GRACIA Y COLORIDO DEL BALLET GALLEGO
Publicado en
enero 31, 2023
A millones de personas en todo el mundo han cautivado las pintorescas y garbosas actuaciones de estos bailarines de danzas regionales españolas.
Por Raúl Vázquez de Parga.
CUANDO los jueces se disponían a anunciar el ganador del Festival Mundial de Danza Folklórica de 1961, en Venecia, los bailarines de los casi 60 grupos participantes se sentían paralizados por la expectación. Entre ellos figuraban algunas de las más prestigiosas compañías estatales de danza de Europa Oriental. ¡Seguramente ganaría una de ellas! Cuál no sería su sorpresa cuando el primer puesto correspondió a un grupito no profesional de españoles, apenas conocido: el Ballet Gallego de La Coruña.
También resultaba sorprendente el que aquellos españoles no bailaban el taconeado flamenco de los gitanos andaluces, sino que giraban y danzaban al ritmo de las muñeiras y de otros bailes de su región de origen, Galicia, en el noroeste de España. Se acompañaban con gaitas, y no con guitarras, y los bailarines representaban las alegrías y sufrimientos del milenario pueblo celta en cuadros de folklore auténtico.
No fueron los jueces los únicos en quedar impresionados: la noche siguiente 40.000 venecianos ovacionaron al Ballet Gallego, en una función especial, para celebrar su éxito, en la iluminada Plaza de San Marcos.
Hoy a nadie asombran los triunfos del Ballet Gallego. Esta popular agrupación, ganadora de 20 primeros premios en competiciones internacionales de danza, llena los teatros en todo el mundo en unas 75 representaciones anuales, y ha actuado ante reyes y jefes de Estado. Millones de personas han visto al grupo en la televisión y en películas.
El Ballet Gallego es creación de un hombre: José Manuel Rey de Viana. Nacido en Orense el 23 de abril de 1923, e hijo de un próspero comerciante de tejidos, tenía ocho años de edad cuando vio, durante un viaje a Madrid, una película sobre el gran Ballet Ruso, en el que actuaban las estrellas Nijinsky y la Pavlova. "El efecto que me produjo fue electrizante", recuerda ahora. Y decidió ser bailarín.
El muchacho fue enviado a Düsseldorf (Alemania) para educarse. Allí estudió ballet con algunas de las máximas figuras germanas de la danza e hizo su presentación en un teatro a los 15 años de edad. Tras su actuación, el telón tuvo que alzarse repetidas veces y el artista fue objeto de críticas elogiosas.
Al joven y brillante bailarín parecían esperarle éxitos aun mayores. Pero estalló la segunda guerra mundial y, encuadrado en la División Azul española, combatió en Rusia. Posteriormente fue capturado en la caída de Berlín y una bala trazadora lo hirió en el costado. Prisionero de los rusos, no pudo andar durante un año; luego, lentamente, consiguió hacerlo, si bien cojeando.
En 1947 salió de la prisión; era .un hombre libre, pero con el espíritu destrozado. En el Hospital Militar de La Coruña no quería comer ni hablar. "Mis sueños de hacer una carrera artística se habían roto", recuerda. "Sencillamente, no encontraba una razón para vivir".
El amor resultó ser la mejor medicina. A Rey de Viana le presentaron una joven estudiante de ballet, Victoria Eugenia Canedo, de Santiago de Compostela, y muy pronto los dos paseaban, cogidos del brazo, por los jardines del hospital, enfrascados en conversaciones sobre el arte y la danza.
Mientras Victoria Eugenia escuchaba, Rey de Viana hablaba de su fascinación por el folklore europeo. Había llevado al frente libros sobre el tema. Pero en ninguno de ellos encontró mención de Galicia. "Las tradiciones celtas de España merecen un trato mejor", decía. Quizá, reflexionó, el folklore gallego pudiera ser creado nuevamente a través del ballet.
Catorce meses después Rey de Viana salió del hospital y, gracias a una herencia familiar, emprendió la organización de una escuela de ballet en la céntrica calle de Los Olmos, en La Coruña, con Victoria Eugenia como profesora ayudante. En Galicia, el interés por el arte coreográfico era casi nulo. Las ganancias que obtenía con sus 20 estudiantes no sufragaron siquiera el alquiler del local en el primer año. Pero no todo era tristeza; estirando incansablemente sus piernas inválidas en la barra de ejercicios, durante horas cada día, Rey de Viana comprendió, después de transcurridos varios meses de concienzudo trabajo, que podía vencer su cojera; volvería a bailar.
Entre tanto recorrió Galicia en busca de antiguas formas y expresiones de la danza gallega. Una noche, en una taberna de Noya, pueblo de pescadores, oyó a un hombre casi centenario mencionar el festival del "espantapájaros", que tanto le gustaba cuando niño. Intrigado, Rey de Viana estudió viejos libros y documentos hasta que encontró descripciones de cómo los aldeanos bailaban alrededor de un espantapájaros para celebrar las buenas cosechas. La ceremonia, muy gustada en toda la región, procedía de un rito pagano. El bailarín y su compañía transformaron la ceremonia en una alegre y animada danza, con un espantapájaros que cobra vida para unirse a la fiesta. Este baile se denomina O Espantallo, y ahora inicia todas las actuaciones del Ballet Gallego.
Otras costumbres gallegas proporcionaron inspiraciones semejantes. Un octogenario de Muros recordaba una costumbre relatada por sus mayores, un ritual de la pubertad, antaño popular, que había desaparecido hacía más de un siglo. Transformado en baile, es el encantador Froles Brancas ("Flores blancas"), en el que las jóvenes adquieren su estado de mujer quitándose el velo a medida que pasan bajo un arco de flores blancas sostenido por los solteros del pueblo. Y en el impresionante Pranto ("Llanto"), en honor de los pescadores gallegos ahogados en el borrascoso mar, los bailarines, arrastrando los pies, llevan en alto el cuerpo inerte de un compañero.
Para saber qué ropa llevaba la gente en estas ceremonias, Rey de Viana estudió dibujos, cuadros y descoloridas fotografías de los archivos eclesiásticos y municipales. Descubrió que los trajes de fiesta de los siglos XVII y XVIII eran de colores asombrosamente vivos, ejecutados en seda y bordados con piedras de azabache finamente talladas. Ofrecían un vivo contraste con el negro austero que los gallegos habían llegado a aceptar como "típico" de sus trajes regionales: aquello era típico sólo de los tiempos difíciles de la última mitad del siglo XIX. Una vez recreados, esos espléndidos trajes de brillantes rojos, verdes y dorados convirtieron números tales como Chovendo en Compostela ("Lloviendo en Compostela"), antigua danza ritual que marcaba la temporada de lluvias, en una verdadera orgía de colores.
Mientras se incrementaba su repertorio de bailes y trajes, el incipiente Ballet Gallego iba tomando forma. Después de seis pacientes años de ensayos diarios, esta singular compañía de baile estaba lista para presentarse ante el público. Su estreno en el Teatro Colón de La Coruña, en el verano de 1955, fue poco lucido. La concurrencia estaba compuesta en su mayoría por padres de los alumnos de la escuela; su aplauso, aunque entusiasta, resultaba apenas audible en el casi vacío coliseo. La prensa pasó por alto el acontecimiento. Fue una desilusión para Rey de Viana y Victoria Eugenia, por entonces recién casados y de regreso de una semana de luna de miel.
El reconocimiento llegaría lentamente. Sólo cuatro años después obtuvo el Ballet Gallego su primera oportunidad auténtica. La compañía recibió una invitación del Instituto de Cultura Hispánica, de Madrid, para participar en un festival de danza hispanoamericana que iba a celebrarse en la plaza de toros de Cáceres. Rey de Viana agitó triunfante la carta. "¡Ahora tenemos una oportunidad de mostrar nuestra valía!" le dijo a su mujer.
De las 24 compañías que participaban en el festival, el Ballet Gallego figuraba entre las menos conocidas. Los jóvenes bailarines aprovecharon la oportunidad. Se lanzaron a los furiosos entrelazados de piernas y saltos de la tremendamente difícil muñeira y levantaron una verdadera tempestad de aplausos. Fue una actuación soberbia que los hizo merecedores del Premio de Inspiración Folklórica.
El año 1961 se vio acompañado de un vertiginoso éxito. El Ballet Gallego logró un primer premio tras otro en las competiciones internacionales de danza celebradas por toda Europa. En España se colocaba el cartel de "Agotadas las localidades" en todas sus actuaciones. Un baile en particular parecía dejar sin aliento a los espectadores en todas partes: la carnavalesca Danza dos Cigarrons, que representa a unos legendarios ojeadores de los señores rurales que hacen girar bastones con plumas y agitan campanillas atadas a las piernas mientras corren para que las aves de caza levanten el vuelo.
El remate triunfal se produjo en 1964, cuando el grupo actuó durante tres meses en el pabellón español de la Feria Mundial de Nueva York. Más tarde miles de personas llenaron las calles de La Coruña para darles la bienvenida.
Entre los asistentes a la. Feria Mundial pocos eran los que sabían algo sobre esta región de España. Galicia (ya céltica antes de la dominación romana) fue colonizada hace unos 1500 años por suevos de Europa central. Dejaron en herencia no sólo la gaita, sino muchos de los rubios y pelirrojos que pueden verse en la población actual.
Los gallegos se sienten profundamente orgullosos de su legado celta; pero hasta que apareció el Ballet Gallego muy pocos europeos sabían de esas raíces. En 1969 el grupo representó a Galicia por primera vez en el Festival Inter-Céltico, celebrado en Quimper (Francia) con otros competidores procedentes de Irlanda, Escocia, Gales, la isla de Man, Cornualles y Bretaña. Y los bailarines regresaron a la Coruña con otro trofeo.
La compañía de ballet está integrada por 40 muchachas y 20 muchachos, la mayoría de ellos estudiantes aún de bachillerato y Curso de Orientación Universitaria. Las giras se efectúan generalmente durante las vacaciones de verano. Los bailarines ensayan de cuatro a seis horas diarias, cinco días a la semana. De los 1000 "graduados" del Ballet Gallego, sólo tres han seguido la carrera del baile clásico en el extranjero, pues España no tiene compañía de ballet clásico. Rey de Viana insiste en que cada integrante del grupo curse otras carreras diferentes de la danza. El estudiante recibe una beca equivalente a unos 100 dólares mensuales.
Rey de Viana exige y obtiene lo mejor de su grupo. Refunfuña durante los ensayos como si nada saliera bien, y amonesta igual que un sargento de reclutas a los bailarines que pierden el paso. Sin embargo, el jefe, que no tuvo hijos, adora a "mis muchachos"; que le llaman afectuosamente "José", y esos estallidos de cólera terminan frecuentemente en cariñosos abrazos.
Una noche, en mayo de 1963, mientras actuaba con la compañía ante 25.000 espectadores en el Parque de Castrelos, de Vigo, Rey de Viana sintió un dolor agudo. Acabado el baile, se desmayó. En el hospital, los médicos descubrieron que tenía una úlcera doudenal perforada, y tuvieron que extirparle tres cuartas partes del estómago.
Mientras convalecía pensó que, si moría, el Ballet Gallego moriría también. Aterrorizado ante la idea, intentó convertir la compañía en una institución gallega permanente. Años después la iniciativa agradó a Ángel Porto Anido, presidente de la Diputación de La Coruña, y, en junio de 1971, el futuro quedó asegurado al hacer Rey de Viana donación oficial del Ballet Gallego a La Coruña. La Diputación destina ahora unos 175.000 dólares al año para financiar su nueva adquisición. Rey de Viana permanece como director de la nueva Escuela Gallega de Danza y Música, instalada en unos amplios locales en el cuarto piso del Teatro Colón, y de la compañía de baile de la escuela, rebautizada como "Ballet Gallego Rey de Viana de la Excelentísima Diputación Provincial de La Coruña", a instancias del presidente de la corporación.
A Rey de Viana le gustaría ver más grupos semejantes al suyo. "¿Por qué no un Ballet Aragonés o un Ballet Catalán?" dice. "Pero cualquier grupo que surja necesitará sustancial ayuda financiera de las autoridades".
Aunque ya no se ve precisado a vender propiedades de su familia y heredades para costear las apariciones públicas de su compañía, Rey de Viana trabaja con el mismo tesón que antes. Hace poco transformó unos aposentos vacíos contiguos a la escuela de ballet en vivienda para él y para Victoria Eugenia. "¿Para qué vivir en otra parte?" dice el esbelto y sensible artista mientras esboza una sonrisa. "La compañía de ballet es mi vida, mi placer y mi hogar".
Es más que eso. El Ballet Gallego se ha convertido en el orgullo del pueblo de Galicia... y en un deleite para los amantes de la danza en todo el mundo.