Publicado en
octubre 12, 2022
COLOMBIA.
Cuando la mujer oyó los pasos del caballo que avanzaba a lo largo de la callecita del barrio, suspendió su molienda de maíz, dejando sobre la piedra de moler, la pequeña "mano", también de piedra, conque trituraba los granos cocidos.
Medrosamente alzó el pedazo de fique que cubría la única ventanilla de la casita que daba a la calle, y atisbó, temblando, los alrededores. Todo era calma y soledad en la calle del Playón del Blanco. La luna, redonda y blanca, iluminaba los detalles más lejanos. Ni un solo ser humano se veía en aquellas altas horas de la madrugada en todos los alrededores. Y, sin embargo, la mujer oía acercarse más y más el caballo, que acompasaba sus pasos de trote con el ruidoso tinteneo de sus cadenas, como si imitaran una cascada de monedas de oro.
Temblando de pies a cabeza, la mujer explayó los ojos. Había oído decir desde hacia mucho tiempo, que aquel corcel no podía ser visto por nadie, que al llegar cerca de quien lo espiaba, desaparecía para aparecer mas adelante con sus pasos parciales y el tintineo de sus campanillas. Y no obstante no haberlo visto nunca, el vecindario aseguraba que era un caballo sin cabeza...
Y aquella mujer, con los ojos desorbitados y la lengua pesada y la garganta seca, oía acercarse más y más el caballo. Lo oyó casi a su vera, al pie de su casita... Mas cuando, expectante, fuerte y valerosa, haciendo de tripas corazón, se aprestó a ver pasar el espectro caballar frente a ella, los pasos cesaron de súbito. Quedó desconcertada. No vio nada, y a pocos minutos, volvió a oirlo más allá, a una cuadra de distancia, siempre marcial y sonando rítmicamente sus cadenas que adquirían en la noche callada un timbre extraño, que iba apagándose cada vez más en la distancia...
Un frió intenso que le corrió por la espalda sobrecogió a la atisbante. Sintió que hasta el último cabello se le encrespaba y que un oleaje de nervios, subiéndole del corazón, como un chorro de agua hirviente, le invadía el cerebro. Allí, en el mismo lugar donde esperaba ver pasar la visión, la encontraron los vecinos desmayada aún, al aclarar el día.
EN LOS barrios menores de Cartagena, hace pocos años todavía, existían las viejas leyendas y consejas que las generaciones heredaban de los días coloniales. Si se fuese a restaurar el folklore colonial en Cartagena de Indias, habría que llenar muchos libros. Las más curiosas supersticiones, las creencias más pintorescas, llenaban la mente de los viejos suburbanos, transmitiendo sus extrañas narraciones a las gentes nuevas. Entre esas numerosas supersticiones y leyendas existía también esta del caballo sin cabeza, que atravesaba de punta a punta el antiguo Playón del Blanco, hoy superpoblado y, para aquel entonces, poblado apenas por una hilera medrosa de casitas de palma y bahareque, cuyos patios daban al agua salada en el mismo sitio que hoy nos ofrece una calle trasera, llamada de "Las Flores".
Las leyendas y consejas se acentúan en el pueblo de todo este litoral, seguramente porque la mentalidad de la raza negra es naturalmente fantaseadora. Puede advertirse que donde más concurre esta circunstancia es, precisamente donde es más densa la población del África ardiente.
El Playón del Blanco, que hoy no es tal playón, pero que se sigue denominando así, ha sido escena de muchos hechos de sangre. En tiempos de las guerras civiles, se batieron allí con sus perseguidores muchos desertores. Allí murieron muchos de esos fugitivos, y se estableció un retén militar que guardaba esa entrada de la ciudad hacia occidente. No era, raro, todavía en 1903, oir las dianas de los soldados en aquel lugar y atestiguar el continuo ir y venir de militares a caballo que a media noche atravesaban como alma que lleva el diablo, aquellas soledades. Militaba también la circunstancia para ese ajetreo por esa parte de los suburbios, el hecho de que allí existía un muro de cal y canto en el que los soldados hacían sus ejercicios de tiro al blanco, de donde parece que le vino el nombre al mencionado playón.
AL SIGUIENTE día, en plena madrugada, la partida que se propuso dar fe de la visión era numerosa. Se escondieron las gentes, tras de los corrales y bajo los alares, para esperar la hora en que el caballo pasaba. Juan León era el más resuelto de todos. Se tendió en mitad de la calle, debajo de haces de palmas, y dejándose la cabeza afuera aguardó.
De repente, al dar el reloj lejano de la ciudad las tres de la mañana, se oyó avanzar el caballo. Venía, como siempre, trotando y con su indefinible tintineo de cadenas nuevas.
Mientras más se acercaba, más visible era el bulto que avanzaba. Juan León lo vio, y casi atemorizado a última hora, levantóse, cerró los ojos, y avanzó, haciendo sobrehumanos esfuerzos, hacia el caballo...
Cuando calculó que casi tropezaba con el fantasma, abrió, de súbito y valientemente, los ojos, para oir, entonces, la voz familiar de Luis Cachita, el lechero de costumbre, que decía:
—¿Te vas a deja atrolellá de mi, Juan León?
El interpelado quedó desconcertado.
—¡Oh! — exclamó — conque eres tú el caballo sin cabeza?
—¿Caballo sin cabeza? ¿Con qué vainas me vienes?
—Pues que por aquí pasas tú, o lo que sea, todas las madrugadas, te pierdes cuando te da la gana de no dejarte ver y apareces, o se te oye otra vez, más adelante de la calle.
A todas estas, la gente que velaba se había acercado, unos con temor, otros resultes al ver la actitud de Juan León que hablaba descaradamente con el fantasma. Luis Cachita, lanzó una risotada.
—Es cierto —añadió uno de los recién llegados— O eres brujo o estas empautao con el diablo. Cuando uno espera tu paso po aquí, tu te desapareces. ¡Explícanos eso!
Luis Cachita volvió a reir, y respondió:
—¡No sean tontos! Lo que pasa é que hay algunos vecinos que me reciben la leche poel frente de la casa; y aotros tengo que llevájsela poel patio de atrá y antonce entro poún callejón y salgo poel otro... Ese es too el misterio Si alguno poj primera vez estuvo cuidándome el paso, y no pasé po delante de él sino que aparecí majadelante, fue pojque me metí poún callejón o algún patio y salí por otra dirección... ¿Entienden agora? ¡Ja! ¡ja! ¡ja! ¡Sópiazode bobos!
Loa vecinos quedaron corridos y mudos por la tontería que habían cometido y, desde ese día, deshecho el endriago, a nadie se le ocurrió declararse héroe de hazaña alguna frente al caballo sin cabeza que desaparecía y reaparecía más adelante...
Extraído del libro: Mitos y Leyendas de Colombia - Volumen II, por Eugenia Villa Posse.