26
  • 173. Sonidos - Creepy Ambience - 1:52
  • 174. Sonidos - Creepy Atmosphere - 2:01
  • 175. Sonidos - Creepy Cave - 0:06
  • 176. Sonidos - Creepy Church Hell - 1:03
  • 177. Sonidos - Creepy Horror Sound Ghostly - 0:16
  • 178. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 179. Sonidos - Creepy Ring Around The Rosie - 0:20
  • 180. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 181. Sonidos - Creepy Vocal Ambience - 1:12
  • 182. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 183. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 184. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 185. Sonidos - Eerie Horror Sound Evil Woman - 0:06
  • 186. Sonidos - Eerie Horror Sound Ghostly 2 - 0:22
  • 187. Sonidos - Efecto De Tormenta Y Música Siniestra - 2:00
  • 188. Sonidos - Erie Ghost Sound Scary Sound Paranormal - 0:15
  • 189. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 190. Sonidos - Ghost Sound Ghostly - 0:12
  • 191. Sonidos - Ghost Voice Halloween Moany Ghost - 0:14
  • 192. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 193. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:28
  • 194. Sonidos - Halloween Horror Voice Hello - 0:05
  • 195. Sonidos - Halloween Impact - 0:06
  • 196. Sonidos - Halloween Intro 1 - 0:11
  • 197. Sonidos - Halloween Intro 2 - 0:11
  • 198. Sonidos - Halloween Sound Ghostly 2 - 0:20
  • 199. Sonidos - Hechizo De Bruja - 0:11
  • 200. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 201. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:15
  • 202. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 203. Sonidos - Horror Sound Effect - 0:21
  • 204. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 205. Sonidos - Magia - 0:05
  • 206. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 207. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 208. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 209. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 210. Sonidos - Risa De Bruja 1 - 0:04
  • 211. Sonidos - Risa De Bruja 2 - 0:09
  • 212. Sonidos - Risa De Bruja 3 - 0:08
  • 213. Sonidos - Risa De Bruja 4 - 0:06
  • 214. Sonidos - Risa De Bruja 5 - 0:03
  • 215. Sonidos - Risa De Bruja 6 - 0:03
  • 216. Sonidos - Risa De Bruja 7 - 0:09
  • 217. Sonidos - Risa De Bruja 8 - 0:11
  • 218. Sonidos - Scary Ambience - 2:08
  • 219. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 220. Sonidos - Scary Horror Sound - 0:13
  • 221. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 222. Sonidos - Suspense Creepy Ominous Ambience - 3:23
  • 223. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 224. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 225. Tense Cinematic - 3:14
  • 226. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 227. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:23
  • 228. Trailer Agresivo - 0:49
  • 229. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 230. Zombie Party Time - 4:36
  • 231. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 232. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 233. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 234. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 235. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 236. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 237. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 238. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 239. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 240. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 241. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 242. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 243. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 244. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 245. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 246. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 247. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 248. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 249. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 250. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 251. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 252. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 253. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 254. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 255. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 256. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 257. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 258. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 259. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 260. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 261. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 262. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 263. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 264. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 265. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 266. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 267. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 268. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 269. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 270. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 271. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 272. Music Box We Wish You A Merry Christmas - 0:27
  • 273. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 274. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 275. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 276. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 277. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 278. Noche De Paz - 3:40
  • 279. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 280. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 281. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 282. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 283. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 284. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 285. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 286. Sonidos - Beads Christmas Bells Shake - 0:20
  • 287. Sonidos - Campanas De Trineo - 0:07
  • 288. Sonidos - Christmas Fireworks Impact - 1:16
  • 289. Sonidos - Christmas Ident - 0:10
  • 290. Sonidos - Christmas Logo - 0:09
  • 291. Sonidos - Clinking Of Glasses - 0:02
  • 292. Sonidos - Deck The Halls - 0:08
  • 293. Sonidos - Fireplace Chimenea Fire Crackling Loop - 3:00
  • 294. Sonidos - Fireplace Chimenea Loop Original Noise - 4:57
  • 295. Sonidos - New Year Fireworks Sound 1 - 0:06
  • 296. Sonidos - New Year Fireworks Sound 2 - 0:10
  • 297. Sonidos - Papa Noel Creer En La Magia De La Navidad - 0:13
  • 298. Sonidos - Papa Noel La Magia De La Navidad - 0:09
  • 299. Sonidos - Risa Papa Noel - 0:03
  • 300. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 1 - 0:05
  • 301. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 2 - 0:05
  • 302. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 3 - 0:05
  • 303. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 4 - 0:05
  • 304. Sonidos - Risa Papa Noel How How How - 0:09
  • 305. Sonidos - Risa Papa Noel Merry Christmas - 0:04
  • 306. Sonidos - Sleigh Bells - 0:04
  • 307. Sonidos - Sleigh Bells Shaked - 0:31
  • 308. Sonidos - Wind Chimes Bells - 1:30
  • 309. Symphonion O Christmas Tree - 0:34
  • 310. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 311. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 312. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    ROTAR-VELOCIDAD

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    ALARMA 1

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    REPETIR-APAGAR

    ▪ Repetir

    ▪ Apagar Sonido

    ▪ No Alarma


    REPETIR SONIDO
    1 vez

    ▪ 1 vez (s)

    ▪ 2 veces

    ▪ 3 veces

    ▪ 4 veces

    ▪ 5 veces

    ▪ Indefinido


    SONIDO

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    ▪ 3-Alarma-03
    - 10

    ▪ 4-Alarma-04
    - 8

    ▪ 5-Alarma-05
    - 13

    ▪ 6-Alarma-06
    - 16

    ▪ 7-Alarma-08
    - 29

    ▪ 8-Alarma-Carro
    - 11

    ▪ 9-Alarma-Fuego-01
    - 15

    ▪ 10-Alarma-Fuego-02
    - 5

    ▪ 11-Alarma-Fuerte
    - 6

    ▪ 12-Alarma-Incansable
    - 30

    ▪ 13-Alarma-Mini Airplane
    - 36

    ▪ 14-Digital-01
    - 34

    ▪ 15-Digital-02
    - 4

    ▪ 16-Digital-03
    - 4

    ▪ 17-Digital-04
    - 1

    ▪ 18-Digital-05
    - 31

    ▪ 19-Digital-06
    - 1

    ▪ 20-Digital-07
    - 3

    ▪ 21-Gallo
    - 2

    ▪ 22-Melodia-01
    - 30

    ▪ 23-Melodia-02
    - 28

    ▪ 24-Melodia-Alerta
    - 14

    ▪ 25-Melodia-Bongo
    - 17

    ▪ 26-Melodia-Campanas Suaves
    - 20

    ▪ 27-Melodia-Elisa
    - 28

    ▪ 28-Melodia-Samsung-01
    - 10

    ▪ 29-Melodia-Samsung-02
    - 29

    ▪ 30-Melodia-Samsung-03
    - 5

    ▪ 31-Melodia-Sd_Alert_3
    - 4

    ▪ 32-Melodia-Vintage
    - 60

    ▪ 33-Melodia-Whistle
    - 15

    ▪ 34-Melodia-Xiaomi
    - 12

    ▪ 35-Voz Femenina
    - 4

    Alarma 2
    ALARMA 2

    ACTIVADA
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    AVATAR - ELEGIR

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      60     80  

    100
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    ▪ Texto - Color y Cambio automático
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    Imágenes para efectos
    Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    M-V-A-R IMAGEN DEL SLIDE

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    Aumentar

    Reducir

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    PROGRAMACIÓN

    Programar Reloj
    PROGRAMAR RELOJ

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

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    ▪ Guardar
    H= M= R=
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    H= M= R=
    -------
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    PROGRAMAR ESTILO

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    H= M= E=
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    PROGRAMAR RELOJES


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    Programar ESTILOS
    PROGRAMAR ESTILOS


    DESACTIVADO
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    ESTILOS #

    A B C D

    E F G H

    I J K L

    M N O P

    Q R T S

    TODO X


    Programar lo Programado
    PROGRAMAR LO PROGRAMADO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar
    Programación 1

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
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    Programación 2

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 3

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

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    ▪3


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    Borrar Programación
    HORAS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X


    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
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    ERNESTINE (Marqués de Sade)

    Publicado en agosto 30, 2024
    Novela sueca.


    Después de Italia, Inglaterra y Rusia, pocos países en Europa me parecen tan curiosos como Suecia; pero si mi imaginación se inflamaba ante el deseo de ver las célebres regiones de donde surgieron antaño los Alarico, los Atila, los Teodorico, todos esos héroes en fin que, seguidos por innumerables soldados, supieron valorar al águila altanera cuyas alas aspiraban a cubrir el mundo, y hacer temblar a los romanos en las mismas puertas de su capital; si por otra parte mi alma ardía en deseos de abrasarse en la patria de los Gustavo Vasa, de las Cristina y de los Carlos XII... famosos los tres en formas muy distintas sin duda ya que el uno* se prestigió por esa filosofía, rara y preciosa en un soberano, por esa estimable prudencia que convierte en despreciables a los sistemas religiosos que contrarían la autoridad del gobierno a la que deben subordinarse y la felicidad de los pueblos, único objetivo de la legislación; la segunda, por esa grandeza, de alma que hace preferir la soledad y las letras al vano fulgor del trono... y el tercero por esas virtudes heroicas que le valieron para siempre el apodo de Alejandro; si todas esas cosas, repito, me animaban, ¿cómo no habría deseado con más entusiasmo aún admirar a ese pueblo prudente, virtuoso, sobrio y magnánimo, que puede ser tenido por el modelo del Norte?

    Con esa intención partí de París el 20 de julio de 1774 y, después de atravesar Holanda, Westfalia y Dinamarca, llegué a Suecia hacia mediados del siguiente año.

    Al cabo de una estancia de tres meses en Estocolmo, el primer objeto de curiosidad para mí fueron esas famosas minas, de las cuales había leído tantas descripciones y en las que imaginaba encontrar tal vez alguna aventura como las que nos cuenta el abate Prévost en el primer volumen de sus anécdotas: así fue... pero ¡qué diferencia!...

    Fui pues primeramente a Upsala, situada sobre el río Fyris que divide a la ciudad en dos. Durante mucho tiempo capital de Suecia, Upsala es aún hoy en día la ciudad más importante, después de Estocolmo. Luego de permanecer tres semanas allí, me dirigí a Falhum, cuna de los antiguos escitas, de los que los actuales habitantes de la capital de Dalecarlia conservan todavía costumbres y vestido. Al salir de Falhum gané la mina de Taperg una de las más importantes de Suecia.

    Esas minas, durante largo tiempo la mayor fuente de ingresos del Estado, cayeron pronto bajo el dominio inglés a causa de las deudas contraídas por los propietarios con esa nación, siempre dispuesta a servir a quienes supone que podrá devorar un día, después de desbaratar su comercio o destruir su poderío, gracias a prestamos usurarios.

    Al llegar a Taperg, mi imaginación comenzó a trabajar aún antes de descender a esos subterráneos donde al lujo y la avaricia de algunos hombres saben enterrar a tantos otros.

    Recién llegado de Italia, imaginaba al comienzo que esas excavaciones se asemejarían a las catacumbas de Roma o de Nápoles; me equivocaba; a pesar de ser mucho más profundas, encontraría allí una soledad menos espantosa.

    En Upsala me habían procurado un hombre muy instruido para que me guiara, cultivador de la literatura que conocía bien. Felizmente para mí Falkeneim (ese era su nombre) no podía haber hablado mejor el alemán y el inglés, únicos idiomas del norte que me permitían comunicarme con él; en el primero de esos idiomas, que tanto el uno como el otro preferimos, pudimos conversar de cualquier tema, y se me hizo fácil conocer por el la anécdota que paso a narrar a continuación.

    Por medio de una cesta y de una cuerda, aparato dispuesto para que el trayecto se haga sin peligro alguno, llegamos al fondo de la mina, y en un instante nos encontramos a ciento veinte toesas de la superficie de la tierra. No sin asombro vi allí calles, casas, templos, albergues, movimiento, obras, policía, jueces, en fin, todo lo que puede brindar la población más civilizada de Europa.

    Después de haber recorrido esas extrañas construcciones, entramos a una taberna de cuyo dueño Falkeneim obtuvo todo lo que hace falta para restaurar las fuerzas: cerveza bastante buena, pescado seco, y una especie de pan sueco muy en boga en el campo, hecho con corteza de abeto y de abedul mezclada con paja y raíces silvestres y amasada con harina de avena; ¿hace falta más para satisfacer una necesidad verdadera? El filosofo que recorre el mundo para instruirse, debe adaptarse a todas las costumbres, a todas las religiones, los tiempos, los climas, las camas, alimentos, y dejar al voluptuoso indolente de la capital con sus prejuicios..., su lujo..., ese lujo indecente que, al no satisfacer jamás las necesidades reales, crea cada día otras ficticias a expensas de bienes y salud.

    Estábamos terminando nuestra comida frugal, cuando uno de los obreros de la mina, con chaqueta y pantalones azules, la cabeza cubierta con un mal peluquín rubio, vino a saludar a Falkeneim en sueco; habiendo respondido mi guía en alemán, por cortesía hacia mí, el prisionero (pues se trataba de uno de ellos) comenzó a hablar de inmediato en esa lengua. Viendo el desdichado que yo era el único objeto del procedimiento y creyendo reconocer mi patria, me hizo un cumplido en francés que pronunció muy correctamente, y luego preguntó a Falkeneim si había alguna novedad en Estocolmo; nombró a varias personas de la corte, habló del rey, y todo ello con una especie de complacencia y libertad que hicieron que lo observara con mayor atención. Preguntó a Falkeneim si no pensaba que algún día le conmutaran la pena, a lo que mi guía respondió negativamente, estrechándole la mano con aflicción; el prisionero se alejó de inmediato con el dolor en la mirada y sin querer aceptar nada de nuestra comida, por mucho que insistimos en ello. Un instante después volvía, preguntándole a Falkeneim si tendría a bien encargarse de una carta que él se apresuraría en escribir; mi compañero se lo prometió, y el prisionero se marchó.

    En cuanto salió:

    —¿Quién es este hombre?, dije a Falkeneim.
    —Uno de los primeros caballeros de Suecia, me respondió.
    —Me asombráis.
    —Y es afortunado al estar aquí; esta tolerancia de nuestro soberano podría compararse a la generosidad de Augusto para con Cinna. El hombre que acabáis de ver es el conde Oxtiern, uno de los senadores más contrarios al rey en la revolución de 1772*. Después que todo se calmó, fue culpable de crímenes inauditos. Cuando las leyes lo condenaron, el rey, recordando el odio que antes le demostrara, le hizo comparecer ante él y le dijo: Conde, mis jueces os entregan a la muerte... también me proscribisteis hace algunos años; eso me impulsa a salvaros la vida; quiero demostraros que el corazón de quien no encontrabais digno del trono, no carecía sin embargo de virtudes. Oxtiern se arroja a los pies de Gustavo, derramando un torrente de lágrimas. Quisiera que me fuera posible salvaros por completo, dice el monarca haciéndolo incorporar, pero la enormidad de vuestras faltas no me lo permite; os envío a las minas; no seréis feliz, pero al menos existiréis... Retiraos. Trajeron a Oxtiern a estos lugares, donde acabáis de verle. Marchémonos, añadió Falkeneim, es tarde; recogeremos su carta al pasar.
    —¡Oh, señor!, dije entonces a mi guía; aunque tuviésemos que pasar ocho días aquí, habéis exacerbado demasiado mi curiosidad; no dejaré las entrañas de la tierra antes de que me hayáis explicado el motivo que ha sumido aquí para siempre a ese desdichado. Aunque criminal, su rostro es interesante; ¿no tiene cuarenta años, ese hombre?...Quisiera verlo libre; puede volver a ser honesto.
    —¿Honesto, él?... nunca..., nunca.
    —Por favor, señor, dadme el gusto.
    —De acuerdo, replicó Falkeneim. Este plazo le dará tiempo también para su correspondencia; hagámosle decir que no se apresure, y pasemos a esa habitación del fondo; allí estaremos más tranquilos que al borde de la calle... Sin embargo me disgusta contaros estas cosas; empañarán el sentimiento de piedad que este criminal os inspira; preferiría que él no lo perdiese y que permanecierais en la ignorancia.
    —Señor, dije a Falkeneim, las faltas del hombre me enseñan a conocerlo; sólo viajo para aprender; cuanto más se haya apartado de los diques que le imponen las leyes o la naturaleza, tanto más interesante es su estudio y tanto más digno de mi examen y de mi compasión. La virtud sólo requiere culto, su carrera es la de la felicidad... así debe ser, miles de brazos se abren ara recibir a sus sectarios cuando los persigue la adversidad. En cambio todo el mundo abandona al culpable..., se ruborizan de albergarle, de derramar lágrimas por él; el contagio, aterroriza, se le proscribe de todos los corazones y se hunde por orgullo a quien debería socorrerse por humanidad ¿Dónde puede haber, pues, señor, un mortal más interesante que aquel que desde la cúspide de la grandeza ha caído bruscamente a un abismo de dolor, que nacido para los favores de la fortuna sólo prueba sus desgracias..., no tiene en torno más que las calamidades de la indigencia y en su corazón más que las puntas aceradas del remordimiento o la serpiente de la desesperanza? Sólo ese, estimado amigo, es digno de mi piedad; yo no diré como los necios... es culpa suya, o como los corazones fríos que quieren justificar su dureza, él se lo merece. ¡Ah! ¡Qué me importa a lo que se haya atrevido, lo que haya despreciado, lo que haya hecho! Él es un hombre; debió ser débil... es un criminal, un desdichado, lo compadezco... Hablad, Falkeneim, hablad, me consumo de impaciencia por escucharos.

    Y mi noble amigo tomó la palabra en los siguientes términos:

    Allá por los primeros años de este siglo, un caballero de religión romana y nacionalidad alemana, por un asunto que estaba muy lejos de ser deshonroso, se vio obligado a huir de su patria. Sabiendo que, aunque hayamos renegado de los errores del papismo, éstos son tolerados en las provincias, llegó a Estocolmo. Joven y bien parecido, gustándole la milicia, lleno de entusiasmo por la gloria, agradó a Carlos XII y le cupo el honor de acompañarlo en varias de sus expediciones; estuvo en el desgraciado asunto de Pultava, siguió al rey en su retirada de Bender y compartió su cautiverio entre los turcos, volviendo luego a Suecia con él. En 1718, cuando el Estado perdió a ese héroe junto a las murallas de Frederikshall, en Noruega, Sanders (tal es el nombre del caballero de quien hablo) había obtenido el grado de coronel, y como tal se retiró a Nordkoping, ciudad comercial, situada a quince leguas de Estocolmo, sobre el canal que une el lago Veter con el mar Báltico, en la provincia de Ostrogocia. Sanders se casó y tuvo un hijo al que Federico I y Adolfo-Federico acogieron igualmente; hizo carrera por méritos propios, obtuvo el grado de su padre y se retiró, aunque joven aún, también a Nordkoping, su lugar de nacimiento, donde se casó, como su padre, con la hija de un comerciante de escasa fortuna que murió doce años después de haber traído al mundo a Ernestine, objeto de esta anécdota. Hace tres años Sanders podía tener alrededor de cuarenta y dos, su hija dieciséis, y pasaba justamente por ser una de las más bellas criaturas que se hubiera visto en Suecia. Era alta, una pintura; de aspecto noble y orgulloso, los más hermosos ojos negros, los más vivaces; largo pelo del mismo color, rara cualidad en nuestros climas; y sin embargo el cutis era el más bello y el más blanco; se le encontraba cierto parecido con la hermosa condesa de Sparre, la ilustre amiga de nuestra sabia Cristina, y era verdad.


    La joven Sanders no había llegado a la edad que tenía sin que su corazón hubiera hecho su elección; habiendo escuchado decir a menudo a su madre cuán cruel era para una mujer joven que adora a su marido estar separada constantemente de él por las obligaciones de una carrera que le retiene tan pronto en una ciudad, tan pronto en otra. Ernestine, con la aprobación de su padre, se había decidido en favor del joven Herman*, de igual religión que la suya y que se preparaba para el comercio, formándose a tal objeto en el establecimiento del señor Scholtz, el más famoso comerciante de Nordkoping y uno de los más ricos de Suecia.

    Herman pertenecía a una familia de la misma ocupación; pero había perdido muy joven a sus progenitores y su padre, al morir, lo había encomendado a Scholtz, su ex socio. Vivía pues en casa de este y, habiéndose hecho merecedor de confianza por su prudencia y exactitud, estaba, aunque no tenía más que veintidós anos, al frente de los fondos y libros de la casa, cuando el jefe murió sin dejar hijos. El joven Herman se encontró desde entonces bajo las ordenes de la viuda, mujer arrogante, prepotente y que, pese a todas las recomendaciones de su esposo acerca de Herman, parecía muy dispuesta a deshacerse del joven si éste no respondía de inmediato a lo que de él esperaba. Herman, hecho absolutamente para Ernestine, tan bien parecido al menos como hermosa era ella, adorándola tanto como ella lo quería, podía sin duda inspirar amor a la viuda Scholtz, mujer de cuarenta años, muy fresca aún; pero habiendo comprometido su corazón, nada más simple que no respondiera a las esperanzas de su patrona y que, aunque presintiera su amor, simulara prudentemente no darse cuenta.

    Sin embargo esta pasión alarmaba a Ernestine Sanders; conocía a la señora Scholtz como mujer atrevida, emprendedora, de carácter celoso, violento; semejante rival la inquietaba extraordinariamente. Por otra parte hubiera sido necesario que ella fuese para Herman tan buen partido como la Scholtz: nada de parte del coronel Sanders, algo en verdad de parte de su madre, pero ¿podía eso compararse con la considerable fortuna que la Scholtz podía aportar a su joven cajero?

    Sanders aprobaba la elección de la joven; no teniendo más hijos que ella, la adoraba y, sabiendo que Herman era hombre de bien, inteligente, honrado, y que además poseía el corazón de Ernestine, estaba lejos de obstaculizar un entendimiento tan conveniente; pero no siempre el destino quiere lo que está bien. Pareciera que su placer consiste en alterar los más prudentes proyectos del hombre para que éste pueda extraer de esa inconsecuencia lecciones destinadas a enseñarle que nunca debe contar con nada en el mundo cuya inestabilidad y cuyo desorden son las leyes más seguras.

    —Herman, dijo un día la viuda Scholtz al joven enamorado de Ernestine. Ya estáis suficientemente formado en el comercio para tomar partido; los bienes que vuestros padres os dejaron, gracias a los cuidados de mi esposo y a los míos, han producido más de lo necesario para que ahora os establezcáis cómodamente; adquirid una casa, amigo mío, yo deseo retirarme pronto; haremos nuestras cuentas cuanto antes.
    —A vuestras ordenes, señora, dijo Herman; conocéis mi probidad, mi desinterés; estoy tan tranquilo en cuanto a los fondos míos que vos tenéis, como vos debéis estarlo en cuanto a los que administro en vuestra casa.
    —Pero, Herman, ¿no tenéis, pues, proyecto alguno para estableceros?
    —Soy joven todavía, señora.
    —Eso os hace más apto para convenir a una mujer sensata; estoy segura de que hay alguna a la que haríais ciertamente feliz.
    —Quiero hacerme una fortuna antes de llegar a eso.
    —Una mujer os ayudaría a hacerla.
    —Quiero que ya esté hecha cuando yo me case para poder ocuparme sólo de mi esposa y de mis hijos.
    —¿Es decir que no hay ninguna mujer a la que hayáis distinguido más que a otra?
    —Hay una en el mundo a la que aprecio como a mi madre y a la que dedicaré mis servicios durante tanto tiempo como ella se digne aceptarlos.
    —No me refiero en absoluto a esos sentimientos, amigo mío; os los agradezco, pero no son los que hacen falta para el matrimonio. Herman, os estoy preguntando si no tenéis en vista alguna persona con la que deseéis compartir vuestro destino.
    —No, señora.
    —¿Por qué pues estáis siempre en casa de Sanders? ¿Qué vais a hacer constantemente a casa de ese hombre? Él es militar, vos comerciante; frecuentad a la gente de vuestro medio, amigo mío, y dejad a los que no pertenecen a él.
    —Sabéis, señora, que yo soy católico; el coronel también lo es; nos reunimos a orar..., para ir juntos a las capillas que nos están permitidas.
    —Nunca he criticado vuestra religión aunque no la comparta, completamente convencida de la inutilidad de todas esas simplezas, de cualquier tipo que sean. Sabéis, Herman, que siempre os he dejado en paz a ese respecto.
    —¡Y bien, señora!, la religión... ése es el motivo por el que a veces voy a casa del coronel.
    —Herman, hay otra razón para esas frecuentes visitas y me la ocultáis; vos amáis a Ernestine..., esa chiquilla que a mi juicio no tiene figura ni inteligencia, aunque toda la ciudad hable de ella como de una de las maravillas de Suecia... Sí. Herman, la amáis... la amáis, os digo, lo sé.
    —La señorita Ernestine Sanders me aprecia, creo, señora..., su cuna..., su situación... Sabed, señora, que su abuelo, el coronel Sanders, amigo de Carlos XII, era un excelente caballero de Westfalia.
    —Lo sé.
    —¡Y bien!, señora, ¿tal vez ese partido me convenga, pues?
    —Os aseguro Herman que no os conviene en absoluto; necesitáis una mujer hecha, una mujer que se preocupe por vuestra fortuna, que la cuide, una mujer de mi edad, en una palabra, de mi posición.

    Herman se ruboriza, mira hacia otro lado... Como en ese momento traían el té, la conversación se interrumpió y Herman, después del almuerzo, vuelve a sus ocupaciones.


    —¡Oh! querida Ernestine, dice al día siguiente Herman a la joven Sanders, es demasiado cierto que esta mujer cruel abriga esperanzas con respecto a mí, ya no puedo dudarlo. Conocéis su carácter, sus celos, su crédito en la ciudad*. Ernestine, temo lo peor.

    Y como entraba el coronel; los dos enamorados le hicieron partícipe de sus aprensiones.

    Sanders era un ex militar, un hombre muy sensato que no quería tener problemas en la ciudad, y comprendiendo que la protección que brindaba a Herman atraería contra él a la Scholtz y a todos los amigos de esa mujer, se creyó en el deber de aconsejar a los jóvenes plegarse a las circunstancias; dejó entrever a Herman que la viuda de quien dependía era, en el fondo, mejor partido que Ernestine y que, a su edad, tenía que tener más en cuenta las riquezas que el rostro. No es, querido amigo, continuó el coronel, que os niegue a mi hija... os conozco... os estimo, el corazón de la que amáis os pertenece; consiento sin duda en todo, pero sufriría de que por mi culpa tuvierais que lamentaros; ambos sois jóvenes, a vuestra edad sólo se ve el amor, imaginando que él nos hará vivir; es un error; el amor desfallece sin riquezas y la elección que él sólo condiciona va seguida pronto de remordimientos.

    —Padre mío, dice Ernestine arrojándose a los pies de Sanders..., respetable autor de mis días, no me quitéis la esperanza de pertenecer a mi querido Herman; me habéis prometido su mano desde la infancia... esa idea constituye toda mi alegría; no me privareis de ella sin causarme la muerte; me he entregado a este cariño, ¡es tan dulce ver que nuestro padre aprueba nuestros sentimientos! Herman encontrará en el amor que me tiene la fuerza necesaria para resistir a las seducciones de la Scholtz... ¡Oh, padre mío, no nos abandonéis!
    —Levántate, hija mía, dice el coronel, yo te quiero, te adoro... puesto que Herman es tu felicidad y que ambos os convenís, tranquilízate, querida hija, nunca tendrás otro esposo... Y de hecho él no le debe nada a esa mujer; la probidad..., el celo de Herman saldan su deuda de gratitud; no está obligado a sacrificarse para serle grato... Pero habría que tratar de no disgustarse con nadie...
    —Señor, dice Herman estrechando al coronel entre sus brazos, vos que me permitís llamaros padre mío ¿cuál no será mi deuda por las promesas que acaban de emanar de vuestro corazón?... Sí, seré merecedor de lo que hacéis por mí; constantemente ocupado en vos y en vuestra querida hija, los más dulces instantes de mi vida serán para consolar vuestra vejez... Padre mío, no os inquietéis..., no nos haremos de enemigos; no he contraído compromiso alguno con la Scholtz; rindiéndole sus cuentas en perfecto orden y pidiéndole las mías ¿qué puede ella decir?...
    —¡Ah, amigo mío! Tú conoces a las personas que pretendes desafiar, continuó el coronel agitado por una especie de inquietud que no podía dominar; no hay un solo crimen que no se permita una mujer malvada cuando se trata de vengar sus encantos del desdén de un amante; esa desdichada hará caer sobre nosotros los dardos venenosos de su ira y nos hará recoger cipreses, Herman, en vez de las rosas que tú esperas.

    Ernestine y su amado pasaron el resto del día tranquilizando a Sanders, apaciguando sus temores, prometiéndole la felicidad, mostrándole sin cesar dulces imágenes; nada es tan persuasivo como la elocuencia de los enamorados; tienen una lógica del corazón que nunca iguala a la de la mente. Herman cenó con sus tiernos amigos y se retiró temprano, con el alma embriagada de esperanza y dicha.

    Así pasaron cerca de tres meses, sin que la viuda diera más explicaciones y sin que Herman se atreviese a tomar la iniciativa de proponerle una separación. El coronel lo convencía de que esa demora no traería ningún inconveniente; Ernestine era joven y a su padre no le disgustaba la idea de reunir a la pequeña dote que tendría, la herencia de una cierta viuda de Plorman, tía suya, que vivía en Estocolmo y que, ya de cierta edad, podía morir en cualquier momento.

    Sin embargo, impaciente y demasiado astuta como para no descubrir la zozobra de su joven cajero, la Scholtz tomó la iniciativa y le pregunto si había reflexionado sobre lo que le dijera la última vez que habían conversado.

    —Sí, respondió el enamorado de Ernestine, y si es de una rendición de cuentas y de una separación de lo que la señora desea que hablemos, estoy a sus órdenes.
    —Me parece, Herman, que no era precisamente de eso de lo que se trataba.
    —¿Y de qué, entonces, señora?
    —Os había preguntado si no deseabais estableceros y si no habíais elegido una mujer que pudiera ayudaros a llevar vuestra casa.
    —Creía haberos respondido que deseaba tener cierta fortuna antes de casarme.
    —Vos lo habéis dicho, Herman, pero yo no os creí; y ahora, en este momento, todas las expresiones de vuestro rostro anuncian la mentira en vuestro corazón.
    —¡Ah! Nunca la falsedad la mancillo, señora, y vos lo sabéis bien. Estoy junto a vos desde mi infancia, os habéis dignado reemplazar a la madre que perdí; no temáis que mi gratitud pueda disminuir o desaparecer.
    —Siempre la gratitud, Herman; hubiera deseado de vos un sentimiento algo más tierno.
    —Pero señora, ¿depende de mí...?
    —¡Traidor! ¿Eso es lo que merecen mis desvelos? Tu ingratitud me lo demuestra, lo estoy viendo... sólo he trabajado para un monstruo... ya no puedo ocultarlo, Herman, a tu mano es a lo que yo aspiraba desde que enviudé... El orden con que he cuidado de tus cosas..., la forma como he hecho fructificar tus fondos..., mi conducta hacia ti..., mis ojos que tal vez me traicionaron, todo..., todo, pérfido, todo bastaba para convencerte de mi pasión, ¿y es así como la pagas? ¡Con la indiferencia y el desprecio!... Herman, no conoces a la mujer que ultrajas... No, no sabes de lo que ella es capaz... lo sabrás quizá demasiado tarde... Sí, vete..., prepara tus cuentas, Herman, voy a rendirte las mías y nos separaremos... Sí, nos separaremos... No tendrás que preocuparte por encontrar alojamiento; sin duda la casa de Sanders ya está preparada para ti.

    La disposición en que se mostraba la señora Scholtz demostró fácilmente a nuestro joven amante que era esencial ocultar su pasión para no atraer sobre el coronel la ira y la venganza de esta peligrosa criatura. Herman se contentó pues con responder suavemente que su protectora estaba en un error, y que su deseo de no casarse hasta no ser más rico no suponía proyecto alguno con respecto a la hija del coronel.

    —Amigo mío, dijo a esto la señora Scholtz, conozco vuestro corazón como vos mismo; sería imposible que vuestro distanciamiento hacia mí fuera tan evidente si no os consumierais por otra. Aunque no estoy en la primera juventud, ¿creéis que no me quedan suficientes encantos como para encontrar esposo? Sí, Herman, sí, me amaríais sin esa criatura que aborrezco y en la que me vengaré de vuestro desdén.

    Herman tembló. Hubiera sido necesario que el coronel Sanders, de escasos medios y retirado del servicio, tuviera tanto ascendiente en Nordkoping como la viuda Scholtz; el predicamento de ésta se extendía demasiado lejos mientras que el otro, olvidado ya, no era visto por los hombres que en Suecia, como en cualquier otra parte, sólo estiman a la gente en razón de sus favores o de sus riquezas, no era visto, repito, más que como un simple particular a quien la fama y el oro podían aplastar fácilmente, y la señora Scholtz, como todas las almas bajas, pronto lo había calculado así.

    Herman fue mucho mas lejos; se arrojó a los pies de la señora Scholtz, le pidió por lo más sagrado que se calmara, le aseguró que en su corazón no había sentimiento alguno que afectara lo que debía a aquella de quien había recibido tantas bondades, y le suplicó no pensar todavía en esa separación con que lo amenazaba. La Scholtz sabía en qué estado se encontraba ahora el alma del joven y era difícil que en tales circunstancias pudiera ocurrir algo mejor; cifró pues sus esperanzas en el tiempo, en el poder de sus encantos, y se tranquilizó.

    Herman no dejó de comunicar al coronel esta última conversación, y este hombre prudente, temiendo siempre la enemistad y el carácter peligroso de la Scholtz, trató de persuadir una vez más al joven de que haría mejor en ceder a las intenciones de su patrona en vez de insistir ante Ernestine; pero ambos enamorados pusieron nuevamente en práctica todo lo que estimaron más apto para recordar al coronel las promesas que les había hecho y para obligarlo a no desdecirse de las mismas.

    Hacia unos seis meses que las cosas estaban así, cuando el conde de Oxtiern, ese malvado que acabáis de ver, con las cadenas bajo las cuales gime desde hace más de un año y que deberá llevar de por vida, tuvo que venir de Estocolmo a Nordkoping para retirar fondos importantes colocados en la casa de la señora Scholtz por su padre, al que acababa de heredar. La mujer conocía la situación del conde, hijo de un senador y senador también él; le preparó los más hermosos aposentos de su casa y se dispuso a recibirlo con todo el lujo que le permitían sus riquezas.

    Llegó el conde, y ya al día siguiente su elegante huésped le brindó una importante cena seguida de baile a la que debían asistir las personas más encantadoras de la ciudad. Ernestine no fue olvidada. No sin cierta inquietud Herman la vio decidida a concurrir. ¿Vería el conde a una criatura tan hermosa sin rendirle de inmediato la pleitesía que le correspondía? ¿Qué no habría de temer Herman de semejante rival? Y suponiendo que ocurriese esa desgracia, ¿tendría Ernestine la fuerza necesaria para negarse a convertirse en la esposa de uno de los más grandes señores de Suecia? De ese fatal convenio, ¿no nacería una liga decididamente contraria a Herman y a Ernestine, cuyos poderosos jefes fueran Oxtiern y la Scholtz? ¿Y cuáles no serian las desgracias que debía temer Herman? él, débil y desdichado, ¿podría resistir a las armas de tantos enemigos conjurados contra su pobre existencia? Comunicó estos temores a su amada; y la honesta joven, sensible y delicada, dispuesta a sacrificar tan frívolos placeres a los sentimientos que la consumían, propuso a Herman rechazar la invitación de la Scholtz. El joven estaba muy de acuerdo, pero como en ese pequeño círculo de gente virtuosa nada se hacia sin el consentimiento de Sanders, se le consultó, y él estuvo muy lejos de compartir esa opinión. Les hizo ver que el rechazo de la invitación de la Scholtz provocaría inevitablemente una ruptura con ella; que la astuta mujer no tardaría en descubrir las razones de tal proceder y que, en momentos en que lo más esencial parecía ser no disgustarla, sería el modo más directo de irritarla.

    Ernestine se atreve pues a preguntar a su amado qué puede temer y no le oculta en absoluto el dolor en que la sumen semejantes sospechas.

    —¡Oh, amigo mío! dice la interesante joven, estrechando las manos de Herman, aunque todos los individuos más poderosos de Europa asistieran a esa reunión y todos ellos se enamoraran de tu amada Ernestine, ¿dudas tú que todo ese culto reunido podría formar otra cosa que no fuera un homenaje más a su vencedor? ¡Ah! ¡Nada temas, Herman! Aquella a quien has conquistado no podrá enamorarse de otro; aunque tuviera que vivir contigo en la esclavitud, preferiría esa suerte aun a la del trono; la mayor prosperidad del mundo ¿podría existir para mí entre otros brazos que no fueran los de mi amado?... Herman, hazte justicia a ti mismo. ¿Puede caber en ti la sospecha de que mis ojos vean en ese baile a mortal alguno que valga lo que tú? Deja a mi corazón la tarea de valorarte, amigo mío, y siempre serás el ser más digno de amor, así como ya eres el más amado.

    Herman beso mil veces las manos de su adorada, y dejó de hablar de sus temores aunque no se repuso de ellos; en el corazón de un hombre que ama existen ciertos presentimientos que pocas veces engañan; Herman los experimentaba, mas los acallo, y la bella Ernestine apareció en el círculo de la señora Scholtz como una rosa entre las flores; llevaba el antiguo traje de las mujeres de su patria. Vestía a la manera de los escitas, con sus facciones nobles y orgullosas extraordinariamente realzadas por ese ropaje, su talle fino y esbelto mucho más marcado bajo ese justillo sin pliegues que dibujaba sus formas, con su hermoso pelo flotando sobre su carcaj, ese arco que sostenía en sus manos... todo le confería el aspecto del amor, oculto bajo los rasgos de Belona, y se habría dicho que cada una de las flechas que con tanta gracia llevaba encadenarían a su celestial imperio a los corazones que alcanzaran.

    Si el desventurado Herman no vio entrar a Ernestine sin temblar, Oxtiern por su parte experimentó al verla una emoción tan viva que estuvo algunos minutos sin poder articular palabra. Habéis visto que Oxtiern es bastante apuesto, pero ¡qué alma había escondido la naturaleza bajo esa corteza engañadora! El conde, muy rico, dueño desde hacia poco de su fortuna, no veía límites a sus ardientes deseos; todo lo que la razón o las circunstancias pudieran presentarle como obstáculo era mayor alimento para su impetuosidad. Sin principios como sin virtud, imbuido todavía de los prejuicios de una institución cuyo orgullo se había enfrentado al mismo soberano, Oxtiern imaginaba que nada en el mundo podía poner freno a sus pasiones. Ahora bien, de todas las que lo abrasaban, la más imperiosa era el amor; mas este sentimiento, casi una virtud en un alma noble, puede tornarse en fuente de muchos crímenes en un corazón corrompido como el de Oxtiern.

    En cuanto este hombre peligroso vio a nuestra bella heroína, concibió de inmediato el pérfido propósito de seducirla; bailó mucho con ella, se ubicó cerca de ella durante la cena y demostró al fin tan claramente los sentimientos que le inspiraba, que a toda la ciudad no le cupo dudas de que pronto se convertiría en la mujer o en la amante de Oxtiern.

    Imposible imaginar la cruel situación de Herman mientras ocurrían esas cosas. Había concurrido al baile; pero al ver a su amada tan brillantemente cortejada, ¿habría podido atreverse a abordarla aunque sólo fuera un momento? Ciertamente Ernestine no había cambiado sus sentimientos para con Herman pero ¿puede una joven luchar contra el orgullo? ¿Puede dejar de embriagarse aun por un solo instante con los homenajes públicos? Y la vanidad que en ella se halaga probándole que puede ser adorada por todos, ¿no debilita su antiguo deseo de no ser sensible más que a las atenciones de uno solo? Ernestine comprendió que Herman estaba inquieto; pero Oxtiern estaba a sus pies, toda la gente la alababa, y la orgullosa Ernestine no sintió, como debiera haberlo hecho, la pena con que abrumaba a su desdichado amante. También el coronel fue colmado de honores; el conde conversó mucho con él, le ofreció sus servicios en Estocolmo, le aseguró que, muy joven aún para retirarse, debía hacerse incorporar a algún regimiento y lograr los grados a que debía aspirar por su cuna y su talento, que él lo ayudaría en eso como en cualquier otra cosa que necesitara de la corte, que le suplicaba no dejar de recurrir a él y que cada favor que pudiera hacer a tan valiente hombre serían otras tantas alegrías personales para él. El baile terminó con la noche y todos se retiraron.

    Al día siguiente el senador Oxtiern rogó a la señora Scholtz darle los mayores detalles sobre esa joven escita, cuya imagen había permanecido presente ante sus sentidos desde que la viera por primera vez.

    —Es la más hermosa joven que tenemos en Nordkoping, dijo la mujer de negocios, encantada al ver que el conde, contrariando los amores de Herman, le daría tal vez el corazón del joven. En verdad, senador, no hay en toda la comarca joven alguna que pueda comparársele.
    —¡En la comarca!, exclamó el conde. ¡No la hay en toda Europa, señora!... ¿Y qué es lo que ella hace? ¿Qué piensa?... ¿A quién ama?... ¿A quién adora esa celestial criatura? ¿Quién pretenderá disputarme la posesión de sus encantos?
    —No os hablaré de su cuna. Sabéis que es hija del coronel Sanders, hombre de mérito y de rango; pero lo que ignoráis quizá, y que os afligirá por los sentimientos que demostráis por ella, es que está a punto de casarse con un joven cajero de mi casa, del que está locamente enamorada y que la quiere por lo menos de igual modo.
    —¡Semejante unión para Ernestine!, exclamó el senador... ¡Ese ángel convertirse en la esposa de un cajero!... ¡Eso no será, señora, eso no será! Debéis uniros a mí para que tan ridícula alianza no se realice. Ernestine ha sido creada para brillar en la corte, y quiero presentarla en ella con mi nombre.
    —Pero no tiene bienes, Conde..., la hija de un pobre caballero... de un oficial afortunado...
    —¡Es hija de los dioses!, dijo Oxtiern fuera de sí. ¡Y debe habitar en su morada!
    —¡Ah, senador! Causaréis la desdicha del joven de quien os he hablado; pocos cariños son tan ardientes... pocos sentimientos tan sinceros.
    —Lo que menos me preocupa en el mundo, señora, es un rival de esa naturaleza; ¿seres tan inferiores podrían alarmar mi amor? Me ayudareis a encontrar el modo de alejar a ese hombre, y si no consiente de buen grado... Dejadme hacer, señora Scholtz, dejadme hacer. Nos desharemos de ese bribón.

    La Scholtz aplaude y, lejos de apaciguar al conde, le presenta esa clase de obstáculos, fáciles de vencer, con cuyo triunfo se excita el amor.

    Pero mientras todo esto ocurre en casa de la viuda, Herman está a los pies de su amada.

    —¡Ah! ¡Bien lo había dicho yo, Ernestine!, exclama entre lágrimas. ¡Bien había imaginado que ese maldito baile nos traería muchas penas! Cada elogio que os prodigaba el conde era una puñalada que me destrozaba el corazón; ¿seguís dudando de que os adora?, ¿no os lo ha demostrado bastante?
    —¡Qué me importa, hombre injusto!, respondió la joven Sanders tranquilizando como pudo al objeto de su único amor. ¿Qué me importa el incienso que a ese hombre le plazca ofrecerme, si mi corazón sólo a ti te pertenece? ¿Has creído pues que me enorgullecía de sus atenciones?
    —Si, Ernestine, lo creí y no me equivoqué; vuestros ojos brillaban de orgullo por agradarle; no os ocupabais más que de él.
    —Esos reproches me disgustan, Herman, me afligen viniendo de vos. Os atribuía suficiente delicadeza como para no dudar siquiera. Y bien, confiad vuestros temores a mi padre y que nuestra boda se celebre mañana mismo; lo consiento.

    Herman hace suyo prontamente ese proyecto; entra a ver a Sanders con Ernestine y, arrojándose en brazos del coronel le suplica por lo más querido que tenga a bien no oponer más obstáculos a su felicidad.

    Menos equilibrado por otros sentimientos, el orgullo había hecho en el corazón de Sanders más progresos que en el de Ernestine; el coronel, rebosante de honor y de franqueza, lejos estaba de querer faltar a los compromisos contraídos con Herman; mas la protección de Oxtiern le deslumbraba. Se había dado cuenta del triunfo de su hija sobre el alma del senador; sus amigos le habían sugerido que si esa pasión seguía el curso legítimo que era de esperar, su fortuna sería el infalible precio de la misma. Esos pensamientos le habían preocupado durante la noche, había hecho proyectos, se había entregado a la ambición. En una palabra, el momento no era apropiado; Herman no podría haber encontrado otro peor. Sanders se guardó bien sin embargo de rechazar al joven; tal proceder estaba lejos de su corazón. Por otra parte, ¿no estaría construyendo sobre arena? ¿Quién le garantizaba la realidad de las quimeras de que se había alimentado? Volvió pues al argumento que acostumbraba esgrimir... la juventud de su hija, la esperada herencia de la tía Plorman, el temor de atraer sobre Ernestine y sobre él mismo toda la venganza de la Scholtz que, apoyada ahora por el senador Oxtiern, sólo podía tornarse más temible. Además ¿era conveniente elegir el momento en que el conde estaba en la ciudad? Le parecía inútil exhibirse y si realmente la Scholtz habría de irritarse con esa decisión, el momento en que contaba con el favor del conde sería ciertamente aquel en que podría resultar más peligrosa. Ernestine insistió más que nunca. Su corazón le reprochaba un tanto su conducta de la víspera y le agradaba demostrar a su amigo que el enfriamiento de su amor no era uno de sus errores; el coronel, expectante, poco acostumbrado a resistir a los ruegos de su hija, sólo le pidió esperar la partida del senador y prometió que luego él sería el primero en vencer todas las dificultades y hasta iría a ver a la Scholtz, si fuera necesario, para calmarla o para instarla a apurar la rendición de cuentas, sin lo cual el joven Herman no podía decididamente separarse de su patrona.

    Herman se marchó no muy contento, tranquilizado sin embargo en cuanto a los sentimientos de su amada, pero devorado por una oscura inquietud que nada podía calmar. En cuanto salió senador se presentó en casa de Sanders; venía, acompañado por la Scholtz, a presentar, según decía, sus respetos al honorable militar a quien se felicitaba de haber conocido en su viaje, y a pedirle permiso para saludar a la encantadora Ernestine. El coronel y su hija recibieron esta cortesía como correspondía: la Scholtz disimuló su rabia y sus celos ya que veía nacer multitud de medios para servir los crueles sentimientos de su corazón; colmó de elogios al coronel, acarició mucho a Ernestine y la conversación fue tan agradable como podía serlo en esas circunstancias.

    Pasaron varios días durante los cuales Sanders y su hija, la Scholtz y el conde se hicieron mutuas visitas, comieron alternativamente unos en casa de los otros sin que nunca el desdichado Herman fuera de la placentera partida.

    Durante este intervalo, Oxtiern no perdió ocasión de hablar de su amor y era imposible que la señorita Sanders dudara de que el conde se consumía por ella con la pasión más ardiente; mas el corazón de Ernestine lo había prometido y su inmenso amor por Herman no le permitía dejarse atrapar una vez mas en la trampa del orgullo; ella lo postergaba todo, se negaba a todo, se mostraba forzada y pensativa en las fiestas a que la arrastraban v nunca volvía de una sin suplicar a su padre que no la llevara a otra. Era tarde; Sanders que como ya lo he dicho, no tenía las mismas razones que su hija para resistirse a los halagos de Oxtiern, se dejó seducir fácilmente: hubo conversaciones secretas entre la Scholtz, el senador y el coronel que terminaron por deslumbrar al desdichado Sanders, y el astuto Oxtiern, sin comprometerse nunca demasiado, sin asegurar jamás su mano, dejando suponer solamente que por supuesto algún día las cosas llegarían a eso, había seducido a Sanders de tal modo que no sólo obtuvo que se negara a los requerimientos de Herman sino que hasta logró que se decidiera a dejar su solitaria vida en Nordkoping para ir a gozar a Estocolmo del crédito que él le aseguraba y de los favores de que deseaba colmarlo.

    Ernestine, que a partir de entonces vela a su amado mucho menos, no cesaba sin embargo de escribirle, pero como lo conocía capaz de cualquier cosa y ella quería evitar las escenas, le ocultaba lo mejor que podía todo lo que pasaba. Además tampoco estaba tan segura todavía de la debilidad de su padre. Antes de decir nada a Herman, resolvió aclarar las cosas.

    Entro una mañana a los aposentos del coronel.

    —Padre mío, dijo respetuosamente. Parece que el senador permanecerá mucho tiempo en Nordkoping; no obstante habéis prometido a Herman que nos uniríais pronto; ¿me permitís preguntaros si mantenéis vuestra decisión?... ¿Qué necesidad hay de esperar la partida del conde para celebrar un matrimonio que todos deseamos tan ardientemente?
    —Ernestine, dijo el coronel, sentaos y escuchadme. Mientras creí, hija mía, que vuestra dicha y fortuna podían encontrarse junto al joven Herman, lejos de oponerme sin duda, habéis visto con cuanta diligencia me presté a vuestros deseos; pero ahora que un destino más feliz os aguarda, Ernestine, ¿por qué queréis que os sacrifique?
    —¿Un destino mas feliz, decís? Si es mi dicha lo que buscáis, padre mío, no la imaginéis nunca lejos de mi querido Herman; sólo podrá ser verdadera junto a él. No importa, creo adivinar vuestros proyectos... tiemblo al pensarlo... ¡Ah! Dignaos no hacerme víctima de ellos.
    —Pero, hija mía, mi carrera depende de esos proyectos.
    —¡Oh, padre! Si el conde se ocupa de vuestra fortuna a cambio de mi mano... sea, gozareis, estoy de acuerdo, de los honores que se os prometen, pero aquel que os los vende no gozará de lo que él espera; moriré antes que ser suya.
    —Ernestine, os creía más comprensiva... pensaba que amabais más a vuestro padre.
    —¡Ah, caro autor de mis días! Yo creía que vuestra hija os era más preciada, que... ¡Desdichado viaje!... ¡Infame seductor!... Todos éramos felices antes de que ese hombre apareciera aquí..., un solo obstáculo se presentaba; lo habríamos vencido. Nada temía, puesto que mi padre estaba conmigo; él me abandona; sólo me queda morir...

    Y la desventurada Ernestine, sumida en su dolor, lanzaba gemidos que habrían enternecido a los corazones más duros.


    —Escucha, hija mía, escucha. Antes que afligirte, dijo el coronel enjugando con sus caricias las lágrimas que cubrían a Ernestine, el conde quiere mi felicidad y, aunque no me ha dicho claramente que exige tu mano como precio, es fácil sin embargo comprender que ese es su único objeto. De acuerdo con lo que dice, está seguro de reincorporarme al servicio; exige que vayamos a vivir a Estocolmo donde nos promete el más halagüeño destino; y a mi llegada a esa ciudad quiere esperarme, según dice, con una pensión de mil ducados* en mérito a mis servicios..., a los de mi padre, y que la Corte, agrega, se habría acordado de mí tiempo ha de haber tenido un solo amigo en la capital que hablara por nosotros. Ernestine... ¿quieres perder tantos favores? ¿Pretendes pues malograr tu fortuna y la mía?
    —No, padre mío, respondió firmemente la joven Sanders, no. Pero exijo de vos una gracia: la de someter antes que nada al conde a una prueba que estoy segura no resistirá. Si quiere haceros todo el bien que dice y es honesto, debe continuar su amistad sin el mas mínimo interés; si pone condiciones, todo es de temer en su conducta; si lo hace, esa conducta es personal, puede ser falsa; ya no es vuestro amigo sino mi seductor.
    —Se casará contigo.
    —No lo hará. Además, escuchadme, padre mío, si los sentimientos del conde hacia vos son reales, deben ser independientes de los que pudo concebir por mí; no tendrá que querer complaceros a expensas de mi sufrimiento; si es virtuoso y sensible, deberá haceros todo el bien que os promete sin exigir que yo sea su precio. Para sondear su manera de pensar, decidle que aceptáis todas sus promesas, pero que le pedís, como primer acto de su generosidad hacia mí, que haga él mismo aquí, antes de dejar la ciudad, el matrimonio de vuestra hija con el único hombre que ella puede amar en el mundo. Si el conde es leal, si él es franco, desinteresado, aceptará: si su único deseo es inmolarme al serviros, se descubrirá; tendrá que responder a vuestra propuesta; y esa propuesta no debe sorprenderle puesto que, según decís, no os ha pedido abiertamente mi mano. Si su respuesta fuera pedirla como precio de sus favores, tiene más deseos de beneficiarse a sí mismo que de serviros, pues sabiendo que estoy comprometida pretendería contrariar mi corazón. Entonces su alma es innoble y tenéis que desconfiar de todos sus ofrecimientos, sea cual fuere el barniz con que los pinta. Un hombre decente no puede aspirar a la mano de una mujer de la que sabe que no tendrá el amor; no es a expensas de la hija como debe favorecer al padre. La prueba es segura, os suplico intentarla; si triunfa... quiero decir, si tenemos la certeza de que el conde sólo abriga legítimas aspiraciones, habrá que prestarse a todo y entonces habrá hecho vuestra carrera sin arruinar mi felicidad; todos seremos dichosos... Todos los seremos, padre mío, sin que tengáis remordimientos.
    —Ernestine, dice el coronel. Es muy posible que el conde sea un hombre honrado, aunque sólo quiera favorecerme a condición de tenerte por esposa.
    —Sí, si no me supiera comprometida. Pero al decirle que lo estoy, si él persiste en querer serviros sólo contrariándome, no hay más que egoísmo en su proceder, la delicadeza está totalmente excluida de él; entonces sus promesas deben resultaros sospechosas...

    Y arrojándose en brazos del coronel, Ernestine exclamó, bañada en lágrimas:

    —¡Oh, padre mío! No me neguéis la prueba que os exijo, no me la neguéis, padre mío, os lo suplico, no sacrifiquéis tan cruelmente a una hija que os adora y que no quiere vivir sino por vos; el desdichado Herman moriría de dolor, moriría detestándonos; yo pronto lo seguiría a la tumba, y vos perderíais a los dos amigos más caros de vuestro corazón.

    El coronel amaba a su hija, era generoso y noble; únicamente podía reprochársele esa especie de buena fe que, aunque tan fácilmente convierte al hombre honrado en presa de bribones, desvela en igual medida todo el candor y toda la franqueza de un alma hermosa. Prometió a su hija hacer lo que le pedía y a la mañana siguiente habló con el senador.

    Oxtiern fue más falso que la señorita Sanders perspicaz. Había tomado sus medidas con la Scholtz para cualquier circunstancia, y respondió al coronel del modo más satisfactorio.

    —¿Habéis creído pues, estimado amigo, le dijo, que yo deseaba beneficiaros por interés? Tendríais que conocer mejor mi alma, plena del deseo de seros útil con abstracción de cualquier otra consideración; por supuesto, amo a vuestra hija; ocultároslo de nada serviría; pero puesto que ella no me cree capaz de hacerla feliz, lejos estoy de obligarla; no me encargaré de unir aquí los lazos de su matrimonio, como parecéis desearlo; tal proceder costaría demasiado a mi corazón; al sacrificarme puedo desear al menos no ser inmolado por mi propia mano; pero el matrimonio se hará, me ocuparé de ello, me encargaré de la Scholtz y ya que vuestra hija prefiere convertirse en la mujer de un cajero antes que en la de uno de los primeros senadores de Suecia, es dueña de hacerlo. No temáis que esa elección perjudique en nada el bien que quiero haceros; parto de inmediato; en cuanto haya arreglado algunos asuntos, uno de mis carruajes vendrá a buscaros a vuestra hija y a vos. Llegaréis a Estocolmo con Ernestine; Herman podrá seguiros y desposarla allá o esperar, si más le conviene, a que, al estar en el puesto donde quiero ubicaros, su matrimonio sea más favorable.
    —Hombre respetable, dice Sanders, estrechando las manos del conde ¡cuánto os debo! Los servicios que os dignáis hacernos serán tanto mas apreciados cuanto más desinteresados son y os cuestan un sacrificio... ¡Ah, senador! Es el más alto grado de generosidad humana; tan bella acción debería valeros un templo en este siglo en que todas las virtudes son tan raras.
    —Amigo mío, dice el conde respondiendo a las afectuosas palabras del coronel, el hombre honrado es el primero en gozar de los beneficios que otorga; ¿no es lo que le hace falta para ser feliz?

    Nada más urgente para el coronel que narrar a su hija la importante conversación que acababa de mantener con Oxtiern. Ernestine se emocionó hasta las lágrimas y lo creyó todo sin dificultad. Las almas nobles son confiadas; se persuaden fácilmente de lo que ellas mismas son capaces de hacer. Herman no fue tan crédulo; algunas frases imprudentes escapadas de labios de la Scholtz, feliz sin duda de ver tan bien servida su venganza, le hicieron abrigar sospechas que comunica a su bienamada; la tierna joven lo tranquiliza; le hizo comprender qué un hombre de la cuna y posición de Oxtiern debía ser incapaz de engañar... La inocente criatura no sabía que los vicios, apoyados por la cuna y las riquezas, exacerbados por la impunidad, se tornan aún más peligrosos. Herman dijo que quería una explicación del mismo conde: Ernestine le prohibió pedirla; el joven insiste, pero no escuchando en el fondo más que a su orgullo, su amor y su coraje, lleva dos pistolas. A la mañana siguiente se introduce en las habitaciones del conde y sorprendiéndole a la cabecera del lecho

    —Señor, le dice osadamente, os creo un hombre de honor; vuestro apellido, vuestra posición, vuestras riquezas, todo debe convencerme de ello; exijo, pues, vuestra palabra, señor, vuestra palabra escrita de que renunciáis absolutamente a las pretensiones que habéis testimoniado hacia Ernestine, o espero, de no ser así, veros aceptar una de estas dos armas para volarnos juntos la tapa de los sesos.

    El senador, algo aturdido por estas palabras, comenzó en primer lugar por preguntar a Herman si pensaba bien en lo que hacia y si creía que un hombre de su rango debía alguna reparación a un subalterno como él.

    —Nada de invectivas, señor, respondió Herman. No he venido a recibirlas sino a pediros razón, por el contrario, del ultraje que me hacéis al querer seducir a mi amada. Un subalterno, habéis dicho, senador. Todo hombre tiene derecho a exigir de otro la reparación del bien que se le quita o de la ofensa que se le infiere. El prejuicio que separa a las clases es una quimera; la naturaleza ha creado a todos los hombres iguales; no hay uno solo que no haya salido de su seno pobre y desnudo, no hay uno que ella conserve o destruya de modo diferente a los demás; no conozco entre ellos otra distinción que la de la virtud. Únicamente debe ser despreciado el hombre que usa de los derechos que falsas conveniencias le confieren para entregarse más impunemente al vicio. Levantaos, conde. Aunque fueseis un príncipe, os exigiría la satisfacción que me es debida; dádmela, os digo, u os levanto la tapa de los sesos si no os apresuráis a defenderos:
    —Un momento, dice Oxtiern, vistiéndose; sentaos, joven; deseo que comamos juntos antes de batirnos... ¿Me negaréis ese favor?
    —A vuestras órdenes, conde, respondió Herman, pero espero que después aceptaréis lo mismo mi invitación...

    Se llama a los criados; el desayuno es servido y, habiendo ordenado el senador que se le deje a solas con Herman, le pregunta, después de la primera taza de café, si actúa de común acuerdo con Ernestine.

    —Por supuesto que no, senador. Ella ignora que estoy aquí. Es más: ella me ha dicho que queríais complacerme.
    —Si es así ¿cuál puede ser el motivo de vuestra imprudencia?
    —EI temor a ser engañado, la certeza de que cuando se ama a Ernestine es imposible renunciar a ella, el deseo de comprender al fin.
    —Lo haréis pronto, Herman, y aunque sólo os deba reproches por lo indecente de vuestra acción..., aunque este gesto desconsiderado debería quizá hacer variar mis designios en favor de la hija del coronel, mantendré sin embargo mi palabra... Sí, Herman, os casaréis con Ernestine; lo he prometido, así será. No os la cedo, joven; no estoy hecho para cederos nada; Ernestine, únicamente, es quien lo obtiene todo de mí; es ante su felicidad que yo inmolo la mía.
    —¡Oh, generoso mortal!
    —No me debéis nada, repito. Lo hago solamente por Ernestine y sólo de ella espero gratitud.
    —Permitidme compartirla, senador, permitid que al mismo tiempo os presente mil excusas por mi vivacidad... Pero, señor, ¿puedo contar con vuestra palabra, y si os proponéis mantenerla os negaríais a dármela por escrito?
    —Escribiré todo lo que deseéis, pero no es necesario, y esas inútiles sospechas aumentan la torpeza que acabáis de permitiros.
    —Es para tranquilizar a Ernestine.
    —Es, menos desconfiada que vos. Ella me cree. No importa, quiero escribir, pero dirigiéndole a ella la esquela; cualquier otro modo estaría fuera de lugar; no puedo serviros y humillarme ante vos al mismo tiempo...

    Y el senador, tomando una pluma, trazó las siguientes líneas:

    El conde Oxtiern promete a Ernestine Sanders dejarla en libertad de elegir, y tomar las medidas necesarias para hacerla gozar de inmediato de los placeres del matrimonio cueste ello lo que cueste a quien la adora y cuyo sacrificio será pronto tan cierto como espantoso.

    Lejos de comprender el cruel sentido de esa esquela, el desdichado Herman se apodera de ella, la besa con pasión, renueva sus excusas ante el conde y vuela a casa de Ernestine a llevarle los tristes trofeos de su victoria.

    La señorita Sanders regañó mucho a Herman; lo acusó de no tenerle confianza, añadió que luego de lo que ella dijera, nunca Herman debió dejarse llevar a tales extremos con un hombre tanto más poderoso que él, que era de temerse que habiendo cedido el conde por prudencia, no lo llevara luego la reflexión a extremos tal vez fatales para ambos, y en todo caso y sin lugar a dudas, sumamente perjudiciales para su padre. Herman tranquilizó a su amada, mostrándole la esquela... cuya ambigüedad tampoco ella comprendió al leerla. Comunicaron todo al coronel que desaprobó mucho más vivamente todavía que su hija la conducta del joven Herman. Todo se concilió sin embargo y nuestros tres amigos, llenos de confianza en las promesas del conde, se separaron bastante tranquilos.

    Sin embargo Oxtiern, después de su escena con Herman, había descendido de inmediato a los aposentos de la Scholtz contándole todo lo que acababa de ocurrir, y la malvada mujer, más convencida aún por esa acción del joven de que era inútil pretender seducirlo, se puso más decididamente que nunca de parte del conde, prometiéndole servirle hasta la completa destrucción del desdichado Herman.

    —Tengo el modo seguro de perderlo, dice la cruel arpía... Tengo un duplicado de las llaves de su caja; el no lo sabe. Dentro de poco tengo que descontar letras de cambio por valor de cien mil ducados a unos comerciantes de Hamburgo. Está en mis manos encontrarlo en falta; entonces tendrá que casarse conmigo o estará perdido.
    —En este último caso, dice el conde, hacédmelo saber de inmediato; estad segura que actuaré como conviene a nuestra mutua venganza.

    Luego los dos malvados, demasiado cruelmente unidos por el interés, renovaron sus últimas medidas para dar a sus pérfidos designios toda la lúgubre consistencia que deseaban.

    Terminados esos arreglos, Oxtiern fue a despedirse del coronel y de su hija; finge ante ésta, demostrándole en vez de su amor y de sus verdaderas intenciones, toda la nobleza y el desinterés que su falsía le permitía simular; renueva ante Sanders sus mejores ofrecimientos de servicios y arregla con él el viaje a Estocolmo. El conde deseaba prepararles un departamento en su casa; pero el coronel respondió que prefería ir a casa de su prima Plorman, cuya herencia esperaba para su hija, y que esta prueba de amistad sería un motivo para que Ernestine agradara a esa mujer que podía aumentar considerablemente su fortuna. Oxtiern aprobó el proyecto, prometió un carruaje ya que Ernestine temía al mar, separándose con las más ardientes protestas de cariño y estima recíprocos sin que se hablara del proceder del joven.

    La Scholtz seguía fingiendo ante Herman; sintiendo la necesidad de disimular hasta que estallara el rayo que preparaba, no le hablaba de sus sentimientos y, como antaño, no le demostraba más que confianza e interés; le ocultó que sabía de su torpeza ante el senador, y nuestro buen muchacho creyó que, como la escena no había sido muy favorable para el conde, éste la había ocultado cuidadosamente.

    Sin embargo Herman no ignoraba que el coronel y su hija dejarían pronto Nordkoping; mas lleno de confianza en los sentimientos de su amada, en la amistad del coronel y en las promesas del conde, no dudaba que lo primero que haría Ernestine en Estocolmo, aprovechando su influencia ante el senador, sería comprometerlo a que los reuniera de inmediato; la joven Sanders no ceso de asegurárselo así a Herman, y tal era sinceramente su proyecto.

    Así transcurrieron algunas semanas, cuando llegó a Nordkoping un soberbio carruaje acompañado por varios criados, a los que se había ordenado entregar una carta al coronel Sanders de parte del conde Oxtiern, y recibir al mismo tiempo las órdenes de ese oficial relativas al viaje que debía hacer a Estocolmo con su hija y para el que estaba destinado el carruaje que se le enviaba. La carta anunciaba a Sanders que, por indicación del senador, la viuda Plorman preparaba a sus dos parientes los más bellos aposentos de su casa; que el uno y la otra eran dueños de llegar cuando quisieran y que el conde esperaba ese momento para enterar a su amigo Sanders del éxito de las primeras gestiones que hiciera en su favor; en cuanto a Herman, añadía el senador, creía que había que dejarlo terminar en paz los asuntos que tenía con la señora Scholtz, concluidos los cuales y estando su fortuna más en orden, podría más desahogadamente aún venir a ofrecer su marro a la bella Ernestine; que todos se beneficiarían con este arreglo durante el cual el coronel, también él favorecido con una pensión y quizá con un grado, estaría en mejores condiciones para ayudar a su hija.

    Este párrafo no agradó a Ernestine; comenzó a abrigar ciertas sospechas de las que hizo partícipe a su padre de inmediato. El coronel pretendió no haber interpretado nunca los proyectos de Oxtiern en otra forma que no fuera esa; y además, continuó Sanders, ¿qué medios había de hacer dejar Nordkoping a Herman antes de que liquidara sus cuentas con la Scholtz? Ernestine derramó algunas lágrimas, y siempre entre su amor y el temor de molestar a su padre, no se atrevió a insistir acerca de su gran deseo de no aprovechar los ofrecimientos del senador hasta el momento en que su amado Herman se encontrara libre.

    Hubo pues que decidir la partida; Herman, fue invitado por el coronel a cenar en su casa para despedirse mutuamente; allí fue, y la cruel escena tuvo lugar en medio de la mayor tristeza.

    —¡Oh, querida Ernestine!, dijo Herman bañado en lágrimas, os dejo, ignoro cuando os volveré a ver; quedo con una cruel enemiga..., con una mujer que disimula, pero cuyos sentimientos están lejos de haber muerto. ¿Quién va a protegerme de las incalculables maldades con que me abrumará esa arpía... cuando me vea sobre todo más decidido que nunca a seguiros y yo le declaré que sólo a vos quiero perteneceros?... Y vos misma, ¿adónde vais, Dios mío?... dependiendo de un hombre que os ha amado, que os ama aún... y cuyo sacrificio es bastante dudoso. Os seducirá., Ernestine, os deslumbrará, y al desventurado Herman, abandonado, sólo le quedarán sus lágrimas.
    —Herman tendrá siempre et corazón de Ernestine, dijo la señorita Sanders estrechando las manos de su amado; ¿puede temer ser engañado, poseyendo ese bien?
    —¡Ah! ¡Ojalá no lo perdiera nunca! dice Herman arrojándose a los pies de su hermosa amada. ¡Ojalá Ernestine no ceda nunca a las peticiones que le serán formuladas y se persuada de que no puede existir hombre alguno sobre la tierra que la ame tanto como yo!

    Y el desdichado joven osó suplicar a Ernestine que le dejara gustar sobre sus labios de rosa un beso inapreciable, como exigida prenda de sus promesas. La honesta y prudente Sanders, que nunca concediera tanto, creyó deber algo a las circunstancias; se inclinó entre los brazos de Herman que, encendido de amor y de deseo, sucumbiendo al exceso de esa triste alegría que sólo con lágrimas se expresa, selló los juramentos de su pasión en la más bella boca de la tierra, y recibió de esa boca, cuya presión sobre la suya aún sintió por mucho tiempo, las más deliciosas expresiones del amor y la constancia.

    Sin embargo, suena la hora funesta de la partida; para dos corazones realmente enamorados, ¿qué diferencia hay entre ésta y la de la muerte? Se diría, al dejar a quien se ama, que el corazón se rompe o se desgarra; nuestros órganos, encadenados por así decir al objeto amado del que nos alejamos, parecen morir en ese instante cruel; deseamos huir, volvemos, nos separamos, nos besamos, no podemos decidirnos; cuando debemos finalmente hacerlo, todos nuestros sentidos se anulan, como si pareciera que abandonamos hasta el principio mismo de nuestra vida; lo que queda es inanimado; en el objeto que se aleja está únicamente para nosotros la existencia.

    Habían decidido tomar el carruaje al levantarse de la mesa. Ernestine mira a su amado, lo ve bañado en lágrimas, se le destroza el alma...

    —¡Oh, padre mío!, exclama prorrumpiendo en llanto. Ved como me sacrifico por vos. Y arrojándose nuevamente a los brazos de Herman: Tú, a quien no he dejado nunca de amar, le dice, tú a quien adoraré hasta la tumba, recibe en presencia de mi padre el juramento que te hago de no ser más que de ti; escríbeme, piensa en mi, escucha sólo lo que yo te diga, y mírame como la más vil de las criaturas si alguna vez otro hombre que no fueras tú recibiera mi mano o mi corazón.

    Herman está enloquecido; postrado en tierra, besa los pies de la que idolatra; se diría que con esos besos ardientes, su alma que los daba, su alma entera puesta en esos besos de fuego, hubiera querido cautivar a Ernestine...

    —No te veré más... no te veré más, le decía entre sollozos... Padre mío, dejadme seguiros, no permitáis que me quiten a Ernestine, o si el destino a ello me condena, ¡ay de mi!, hundidme vuestra espada en el pecho.

    El coronel Sanders calmaba a su amigo, le daba su palabra de no contrariar jamás las intenciones de su hija. Pero nada tranquiliza al amor alarmado; pocos amantes se separaban en tan crueles circunstancias; Herman lo comprendía demasiado y su corazón se dividía a pesar suyo. Deben partir al fin; Ernestine, agobiada por su dolor..., con los ojos bañados en lágrimas, se instala junto a su padre, en un carruaje que la lleva lejos de las miradas del que ama. En ese instante, Herman cree ver a la muerte envolver en sus lóbregos, oscuros velos, al coche fúnebre que le quita su más preciado bien; con lúgubres gritos llama a Ernestine, su alma enloquecida la sigue, pero el ya no ve nada... Todo se esfuma... todo se pierde en las espesas sombras de la noche, y el desdichado vuelve a casa de la Scholtz en un estado de tal desesperación que irrita más aún los celos de ese monstruo peligroso.

    El coronel llegó a Estocolmo al día siguiente bastante temprano y encontró, ante la puerta de la señora Plorman, donde descendió, al senador Oxtiern, que tendió la mano a Ernestine. Aunque hacia varios años que el coronel no veía a su parienta, no por ello fue recibido menos calurosamente; pero le fue fácil comprender que la protección del senador había influido prodigiosamente en tan excelente acogida; Ernestine fue admirada, acariciada; la tía aseguro que esa encantadora sobrina eclipsaría a todas las bellezas de la capital y ese mismo día se comenzaron los arreglos necesarios para procurarle todos los placeres posibles, con el fin de aturdirla, embriagarla y hacerle olvidar a su amado.

    La casa de la Plorman era naturalmente solitaria. La mujer, ya anciana y de suyo avara, veía a muy poca gente; y tal vez fuera por ello que el conde, que la conocía, no se hubiera molestado en absoluto por el alojamiento que eligiera el coronel.

    En casa de la señora Plorman había un joven oficial del regimiento de los Guardias, pariente de ella en un grado más cercano que Ernestine y que, por lo tanto, tenía más derechos a su herencia. Su nombre era Sindersen, buen sujeto, valiente joven, pero naturalmente poco inclinado hacia parientes de su tía que, en grado más lejano que él, parecían no obstante tener sobre ella las mismas pretensiones. Este fue un motivo que enfrió un tanto sus relaciones con los Sanders; sin embargo fue cortés con Ernestine, convivió con el coronel y supo ocultar bajo ese barniz de buena educación, los sentimientos poco amistosos que debían imperar en su corazón.

    Pero dejemos establecerse al coronel y volvamos a Nordkoping, mientras Oxtiern se ocupa de distraer al padre para deslumbrar a la hija y lograr al fin realizar sus pérfidos proyectos con los que espera triunfar.

    Ocho días después de la partida de Ernestine, llegaron los comerciantes de Hamburgo y reclamaron los cien mil ducados que les debía la Scholtz; esa suma, sin ninguna duda, debía encontrarse en la caja de Herman; pero la canallada había sido cometida y gracias al empleo de dobles llaves los fondos habían desaparecido; la señora Scholtz, que había invitado a los comerciantes a cenar, hace advertir de inmediato a Herman para que prepare el dinero, dado que sus huéspedes desean embarcarse esa misma noche para Estocolmo. Hacia tiempo que Herman no abría esa caja, pero seguro de que los fondos están en ella, la abre confiadamente, y está a punto de caer desvanecido cuando descubre el robo de que ha sido objeto; corre junto a su protectora...

    —¡Oh, señora!, grita enloquecido. ¡Nos han robado!
    —¿Robado, amigo mío...? Nadie ha entrado hache. Respondo por mi casa.
    —Sin embargo, alguien tiene que haber entrado, señora, alguien tiene que haberlo hecho, ya que los fondos no están... y que debéis estar segura de mí.
    —Antes podía estarlo, Herman, pero cuando el amor trastorna el alma de un joven como vos, junto con esa pasión pueden entrar en su corazón todos los vicios... Desdichado joven, tened cuidado, con lo que podáis haber hecho; necesito mis fondos ahora mismo. Si sois culpable, confesádmelo... pero si habéis faltado y no queréis decirlo, no seréis el único al que yo acuse en este fatal asunto... Ernestine parte para Estocolmo en el momento en que mis fondos desaparecen... ¿quién sabe si está aún en el reino?... Ella os precede..., es un robo premeditado.
    —No, señora, no; vos no creéis lo que acabáis de decir, responde Herman con firmeza... Vos no lo creéis, señora. No es con semejante suma como se inicia generalmente un malvado y en el corazón del hombre los grandes crímenes van siempre precedidos por los vicios. ¿Qué habéis visto hasta ahora en mí que os permita creer que soy capaz de tal malversación? Si os hubiese robado ¿me habría quedado en Nordkoping? ¿No me habéis advertido hace diez días que debíais pagar este dinero? Si yo lo hubiese tomado, ¿tendría la desfachatez de esperar tranquilamente aquí el momento en que se descubriría mi vergüenza? Semejante conducta no es imaginable; ¿debéis suponerla en mí?
    —No es a mí a quien corresponde buscar las razones que puedan excusaros cuando vuestra falta me lastima, Herman. No hago más que establecer un hecho: estáis a cargo de mi caja; sólo vos respondéis por ella; la encontráis vacía cuando necesito los fondos que allí deben estar; las cerraduras no han sido violadas; nadie de mi personal desaparece. Este robo sin fractura, sin vestigios, no puede pues ser más que la obra de quien tiene las llaves. Por última vez, reflexionad, Herman. Retendré a estos comerciantes veinticuatro horas más. Mañana me daréis mis fondos... o la justicia se encargará de vos.

    Herman se retira presa de una desesperación más fácil de sentir que de pintar. Se deshacía en lágrimas, acusaba al cielo de dejarlo vivir para tantos infortunios. Dos posibilidades cabían para él: huir o volarse la tapa de los sesos..., pero no ha terminado de formulárselas cuando ya las rechaza horrorizado... Morir sin justificarse... sin destruir las sospechas que amargarían a Ernestine. ¿Podría ella consolarse alguna vez de haber dado su corazón a un hombre capaz de semejante bajeza? Su alma delicada no soportaría el peso de esa infamia, moriría de dolor... Huir equivaldría a reconocerse culpable; ¿se puede consentir aparecer culpable de un crimen que se está tan lejos de haber cometido? Herman prefiere entregarse a su sino, y reclama por carta la protección del senador y la amistad del coronel: creía poder estar seguro del primero y no dudaba en absoluto del segundo. Les cuenta la espantosa desgracia que le ocurre, convenciéndoles de su inocencia; le hace sentir al coronel hasta qué punto esta aventura puede resultar funesta para él, ante una mujer cuyo corazón endurecido por los celos no dejará de aprovechar la ocasión para aniquilarlo. Le pide urgentemente consejo en la fatal circunstancia y se pone en manos de Dios, atreviéndose a sentirse seguro de que la equidad de todos no abandonará al inocente.

    Fácilmente podréis imaginar que nuestro joven pasó una terrible noche. Por la mañana, la Scholtz lo hizo llamar a sus aposentos.

    —¡Y bien, amigo mío!, le dice con aire cándido y ameno. ¿Estáis dispuesto a confesar vuestros errores y os decidís al fin a decirme la causa de un proceder tan extraño en vos?
    —Como justificación, me presento y me entrego, señora, responde valientemente el joven. No me habría quedado en vuestra casa si fuera culpable; me habéis dado tiempo para huir; lo habría hecho.
    —Tal vez no habríais ido lejos sin que os siguieran, y vuestra evasión terminaría de condenaros. Vuestra huida probaría que sois un bribón novel; vuestra firmeza me muestra a uno que no da su primer golpe.
    —Haremos nuestras cuentas cuando queráis, señora. Hasta que no encontréis errores en ellas no tenéis derecho a tratarme así, y yo sí tengo el de rogaros que aguardéis a tener pruebas más seguras para difamar mi probidad.
    —Herman, ¿esto es lo que debía yo esperar de un joven al que eduqué, y en quien fundaba tantas esperanzas?
    —No me respondéis, señora; tal subterfugio me asombra y hasta me hace concebir algunas dudas.
    —No me irritéis, Herman, no me irritéis, cuando debierais tratar únicamente de calmarme... (y prosiguiendo con ardor)... ¿Ignoras, cruel, mis sentimientos hacia ti? ¿Quién sería entonces el ser más dispuesto a ocultar tus errores?... ¿Te los atribuiría yo, cuando trato, al precio de mi sangre, de borrar los que cometes?... Escucha, Herman, yo puedo repararlo todo, tengo en los bancos de mis corresponsales, diez veces más de lo necesario para cubrir esa falta. Confiésala, es todo lo que lo pido... Consiente en casarte conmigo y todo lo olvidaré.
    —¿Y compraría la desgracia de mi vida al precio de una horrible mentira?
    —¡Pérfido! ¡La desgracia de tu vida! ¡Qué! ¿Es así como ves el vínculo al que aspiro, cuando con una sola palabra puedo perderte para siempre?
    —No ignoráis que mi corazón ya no me pertenece, señora; Ernestine lo posee por entero; todo lo que se oponga a nuestro propósito de ser uno para el otro, tiene que tornarse para mí en algo horrible.
    —¿Ernestine?... No cuentes más con ella. Ya es la esposa de Oxtiern.
    —¿Ella?... no es posible, señora; tengo su promesa y su corazón; Ernestine no podría engañarme.
    —Ya estaba todo arreglado, con el consentimiento del coronel.
    —¡Santo Cielo! ¡Y bien! Voy a saberlo por mí mismo; corro a Estocolmo... veré a Ernestine, por ella sabré si me mentís o no... ¿Qué digo? ¡Traicionar Ernestine a su amado! no, no..., no conocéis su corazón si podéis creerlo. El astro rey dejaría de alumbrarnos antes que ese pecado manchara su alma.

    Y al decir esas palabras el joven quiere precipitarse fuera de la casa... La señora Scholtz lo retiene

    —Herman, vais a perderos; escuchadme, amigo mío, os hablo por última vez... ¿Es necesario que os lo diga? Tengo seis testigos contra vos, que asegurarán haberos visto sacar mis fondos de la caja y saber cómo los habéis utilizado; desconfiabais del conde Oxtiern y con esos cien mil ducados pensabais llevaros a Ernestine a Inglaterra... El proceso ha comenzado, os lo repito, puedo detenerlo con sólo una palabra... Os ofrezco mi mano, Herman. Aceptadla y todo queda reparado.
    —¡Montón de horrores y de engaño!, exclama Herman, mira cómo tus palabras destilan fraude e inconsecuencia. Si Ernestine es, como afirmas, la esposa del senador, no he podido robar para ella la suma que te falta, y si tomé ese dinero para ella, es falso entonces que ella sea la mujer del conde. Ya que puedes mentir con tanta indecencia, todo esto es sólo una trampa en que tu maldad quiere enredarme; pero yo encontraré -me atrevo al menos a esperarlo- los medios para recuperar el honor que quieres quitarme y, al mismo tiempo, para convencer de mi inocencia y probar los crímenes a que te entregas en venganza por mi desdén.

    Así dijo, y rechazando los brazos de la Scholtz que aún se abren para retenerlo, se precipita a la calle con la idea de irse a Estocolmo... El desdichado no imagina que sus cadenas ya están prontas... Diez hombres lo prenden a la puerta de la casa, arrastrándolo ignominiosamente a la celda de los criminales, ante la mirada de la feroz criatura que lo pierde y que parece gozar, siguiéndolo con los ojos, de la extrema desgracia donde su desenfrenada ira acaba de sumir al miserable.

    —¡Y bien!, dice Herman al verse en la mansión del crimen... y muy frecuentemente también de la injusticia; ¿Puedo ahora desafiar al cielo e inventar otras desgracias que destrocen más cruelmente mi corazón? Oxtiern... pérfido Oxtiern, tú solo has urdido esta trama, y yo aquí no soy más que la victima de los celos de tu cómplice y de ti mismo... ¡Así pueden los hombres llegar, en un instante, al último extremo de la humillación y la desdicha! Yo imaginaba que sólo el crimen podía envilecerlos a tal punto... No... Basta con resultar sospechoso para ser ya un criminal, y basta con tener enemigos poderosos para ser aniquilado. Pero tú, Ernestine mía..., tú, cuyas promesas consuelan todavía mi corazón, ¿me sigue perteneciendo el tuyo en el infortunio? ¿Tu inocencia es igual a la mía? ¿No eres cómplice de esto?... ¡Oh, Santo Cielo! ¡Qué odiosas sospechas! Me angustia más haberlas concebido aunque sólo sea por un instante, que todos mis otros males... Ernestine culpable... ¡Traicionar Ernestine a su amado!... ¿Tal vez el fraude y la impostura nacieron en lo más profundo de ese corazón sensible?... Y ese dulce beso que aún disfruto... ese único y dulce beso que de ella recibí, ¿puede haber sido dado por una boca que la mentira mancilló?... No, no, alma mía, no..., nos engañan a ambos... ¡Cómo aprovecharán esos monstruos mi situación para envilecerme ante tus ojos!... Ángel del cielo, no te dejes seducir por el artificio de los hombres y que tu alma, tan pura como el Dios de quien emana, esté a salvo, como su modelo, de las iniquidades de la tierra.

    Un mudo y lóbrego dolor se apodera del desdichado; a medida que va comprendiendo lo horrible de su suerte, la pena que experimenta adquiere tanta fuerza que pronto se debate entre sus cadenas. De pronto quiere correr a justificarse; un instante más tarde ansía precipitarse a los pies de Ernestine; se retuerce sobre el piso haciendo resonar la bóveda del techo con sus agudos gritos... Se incorpora, se abalanza contra las barreras levantadas ante él, quiere romperlas con su peso, se lastima, sangra, y cayendo junto a las rejas que ni siquiera ha logrado hacer vibrar, su alma vive sólo en lágrimas y sollozos... en estertores de desesperación.

    No hay en el mundo situación alguna comparable a la del prisionero cuyo corazón está encendido por el amor. La imposibilidad de saber, reúne en un momento todas las espantosas angustias de ese sentimiento. Los rayos de un Dios, tan dulce en el mundo, ya no son para él más que serpientes que lo desgarran; mil quimeras lo ofuscan a la vez; ya inquieto, ya tranquilo, ya crédulo o desconfiado, temiendo y deseando al mismo tiempo la verdad, detestando... adorando al objeto de su pasión, disculpándolo, y creyéndolo pérfido, su alma, semejante a las olas del mar embravecido, no es más que una sustancia blanda donde tienen cabida todas las pasiones para consumirla mejor.

    Acuden en auxilio de Herman. ¡Mas qué funesto servicio le hacen trayendo nuevamente a sus labios la copa amarga de la vida de la que sólo le resta la hiel!

    Sintiendo la necesidad de defenderse, reconociendo que el extremo deseo de ver a Ernestine que le consume no puede ser satisfecho más que probando su inocencia, vuelve en sí. Comienza el proceso; pero la causa, demasiado importante para un tribunal inferior como el de Nordkoping, es trasladada ante los jueces de Estocolmo. Allí se transfiere al prisionero... contento..., si es posible estarlo en su cruel situación, de respirar el aire que respira Ernestine.

    Estaré en la misma ciudad, se decía con satisfacción; tal vez podré enterarla de mi suerte... ¡Se la ocultan, sin duda!... Tal vez podré yo verla: pero pase lo que pase estaré allí, menos expuesto a los dardos dirigidos contra mí; es imposible que todo lo que rodea a Ernestine no sea puro como su alma; el brillo de sus virtudes se esparce sobre su entorno... como los rayos del astro que vivifica la tierra... Nada debo temer estando donde ella está.

    Amantes desdichados, así son vuestras quimeras... Os consuelan; es bastante. Dejemos allí al triste Herman para ver lo que pasaba en Estocolmo entre las personas que nos interesan.

    Ernestine, siempre agasajada, paseada de fiesta en fiesta, lejos estaba de olvidar a su querido Herman; solo entregaba sus ojos a los nuevos espectáculos con que trataban de aturdirla; mas su corazón, pleno siempre del recuerdo de su amado, respiraba sólo por el. Ella habría deseado que él compartiera sus placeres que se le hacían insípidos sin Herman. Lo deseaba, lo vela en todas partes, y al perder su ilusión la realidad se le volvía más cruel. La desventurada estaba lejos de saber a qué espantoso estado se encontraba reducido quien tan despóticamente la ocupaba; no había recibido más que una carta suya, escrita antes de la llegada de los comerciantes de Hamburgo, y se habían tomado medidas para que, a partir de entonces, no recibiera más. Cuando manifestaba su inquietud, su padre y el senador culpaban de esos atrasos a la cantidad de negocios de que se encargaba el joven, y la tierna Ernestine, cuya alma delicada temía al dolor, aceptaba dulcemente lo que parecía calmarla un poco. ¿Se preocupaba nuevamente? Volvían a tranquilizarla, el coronel de muy buena fe y el senador engañándola; pero la tranquilizaban, y el abismo, mientras esperaba, seguía abriéndose bajo sus pies.

    Oxtiern entretenía también a Sanders. Lo había presentado ante algunos ministros. Esta consideración halagaba su orgullo, le hacía paciente para con las promesas del conde que no dejaba de decirle que por muy buena voluntad que él tuviera en favorecerle, los trámites eran muy largos en la corte.

    Este peligroso embaucador, que si hubiera podido triunfar por otros medios que no fueran los crímenes que tramaba tal vez los habría evitado, trataba de volver de tanto en tanto a hablar de amor con aquella a quien ansiaba corromper.

    —A veces me arrepiento de lo que hago, decía un día a Ernestine. Siento que el poder de vuestros ojos destruye insensiblemente mi valor. Mi probidad desea uniros a Herman pero mi corazón se opone a ello. ¡Oh, Cielos! ¿Por qué la mano de la naturaleza puso al mismo tiempo tanta gracia en la adorable Ernestine y tanta debilidad en el alma de Oxtiern? Os serviría mejor si fueseis menos bella, o tal vez tendría yo menos amor si no tuvieseis vos tanto rigor.
    —Conde, dice Ernestine preocupada. Creía que esos sentimientos ya estaban lejos de vos y no puedo concebir que todavía os preocupen.
    —Es hacernos a la vez muy poca justicia a ambos el creer que la impresión que producís pueda debilitarse, o el imaginar que cuando mi corazón la recibe ella no sea eterna.
    —¿Acaso puede ello conciliarse con el honor? ¿Acaso no me prometisteis en sagrado juramento conducirme a Estocolmo sólo por la carrera de mi padre y para reunirme con Herman?
    —Siempre Herman, Ernestine. ¡Qué! ¿Ese hombre fatal no saldrá nunca de vuestra memoria?
    —Por supuesto que no, senador. Lo seguiré pronunciando mientras la imagen querida de quien lo lleva siga abrasando el alma de Ernestine, lo que equivale a advertiros que la muerte será su único término. Pero conde, ¿por qué postergáis las promesas que me hicisteis?... Según vos, pronto debía volver a ver al único objeto de mi amor, ¿por qué no viene, entonces?
    —Su rendición de cuentas con la Scholtz es seguramente el motivo de ese atraso que os preocupa.
    —¿Vendrá después de eso?
    —Si..., lo veréis, Ernestine... os prometo que haré que lo veáis, cueste lo que me cueste... en cualquier lugar que sea..., lo veréis seguramente... ¿Y cuál será la recompensa de mis servicios?
    —Gozareis del encanto de haberlos hecho, conde. Es la mejor recompensa para un alma sensible.
    —Obtenerla al precio del sacrificio que exigís es pagarla muy cara, Ernestine. ¿Creéis que haya muchas almas capaces de ese esfuerzo?
    —Cuanto más os cueste, más apreciable seréis ante mis ojos.
    —¡Ah! ¡Cuan frío es el aprecio para recompensar mis sentimientos por vos!
    —Pero siendo el único que de mí podéis obtener ¿no basta para contentaros?
    —Nunca... nunca, dice entonces el conde, lanzando furiosas miradas sobre la desventurada criatura... E incorporándose para dejarla: No conoces el alma a la que sumes en la desesperación..., Ernestine..., niña demasiado ciega... No, tú no conoces esa alma, no sabes hasta dónde pueden conducirla tu desprecio y tu desdén.

    Es fácil comprender que estas últimas palabras alarmaran a Ernestine; pronto se las contó al coronel quien, lleno de confianza en la probidad del senador, no vio en ellas el sentido que Ernestine les atribuía; el crédulo Sanders, siempre ambicioso, volvía a veces al proyecto de preferir el conde a Herman; pero su hija le recordaba su promesa; el honrado y franco coronel era esclavo de ella, cedía ante las lágrimas de Ernestine y le prometía seguir recordando al senador la palabra empeñada ante ambos, o llevarla nuevamente a Nordkoping si creía descubrir que Oxtiern no pensaba ser sincero.

    Fue entonces cuando estas dos honestas personas, demasiado cruelmente engañadas, recibieron sendas cartas de la Scholtz, de la que se habían separado en los mejores términos del mundo. Ambas cartas disculpaban a Herman por su silencio; se encontraba perfectamente bien; pero muy ocupado en una rendición de cuentas en la que había cierto desorden, atribuible únicamente a la pena de Herman por estar separado de su amada; se veía obligado a pedirle a su benefactora que diera noticias suyas a sus mejores amigos; él les suplicaba que no se preocuparan, ya que antes de ocho días la misma señora Scholtz llevaría a Herman a Estocolmo para ponerlo a los pies de Ernestine.

    Estas cartas calmaron un tanto a la querida enamorada, pero sin embargo no la tranquilizaron totalmente...

    —Una carta se escribe pronto, decía. ¿Por qué entonces Herman no se esforzó en hacerlo? Podría haberse imaginado que yo tendría más fe en una sola palabra suya que en veinte epístolas de una mujer de la que tanto podemos desconfiar.

    Sanders tranquilizaba a su hija; Ernestine, confiada, cedía un instante a los argumentos del coronel para calmarla, pero luego la inquietud volvía desgarrando su alma con rayos de fuego.

    Sin embargo el proceso de Herman seguía su curso; pero el senador, que conocía a los jueces, les había recomendado la más total discreción. Les había convencido de que si se conocía el proceso, los cómplices de Herman, en posesión del dinero, se irían al extranjero, si no lo habían hecho ya, y que gracias a las medidas de seguridad que tomaran, sería imposible recuperar ya nada; esta aparente razón obligaba a los magistrados al mayor silencio. Así, todo se hacia en la misma ciudad en que vivían Ernestine y su padre, sin que ni la una ni el otro lo supiesen, y sin que pudieran enterarse de nada.

    Así estaban más o menos las cosas cuando el coronel, por primera vez en su vida, fue invitado a comer en casa del ministro de Guerra. Oxtiern no podría acompañarle; tenía, según decía, invitadas a su vez veinte personas esa noche, pero no dejó que Sanders ignorara que ese favor era obra suya y no dejó de exhortarle, al decírselo, a que no rehusara semejante invitación. Lejos estaba el coronel de desear ser impuntual aunque esa pérfida cena distaba mucho de poder contribuir a su felicidad. Se viste pues lo más cuidadosamente posible, recomienda su hija a la Plorman, y acude a casa del ministro.

    No hacía una hora quo estaba allí, cuando Ernestine ve entrar a la señora Scholtz. Los cumplidos fueron breves.

    —Apresuraos, le dice la mujer de negocios, y corramos juntas a casa del conde Oxtiern donde acabo de dejar a Herman; he venido a toda prisa a advertiros que vuestro protector y vuestro amado os esperan ambos con igual impaciencia.
    —¿Herman?
    —El mismo.
    —¿Por qué no os ha seguido hasta aquí?
    —Sus primeras atenciones han sido para el conde; se las debía sin duda; el senador, quo os ama, se inmola por ese joven. ¿No debe pues Herman agradecérselo? ¿No sería ingrato si así no lo hiciera?... Pero ya veis como ambos me envían a vos con premura... Es el día de los sacrificios, señorita, continuó la Scholtz, lanzando una falsa mirada sobre Ernestine, venid a ver consumarse todos ellos.

    La desdichada joven, indecisa entre el deseo ardiente de volar adonde le decían que estaba Herman y el temor de proceder imprudentemente yendo a casa del conde en ausencia de su padre, no sabe qué partido tornar; y como la Scholtz seguía insistiendo, Ernestine creyó conveniente hacerse aconsejar, en tal caso, por su tía Plorman, y pedirle que la acompañara ella, o al menos su primo Sindersen. Pero este no se encontraba en casa y la viuda Plorman, al ser consultada, respondió que el palacio del senador gozaba de suficiente buena reputación como para que una persona joven no corriera riesgo alguno en él; añadió que su sobrina debería saberlo ya que había estado en esa casa varias veces con su padre y que, por otra parte, puesto que Ernestine iría con una dama de la condición y edad de la señora Scholtz, no había ciertamente ningún peligro en ello. Que ella se uniría por supuesto con placer si sus horribles dolores no la retuvieran cautiva en casa, desde hacia diez años, sin poder salir.

    —Pero no corréis riesgo alguno, sobrina, continuó la Plorman. Id tranquilamente adonde os llaman; yo le avisaré al coronel en cuanto regrese para que vaya de inmediato a encontraros.

    Ernestine, encantada con un consejo que se amoldaba tan bien a sus deseos, se precipita dentro del carruaje de la Scholtz, y ambas llegan a la casa del senador que acude a recibirlas a la puerta de su mansión.

    —Venid, encantadora Ernestine, dice tendiéndole la mano. Venid a gozar de vuestro triunfo, del sacrificio de esta dama y del mío, venid a convenceros de que, en las almas sensibles, la generosidad puede más que todos los sentimientos...

    Ernestine no podía contenerse, su corazón palpitaba de impaciencia y, si la esperanza de la dicha embellece a las personas, nunca Ernestine fue más digna de la admiración del universo entero... Sin embargo algunas circunstancias la alarmaron disminuyendo la dulce emoción que la embargaba; aunque era pleno día, no se veía un solo servidor en esa casa...; un lúgubre silencio reinaba en ella; no se pronunciaba una palabra; las puertas se cerraban con cuidado en cuanto las trasponían; la oscuridad se tornaba más profunda a medida que avanzaban. Esas precauciones atemorizaron tanto a Ernestine que llegó casi desvanecida a la habitación destinada a recibirla. Entra al fin; el salón, bastante amplio, se abría sobre la plaza pública; pero las ventanas estaban herméticamente cerradas de ese lado; sólo una de las últimas, apenas entreabierta, dejaba penetrar algunos rayos a través de las celosías corridas ante ella; nadie había en esa habitación cuando entró Ernestine. La desventurada apenas respiraba. Viendo sin embargo que su seguridad dependía de su valor:

    —Señor, dijo con sangre fría, ¿qué significa esta soledad, este espantoso silencio?... Esas puertas que se cierran con cuidado, esas ventanas que casi no dejan penetrar la luz; tantas precauciones no dejan de alarmarme. ¿Dónde esta Herman?
    —Sentaos, Ernestine, dice el senador ubicándola entre la Scholtz y él... calmaos, y escuchadme. Han ocurrido muchas cosas, querida mía, desde que os marchasteis de Nordkoping. Aquel a quien disteis vuestro corazón ha probado, desgraciadamente, que no era digno de poseerlo.
    —¡Oh, cielos! ¡Me asustáis!
    —Vuestro Herman no es más que un criminal, Ernestine. Se trata ahora de saber si vos habéis participado en el importante robo que él ha cometido en la casa de la señora Scholtz. Se sospecha de vos.
    —Conde, dice Ernestine incorporándose con tanta nobleza como seguridad. Descubro vuestro artificio. Me doy cuenta de mi imprudencia... Estoy perdida... Me hallo en manos de mis mayores enemigos... no podré evitar la desgracia que me espera... Y cayendo de rodillas, con los brazos tendidos hacia el cielo: ¡Ser Supremo! exclama, sólo me quedas Tú para protegerme, ¡no abandones a la inocencia entre las peligrosas manos del crimen y la perversión!
    —Ernestine, dice la señora Scholtz levantándola y haciéndola sentar a pesar suyo en el sitio que acababa de dejar. Aquí no se trata de rogar a Dios sino de responder; el senador no os miente; vuestro Herman me ha robado cien mil ducados; estaba a punto de venir a buscaros cuando felizmente todo se descubrió. Herman ha sido detenido, pero los fondos no han sido encontrados; él niega haberlos tomado; por eso se cree que están en vuestras manos. Sin embargo el proceso de Herman va cada vez peor; hay testigos en su contra; varios ciudadanos de Nordkoping lo vieron salir de noche de mi casa con un bolso bajo el abrigo. En otras palabras, el delito está probado y vuestro amante está en manos de la justicia.

    Ernestine. — ¿Herman culpable, Ernestine bajo sospecha? ¿Y vos lo habéis creído, señor?... ¿Habéis podido creerlo?
    El conde. — Ernestine, no tenemos tiempo ni para discutir este asunto ni para pensar en otra cosa más que en remediarlo de inmediato. Sin decíroslo, sin afligiros en vano, he querido enterarme de todo antes de hacer lo que me veis hacer ahora; contra vos no hay más que sospechas, y es por eso que me he hecho responsable de vos para evitaros el horror de un humillante cautiverio. Se lo debía a vuestro padre, a vos misma; por eso lo he hecho; pero en cuanto a Herman... él es culpable... peor aún, querida mía, os digo temblando estas palabras..., está condenado...
    Ernestine (palideciendo). — ¡Condenado, él!... Herman; la inocencia misma... ¡Oh, Santo Cielo!

    —Todo puede repararse, Ernestine, continúa vivamente el senador sosteniéndola entre sus brazos. Todo puede repararse, os lo repito... No os resistáis a mi pasión, concededme ahora mismo los favores que os exijo y correré en busca de los jueces... están allí, Ernestine, dice Oxtiern señalando hacia el lado de la plaza, están reunidos para terminar con este cruel asunto... Corro de inmediato... les llevo los cien mil ducados, declaro que yo cometí el error, y la señora Scholtz, que desiste de acusar a Herman, certifica también que en las últimas cuentas que hicimos juntos se reveló que la suma había sido anotada dos veces; en una palabra, salvo a vuestro amado... más aún, mantengo la palabra que os he empeñado y dentro de ocho días os convierto en su esposa... Decidíos, Ernestine, y sobre todo no perdamos tiempo... pensad en la suma que sacrifico..., en el delito que se os atribuye... en la espantosa situación de Herman... en la dicha que os aguarda, en fin, si satisfacéis mis deseos.

    Ernestine. — ¡Yo, entregarme a semejante horror! ¡Comprar a ese precio el perdón de un crimen del que ni Herman ni yo fuimos culpables!
    El conde. — Ernestine, estáis en mi poder; lo que teméis puede ocurrir sin que capituléis; estoy haciendo pues más por vos de lo que debiera, devolviéndoos a quien amáis a cambio de un favor que yo puedo conseguir sin condiciones... La situación urge... Dentro de una hora será tarde... dentro de una hora Herman estará muerto, sin que por ello vos estéis menos deshonrada... Pensad que vuestra negativa está perdiendo a vuestro amante sin salvar vuestro pudor, y que el sacrificio de ese pudor, cuya estima no es más que imaginaria, devuelve la vida a quien adoráis... qué digo, lo devuelve de inmediato a vuestros brazos... Niña crédula y falsamente virtuosa, no puedes dudar sin cometer una condenable debilidad... no puedes hacerlo sin cometer un evidente crimen; cediendo, sólo pierdes un ilusorio bien... negándote, sacrificas a un hombre, y ese hombre, inmolado por ti, es el que más amas en el mundo... Decídete, Ernestine, decídete; te doy cinco minutos.
    Ernestine. — Mi decisión está tomada, señor; jamás será permitido cometer un crimen para evitar otro. Conozco demasiado a mi amado como para estar segura de que no querría gozar de una vida que me hubiera costado el honor; con más razón aún, no me desposaría después de mi deshonra; sería yo pues culpable sin hacerlo más dichoso; lo sería sin salvarlo, pues ciertamente él no sobreviviría a tanta calumnia y horror. Dejadme salir, pues, señor. No os mostréis más criminal de lo que ya sospecho que sois... Iré a morir junto a mi amado, iré a compartir su espantoso destino; pereceré al menos digna de Herman; prefiero morir virtuosa a vivir en la ignominia...

    El conde fue preso entonces del furor...

    —Salir de mi casa, dijo abrasado de amor y de rabia. Escaparte antes de que yo este satisfecho, no lo esperes, no te vanaglories de ello, criatura indómita... El rayo consumirá la tierra antes de que lo deje libre sin haber calmado mi pasión, dice tomando en sus brazos a la desdichada...

    Ernestine intenta defenderse... pero es en vano... Oxtiern, enloquecido, es de una fuerza que causa horror.

    —Un momento... un momento... dice la Scholtz, tal vez su resistencia provenga de sus dudas.
    —Es posible, dice el senador. Vamos a convencerla.

    Y tomando a Ernestine de la mano, la arrastra hasta una de las ventanas que dan hacia la plaza; abre precipitadamente esa ventana.

    —Mira, pérfida, le dice. Mira a Herman en el cadalso.

    Allí, en efecto, se levantaba ese sangriento teatro, y el miserable Herman, pronto a perder la vida, estaba a los pies de un confesor... Ernestine lo reconoce... intenta gritar..., se arroja hacia delante..., sus miembros desfallecen..., sus sentidos la abandonan, cae como un cuerpo inerte.

    Todo precipita entonces los pérfidos proyectos de Oxtiern... Toma en sus brazos a la desdichada, y sin temor ante el estado en que se encuentra, se atreve a consumar su crimen, osa calmar su pasión excesiva en la respetable criatura a quien el Cielo, en su abandono, somete injustamente al más horrible delirio. Ernestine queda deshonrada antes de recobrar el sentido; en el mismo instante la espada de la ley cae sobre el desventurado rival de Oxtiern. Herman ya no existe.

    A fuerza de cuidados Ernestine abre al fin los ojos; su primera palabra es Herman; su primer deseo un puñal... Se incorpora, se vuelve hacia esa horrible ventana, entreabierta aún, y quiere precipitarse por ella; se lo impiden; pregunta por su amado, le dicen que ya no existe y que ella es la única culpable de su muerte... tiembla... pierde la razón; palabras sin sentido salen de su boca..., entrecortadas por sollozos... Sólo tiene lágrimas que no pueden derramarse... entonces comprende que ha sido victima de Oxtiern... le arroja furibundas miradas.

    —¿Eres tú, malvado, le dice, eres tú entonces quien acaba de privarme al mismo tiempo del honor y de mi amado?
    —Ernestine, todo puede repararse, dice el conde...
    —Lo sé, dice Ernestine, y todo será sin duda reparado. Pero ¿puedo irme al fin? ¿Está satisfecha tu violencia?
    —Senador, exclama la Scholtz, no dejemos escapar a esta joven... ¡nos perderá! ¡Qué nos importa la vida de este ser!... Que la pierda, y que su muerte salve nuestra vida.
    —No, dice el conde. Ernestine sabe que de nada servirían las quejas contra nosotros; ha perdido a su amado, pero todo lo puede por la fortuna de su padre; que calle y podrá haber todavía felicidad para ella.
    —Quejas, senador, quejas yo... La señora podrá pensar qua yo quiera formularlas. ¡Oh, no! Hay una clase de ultraje del que nunca una mujer debe quejarse... no podría hacerlo sin envilecerse; y ciertas confesiones que la obligarían a ruborizarse lastimarían su pudor mucho más de lo que satisfarían su venganza las reparaciones que pudiera recibir. Abridme la puerta, senador. Abridme la puerta y contad con mi discreción.
    —Ernestine, seréis libre... os lo repito, vuestro destino esta en vuestras manos.
    —Lo sé, replica orgullosamente Ernestine. Ellas me lo aseguraran.
    —¡Qué imprudencia! exclama la Scholtz. ¡Oh, conde! Nunca hubiera consentido en ser vuestra cómplice en un crimen de haber sospechado tanta debilidad.
    —Ernestine no nos traicionará, dice el conde. Sabe que la amo todavía... sabe que el matrimonio puede ser el precio de su silencio.
    —¡Ah! Nada temáis, nada temáis, dice Ernestine subiendo al carruaje que la espera. Tengo demasiados deseos de reparar mi honor como para mancillarme con métodos tan bajos... Quedaréis contentos con los que utilizaré, conde, nos harán honor tanto a vos como a mí. Adiós.

    Ernestine vuelve a su casa... vuelve a través de esa plaza donde su amado acaba de morir, cruza entre la multitud que ha solazado sus ojos en tan horrible espectáculo; su valor la sostiene, sus resoluciones le dan fuerza, llega al fin. Su padre volvía al mismo tiempo; el pérfido Oxtiern había cuidado bien de que lo retuvieran todo el tiempo necesario para su crimen... Ve a su hija despeinada..., pálida, con la desesperación en el alma pero sin embargo con los ojos secos, el porte orgulloso y la palabra firme.

    —Entremos, padre mío, tengo que hablaros.
    —Hija, me estremeces... ¿qué ha ocurrido? Saliste durante mi ausencia... Hablan de la ejecución de un joven de Nordkoping... He vuelto presa de inquietud... de una agitación... ¡Explícate!... Tengo la muerte en el alma.
    —Escuchadme, padre mío... contened vuestras lágrimas... (y arrojándose en brazos del coronel): no hemos nacido, padre, para ser dichosos; hay seres que la naturaleza crea para hacerlos flotar de desdicha en desdicha en los pocos instantes que existen en la tierra; no todos los individuos deben aspirar a igual parte de felicidad; hay que aceptar la voluntad del Cielo; al menos os queda vuestra hija, ella os consolará en la vejez, será vuestro apoyo... El desventurado joven de Nordkoping del que habéis oído hablar es Herman; acaba de morir en el cadalso, ante mis ojos... sí, padre mío, ante mis ojos... Quisieron que lo viera... y lo he visto...; murió víctima de los celos de la Scholtz y de la locura de Oxtiern... Pero no es todo, padre mío; quisiera tener que hablaros solamente de la perdida de mi amado, pero he sufrido una más cruel aún... Vuestra hija os ha sido devuelta deshonrada... Oxtiern..., mientras inmolaban a una de sus víctimas..., el malvado deshonraba a la otra.

    Aquí Sanders se incorpora con furor:

    —Basta, dice. Sé cuál es mi deber. El hijo del valiente amigo de Carlos XII no necesita que le enseñen como se castiga a un traidor. Dentro de una hora, hija mía, o yo estaré muerto o tú estarás vengada.
    —No, padre mío, no, dice Ernestine impidiéndole salir; os exijo en nombre de todo lo que os es más querido, que no emprendáis vos mismo esa venganza; si tuviese la desgracia de perderos ¿os imagináis el horror de mi destino? Quedarme sola, sin apoyo... entre las pérfidas manos de esos monstruos, ¿suponéis que no me inmolarían en seguida?... Vivid pues para mí, padre mío, para vuestra querida hija, que en medio de su dolor no tiene a nadie más que a vos para ayudarla y consolarla..., que no tiene en el mundo más que vuestras manos para enjugar sus lágrimas... Escuchad mi plan. Se trata de hacer un pequeño sacrificio que tal vez resulte superfluo si mi primo Sindersen tiene buen corazón. El temor de que mi tía me prefiera en su testamento es la única razón que enfría algo nuestras relaciones; voy a disipar sus dudas firmándole una completa renuncia a ese legado; voy a interesarlo en mi causa; es joven, valiente..., como vos, es militar. Irá a buscar a Oxtiern, lavará mi injuria con la sangre del traidor, y como es necesario que quedemos vengados, si el sucumbe, padre mío, ya no retendré vuestro brazo; iréis entonces en busca del senador, y vengaréis al mismo tiempo el honor de vuestra hija y la muerte de vuestro sobrino. Así el malvado que me engañó, tendrá dos enemigos en vez de uno. Nunca los multiplicaríamos bastante en su contra.
    —Hija mía, Sindersen es muy joven para un enemigo como Oxtiern.
    —No temáis, padre. Los traidores son siempre cobardes; la victoria no será difícil... ¡Ah! ¡Cuánto necesito considerarla así!... Este plan... yo exijo... tengo ciertos derechos sobre vos, padre mío, mi desventura me los otorga; no me neguéis la gracia que os imploro... Os la suplico de rodillas.
    —Puesto que así lo quieres, acepto, dice el coronel ayudando a incorporarse a su hija, y lo que me hace ceder a tus deseos es la certeza de multiplicar así, como tú dices, los enemigos de quien nos deshonra.

    Ernestine besa a su padre y corre a ver a su pariente. Vuelve poco después.

    —Sindersen está dispuesto, padre mío, dice al coronel. Pero a causa de su tía, os ruega encarecidamente no decir una palabra; ella no se consolaría por haberme aconsejado ir a casa del conde; lo hizo de buena fe. Sindersen piensa pues que conviene ocultarle todo a la Plorman; a vos mismo os evitará hasta que todo esté concluido. Imitadle pues.
    —Bien, dice el coronel, que acuda a la venganza... lo seguiré de cerca...

    Todo se apacigua... Ernestine se acuesta tranquila en apariencia, y a la mañana siguiente, temprano, el conde Oxtiern recibe una carta de mano desconocida en la que se leían solamente estas palabras:

    Un crimen atroz no queda sin castigo; una odiosa injusticia no se consuma sin que sea vengada; no se deshonra a una joven honesta sin que ello le cueste la vida al seductor o a quien desea vengarla. Esta noche, a las diez, un oficial vestido de rojo se paseará cerca del Puerto, con la espada bajo el brazo; espera encontraros allí; si no acudís, ese mismo oficial irá mañana a mataros de un balazo a vuestra casa.

    La carta es entregada por un sirviente sin librea que, debiendo esperar una respuesta, vuelve con la misma esquela con sólo estas dos palabras escritas al pie: Allí estaré.

    Pero el pérfido Oxtiern tenía demasiado interés en saber lo que había ocurrido en casa de la Plorman al regreso de Ernestine para no emplear a precio de oro todos los medios necesarios para saberlo; se entera de quien puede ser el oficial vestido de rojo; sabe también que el coronel le ha pedido a su criado de confianza que le prepare un uniforme inglés, porque desea disfrazarse para seguir a quien debe vengar a su hija y no ser reconocido por él, y reemplazarlo de inmediato si por desgracia es vencido; es más de lo que Oxtiern necesita para entretejer una nueva maraña de horrores.

    Cae la noche, extremadamente oscura. Ernestine advierte a su padre que Sindersen saldrá dentro de una hora y que, sintiéndose ella muy abrumada, pide su permiso para retirarse; el coronel, satisfecho de quedarse solo, da las buenas noches a su hija y se prepara a seguir a quien debe batirse por ella; sale... Ignora cómo va vestido Sindersen. Ernestine no le ha mostrado la carta; para no romper el misterio exigido por el joven y no dar motivos de sospechas a su hija, no ha querido hacer preguntas. ¡Que importa! Sigue avanzando; conoce el sitio del duelo; está seguro de reconocer a su sobrino. Llega al lugar indicado pero nadie aparece todavía; comienza a pasearse. Entonces lo aborda un desconocido, sin armas, con el sombrero bajo.

    —Señor, le dice el hombre. ¿Sois vos el coronel Sanders?
    —Lo soy.
    —Preparaos, pues. Sindersen os ha traicionado: No se batirá contra el conde; pero éste último me sigue y se las habrá con vos solo.
    —¡Dios sea loado!, dice el coronel con un grito de alegría. ¡Es lo que más deseaba en el mundo!
    —No diréis una sola palabra, señor, por favor, prosigue el desconocido. Este sitio no es seguro; el senador tiene muchos amigos. Podrían acudir a separaros... No quiere que así sea; desea daros plena satisfacción... Atacad pues valientemente y sin decir palabra al oficial vestido de rojo que avanzará hacia vos desde aquel lado.
    —Bien, dice el coronel. Alejaos rápidamente. Ardo en deseos de comenzar la lucha...

    El desconocido se retira. Sanders da dos vueltas más y al fin distingue entre las tinieblas al oficial vestido de rojo que avanza altivamente. No duda de que se trata de Oxtiern y se arroja sobre él con la espada en alto, sin decir una palabra, por miedo de ser separados. El militar se defiende de igual modo sin pronunciar una palabra y con increíble empuje: su valor cede al fin ante el vigoroso ataque del coronel y el desdichado cae sobre el polvo; un grito de mujer se oye en ese instante; ese funesto grito atraviesa el alma de Sanders... se aproxima... distingue unos rasgos bien diferentes de los del hombre con el que creía combatir... ¡Santo Cielo!... reconoce a su hija... es ella, la valiente Ernestine que ha querido morir o vengarse por sí misma y que, ahogada ya en su propia sangre, expira a manos de su padre.

    —¡Oh, día aciago para mi!, exclama el coronel... ¡Ernestine, es a ti a quien inmolo! ¡Qué horrible confusión!... ¿Quién es el responsable?
    —Padre mío, dice Ernestina con voz débil, abrazando al coronel, no os reconocí, perdonad, padre mío, que osara armarme contra vos... ¿Os dignaréis perdonarme?
    —¡Dios Todopoderoso! ¡Si es mi mano la que te envía a la tumba! ¡Oh, querida alma, con cuántos envenenados dardos quiere el Cielo destruirnos a los dos!
    —Una vez más todo esto es obra del pérfido Oxtiern... Un desconocido se me acercó, me dijo de parte de ese monstruo que guardara el mayor silencio para no ser separados, y que atacara a quien estuviera vestido como vos; que ese sería el conde... Le creí, ¡oh, colmo de perfidia!... Me muero... pero al menos muero en vuestros brazos. Esta muerte es la más dulce que pueda herirme después de todas las desgracias que acaban de abrumarme; besadme, padre mío, y recibid el adiós de vuestra desventurada Ernestine.

    La desdichada expira después de esas palabras; Sanders derrama sus lágrimas sobre ella... pero la venganza apacigua el dolor. Deja el ensangrentado cadáver a implora ante la ley... morir... o perder a Oxtiern... Acude ante los jueces... no debe... no puede comprometerse nuevamente con un loco, que lo haría asesinar seguramente, antes que medirse con él; aún cubierto con la sangre de su hija, el coronel cae a los pies de los magistrados, les expone el horrible encadenamiento de desgracias, les devela las infamias del conde..., los conmueve, los interesa; no deja sobre todo de hacerles ver como el traidor a quien acusa se ha abusado de ellos, con sus estratagemas, en el juicio de Herman... Le prometen que será vengado.

    A pesar de toda la influencia de que se jactaba el senador, esa misma noche es arrestado. Creyéndose a salvo de los efectos de sus crímenes, o tal vez mal instruido por sus espías, descansaba tranquilamente; lo encuentran en brazos de la Scholtz, felicitándose ambos monstruos por el espantoso modo como creían haberse vengado. Se los conduce a las celdas de la justicia. Se instruye el proceso con la mayor severidad... regido por la integridad más absoluta. Los dos culpables se contradicen en el interrogatorio... se condenan mutuamente... La memoria de Herman se rehabilita, la Scholtz pagará el horror de sus maldades en el mismo cadalso en que ella hiciera morir al inocente.

    El senador es condenado a la misma pena; pero el rey alivia su horror desterrándolo al fondo de las minas.

    De los bienes de los culpables, Gustavo ofrece diez mil ducados de pensión al coronel y el grado de general a su servicio; pero Sanders nada acepta.

    —Sire, dice al monarca, sois demasiado benévolo; si es en razón de mis servicios que os dignáis concederme esos favores, ellos son excesivos, no los merezco en absoluto...; si es para compensar las perdidas que he sufrido, no bastan. Sire, las heridas del alma no se curan con el oro ni con los honores... Ruego a Vuestra Majestad que conceda algún tiempo a mi desolación; dentro de poco le solicitaré la única gracia que pueda convenirme.
    —Estos son, señor, se interrumpió Falkeneim, los detalles que me habéis pedido; me disgusta estar obligado a ver una vez más a Oxtiern; ahora os causará horror.
    —Nadie más indulgente que yo, señor, le respondí, para con las faltas a las que nos arrastra nuestro temperamento. Contemplo a los malhechores, en medio de la gente honrada, como a esas irregularidades que la naturaleza mezcla con las bellezas que adornan el Universo. Pero vuestro Oxtiern, y sobre todo la Scholtz, abusan del derecho que sobre el filósofo tienen las debilidades del ser humano. Es imposible llevar más lejos el crimen; tanto en la conducta del uno como de la otra hay cosas que hacen temblar. Abusar así de esa desventurada mientras inmolan a su amante... hacerla asesinar luego por su propio padre, son refinamientos de crueldad que hacen que uno se arrepienta de ser hombre, cuando se tiene la desgracia de compartir el título con semejantes malvados.

    Apenas había yo dicho esas palabras cuando apareció Oxtiern trayendo su carta; era demasiado astuto como para no darse cuenta, por mi rostro, de que acababa de enterarme de sus aventuras... Me mira entonces.

    —Señor, me dice en francés. Compadecedme; inmensas riquezas... un ilustre apellido... fama; tales son las sirenas cuyo canto me perdió. Sin embargo, en la desgracia, he aprendido a conocer el remordimiento, y podría ahora vivir entre los hombres sin causarles daño ni espantarlos.

    El desgraciado conde acompañó esas palabras con algunas lágrimas, que no pude compartir; mi guía tomó su carta, le prometió sus servicios, y ya nos preparábamos a marcharnos, cuando vimos congestionarse la calle con un gentío que se acercaba al lugar donde estábamos...

    Nos detuvimos; Oxtiern seguía aún con nosotros; poco a poco distinguimos dos hombres que hablan acaloradamente y que, al vernos, se encaminan rápidamente hacia donde estamos; Oxtiern reconoce a esas dos personas.

    —¡Oh, Cielos!, exclama, ¿qué es esto?... ¡El coronel Sanders acompañado por el ministro de la mina!... Sí, es nuestro pastor quien se acerca, trayendo al coronel... Este me mira, señores... ¡Qué! ¡Este enemigo irreconciliable viene a buscarme hasta las entrañas de la tierra!... ¡Mis crueles sufrimientos no bastan pues para vengarle!... No había terminado Oxtiern, cuando el coronel lo aborda.
    —Estáis libre, señor, le dice al llegar junto a él. Es al hombre a quien más habéis ofendido en todo el mundo a quien debéis vuestra gracia... Aquí la tenéis, senador. Yo os la traigo. El rey me ha ofrecido grados, honores; todo lo he rechazado. Sólo he querido vuestra libertad... La he obtenido, podéis seguirme.
    —¡Oh, generoso mortal!, exclama Oxtiern, ¿puede ser verdad?... Yo libre... ¿Y libre gracias a vos?... ¿a vos que arrancándome la vida no me castigaríais todavía como yo lo merezco?
    —He creído que lo comprenderíais, dice el coronel. Por eso he pensado que ya no hay riesgo en devolveros un bien del que es imposible que hayáis abusado más... Además, ¿acaso vuestros sufrimientos reparan los míos? ¿Puedo ser feliz con vuestro dolor? ¿Vuestro encarcelamiento rescata la sangre que vuestra barbarie derramara? Sería tan cruel como vos... tan injusto, si así lo pensara; el encierro de un hombre, ¿compensa a la sociedad los males que aquél le causara?... Hay que dejarle en libertad, si se quiere que los repare, y en tal caso no habrá nadie que no lo haga, nadie que no prefiera el bien a verse obligado a vivir encadenado; lo que a este respecto pueda inventar el despotismo o el rigor de las leyes en algunas naciones, en otras lo desaprueba el corazón del hombre recto... Partid, conde, partid, os repito que estáis libre...

    Oxtiern intenta arrojarse a los brazos de su bienhechor.

    —Señor, le dice fríamente Sanders resistiéndose a ese gesto, es inútil vuestro agradecimiento; no quiero que me quedéis tan obligado por algo que sólo he hecho por mi mismo... Dejemos pronto estos lugares; tengo más prisa que vos en veros fuera de ellos para explicároslo todo.

    Viéndonos con Oxtiern, y habiéndose enterado de quienes éramos nosotros, Sanders nos rogó subir con el conde y el; aceptamos. Oxtiern fue con el coronel a llenar ciertas formalidades necesarias para su liberación; nos devolvieron las armas a todos, y subimos.

    —Señores, nos dice Sanders en cuanto estuvimos fuera, tened la bondad de servir de testigos de lo que me resta decir al conde Oxtiern. Habéis visto que en la mina no le he dicho todo; había demasiados espectadores...

    Y como seguíamos avanzando, pronto nos encontramos en las proximidades de un seto que nos ocultaba a todas las miradas. Entonces el coronel, tomando al conde por el cuello:

    —Senador, le dice... ahora tendréis que darme satisfacción. Espero que seáis bastante valiente como para no negármela y que tengáis suficiente imaginación como para estar convencido de que el mayor motivo para actuar como lo he hecho, es la esperanza de batirme con vos.

    Falkeneim trato de hacer de mediador y separar a ambos adversarios.

    —Señor, le dice secamente el coronel, conocéis los ultrajes que me ha inferido este hombre; el alma de mi hija reclama sangre; uno de los dos quedará en este lugar; Gustavo está enterado, conoce mi proyecto; al concederme la libertad de este desgraciado no lo desaprobó; dejadnos hacer, pues, señor.

    Y el coronel, quitándose el abrigo, desenvaina la espada... Oxtiern hace otro tanto, pero apenas está en guardia, cuando tomando su espada por la punta y con la mano izquierda la punta de la del coronel, le presenta la empuñadura de su arma y poniendo una rodilla en tierra:

    —Señores, dice mirándonos, os tomo por testigos de mi acción; quiero que ambos sepáis que no merezco el honor de batirme contra este caballero y que lo dejo en libertad de disponer de mi vida, suplicándole que me la quite... Tomad mi espada, coronen, tomadla, os la devuelvo. He aquí mi corazón, hundid en él la vuestra, yo mismo guiaré sus golpes; no dudéis más, os lo exijo. Liberad a la tierra de un monstruo que durante demasiado tiempo la mancilló.

    Sanders, sorprendido por el gesto de Oxtiern, le grita que se defienda.

    —No lo haré, y si no os servís de la espada que sostengo, responde firmemente Oxtiern dirigiendo hacia su pecho desnudo la punta del arma de Sanders, si no os servís de ella para quitarme la vida, os declaro coronel que me atravesaré yo mismo ante vuestros ojos.
    —Conde, es preciso que la sangre corra... es preciso, es preciso, os lo repito.
    —Lo sé, dice Oxtiern, y es por eso que os presento mi pecho; daos prisa y atravesadlo... sólo de allí debe manar la sangre.
    —No es así como debo comportarme, continúa Sanders tratando de liberar su arma. Por la ley del honor es como quiero castigar vuestra maldad.
    —No soy digno de aceptarla, respetable caballero, replica Oxtiern, y puesto que no queréis vengaros como debéis, voy a evitaros esa pena...

    Así dice, y se abalanza sobre la espada del coronel que no ha dejado de sostener con su mano. La sangre comienza a manar de sus entrañas; mas el coronel retira el arma de inmediato.

    —Basta, conde, exclama... Vuestra sangre mana, estoy vengado... Que el Cielo termine de enmendaros, yo no quiero serviros de verdugo.
    —Abracémonos, pues, señor, dice Oxtiern que perdía mucha sangre.
    —No, dice Sanders, puedo perdonar vuestros crímenes, pero no puedo ser amigo vuestro.

    Nos apresuramos a vendar la herida del conde; el generoso Sanders nos ayudó.

    —Id, dice entonces al senador, id a gozar de la libertad que os devuelvo; tratad, si os es posible, de reparar con alguna buena acción, todos los crímenes a los que os entregasteis; o si no, responderé ante toda Suecia por la locura que yo mismo habría cometido al devolverle un monstruo del que se había librado. Señores, continúo Sanders mirándonos a Falkeneim y a mí, he pensado en todo; el coche que aguarda en la posada a la que nos dirigíamos estaba destinado, solamente a Oxtiern, pero podrá llevaros a ambos. Mis caballos me aguardan hacia el otro lado. Os saludo. Exijo vuestra palabra de honor de que daréis cuenta al rey de lo que acabáis de ver.

    Oxtiern intenta una vez más arrojarse a los brazos de su libertador, le suplica concederle su amistad, ir a vivir a su casa y compartir su fortuna.

    —Señor, dice el coronel rechazándole, ya os lo he dicho, no puedo aceptar de vos ni beneficios ni amistad, pero os exijo la virtud; no hagáis que me arrepienta de lo hecho... Queréis, según decís, consolar mi pena; la mejor manera de lograrlo es cambiando de conducta; cada bello gesto vuestro que conozca en mi retiro, irá borrando tal vez de mi alma la huella de los profundos dolores que en ella grabaron vuestros crímenes. Si continuáis siendo un malvado, no cometeréis una sola mala acción que no vuelva a colocar ante mis ojos la imagen de la que hicisteis morir por mi mano, y me sumiréis en la desesperación. Adiós, separémonos, Oxtiern, y sobre todo no volvamos a vernos jamás...

    Con esas palabras se aleja el coronel... Oxtiern, bañado en llanto trata de seguirle, arrastrándose hacia él..., se lo impedimos, lo llevamos casi desvanecido al coche, que pronto nos lleva a Estocolmo.

    El desdichado estuvo un mes entre la vida y la muerte. Al cabo de ese lapso, nos rogó que le acompañásemos ante el rey, quien nos hizo relatarle todo lo ocurrido.

    —Oxtiern, dice Gustavo al senador, veis como el hombre se humilla y se rebaja con el crimen. Vuestro rango... vuestra fortuna... vuestra familia, todo os colocaba por encima de Sanders, pero sus virtudes lo elevan a una altura que no alcanzaréis jamás. Gozad de los favores que él os ha devuelto, Oxtiern, yo lo he consentido... en la certeza de que os castigaréis vos mismo antes de que me entere de otro crinen vuestro, o de que no volveréis a ser tan vil como para cometerlo.

    El conde se arroja a los pies de su soberano, jurándole que llevará una conducta irreprochable.

    Mantuvo su palabra. Miles de acciones, más bellas y generosas las unas que las otras, repararon sus faltas a los ojos de toda Suecia; y su ejemplo probó a esta prudente nación que no siempre el camino de la tiranía y de las espantosas venganzas es el que puede rescatar y contener al hombre.

    Sanders volvió a Nordkoping donde terminó su vida en la soledad, llorando siempre a la desventurada hija a quien tanto amara, y consolándose únicamente de su perdida con los elogios que escuchaba a diario de aquel cuyas cadenas él rompiera.

    —¡Oh, virtud!, exclamaba a veces, ¡tal vez todas estas cosas fueran necesarias para devolver a Oxtiern a tu santuario! Si es así, me consuelo; los crímenes de este hombre sólo me habrán dolido a mí; sus buenas acciones serán para los otros.


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