IMPRESIONES SOBRE LOS JAPONESES
Publicado en
septiembre 09, 2022
La época de transición que vive el Japón, vista por un periodista occidental.
Por Bernard Krisher.
LOS JAPONESES han sido siempre desconcertantes para los demás pueblos. Y por estos días parecen haber llegado a sentirse perplejos acerca de sí mismos. A últimas fechas, el alma colectiva nacional se ha visto sacudida por una serie de experiencias extrañas y traumáticas: el suicidio ceremonial, ocurrido hace dos años, de Yukio Mishima, el talentoso escritor que juzgaba que la cultura de masas del Japón era "insustancial"; el regreso al país, largamente aplazado, del sargento Shoichi Yokoi, quien al concluir la segunda guerra mundial prefirió permanecer oculto en las selvas de Guam durante 28 años a rendirse al enemigo; el ataque suicida lanzado por tres jóvenes fanáticos contra el aeropuerto de Lod en Israel, que costó la vida a 25 personas y suscitó en todo el Japón sentimientos de vergüenza y culpabilidad... Todo ello dio origen a una crisis de confianza de la nación en sí misma e hizo que muchos diarios, revistas y libros se pregunten insistentemente: "¿Quiénes son los japoneses?" o "¿Adónde va el Japón?"
A tales preguntas no es posible contestar fácilmente. En parte, porque el Japón atraviesa por una radical transformación cultural, por una mudanza histórica comparable en importancia a los trastornos que esa nación experimentó hace más de 100 años, al salir de su aislamiento feudal. En parte también porque, en mitad de este choque futurista, los nipones se esfuerzan desesperadamente en aferrarse a su singular carácter nacional, con resultados a menudo contradictorios.
Sin embargo, tras haber trabajado como periodista en el Japón durante un decenio, me parece posible identificar ciertas características perdurables de los japoneses. En primer lugar difícilmente podría decirse que constituyen el pueblo más efusivo de la Tierra. Entre los nipones, la comunicación se establece con gran laconismo, y ha habido matrimonios en el Japón que en el curso de toda su vida conyugal nunca hablaron de los sentimientos del uno hacia el otro. Es raro que los japoneses maldigan o alcen la voz, y el epíteto más común que lanza un japonés en el colmo de su enojo se reduce a bakayaro, injuria relativamente leve que significa "necio". Lo cierto es que cuanto más intensa la cólera o el disgusto del nipón, tanto mayor es su tendencia a mostrarse excesivamente cortés.
Porque, para los japoneses, la forma es muchas veces más importante que el contenido. En Occidente, la persona que se considera agraviada tiende a obtener una satisfacción por medio de los tribunales. En Japón, donde la dignidad personal es lo más valioso, una simple excusa puede frecuentemente obrar milagros. Por ejemplo, la víctima de un accidente de circulación exige al automovilista una explicación personal con la misma energía con que reclama una compensación económica; incluso es muy probable que la víctima acepte una modesta indemnización si las excusas que la acompañan le parecen sinceras. En ocasiones, esta tendencia de los japoneses a anteponer lo simbólico a lo concreto tiene insólitas consecuencias. A comienzos de 1971, cuando Eisaku Sato, en ese entonces primer ministro del Japón, visitó al presidente Nixon en la residencia de éste en San Clemente, el estadista nipón logró persuadir al Presidente norteamericano de que aprobase la instalación de una línea telefónica privada entre Tokio y Washington, medida que los japoneses consideraron un gran triunfo diplomático, pues colocaba a la capital de su país en el mismo nivel que Moscú, Londres y Bonn. No obstante, el público no tiene noticia de que la línea directa entre Washington y Tokio se haya utilizado alguna vez.
No hace mucho hablaba yo con un diplomático de un país comunista, quien se mostraba maravillado ante la disciplina que ejercen sobre sí los japoneses. "¡Vaya!" decía. "Este es, justamente, el tipo de sociedad que nosotros hemos estado tratando de establecer. Este pueblo se muestra unido, leal, laborioso; se le diría más comunista que nosotros, los comunistas mismos. ¿Sería posible exportar su carácter?" Todo parece indicar que no, pues la virtud más evidente del Japón; la armonía nacional, es producto de sus peculiares circunstancias: la nación está constituida por una numerosa población que habita un grupo pequeño de islas, con recursos naturales limitados. A través de la historia, la fórmula japonesa de sobrevivencia (que sigue vigente en nuestros días) reúne armonía, diligencia y un concepto de la nación como familia estrechamente unida contra el resto del mundo. Incluso en el Japón actual, moderno, democrático, se advierte cierta resistencia a recurrir al voto, salvo cuando se trata de elecciones fórmales. En vez de ello, los nipones prefieren llegar a un consenso, a menudo guiados por los ciudadanos de mayor edad y más respetados.
Cualquiera que sea la opinión que el sistema japonés merezca a los extranjeros, ha sido, en general, de admirables resultados para el Japón. El cuadro, sin embargo, tiene también su lado sombrío. Para bien o para mal, a veces los nipones se instalan en una actitud inflexible, que no deja lugar a la menor transacción. En tal atmósfera, el fracaso se juzga de ordinario desastroso, por lo que, aun en estos días, menudean los suicidios en el Japón: sólo en 1971 se registraron 16.200. Además ocurren ejemplos incontables de "suicidios simbólicos", tales como la dimisión de cuatro ministros del gabinete durante 1971 por "gazapos verbales" u otros errores de menor cuantía, de los cuales a ningún funcionario occidental se haría responsable. El que los superiores asuman la responsabilidad por las pifias de sus subordinados y se castiguen a sí mismos por ellas, prevalece como una regla que casi se antoja exclusivamente japonesa.
A la luz de estas reflexiones, ¿volverán los japoneses al fanático nacionalismo que contribuyó a desatar la guerra del Pacífico hace poco más de 30 años? Mientras Japón no se sienta aislado de su hermano mayor, los Estados Unidos, no habrá razón para alterar el peculiar experimento que viene haciendo el país oriental, empeñado en edificar una nación económicamente poderosa, aunque débil en lo militar. Con todo, Kiichi Miyazawa, ex ministro de Industria y Comercio Exterior, ha advertido: "Los últimos acontecimientos han quebrantado la confianza que el pueblo japonés puso en los Estados Unidos, y es cada vez mayor el número de japoneses que dudan de la eficacia de la protección nuclear norteamericana. Las nuevas generaciones podrían optar por procurarse sus propias defensas en vez de alquilar las de su vecino". "Por tanto", concluyó Miyazawa, "si las grandes potencias tratan de presionar demasiado y de estrechar al Japón más de la cuenta, correrán el riesgo de provocar lo que ellas, como la mayoría de los japoneses, siguen decididas a evitar".
Condensado de "Newsweek" (17-VII-1972)