¿POR QUÉ LOS HOMBRES NO PIDEN AYUDA?
Publicado en
agosto 14, 2023
La mayoría de los varones están convencidos de que es poco viril reconocer siquiera que están en dificultades, y mucho menos recurrir a la ayuda de un consejero. Esta actitud origina muchísimos sufrimientos innecesarios.
Por James Lincoln Collier.
ERA EVIDENTE que Jorge estaba en dificultades. En poco más de dos años abandonó tres empleos; su vida familiar iba de mal en peor: reñía tanto a sus hijos que estos lo esquivaban hasta donde era posible, y en varias ocasiones maltrató a su esposa en presencia de otras personas. Pero cuando su mejor amigo le aconsejó buscar ayuda competente, también a él le respondió con cajas destempladas:
"¡Mira: yo sé cuidarme!" le gritó.
Pero lo cierto era que este hombre no sabía cómo superar sus conflictos internos. Al cabo de otros seis meses su esposa lo abandonó y se llevó a los niños; y él, deprimido y angustiado, estaba a punto de perder su empleo una vez más.
Las dificultades de Jorge eran un asunto muy suyo, pero su renuencia a recurrir a alguien que lo orientara era típica de la mayoría de los varones que padecen conflictos síquicos. Les repugna hasta pensar en confiar sus dificultades al sicólogo, al sacerdote o al médico de la familia. Ningún hombre duda un instante en consultar a un mecánico si su automóvil sufre un desperfecto; tampoco considera un desdoro pedir consejo a su vecino sobre la mejor manera de cuidar el césped de su jardín; pero cuando se trata de asuntos que constituyen el meollo mismo de la existencia, como pueden ser la salud mental y el equilibrio emocional, se niega a acudir al consejero competente. En consecuencia, muchos millones de varones vegetan insatisfechos en empleos que no son de su agrado, llevan una vida matrimonial gris y llena de frustraciones, y se alejan espiritualmente de sus hijos; en suma, esas personas se enfrentan a situaciones que en muchos casos podrían remediarse con la ayuda de un consejero profesional.
Sanford Sherman, director ejecutivo del Servicio Familiar Judío de la Ciudad de Nueva York, afirma: "Los varones consideran que el hombre debe ser capaz de enfrentarse solo a cualquier contingencia, y que reconocer estar en dificultades equivale a confesarse fracasado". Algunos hombres prefieren fracasar como esposos o padres de familia a aceptar que algo anda mal en su conducta y que deberían buscar a alguien que los ayude a encontrar la solución.
Hubo un caso de un padre a quien su hijo de 16 años se acercó en repetidas ocasiones para confesarle: "Papá, casi siempre me siento insatisfecho y confuso". Que el muchacho se sincerara debió haber sido una advertencia de que sufría un grave conflicto; pero reconocerlo hubiera equivalido a confesar "su fracaso" como padre. Y se limitó a responderle: "¡Bah! Todos los chicos de tu edad pasan por esa etapa".
Al cabo de seis meses el joven probó el LSD y tuvo una vivencia terrible y siniestra, tras la cual faltó a sus clases durante dos semanas. Por fortuna un siquiatra de la escuela insistió en que el muchacho fuera sometido a sicoterapia, y el episodio tuvo un desenlace feliz: al cabo de un año el joven completó su enseñanza media con excelentes notas. Pero muchos pesares que tuvieron que sufrir hijo y padre se habrían evitado si este último, desde un principio, hubiera procurado la ayuda y la orientación que tanto necesitaba su vástago.
Otra actitud profundamente arraigada entre muchos varones es la del llamado "machismo". Este concepto se resume en la creencia de que el hombre ha de ser siempre un paradigma de fortaleza viril, y que es denigrante para el varón dar muestras de "debilidad" femenina.
Tenemos un ejemplo clásico de las posibles consecuencias del machismo en el caso de un marido al que llamaremos Juan. La mayoría de los hombres padecen ocasionalmente impotencia sexual a causa de la fatiga, la ingestión de bebidas alcohólicas y las preocupaciones. Pero Juan no comprendió que una falla esporádica de este tipo no es motivo de alarma. La primera vez que le ocurrió quedó desconcertado ante semejante muestra de su falta de "virilidad", y pronto se vio atrapado en la espiral ascendente de un círculo vicioso; en efecto, cada fracaso intensificaba su angustia y contribuía a su próximo tropiezo. Finalmente renunció a toda actividad sexual. Su esposa le sugirió "que viera al médico", pero él se negó. "No tengo nada anormal", insistía. "Es que he estado trabajando demasiado últimamente".
En circunstancias normales, un problema de esta clase puede quedar resuelto con relativa rapidez si se recurre a un consejero competente. Pero Juan no se decidía a pedir ayuda, por no confesar que tenía algún trastorno.
Existe otro aspecto en esta forma de enseñar al hombre a pensar, sentir y obrar. La mayoría de los adultos de sexo masculino se avergüenzan de ser demasiado expresivos y les atemoriza exteriorizar sus verdaderos sentimientos.
Para aprender a ser hombre, el joven llega a evaluar la idea de que la masculinidad se manifiesta ante todo por el valor físico, la reciedumbre, el espíritu de competición y la acometividad. La femineidad, a la inversa, tiene como atributos fundamentales la delicadeza y la sensibilidad. Los padres graban en la mente de sus hijos varones el precepto de que el hombre verdadero jamás demuestra sus emociones.
Educado en la convicción de que no debe dar a conocer sus sentimientos íntimos, al muchacho le será muy difícil cambiar de actitud. Por tanto, es inevitable que si al varón se le dificulta expresar sus estados de ánimo aun ante los más íntimos de su círculo familiar, le resulte mucho más difícil recurrir a la ayuda de un sicoterapeuta o de un consejero. ¿Cómo persuadir a los que atraviesan por una situación conflictiva de que busquen auxilio?
Los consejeros familiares están esencialmente de acuerdo en que el varón acepta ser orientado en determinadas circunstancias favorables. Una situación de estas es la que constituye la buena disposición de las personas de su círculo íntimo a comprender que los conflictos entre los seres humanos rara vez se deben a "los yerros" de una sola persona, aun suponiendo que haya alguna "culpa" ajena.
"La mayoría de los problemas que nos consultan", explica el consejero Sherman, "no se relacionan con algo que el marido, la esposa o los hijos hayan hecho, sino con una situación familiar a la que todos contribuyen y que a todos afecta, cualquiera que sea la situación conflictiva. Y precisamente este es nuestro punto de partida. Aun en los casos en que la esposa recurre primero a nosotros, si logramos hablar con el marido comprobamos, en nueve de cada diez casos, que él también desea ayuda". Casi todos los especialistas en estos asuntos están acordes en que es preferible para el consejero tratar con ambos, marido y mujer, y por ello algunos insisten perentoriamente en ver al mismo tiempo a los dos interesados.
Por extraño que parezca, es frecuente que la mujer contribuya a empeorar el problema al aceptar la actitud del machismo. Sherman comenta: "Muchas esposas consideran un hecho incontrovertible que todo hombre debe ser un baluarte de entereza moral y fuerza física, y que en cualquier momento ella encontrará en él apoyo y protección. Cuando la esposa lo da por sentado, refuerza la misma idea en su marido. Quizá ella se queje porque él no es más tierno y expresivo, o porque no quiere buscar ayuda sicológica para resolver un problema que afecta a la armoniosa convivencia familiar, pero al mismo tiempo la mujer está contribuyendo a fortalecer el prototipo del machismo, según el cual el hombre, por ningún motivo y en ninguna circunstancia, debe reconocer que padece flaquezas humanas".
Todos los afectados por una situación perturbadora deberían empeñarse conjuntamente en resolver los conflictos emocionales. La persona cercana en lo afectivo a un hombre que atraviesa dificultades de esta índole debería comenzar mostrándose dispuesta a consultar al consejero. Opina Sherman: "La esposa no debe decir al marido: Te pasa algo malo; deberías buscar consejo. Sería mucho más provechoso que le dijera: Voy a consultar un especialista, y me gustaría que me acompañaras, por el bien de los dos. Al pedirle que la acompañe por convenir así a ambos, en vez de opinar que es él quien necesita que lo orienten, ella deja abierta la posibilidad de que busque a alguien que lo ayude a salir de su difícil situación sin tener que cargar él solo con toda la responsabilidad".
Jamás ha existido un ser humano que no haya necesitado alguna vez la ayuda de otro. La mayoría de los varones están orgullosos de su masculinidad; pero al inculcárseles, como se ha hecho desde hace tanto tiempo, la idea de que deben mostrar fortaleza en todo momento y no exteriorizar indicios de la debilidad que todos llevamos dentro, han echado sobre sus hombros una carga excesiva. Es un lastre que sólo unos cuantos privilegiados pueden soportar sin flaquear.
Hoy los varones empiezan a comprender que quizá no esté mal reconocer de vez en cuando las propias flaquezas. Con todo, pedir orientación es todavía algo a que difícilmente se deciden los hombres, pues la mayoría de ellos lo consideran degradante. Para que alguien pueda ayudar a un varón, éste precisa ante todo del auxilid que puedan darle los seres que lo quieren y se preocupan por él.