UNA NOCHE PARA NO OLVIDAR
Publicado en
octubre 08, 2022
Mis amigos y yo nos divertíamos una vez a la semana. Nos gustaba ir a las cantinas y bares. Otras veces comprábamos las cervezas y nos quedarnos en casa de alguno de nosotros. Otras veces nos reuníamos en las esquinas y allí tomábamos y conversábamos.
Ocurrió un viernes 13, era un día sombrío y taciturno. Había acordado encontrarme con mis amigos en el bar de don Lucho, estábamos dispuestos a disfrutar de la velada.
Chente se encontraba ya sentado en la mesa cuando llegué. Jugueteaba con una lata de cerveza cuando ocupé la silla frente a él. Me miró, sonrió alegremente y pidió dos cervezas a una de las chicas. Minutos después apareció Tony, con sonrisa maliciosa nos informó que ya había conseguido los cigarrillos. Le palmeamos la espalda, cual si hubiera anunciado que la selección había ganado el mundial de fútbol; y yo invité la siguiente ronda de cervezas.
Reunidos ya los tres nos dedicamos a beber, fumar y bailar con la primera chica que pasara cerca de nuestra mesa.
Tras la cuarta cerveza ocurrió la primera incidencia de que aquella noche no sería normal: una atractiva mujer de blanco, con el cabello alborotado y la piel tan pálida como el color de la leche se paró en la puerta del bar. Puesto que mi silla miraba directamente hacia la entrada (nunca me ha gustado sentarme de espaldas a la puerta) fui el único que la vio. Y creo que también el único de todo el local. Instantáneamente se me erizaron los vellos de los brazos y un viento frío llegó hasta mí.
—¿Quién es esa? —Pregunté a mis compañeros señalando a la mujer.
Tony y Chente volvieron la vista hacia la entrada, pero la mujer ya no estaba.
—¿Quién? —Preguntaron al unísono.
Sin responder a sus preguntas me incorporé de un salto y corrí hacia la entrada. Una curiosidad casi morbosa me impelía a averiguar quién era aquella extraña mujer. Sin embargo, cuando asomé la cabeza por la puerta, ésta ya no estaba, había desaparecido. Desaparecida era el único término que se me ocurría para explicar el hecho de que ya no estuviera a la vista, pues, consideraba harto improbable que corriera lo suficientemente rápido para doblar alguna de las esquinas, las cuales se encontraban, por lo menos, a cincuenta metros del bar, considerando que éste se encontraba a mitad de manzana. Desconcertado y con un extraña sensación en mi pecho, regresé con mis compañeros.
—¿Quién era? —Preguntó Tony.
—Nadie —me limité a responder.
El resto de la velada la pasé meditabundo y consternado. Desde ese suceso, un extraño temor se había apoderado de mí. Este temor no me dejaba disfrutar, como de costumbre, a mis amigos y las cervezas, por lo que no participaba de la algarabía normal. La silueta de la mujer de blanco y rostro pálido no desalojaba mis pensamientos, lo que me mantenía apartado de casi todo suceso a mí alrededor. Lo más extraño y atemorizante de todo fue que la extraña mujer volvió al bar en dos ocasiones más, la misma que se paraba en la puerta y cuando yo ponía sobre aviso a mis compañeros, ya había desaparecido.
Hacia las once de la noche, Tony y Chente me pidieron que regresáramos a casa, pero me negué, aún quería tomarme un par de cervezas más. Se fueron y me quedé solo en la mesa, pensando en lo ocurrido con esa mujer.
A los quince minutos volvió a aparecer en la puerta la misteriosa mujer. La miré fijamente con los ojos desorbitados. Apuré mi lata de cerveza y avancé con paso decidido hacia ella, esta vez no dejaría que desapareciera tan fácilmente. Pero antes de que llegara hasta ella, la mujer se deslizó hacia la calle, notando que en ningún momento vi mover sus piernas, daba la impresión de que flotaba. Sin perderla de vista me puse a seguirla. Estaba decidido a averiguar quién era o qué buscaba.
La perseguí durante lo que me pareció una eternidad, por un sinfín de cuadras y calles, mientras gritaba a todo pulmón que se detuviera. Días después, amigos y conocidos me contarían que efectivamente yo corría como loco por las calles del pueblo gritándole a una mujer invisible. Al parecer, nadie vio a la mujer de blanco que corría quince o veinte metros delante de mí.
Cuando por fin la mujer se detuvo, lo hizo frente a la entrada del cementerio general. Me paré en seco en cuanto vi el arco que daba acceso al mismo. No obstante, la mujer, como previniendo mis pensamientos, me llamó con la mano y desapareció tras el arco.
Una curiosidad, hasta ese momento insospechada en mí, me impulsó a seguir los pasos de la extraña mujer. Lo que allí vi aún me causa pesadillas, me hace despertar con gritos y jadeos a mitad de la noche y me ha convertido en un hombre huraño y nervioso que teme hasta de su misma sombra.
Tras cruzar el arco de la entrada, vi que la mujer se deslizaba hacia el centro mismo del cementerio. Mas yo no tuve el valor de dar más que tres pasos. La silueta de la mujer se detuvo de pronto, se giró hacia mí y me volvió a llamar. Tres pasos más fui capaz de dar, no tenía el valor necesario para adentrarme en aquel mundo de muertos, así que de allí no me moví, por más que la mujer me llamó.
En un momento dado, la mujer alzó los brazos y con voz carrasposa y siseante dijo: " ¡Levantaos! ¡Ya es hora!"
Me es imposible describir con palabras el terror que aquella escasa frase me causó. Sin embargo, lo que de verdad sobrecogió mi corazón a tal punto de creer que moriría en aquel lugar, fue cuando los muertos empezaron a levantarse de sus tumbas. Sentí que el corazón se me salía por la rapidez de sus palpitaciones, las rodillas me temblaron cual si fueran gelatina y un sudor frío empezó a salir de mis poros. Gracias al Creador no me desmayé, sino todo lo contrario, transcurridos eternos segundos, recuperé algo de lucidez, mi cuerpo redujo sus temblores y me abalancé como jabalí rabioso hacia la salida de aquel maldito lugar. De no haber estado tan cerca de la salida creo que habría perecido.
No sé qué se proponían hacer conmigo aquellos muertos, ni me interesa averiguarlo. Sólo sé que pasé por una de las experiencias más aterradoras de mi existencia. El terror de esa noche aún me agobia.
Fuente del texto:
BookNet