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agosto 22, 2024
Este árbol desnudo, en la isla de Baltra, de las Galápagos, parece desafiar a los vientos alisios que le dan forma, y simboliza para mí la vida, la muerte y la resurrección.
Así empezó este joven fotógrafo a gozar de las bellezas de la Tierra.
Por Whittlesey Birnie (en la actualidad tiene 28 años de edad, lleva ya más de diez dedicado a escribir y a tomar fotografías. En 1973, en Guayaquil (Ecuador), reparó una balandra de diez metros de eslora en la que navegó él solo por el Pacífico hasta Tahití tras franquear una distancia de 6400 kilómetros. Hoy reside en esta isla, desde la cual surca las aguas de Oceanía armado de sus cámaras).
LA FOTOGRAFÍA cobró vida a mis ojos cierta soleada tarde en que, a los 13 años de edad, visitaba Grecia en compañía de mi familia. Estábamos frente al templo de Poseidón, en Sunion, un día de 1958. Mi padre me había traído, como anticipado regalo de cumpleaños, una cámara fotográfica, barata pero muy práctica. Durante 10 o 15 minutos había estado fotografiando con entusiasmo las altivas aunque ruinosas columnas de Sunion y la azul inmensidad del mar Egeo. En eso, sin saber por qué, apunté mi aparato hacia arriba. Cuando vi el resultado (un fascinante paisaje de cielo, nubes y pilares áticos) me sentí conquistado para siempre por la fotografía.
Los esbeltos pinos septentrionales del Parque Nacional de Baniff, en Canadá, se elevan hacia los estratocúmulos teñidos de rosa a la puesta del Sol. Al contemplarlos sentí el recogimiento reverente que inspiran las catedrales. Y pensé que, si el viento era favorable, el día siguiente sería radiante.
Al principio no fue sino un entretenimiento en que me ayudaba la suerte, pero pronto advertí que iba yo en busca de la belleza prístina. Obtuve las fotografías que aparecen en estas páginas al recorrer 20.000 kilómetros por todo el continente americano, el Caribe y especialmente las islas Galápagos, frente al litoral ecuatoriano. Tuve la fortuna de descubrir algo más que la belleza que buscaba: panoramas libres de humoniebla, el verdor de árboles que se yerguen contra el fondo de las faldas de un volcán, aves y peces rutilantes, insectos irisados. La infinitud del cielo se extiende sobre la sólida majestad de los rocosos picos de la montaña, que el agua va desgastando paulatinamente para proporcionar tierra y alimento a los árboles, a los animales, a los moradores todos de nuestro planeta. He ahí lo que he intentado captar en estas fotografías: el maravilloso e inefable equilibrio de la naturaleza.
En Mérida (Venezuela) las nubes ascendían presurosas por la vertiente de la montaña. Sentí la neblina en el rostro, pero durante un momento estas plantas se bañaron en el rayo de sol.
La cascada rugía frente a mí en la pesura de una selva tropical, en las Antillas británicas.
Dominando el Caribe desde una verde colina, contemplé la estela gloriosa del Sol poniente.
Condensado de "Start With the Sky", © 1973 por Whittlesey B.H. Birnie.