MI TÍA EULOGIA Y EL COLESTEROL
Publicado en
julio 31, 2023
"Usted tiene demasiada grasa donde no debe. ¡Tiene el colesterol alto!", le dijo el médico a mi tía Eulogia, y la puso en una severa dieta. Y el pobre Roberto, que ya no soportaba comer solo alimentos sosos y desaliñados, empezó a cenar en casa de la flaca...
Por Elizabeth Subercaseaux.
Ese día mi tía Eulogia regresó del doctor contenta. El electrocardiograma salió perfecto, no tenía azúcar en la sangre, la presión estaba baja, había engordado un par de kilos, nada alarmante, solo faltaban los resultados del colesterol; pero el médico le dijo que ella era demasiado joven todavía, el colesterol le subía solamente a los viejos, no tenía de qué preocuparse. "Váyase a su casa tranquila y tómese un trago a mi salud".
Mi tía volvió a su casa radiante, tres siglos más joven, sintiéndose liviana y ágil, dispuesta al amor, a soportar con mejor cara a la flaca de la esquina y a ir al cine esa misma noche.
—¡Ay, Roberto! La vida me sonríe, vamos al cine, aún no me voy a morir.
La alegría le duró hasta que sonó el teléfono y la voz ronca de tanto fumar del médico le cayó en el alma como un balde de agua fría.
—Le salió el colesterol alto, por las nubes, señora, más de 280, y los triglicéridos también los tiene altos. El colesterol bueno está demasiado bajo, dicho en otras palabras, tiene las arterias llenas de grasa y si está viva es un milagro.
¡Plop! Mi tía quedó con el teléfono colgando de una mano, pálida como si fuera un esqueleto.
—¿Me está diciendo, doctor, que de golpe envejecí?
—Para allá va, señora, pero lo que le estoy diciendo es que tiene demasiada grasa donde no se debe.
—¿Y qué hago?
—Venga a mi consulta inmediatamente y vamos a discutir su dieta.
A partir de ese día, mi tía Eulogia entró en una severa dieta para bajar la grasa de su torrente sanguíneo, y Roberto entró en un calvario de alimentos sosos y desaliñados, que le costaba un mundo digerir.
—¿Y esto qué es? —preguntaba, escarbando el plato con el tenedor.
—Vegetales con aceitunas para bajar el colesterol —respondía mi tía.
—¿Y esto?
—Alfalfa con brotes de espárragos y lentejas con tofu.
—¿Y esta cosa verde, insulsa, desabrida y asquerosa?
—Pasto.
—Comida para las vacas, querrás decir. ¿Y esto otro, qué es?
—¡Comicalla! —chillaba mi tía, cansada de que Roberto insistiera en que sin un buen bisté, una cena era cualquier cosa menos una cena.
—Yo soy carnívoro, Eulogia, estas malezas me están poniendo la piel verde, me siento el olor a arbusto, mírame la cara, estoy cada día más parecido a un espárrago. Tengo pesadillas, anoche soñé que me perseguía una zanahoria y el otro día vi a un bróculi en el asiento trasero del bus... yo no puedo alimentarme de perejiles y hojas de alcachofas, la que tiene el colesterol alto eres tú.
Un mes más tarde mi tía se encontró con que Roberto cenaba en la casa de la flaca y ella masticaba sus pastos sola en el comedor, conteniendo las lágrimas, bajo la mirada lastimera de la Domi.
—Lo que usted debiera hacer es convertir a don Rober en su aliado, su cómplice —le propuso la Domi, que era sabia por naturaleza.
—¿Mi cómplice? ¿Y cómo lo hago? Tú has visto que no quiere acompañarme en esta dieta.
—Y no tiene por qué acompañarla, señora Eulogia, la que está llena de grasa es usted, las cañerías de don Rober parecen cañerías de recién nacido, ¿no me dijo que tenía 180 de colesterol?
—Así es.
—Pues bien, se lo vamos a subir.
—¿Subírselo? Te volviste loca, yo no quiero convertirme en la asesina de mi esposo, mi deber es cuidarlo mucho, que se alimente bien, que viva 100 años, que sea un hombre saludable, feliz, yo soy su esposa, su compañera, recuérdalo... ¿Cómo se lo podríamos subir, Domi?
Y así fue como entre la Domi y mi tía Eulogia, inspiradas en los milenarios conocimientos culinarios de la Domi, arremetieron contra las venas de Roberto llenándolo de panqueques de trufas con hígados de patos, papas fritas con cochinillos asados a la parrilla —"cómete el cuellito, Roberto, que es lo más rico de todo"—, callos a la madrileña —"échales un poco de esta crema, quedan mejores"—, toda clase de mariscos saturados de colesterol, deliciosamente cocinados con mantequilla negra —"sírvete otro poco, Roberto, que esto está exquisito"—, postres de crema y chocolate... las cenas se fueron convirtiendo en verdaderos carnavales de grasa saturada. Y Roberto, muy feliz, volvió a cenar en casa todas las noches.
—¡Qué comidas más ricas! Te lo agradezco pero, ¿se puede saber qué te pasa? Hace 20 años que no comemos más que pollitos con guisantes, bistés con ensaladas y de vez en cuando un pescado al horno, y ahora me encuentro con el Cordón Bleu en mi propio comedor. ¿Por qué?
—Queremos atenderte como mereces —suspiraba mi tía, llenándole el plato de crema chantilly.
Seis meses más tarde, una noche lluviosa que mi tía prefiere no recordar, luego de cenar un pato relleno con salsa de nueces y almendras tostadas, una crema de camarones con ostras, un postre de chocolate con crema de vainilla y palitos de naranja, un Cointreau de bajativo, un puro habano y un café cappuccino, Roberto y mi tía se fueron a la cama y a las dos y media de la madrugada, Roberto lanzó un grito destemplado, como si lo estuvieran descuerando.
—¡Mi pecho! ¡Siento una piedra en el pecho! Me estoy muriendo, Eulo...
Y ahí quedó, inconsciente, con los ojos en blanco pegados al techo, el brazo izquierdo estirado y una cara de muerto tan grande, que si hubiera habido un ataúd en la pieza se habría abierto solo para que Roberto entrara.
—¡Domitila! ¡Lo asesinamos!
La Domi llegó corriendo.
—Uy, señora, esto sí que es grave, ahora vamos a pasar el resto de la vida en la cárcel... A menos que lo lancemos escalera abajo y digamos que se cayó como la princesa Diana.
—¡No! —dijo mi tía echándose a llorar.
Llamaron a una ambulancia. Lo subieron. Mi tía y la Domi, angustiadas, se fueron en el auto tras la ambulancia, y no vieron cuando Roberto le guiñó el ojo al ambulanciero.
—No me eche al agua, amigo, es que acabo de simular un ataque al corazón para asustar a mi esposa.
—¿Está loco? —preguntó el ambulanciero.
—No, hombre, las locas son esas dos. Me querían matar. Me estaban alimentando con unas cenas deliciosas, llenas de mantequilla y salsas francesas, patos asados, hígados con trufas, tartas de chocolate y cremas, unos bistés jugosos, rojos, de Texas, un postre de...
—¡No me diga!
—Le digo. Me querían matar a nueces, almendras confitadas, pasteles de vainilla, gansos al caramelo, langostinos salteados con aceite de oliva.
El ambulanciero, que era pobre como una rata y llevaba 20 años comiendo judías con tallarines, agarró una camisa de fuerza y ató los brazos de Roberto con furia, a la vez que le gritaba al chofer por la ventanilla.
—Doble a la derecha, ya no vamos al hospital, sino al manicomio.
Dos meses después lograron sacar a Roberto del manicomio, y como llevaba 60 días comiendo pan seco, agua y lentejas, su colesterol había bajado a 150.
ILUSTRACIÓN: MARCY GROSSO
Fuente:
REVISTA VANIDADES, ECUADOR, MAYO 28 DEL 2002