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diciembre 10, 2021
Se ha hecho tan común pensar que los jóvenes deben ingresar en las filas del matrimonio, que la gente ha olvidado los méritos del celibato.
Por la Doctora Leslie Koempel (profesora de sociología y presidenta del Departamento de Economía, Sociología y Antropología de la Universidad de Vassar). Condensado de "The Saturday Evening Post".
SIN ADVERTIR bien lo que hacemos, es lo cierto que estamos tratando de declarar ilegal la soltería. De salirnos con la nuestra, el porvenir nos resultará muy aburrido. Sí, porque al insistir en la necesidad de que la gente se case, nos privamos muchas veces del talento, de la aportación y, ¿por qué no decirlo?, hasta de la divertida excentricidad que solteras y solterones pueden proporcionarnos.
Partimos de la filantrópica suposición de que lo ventajoso para algunos debe extenderse a todos, y exigimos que todos (artista, escritor o erudito; deportista, militar o científico) se incorporen a las nutridas filas matrimoniales y abracen la vida doméstica.
El moderno Matrimonio Modelo ha de ser dinámico, feliz, creador, un centro vital; esto es, un fin en sí mismo. Se le añaden innumerables requisitos y complicaciones. Un matrimonio que no "progresa espiritualmente" es considerado intolerable. Toda pareja debe constituir un matrimonio que, como en los grandes episodios amorosos de la historia, represente una realización personal. Hay muchos maridos que no pueden tener amigos íntimos ni pasatiempos propios, que no compartan con sus esposas.
Sin embargo, este tipo "ideal" de comunión, comunicación e ininterrumpido compañerismo es imposible de alcanzar en la vida real. No poca de la infelicidad conyugal proviene, desde luego, del esfuerzo para alcanzar aquel ideal tan imposible. Y no obstante, los que son desdichados en el matrimonio se imaginan sencillamente que les iría mejor con otro cónyuge.
A veces me pregunto dónde estaríamos si en el pasado se hubiese impuesto como norma el moderno Matrimonio Modelo. Muchos hombres y mujeres que han tirado solos o con un cónyuge al que prestaban escasa atención han contribuido enormemente a la historia. Los monjes medievales, por ejemplo, salvaguardaron lo que la era clásica nos legó y evitaron que desapareciera durante los tiempos del oscurantismo. Los solteros desempeñaron un papel fundamental al encabezar la emigración en masa. Hace una generación apenas, muchas mujeres solteras se consagraban sin vacilar a la enseñanza, a la acción social, al cuidado de los enfermos, a la literatura y la obra reformista.. Los solteros podían elegir entre muchas actividades interesantes: la de explorador, aventurero, hombre de mundo, revolucionario, letrado, deportista o bohemio. Florencia Nightingale podía haberse casado y aun así fundar la noble profesión de enfermera, pero es difícil imaginar un marido del siglo XIX o aun del actual que accediera a que aquella acometiera su peligrosa excursión a la guerra de Crimea. Clara Burton, la fundadora de la Cruz Roja Norteamericana, era una solterona.
En una encuesta efectuada entre los profesores de una universidad para que nombrasen las diez personalidades que más han contribuido al adelanto de los conocimientos humanos, de los diez señalados, Platón, Newton y Leonardo de Vinci nunca se casaron; Sócrates no hizo un matrimonio venturoso; Aristóteles y Darwin se casaron mucho tiempo después de haber iniciado su obra; y no parece que la vida conyugal ocupara lugar importante en la existencia de Galileo, Shakespeare, Pasteur o Einstein.
Hace más de treinta años, cuando decidí graduarme en sociología, me incorporé al núcleo, bastante pequeño pero bien definido, de esas mujeres que a sabiendas eligen el seguir una carrera en vez de abrazar el matrimonio. Hoy, cuando oigo a mis alumnas, advierto que no se sienten con esa libertad de elección, sino más bien piensan que deben darse prisa a cazar un marido antes que se agote la partida de hombres casaderos disponibles para las de su edad. Las más sensibles tienen la impresión de que se están poniendo en subasta tan despiadadamente como antes se entregaba a las jóvenes en matrimonio según arreglo previo, y las que dan mayor importancia a su hondo afán de saber que a cazar marido, sienten un poco de miedo.
Mis alumnas se desconciertan cuando les explico que hoy pueden elegir entre casarse o no, y que, en el caso de algunas, muchas de las energías que se dedican al matrimonio podrían aprovecharse mejor en la ciencia, el arte, la exploración, la política y la acción social. Así están constituidas y no quieren verse en situación de poder elegir; quieren creer que lo mejor para todos, en todos sentidos, es consagrar todo su tiempo a formar y sostener el Matrimonio Modelo.
Se ha dado en ensalzar las ventajas para todos de la vida doméstica. A las jóvenes se les hace oír una nueva letanía: "No tenéis que elegir. Podéis, y en realidad debéis, hacer un matrimonio dinámico y tener cuatro hijos. El matrimonio no tiene por qué estorbar a la realización de vuestras otras aspiraciones. Más aún: incluso puede ayudaros a aplicar vuestro talento creador a las artes o las ciencias".
Es preciso que nos detengamos a analizar el camino estrecho y destructor que atolondradamente hemos tomado. El creer que el matrimonio es cosa imprescindible, universal y sujeta a conceptos uniformes, induce a los jóvenes, incluso a los de más talento, a tomar como único criterio para juzgarse su aptitud para el matrimonio y su "adaptabilidad" a él. Así se malgastan energías que son necesarias para el arte, la ciencia y la política. A menos que se permita, e incluso se anime, a algunos de los jóvenes mejor dotados a crear su propia forma de vida, tal vez el interés y la solicitud que se requieren para mejorar la sociedad se verán sacrificados al afán de hacer vida doméstica.