TITICACA, LAGO EN LA CIMA DEL MUNDO
Publicado en
septiembre 29, 2023
Aldea Copacabana y Lago Titicaca
Remoto, misterioso, inmenso, este mar interior aguijonea la imaginación del viajero.
Por James Winchester.
UNA TARDE del verano pasado tuve el placer de pasear en barca por el lago navegable más alto del mundo, a 3812 metros de altitud. Este mar interior que lleva el exótico nombre de Titicaca (con casi 200 kilómetros de longitud por unos 110 de anchura y una profundidad máxima de 270 metros) está situado en la altiplanicie andina, entre Perú y Bolivia, cerca de la costa occidental de Sudamérica. Mi lancha, impulsada por canaletes, era de juncos, como también lo era la vela que nos ayudaba a bogar. Se cree que esta clase de embarcación se ha utilizado en el lago desde que el hombre lo habita.
En el aire enrarecido y seco de esa gran altitud, los vastos paisajes del Titicaca surgían con nitidez alrededor de mí. Unas islas cubiertas de follaje se reflejaban en el espejo del agua como verdosas dunas. Las bandadas de aves silvestres (patos, flamencos, garzas, martín pescadores, corvejos) salían a intervalos de los pantanos en tumultuoso vuelo. Más allá el terreno se empinaba en sucesivas terrazas de sembradíos hasta un sólido muro de majestuosos picos coronados por nieves eternas. Entre aquellas cumbres, la más elevada es el Illimani, de 6460 metros de altitud, a 65 kilómetros al sur de La Paz (Bolivia).
Pero en aquel ambiente apacible no faltan las tensiones: las borrascas intempestivas suelen provocar olas hasta de tres metros. Son comunes las trombas que suben en espiral hacia un cielo de nubes sobrecargadas. Caen lluvias torrenciales, y el granizo es tan tupido que suele tapizar el suelo durante varios días. Afortunadamente los rayos de sol conservan todo el año la temperatura de la superficie del lago entre 11 y 13 grados centígrados, lo cual atempera un clima que podría ser frío, y hasta facilita que crezcan algunas palmeras en uno que otro lugar abrigado.
Gatos monteses nadadores. El nombre del lago deriva de sus asombrosos gatos monteses nadadores (tití: gato montés, y karka: roca) que viven en islas rocosas y avanzan chapoteando hasta tierra firme en busca de alimento. Es curioso que, a vista de pájaro, como lo reveló una fotografía reciente tomada desde un satélite, la forma del lago se asemeja a la de un gato montés o tití agazapado, a punto de saltar.
En términos geológicos el lago Titicaca es relativamente joven; tiene sólo 60 millones de años de edad, igual que las montañas Rocosas. Los cataclismos tectónicos hicieron brotar la enorme cordillera de los Andes, de unos 7000 kilómetros de extensión. Se formó una gran cavidad cerca de la mitad de los picos, la cual, al llegar la era glacial, se cubrió de hielo y nieve. Cuando el clima volvió a ser más cálido, se abrió un lago. Los torrentes que se precipitaban desde los glaciares formaron, además, varios centenares de lagunas en la altiplanicie. Todas esas lagunas fueron creciendo a medida que continuaba el deshielo, y a la postre se unieron para formar el lago Titicaca.
Durante las primeras 24 horas de haber llegado al Tíbet sudamericano me dolió la cabeza, sentí ligeras náuseas y me faltó el aliento. La altitud y la correspondiente escasez de oxígeno en torno a este mar interior influyen en casi todos los aspectos de la vida. Los motores de fuera de bordo generan sólo la mitad de su fuerza potencial. Mi encendedor de cigarrillos funcionaba mal. En realidad, es tan remoto el peligro de incendio que hasta hace poco tiempo no se conocían en la zona las estaciones de bomberos.
Los indios de la región, robustos y de baja estatura (los hombres pesan unos 70 kilos) están adaptados a vivir con poco oxígeno, y tienen pulmones y caja torácica anormalmente grandes. Además circula por su organismo un litro más de sangre, aproximadamente, que en el promedio de los habitantes de las tierras bajas, y tienen un millón más de glóbulos rojos por milímetro cúbico, saturados de oxígeno. Y como todas las personas de tez morena en climas cálidos, la piel es menos sensible a la luz que la de otros habitantes de climas más templados, lo que significa que el cáncer cutáneo es casi desconocido en la comarca, a pesar de la intensidad de la radiación solar.
Campo de recreo de los dioses. Casi todos los pobladores de este altiplano son indios. Según la leyenda, el imperio de los incas, rico y muy bien organizado, se fundó hacia el año 1230 de nuestra era, cuando el dios Sol envió a su hijo y a su hija a la isla del Sol, la más grande del lago. Los incas dominaron hasta la llegada de los españoles, en 1533, lo que ahora es Ecuador, Perú y Bolivia.
Sin embargo, antes de los incas habían florecido otras civilizaciones en esa zona. En Bolivia, al extremo sur del lago, se encuentran las ruinas de una ciudad que se llamó Tiahuanaco, que llegó a tener 100.000 habitantes. Allí pude admirar los severos y nobles vestigios de una cultura extinta: una pirámide escalonada, portales labrados, estructuras decoradas y enormes figuras esculpidas, con la mirada perdida más allá del horizonte. Hay un templo impresionante construido con gigantescas piedras, cada una de las cuales pesa más de 150 toneladas.
En la actualidad los descendientes de esas antiguas culturas integran el medio millón de seres humanos que pueblan los 3800 kilómetros de tortuosos contornos del Titicaca. Hablan un idioma mezcla de su propia lengua, el aimará, y del español, que es el oficial de la región. Es gente reservada, casi melancólica, que gana menos del equivalente de 150 dólares al año. Casi todo su comercio es de trueque, y su principal alimento es la papa blanca (cuyo cultivo se extendió, al parecer, desde este remoto origen, para nutrir a buena parte del mundo). La intensa pesca incluye la trucha irisada, introducida hace unos 30 años en criaderos que son un condominio peruano-boliviano. Ese pez se ha desarrollado tan bien que ahora algunos ejemplares llegan a pesar más de 13 kilos.
Totora y sapos. La pintoresca embarcación india en que bogué estaba hecha del junco llamado totora, que crece abundantemente en toda la ribera del Titicaca. Parecida a la espadaña, la totora es tan importante para los habitantes del lago como el bambú para los chinos. Se techan con ella las casas, se forman islas con la planta, y sus raíces tiernas se comen como verdura. Una de las tribus indias edifica sus casas en islas flotantes, algunas del tamaño de manzanas de una ciudad, todas hechas con capas superpuestas de esta planta. Sin embargo, los tallos de totora, atados con resistente cordel trenzado de hierbas, sirven principalmente para hacer balsas, nada esbeltas pero insumergibles, que parecen copiadas de las que se empleaban en la antigüedad en el Nilo, el Tigris y el Éufrates. (En 1969 cuatro indios hermanos, de una de las islas del Titicaca, fueron a Egipto para ayudar a Thor Heyerdahl a construir la barca de papiro Ra II, de 12 metros de eslora e impulsada por vela, que al año siguiente navegó venturosamente desde África hasta Barbados.)
El melancólico ambiente de esa región lacustre y la propensión del indio a creer en los espíritus han dado origen a muchas supersticiones. Por todas partes oí leyendas referentes al monstruo del lago, semejante a una foca enorme y que emerge al atardecer, produciendo inmensas olas y lanzando un grito aterrador. Otra de las consejas alude a un gran tesoro inca de oro y plata que, dicen, fue arrojado al lago para ocultarlo a los españoles.
Hace cinco años Jacques-Yves Cousteau, el famoso oceanógrafo francés, exploró el fondo del lago durante ocho semanas con submarinos enanos provistos de sonar. No encontró ningún tesoro en las profundidades, pero sí una especie de monstruo (un sapo gris, amarillo y pardo, que mide 60 centímetros de longitud). Millones de esos animales, que no existen en ninguna otra parte del mundo, pueden vivir en el fondo del lago porque están adaptados a respirar siempre debajo del agua.
En el extremo de una península montañosa, que casi divide al lago Titicaca en dos partes, se alza la aldea precolombina de Copacabana, famosa por su catedral, donde acuden todos los años miles de peregrinos que se postran ante el altar de la Virgen. En muchas iglesias, por todo el mundo, hay replicas de esta estatua de madera de la Virgen de Copacabana, labrada en el siglo XVI y dedicada a las misteriosas aguas del lago.
Lago Titicaca
Jauja de contrabandistas. Bordeé la ribera occidental del lago en mi recorrido de 150 kilómetros en automóvil, desde Copacabana a Puno (Perú), metrópoli del altiplano con casi 150.000 habitantes. Por el mismo camino lleno de baches iban indios descalzos, con sus ponchos y gorras de orejeras, conduciendo sus asnos. Una mujer tocada con un sombrero de hongo y ataviada con varias faldas de lana sobrepuestas (tres o cuatro, por lo menos) arreaba una recua de llamas, cada una de las cuales soportaba en el lomo cargas de 30 a 50 kilos.
Al llegar a Puno, en el confín noroccidental del lago, me topé con una población de corte español, con tejados rojos, calles angostas y balcones enrejados. Sitio de minas de plata a mediados del siglo XVII, la ciudad conserva cierto aire fronterizo. Remota y célebre como foco de agitación política, es el refugio de los contrabandistas. El contrabando es en realidad la mayor industria del Titicaca, con un tráfico anual estimado en el equivalente de un millón de dólares. Como en Bolivia son mucho menores que en Perú los derechos de importación de artículos tales como aparatos de radio, relojes y máquinas de coser, todas las noches unas flotillas de barquitas navegan clandestinamente de uno a otro país. Las que vuelven del Perú llevan cámaras de neumáticos, útiles escolares y mantas de lana de llama y de alpaca, que se venden en el mercado negro de La Paz con un descuento que fluctúa entre el 25 y el 50 por ciento.
Facilita el contrabando la circunstancia de que Puno es el centro principal de transportes de la región. El ferrocarril de 480 kilómetros que cruza los Andes, serpenteando desde un puerto del Pacífico, fue construido en el siglo pasado y es todavía la única salida vital de la zona hacia el mar. Sin embargo, varios años antes de que llegaran los trenes, llevaron el primer barco de vapor en partes, a lomo de mula, atravesando empinados desfiladeros, para volver a armarlo en Puno. Esta reliquia centenaria, de 30 metros de eslora, todavía forma parte de la flota mercante del Titicaca, junto con los veloces hydrofoils que, apenas rozando el agua, pasean a los turistas por todo el lago.
Activo líquido. En un continente donde menudean las disputas fronterizas, no ha habido guerra entre Bolivia y Perú por sus respectivos derechos sobre el lago. No obstante, el empleo de las aguas es motivo de discordias internacionales. El lago está dividido en partes casi iguales entre ambos países, y ese equilibrio impidió hasta ahora que alguna de las dos naciones usara grandes cantidades de agua en obras de riego o de generación de energía hidro-eléctrica. Se espera que, después del profundo estudio científico que hace actualmente la Academia de Ciencias de Bolivia, se llegue a un convenio práctico para que tanto Bolivia como Perú se beneficien con el desarrollo adecuado de los recursos lacustres de que ambas disponen.
"El Titicaca nunca se ha explotado racionalmente", declara Jorge Muñoz Reyes, presidente de la Academia. "Deben ampliarse los programas de pesca, navegación y riego. Están aún por descubrir diversos minerales, y el lago puede producir la energía eléctrica necesaria para que funcionen las minas y se puedan aprovechar los yacimientos. Sólo cuando se reconozca el valioso recurso que representa el lago y se aproveche íntegramente, se convertirá en uno de los grandes activos de la economía de Sudamérica".