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    Flip


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    Flip In Y


    Heart Beat


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    Jello


    Light Speed In


    Pulse


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    ÍNDICE
  • MÚSICA SELECCIONADA
  • Instrumental
  • 1. 12 Mornings - Audionautix - 2:33
  • 2. Allegro (Autumn. Concerto F Major Rv 293) - Antonio Vivaldi - 3:35
  • 3. Allegro (Winter. Concerto F Minor Rv 297) - Antonio Vivaldi - 3:52
  • 4. Americana Suite - Mantovani - 7:58
  • 5. An Der Schonen Blauen Donau, Walzer, Op. 314 (The Blue Danube) (Csr Symphony Orchestra) - Johann Strauss - 9:26
  • 6. Annen. Polka, Op. 117 (Polish State Po) - Johann Strauss Jr - 4:30
  • 7. Autumn Day - Kevin Macleod - 3:05
  • 8. Bolereando - Quincas Moreira - 3:21
  • 9. Ersatz Bossa - John Deley And The 41 Players - 2:53
  • 10. España - Mantovani - 3:22
  • 11. Fireflies And Stardust - Kevin Macleod - 4:15
  • 12. Floaters - Jimmy Fontanez & Media Right Productions - 1:50
  • 13. Fresh Fallen Snow - Chris Haugen - 3:33
  • 14. Gentle Sex (Dulce Sexo) - Esoteric - 9:46
  • 15. Green Leaves - Audionautix - 3:40
  • 16. Hills Behind - Silent Partner - 2:01
  • 17. Island Dream - Chris Haugen - 2:30
  • 18. Love Or Lust - Quincas Moreira - 3:39
  • 19. Nostalgia - Del - 3:26
  • 20. One Fine Day - Audionautix - 1:43
  • 21. Osaka Rain - Albis - 1:48
  • 22. Read All Over - Nathan Moore - 2:54
  • 23. Si Señorita - Chris Haugen.mp3 - 2:18
  • 24. Snowy Peaks II - Chris Haugen - 1:52
  • 25. Sunset Dream - Cheel - 2:41
  • 26. Swedish Rhapsody - Mantovani - 2:10
  • 27. Travel The World - Del - 3:56
  • 28. Tucson Tease - John Deley And The 41 Players - 2:30
  • 29. Walk In The Park - Audionautix - 2:44
  • Naturaleza
  • 30. Afternoon Stream - 30:12
  • 31. Big Surf (Ocean Waves) - 8:03
  • 32. Bobwhite, Doves & Cardinals (Morning Songbirds) - 8:58
  • 33. Brookside Birds (Morning Songbirds) - 6:54
  • 34. Cicadas (American Wilds) - 5:27
  • 35. Crickets & Wolves (American Wilds) - 8:56
  • 36. Deep Woods (American Wilds) - 4:08
  • 37. Duet (Frog Chorus) - 2:24
  • 38. Echoes Of Nature (Beluga Whales) - 1h00:23
  • 39. Evening Thunder - 30:01
  • 40. Exotische Reise - 30:30
  • 41. Frog Chorus (American Wilds) - 7:36
  • 42. Frog Chorus (Frog Chorus) - 44:28
  • 43. Jamboree (Thundestorm) - 16:44
  • 44. Low Tide (Ocean Waves) - 10:11
  • 45. Magicmoods - Ocean Surf - 26:09
  • 46. Marsh (Morning Songbirds) - 3:03
  • 47. Midnight Serenade (American Wilds) - 2:57
  • 48. Morning Rain - 30:11
  • 49. Noche En El Bosque (Brainwave Lab) - 2h20:31
  • 50. Pacific Surf & Songbirds (Morning Songbirds) - 4:55
  • 51. Pebble Beach (Ocean Waves) - 12:49
  • 52. Pleasant Beach (Ocean Waves) - 19:32
  • 53. Predawn (Morning Songbirds) - 16:35
  • 54. Rain With Pygmy Owl (Morning Songbirds) - 3:21
  • 55. Showers (Thundestorm) - 3:00
  • 56. Songbirds (American Wilds) - 3:36
  • 57. Sparkling Water (Morning Songbirds) - 3:02
  • 58. Thunder & Rain (Thundestorm) - 25:52
  • 59. Verano En El Campo (Brainwave Lab) - 2h43:44
  • 60. Vertraumter Bach - 30:29
  • 61. Water Frogs (Frog Chorus) - 3:36
  • 62. Wilderness Rainshower (American Wilds) - 14:54
  • 63. Wind Song - 30:03
  • Relajación
  • 64. Concerning Hobbits - 2:55
  • 65. Constant Billy My Love To My - Kobialka - 5:45
  • 66. Dance Of The Blackfoot - Big Sky - 4:32
  • 67. Emerald Pools - Kobialka - 3:56
  • 68. Gypsy Bride - Big Sky - 4:39
  • 69. Interlude No.2 - Natural Dr - 2:27
  • 70. Interlude No.3 - Natural Dr - 3:33
  • 71. Kapha Evening - Bec Var - Bruce Brian - 18:50
  • 72. Kapha Morning - Bec Var - Bruce Brian - 18:38
  • 73. Misterio - Alan Paluch - 19:06
  • 74. Natural Dreams - Cades Cove - 7:10
  • 75. Oh, Why Left I My Hame - Kobialka - 4:09
  • 76. Sunday In Bozeman - Big Sky - 5:40
  • 77. The Road To Durbam Longford - Kobialka - 3:15
  • 78. Timberline Two Step - Natural Dr - 5:19
  • 79. Waltz Of The Winter Solace - 5:33
  • 80. You Smile On Me - Hufeisen - 2:50
  • 81. You Throw Your Head Back In Laughter When I Think Of Getting Angry - Hufeisen - 3:43
  • Halloween-Suspenso
  • 82. A Night In A Haunted Cemetery - Immersive Halloween Ambience - Rainrider Ambience - 13:13
  • 83. A Sinister Power Rising Epic Dark Gothic Soundtrack - 1:13
  • 84. Acecho - 4:34
  • 85. Alone With The Darkness - 5:06
  • 86. Atmosfera De Suspenso - 3:08
  • 87. Awoke - 0:54
  • 88. Best Halloween Playlist 2023 - Cozy Cottage - 1h17:43
  • 89. Black Sunrise Dark Ambient Soundscape - 4:00
  • 90. Cinematic Horror Climax - 0:59
  • 91. Creepy Halloween Night - 1:54
  • 92. Creepy Music Box Halloween Scary Spooky Dark Ambient - 1:05
  • 93. Dark Ambient Horror Cinematic Halloween Atmosphere Scary - 1:58
  • 94. Dark Mountain Haze - 1:44
  • 95. Dark Mysterious Halloween Night Scary Creepy Spooky Horror Music - 1:35
  • 96. Darkest Hour - 4:00
  • 97. Dead Home - 0:36
  • 98. Deep Relaxing Horror Music - Aleksandar Zavisin - 1h01:28
  • 99. Everything You Know Is Wrong - 0:46
  • 100. Geisterstimmen - 1:39
  • 101. Halloween Background Music - 1:01
  • 102. Halloween Spooky Horror Scary Creepy Funny Monsters And Zombies - 1:21
  • 103. Halloween Spooky Trap - 1:05
  • 104. Halloween Time - 0:57
  • 105. Horrible - 1:36
  • 106. Horror Background Atmosphere - Pixabay-Universfield - 1:05
  • 107. Horror Background Music Ig Version 60s - 1:04
  • 108. Horror Music Scary Creepy Dark Ambient Cinematic Lullaby - 1:52
  • 109. Horror Sound Mk Sound Fx - 13:39
  • 110. Inside Serial Killer 39s Cove Dark Thriller Horror Soundtrack Loopable - 0:29
  • 111. Intense Horror Music - Pixabay - 1:37
  • 112. Long Thriller Theme - 8:00
  • 113. Melancholia Music Box Sad-Creepy Song - 3:42
  • 114. Mix Halloween-1 - 33:58
  • 115. Mix Halloween-2 - 33:34
  • 116. Mix Halloween-3 - 58:53
  • 117. Mix-Halloween - Spooky-2022 - 1h19:23
  • 118. Movie Theme - A Nightmare On Elm Street - 1984 - 4:06
  • 119. Movie Theme - Children Of The Corn - 3:03
  • 120. Movie Theme - Dead Silence - 2:56
  • 121. Movie Theme - Friday The 13th - 11:11
  • 122. Movie Theme - Halloween - John Carpenter - 2:25
  • 123. Movie Theme - Halloween II - John Carpenter - 4:30
  • 124. Movie Theme - Halloween III - 6:16
  • 125. Movie Theme - Insidious - 3:31
  • 126. Movie Theme - Prometheus - 1:34
  • 127. Movie Theme - Psycho - 1960 - 1:06
  • 128. Movie Theme - Sinister - 6:56
  • 129. Movie Theme - The Omen - 2:35
  • 130. Movie Theme - The Omen II - 5:05
  • 131. Música - 8 Bit Halloween Story - 2:03
  • 132. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - 3:08
  • 133. Música - Esto Es Halloween - El Extraño Mundo De Jack - Amanda Flores Todas Las Voces - 3:09
  • 134. Música - For Halloween Witches Brew - 1:07
  • 135. Música - Halloween Surfing With Spooks - 1:16
  • 136. Música - Spooky Halloween Sounds - 1:23
  • 137. Música - This Is Halloween - 2:14
  • 138. Música - This Is Halloween - Animatic Creepypasta Remake - 3:16
  • 139. Música - This Is Halloween Cover By Oliver Palotai Simone Simons - 3:10
  • 140. Música - This Is Halloween - From Tim Burton's The Nightmare Before Christmas - 3:13
  • 141. Música - This Is Halloween - Marilyn Manson - 3:20
  • 142. Música - Trick Or Treat - 1:08
  • 143. Música De Suspenso - Bosque Siniestro - Tony Adixx - 3:21
  • 144. Música De Suspenso - El Cementerio - Tony Adixx - 3:33
  • 145. Música De Suspenso - El Pantano - Tony Adixx - 4:21
  • 146. Música De Suspenso - Fantasmas De Halloween - Tony Adixx - 4:01
  • 147. Música De Suspenso - Muñeca Macabra - Tony Adixx - 3:03
  • 148. Música De Suspenso - Payasos Asesinos - Tony Adixx - 3:38
  • 149. Música De Suspenso - Trampa Oscura - Tony Adixx - 2:42
  • 150. Música Instrumental De Suspenso - 1h31:32
  • 151. Mysterios Horror Intro - 0:39
  • 152. Mysterious Celesta - 1:04
  • 153. Nightmare - 2:32
  • 154. Old Cosmic Entity - 2:15
  • 155. One-Two Freddys Coming For You - 0:29
  • 156. Out Of The Dark Creepy And Scary Voices - 0:59
  • 157. Pandoras Music Box - 3:07
  • 158. Peques - 5 Calaveras Saltando En La Cama - Educa Baby TV - 2:18
  • 159. Peques - A Mi Zombie Le Duele La Cabeza - Educa Baby TV - 2:49
  • 160. Peques - Halloween Scary Horror And Creepy Spooky Funny Children Music - 2:53
  • 161. Peques - Join Us - Horror Music With Children Singing - 1:58
  • 162. Peques - La Familia Dedo De Monstruo - Educa Baby TV - 3:31
  • 163. Peques - Las Calaveras Salen De Su Tumba Chumbala Cachumbala - 3:19
  • 164. Peques - Monstruos Por La Ciudad - Educa Baby TV - 3:17
  • 165. Peques - Tumbas Por Aquí, Tumbas Por Allá - Luli Pampin - 3:17
  • 166. Scary Forest - 2:37
  • 167. Scary Spooky Creepy Horror Ambient Dark Piano Cinematic - 2:06
  • 168. Slut - 0:48
  • 169. Sonidos - A Growing Hit For Spooky Moments - Pixabay-Universfield - 0:05
  • 170. Sonidos - A Short Horror With A Build Up - Pixabay-Universfield - 0:13
  • 171. Sonidos - Castillo Embrujado - Creando Emociones - 1:05
  • 172. Sonidos - Cinematic Impact Climax Intro - Pixabay - 0:26
  • 173. Sonidos - Creepy Ambience - 1:52
  • 174. Sonidos - Creepy Atmosphere - 2:01
  • 175. Sonidos - Creepy Cave - 0:06
  • 176. Sonidos - Creepy Church Hell - 1:03
  • 177. Sonidos - Creepy Horror Sound Ghostly - 0:16
  • 178. Sonidos - Creepy Horror Sound Possessed Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:04
  • 179. Sonidos - Creepy Ring Around The Rosie - 0:20
  • 180. Sonidos - Creepy Soundscape - Pixabay - 0:50
  • 181. Sonidos - Creepy Vocal Ambience - 1:12
  • 182. Sonidos - Creepy Whispering - Pixabay - 0:03
  • 183. Sonidos - Cueva De Los Espiritus - The Girl Of The Super Sounds - 3:47
  • 184. Sonidos - Disturbing Horror Sound Creepy Laughter - Pixabay-Alesiadavina - 0:05
  • 185. Sonidos - Eerie Horror Sound Evil Woman - 0:06
  • 186. Sonidos - Eerie Horror Sound Ghostly 2 - 0:22
  • 187. Sonidos - Efecto De Tormenta Y Música Siniestra - 2:00
  • 188. Sonidos - Erie Ghost Sound Scary Sound Paranormal - 0:15
  • 189. Sonidos - Ghost Sigh - Pixabay - 0:05
  • 190. Sonidos - Ghost Sound Ghostly - 0:12
  • 191. Sonidos - Ghost Voice Halloween Moany Ghost - 0:14
  • 192. Sonidos - Ghost Whispers - Pixabay - 0:23
  • 193. Sonidos - Ghosts-Whispering-Screaming - Lara's Horror Sounds - 2h03:28
  • 194. Sonidos - Halloween Horror Voice Hello - 0:05
  • 195. Sonidos - Halloween Impact - 0:06
  • 196. Sonidos - Halloween Intro 1 - 0:11
  • 197. Sonidos - Halloween Intro 2 - 0:11
  • 198. Sonidos - Halloween Sound Ghostly 2 - 0:20
  • 199. Sonidos - Hechizo De Bruja - 0:11
  • 200. Sonidos - Horror - Pixabay - 1:36
  • 201. Sonidos - Horror Demonic Sound - Pixabay-Alesiadavina - 0:15
  • 202. Sonidos - Horror Sfx - Pixabay - 0:04
  • 203. Sonidos - Horror Sound Effect - 0:21
  • 204. Sonidos - Horror Voice Flashback - Pixabay - 0:10
  • 205. Sonidos - Magia - 0:05
  • 206. Sonidos - Maniac In The Dark - Pixabay-Universfield - 0:15
  • 207. Sonidos - Miedo-Suspenso - Live Better Media - 8:05
  • 208. Sonidos - Para Recorrido De Casa Del Terror - Dangerous Tape Avi - 1:16
  • 209. Sonidos - Posesiones - Horror Movie Dj's - 1:35
  • 210. Sonidos - Risa De Bruja 1 - 0:04
  • 211. Sonidos - Risa De Bruja 2 - 0:09
  • 212. Sonidos - Risa De Bruja 3 - 0:08
  • 213. Sonidos - Risa De Bruja 4 - 0:06
  • 214. Sonidos - Risa De Bruja 5 - 0:03
  • 215. Sonidos - Risa De Bruja 6 - 0:03
  • 216. Sonidos - Risa De Bruja 7 - 0:09
  • 217. Sonidos - Risa De Bruja 8 - 0:11
  • 218. Sonidos - Scary Ambience - 2:08
  • 219. Sonidos - Scary Creaking Knocking Wood - Pixabay - 0:26
  • 220. Sonidos - Scary Horror Sound - 0:13
  • 221. Sonidos - Scream With Echo - Pixabay - 0:05
  • 222. Sonidos - Suspense Creepy Ominous Ambience - 3:23
  • 223. Sonidos - Terror - Ronwizlee - 6:33
  • 224. Suspense Dark Ambient - 2:34
  • 225. Tense Cinematic - 3:14
  • 226. Terror Ambience - Pixabay - 2:01
  • 227. The Spell Dark Magic Background Music Ob Lix - 3:23
  • 228. Trailer Agresivo - 0:49
  • 229. Welcome To The Dark On Halloween - 2:25
  • 230. Zombie Party Time - 4:36
  • 231. 20 Villancicos Tradicionales - Los Niños Cantores De Navidad Vol.1 (1999) - 53:21
  • 232. 30 Mejores Villancicos De Navidad - Mundo Canticuentos - 1h11:57
  • 233. Blanca Navidad - Coros de Amor - 3:00
  • 234. Christmas Ambience - Rainrider Ambience - 3h00:00
  • 235. Christmas Time - Alma Cogan - 2:48
  • 236. Christmas Village - Aaron Kenny - 1:32
  • 237. Clásicos De Navidad - Orquesta Sinfónica De Londres - 51:44
  • 238. Deck The Hall With Boughs Of Holly - Anre Rieu - 1:33
  • 239. Deck The Halls - Jingle Punks - 2:12
  • 240. Deck The Halls - Nat King Cole - 1:08
  • 241. Frosty The Snowman - Nat King Cole-1950 - 2:18
  • 242. Frosty The Snowman - The Ventures - 2:01
  • 243. I Wish You A Merry Christmas - Bing Crosby - 1:53
  • 244. It's A Small World - Disney Children's - 2:04
  • 245. It's The Most Wonderful Time Of The Year - Andy Williams - 2:32
  • 246. Jingle Bells - 1957 - Bobby Helms - 2:11
  • 247. Jingle Bells - Am Classical - 1:36
  • 248. Jingle Bells - Frank Sinatra - 2:05
  • 249. Jingle Bells - Jim Reeves - 1:47
  • 250. Jingle Bells - Les Paul - 1:36
  • 251. Jingle Bells - Original Lyrics - 2:30
  • 252. La Pandilla Navideña - A Belen Pastores - 2:24
  • 253. La Pandilla Navideña - Ángeles Y Querubines - 2:33
  • 254. La Pandilla Navideña - Anton - 2:54
  • 255. La Pandilla Navideña - Campanitas Navideñas - 2:50
  • 256. La Pandilla Navideña - Cantad Cantad - 2:39
  • 257. La Pandilla Navideña - Donde Será Pastores - 2:35
  • 258. La Pandilla Navideña - El Amor De Los Amores - 2:56
  • 259. La Pandilla Navideña - Ha Nacido Dios - 2:29
  • 260. La Pandilla Navideña - La Nanita Nana - 2:30
  • 261. La Pandilla Navideña - La Pandilla - 2:29
  • 262. La Pandilla Navideña - Pastores Venid - 2:20
  • 263. La Pandilla Navideña - Pedacito De Luna - 2:13
  • 264. La Pandilla Navideña - Salve Reina Y Madre - 2:05
  • 265. La Pandilla Navideña - Tutaina - 2:09
  • 266. La Pandilla Navideña - Vamos, Vamos Pastorcitos - 2:29
  • 267. La Pandilla Navideña - Venid, Venid, Venid - 2:15
  • 268. La Pandilla Navideña - Zagalillo - 2:16
  • 269. Let It Snow! Let It Snow! - Dean Martin - 1:55
  • 270. Let It Snow! Let It Snow! - Frank Sinatra - 2:35
  • 271. Los Peces En El Río - Los Niños Cantores de Navidad - 2:15
  • 272. Music Box We Wish You A Merry Christmas - 0:27
  • 273. Navidad - Himnos Adventistas - 35:35
  • 274. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 1 - 58:29
  • 275. Navidad - Instrumental Relajante - Villancicos - 2 - 2h00:43
  • 276. Navidad - Jazz Instrumental - Canciones Y Villancicos - 1h08:52
  • 277. Navidad - Piano Relajante Para Descansar - 1h00:00
  • 278. Noche De Paz - 3:40
  • 279. Rocking Around The Chirstmas - Mel & Kim - 3:32
  • 280. Rodolfo El Reno - Grupo Nueva América - Orquesta y Coros - 2:40
  • 281. Rudolph The Red-Nosed Reindeer - The Cadillacs - 2:18
  • 282. Santa Claus Is Comin To Town - Frank Sinatra Y Seal - 2:18
  • 283. Santa Claus Is Coming To Town - Coros De Niños - 1:19
  • 284. Santa Claus Is Coming To Town - Frank Sinatra - 2:36
  • 285. Sleigh Ride - Ferrante And Teicher - 2:16
  • 286. Sonidos - Beads Christmas Bells Shake - 0:20
  • 287. Sonidos - Campanas De Trineo - 0:07
  • 288. Sonidos - Christmas Fireworks Impact - 1:16
  • 289. Sonidos - Christmas Ident - 0:10
  • 290. Sonidos - Christmas Logo - 0:09
  • 291. Sonidos - Clinking Of Glasses - 0:02
  • 292. Sonidos - Deck The Halls - 0:08
  • 293. Sonidos - Fireplace Chimenea Fire Crackling Loop - 3:00
  • 294. Sonidos - Fireplace Chimenea Loop Original Noise - 4:57
  • 295. Sonidos - New Year Fireworks Sound 1 - 0:06
  • 296. Sonidos - New Year Fireworks Sound 2 - 0:10
  • 297. Sonidos - Papa Noel Creer En La Magia De La Navidad - 0:13
  • 298. Sonidos - Papa Noel La Magia De La Navidad - 0:09
  • 299. Sonidos - Risa Papa Noel - 0:03
  • 300. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 1 - 0:05
  • 301. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 2 - 0:05
  • 302. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 3 - 0:05
  • 303. Sonidos - Risa Papa Noel Feliz Navidad 4 - 0:05
  • 304. Sonidos - Risa Papa Noel How How How - 0:09
  • 305. Sonidos - Risa Papa Noel Merry Christmas - 0:04
  • 306. Sonidos - Sleigh Bells - 0:04
  • 307. Sonidos - Sleigh Bells Shaked - 0:31
  • 308. Sonidos - Wind Chimes Bells - 1:30
  • 309. Symphonion O Christmas Tree - 0:34
  • 310. The First Noel - Am Classical - 2:18
  • 311. Walking In A Winter Wonderland - Dean Martin - 1:52
  • 312. We Wish You A Merry Christmas - Rajshri Kids - 2:07
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    ROTAR-VELOCIDAD

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    ALARMA 1

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    REPETIR-APAGAR

    ▪ Repetir

    ▪ Apagar Sonido

    ▪ No Alarma


    REPETIR SONIDO
    1 vez

    ▪ 1 vez (s)

    ▪ 2 veces

    ▪ 3 veces

    ▪ 4 veces

    ▪ 5 veces

    ▪ Indefinido


    SONIDO

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    ▪ 3-Alarma-03
    - 10

    ▪ 4-Alarma-04
    - 8

    ▪ 5-Alarma-05
    - 13

    ▪ 6-Alarma-06
    - 16

    ▪ 7-Alarma-08
    - 29

    ▪ 8-Alarma-Carro
    - 11

    ▪ 9-Alarma-Fuego-01
    - 15

    ▪ 10-Alarma-Fuego-02
    - 5

    ▪ 11-Alarma-Fuerte
    - 6

    ▪ 12-Alarma-Incansable
    - 30

    ▪ 13-Alarma-Mini Airplane
    - 36

    ▪ 14-Digital-01
    - 34

    ▪ 15-Digital-02
    - 4

    ▪ 16-Digital-03
    - 4

    ▪ 17-Digital-04
    - 1

    ▪ 18-Digital-05
    - 31

    ▪ 19-Digital-06
    - 1

    ▪ 20-Digital-07
    - 3

    ▪ 21-Gallo
    - 2

    ▪ 22-Melodia-01
    - 30

    ▪ 23-Melodia-02
    - 28

    ▪ 24-Melodia-Alerta
    - 14

    ▪ 25-Melodia-Bongo
    - 17

    ▪ 26-Melodia-Campanas Suaves
    - 20

    ▪ 27-Melodia-Elisa
    - 28

    ▪ 28-Melodia-Samsung-01
    - 10

    ▪ 29-Melodia-Samsung-02
    - 29

    ▪ 30-Melodia-Samsung-03
    - 5

    ▪ 31-Melodia-Sd_Alert_3
    - 4

    ▪ 32-Melodia-Vintage
    - 60

    ▪ 33-Melodia-Whistle
    - 15

    ▪ 34-Melodia-Xiaomi
    - 12

    ▪ 35-Voz Femenina
    - 4

    Alarma 2
    ALARMA 2

    ACTIVADA
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    AVATAR - ELEGIR

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      60     80  

    100
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    ▪ Texto - Color y Cambio automático
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    Imágenes para efectos
    Mover-Voltear-Aumentar-Reducir Imagen del Slide
    M-V-A-R IMAGEN DEL SLIDE

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    Aumentar

    Reducir

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    PROGRAMACIÓN

    Programar Reloj
    PROGRAMAR RELOJ

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

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    ▪ Guardar
    H= M= R=
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    H= M= R=
    -------
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    PROGRAMAR ESTILO

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    H= M= E=
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    PROGRAMAR RELOJES


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    Programar ESTILOS
    PROGRAMAR ESTILOS


    DESACTIVADO
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    ESTILOS #

    A B C D

    E F G H

    I J K L

    M N O P

    Q R T S

    TODO X


    Programar lo Programado
    PROGRAMAR LO PROGRAMADO

    DESACTIVADO
    ▪ Activar

    ▪ Desactivar
    Programación 1

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
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    Programación 2

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Programación 3

    Reloj:
    h m

    Estilo:
    h m

    RELOJES:
    h m

    ESTILOS:
    h m
    Almacenado en RELOJES y ESTILOS

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    ▪3


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    Borrar Programación
    HORAS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X
    MINUTOS

    1 2 3 4 5

    6 7 8 9 0

    X


    IMÁGENES PERSONALES

    Esta opción permite colocar de fondo, en cualquier sección de la página, imágenes de internet, empleando el link o url de la misma. Su manejo es sencillo y práctico.

    Ahora se puede elegir un fondo diferente para cada ventana del slide, del sidebar y del downbar, en la página de INICIO; y el sidebar y la publicación en el Salón de Lectura. A más de eso, el Body, Main e Info, incluido las secciones +Categoría y Listas.

    Cada vez que eliges dónde se coloca la imagen de fondo, la misma se guarda y se mantiene cuando regreses al blog. Así como el resto de las opciones que te ofrece el mismo, es independiente por estilo, y a su vez, por usuario.

    FUNCIONAMIENTO

  • Recuadro en blanco: Es donde se colocará la url o link de la imagen.

  • Aceptar Url: Permite aceptar la dirección de la imagen que colocas en el recuadro.

  • Borrar Url: Deja vacío el recuadro en blanco para que coloques otra url.

  • Quitar imagen: Permite eliminar la imagen colocada. Cuando eliminas una imagen y deseas colocarla en otra parte, simplemente la eliminas, y para que puedas usarla en otra sección, presionas nuevamente "Aceptar Url"; siempre y cuando el link siga en el recuadro blanco.

  • Guardar Imagen: Permite guardar la imagen, para emplearla posteriormente. La misma se almacena en el banco de imágenes para el Header.

  • Imágenes Guardadas: Abre la ventana que permite ver las imágenes que has guardado.

  • Forma 1 a 5: Esta opción permite colocar de cinco formas diferente las imágenes.

  • Bottom, Top, Left, Right, Center: Esta opción, en conjunto con la anterior, permite mover la imagen para que se vea desde la parte de abajo, de arriba, desde la izquierda, desde la derecha o centrarla. Si al activar alguna de estas opciones, la imagen desaparece, debes aceptar nuevamente la Url y elegir una de las 5 formas, para que vuelva a aparecer.


  • Una vez que has empleado una de las opciones arriba mencionadas, en la parte inferior aparecerán las secciones que puedes agregar de fondo la imagen.

    Cada vez que quieras cambiar de Forma, o emplear Bottom, Top, etc., debes seleccionar la opción y seleccionar nuevamente la sección que colocaste la imagen.

    Habiendo empleado el botón "Aceptar Url", das click en cualquier sección que desees, y a cuantas quieras, sin necesidad de volver a ingresar la misma url, y el cambio es instantáneo.

    Las ventanas (widget) del sidebar, desde la quinta a la décima, pueden ser vistas cambiando la sección de "Últimas Publicaciones" con la opción "De 5 en 5 con texto" (la encuentras en el PANEL/MINIATURAS/ESTILOS), reduciendo el slide y eliminando los títulos de las ventanas del sidebar.

    La sección INFO, es la ventana que se abre cuando das click en .

    La sección DOWNBAR, son los tres widgets que se encuentran en la parte última en la página de Inicio.

    La sección POST, es donde está situada la publicación.

    Si deseas eliminar la imagen del fondo de esa sección, da click en el botón "Quitar imagen", y sigues el mismo procedimiento. Con un solo click a ese botón, puedes ir eliminando la imagen de cada seccion que hayas colocado.

    Para guardar una imagen, simplemente das click en "Guardar Imagen", siempre y cuando hayas empleado el botón "Aceptar Url".

    Para colocar una imagen de las guardadas, presionas el botón "Imágenes Guardadas", das click en la imagen deseada, y por último, click en la sección o secciones a colocar la misma.

    Para eliminar una o las imágenes que quieras de las guardadas, te vas a "Mi Librería".
    MÁS COLORES

    Esta opción permite obtener más tonalidades de los colores, para cambiar los mismos a determinadas bloques de las secciones que conforman el blog.

    Con esta opción puedes cambiar, también, los colores en la sección "Mi Librería" y "Navega Directo 1", cada uno con sus colores propios. No es necesario activar el PANEL para estas dos secciones.

    Así como el resto de las opciones que te permite el blog, es independiente por "Estilo" y a su vez por "Usuario". A excepción de "Mi Librería" y "Navega Directo 1".

    FUNCIONAMIENTO

    En la parte izquierda de la ventana de "Más Colores" se encuentra el cuadro que muestra las tonalidades del color y la barra con los colores disponibles. En la parte superior del mismo, se encuentra "Código Hex", que es donde se verá el código del color que estás seleccionando. A mano derecha del mismo hay un cuadro, el cual te permite ingresar o copiar un código de color. Seguido está la "C", que permite aceptar ese código. Luego la "G", que permite guardar un color. Y por último, el caracter "►", el cual permite ver la ventana de las opciones para los "Colores Guardados".

    En la parte derecha se encuentran los bloques y qué partes de ese bloque permite cambiar el color; así como borrar el mismo.

    Cambiemos, por ejemplo, el color del body de esta página. Damos click en "Body", una opción aparece en la parte de abajo indicando qué puedes cambiar de ese bloque. En este caso da la opción de solo el "Fondo". Damos click en la misma, seguido elegimos, en la barra vertical de colores, el color deseado, y, en la ventana grande, desplazamos la ruedita a la intensidad o tonalidad de ese color. Haciendo esto, el body empieza a cambiar de color. Donde dice "Código Hex", se cambia por el código del color que seleccionas al desplazar la ruedita. El mismo procedimiento harás para el resto de los bloques y sus complementos.

    ELIMINAR EL COLOR CAMBIADO

    Para eliminar el nuevo color elegido y poder restablecer el original o el que tenía anteriormente, en la parte derecha de esta ventana te desplazas hacia abajo donde dice "Borrar Color" y das click en "Restablecer o Borrar Color". Eliges el bloque y el complemento a eliminar el color dado y mueves la ruedita, de la ventana izquierda, a cualquier posición. Mientras tengas elegida la opción de "Restablecer o Borrar Color", puedes eliminar el color dado de cualquier bloque.
    Cuando eliges "Restablecer o Borrar Color", aparece la opción "Dar Color". Cuando ya no quieras eliminar el color dado, eliges esta opción y puedes seguir dando color normalmente.

    ELIMINAR TODOS LOS CAMBIOS

    Para eliminar todos los cambios hechos, abres el PANEL, ESTILOS, Borrar Cambios, y buscas la opción "Borrar Más Colores". Se hace un refresco de pantalla y todo tendrá los colores anteriores o los originales.

    COPIAR UN COLOR

    Cuando eliges un color, por ejemplo para "Body", a mano derecha de la opción "Fondo" aparece el código de ese color. Para copiarlo, por ejemplo al "Post" en "Texto General Fondo", das click en ese código y el mismo aparece en el recuadro blanco que está en la parte superior izquierda de esta ventana. Para que el color sea aceptado, das click en la "C" y el recuadro blanco y la "C" se cambian por "No Copiar". Ahora sí, eliges "Post", luego das click en "Texto General Fondo" y desplazas la ruedita a cualquier posición. Puedes hacer el mismo procedimiento para copiarlo a cualquier bloque y complemento del mismo. Cuando ya no quieras copiar el color, das click en "No Copiar", y puedes seguir dando color normalmente.

    COLOR MANUAL

    Para dar un color que no sea de la barra de colores de esta opción, escribe el código del color, anteponiendo el "#", en el recuadro blanco que está sobre la barra de colores y presiona "C". Por ejemplo: #000000. Ahora sí, puedes elegir el bloque y su respectivo complemento a dar el color deseado. Para emplear el mismo color en otro bloque, simplemente elige el bloque y su complemento.

    GUARDAR COLORES

    Permite guardar hasta 21 colores. Pueden ser utilizados para activar la carga de los mismos de forma Ordenada o Aleatoria.

    El proceso es similiar al de copiar un color, solo que, en lugar de presionar la "C", presionas la "G".

    Para ver los colores que están guardados, da click en "►". Al hacerlo, la ventana de los "Bloques a cambiar color" se cambia por la ventana de "Banco de Colores", donde podrás ver los colores guardados y otras opciones. El signo "►" se cambia por "◄", el cual permite regresar a la ventana anterior.

    Si quieres seguir guardando más colores, o agregar a los que tienes guardado, debes desactivar, primero, todo lo que hayas activado previamente, en esta ventana, como es: Carga Aleatoria u Ordenada, Cargar Estilo Slide y Aplicar a todo el blog; y procedes a guardar otros colores.

    A manera de sugerencia, para ver los colores que desees guardar, puedes ir probando en la sección MAIN con la opción FONDO. Una vez que has guardado los colores necesarios, puedes borrar el color del MAIN. No afecta a los colores guardados.

    ACTIVAR LOS COLORES GUARDADOS

    Para activar los colores que has guardado, debes primero seleccionar el bloque y su complemento. Si no se sigue ese proceso, no funcionará. Una vez hecho esto, das click en "►", y eliges si quieres que cargue "Ordenado, Aleatorio, Ordenado Incluido Cabecera y Aleatorio Incluido Cabecera".

    Funciona solo para un complemento de cada bloque. A excepción del Slide, Sidebar y Downbar, que cada uno tiene la opción de que cambie el color en todos los widgets, o que cada uno tenga un color diferente.

    Cargar Estilo Slide. Permite hacer un slide de los colores guardados con la selección hecha. Cuando lo activas, automáticamente cambia de color cada cierto tiempo. No es necesario reiniciar la página. Esta opción se graba.
    Si has seleccionado "Aplicar a todo el Blog", puedes activar y desactivar esta opción en cualquier momento y en cualquier sección del blog.
    Si quieres cambiar el bloque con su respectivo complemento, sin desactivar "Estilo Slide", haces la selección y vuelves a marcar si es aleatorio u ordenado (con o sin cabecera). Por cada cambio de bloque, es el mismo proceso.
    Cuando desactivas esta opción, el bloque mantiene el color con que se quedó.

    No Cargar Estilo Slide. Desactiva la opción anterior.

    Cuando eliges "Carga Ordenada", cada vez que entres a esa página, el bloque y el complemento que elegiste tomará el color según el orden que se muestra en "Colores Guardados". Si eliges "Carga Ordenada Incluido Cabecera", es igual que "Carga Ordenada", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia. Si eliges "Carga Aleatoria", el color que toma será cualquiera, y habrá veces que se repita el mismo. Si eliges "Carga Aleatoria Incluido Cabecera", es igual que "Aleatorio", solo que se agrega el Header o Cabecera, con el mismo color, con un grado bajo de transparencia.

    Puedes desactivar la Carga Ordenada o Aleatoria dando click en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria".

    Si quieres un nuevo grupo de colores, das click primero en "Desactivar Carga Ordenada o Aleatoria", luego eliminas los actuales dando click en "Eliminar Colores Guardados" y por último seleccionas el nuevo set de colores.

    Aplicar a todo el Blog. Tienes la opción de aplicar lo anterior para que se cargue en todo el blog. Esta opción funciona solo con los bloques "Body, Main, Header, Menú" y "Panel y Otros".
    Para activar esta opción, debes primero seleccionar el bloque y su complemento deseado, luego seleccionas si la carga es aleatoria, ordenada, con o sin cabecera, y procedes a dar click en esta opción.
    Cuando se activa esta opción, los colores guardados aparecerán en las otras secciones del blog, y puede ser desactivado desde cualquiera de ellas. Cuando desactivas esta opción en otra sección, los colores guardados desaparecen cuando reinicias la página, y la página desde donde activaste la opción, mantiene el efecto.
    Si has seleccionado, previamente, colores en alguna sección del blog, por ejemplo en INICIO, y activas esta opción en otra sección, por ejemplo NAVEGA DIRECTO 1, INICIO tomará los colores de NAVEGA DIRECTO 1, que se verán también en todo el blog, y cuando la desactivas, en cualquier sección del blog, INICIO retomará los colores que tenía previamente.
    Cuando seleccionas la sección del "Menú", al aplicar para todo el blog, cada sección del submenú tomará un color diferente, según la cantidad de colores elegidos.

    No plicar a todo el Blog. Desactiva la opción anterior.

    Tiempo a cambiar el color. Permite cambiar los segundos que transcurren entre cada color, si has aplicado "Cargar Estilo Slide". El tiempo estándar es el T3. A la derecha de esta opción indica el tiempo a transcurrir. Esta opción se graba.

    SETS PREDEFINIDOS DE COLORES

    Se encuentra en la sección "Banco de Colores", casi en la parte última, y permite elegir entre cuatro sets de colores predefinidos. Sirven para ser empleados en "Cargar Estilo Slide".
    Para emplear cualquiera de ellos, debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; luego das click en el Set deseado, y sigues el proceso explicado anteriormente para activar los "Colores Guardados".
    Cuando seleccionas alguno de los "Sets predefinidos", los colores que contienen se mostrarán en la sección "Colores Guardados".

    SETS PERSONAL DE COLORES

    Se encuentra seguido de "Sets predefinidos de Colores", y permite guardar cuatro sets de colores personales.
    Para guardar en estos sets, los colores deben estar en "Colores Guardados". De esa forma, puedes armar tus colores, o copiar cualquiera de los "Sets predefinidos de Colores", o si te gusta algún set de otra sección del blog y tienes aplicado "Aplicar a todo el Blog".
    Para usar uno de los "Sets Personales", debes primero, tener vacío "Colores Guardados"; y luego das click en "Usar". Cuando aplicas "Usar", el set de colores aparece en "Colores Guardados", y se almacenan en el mismo. Cuando entras nuevamente al blog, a esa sección, el set de colores permanece.
    Cada sección del blog tiene sus propios cuatro "Sets personal de colores", cada uno independiente del restoi.

    Tip

    Si vas a emplear esta método y quieres que se vea en toda la página, debes primero dar transparencia a todos los bloques de la sección del blog, y de ahí aplicas la opción al bloque BODY y su complemento FONDO.

    Nota

    - No puedes seguir guardando más colores o eliminarlos mientras esté activo la "Carga Ordenada o Aleatoria".
    - Cuando activas la "Carga Aleatoria" habiendo elegido primero una de las siguientes opciones: Sidebar (Fondo los 10 Widgets), Downbar (Fondo los 3 Widgets), Slide (Fondo de las 4 imágenes) o Sidebar en el Salón de Lectura (Fondo los 7 Widgets), los colores serán diferentes para cada widget.

    OBSERVACIONES

    - En "Navega Directo + Panel", lo que es la publicación, sólo funciona el fondo y el texto de la publicación.

    - En "Navega Directo + Panel", el sidebar vendría a ser el Widget 7.

    - Estos colores están por encima de los colores normales que encuentras en el "Panel', pero no de los "Predefinidos".

    - Cada sección del blog es independiente. Lo que se guarda en Inicio, es solo para Inicio. Y así con las otras secciones.

    - No permite copiar de un estilo o usuario a otro.

    - El color de la ventana donde escribes las NOTAS, no se cambia con este método.

    - Cuando borras el color dado a la sección "Menú" las opciones "Texto indicador Sección" y "Fondo indicador Sección", el código que está a la derecha no se elimina, sino que se cambia por el original de cada uno.
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    EL HACEDOR DE LUNAS (Robert W. Chambers)

    Publicado en agosto 21, 2024
    He escuchado lo que los Conversadores conversaban: la conversación Del principio y el fin;
    Pero yo no converso del principio y el fin.


    I


    Respecto a Yue-Laou y el Xin no sé más que lo que sabrán ustedes. Siento una tremenda ansiedad por aclarar el asunto. Quizá lo que escriba salve el dinero y las vidas del Gobierno de los Estados Unidos, quizás impulse al mundo científico a la acción; de cualquier modo pondré fin a la terrible incertidumbre que sufren dos personas. La certeza es mejor que la incertidumbre.

    Si el Gobierno se atreve a no tener en cuenta esta advertencia y se niega a enviar sin demora, una expedición bien equipada, el pueblo del Estado se vengará sin vacilar de toda la región y dejará un desvastado yermo ennegrecido donde ahora arboledas y prados florecidos bordean el lago de los Bosques del Cardenal.

    Ustedes conocen ya parte de la historia; los periódicos de Nueva York publicaron abundantes y supuestos detalles. Esto sí es cierto: Barris atrapó al "Abrillantador" con las manos rojas[3] o, más bien amarillas, porque sus bolsillos, sus botas y sus sucios puños estaban llenos de piezas de oro. Yo digo oro con conocimiento de causa. Ustedes llámenlo como quieran. Saben también cómo Barris fue... pero a no ser que empiece por el principio de mis propias experiencias, no estarán ustedes después de todo mejor enterados.

    El tres de agosto de este año estaba yo en Tiffany's conversando con George Godfrey del departamento de diseño. Sobre el mostrador de cristal que nos separaba había una serpiente enrollada, una exquisita pieza de oro cincelado.

    —No —replicó Godfrey a mi pregunta—, no es obra mía; me gustaría que lo fuera. ¡Vaya, hombre, es una obra maestra!
    —¿De quién? — pregunté.
    —También a mí me gustaría saberlo —dijo Godfrey—. Se la compramos a un viejo charlatán que dice que vive en el campo no lejos de los bosques del Cardenal. O sea cerca del lago Luz de Estrellas, según creo...
    —¿El lago de las Estrellas? — sugerí.
    —Algunos lo llaman lago Luz de Estrellas... es igual. Pues bien, mi rústico Reuben dice que él representa al escultor de esta serpiente para todo fin práctico y comercial. Obtuvo su precio, por lo demás. Esperamos que traiga alguna otra pieza. Ya hemos vendido ésta al museo Metropolitan.

    Yo me inclinaba ocioso sobre la caja de cristal, observando los ojos penetrantes del artista que parecían preciosos metales mientras observaban de cerca la serpiente de oro.

    —¡Una obra maestra! — musitó para sí mientras acariciaba la ondulante figura. ¡Mire la textura! ¡Vaya!

    Pero yo no estaba mirando la serpiente. Algo se movía, salía arrastrándose del bolsillo de la americana de Godfrey, el bolsillo que tenía más cerca de mi, algo blando y amarillo con patas de cangrejo, cubierto de áspero vello amarillo.

    —¡Por Dios! — exclamé—. ¿Qué tiene usted en el bolsillo? Está saliendo... ¡Está tratando de subir por su americana, Godfrey!

    Él se volvió rápidamente y cogió a la criatura con la mano izquierda.

    Yo me eché atrás mientras sostenía al repulsivo bicho colgando delante de mí; rió y lo puso sobre el mostrador.

    —¿Vio alguna vez algo parecido? — preguntó.
    —No —dije con sinceridad—, y espero no volver a verlo nunca. ¿Qué es?
    —No lo sé. Pregúntaselo al museo de Historia Natural... ellos pueden decírtelo. Es, creo, el eslabón perdido, entre el erizo de mar, la araña y el diablo. Parece venenoso, pero no le encuentro colmillo ni boca. ¿Es ciego? Puede que estos sean sus ojos, pero parecen pintados. Un escultor japonés podría haber creado una bestia así de inverosímil, pero es difícil creer que sea obra de Dios. Además, parece sin terminar. Se me ocurre la loca idea de que esta criatura es sólo una parte de un organismo más grande y todavía más grotesco... parece tan solitaria, tan desesperadamente dependiente, tan desdichadamente inacabada. La utilizaré como modelo. Si no sobrepaso a los japoneses en japonesidad, no me llamo Godfrey.

    La criatura avanzaba lentamente por el cristal hacia mí. Me eché hacia atrás.

    —Godfrey —dije—, asesinaría al hombre que realizala obra que usted se propone. ¿Con qué fin quiere perpetuar semejante reptil? Puedo soportar los grotescos japoneses, pero no puedo soportar... esa... araña.
    —Es un cangrejo.
    —Cangrejo o araña o gusano ciego... ¡ajj! ¿Para qué quiere hacerlo? Es una pesadilla... ¡Es inmundo!

    Odiaba al bicho. Era la primera criatura viviente por la que había sentido odio.

    Hacía un tiempo que venía notando en el aire un húmedo olor acre, y Godlrey dijo que provenía del reptil.

    —Pues entonces, mátelo y sepúltelo —dije—. Además ¿de dónde ha salido?
    —Tampoco eso lo sé —dijo Godfrey riendo—; lo vi adherido a la caja en que fue traída esta serpiente de oro. Supongo que mi viejo Reuben es el responsable.
    —Si en los bosques del Cardenal acechan criaturas de esta laya —dije,siento ir allí.
    —¿Irá usted de caza? preguntó Godfrey.
    —Sí, con Barris y Pierpont. ¿Por qué no mata a esa criatura?
    —Vaya usted a esa expedición de caza y déjeme a mí en paz —dijo Godfrey riendo.

    Yo me estremecí ante el "cangrejo" y me despedí de Godfrey hasta diciembre.

    Esa noche Pierpont, Barris y yo estábamos sentados charlando en el vagón de fumar del Expreso de Quebec cuando el largo tren abandonó la estación del Gran Central. El viejo David se había adelantado con los perros; pobres animales, detestaban viajar en el vagón de equipajes, pero el ferrocarril de Quebec no dispone de comodidades para deportistas, de modo que David y los tres perdigueros deberían pasar una mala noche.

    Con excepción de Pierpont, Barris y yo, el vagón estaba vacío. Barris, apuesto, corpulento, rojizo y bronceado, tamborileaba sobre el antepecho de la ventanilla mientras fumaba una corta y fragante pipa. La funda de su rifle estaba en el suelo junto a él.

    —Cuando tenga el pelo cano y años de discreción —dijo Pierpont con languidez— no flirtearé con las doncellas bonitas ¿Y tú, Roy?
    —No —contesté mirando a Barris.
    —¿Te refieres a la doncella de la cofia en el vagón pullman? — preguntó Barris.
    —Sí—dijo Pierpont.

    Me sonreí porque también yo la había visto.

    Barris se retorció el rizado bigote grisáceo y bostezó.

    —Es mejor que vosótros, chicos, os vayáis a la cama —dijo—. La doncella de esa señora es miembro del Servicio Secreto.
    —Oh—dijo Pierpont— ¿una de tus colegas?
    —Podrías presentárnosla, sabes —dije—; el viaje resulta monótono.

    Barris extrajo un telegrama de su bolsillo, y mientras se estaba allí sentado dándole vueltas entre sus dedos, se sonreía. Al cabo de un instante o dos, se lo alcanzó a Pierpont que lo leyó con las cejas ligeramente arqueadas.

    —Es un chasco... supongo que está cifrado —dijo—. Veo que lo firma el general Drummond...
    —Drummond, jefe del Servicio Secreto del Gobierno —dijo Barris.
    —¿Se trata de algo interesante? — pregunté yo encendiendo un cigarrillo.
    —Algo tan interesante —respondió Barris—, que yo mismo me ocuparé de ello...
    —Y estropearás así nuestro trío de caza...
    —No. ¿Quieres saber de qué se trata? ¿Tú quieres, Billy Pierpont?
    —Sí—respondió ese inmaculado joven.

    Barris frotó la boquilla de ámbar de su pipa con el pañuelo, despejó el cañón con un trocito de alambre, inhaló una o dos veces y apoyó las espaldas en el asiento.

    —Pierpont —dijo— ¿recuerdas esa velada en el Club de los Estados Unidos, cuando el general Miles, el general Drummond y yo estábamos examinando esa pepita de oro que tenía el capitán Mahan? También tú la examinaste, creo.
    —Lo hice —dijo Pierpont.
    —¿Era oro? — preguntó Barris tamborileando sobre la ventana.
    —Lo era —replicó Pierpont.
    —También yo la vi—dije—; por supuesto, era oro.
    —El profesor La Grange la vio también —dijo Barris—; dijo que era oro.
    —¿Pues bien? — dijo Pierpont.
    —Pues bien —dijo Barris, no era oro.

    Al cabo de un momento de silencio, Pierpont preguntó qué pruebas se habían hecho.

    —Las pruebas habituales —contestó Barris—. La Casa de Moneda de los Estados Unidos está convencida de que es oro; también lo están todos los joyeros que la han visto. Pero no es oro y, sin embargo... sí es oro.

    Pierpont y yo nos miramos.

    —Ahora, para que Barris dé su acostumbrado efecto teatral —dije—: ¿de qué era la pepita?
    —Prácticamente era de oro puro; pero —dijo Barris disfrutando intensamente la situación—, en verdad no era de oro. Pierpont ¿qué es el oro?
    —El oro es un elemento, un metal...
    —¡Equivocado, Billy Pierpont! — dijo Barris con tranquilidad.
    —El oro era un elemento cuando yo iba a la escuela —dije.
    —Hace dos semanas que ya no lo es —dijo Barris—; y con excepción del general Drummond, el profesor La Grange y yo, vosotros dos, jóvenes, sois las dos únicas personas, salvo una, que lo sabéis... o lo habéis sabido.
    —¿Quieres decir que el oro es un metal compuesto? — preguntó Pierpont lentamente.
    —Exactamente. La Grange lo ha logrado. Anteayer hizo una hoja de oro puro. La pepita era de oro manufacturado.

    ¿Era posible que Barris bromeara? ¿Era esto un engaño colosal? Miré a Pierpont. Murmuró algo acerca de solucionar la cuestión de la plata y volvió la cara hacia Barris, pero algo había en la expresión de éste que prohibía las burlas, y Pierpont y yo nos quedamos pensativos.

    —No me preguntéis cómo se hace —dijo Barris tranquilamente—; no lo sé. Pero si sé que en cierto sitio de la región de los bosques del Cardenal hay una banda de gente que sí sabe cómo se hace el oro y que lo hace. Sabéis el peligro que esto constituye para todas las naciones civilizadas. Hay que ponerle fin, por supuesto. Drummond y yo hemos decidido que yo soy el hombre indicado para hacerlo. Dondequiera esté esta gente y sea quien fuere... estos hacedores de oro... deben ser atrapados, cada uno de ellos... atrapados o muertos.
    —O muertos —repitió Pierpont, que era propietario de la mina de oro de Traviesa y sus ingresos le parecían demasiado escasos—; el profesor La Grange será por supuesto prudente; no es preciso que la ciencia conozca cosas que alterarían el mundo.
    —Pequeño Billy —dijo Barris riendo—, tus ingresos no corren peligro.
    —Supongo —dije— que alguna falla de la pepita puso a La Grange sobre aviso.
    —Exactamente. Quitó la falla antes de que la pepita fuera puesta a prueba. Trabajó en la falla y separó los tres elementos del oro.
    —Es un gran hombre —dijo Pierpont—, pero será el hombre más grande del mundo si se guarda el descubrimiento para sí.
    —¿Quién? — preguntó Barris.
    —El profesor La Grange.
    —Al profesor La Grange le dispararon un tiro en el corazón hace dos horas —dijo Barris lentamente.


    II


    Hacía cinco días que estábamos de caza en los bosques del Cardenal cuando un mensajero montado llevó un telegrama a Barris de la estación telegráfica más próxima, en Fuentes del Cardenal, un villorrio junto al ferrocarril de transporte de madera que se une al de Quebec y del Norte en la confluencia de los Tres Ríos, a treinta millas al sur.

    Pierpont y yo estábamos sentados bajo los árboles, cargando como experimento ciertas cápsulas especiales; Barris estaba de pie junto a nosotros, bronceado, erecto, sosteniendo la pipa con cuidado para que ninguna chispa fuera a caer en la caja de pólvora. El ruido de cascos sobre la hierba llamó nuestra atención y cuando el delgado mensajero detuvo su cabalgadura frente a la casa, Barris avanzó y cogió el telegrama sellado. Cuando lo hubo abierto, entró en la casa y reapareció en seguida leyendo algo que había escrito.

    —Esto debe partir sin demora —dijo mirando al mensajero de lleno en la cara.
    —Inmediatamente, coronel Barris —contestó el andrajoso campesino.

    Pierpont levantó la cabeza y yo le sonreí al mensajero que cogía las riendas y se aprestaba a usar las espuelas. Barris le alcanzó la respuesta escrita y movió la cabeza en beñal de despedida: hubo un sonido apagado de cascos en la hierba, un resonar de herraduras en la grava, y el mensajero desapareció. A Barris se le apagó la pipa y él fue a barlovento para reencenderla.

    —Es raro —dije— que tu mensajero, un rústico nativo, hablara como alguien educado en Harvard.
    —Se ha educado en Harvard —dijo Barris.
    —La trama se complica —dijo Pierpont—. ¿Están los bosques del Cardenal llenos de hombres del Servicio Secreto, Barris?
    —No —replicó Barris—, pero las estaciones telegráficas, sí. ¿Cuántas onzas de perdigón utilizas, Roy?

    Se lo dije alcanzándole el vaso de medición ajustable de acero. Hizo una señal de aprobación. Al cabo de un instante o dos se sentó en un asiento de campamento junto a nosotros y cogió unas tenazas para detonador.

    —El telegrama era de Drummond —dijo—; el mensajero era uno de mis hombres como vosotros dos brillantes muchachos lo habéis adivinado. ¡Bah! Si hubiera hablado el dialecto del condado del Cardenal, no os habríais dado cuenta.
    —Su maquillaje era bueno —dijo Pierpont.

    Barris hizo girar las tenazas para detonador y miró la pila de cápsulas cargadas. Luego cogió una y dobló hacia adentro su borde.

    —Déjalas —dijo Pierpont—, tú aprietas demasiado.
    —¿Recula tu pequeño rifle cuando los cartuchos están demasiado apretados? — preguntó Barris con ternura—; bien, que doble él sus propios cartuchos entonces. ¿Dónde está tu hombrecito?

    "Su hombrecito" era una extravagante importación de Inglaterra, rígido, escrupulosamente limpio, que se embrollaba en la aspiración de las haches, de nombre Howlett. Como valet, transportador de equipos, portador del rifle y doblador de cartuchos, ayudaba a Pierpont a soportar el ennui de la existencia haciéndolo todo por él excepto respirar. Ultimamente, sin embargo, los escarnios de Barris habían logrado que Pierpont hiciera unas pocas cosas por sí mismo. Para su asombro, descubrió que limpiar el propio rifle no era una lata, de modo que tímidamente cargó una cápsula o dos, sintiéndose muy contento de sí mismo, cargó unas pocas más, las plegó y se fue a desayunar con gran apetito. De modo que cuando Barris preguntó dónde estaba "su hombrecito", Pierpont no contestó, sino que sacó un vaso de perdigones de la bolsa y los volcó solemnemente en la cápsula llenada a medias.

    El viejo David vino con los perros y, por supuesto hubo toda una fiesta cuando Voyou, mi perdiguero Gordon, meneó su espléndida cola sobre la mesa de cargar y arrojó por tierra una docena de cartuchos abiertos que vomitaron pólvora y perdigones.

    —Llévate a los perros a una milla o dos de distancia —dije—; estaremos en el refugio de caza de los Helechos Dulces aproximadamente a las cuatro, David.
    —Dos rifles, David —agregó Barris.
    —¿No irás? — preguntó Pierpont mirándolo mientras David desaparecía con los perros.
    —Me espera una caza mayor —dijo Barris lacónico. Cogió un vaso de cerveza de la bandeja que Howlett acababa de dejarnos y bebió un largo trago. Nosotros hicimos lo mismo en silencio. Pierpont puso su vaso en el césped a su lado y reanudó la tarea de cargar cartuchos.

    Hablamos del asesinato del profesor La Grange, de cómo las autoridades de Nueva York no lo habían hecho público por pedido de Drummond, de la certeza de que era uno de los miembros de la banda de los hacedores de oro el que lo había cometido y del posible estado de alerta de la banda.

    —Oh, saben que Drummond los perseguirá tarde o temprano —dijo Barris—, pero no saben que los molinos de Dios ya han empezado la molienda. Esos listos periódicos de Nueva York hicieron algo mejor de lo que creían cuando uno de sus reporteros con ojos de hurón metió sus rojas narices en la casa de la calle Cincuenta y ocho y se deslizó fuera de ella con una columna escrita en los puños acerca del "suicidio" del profesor La Grange. Billy Pierpont, mi revólver está colgado en tu habitación; me llevaré el tuyo también...
    —Sírvete a tu gusto —dijo Pierpont.
    —Pasaré la noche afuera —continuó Barris—; todo lo que llevaré será mi poncho y algo de pan y de carne, con excepción de los "ladradores".
    —¿Ladrarán esta noche? — pregunté.
    —No, confío en que durante varias semanas. Sólo olfatearé un poco. Roy ¿nunca te pareció extraño que esta maravillosa región estuviera deshabitada?
    —Es como esos magníficos rápidos y extensiones de estanques que se encuentran en los ríos donde abundan las truchas y en los que jamás se ve un pez —sugirió Pierpont.
    —Exacto, y sólo Dios sabe por qué —dijo Barris—; creo que los seres humanos esquivan esta región por las mismas misteriosas razones.
    —En consecuencia, la caza es más abundante —observé.
    —La caza no está mal —dijo Barris—. ¿No has visto las agachadizas en el prado junto al lago? Todo teñido de pardo, tal es su abundancia. Ese es un magnífico prado.
    —Es natural —dijo Pierpont—; jamás un ser humano despejó nunca esa tierra.
    —Entonces es sobrenatural —dijo Barris—.; Pierpont, ¿quieres venir conmigo?

    El bello rostro de Pierpont se arreboló mientras contestaba lentamente:

    —Es muy amable de tu parte... Si puedo...
    —Bosh —dije yo picado porque había invitado a Pierpont— ¿de qué sirve un pequeño Willy sin su hombre?
    —Es cierto —dijo Barris gravemente—, puedes llevar a Howlett, ya sabes.

    Pierpont musitó algo que terminaba en "dicción".

    —Entonces —dije— habrá un solo rifle esta tarde en el refugio del Dulce Helecho. Muy bien, espero que disfrutéis de vuestra cena fría y de vuestro lecho más frío aún. Llévate el camisón, Willy, y no duermas sobre la tierra húmeda.
    —Deja a Pierpont tranquilo —replicó Barris—; tú irás la próxima vez, Roy.
    —Oh, muy bien... ¿Quieres decir cuando haya tiroteo?
    —¿Y yo? preguntó Pierpont afligido.
    —Tú también, hijo mío. Dejad de pelear! ¿Quieres pedirle a Howlett que prepare nuestro equipo? Muy livianos, tenlo en cuenta... y nada de botellas, hacen ruido.
    —Mi frasco no —dijo Pierpont y se fue a aprontarse para una noche de encuentros con merodeadores peligrosos.
    —Es raro —dije— que nunca nadie se asiente en esta región. ¿Cuánta gente habita en Fuentes del Cardenal, Barris?
    —Veinte contando al telegrafista y sin contar a los leñadores; éstos están siempre cambiando y mudándose. Tengo a seis hombres entre ellos.
    —¿Dónde no tienes hombres? ¿En los Cuatro Cientos?
    —Tengo hombres allí también... camaradas de Willy, sólo que él no lo sabe. David me dijo que hubo una gran desbandada de becadas anoche. Quizá caces algunas esta tarde.

    Entonces charlamos de refugios de alisos y de pantanos hasta que Pierpont llegó de la casa y fue hora de partir.

    —Au revoir —dijo Barris, sujetando con hebilla su equipo—, ven Pierpont y no andes por la hierba húmeda.
    —Si no estáis de vuelta mañana al mediodía —dije—, llevaré a Howlett y a David conmigo y os buscaremos. ¿Dijiste que ibais hacia el norte?
    —Hacia el norte —respondió Barris consultando su brújula.
    —Hay un sendero de dos millas y luego una huella señalada de otras dos—dijo Pierpont.
    —Que no utilizaremos por varias razones —agregó Barris con amabilidad—; no te preocupes, Roy, y no te entrometas con tu maldita expedición; no hay peligro alguno.

    Sabía, por supuesto, de qué estaba hablando y yo me tranquilicé.

    Cuando el extremo de la chaqueta de caza de Pierpont hubo desaparecido en la espesura, me encontré solo con Howlett. Me sostuvo la mirada por un instante y luego, cortésmente, bajó la suya.

    —Howlett —dije—, lleva estos cartuchos e implementos a la sala de armas y no dejes caer nada. ¿Le sucedió algo a Voyou esta mañana entre las zarzas?
    —No le sucedió nada malo, señor Cardenhe —dijo Howlett.
    —Entonces, ten cuidado de no dejar caer nada más —dije y me alejé dejándolo decorosamente desconcertado. Porque no había dejado caer ningún cartucho. ¡Pobre Howlett!


    III


    A las cuatro, poco más o menos, de aquella tarde, encontré a David y los perros en el soto desde donde se va al refugio del Dulce Helecho. Los tres perdigueros, Voyou, Gamin y Mioche, estaban cubiertos de plumas —David había matado a una becada y un par de gallos del bosque sobre ellos esa mañana— y correteaban cerca por el soto cuando yo aparecí con el rifle bajo el brazo y la pipa encendida.

    —¿Cuáles son las perspectivas, David? — pregunté tratando de mantener tranquilos a los perros que agitaban la cola y gimoteaban—. ¡Hola! ¿qué le sucede a Mioche?
    —Una zarza en la pata, señor; se la quité y le cubrí la herida, pero le debe de haber entrado pedregullo. Si no tiene inconveniente, señor, podría regresar conmigo.
    —Sería menos riesgoso —dije—; llévate también a Gamin, Sólo necesito un perro esta tarde. ¿Cuál es la situación?
    —Bastante buena, señor; los gallos del bosque están a un cuarto de milla del segundo robledal. Las becadas están en su mayoría en los alisos. Vi gran cantidad de becadas en los prados. Había algo más junto al lago... no sé qué, pero los patos silvestres salieron en desbandada con gran estruendo cuando yo estaba en la espesura como si una docena de zorros les mordiera las plumas de la cola.
    —Probablemente un zorro —dije—; ata a esos perros, deben aprender a soportarlo. Estaré de regreso para la cena.
    —Hay algo más, señor —dijo David demorándose con su rifle bajo el brazo.
    —¿Y bien? — dije yo.
    —Vi a un hombre en los bosques junto al refugio del Roble... al menos me pareció.
    —¿Un leñador?
    —Creo que no, señor... a menos... ¿hay un chino entre ellos?
    —¿Un chino? No. ¿Quieres decir que viste a un chino en el bosque?
    —Yo... creo que sí, señor. No puedo asegurarlo. Cuando corrí al refugio había desaparecido.
    —¿Los perros lo advirtieron?
    —No puedo decirlo con exactitud. Actuaron de modo algo raro. Gamin se echó a tierra y gimió... pudo haber sido un cólico... y Mioche aulló, quizá fuera el brezo.
    —¿Y Voyou?
    —Voyou fue el más notable, señor: se le erizó el pelo del lomo. Vi a una marmota que se dirigía a un árbol en la cercanía.
    —No es raro entonces que a Voyou se le erizara el pelo. David, tu chino era un tronco o un montecillo de hierbas. Ahora llévate a los perros.
    —Supongo que así fue señor; buenas tardes, señor —dijo David y se alejó con los Gordon dejándome solo con Voyou en el soto.

    Miré al perro y él me miró a mi.

    —¡Voyou!

    El perro se sentó e hizo danzar las patas delanteras con sus hermosos ojos pardos resplandecientes.

    —Eres un tramposo —dije—. ¿Dónde iremos, a los alisos o a las tierras altas? ¿A las tierras altas? ¡Bien! ¡A la busca de gallos del bosque! Sígueme de cerca, amigo mío, y demuestra tu milagroso autodominio.

    Voyou se me pegó a los talones rehusándose noblemente a tener en cuenta las descaradas ardillas y los mil y un olores tentadores e importantes que un perro corriente no habría vacilado un instante en investigar.

    En los bosques amarillos y pardos del otoño resonaban móviles montones de hojas y las ramas se quebraban a nuestro paso cuando abandonamos el soto para internarnos en el bosque. Todos los silenciosos arroyuelos, que se precipitaban al lago, lucían alegres transportando coloreadas hojas flotantes, las escarlatas del arce o las amarillas del roble. Sobre los estanques había manchas de luz solar que buscaban las pardas profundidades e iluminaban el fondo de grava donde escuelas de pececillos nadaban de aquí para allá y de allá para aquí, afanados en los objetivos de sus vidas minúsculas. Los grillos cantaban entre la larga hierba quebradiza a la vera del bosque, pero los dejamos muy atrás al penetrar el silencio del bosque profundo.

    —¡Ahora! — le dije a Voyou.

    El perro dio un salto adelante, trazó una vez un círculo, zigzagueó entre los helechos que nos gobernaban, todo en un momento, y se quedó inmóvil, rígido como un bronce esculpido. Avancé dos pasos levantando la escopeta, tres pasos, diez quizás, antes que un gran gallo del bosque se agitara en el helechal e irrumpiera entre la maleza en dirección de arbustos más espesos. Resplandeció mi escopeta, resonó el eco en los acantilados boscosos y tras el ligero velo del humo algo oscuro cayó desde el aire en medio de una nube de plumas, pardas como eran pardas las hojas debajo.

    —¡Busca!

    Voyou partió de un salto y en un instante volvió al trote con el cuello arqueado, la cola rígida aunque en movimiento, sosteniendo tiernamente en su boca rosa una masa de plumas bronceadas y moteadas. Con suma gravedad, dejó el ave a mis pies y se agazapó muy cerca de ella, con sus sedosas orejas sobre las patas y el hocico en el suelo.

    Dejé caer el gallo del bosque en la bolsa, mantuve un momento de acariciante comunicación silenciosa con Voyou y me puse la escopeta bajo cl brazo e indiqué al perro que se pusiera en movimiento.

    Debía de ser las cinco cuando llegué a un pequeño claro del bosque y me senté a respirar. Voyou se acercó y se me sentó delante.

    —¿Y bien? — pregunté.

    Voyou gravemente me ofreció una pata que yo cogí.

    —No podremos estar de vuelta para la cena —dije—, de modo que lo mismo da no preocuparse. Es culpa tuya, lo sabes. ¿Tienes una espina en la pata? Veamos... ¡Ya está! Salió amigo, y estás en libertad de husmear por ahí y lamértela. Si dejas la lengua fuera se te llenará de ramitas y musgo. ¿No puedes echarte e intentar no jadear tanto? No, es inútil olfatear y mirar ese helechal, porque fumaremos un poco, echaremós un sueño y volveremos a casa a la luz de la luna. ¡Piensa en la gran cena que nos haremos! ¡Piensa en la desesperación de Howlett cuando no lleguemos a tiempo! ¡Piensa en todas las historias que podrás contar a Gamin y Mioche! ¡Piensa en lo buen perro que has sido! Vaya, estás cansado, viejo; parpadea cuarenta veces conmigo.

    Voyou estaba algo fatigado. Se estiró sobre las hojas a mis pies, pero si dormía o no, no lo supe hasta que agitó sus patas traseras mientras soñaba con grandes proezas.

    Ahora bien, puede que hubiera parpadeado cuarenta veces. Pero cuando me senté y abrí los ojos el sol no parecía haber descendido. Voyou levantó la cabeza, vio en mis ojos que no me disponía a partir todavía, dio con la cola media docena de veces contra las hojas secas y con un suspiro se reacomodó.

    Miré ocioso a mi alrededor y por primera vez me di cuenta cuán bello era el sitio que había elegido para dormir una siesta. Era un claro oval en el corazón del bosque, nivelado y cubierto por una alfombra de hierba verde. Los árboles que lo rodeaban eran gigantescos; formaban un alto muro circular de verdor, borrándolo todo excepto el azul turquesa del óvalo de cielo. Y ahora notaba que en el centro del verdor había un estanque de aguas cristalinas, que resplandecían como un espejo en la hierba del prado, junto a una roca de granito. Apenas parecía posible que la simetría de árboles, prado y estanque traslúcido pudieran ser uno de los accidentes de la naturaleza. Nunca había visto antes este prado ni había oído a Pierpont o a Barris hablar de él. Era una maravilla ese claro cuenco diamantino, regular y gracioso como una fuente romana, engastado en la gema de las hierbas, Y estos gigantescos árboles... tampoco ellos correspondían a América, sino a algún bosque de Francia habitado de leyendas, donde marmoles cubiertos de musgo se levantan descuidados en oscuros valles y el crepúsculo del bosque cobija hadas y esbeltas figuras de tierras sombrías.

    Yacía y contemplaba la luz del sol que bañaba la espesa maleza donde resplandecían flores carmesíes o un rayo aislado en el que brillaba el polvo y rozaba el borde de las hojas flotantes tiñéndolas del más pálido color dorado. Había pájaros también, que irrumpían entre las penumbrosas avenidas de los árboles como lenguas de fuego, el magnífico cardenal vestido de carmesí, el pájaro que daba al bosque, a la aldea a quince millas de distancia, al condado todo, el nombre de Cardenal.

    Me volví de espaldas y contemplé el cielo. Qué pálido —más pálido que el huevo de un tordo— parecía. Era como si me encontrara en el fondo de un pozo de verdes paredes que se elevaban por todas partes. Y mientras yacía todo el aire a mi alrededor se llenó de delicado aroma. Más y más dulce, más y más penetrante era el perfume y me pregunté qué brisa errante que soplara sobre acres de lirios podría haberlo traído. Pero no soplaba brisa; el aire estaba inmóvil. Una mosca dorada se posó en mi mano... una abeja. Parecía tan perturbada como yo ante el perfumado silencio.

    Entonces, tras de mí, mi perro gruñó.

    Me senté muy quieto en un principio, respirando apenas, pero mis ojos estaban fijos en una figura que se trasladaba a lo largo del borde del estanque entre las hierbas del prado. El perro había dejado de gruñir y miraba ahora fijamente, alerta y tembloroso.

    Por fin me puse en pie y avancé rápidamente hacia el estanque con mi perro pegado a mis talones.

    La figura de una mujer se volvió lentamente hacia nosotros.


    IV


    Estaba inmóvil cuando me aproximé al estanque. El bosque a nuestro alrededor estaba tan silencioso, que al hablar el sonido de mi propia voz me sobresaltó.

    —No —dijo ella, y su voz era suave como el fluir del agua—, no me he perdido. ¿Su hermoso perro vendrá a mí?

    Antes que pudiera hablar, Voyou se le acercó arrastrando y apoyó su sedosa cabeza contra las rodillas de ella.

    —Por supuesto —le dije— no habrá venido usted aquí sola.
    —¿Sola? Claro que vine sola.
    —Pero el establecimiento más cercano es Cardenal, probablemente a diecinueve millas desde donde nos encontramos.
    —No conozco Cardenal —dijo ella.
    —Santa Cruz, en Canadá está a cuarenta millas cuando menos. ¿Cómo llegó a los bosques del Cardenal? — pregunté asombrado.
    —¿A los bosques? — repitió ella con algo de impaciencia.
    —Sí.

    No respondió en un principio, sino que se estuvo acariciando a Voyou con gentileza en las palabras y en los gestos.

    —Me gusta su hermoso perro, pero no me interroguen —dijo tranquilamente—. Me llamo Ysonde y vengo a la fuente a ver a su perro.

    Había sido puesto en mi lugar. Al cabo de un instante dije que dentro de una hora oscurecería, pero ella no me replicó ni me miró.

    —Este —aventuré— es un hermoso estanque... usted lo llama fuente... una deliciosa fuente; nunca la había visto antes. Es difícil imaginar que la naturaleza hizo todo esto.
    —¿Ló es? — preguntó ella.
    —¿No lo cree usted? — pregunté a mi vez.
    —Nunca lo he pensado; querría cuando se fuera que me dejara su perro.
    —¿Mi... mi perro?
    —Si no tiene inconveniente —dijo ella con dulzura, y por primera vez me miró a la cara.

    Por un instante nuestras miradas se encontraron, luego asumió un aire grave y advertí que su mirada estaba fija en mi frente. Súbitamente se puso en pie y se me acercó mirando con suma atención mi frente. Tenía una ligera marca allí, un minúsculo cuarto creciente sobre la ceja. Era una marca de nacimiento.

    —¿Es eso una cicatriz? — preguntó acercándose.
    —¿Esa marca con forma de cuarto creciente? No.
    —¿No? ¿Está usted seguro? — insistió.
    —Completamente —respondí atónito.
    —¿Una... una marca de nacimiento?
    —Sí ¿puedo preguntar por qué?

    Cuando se alejó de mí, vi que el color le había abandonado las mejillas. Por un segundo se cubrió los ojos con ambas manos como para alejar mi imagen, luego dejando caer las manos, se sentó en un largo bloque de piedra que a medias rodeaba el cuenco y sobre el que, con asombro, vi grabados. Voyou fue a ella nuevamente y hundió la cabeza en su regazo.

    —¿Cómo se llama? — preguntó después de transcurrido cierto tiempo.
    —Roy Cerdene.
    —Yo me llamo Ysonde. Yo grabé estas libélulas en la piedra, estos peces y conchas y mariposas que ve.
    —¡Usted! Son maravillosamente delicadas... pero esas no son libélulas americanas...
    —No... son más hermosas. Mire, tengo el martillo y el cincel conmigo.

    Sacó de un extraño bolsillo que llevaba a un lado un pequeño martillo y un cincel y me los tendió.

    —Tiene usted mucho talento —dije—.¿Dónde ha estudiado?
    —¿Yo? Nunca estudié. Sabía cómo hacerlo. Veía las cosas y las tallaba en piedra. ¿Le gustan? Alguna vez le mostraré otras cosas que he hecho. Si tuviera un gran pedazo de bronce podría hacer a su perro. ¡Es tan hermoso!

    Se le cayó el martillo al agua y yo me incliné y sumergí el brazo en el agua para recuperarlo.

    —Está allí brillando en la arena —dijo ella inclinándose junto conmigo.
    —¿Dónde? — inquirí mirando el reflejo de nuestros rostros en el agua. Porque sólo en el agua hasta entonces me había atrevido yo a mirarla largo tiempo.

    El estanque espejaba el exquisito óvalo de su cabeza, los pesados cabellos, los ojos. Oí el sedoso crujido de su vestido, tuve el atisbo de un brazo blanco y el martillo fue recobrado goteante del agua.

    La cara preocupada del estanque se serenó y una vez más vi reflejados sus ojos.

    —Escuche —dijo en voz baja— ¿cree que volverá otra vez a mi fuente?
    —Volveré —dije—. Tenía la voz opacada; el sonido del agua me llenaba los oídos.

    Entonces una rápida sombra pasó sobre el estanque; me froté los ojos. Donde su cara reflejada había estado inclinada junto a la mía, nada se espejaba salvo el sol rosado de la tarde donde titilaba una pálida estrella. Me puse en pie y me volví. Había desaparecido. Vi la ligera estrella brillar sobre mí en el crepúsculo, vi los altos árboles inmóviles en el tranquilo aire de la tarde, vi mi perro dormido a mis pies.

    El dulce aroma en el aire se había desvanecido, dejándome en las narices el pesado olor de los helechos y el moho del bosque. Un miedo ciego se apoderó de mí, cogí la escopeta y de un salto me interné en los bosques en penumbra. El perro me siguió haciendo crujir las malezas a mi lado. La luz se opacaba más y más, pero yo seguí avanzando, el sudor me bañaba la cara y el pelo, mi cabeza era un caos. Cómo llegué al soto, no lo sé. Al girar por el sendero, tuve el atisbo de una cara que me espiaba desde la negra espesura: una horrible cara humana, amarilla y tensa sobre altos pómulos y ojos estrechos.

    Involuntariamente me detuve; el perro gruñó a mis tobillos. Entonces avancé de un salto hacia ella abriéndome camino ciegamente en la espesura, pero la noche había caído de prisa, y me encontré jadeante y luchando en un laberinto de matorrales retorcidos y viñas entrelazadas, incapaz de ver siquiera la maleza que me tenía atrapado.

    Fue con una cara pálida y llena de rasguños que me hice presente a una tardía cena aquella noche. Howlett me sirvió con mudo reproche en el rostro, pues la sopa había estado esperando y el gallo del bosque se había secado.

    David trajo a los perros después que hubieron comido y yo acerqué la silla al fuego y puse la cerveza en una mesa junto a mí. Los perros se echaron a mis pies pestañeando gravemente ante las chispas que crepitaban y volaban en lluvias remolineantes desde los pesados leños de abedul.

    —David —pregunté—, ¿dijiste que hoy viste a un chino?
    —Así es, señor.
    —¿Qué piensas de ello ahora?
    —Debo de haberme equivocado, señor...
    —Pero no lo crees. ¿Con qué clase de whisky llenaste hoy mi frasco?
    —El de siempre, señor.
    —¿He bebido mucho?
    —Unos tres tragos, como de costumbre, señor.
    —¿No crees que haya podido haber algún error con el whisky... alguna medicina que se haya mezclado con él, por ejemplo?

    David se sonrió y dijo:

    —No, señor.
    —Pues bien —dije yo—, he tenido un sueño extraordinario.

    Cuando dije "sueño", me sentí consolado y confiado. Apenas me había atrevido a decirlo antes, aún a mí mismo.

    —Un sueño extraordinario —repetí—; me quedé dormido en el bosque a las cinco poco más o menos, en ese bonito claro donde la fuente... quiero decir, donde se encuentra el estanque. ¿Conoces el sitio?
    —No, señor.

    Lo describí minuciosamente dos veces, pero David sacudió la cabeza.

    —¿Piedra tallada dijo usted, señor? Nunca la he visto. No se referirá a la Fuente Nueva...
    —¡No, no! El claro se encuentra mucho más lejos ¿Es posible que alguien habite en el bosque entre este sitio y la frontera con Canadá?
    —Nadie salvo en Santa Cruz; al menos, que yo lo sepa.
    —Claro —dije—, cuando creí ver a un chino, fue mi imaginación que me engañó. Tu aventura seguramente me había impresionado más de lo que creía, claro. Tú no viste chino alguno, por supuesto, David.
    —Probablemente no, señor —dijo David dubitativo.

    Lo mandé a dormir diciéndole que mantendría a los perros toda la noche conmigo; y cuando. se hubo ido, bebí un largo trago de cerveza "sólo para avergonzar al diablo", como solía decir Pierpont, y encendí un cigarro. Luego pensé en Barris y Pierpont y en el frío lecho en que pasarían la noche, porque sabía que no se atreverían a encender un fuego y a pesar de la cálida chimenea que ardía crepitante en el rincón, me estremecí por identificación de ellos.

    —Contaré a Barris y a Pierpont toda la historia y los llevaré a ver la roca tallada y la fuente —me dije—. ¡Qué maravilloso sueño fue... Ysonde! Si fue un sueño.

    Entonces fui hacia el espejo y me examiné la ligera marca blanca por sobre la ceja.


    V


    A las ocho de la mañana siguiente poco más o menos yo miraba distraídamente la taza de café que Howlett estaba llenando, Gamin y Mioche empezaron a aullar y al instante siguiente oí los pasos de Barris en el portal.

    —Hola, Roy —dijo Pierpont entrando ruidoso en el comedor—. ¡Quiero mi desayuno, caramba! ¿Dónde está Howlett...? ¡Nada de café au lait para mí! Quiero una chuleta con huevos. Mira ese perro, se arrancará la bisagra de la cola en cualquier momento...
    —Pierpont —dije—, esa locuacidad es asombrosa, pero bienvenida. ¿Dónde está Barris? Estás empapado de la cabeza a los pies.

    Pierpont se sentó y se arrancó sus tiesas sobrecalzas embarradas.

    —Barris está telefoneando a Fuentes del Cardenal... Creo que quiere que le envíen a algunos de sus hombres. ¡Gamin, idiota!. Howlett, tres huevos escalfados y un poco más de tostadas... ¿Qué estaba diciendo? Oh, Barris. Dio con una cosa y otra que, espera, le permitira localizar a esos fabricantes de oro. Lo pasé muy a gusto... Ya él te contará.
    —¡Willy, Willy! — dije con complacido asombro—. ¿Estás aprendiendo a hablar! ¡Dios! Cargas tus propios cartuchos, llevas tu propia escopeta y la disparas tú mismo. ¡Vaya! Aquí está Barris completamente cubierto de barro. Verdaderamente tendríais que cambiaros... ¡Pfui! ¡Qué olor tan espantoso!
    —Es probablemente esto —dijo Barris arrojando algo al hogar donde se estremeció durante un momento y luego empezó a retorcerse—. Lo encontré en el bosque junto al lago. ¿Sabes qué puede ser, Roy?

    Con disgusto vi que era otra de esas criaturas con algo de cangrejo, gusano y araña que Godfrey tenía en Tiffany's.

    —Me pareció que reconocía ese olor acre —dije—. ¡Por todos los santos, llévatelo de la mesa de desayuno, Barris!
    —Pero ¿qué es? — insistió mientras se quitaba los prismáticos y el revólver.
    —Te diré lo que sé después del desayuno —repliqué con firmeza—. Howlett, trae una escoba y barre esa cosa Fuera de aquí. ¿De qué te ríes, Pierpont?

    Howlett barrió la repulsiva criatura y Barris y Pierpont fueron a cambiar sus ropas empapadas de rocío por otras más secas. David vino para llevarse a los perros a tomar aire y a los pocos minutos reapareció Barris y ocupó su sitio a la cabecera de la mesa.

    —Bien —dije— ¿hay algo que contar?
    —Sí, no mucho. Están cerca del lago al otro lado de los bosques... me refiero a los fabricantes de oro. Pillaré a uno de ellos esta tarde. No localicé todavía con certidumbre al grueso de la banda... Alcánzame la tostadora ¿quieres, Roy? No, sin certidumbre todavía, pero le echaré mano a uno de cualquier modo. Pierpont me ayudó mucho, en verdad y... ¿Qué te parece, Roy? ¡Quiere formar parte del Servicio Secreto!
    —¿El pequeño Willy?
    —Exactamente. ¡Oh, lo disuadiré! ¿Qué clase de reptil es el que traje? ¿Lo barrió Howlett?
    —Por mí, puede volver a traerlo —dije con indiferencia—. Terminé de desayunar.
    —No —dijo Barris tragándose de prisa el café—, no tiene importancia; puedes hablarme del animal...
    —Te merecerías que te lo hubieran servido sobre una tostada —le repliqué.

    Pierpont entró radiante, refrescado por un baño.

    —Sigue con tu historia, Ray —dijo; y yo les conté de Godfrey y su mascota reptil.
    —Ahora bien ¿qué puede encontrar Godfrey de interesante en esa criatura, en nombre del sentido común? — terminé arrojando el cigarrillo a la chimenea.
    —¿Crees que es japonesa? — preguntó Pierpont.
    —No —dijo Barris—, no es un grotesco artístico, es vulgar y horrible... tiene aspecto barato y sin terminar...
    —Sin terminar... Exacto —dije—, como un humorista americano...
    —Sí—dijo Pierpont—, barato. ¿Y qué hay de esa serpiente de oro?
    —Oh, la compró el museo Metropolitan; tienes que verla, es una maravilla.

    Barris y Pierpont habían encendido sus cigarrillos y, al cabo de un momento, todos nos levantamos y fuimos andando hacia el prado, donde se habían puesto sillas y tendido hamacas bajo los arces.

    Pasó David con la escopeta bajo brazo y los perros a los talones.

    —Tres escopetas en los prados a las cuatro de esta tarde —dijo Pierpont.
    —Roy —dijo Barris mientras David inclinaba la cabeza en señal de asentimiento— ¿qué hiciste ayer?

    Esta era la pregunta que había estado esperando. Toda la noche había soñado con Ysonde y el claro en el bosque donde, en el fondo de la fuente cristalina, veía el reflejo de sus ojos. Toda la mañana, mientras me duchaba y me vestía me había estado convenciendo a mí mismo que no valía la pena contar el sueño y que buscar el claro y las imaginarias tallas de piedra era ridículo. Pero ahora, cuando Barris formuló la pregunta, me decidí a contar toda la historia.

    —¡Ea, compañeros! — dije abruptamente—. Os contaré algo verdaderamente extraño. Os podéis reír tanto como queráis también, pero antes quiero hacerle a Barris una o dos preguntas. ¿Has estado en China, Barris?
    —Sí —dijo Barris mirándome a los ojos.
    —¿Es probable que un chino se hiciera leñador?
    —¿Has visto a un chino? — preguntó con voz serena.
    —No lo sé; David y yo imaginamos que sí lo vimos.

    Barris y Pierpont se intercambiaron una mirada.

    —¿También vosotros lo habéis visto? — pregunté, volviéndome para incluir a Pierpont en la pregunta.
    —No —dijo Rarris lentamente—; pero sé que hay o ha habido un chino en el bosque.
    —¡El diablo! — exclamé.
    —Sí —dijo Barris gravemente—; el diablo, si quieres... un diablo... un miembro de los Kuen-Yuin.

    Acerqué mi silla a la hamaca donde Pierpont yacía extendido cuan largo era alcanzándome una bola de oro puro.

    —¿Y bien? — dije mientras examinaba los grabados que había en su superficie, que representaban una masa de criaturas entrelazadas, dragones, supuse.
    —Pues bien —repitió Barris extendiendo la mano para coger la bola de oro—, este globo en el que hay grabados reptiles y jeroglíficos chinos es el símbolo de los Kuen-Yuin.
    —¿Cómo lo obtuviste? — pregunté, con el sentimiento de que oiría algo sorprendente.
    —Pierpont lo encontró esta mañana junto al lago al amanacer. Es el símbolo de los Kuen-Yuin —repitió—, los terribles Kuen-Yuin, los hechiceros de China, y la más diabólica secta de asesinos que hay sobre la tierra.

    Fumamos en silencio hasta que Barris se puse en pie y empezó a andar de aquí para allá entre los árboles, retorciéndose los bigotes grises.

    —Los Kuen-Yuin son hechiceros —dijo deteniéndose ante la hamaca donde yacía Pierpont que los observaba—; quiero decir exactamente lo que digo: hechiceros. Los he visto, los he visto en sus diabólicas prácticas, y os repito solemnemente que así como hay ángeles en lo alto, hay una raza de diablos en la tierra, y son hechiceros. ¡Bah —exclamó—, habladme de la magia de la India y de yoguis y de todos esos engañabobos! Roy, te aseguro que los Kuen-Yuin tienen absoluto control de un centenar de millones de personas, dominan su mente y su cuerpo, su cuerpo y su alma. ¿Sabes lo que sucede en el interior de la China? ¿Lo sabe Europa? ¿Podría algún ser humano concebir la situación de esa inmensa fosa del infierno? Leéis los periódicos, oís cotorreos diplomáticos acerca de Li Chang y el Emperador. Veis crónicas de guerras en mar y tierra y sabéis que Japón ha iniciado una tempestad de juguete a lo largo del mellado filo de ese gran desconocido. Pero jamás habéis oído antes de los Kuen-Yuin; no, ni tampoco ningún europeo, salvo algún misionero aislado o dos, y sin embargo os digo que cuando las llamas de ese foso infernal hayan devorado el continente hasta la costa, la explosión inundará la mitad del mundo... y Dios ayude a la otra mitad.

    A Pierpont se le apagó el cigarrillo; encendió otro y miró fijamente a Barris.

    —Pero —agregó—, basta por hoy; sabéis, no tenía intención de decir tanto como lo hice; de nada serviría; aun tú y Pierpont lo olvidaréis;parece algo tan imposible y tan lejano... como que se apagara el sol. Lo que quiero discutir es la posibilidad o la probabilidad de que un chino, un miembro de los Kuen-Yuin se encuentre aquí en este momento, en el bosque.
    —Si lo está —dijo Pierpont—, es posible que los fabricantes de oro le deban su descubrimiento.
    —No lo dudo ni por un instante —dijo Barris con seriedad.

    Cogí en la mano el pequeño globo de oro y examiné los caracteres que había grabados en él.

    —Barris —dijo Pierpont—, no me es posible creer en la hechicería mientras llevo uno de los trajes de caza de Sandford's en uno de cuyos bolsillos hay un volumen de la Duquesa con las páginas sin cortar todavía.
    —Tampoco yo —dije—, porque leo el Evening Post y sé que el señor Godkin no lo permitiría. ¡Vaya! ¿Qué sucede con esta bola de oro?
    —¿Qué sucede? — preguntó Barris torvamente.
    —Pues... pues, está cambiando de color... púrpura, carmesí... no, quiero decir, verde... ¡Dios de los Cielos! Los dragones se retuercen bajo mis dedos...
    —¡Imposible! — murmuró Pierpont inclinándose sobre mí—; esos no son dragones...
    —¡No! — exclamé excitado— Son imágenes de ese reptil que trajo Barris... Mirad, mirad como se arrastran y se vuelven...
    —Déjala caer —ordenó Barris; y yo arrojé la bola por tierra. En un instante todos nos habíamos arrodillado en la hierba junto a ella, pero la bola era otra vez de oro, con sus grotescos grabados de dragones y signos extraños.

    Pierpont, con la cara algo enrojecida, la recogió y se la alcanzó a Barris. Este la puso en una silla y se sentó a mi lado.

    —¡Pfui! — exclamé enjugándome el sudor de la cara—. ¿Cómo es el truco, Barris?
    —¿Truco? — dijo Barris despectivo.

    Miré a Pierpont y el corazón me dio un vuelco. Si no era un truco ¿qué era? Pierpont me devolvió la mirada y enojeció, pero todo lo que dijo fue:

    —Diabólicamente extraño.

    Y Barris respondió:

    —Diabólicamente, sí.

    Entonces Barris me pidió que volviera a contar mi historia, y yo lo hice, empezando por el instante en que me encontré en el soto con David hasta el momento en que salté a la espesura en sombras desde donde esa máscara amarilla se había sonreído como una calavera fantasma.

    —¿Intentamos encontrar la fuente? — pregunté al cabo de una pausa.
    —Sí... y... este... la joven —sugirió Pierpont vagamente.
    —No seas asno —dije con algo de impaciencia—, no es preciso que vengas, ya lo sabes.
    —Oh, iré —dijo Pierpont—, a no ser que me crean indiscreto...
    —Calla, Pierpont —dijo Barris—, esto es serio; jamás oí de semejante claro o de semejante fuente, claro que nadie conoce enteramente este bosque. Vale la pena intentarlo; Roy ¿puedes encontrar el camino de regreso hasta allí?
    —Sin dificultad —respondí—. ¿Cuándo nos ponemos en marcha?
    —Se echará a perder nuestra partida de caza —dijo Pierpont—, pero cuando uno tiene la oportunidad de encontrar en la realidad una mujer de ensueños...

    Me puse en pie profundamente ofendido, pero Pierpont no estaba muy compungido y su risa era irresistible.

    —La joven te pertenece por derecho, pues tú la descubriste —dijo—. Prometo no inmiscuirme en tus sueños... O soñar con otras mujeres...
    —Vamos, vamos —dije—, haré que Howlett te ponga en cama dentro de un minuto. Barris, si estás pronto... Podemos volver para la casa.

    Barris se había puesto en pie y me miraba con gravedad.

    —¿Qué ocurre? — pregunté nervioso, porque vi que su mirada se me clavaba en la frente, y recordé a Ysonde y la blanca cicatriz en forma de cuarto creciente.
    —¿Es eso una marca de nacimiento? preguntó Barris.
    —Sí ¿por qué, Barris?
    —Por nada, es una interesante coincidencia...
    —¿Cómo? ¡Por Dios...!
    —La cicatriz... o más bien, la marca de nacimiento. Es la huella de la garra del dragón: el símbolo en forma de cuarto creciente de Yue-Laou.
    —¿Y quién demonios es Yue-Laou? — pregunté bastante enfadado.
    —Yue-Laou, el Hacedor de Lunas, Dzil—Nbu de los Kuen-Yuin; es mitología china, pero creo que Yue-Laou ha retornado para gobernar a los Kuen-Yuin...
    —La conversación —interrumpió Pierpont— sabe a pavos reales, plumas y avispas con pintas amarillas. Las viruelas locas le han dejado su tarjeta de visita a Roy y Barris nos está tomando el pelo. Vamos, compañeros, y visitemos a la mujer de los sueños. Barris, oigo el ruido de galope; aquí vienen tus hombres.

    Dos jinetes chapalearon salpicando barro hasta la galería y desmontaron ante una señal de Barris. Noté que los dos llevaban rifles de repetición y pesados revólveres Colt.

    Siguieron a Barris con deferencia al comedor y en seguida oímos tintinear de platos y botellas y el bajo canturreo de la musical voz de Barris.

    Media hora más tarde volvieron a salir, saludaron a Pierpont y a mí y se alejaron galopando en dirección a la frontera de Canadá. Transcurrieron diez minutos y, como Barris no aparecía, nos pusimos en pie y entramos en la casa para encontrarío. Estaba sentado en silencio frente a la mesa observando el pequeño globo de oro, en el que refulgía ahora un fuego escarlata y anaranjado, brillante como un carbón encendido. Howlett, boquiabierto y los ojos que se le saltaban de las órbitas, estaba de pie petrificado detrás de él.

    —¿Vienes? — preguntó Pierpont algo sobresaltado. Barris no respondió. El globo, lentamente, recobró su color de oro pálido... pero la cara con que nos miró Barris estaba blanca como un papel. Luego se puso en pie y se sonrió con un esfuerzo que nos resultó penoso a todos.
    —Dadme un lápiz y un trozo de papel —dijo.

    Howlett los trajo. Barris se dirigió a la ventana y escribió rápidamente. Dobló el papel, lo puso en el cajón superior de su mesa escritorio, cerró el cajón, me dio la llave y nos hizo señas de que lo precediéramos.

    Cuando estuvimos otra vez bajo los arces, se volvió hacia mí con una expresión impenetrable.

    —Ya sabrás cuándo utilizar esa llave —dijo—. Ven, Pierpont, debemos tratar de encontrar la fuente de Roy.


    VI


    Esa tarde a las dos, por sugerencia de Barris, abandonamos la búsqueda del claro y atravesamos el bosque hasta el soto donde David y Howlett nos esperaban con nuestras escopetas y los tres perros.

    Pierpont me tomó el pelo implacablemente por la "mujer de ensueño", como la llamaba, y, si no hubiera sido por la significativa coincidencia de las preguntas de Ysonde y Barris acerca de la cicatriz blanca que tenía en la frente, yo sabría estado perfectamente persuadido que todo no había sido más que un sueño. Tal como el asunto se manifestaba, no tenía explicación alguna. No habíamos podido encontrar el claro, aunque cincuenta veces llegué a las señales que me convencieron que estábamos a punto de entrar en él. Durante toda la búsqueda Barris se mantuvo en silencio sin dirigirnos apenas una palabra. Nunca lo había visto antes con tal depresión de espíritu. No obstante, cuando avistamos el soto donde nos esperaba una pieza de gallo del bosque fría y una botella de Borgoña, Barris pareció recobrar su buen humor habitual.

    —¡Por la mujer de ensueño! — dijo Pierpont levantando la copa y poniéndose de pie.

    No me gustó. Aun cuando no fuera más que un sueño me irritaba oír la voz burlona de Pierpont. Quizá Barris lo comprendió, no lo sé, pero le pidió a Pierpont que se bebiera su vino sin hacer más bulla, y el joven obedeció con una confianza infantil que hizo casi sonreír a Barris.

    —¿Qué hay de las agachadizas, David? — pregunté—. El prado debe de estar en buenas condiciones.
    —No hay ni una agachadiza en el prado, señor —dijo David solemnemente.
    —Imposible —exclamó Barris—, no pueden haber partido.
    —Pues partieron, señor —dijo David con una voz sepulcral que apenas le reconocí.

    Los tres miramos al hombre con curiosidad a la espera de una explicación de esta decepcionante aunque asombrosa información.

    David miró a Howlett y Howlett examinó el cielo.

    —Yo iba —empezó el viejo con la mirada fija en Howlett— yo iba a lo largo del soto con los perros, cuando oí un ruido en el refugio y vi a Howlett que marchaba de prisa hacia mí. De hecho —continuó David—, puedo afirmar que corría. ¿Corría usted, Howlett?

    Howlett dijo con una tos decorosa:

    —Les pido perdón —dijo David—, pero preferiría que Howlett contara el resto. El vio cosas que yo no vi.
    —Prosigue Howlett —ordenó Pierpont sumamente interesado.

    Howlett tosió otra vez tras su manzana roja.

    —Lo que dice David es cierto, señor —empezó; observé a los perros desde cierta distancia, señor, cómo actuaban, y David se detuvo para encender la pipa tras el abedul cuando una cabeza asomó por el refugio sosteniendo un palo como si apuntara con él a los perros, señor...
    —¿Una cabeza que sostenía un palo? — preguntó Pierpont con severidad.
    —La cabeza y las manos, señor —explicó Howlett—, las manos sostenían un palo pintado... así, señor. "Howlett" me digo, "esto es bien raro", de modo que salto y corro, pero el miserable me había visto, y cuando llego a la altura de David, había desaparecido.

    "—¡Vaya, Howlett —me dice David—. ¿Cómo diablos —con su perdón—, señor —cómo llegó aquí? — dice en voz alta."
    "—¡Corra! le digo—. ¡E1 chino está azuzando a los perros!"
    "—¡Por Dios! ¿qué chino? — dice David apuntando con su escopeta a cada arbusto. Entonces me parece que lo veo y los dos corremos y corremos y los perros vienen saltando a nuestros talones, señor, pero no vemos al chino."

    —Yo contaré el resto —dijo David mientras Howlett tosió y se retiró modestasmente tras los perros.
    —Prosigue —dijo Barris con voz extraña.
    —Pues bien, señor, cuando Howlett y yo abandonamos la persecución, estábamos en el acantilado que da al prado del sur. Vi que había centenares de aves allí, en su mayoría zarapitos y frailecillos, y Howlett las vio también. Entonces, antes que pudiera decirle una sola palabra a Howlett, algo en el lago salpicó, una salpicadura como si todo el acantilado hubiera caído en el agua. Me asusté tanto que de un salto me oculté tras la maleza y Howlett se sentó de prisa, y todas las agachadizas giraron en lo alto, por centenares, todas chillando de miedo, y los patos silvestres pasaron aturdidos sobre el prado como si los persiguiera el diablo.

    David hizo una pausa y miró pensativo a los perros.

    —Prosigue —dijo Barris con la misma tensión en la voz.
    —Nada más, señor. Las agachadizas no volvieron.
    —Pero ¿la salpicadura en el lago?
    —No sé lo que fue, señor.
    —¿Un salmón? ¿Un salmón no podría haber asustado de ese modo a las agachadizas y a los patos?
    —No ¡oh, no, señor! Si cincuenta salmones hubieran saltado, no habrían producido semejante salpicadura. ¿No es cierto, Howlett?
    —De ningun modo —dijo Howlett.
    —Roy —dijo Barris por fin—, lo que nos cuenta David interrumpe la caza por hoy. Llevaré a Pierpont a la casa. David y Howlett nos seguirán con los perros... Tengo algo que decirles. Si quieres, ven; si no, ve a cazar un par de gallos del bosque para la cena y vuelve a las ocho si quieres ver lo que Pierpont y yo descubrimos anoche.

    David silbó para que Mioche y Gamin acudieran y siguió a Howlett cargado de enseres a la casa. Llamé a Voyou a mi lado, cogí mi escopeta y me volví a Barris.

    —Estaré de regreso a las ocho —dije—; esperas atrapar a uno de los fabricantes de oro ¿no es cierto?
    —Sí —dtjo Barris distraídamente.

    Pierpont empezó a hablar del chino, pero Barris le hizo señas de que lo siguiera y, saludándome con la cabeza, cogió el camino que Howlett y David habían seguido hacia la casa. Cuando desaparecieron, me puse la escopeta bajo el brazo y me volví bruscamente hacia el bosque mientras Voyou me seguía trotando a los talones.

    A pesar de mí mismo, la continua aparición del chino me ponía nervioso. Si volvía a molestarme, estaba firmemente decidido a pillarlo y averiguar qué estaba haciendo en los bosques del Cardenal. Si no podía dar una explicación satisfactoria, lo llevaría ante Barris como sospechoso de ser uno de los fabricantes de oro; lo pillaría de cualquier manera, pensé, y librarla al bosque de su fea cara. Me preguntaba qué sería lo que David había oído en el lago. Debió de haber sido un pez grande, un salmón, pensé; probablemente el caso del chino habría exasperado los nervios de David y Howlett.

    Un gemido del perro rompió el hilo de mis meditaciones y levanté la cabeza. Me detuve en seco.

    El claro perdido estaba delante de mí.

    El perro había ya entrado en él de un salto y corrido por el aterciopelado césped hacia la piedra tallada donde estaba sentada una esbelta figura. Vi que mi perro apoyaba su sedosa cabeza cariñosamente sobre su túnica de seda; vi la cara de ella inclinada sobre él y sin, respirar apenas, entré lentamente en el claro iluminado por el sol.

    Casi con timidez me tendió una blanca mano.

    —Ahora que ha venido —dijo— puedo mostrarle otros trabajos míos. Le dije que podía hacer otras cosas además de estas libélulas y mariposas en la piedra. ¿Por qué me mira así? ¿Se encuentra enfermo?
    —Ysonde —farfullé.
    —Sí—dijo ella con un ligero color bajo los ojos.
    —Yo... no esperaba volver a verla —dije con dificultad—. Tú... creí que eras un sueño... Pensé que había soñado...
    —¿Soñar conmigo? ¿Quizá soñaste. ¿Es eso tan raro?
    —¿Raro? — no... pero ¿dónde fuiste cuando... cuando nos inclinábamos juntos sobre la fuente? Veía tu cara... tu cara reflejada junto a la mía y de pronto sólo vi el cielo azul en que brillaba una estrella.
    —Fue porque te quedaste dormido —dijo— ¿no fue así?
    —¿Yo... dormido?
    —Te dormiste,... Pensé que estarías muy fatigado y regresé...
    —¿Regresaste? ¿A dónde?
    —A mi casa, donde tallo mis hermosas imágenes; mira, aquí hay una que traje para mostrarte.

    Cogí el animal esculpido que me ofrecía, un lagarto de oro macizo con frágiles alas desplegadas de oro tan delgado que el sol ardía a través de él y teñía el suelo de flamígeras manchas doradas.

    —¡Dios de los cielos! — exclamé. ¡Esto es asombroso! ¿Dónde aprendiste a hacer un trabajo semejante? ¡Ysonde, esto no tiene precio!
    —Oh, así lo espero —dijo ella con seriedad—. No me gusta vender mi obra, pero mi padrastro la coge y se la lleva. Esto es lo segundo que hago y ayer me dijo que debo dárselo. Supongo que es pobre.
    —No me explico cómo puede ser pobre si te da oro para esculpir —dije asombrado.
    —¡Oro! — exclamé—. ¡Oro! ¡Tiene una habitación llena! Él lo fabrica.

    Me senté en la hierba a sus pies enteramente amilanado.

    —¿Por qué me miras así? — preguntó ella algo perturbada.
    —¿Dónde vive tu padrastro?
    —Aquí.
    —¡Aquí!
    —En los bosques cerca del lago. Nunca podrías encontrar su casa.
    —¡Una casa!
    —Pues claro. ¿Creías que vive en un árbol? Qué tontería. Vivo con mi padrastro en una hermosa casa... una casa pequeña, pero muy hermosa. Él fabrica el oro allí, pero los hombres que se lo llevan jamás van a la casa porque no saben dónde se encuentra y, si lo supieran, no podrían entrar en ella. Mi padrastro lleva el oro a un saco de lona. Cuando el saco está lleno, lo lleva a los bosques donde viven los hombres y no sé qué hacen con él. Me gustaría que vendiera el oro y se enriqueciera, pues entonces podría regresar a, Yian donde todos los jardines son dulces y el río fluye bajo los mil puentes.
    —¿Dónde está esa ciudad? — pude musitar apenas.
    —¿Yian? No lo sé. El perfume y el sonido de las campanas de plata la llenan de dulzura todo el día. Ayer llevaba una flor de loto seca de Yian en el pecho y todos los bosques se llenaron de fragancia. ¿No la oliste?
    —Me preguntaba anoche si la habrías sentido. ¡Qué hermoso es tu perro! Lo amo. Ayer pensaba más en tu perro, pero anoche...
    —Anoche —repetí por debajo de mi aliento.
    —Pensé en ti. ¿Por qué lleyas la garra del dragón?

    Llevé la mano impulsivamente a la frente ocultando la cicatriz.

    —¿Qué sabes de la garra del dragón? — musité.
    —Es el símbolo de Yue-Laou y Yue-Laou gobierna a los Kuen-Yuin, dice mi padrastro. Mi padrastro me dice todo lo que sé. Vivimos en Yian hasta que tuve dieciseis años. Ahora tengo dieciocho; hace dos años que vivimos en el bosque. ¡Mira esos pájaros de color escarlata! ¿Qué son? Hay pájaros del mismo color en Yian.
    —¿Dónde está Yian, Ysonde? — pregunté con calma mortal.
    —¿Yian? No lo sé.
    —Pero tú has vivido allí.
    —Sí, mucho tiempo.
    —¿Está más allá del océano, Ysonde?
    —Está más allá de siete océanos y el gran río, más largo que la distancia de la tierra a la luna.
    —¿Quién te dijo eso?
    —¿Quién? Mi padrastro. Él me lo dice todo.
    —¿Quieres decirme su nombre Ysonde?
    —No lo sé, él es mi padrastro, eso es todo.
    —¿Y cuál es tu nombre?
    —Lo sabes, Ysonde.
    —Sí, pero el otro, el apellido.
    —Eso es todo, Ysonde. ¿Tú tienes dos nombres? ¿Por qué me miras con tanta impaciencia?
    —¿Tu padrastro fabrica oro? ¿Lo has visto hacerlo alguna vez?
    —Oh, sí. Lo fabricaba también en Yian, y me encantaba ver las chispas en la noche, revoloteando como abejas doradas. Yian es hermosa... es como nuestro jardín y los jardines de alrededor. Desde mi jardín puedo ver los mil puentes y la montaña blanca más allá...
    —¿Y la gente? ¡Háblame de gente, Ysonde! — la insté con gentileza.
    —¿La gente de Yian? Podía verla en enjambres, como hormigas, muchos millones que cruzaban y recruzaban los mil puentes.
    —Pero ¿qué aspecto tenían? ¿Vestían como yo?
    —No lo sé Estaban muy lejos, eran como manchas móviles sobre los mil puentes. Durante dieciséis años los vi cada día desde mi jardín, pero nunca salí de mi jardín a las calles de Yian porque mi padrastro me lo había prohibido por completo.
    —¿Nunca viste de cerca en Yian a un ser viviente? — le pregunté exasperado.
    —Mis pájaros, oh, pájaros de aspecto tan sabio, de color gris y rosado.

    Se inclinó sobre el agua y rozó la superficie con su tersa mano.

    —¿Por qué me haces estas preguntas? — musitó—. ¿Estás disgustado?
    —Háblame de tu padrastro —insistí—. ¿Tiene aspecto semejante al mío? ¿Viste, habla como yo? ¿Es americano?
    —¿Americano? No lo sé. No viste como tú, ni tampoco tiene tu aspecto. Es viejo, muy, muy viejo. A veces habla como tú, otras como lo hacen en Yian. También yo hablo de las dos maneras.
    —Entonces habla como lo hacen en Yian —la insté con impaciencia—, habla como... ¡Vaya! ¡Ysonde! ¿Por qué lloras? ¿Te he ofendido? No era mi intención... ¡Ni soñaba que te molestaría! Vamos, Ysonde, perdóname... Mira, te lo pido de rodillas a tus pies.

    Me interrumpí, mi mirada fija en una pequeña bola de oro que le colgaba de la cintura por una cadena dorada. La vi temblando sobre su muslo, la vi cambiar de color, ora carmesí, ora púrpura, ora llameante escarlata. Era el símbolo de los Kuen-Yuin.

    Ella se inclinó sobre mí y puso sus dedos suavemente en mi brazo.

    —¿Por qué me preguntas esas cosas? — inquirió, y las lágrimas le brillaban en las pestañas—. Me hace doler aquí —se presionó el pecho con la mano—, me duele. No sé por qué. ¡Ah, tienes los ojos duros y fríos otra vez! Miras la bola de oro que me cuelga de la cintura. ¿Deseas saber qué es?
    —Sí —murmuré con la mirada fija en el infernal color flameante que empalideció mientras hablaba cobrando otra vez un claro color dorado.
    —Es el símbolo de los Kuen-Yuin —dijo con voz temblorosa—. ¿Por qué lo preguntas?
    —¿Es tuyo?
    —S—sí.
    —¿Cómo lo obtuviste? — grité con aspereza.
    —Mi... mi padras...

    Luego me apartó de sí con toda la fuerza de sus delgadas muñecas y se cubrió la cara.

    Si la rodeé con el brazo y la atraje hacia mí, si borré con mis besos las lágrimas que se escurrían lentamente entre sus dedos, si le dije cuánto la amaba —¡cómo me dañaba el corazón verla desdichada!—, después de todo eso era cuestión mía. Cuando se sonrió a través de las lágrimas, el puro amor y la dulzura que había en sus ojos elevó mi alma más alto que la vaga luna que lucía en el cielo azul iluminado por el sol. Mi felicidad fue tan súbita, tan aguda y abrumadora que sólo pude quedarme allí de rodillas, con sus dedos entrelazados con los míos, con la mirada alzada hacia la bóveda azul y la pálida luna. Entonces algo entre las largas hierbas junto a mí se movió cerca de mis rodillas y un húmedo hedor acre invadió mis narices.

    —¡Ysonde! — grité, pero el tacto de su mano ya había desaparecido y mis dos puños cerrados estaban fríos y húmedos de rocío.
    —¡Ysonde! — volví a llamar, con la lengua rígida de miedo; pero llamé como alguien que despierta de un sueño, de un horrible sueño, porque las ventanas de la nariz se me estremecían por el húmedo olor acre del cangrejo—reptil que se me pegaba a la rodilla. ¿Por qué la noche había caído tan pronto...? ¿Y dónde me encontraba? ¿Dónde? Rígido, helado, desgarrado y sangrante, tendido como un cadáver en mi propio umbral mientras Voyou me lamía la cara y Barris se inclinaba sobre mí a la luz de una lámpara que resplandecía y humeaba en la brisa de la noche como una antorcha. ¡Ajjj! El olor asfixiante de la lámpara me despertó y grité:
    —¡Ysonde!
    —¿Qué diablos pasa? — murmuró Pierpont levantándome en sus brazos como a un niño—. ¿Has sido apuñalado, Barris?


    VII


    En unos pocos minutos fui capaz de mantenerme en pie e ir con rigidez a mi dormitorio donde Howlett me tenía preparado un baño caliente y un vaso de whisky escocés más caliente todavía. Pierpont, con una esponja, me limpiaba la sangre que se me había coagulado en la garganta. El corte era poco profundo, el mero pinchazo de una espina. Un lavado de cabeza me despejó la mente y una inmersión en agua fría y una fricción con alcohol hicieron el resto.

    —Ahora —dijo Pierpont—, trágate el whisky caliente y acuéstate. ¿Quieres algo de gallo del bosque al horno? Muy bien, creo que te estás recuperando.

    Barris y Pierpont me observaban mientras yo, sentado en el borde de la cama, masticaba solemnemente el huesecillo de los deseos del gallo y sorbía mi Bordeaux con suma complaciencia.

    Pierpont suspiró de alivio.

    —De modo —dijo con agrado— que no había sido nada. Creí que te habían apuñalado...
    —No estaba intoxicado —repliqué cogiendo serenamente un trocito de apio.
    —¿Sólo un pinchazo? — preguntó Pierpont pleno de cariñoso interés.
    —¡Tonterías! — dijo Barris—. Déjalo en paz. ¿Quieres algo más de apio, Roy? Te hará dormir.
    —No quiero dormir —respondí—. ¿Cuándo atraparéis a vuestro fabricante de oro tú y Pierpont?

    Barris consultó su reloj y lo cerró bruscamente.

    —Dentro de una hora. ¿No te propondrás venir con nosotros?
    —Pues, sí. Alcánzame una taza de café, Pierpont ¿quieres? Eso eso que me propongo hacer. Howlett, tráeme la nueva caja de Panatella's... La importada suave; y deja la jarra. Ahora Barris, voy a vestirme, y tú y Pierpont quedaos quietos y escuchad lo que tengo que decir. ¿Está esa puerta bien cerrada?

    Barris le echó cerrojo y se sentó.

    —Gracias —dije—. Barris ¿dónde se encuentra la ciudad de Yian?

    Una expresión emparentada con la del terror resplandeció en los ojos de Barris y vi que por un momento dejaba de respirar.

    —No existe tal ciudad —dijo por último—. ¿He estado hablando en sueños?
    —Es una ciudad —continué con calma— en la que el río serpentea bajo los mil puentes, donde los jardines tienen dulce fragancia y en el aire resuena la música de las campanas de plata...
    —¡Basta! — dijo Barris jadeante, y se puso en pie tembloroso. Había envejecido diez años.
    —Roy —intervino Pierpont severo— ¿por qué diablos atormentas a Barris?

    Miré a Barris y él me miró a mí. Al cabo de un segundo o dos volvió a sentarse.

    —Prosigue, Roy —dijo.
    —Debo hacerlo —respondí—, porque ahora estoy seguro de que no he soñado.

    Les dije todo; pero aun mientras lo contaba, todo parecía tan vago, tan irreal, que a veces me interrumpía con la sangre caliente que me resonaba en los oídos, pues parecía imposible que hombres juiciosos pudieran hablar seriamente de tales cosas en el año 1896 después de Cristo.

    Tuve miedo por Pierpont, pero éste ni siquiera sonreía. Hundida sobre el pecho y la pipa apagada asida fuertemente con ambas manos.

    Cuando hube terminado, Pierpont se volvió lentamente y miró a Barris. Dos veces movió los labios como si fuera a preguntar algo y luego permaneció mudo.

    —Yian es una ciudad —dijo Barris como si hablara en sueños—. ¿Es eso lo que querías saber, Pierpont?

    Los dos asentimos con la cabeza en silencio.

    —Yian es una ciudad —repitió Barris— donde el gran río serpentea bajo mil puentes... donde los jardines tienen dulce aroma y el aire se llena de la música de las campanas de plata.

    Mis labios formaron la pregunta:

    —¿Dónde está la ciudad?
    —Se extiende —dijo Barris casi quejumbroso— más allá de los siete océanos y el río que es más largo que la distancia que separa la tierra de la luna.
    —¿Qué quieres decir? — preguntó Pierpont.
    —Ah —dijo Barris rehaciéndose con esfuerzo y levantando la mirada que había mantenido baja—, estoy usando las alegorías de otra tierra; dejémoslo pasar. ¿No os he hablado de los Kuen-Yuin? Yian es el centro de los Kuen-Yuin. Se esconde en esa sombra gigantesca llamada China, vaga y vasta como los Cielos de la medianoche... un continente desconocido, impenetrable.
    —¿Impenetrable? — repitió Pierpont bajo su aliento.
    —Lo he visto —dijo Barris como entre sueños—. He visto las llanuras muertas de la negra Catay y he cruzado las montañas de la Muerte, cuyas cimas se elevan por sobre la atmósfera. He visto la sombra de Xangi arrojada sobre Abddon. ¡Es mejor morir a un millón de millas de Yezd y Ater Quedah que haber visto de cerca el loto blanco a la sombra de Xangi! He dormido entre las ruinas de Xaindu donde los vientos nunca cesan y el Wulwulleh es lamentado por los muertos.
    —¿Y Yian? — insté gentilmente.

    Había una mirada que no era de este mundo en su cara cuando se volvió hacia mí.

    —Yian... he vivido allí... y he amado allí. Cuando el aliento de mi cuerpo cese, cuando la garra del dragón se desvanezca de mi brazo —se desgarró la manga y vimos un cuarto creciente blanco que le brillaba sobre el codo—, cuando la luz de mis ojos se haya apagado para siempre, ni siquiera entonces olvidaré la ciudad de Yian. Pues... ¡es mi hogar! ¡El mío! El río y los mil puentes, el pico blanco más allá, los jardines de dulce aroma, los lirios, el placentero ruido de los vientos del verano, cargado de la música de las abejas y de la música de las campanas... todas esas cosas son mías. ¿Creéis acaso que porque los Kuen-Yuin temían la garra del dragón en mi brazo he terminado con ellos? ¿Creéis que porque Yue-Laou podía dar, yo reconozco su derecho a quitar? ¿Es él Xangi, en cuya sombra el loto blanco no osa levantar la cabeza? ¡No, no! — gritó con violencia ¡No fue de Yue-Laou, el hechicero, el Hacedor de Lunas, de quien vino mi felicidad! ¡Era real, no era una sombra para desvanecerse como una pompa de color! ¿Puede un hechicero crear y dar a un hombre la mujer que ama? ¿Es Yuen—Laou tan grande como Xangi entonces? Xangi es Dios. En Su propio tiempo, en Su infinita bondad y clemencia me devolverá otra vez la mujer que amo. Y sé que ella me espera a los pies de Dios.

    En el tenso silencio que siguió, pude oír el latido redoblado de mi corazón, y vi la cara de Pierpont, pálida y transida de piedad. Barris se sacudió y levantó la cabeza. El cambio habido en su cara rojiza me asustó.

    —¡Atención! — dijo dirigiéndome una terrible mirada— tienes en la frente la huella de la garra del dragón, y Yue-Laou lo sabe. Si debes amar, ama como un hombre, porque sufrirás como un alma en el infierno al final. Dime otra vez su nombre.
    —Ysonde —respondí simplemente.


    VIII


    A las nueve de esa noche atrapamos a uno de los fabricantes de oro. No sé cómo Barris le había tendido la trampa; todo lo que vi del asunto puede contarse en un minuto o dos.

    Nos habíamos apostado en el camino de Cardenal a una milla de la casa poco más o menos, Pierpont y yo, con revólveres desenfundados a un lado, bajo el nogal ceniciento, Barris al otro con un Winchester cruzado sobre las rodillas.

    Acababa de preguntarle a Pierpont la hora, y él tanteaba en busca de su reloj, cuando a lo lejos camino arriba oímos el galope de un caballo que se acercaba más y más con creciente estruendo de cascos hasta pasar a nuestro lado. Entonces el rifle de Barris escupió fuego y la masa oscura, caballo y jinete, se desmoronaron en el polvo. Pierpont en un segundo tuvo asido por el cuello al jinete a medias atontado; el caballo había muerto; cuando encendimos una rama de pino para examinar al individuo, los dos jinetes de Barris se acercaron al galope y tiraron de las riendas junto a nosotros.

    —¡Hm! — dijo Barris frunciendo el ceño— Es el "Abrillantador" o yo soy un contrabandista de licores.

    Nos agrupamos curiosos para ver al "Abrillantador". Era pelirrojo, gordo e inmundo, y sus ojillos rojos le ardían en la cabeza como los de un cerdo airado.

    Barris le revisé los bolsillos metódicamente mientras Pierpont lo sujetaba y yo sostenía la antorcha. El,Abrillantador era una mina de oro; los bolsillos, la camisa, las cañas de las botas, el sombrero, aun los puños sucios que mantenía apretados y sangrantes, reventaban de pálido oro amarillo. Barris dejó caer este "oro lunar", como habíamos llegado a llamarlo, en los bolsillos de su chaqueta de caza, y se apartó para interrogar al prisionero. Volvió al cabo de unos pocos minutos e hizo señas a sus hombres montados para que se hicieran cargo del Abrillantador. Los observamos; conducían lentamente a sus caballos con el rifle sobre el muslo, adentrándose lentamente en la oscuridad mientras el Abrillantador, fuertemente atado arrastraba torvo los pies entre ellos.

    —¿Quién es el Abrillantador? — preguntó Pierpont deslizándose nuevamente el revólver en el bolsillo.
    —Un contrabandista de licores, un falsificador y un asaltante de caminos —dijo Barris—, y probablemente un asesino. Drummond se alegrará de verlo, y creo que es probable que lo persuada de confesar lo que se negó a confesarme a mí.
    —¿Se negó a hablar? — pregunté.
    —No dijo ni una sílaba. Pierpont, ya no tienes más que hacer.
    —¿Nada más que hacer? ¿No regresas con nosotros, Barris?
    —No —dijo Barris.

    Caminamos por el camino oscuro en silencio por un rato, mientras me preguntaba que intentaría hacer Barris, pero él no dijo nada más hasta que llegamos a nuestra galería. Allí tendió su mano primero a Pierpont y luego a mí despidiéndose como si estuviera por emprender un largo viaje.

    —¿Cuándo estarás de regreso? — le pregunté en alta voz cuando ya se acercaba al portalón. Atravesé el prado otra vez y otra vez nos tomó la mano con un sereno afecto del que no lo creía capaz.
    —Iré —dijo— a poner fin a la fabricación de oro esta misma noche. Sé que jamás sospechasteis lo que me traía entre manos durante mis solitarios paseos nocturnos después de la cena. Os lo diré. Ya he matado sin hacer ruido a cuatro de estos fabricantes de oro. Mis hombres los pusieron bajo tierra junto al mojón cuarto, Quedan tres con vida: el Abrillantador que atrapamos, otro criminal llamado "Amarillo" o "Yaller" en el hábla vernacular y el tercero...

    "Al tercero no lo he visto nunca. Pero sé quién y qué es... lo sé; y si es de carne humana y de sangre, su sangre será derramada esta noche.

    Mientras hablaba, un débil ruido que venía desde más allá del prado atrajo mi atención. Un hombre montado avanzaba en silencio a la luz de las estrellas por las tierras esponjosas. Cuando estuve cerca, Barris encendió una cerilla, y vimos que llevaba un cadáver cruzado sobre la montura.

    —Yaller, coronel Barris —dijo el hombre, tocándose el flácido sombrero como saludo.

    La lúgubre aparición del cadáver hizo que me estremeciera y al cabo de un instante de haber examinado el rígido cuerpo de grandes ojos abiertos, retrocedí.

    —Identificado —dijo Barris—, llévalo a puesto del mojón cuarto y envía sus efectos a Washington... sellados, Johnstone, tenlo en cuenta.

    El hombre se alejó a medio galope con su carga fantasmal, y Barris nos estrechó la mano por última vez. Luego se alejó alegremente con una broma en los labios, y Pierpont y yo nos volvimos a casa.

    Durante una hora fumamos ensimismados en la sala ante el fuego, hablando muy poco, hasta que Pierpont dijo de pronto:

    —Habría querido que Barris hubiera llevado consigo a uno de nosotros esta noche.

    El mismo pensamiento me había estado rondando en la cabeza, pero dije:

    —Barris sabe lo que hace.

    Esta conversación no nos sirvió de consuelo ni abrió el camino de la conversación, y al cabo de unos pocos minutos Pierpont me dio las buenas noches y llamó a Howlett para que le trajera agua caliente. Cuando Howlett lo dejó bien arropado en cama, dejé encendida sólo una lámpara, envié a los perros con David y despedí a Howlett por esa noche.

    No sentía deseos de retirarme porque sabía que no podría dormir. Había un libro abierto en la mesa junto al fuego, lo cogí y leí una página o dos, pero tenía la mente en otras cosas.

    La persiana de la ventana estaba abierta y miré el firmamento cuajado de estrellas. No había luna esa noche, pero el cielo estaba cubierto de estrellas titilantes y una pálida irradiación, más brillante aún que la de la luna, cubría el prado y el bosque. A lo lejos oía la voz del viento, un cálido viento suave que murmuraba un nombre, Ysonde.

    —Escucha —suspiró la voz del viento, y "escucha" repitieron como un eco las ramas mecidas de los árboles con cada hoja estremecida. Escuché.

    Donde las largas hierbas temblaban con la cadencia del grillo, oía su nombre, Ysonde; lo oía en la susurrante madreselva donde revoloteaban grises mariposas nocturnas; lo oía en el repetido gotear del rocío en la galería. El silencioso arroyo del prado murmuraba su nombre, las ondulantes corrientes del bosque lo repetían, Ysonde, Ysonde, hasta que toda la tierra y el cielo se colmaron del suave tremor, Ysonde, Ysonde, Ysonde.

    Un tordo nocturno cantaba en la espesura junto al porche, y yo me deslicé a la galería para escuchar. Al cabo de un momento volvió a empezar algo más lejos. Me aventuré por el camino. Otra vez lo oí a lo lejos en el bosque, y lo seguí, porque sabía que cantaba de Ysonde.

    Cuando llegué al sendero que abandona el camino principal y conduce al refugio del Dulce Helecho en el seto, vacilé; pero la belleza de la noche me sedujo y seguí adelante mientras los tordos nocturnos me llamaban desde la espesura. En la irradiación estelar, arbustos, hierbas, flores del campo se destacaban distintos, pues no había luna que arrojara sombras. Prado y arroyo, bosquecillo y río estaban iluminados por el pálido resplandor. Como grandes lámparas encendidas, los planetas colgaban del alto cielo abovedado y a través de sus rayos misteriosos, las estrellas fijas, calmas, serenas, miraban desde lo alto como ojos.

    Vadeé hasta la cintura por campos de varas de oro cubiertas de rocío, a través de tréboles tardíos y avena silvestre, eglantinas de frutos carmesíes, moras y ciruelos salvajes, hasta que el acallado murmullo del arroyo Wier me advirtió que el camino había terminado.

    Pero no me detuve porque en el aire nocturno pesaba el perfume de los nenúfares y a lo lejos, por sobre los acantilados boscosos y el húmedo prado más allá, había un distante fulgor de plata, y oí el murmullo de las adormecidas aves acuáticas. El camino estaba despejado, salvo por los densos renuevos de los arbustos y las trampas que tendían las malezas.

    Los tordos nocturnos habían cesado su canto, pero no tenía deseos de la compañía de criaturas vivientes. Esbeltas figuras veloces se me cruzaban como dardos en el camino por intervalos, delgados visones que huían como sombras a mi paso, nervudas comadrejas y gordas ratas almizcleras que avanzaban presurosas a una cita o una matanza.

    Nunca había visto tantos animalitos del bosque en movimiento. Empecé a preguntarme dónde se dirigían con tanta prisa, por qué se precipitaban todos en la misma dirección. Ora me cruzaba una liebre que iba saltando entre las malezas, ora un conejo que se escurría. Al penetrar el segundo bosquecillo de abedules, dos zorros se deslizaron junto a mí; algo más adelante una gama irrumpió desde los arbustos, y de cerca la siguió un lince con ojos brillantes como brasas.

    No hizo caso de la gama ni de mí, sino que se alejó de prisa hacia el norte.

    El lince estaba huyendo.

    —¿De qué? — me pregunté asombrado. No había incendio en el bosque, ni ciclón, ni inundación.

    Si Barris hubiera pasado por allí ¿habría sucitado semejante éxodo? Imposible; ni siquiera un regimiento en el bosque había podido poner en fuga a estas aterradas criaturas.

    "¿Qué demonios —pensé, volviéndome para contemplar el vuelo decidido de un martín pescador—, qué demonios puede haber espantado a los animales a esta hora de la noche?"

    Miré el cielo. El plácido fulgor de las estrellas detenidas me serenó y avancé por el estrecho sendero bordeado de abetos que conduce a la orilla del Lago de las Estrellas.

    Viburnos silvestres y enredaderas me trataban los pies, ramas cubiertas de rocio me humedecían y las duras agujas de los abetos me arañaban la cara mientras me abría camino por sobre troncos cubiertos de musgo y profundos montecillos esponjosos de hierbas hasta la grava nivelada de las orillas del lago.

    Aunque no soplaba viento, pequeñas ondas se apresuraban en el lago y las oí romper sobre el pedregullo. En la pálida luz de las estrellas miles de nenúfares levantaban hacia el cielo sus cálices a medias cerrados.

    Me tendí cuan largo era en la orilla y, con la barbilla apoyada en la mano, contemplé la orilla opuesta del lago.

    Las ondas del lago avanzaban salpicando a lo largo de la orilla, cada vez más altas, cada vez más cercanas, hasta que una película de agua, delgada y resplandeciente como la hoja de un cuchillo, llegó hasta mis codos. No podía entenderlo; el lago crecía, pero no había llovido. A lo largo de toda la costa el agua crecía; oí las ondas entre las juncias; las plantas a mi lado se anegaban. Los nenúfares se mecían en las pequeñas olas, cada uno elevándose, hundiéndose, elevándose otra vez hasta que todo el lago resplandeció de ondulantes flores. ¡Qué dulce y profunda era la fragancia de los nenúfares! Y ahora el agua descendía lentamente, las ondas retrocedían apartándose del borde de la orilla hasta que las blancas piedrecillas aparecieron otra vez, brillantes como la escarcha de un vaso lleno hasta el borde.

    Ningún animal que nadara en la oscuridad a lo largo de la orilla, ningún salmón que emergiera podría haber anegado la entera orilla como si la onda de un gran barco hubiera surcado las aguas. ¿Podría haber sido la inundación consecuencia de alguna lluvia precipitada a lo lejos en el bosque y llegada aquí por el arroyo de la Presa? Esta era la única explicación que le encontraba, aunque cuando había cruzado el arroyo de la Presa no había notado que estuviera crecido.

    Y mientras yacía allí pensando, sopló una ligera brisa y vi la superficie del lago blanquear de lirios.

    A mi alrededor suspiraban los alisos; oí que el bosque tras de mí se agitaba; las ramas entrecruzadas se frotaban suavemente corteza contra corteza. Algo —quizá fuera un búho— salió de la noche, bajó, levantó vuelo y volvió a perderse y lejos, más allá de las aguas oí su ligero grito salir de las sombras: Ysonde.

    Entonces, por primera vez, porque tenía el corazón colmado, me eché de bruces llamándola por su nombre. Tenía los ojos húmedos cuando levanté la cabeza —porque el agua crecía nuevamente— y mi corazón latía pesadamente:

    —Ya nunca más, nunca más.

    Pero mi corazón mentía porque mientras alzaba la cabeza hacia las serenas estrellas, la vi en pie silenciosa cerca de mí; y pronuncié su nombre muy quedo, Ysonde. Ella extendió ambas manos.

    —Me sentí sola —dijo y fui al claro, pero el bosque está lleno de animales espantados que me asustaron a mí. ¿Ha sucedido algo en los bosques? Los ciervos huyen hacia las tierras altas.

    Tenía su mano inmóvil en la mía mientras avanzábamos a lo largo de la orilla, el golpeteo de las ondas sobre la roca no era más bajo que nuestras voces.

    —¿Por qué me dejaste sin decir palabra allí en la fuente del claro? — me preguntó.
    —¡Yo,dejarte...!
    —En verdad lo hiciste, corriste veloz con tu perro internándote entre la maleza y los arbustos... oh, me asustaste.
    —¿Te he dejado de ese modo?
    —Sí... después de...
    —De que me besaste.

    Entonces nos recostamos juntos y contemplamos las negras aguas en las que había engarzadas estrellas, como nos habíamos inclinado juntos sobre la fuente del claro.

    —¿Lo recuerdas? — pregunté.
    —Sí. Mira en el agua hay engarzadas estrellas de plata... por todas partes flotan lirios blancos, y las estrellas debajo, en lo profundo.
    —¿Qué flor es ésa que tienes en la mano?
    —Un loto acuático blanco.
    —Cuéntame de Yue-Laou, Dzil Nbu de los Kuen-Yuin. — susurré levantándole la cabeza para poder verle los ojos.
    —¿Te gustaría escucharlo?
    —Sí, Ysonde.
    —Todo lo que sé te pertenece ahora, como te pertenezco yo, todo lo que soy. Acércate. ¿Quieres saber de Yue-Laou? Yue-Laou es Dzil—Nbu de los Kuen Yuin. Vivió en la Luna. Es viejo... muy, muy viejo, y una vez antes que viniera a regir a los Kuen-Yuin, era el viejo que une con una cuerda de seda a todas las parejas predestinadas, de modo tal que nada después puede prevenir la unión. Pero todo eso ha cambiado desde que vino a regir a los Kuen-Yuin. Ahora ha pervertido a los Xin —los genios bondadosos de China— y ha modelado con sus cuerpos retorcidos un monstruo que llama el Xin. Este monstruo es horrible, porque no sólo vive en su propio cuerpo, sino que tiene miles de espantables satélites, criaturas vivientes sin boca, ciegas, que se mueven cuando el Xin se mueve, como un mandarín y su escolta. Son parte del Xin, aunque no estén unidos con él. No obstante, si se lastima a uno de los satélites, el Xin se retuerce de dolor. Es terrible... ese enorme bulto viviente y esas criaturas esparcidas como dedos arrancados que se retuercen alrededor de una mano espantosa.
    —¿Quién te ha contado eso?
    —Mi padrastro.
    —¿Tú lo crees?
    —Sí. He visto a una de las criaturas del Xin.
    —¿Dónde, Ysonde?
    —Aquí, en estos bosques.
    —Entonces ¿crees que hay un Xin aquí?
    —Debe haberlo... quizás en el lago.
    —¡Oh! ¿los Xins habitan en los lagos?
    —Sí, y en los siete mares. Aquí no tengo miedo.
    —¿Por que?
    —Porque llevo el símbolo de los Kuen-Yuin.
    —Entonces yo no estoy a salvo —dije sonriendo.
    —Sí, lo estás, porque te sostengo entre mis brazos. ¿Te cuento algo más sobre el Xin? Cuando el Xin está a punto de dar muerte a un hombre los perros de Yeth galopan en la noche...
    —¿Qué son los perros de Yeth, Ysonde?
    —Los perros de Yeth no tienen cabeza. Son los espíritus de niños asesinados, que merodean por los bosques en la noche, emitiendo sonidos plañideros.
    —¿Crees en eso?
    —Sí, porque he llevado el loto amarillo...
    —El loto amarillo...
    —El amarillo es el símbolo de la fe...
    —¿Dónde?
    —En Yian —dijo débilmente.

    Al cabo de un rato, le pregunté:

    —Ysonde ¿sabes que hay un Dios?
    —Dios y Xangi son uno.
    —¿Has oído alguna vez de Cristo?
    —No —respondió quedamente.

    El viento empezó a soplar otra vez entre la copa de los árboles. Sentí que sus manos se cerraban en las mías.

    —Ysonde —volví a preguntar— ¿crees en los hechiceros?
    —Sí, los Kuen-Yuin son hechiceros; Yue-Laou es un hechicero.
    —¿Has sido testigo de brujerías?
    —Sí, el satélite reptil del Xin...
    —¿Y algo más?
    —Mi hechizo... la bola de oro, el símbolo de los Kuen-Yuin. ¿No la has visto cambiar...? ¿No has visto los reptiles retorcerse...?
    —Sí —contesté lacónico, y luego permanecí en silencio, porque un repentino estremecimiento de aprensión me había asido. También Barris había hablado grave, ominoso de los hechiceros, los Kuen-Yuin, y yo había visto con mis propios ojos los reptiles grabados girar y retorcerse en el globo resplandeciente.
    —Sin embargo —dije en voz alta—, Dios existe y la hechicería no es más que un nombre.
    —Ah —murmuró Ysonde, acercándoseme aún más—, en Yian dicen que los Kuen-Yuin existen; Dios no es más que un nombre.
    —Mienten —susurré con fiereza.
    —Ten cuidado —me rogó— puede que te oigan. Recuerda que tienes la marca de la garra del dragón en la frente.
    —¿Y qué? pregunté, recordando al mismo tiempo la marca blanca en el brazo de Barris.
    —¡Ah! ¿no sabes que los que tienen la marca de la garra del dragón son seguidos por Yue-Laou para bien o para mal y que el mal significa la muerte si lo ofendéis?
    —¿Tú crees eso? — pregunté con impaciencia.
    —Lo sé—dijo ella suspirando.
    —¿Quién te contó todo esto? ¿Tu padrastro? ¿Qué es él entonces, en nombre del Cielo... un chino?
    —No lo sé; no es como tú.
    —¿Te ha... te ha dicho algo acerca de mí?
    —Sabe de ti... no, yo no le he dicho nada... ¡Ah! ¿qué es esto...? Mira, una cuerda, una cuerda de seda en torno a tu cuello... ¡y en torno al mío!
    —¿De dónde salió esto? — pregunté asombrado.
    —Debe de ser... debe de ser Yue-Laou que me ata a ti... es como mi padrastro lo dijo... él dijo que Yue-Laou nos uniría...
    —Tonterías —dije casi con rudeza, y cogí la cuerda de seda, pero para mi sorpresa, se deshizo en mi mano como si fuera humo.
    —¿Qué significan todos estos malditos trucos? — murmuré irritado, pero mi irritación se desvaneció al pronunciar las palabras y un estremecimiento convulsivo me sacudió entero. De pie a la orilla del lago, a una pedrada de distancia, se encontraba una figura retorcida y encorvada... Era un viejecito que despedía chispas de un carbón encendido que tenía en la palma desnuda soplando en él. El carbón resplandecía con creciente intensidad iluminando la cabeza semejante a una calavera del anciano y arrojando un fulgor rojizo en la arena a sus pies. Pero ¡la cara! ¡La espantosa cara china sobre la que la luz titilaba! ¡Y los oblicuos ojos de serpiente que echaban chispas a medida que el carbón refulgía más ardiente! ¡Carbón! No era carbón, sino un globo de oro que teñía la noche con llamas carmesíes... era el símbolo de los Kuen-Yuin.
    —¡Mira! ¡Mira! — jadeó Ysonde temblando violentamente—. ¡Mira la luna que se remonta entre sus dedos! Oh, creí que era mi padrastro y es Yue-Laou, el Hacedor de Lunas... ¡No, no! Es mi padrastro... ¡Oh, Dios, son el mismo!

    Helado de terror, me dejé caer de rodillas buscando a tientas mi revólver que abultaba en el bolsillo de mi chaqueta; pero algo me detuvo... algo que me ceñía como una red de fuerte trama sedosa. Me debatí y luché, pero la red me ajustaba cada vez más... nos rodeaba por todas partes atrayéndonos, volcándonos el uno en los brazos del otro hasta que yacimos juntos, unidos mano, cuerpo y pie, palpitantes, jadeantes como un par de palomas en una red.

    ¡Y esa criatura allí en la orilla! Cuán no fue mi horror al ver una luna enorme y plateada alzarse como una burbuja de entre sus dedos, elevarse más y más en el aire inmóvil y quedarse suspendida en lo alto en el cielo de medianoche, mientras otra luna se alzaba de entre sus dedos, y otra y otra más, hasta que la vasta expansión del cielo quedó cubierta de lunas y la tierra chisporroteaba como un diamante en el blanco fulgor.

    Un fuerte viento empezó a soplar desde el este y trajo a nuestros oídos un prolongado aullido luctuoso... un grito tan extraterreno, que por un instante nuestros corazones se detuvieron.

    —¡Los perros de Yeth! — dijo Ysonde sollozando—. ¿Los oyes? ¡Corren por el bosque! ¡El Xin está cerca!

    Entonces todo a nuestro alrededor en las hierbas secas de las juncias se oyó un crujido como si se arrastraran animales pequeños y un acre hedor húmedo llenó el aire. Conocía el olor, vilas criaturas semejantes a cangrejos y arañas aparecer como un enjambre a mi alrededor y arrastrar sus cuerpos de amarillo vello por entre las hierbas apartadas. Pasaban por centenares envenenando el aire, cayendo, retorciéndose, arrastrándose con las ciegas cabezas alzadas y sin boca. Los pájaros medio adormilados y confundidos por la oscuridad se alejaban volando delante de ellos con temor impotente, los conejos saltaban fuera de sus madrigueras, las comadrejas se deslizaban como sombras huidizas. Las criaturas del bosque que quedaban se pusieron en marcha y huyeron de la asquerosa invasión; oí el lamento de una aterrorizada liebre, el resoplido de un ciervo espantado y el torpe galope de un oso; todo el tiempo me estaba ahogando, medio sofocado por el aire envenenado.

    Entonces, mientras me debatía para librarme de la trama de seda que me rodeaba, miré con mortal terror al hechicero y vi que se volvía sobre sus pasos.

    —¡Alto! — exclamé una voz de entre los arbustos.
    —¡Barris! — grité dando casi un salto en mi agonía.

    Vi al hechicero saltar hacia adelante, oí el bang, bang, bang de un revólver y, al caer el hechicero sobre el borde del agua, vi a Barris avanzar en el blanco resplandor y disparar otra vez, una, dos, tres veces sobre la figura que se retorcía a sus pies.

    Entonces ocurrió algo espantoso. Del negro lago surgió una sombra, una innombrable masa informe sin cabeza, ciega, gigantesca, que boqueaba de un extremo al otro.

    Una gran ola dio contra Barris y éste cayó, otra lo arrastró por las piedras, otra lo llevó remolineando al agua y entonces... entonces esa cosa se abalanzó sobre él... y yo me desvanecí.


    ***

    Esto es, pues, todo lo que sé acerca de Yue-Laou y el Xin. No temo el ridículo a que puedan exponerme los científicos o la prensa, porque he dicho la verdad. Barris se ha ido y la cosa que lo mató vive hoy en el Lago de las Estrellas mientras que sus arácnidos satélites rondan por los bosques del Cardenal. La caza ha huido, los bosques alrededor del lago se han vaciado de criaturas vivientes, salvo los reptiles que se arrastraban cuando el Xin se mueve en las profundidades del lago.

    El general Drummond sabe lo que ha perdido con Barris, y nosotros, Pierpont y yo, también lo sabemos. Encontramos su testamento en el cajón del que me había dado la llave.

    Estaba envuelto en un papel en el que había escrito:

    Yue-Laou, el hechicero, se encuentra aquí en los bosques del Cardenal. Debo matarlo o, de lo contrario, él me matará a mí. Él hizo y me dio la mujer que amé... El la hizo —yo lo vi—; la hizo con un capullo de loto acuático de color blanco. Cuando nació nuestra hija, se presentó de nuevo ante mi y me exigió la devolución de la mujer que amaba. Entonces, cuando me negué, se fue, y esa noche mi esposa y mi hija desaparecieron de mi lado y encontré en la almohada de ella un capullo de loto blanco. Roy, la mujer de tu sueño, Ysonde, quizá sea mi hija. Dios te asista si la amas, porque Yue-Laou da... y quita, como si fuera Xangi, que es Dios. Mataré a Yue-Laou antes de abandonar este bosque... o él me matará a mí.
    FRANKLYN BARRIS


    Ahora el mundo sabe lo que Barris pensaba de los Kuen-Yuin y de Yue-Laou. Veo que los periódicos están empezando a entusiasmarse con los atisbos que les ha procurado Li-Hung-Chang acerca del negro Catay y los demonios de los Kuen-Yuin. Los Kuen-Yuin están al acecho.

    Pierpont y yo hemos desmantelado el refugio de caza de los bosques del Cardenal. Estamos dispuestos en cualquier momento a unirnos y dirigir la primera partida gubernamental para dragar el lago de las Estrellas y limpiar el bosque de los cangrejos reptantes. Pero será necesario disponer de una gran fuerza y muy bien armada por lo demás, porque nunca encontramos el cuerpo de Yue-Laou y, esté vivo o muerto, le temo. ¿Vivirá acaso?

    Pierpont, que nos encontró a Ysonde y a mí inconscientes a la orilla del lago a la mañana siguiente, no vio la menor señal del cadáver ni huellas de sangre en la arena. Puede que haya caído al lago, pero me temo, e Ysonde también lo teme, que esté vivo. Nunca pudimos volver a encontrar el lugar donde ella moraba, ni el claro o la fuente. Lo único que queda de su vida anterior es la serpiente de oro en el museo Metropolitan y el globo dorado, el símbolo de los Kuen-Yuin; pero éste último ya no cambia de color.

    David y los perros me esperan en el patio mientras escribo. Pierpont está en el cuarto de armas llenando cartuchos, y Howlett le lleva un jarro de mi cerveza tras otro desde el bosque. Ysonde se inclina sobre mi mesa escritorio: siento su mano en mi brazo, y me dice:

    —¿No crees que ya has trabajado bastante pór hoy, querido? ¿Cómo es posible que escribas tales disparates sin el menor rastro de verdad o fundamento?


    Fin

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      - BLUR NEGRO - 1 - 2
      - BLUR BLANCO - 1 - 2

      - Quitar
      - DERECHA - 1 - 2
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      - TITULO
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      - Quitar -





      - DERECHA - 1 - 2 - 3
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